A la mañana siguiente, Del se despertó envuelta en el cálido abrazo de Tyler, enredados bajo las sedosas sábanas que compartían. El insistente timbre del móvil prepago la arrancó de los sueños.
Abrió un ojo y se dio cuenta de que ya había amanecido, aunque todavía era temprano. El reloj confirmó que apenas pasaban unos minutos de las ocho. ¿Quién llamaría a esas horas? No le había facilitado ese número a nadie. Casi todos con los que lo había usado estaban muertos. A menos que el propio Carlson la llamara… Aquella posibilidad la dejó helada.
Salió de la cama y, tras atravesar el dormitorio, tomó el móvil del tocador. Apretó el botón del altavoz para que Tyler pudiera escuchar también, por si acaso.
—¿Hola?
—¿Del? Soy Eric.
«¡Oh, no!». Se le había olvidado que llamó a su ex-marido con ese teléfono. Es posible que no fuera su persona favorita, pero no deseaba que muriera como Lisa o Lobato Loco. Se estremeció a pesar de los brillantes rayos del sol y del calor que hacía en el dormitorio.
—No deberías llamarme a este número. Está pinchado.
—Me daré prisa y, si me ocurre algo, sé defenderme.
—Yo que tú no me arriesgaría a…
—Tengo tu pendrive —la interrumpió bruscamente—. Antes de dártelo quiero hablar contigo.
Del se quedó paralizada durante un instante. Luego el corazón comenzó a golpearle en el pecho, Eric había encontrado la información. Si pudiera recobrarla tendría un punto de partida para salvar a Seth y a sí misma. Aquella pesadilla terminaría. De repente, frunció el ceño.
—¿Cómo lo has conseguido?
—Te lo explicaré todo cuando vengas.
De repente, sintió el calor de Tyler en la espalda, su aliento en la oreja. Intentó zafarse cuando la agarró por el codo.
—No vas a volver allí —susurró él.
—¿Por qué no nos encontramos en algún sitio para desayunar? —sugirió ella—. ¿Todavía está abierto ese local en la esquina donde servían aquellos huevos tan buenos?
—Ambos sabemos que no podemos hablar del contenido del pendrive en público. Debemos ser lo más discretos posible.
Eric tenía razón, pero ella no estaba dispuesta a ceder.
—¿Acaso no recuerdas lo que ocurrió la última vez que estuve en tu casa? No tengo prisa por repetir la experiencia.
—Fui un estúpido, lo siento —reconoció con la voz tensa—. No te tocaré, te lo prometo. Pero, para recuperarlo, tienes que hablar antes conmigo; quiero asegurarme de que sabes en qué lío te has metido. A las diez aquí.
Del abrió la boca para discutir, pero se dio cuenta de que ya le había colgado. Oprimió el botón rojo con una maldición.
—¡Qué capullo!
—No quiero que vayas. —Tyler no tuvo reparos en expresar su opinión—. ¡Ni hablar!
—Tengo que hacerlo si quiero recuperar todo mi trabajo.
—Eric no ha dicho que vayas sola.
Pensó en lo que Tyler acababa de decir. Se sentía más segura yendo con él, pero Eric parecía sentir mucha más inquina hacia su antiguo amigo que hacia ella. Si Tyler no la hubiera acompañado la última vez, Eric le habría gritado y se habría hecho entender, pero dudaba mucho que la hubiera tocado contra su voluntad. La función había sido en honor de Tyler. ¿Volver a presentarse acompañada por él sería como dejar caer una cerilla encendida en un polvorín?
—Sea lo que sea lo que estés pensando, no. —Tyler negó con la cabeza y cruzó los musculosos brazos sobre el pecho—. Voy. Y no hay más que hablar.
—Necesito el pendrive, pero tengo el presentimiento de que tu presencia empeorará la situación.
—¡Joder! —masculló Tyler, pasándose la mano por el pelo—. No confío en él. Si vas sin que te acompañe, serás más vulnerable. Sé que tiene un as guardado en la manga. Hay alguna razón para que te ofrezca ahora el pendrive. Tiene un precio en mente y estoy seguro de que sé cuál es. Y no.
Se puso rígida ante la insinuación.
—¿Crees que va a querer que haga el amor con él?
—Haciéndolo te hará sufrir y eso le gusta. Y también me hará sufrir a mí, lo que le parecerá todavía mejor. Sabe que me carcomerá por dentro.
Ella se estremeció y tuvo que admitir que podía haber algo de verdad en esas palabras.
—Pero si vienes conmigo…
—Iré contigo, pero con un arma en la mano. No pienso limitarme a quedarme esperando aquí o en el coche, preguntándome si estás a salvo. —Tyler se paseó por la estancia—. Sin embargo, hay algo en esta situación que no encaja. ¿Dónde ha estado el pendrive desde que fuimos a buscarlo? ¿Por qué se lo quedó? ¿Por qué quiere devolvértelo ahora?
Ella también se preguntaba esas mismas cosas. Eric era el tipo de persona que no hacía nada sin obtener algo a cambio. Si se había quedado con el pendrive durante algunos días, sólo era para ver lo que contenía; carecía de sentido que se lo devolviera ahora, sin más.
—Estudiar el contenido le habrá llevado un tiempo. —Su instinto le decía que así era.
—Sí, de acuerdo. Quizá lo haya tenido en su poder todo el tiempo. Pero ¿y si el asalto a su casa no fue real?
—¿Quieres decir que sólo fue una estratagema? No sé…
—¿Por qué intentaría ocultar que tenía el pendrive en su poder? —elucubró Tyler—. ¿Para ganar tiempo? ¿Para volver a verte?
Puede que ésa fuera la explicación lógica, pero ¿por qué? Se preguntó si no habría algo más detrás. Intentó remontarse en el tiempo y verlo todo de manera más objetiva. ¿Podría haberse enterado Eric de que ella había ocultado el pendrive en su casa? Pero si lo hubiera sabido desde hacía semanas, no hubiera necesitado esos dos últimos días para estudiar el contenido. Así que, lógicamente, lo había encontrado hacía poco. Y si ése era el caso, ¿por qué motivo lo había buscado? Cuando hablaron por teléfono antes de ir a su casa, ella no había mencionado lo que tenía que recoger. Las únicas personas a las que se lo había dicho eran Tyler y Lisa. Tyler era una tumba. Y Lisa… Lo más probable era que se lo hubiera confesado a Carlson por treinta mil dólares. Lo que quería decir que…
—Eric trabaja para Carlson —explotó Tyler en el silencio.
—Yo acabo de llegar a la misma conclusión. —Le tembló la voz—. ¡Oh, Dios!
¿Realmente su ex-marido había sido capaz de traicionarla? ¿Le estaba poniendo una trampa? ¿Parpadearía cuando la mataran? Eric era policía, ¡maldito fuera! ¿No debería protegerla? Y no sólo eso, tampoco había hecho nada cuando Lisa y Lobato Loco fueron cruelmente asesinados. ¿No le importaba que su ex-esposa, enamorada ahora de su antiguo mejor amigo, muriera también? Eric no había mencionado a Tyler y, de hecho, debía saber que la acompañaría. ¿Qué clase de rata era? ¿Habría pensado que podía cargarse dos pájaros de un tiro?
Notó que algo se rompía en su interior. Había amado a ese hombre. ¿No le bastaba con haberla engañado? ¿Pensaría que Tyler y ella merecían morir porque las relaciones sexuales que mantuvieron dos años atrás habían dado como fruto un precioso niño? ¿Porque aquello había significado algo para ellos y se habían enamorado?
—Estoy segura de que quiere que ambos muramos —anunció con aire solemne—. ¿No crees?
—Es la primera persona con la que hablaste desde el móvil prepago, pero la única que no está muerta. De repente ha encontrado el pendrive… No hay mucho más que pensar. Como ya hemos comentado, Carlson tiene que sobornar a algunos policías corruptos para poder hacer que su maquinaria funcione. Sospecho que tiene tocados también a los detectives de Antivicio.
Algo que a Tyler no le parecería ni medio bien, pero ella tenía que preguntar.
—¿No sospechabas nada de esto?
—¡Joder, no! —explotó—. Los últimos días que trabajamos juntos, Eric actuaba de una manera muy rara y debí haberle preguntado, pero no sabía nada. Es posible que le cubriera cuando se metía en la cama que no debía, pero jamás hubiera pasado por alto la corrupción. Y, sin duda, no me hubiera llenado los bolsillos dejando que quedaran en libertad camellos y asesinos. Tú me conoces.
—Sí. También pensaba que conocía a Eric —señaló con suavidad.
Tyler se pasó la mano por la cara y suspiró.
—Tienes que estar realmente confusa, cielo, pero a Dios pongo por testigo de que jamás cogería dinero por hacer eso. Y jamás permitiría que te ocurriera nada.
La tomó entre sus brazos y la estrechó con fuerza; ella no se resistió. Necesitaba un ancla en medio de esa tormenta de mentiras, engaños e intrigas. Y él era perfecto: sólido, comprometido, inquebrantable.
—Lo siento —murmuró ella.
—No voy a mentirte y a decirte que me gusta, pero entiendo que te sientas demasiado herida después de que te traicionaran personas en las que confiabas. La pregunta es ¿qué hacemos ahora? Si Eric es un sicario más de Carlson, tenemos que dar por hecho que nos ha traicionado. Esto será peligroso. Y antes de que añadas nada, te lo advierto: no irás sola a verle.
Es posible que Tyler sólo pensara en protegerla del peligro, pero ella también tenía que tener en cuenta a Seth. Su hijo los necesitaba a los dos. No podía soportar la idea de que su bebé se quedara solo y había más probabilidades de que no ocurriera si acudía con Tyler a la cita.
—Bien. Pero necesitaremos ayuda.
—De acuerdo. —Tyler asintió con la cabeza—. No podemos pedírsela a la policía. Pueden ser corruptos, amigos de Eric o ambas cosas a la vez.
—Y no tenemos pruebas todavía que confirmen nuestras sospechas, así que…
—Vamos a tener que recurrir a un plan B. Usaré el ordenador para volver a llamar a Lafayette. Toma mi teléfono y ponte en contacto con Xander. Me da igual cuáles sean, pero dile que consiga apoyos. Yo haré lo mismo.
Con una solemne inclinación de cabeza, agarró el móvil y se dirigió a la cocina. No tenía hambre, pero los dos necesitaban reponer fuerzas para la prueba que les esperaba. Intentó ignorar el dolor que le provocaba la traición de Eric. ¿Cómo podía un hombre que una vez prometió amarla, honrarla y protegerla entregarla a un hijo de perra que sólo quería matarla?
Ahuyentó el pensamiento y llamó a Xander, que respondió de inmediato.
—Espero que sean buenas noticias.
Ella hizo una mueca.
—Ha llamado mi ex. Se supone que debemos estar en su casa a las diez. Creo que somos corderitos camino del matadero y no podemos llamar a la policía. Debes de tener un guardaespaldas o algo por el estilo. ¿Estarías dispuesto a prestárnoslo durante unas horas?
—Son todos estúpidos. Los despido a uno tras otro, sólo tengo uno bueno. Dentro de una hora llamará a la puerta Decker McConnell. Es un antiguo agente de Fuerzas Especiales que trabajó también como agente de la CIA. Es muy bueno, duro y bien entrenado.
—¿No tienes que preguntarle antes si está dispuesto a echar una mano? —Ella frunció el ceño.
—Le pago para que acuda cada vez que le necesito. Esperadnos. Llegaremos pronto.
—Oh, no. Por favor no veng…
Clic.
Tyler entró en la estancia en ese momento y ella se volvió hacia él, frustrada.
—Xander me ha colgado. Va a enviar a un guardaespaldas, y en cuanto señalé que no era seguro que le acompañara, me colgó el teléfono.
—Quizá sea mejor. Jack y Deke me han dicho que tardarán un par de horas en localizar a sus antiguos compañeros del Ejército que viven en la zona. Para entonces, todo esto habrá acabado.
Sí. Y ella esperaba que esa reunión no se convirtiera en un baño de sangre.
—También han llamado a algunas de sus conexiones en el FBI. —Se encogió de hombros—. Quizá aparezcan por allí. Vamos, ángel. Nos damos una ducha y preparémonos para la batalla.
Ella clavó los talones en el suelo.
—Tengo que volver a hablar con Seth… Por si acaso.
Contuvo las lágrimas y lanzó a Tyler una mirada inexpresiva.
Él se pasó la mano por la cara.
—No tienes por qué ir a casa de Eric. Acudiré solo. Le diré que todavía estás asustada por lo ocurrido durante la anterior visita…
—No. Tengo que recuperar mi pendrive si quiero tener un futuro. Él quiere hablar conmigo y sé que no nos lo devolverá hasta que lo haga. Pero antes quiero hablar con mi hijo una vez más.
—Nuestro hijo —la corrigió Tyler mientras la guiaba a través del pasillo hasta la amplia habitación donde estaba el portátil. Ella sonrió con amargura.
—No estoy acostumbrada a eso.
—Pues ve acostumbrándote.
Tyler se sentó ante el ordenador y comenzó la videollamada.
—Me encantaría, pero ahora mismo no puedo dejar de preguntarme si ésta será la última vez que Seth me vea. Y que no se acordará de mí si…
—No se te ocurra acabar la frase. ¡No vas a morir, maldita sea!
Ella apretó los labios.
—No sabemos si eso va a ocurrir o no. Eric podría estar metiéndonos en la boca del lobo. Sólo podemos hacer las cosas bien y rezar para que todo funcione.
—¡Hola! —dijo Luc despreocupadamente desde la pantalla—. ¿Qué tal va todo por ahí?
Ella intercambió una mirada con Tyler.
—Bien —dijo él.
—Mal —aseguró ella al unísono—. Me gustaría ver a Seth.
Luc se puso alerta.
—¿Qué pasa?
Tyler maldijo por lo bajo y luego suspiró.
—Jack ya conoce los detalles. Pensamos que todo estallará esta mañana.
Del observó cómo la comprensión, y más tarde una callada aceptación, mudaba la expresión de Luc.
—Iré a buscar a Seth. Esta mañana vio como Caleb le quitaba a Chloe un muñeco, y cuando mi hija comenzó a gritar se lo quitó a Caleb y se lo devolvió a ella; luego empujó al niño y lo dejó sentado en el suelo.
Sí, eso era lo que solía hacer su hijo. Un momento después, la sonriente cara de su bebé inundaba la pantalla. Ella intentó no llorar, pero se sentía muy orgullosa de él, ya daba grandes muestras de inteligencia, sentido de la justicia, voluntad para defender a los que eran más débiles que él. Sólo esperaba que si las cosas no salían bien, llegara a comprender sus decisiones.
—Hola, cariño.
—Mamá, mamá, mamá… —Seth se abalanzó y trató de tocar la pantalla.
Un ramalazo de amor la inundó por completo, mezclado con anhelo y dolor. Sollozó y Tyler la sostuvo al momento. Ella contuvo las lágrimas. Era necesario que se mostrara fuerte delante de Seth.
—Hola, Seth —dijo Tyler a la webcam—. ¿Cómo está hoy nuestro niño?
Él gorjeó y trató de tocar de nuevo la pantalla. Luc tuvo que detenerle poniéndole una mano en la barriga.
—Es un niño muy fuerte —se rio el chef—. Y le gustan las espinacas, ¿verdad?
—Y las patatas fritas.
Luc sonrió ampliamente.
—¿Sabías que le encantan los Cheetos? Se comió casi una bolsa entera cuando tenía que estar durmiendo la siesta. No debería sorprenderme que lograra salir de la cuna de viaje y recordara dónde la guardábamos, ¿verdad?
Tyler esbozó una sonrisa de orgullo.
—Sí, imagino que yo hacía trastadas como ésa a su edad.
Seguramente. Ella le apretó la mano y se dio cuenta de que no había mucho más que decir.
—Dale un beso de mi parte, por favor.
Luc asintió con la cabeza. Pareció que quería asegurarle que todo iba a ir bien, pero nadie podía afirmar tal cosa, así que se limitó a asentir con la cabeza y a besar el pálido pelo de Seth mientras le apretaba el pequeño hombro.
—Seth sabe que le quieres.
—Dile que yo también le quiero —dijo Tyler antes de tragar saliva—. Voy a intentar que todo salga bien, pero si no sabéis nada de nosotros dentro de unas horas…
No terminó la frase, no tuvo que hacerlo.
Luc rodeó al niño con sus brazos, protegiéndolo.
—¿Puedo hacer algo más por vosotros?
—Rezar —sugirió ella con voz temblorosa.
—No lo dudéis. —Luego Luc miró a Tyler—. Ocúpate de todo.
Después desapareció su imagen de la pantalla. Quiso perderse en los brazos de Tyler, pero no era el momento. Apenas les quedaba una hora para prepararse, planearlo todo y atravesar la ciudad.
Se levantó con rigidez y recorrió el pasillo hasta el cuarto de baño. Antes de introducirse en la ducha se quitó la ropa temblando. Tyler entró tras ella y la apretó contra el sólido calor de su cuerpo. También estaba desnudo y su dura figura fue como una manta contra la espalda.
Le rodeó la cintura con un brazo y la besó en la coronilla.
—Estamos juntos en esto, ángel.
Tenerle cerca era una sensación vivificante. No dejaba de ser gracioso que tan sólo unos días atrás ella tuviera la seguridad de que Tyler no era más que una etapa de su vida. Que dejaría a Seth en sus manos, solucionaría ese embrollo ella sola y luego volvería a por su hijo sin ningún problema; sin gritos y, sobre todo, sin emoción. Ahora no podía imaginar enfrentarse a ese peligro sin él. Estaba segura de que sin su ayuda no hubiera tenido ninguna oportunidad de sobrevivir. Tyler removería cielo y tierra para protegerla.
Sentía mucho más que amor por Tyler Murphy; le había entregado su corazón y su alma, era el centro de su vida. Aun con esa nube negra sobre sus cabezas, apreciaba aquella sensación de conexión con el único hombre al que nunca había olvidado.
Abrió la puerta de la cabina y se metió dentro. Él la siguió. Se abrazaron en silencio bajo el agua, un largo momento lleno de líquido caliente, corazones palpitantes y quietud absoluta. Se estaban despidiendo el uno del otro por si acaso ocurría lo peor. No eran necesarias las palabras y los dos lo sabían. Ambos percibían la solemnidad del momento y no querían echarla a perder hablando.
Un momento después, ella tenía la espalda contra la fría pared de azulejo y le tendía los brazos. Él se acercó en silencio. Le decía todo lo que necesitaba con la mirada. Le vio asentir con la cabeza antes de alzarla, sujetándole los muslos con los brazos y apoyándola contra la pared. El vapor caliente y los jadeos llenaban el espacio cuando Tyler buscó su sexo con la punta de la erección. En el momento en que la encontró, se enfundó en ella al tiempo que la dejaba caer sobre su miembro, dilatando las estrechas paredes.
Un envite se convirtió en otro y luego en una docena; después perdió la cuenta. Lo único que notaba era la profunda penetración de Tyler, el calor de su carne contra la de ella y el tierno dolor en su sexo. Pero dio la bienvenida a la sensación; le recordaba que estaba viva, que podía percibir dolor y deseo. Le recordaba que podía sentir.
Le rodeó las caderas con las piernas y recurrió a todas sus fuerzas para retorcerse y moverse con él. Le clavó las uñas en los hombros. Sus bocas se encontraron y se devoraron en silencio, diciéndose sin palabras que jamás habían deseado nada ni a nadie con esa intensidad.
Él le clavó los dedos en las caderas y el ansia creció de manera vertiginosa. Un pesado latido hacía palpitar su clítoris y se mezclaba con el dolor que provocaba su posesión. Las terminaciones nerviosas de su hinchada vagina se veían estimuladas por la erección y la fricción de la pelvis contra el pequeño nudo de nervios. Era demasiado… El placer, el amor, la necesidad de experimentar aquel momento en lo más profundo. Del surcó la cresta del éxtasis y viajó alocadamente por un orgasmo vertiginoso mientras gritaba su nombre con aquel amor que la había transformado por completo.
Con un largo gemido en su oído, Tyler la siguió en el placer y ella sintió el cálido impacto de su eyaculación en lo más profundo de su vientre. Cerró los ojos. Esperaba vivir el tiempo suficiente para saber si todo aquel sexo sin protección que habían mantenido en las últimas veinticuatro horas les proporcionaba otra alegría. De repente, quiso tener otro bebé con Tyler, experimentar todo el embarazo con él.
Lentamente, él se retiró y le dio un reverente beso en el hombro.
—Voy a lavarte.
Asintió con la cabeza, pero cada vez que trató de alcanzar el jabón o la esponja, Tyler le apartó las manos para hacerlo él. Pasó las suaves palmas por su abdomen, demorándose en aquel punto donde tenía unas leves estrías, recuerdo del embarazo de Seth.
—Estoy seguro de que estabas muy guapa embarazada. Me gustaría haberte visto.
Ella también lo deseó. Le hubiera gustado haber compartido la experiencia, tener a alguien en quien apoyarse. Pero en vez de hacer hincapié en lo que no podía cambiar, intentó aligerar el ánimo.
—Sólo si te gustan las ballenas varadas.
Su mirada era verde y atenta, casi dolorida, en especial cuando la amonestó con ella.
—Eres hermosa estés como estés. Para mí lo has sido siempre.
Probablemente no fuera cierto al cien por cien, pero le sonrió. Entonces, él la puso bajo el agua antes de proceder a lavarle la cabeza con suma cautela, restregándole con dedos firmes el cuero cabelludo, haciendo desaparecer la suciedad y la tensión de esa mañana. Se derritió contra él.
—¿Siempre has actuado así con tus amantes? —Desde luego no era lo que ella había escuchado.
Él se detuvo.
—No. No lo he hecho porque ninguna de esas mujeres me importaba. Lo hago contigo; me ha llevado dos años darme cuenta de cuánto te amo.
—Y durante dos años yo tampoco he sentido nada. Tengo la impresión de que por fin estoy viva, y es por ti. Aunque el día de hoy no acabe bien, quiero que sepas lo mucho que significa para mí.
Por fin, no pudieron recrearse más y salieron. Se secaron lentamente, cada uno perdido en sus propios pensamientos. Fue Tyler el que se vistió primero y acudió a abrir cuando alguien llamó a la puerta.
—Ha llegado la hora. —Tyler suspiró. Luego se inclinó para besarla en la frente, tomó una de las armas que Xander les había facilitado la noche anterior, y se encaminó hacia la puerta.
Ella se puso el resto de la ropa con dedos temblorosos. Por la noche sería una mujer libre o estaría muerta.
Tyler abrió la gruesa puerta y se encontró a Xander que, vestido como un modelo de GQ, parecía totalmente despreocupado y sereno. A su espalda había otro hombre, tan enorme que parecía sacado de una película de Rambo, inmóvil como una estatua. Llevaba el pelo negro rapado al estilo militar y escudriñaba a su alrededor con unos intensos ojos azules, alerta a cualquier señal de peligro. Xander lo examinó con ojo crítico.
—Muy bien. Parece como si llevaras un letrero que pusiera «soy poli y voy armado».
—Probablemente al final del día esté muerto o haya matado a alguien, así que no me importa demasiado que mi atuendo no siga tus estrictos cánones de la moda —aseguró él antes de dar un paso atrás.
Xander y el desconocido entraron en la casa, mirando a su alrededor en busca de Del o cualquier posible amenaza.
—¿Qué tal está? —preguntó Xander con la mirada clavada en el pasillo.
—Casi lista. Está nerviosa.
Xander entró en el salón.
—Es normal. ¿Resistirá?
—Sí. Es una mujer muy fuerte. —Él se encargaría de ello.
—Bien. —Xander miró al tipo enorme que tenía a la espalda—. Éste es Decker McConnell. Le hablé a Del por teléfono de él. Te daría una lista con sus credenciales, pero luego tendría que matarte.
Él clavó los ojos en el militar. Tenía aspecto de haber visto bastante acción en su vida.
—¿Estás armado?
—Siempre.
—¿Tienes experiencia en tiroteos?
—Sí, en cuatro continentes. —McConnell tenía la voz muy ronca. Era probable que debajo del jersey negro de cuello vuelto y el chaleco antibalas Kevlar tuviera bastantes cicatrices.
—¿Y en la lucha cuerpo a cuerpo?
—Tengo cinturón negro en tres disciplinas marciales y en las Fuerzas Armadas fui campeón de boxeo.
Impresionante.
—¿Estás nervioso? Pareces nervioso.
McConnell clavó en él sus gélidos ojos azules.
—Estoy ansioso por poner fin a esta estúpida conversación y comenzar con la acción.
Ladeó la cabeza antes de mirar a Xander.
—Sí, valdrá.
—Gracias por el voto de confianza —dijo McConnell, como si su opinión le resultara indiferente—. ¿Tienes algún plan?
—Acompañaré a Del al interior. Es necesario que llevemos algún tipo de grabadora. El plan A es que Eric nos devuelva el pendrive y nos larguemos. Pero dudo que eso ocurra. Creo que Eric está de mierda hasta el cuello y nos esperará acompañado. Quiero captar en audio o video cualquier cosa que pueda decir, a ver si podemos usarlo contra Carlson. Si puedes colarte en la casa y cubrirnos la espalda, nuestras posibilidades de sobrevivir se incrementarán notablemente.
—Imaginaba que dirías algo así —confirmó Xander con voz monótona—. Hola, Del.
Tyler se giró hacia el pasillo. Ella vestía unos vaqueros, una camiseta gris y deportivas de lona; apenas se había maquillado. Incluso así, estaba impresionante. Se volvió hacia los otros hombres. Xander esbozaba una tierna sonrisa que jamás hubiera esperado ver en él. McConnell la miraba con aparente indiferencia, pero su interés era perceptible. No le gustó.
Probablemente no fuera lo más importante en ese momento, pero se acercó a Del y le pasó el brazo por la cintura.
—¿Preparada?
Ella vaciló antes de asentir con la cabeza.
—Todo lo preparada que soy capaz de estar.
Parecía nerviosa. Se prometió a sí mismo que haría cualquier cosa para mantenerla a salvo.
—Tengo una cosa que podría ayudarte, Del. —Xander se dio la vuelta y miró a McConnell con impaciencia. Éste tomó la mochila que llevaba a la espalda y rebuscó en el interior hasta sacar un bolso de piel de Coach.
—¡Santo Dios! —Del agrandó los ojos—. Lo vi en un catálogo. Es carísimo. No puedes regalarme cosas así.
Él notó una molesta sensación en el estómago.
—Está pillada, gilipollas.
Xander puso los ojos en blanco.
—No seas cavernícola, anda. —Miró a Del para explicarle—. Es especial. Cuando lo compré hice que instalaran en él la cámara de vigilancia más avanzada y diminuta que produce una de mis corporaciones. Está en una de las asas. ¿Ves?
Cuando señaló el lugar en cuestión, Del se inclinó para observar y él la imitó.
—No veo nada —aseguró ella, confundida.
—Yo tampoco.
—Ésa es la idea. —Xander parecía un niño que acabara de colarle una mentira a su profesor—. Tiene un diminuto transmisor inalámbrico cosido en el interior, así que puedo ver en el portátil en tiempo real cualquier cosa que se filme. Si Eric, o cualquier otra persona, dice algo incriminatorio, será captado al instante.
Del alargó el brazo y le arrancó el bolso de la mano.
—¿Hacia dónde tengo que dirigirla?
—Con tal de que mantengas este lateral apartado del cuerpo, llega. —Xander señaló el anagrama de Couch.
No le gustaba nada aquello, pero, por mucho que odiara admitirlo, Xander había tenido una buena idea.
—¿Alguna cosa más? —preguntó el millonario.
Del le miró y él hubiera dado lo que fuera por borrar esa expresión de miedo de su cara. Ella se limitó a negar con la cabeza.
—Vosotros dos iréis en el Audi que hay en el garaje —ordenó Xander—. Yo os seguiré con McConnell en el 4x4 negro en el que hemos venido.
Otra buena idea.
—Así, si Eric está vigilando, no verá a nadie más en el coche.
—Exacto. Vámonos.
Todos se subieron en los respectivos vehículos y Tyler intentó ignorar el ominoso silencio cargado de tensión. La tomó de la mano y le acarició la palma una y otra vez, buscando alguna manera para no terminar muerto a manos de Eric ni tener que matarlo. Hasta ese momento no había encontrado ninguna.
Unos minutos antes de las diez, llegaron al coqueto vecindario donde vivía Eric. Del parecía cada vez más nerviosa.
—Ángel, tienes que tranquilizarte o Eric te mirará y sabrá que pasa algo.
Ella respiró hondo y meneó la cabeza.
—Lo sé.
Aparcó delante de la casa, pero en una posición donde nadie les vería desde las ventanas.
—Lo único que tienes que hacer es mantener la calma y apuntar la cámara hacia él. Pregúntale todo lo que se te ocurra. Yo me ocuparé del resto.
—¿Y si no está solo?
Sí, él también sospechaba que estaban metiéndose en un nido de víboras y que les enterrarían una bala en el cuerpo en menos de treinta segundos.
—Tengo un plan. Así que déjalo todo en mis manos, ¿de acuerdo?
Del asintió con la cabeza.
—Confío en ti.
Finalmente, a las diez en punto, abrió la puerta y salió al brillante sol californiano. Al otro lado del vehículo, Del hizo lo mismo. Cruzaron la calle y llamaron al timbre.