Capítulo 13

—De ninguna manera. —Delaney no pudo evitar que le temblara la voz—. Te deseo dentro de mí. Por favor.

Tyler se inclinó sobre su oreja y apartó el pelo antes de comenzar a besarla en el cuello.

—No necesitas pedírmelo por favor. Eres jodidamente sexy.

El evidente placer en su voz la llenó de anhelo y de una extraña sensación de orgullo. La deseaba. Sí, él había hecho el amor con muchas mujeres, pero su actitud le decía que aquella intensidad era completamente nueva. Hasta ese momento, se había limitado a «ámalas y déjalas». Pero a ella le había repetido hasta la saciedad que seguiría a su lado. Dudaba mucho que le hubiera dicho eso antes a otra mujer.

No sabía por qué se comportaba así. Quizá tuviera sentimientos más profundos de lo que ella pensaba. ¡Oh, Dios! Sentía temor, no ya de acabar enamorándose de él otra vez, sino de estar cayendo en picado. No sabía cuan dura sería la caída, ni siquiera si habría suelo debajo.

—Ahora —imploró.

Del impulsó las caderas hacia él, haciéndole contener el aliento, y le tiró del pelo.

—Tómame, ángel. Todo lo que tengo es para ti. Sólo para ti.

Tyler se colocó ante su entrada y la penetró con dificultad, haciéndole notar una agradable quemazón cuando la dilató para albergar la gruesa erección. Se quedó sin respiración al sentir la fricción de las firmes paredes internas a su paso. Intentó relajarse para dejarle entrar, pero era enorme. Apenas acababan de empezar y una clamorosa necesidad hacía que su sexo palpitara de anticipación. Nada era comparable a tener a Tyler en su interior.

—Ángel, déjame entrar. ¡Oh, Dios! —La mano de Tyler dejó un rastro de fuego en su cadera—. Por favor.

Ella aspiró hondo e intentó relajarse, destensar sus músculos para entregarse a su ardor. Tyler embistió otra vez, deslizándose un poco más adentro, más profundo; se retiró y volvió a entrar una y otra vez, cada vez con más rapidez, hasta que detuvo las caderas contra sus nalgas y ella estuvo llena por completo.

—Oh, sí. Así, tómalo todo. Me siento como un cuchillo caliente penetrando en un bloque de mantequilla. —Se impulsó más adentro y ella gimió—. Mojada y mía. ¿Eres mía, ángel? Dime que eres mía.

Su demanda la hizo palpitar en torno a la erección, pero también estremeció su corazón. Asintió con la cabeza con un gemido.

—Dilo —susurró él—. Dímelo ahora y haré que te sientas bien.

La admisión que él trataba de arrancarle era sólo un espejismo, pero la fantasía de Tyler era ésa y, considerarse suya, era algo demasiado dulce para poder resistirse.

—Soy tuya —dijo con la respiración entrecortada.

—Así, ángel. —Él jadeó en su oído—. Te he deseado durante todo el día. Me muero por ver cómo te corres otra vez, ahora alrededor de mi polla.

El ardiente deseo que destilaba su voz la excitaba todavía más, y se preguntó si alguna vez habría sido tan atento y posesivo. Se suponía que lo que compartían era sólo sexo, pero parecía algo mucho más profundo. Cada caricia, cada palabra, parecía estrechar los lazos entre ellos. Sin embargo, sabía que él no podía estar preparado para dar el salto y ser padre y marido a tiempo completo. Y también era posible que ella nunca estuviera lista para volver a comprometerse… Quizá sólo llegara a aceptar, y en un futuro muy lejano, que le ayudara a pagar la universidad de Seth. Por ahora, se conformaría con satisfacer aquel irreprimible deseo.

Contuvo el aliento cuando él se retiró. No se vio decepcionada, Tyler volvió a penetrarla lenta y brutalmente, excitando cada una de las terminaciones nerviosas de su resbaladiza vagina. Gimió, se aferró a la colcha. ¡Oh, Dios! Él apenas había entrado en su sexo y el ardiente deseo ya estaba a punto de conducirla a un clímax capaz de desintegrarla. Ningún otro hombre había dominado su cuerpo de la forma en que lo hacía Tyler.

—¡Necesito más! —jadeó.

—Cuando llegue el momento, ángel. No vamos a apurarnos. De eso nada. Estoy aquí para quedarme y voy a exprimir cada gota de placer. Voy a follarte hasta que no puedas dejar de gritar. Y después de que te hayas corrido, sólo querré que vuelvas a alcanzar el éxtasis.

La convicción era la nota dominante en su voz. Tyler exudaba algo primitivo y masculino al exigirle que se rindiera. Ella se contoneó y estremeció bajo su cuerpo.

Él se retiró casi por completo antes de volver a entrar. Sus empujes eran controlados, pero constantes. Al cabo de un rato, colocó las manos sobre el monte de Venus y comenzó a indagar en busca del clítoris. Ella contuvo el aliento.

—Perfecto, ángel. Siempre tan apretada y mojada alrededor de mi polla. Jamás renunciaré a ti, ¿lo sabías? Haré lo que sea para poder disfrutar de esto todos los días, te daré tanto placer que nunca se te ocurrirá volver a alejarte de mí.

¡Oh, Dios!, cuando decía cosas así se preguntaba cómo sería capaz de dejarle ir. Sería mejor que no se creyera esas palabras; después de todo, estaban dichas en el calor de la pasión. Pero la mujer que era anhelaba y codiciaba esas frases.

Volvió a rozarle el sensible clítoris y ella se rindió. Si continuaba tocándola así, ¿cómo demonios iba a alejarse una vez que hubiera pasado el peligro? No se trataba solamente de tener alguien en quien apoyarse, como había hecho los últimos días, sino de renunciar al hombre en el que confiaba de manera absoluta. Había aliviado el peso que cargaba sobre los hombros cargándolo en los suyos, sin ninguna otra razón que protegerla y hacerla sentir a salvo. ¿Cómo podría no apreciar eso? ¿Cómo iba a no rendirse a él?

Pero ¿qué ocurriría una vez que regresaran a la vida real? Todavía seguiría siendo madre y su trabajo como periodista estaba en Los Ángeles. Él seguiría haciendo lo que fuera que hiciera en Lafayette… y probablemente persiguiendo a un buen número de mujeres fáciles. Jamás encajarían, no importaba lo mucho que le tentara la idea.

Tyler acarició su cuerpo hasta llegar a sus pechos, donde jugueteó con los pezones. Se recostó sobre ella como si no sólo quisiera unir sus cuerpos, sino también sus jadeantes alientos, sus almas. Cerró los ojos.

Siguió moviéndose con un control brutal, provocando la máxima devastación. Cada vez que se sumergía en ella, avivaba más el fuego que la inundaba y la acercaba a ese orgasmo que le impedía pensar.

Notó que observaba sus pezones, enhiestos y duros, y sintió que la sangre que recorría sus venas se convertía en un intoxicante cóctel, un licor que la emborrachaba, magnificando sus sensaciones. En ese momento sólo importaban él y lo que la hacía sentir.

—Te siento en todas partes —gimió—. ¡Oh, Dios…!

—Está bien, ángel. —La besó en los hombros y el cuello—. Yo también te siento. Me envuelves de una forma perfecta. ¿Vas a correrte otra vez para mí?

Con cualquier otro eso habría sido improbable, con Tyler era inevitable. Era como si su cuerpo estuviera conectado con el de él, como si supiera qué teclas tocar. Como si cada contacto entre ellos fuera mágico.

No tenía sentido bromear ni negarlo. Él sentía lo mismo que ella. Su respiración volvió a hacerse jadeante. Llevó la mano atrás e intentó agarrarse a su muslo.

—Sí. No sé cómo, pero…

—Somos buenos juntos, ángel. Siempre ha sido así. —Él volvió a pasar las ásperas palmas por su cuerpo antes de apretarle el clítoris entre los dedos—. Dámelo todo. Lo necesito.

No podía negarse. El placer surgió y creció, subió vertiginosamente. No podía respirar, no podía pensar, no podía dejar de moverse.

Comenzó a correrse entre sus brazos hasta que ya no pudo asimilar más. Él la sostuvo, la estrechó contra su pecho mientras gruñía lo mucho que la necesitaba.

—¡Oh, ángel! Es tan bueno. Eso es. Nadie es como tú.

Cada una de sus emociones pareció traspasarla e irradiar hacia él. Se agarró al brazo con que le rodeaba la cintura y pegó la espalda a su torso como si no quisiera alejarse jamás, surcando la ola de placer.

Cuando todo hubo acabado, se sintió vacía y aterradoramente expuesta. Casi podía sentir como si su corazón volara a unirse con el de él. Respiró hondo y se recordó a sí misma que sus sentimientos eran suyos y sólo suyos. Sin tener en cuenta lo que él dijera, ni lo que ella hubiera creído durante un momento, Tyler no era un hombre capaz de establecer lazos duraderos. Había cambiado, no podía negarlo, pero ¿cómo iba a convertirse en un tipo fiel en sólo unos días?

¡Dios!, tenía que protegerse. Tenía que encontrar la manera de no volver a enamorarse de él como aquella otra vez, cuando acabó sola y herida. No quería volver a convertirse en una concha vacía y aplastada.

Se retorció entre sus brazos y rodó sobre la cama hasta que pudo mirarle con lo que esperaba fuera una alegre sonrisa. Rezó con todas sus fuerzas para que no fuera capaz de ver que, por dentro, su corazón estaba a punto de romperse.

Tyler notó que la desinhibida dicha del clímax de Del estimulaba todos sus sentidos y tuvo que tensar cada músculo de su cuerpo para no seguirla al éxtasis. El deseo de unirse a ella en el placer era muy fuerte, pero todavía no habían acabado. Quería pasarse la mitad de la noche, por lo menos, en su interior.

Pero cuando acabó el orgasmo, ella se alejó de él. Y no sólo físicamente, rodando al otro extremo de la cama. Además, le miraba con precaución; le mantenía a distancia con su lenguaje corporal, cruzando los brazos sobre el pecho, juntando las piernas para ocultarle su dulce sexo. Pero que hubiera rodado sobre la cama no era lo que le hacía rechinar los dientes, sino aquella sonrisa. Era tan plástica que si la vieran los directivos de Tupperware la contrarían al instante.

Distancia. Sabía que era eso lo que ella trataba de poner entre ellos. Él mismo había jugado ese juego con muchas mujeres en cuanto se aburrió de ellas. Conocía las señales. Estaba seguro de que estaría dispuesta a hacer cualquier cosa que le llevara al orgasmo con rapidez, luego pondría fin a cualquier intimidad e intentaría actuar como si no existiera nada entre ellos.

«Ni hablar».

—Ven aquí —exigió.

Ella frunció el ceño, haciendo que apareciera un surco entre sus cejas oscuras.

—Ya estoy aquí, tonto.

—Vuelve de donde te hayas ido, ángel. Vuelve conmigo, ofréceme ese culito, ese precioso coñito. Ven aquí, donde no puedas ocultarte de mí.

Ella se quedó paralizada.

—Yo… yo no me estoy ocultando.

Él arqueó una ceja. Del no sabía mentir.

—Entonces, no te importará regresar y entregarte a mí otra vez.

Del miró su rostro, mortalmente serio; el amplio pecho que subió cuando respiró hondo intentando calmarse, y luego bajó la vista a su duro tallo, erguido y grueso, más que preparado para ella.

Con una paciencia que no sabía que poseía, se recostó y esperó a que se decidiera. Por fin, ella gateó por la cama hacia él y se detuvo mostrándole las nalgas.

—¿O lo hacemos mejor de frente?

«Tentador, pero…».

—No. —La quería absolutamente vulnerable, que no pudiera ver lo que él estaba haciendo y tuviera que confiar en él.

Ella se mordió los labios. Él notó que se tensaba. La estaba poniendo nerviosa y tenía una buena razón para ello. Esbozó una sonrisa apenas perceptible. No iba a jugar a ese juego; pensaba estar más cerca que nunca de ella, hacerle sentir algo que nunca hubiera sentido. Quería que jamás dudara de que él tenía intención de poseerla por completo, ahora y siempre.

Ella vaciló.

—Estoy… un poco escocida.

No podía creer que ella mintiera para poner distancia entre ellos. Definitivamente, tenía que poner punto final a esa actitud en ese mismo momento.

—Lo tendré en cuenta. Date la vuelta, Del.

Ella tragó saliva.

—¿No podemos darnos una ducha? Aliviará mis músculos y podría… chupártela.

Una oferta tentadora, pero mucho más impersonal que lo que tenía en mente.

—Tampoco. Vuelve aquí. Ponte como estabas o dime qué demonios te molesta. Porque no te he follado lo suficiente como para que estés escocida. Cuando lo haga, lo estarás.

Ella vaciló, luchando consigo misma… Finalmente, respiró hondo; preparándose. Se dio la vuelta, exponiendo su trasero y su sexo, hinchado, empapado y vulnerable.

Tyler sospechó, por lo poco que conocía a Xander, que encontraría lo que necesitaba en el cajón de la mesilla de noche. Sin decir palabra, se puso en pie y lo abrió. «¡Bingo!». Tomó un objeto con rapidez y se colocó de nuevo detrás de ella. Del le miró por encima del hombro con vulnerables ojos azules.

—Háblame, ángel.

Ella parpadeó y la mirada de desamparo desapareció.

—No tengo nada que decir.

«Tonterías». Había mucho de qué hablar, y aunque ella no quería hacerlo ahora, no tardaría demasiado.

Mientras… Destapó el tubo que tenía en la mano y lo apretó, depositando una buena dosis de lubricante en la palma. Sabía que aquello podría provocar el efecto contrario al deseado. No habían hablado sobre sexo anal y ella no tenía experiencia al respecto. Pero sabía de sobra que ningún acto era tan íntimo como ése. Ella le permitiría algo que no le había permitido a ningún otro hombre. Le sentiría en lo más profundo de su cuerpo. No podría levantar esas barreras que quería forjar entre ellos. Conseguiría que todo lo que les separaba quedara fuera, incluido lo que ella trataba de esconder, y sólo quedarían ellos dos.

Extendió el lubricante por su erección al tiempo que la agarraba por el pelo con la otra mano.

—Te dije que íbamos a hacer las cosas a mi manera. Esto es lo que quiero, darte este placer. Tengo intención de asegurarme de que esta experiencia es diferente a cualquier otra que hayas tenido nunca. Y, cuando hayamos acabado, vamos a hablar; me dirás qué es eso que ocupa tu cabeza y te mantiene alejada de mí.

Antes de que ella pudiera negarse, frotó el resto del lubricante que le quedaba en los dedos en el frunce virgen entre sus nalgas.

Del entendió por fin sus intenciones.

—Tyler, yo no…

—Aún no —la corrigió—. Pero lo harás. Porque puedes, y no hay razón para contenerse, ángel. Voy a hacer que te guste.

Para probarle su punto de vista, presionó un dedo en el ano. Ella contuvo el aliento y contoneó las caderas. ¿Estaba intentando sentirle más adentro o desalojarle? No estaba seguro, pero el resultado fue que todo el dedo se deslizó en las cálidas profundidades.

¡Joder! Allí era todavía más caliente y estrecha. No duraría demasiado una vez que hubiera introducido allí su erección, pero iba a ser una experiencia inolvidable. Saber que era el primer, y último, hombre en tomarla tan íntimamente le volvía loco.

Se retiró durante un momento para presionar con dos dedos hacia el interior. Del no sólo contuvo la respiración en esa ocasión, además gimió. Un leve sonido involuntario de placer.

—Será todavía mejor cuando sea mi polla, ángel. ¿Crees que esto es demasiado intenso? Pues espera. Voy a follarte tan profundamente que te será imposible negar el placer. Sentirás cada uno de mis centímetros en tu interior, estaremos unidos por completo.

Iba a utilizar cada arma a su disposición para derribar sus defensas, para dejarla desnuda en cuerpo y alma y superar sus objeciones. Estaba seguro de que derribaría ese muro, fuera como fuera, hasta llegar a ella. No importaba qué barreras emocionales estuviera tratando de erigir, no durarían.

Lentamente, le soltó el pelo y le acarició la columna vertebral con la yema de los dedos, rodeándole la cintura antes de seguir por su vientre hasta aquel lugar entre sus muslos para frotar la carne tierna e hinchada. Era posible que notara un leve escozor, pero más que nada, estaba excitada. Su sexo estaba anegado y cuando le friccionó el clítoris, ella se estremeció. La vio echar la cabeza hacia atrás, el pelo oscuro ondulando sobre la piel hasta casi rozar las nalgas, excitándose todavía más. Esa mujer —su inteligencia, su determinación, la manera incondicional en que amaba a su hijo, el hecho de que fuera su hogar— era perfecta.

Con la mano derecha apuntó el glande al pequeño frunce y comenzó a presionar suavemente hasta que la punta de la erección se abrió camino en el tierno tejido.

—Tyler. —Ella se tensó y comenzó a arañar las sábanas.

Eran nervios, no dolor. Todavía no había traspasado el apretado anillo de músculos. Y a pesar de eso…

—Relájate, ángel. No voy a lastimarte.

Ella jadeaba.

—Eres muy grande. Y muy largo.

Notó el miedo en sus palabras. Le acarició la cadera, intentando tranquilizarla.

—Sí, voy a hundirme hasta el fondo. En lo más profundo. Pero no será doloroso. —Apretó la mano en el hueco de la espalda—. Arquéate para mí.

Ella sucumbió a la orden y él se concentró en su miembro, que se hundía en el recto de Del. Separó las nalgas con los dedos y observó cómo le aceptaba en su interior.

Por fin, la gruesa cordillera se topó con la barrera de los apretados músculos. Le clavó los pulgares en la carne para abrirla más al tiempo que le acariciaba las caderas con el resto de los dedos.

—Tranquila. Respira hondo e impúlsate hacia mí.

Para seducirla, le rozó el clítoris con la punta de los dedos. Ella contuvo el aliento al instante y se arqueó un poco más. La postura la abrió lo justo para que el glande traspasara el apretado anillo. Ella emitió un gritito de pánico y se quedó quieta. ¡Joder!, era como una prensa caliente que le oprimiera por todos lados con un calor que nunca había conocido.

Se obligó a avanzar más lentamente y penetró en ella, deslizándose hasta el fondo del apretado conducto. Cuanto más adentro, más estrecho era. Bajo su cuerpo, ella inclinaba la cabeza y clavaba las uñas en la cama.

—¿Te duele, ángel? —Se detuvo de inmediato y esperó, frotándole suavemente el clítoris para avivar el placer.

—Sí. No. Más. ¡Oh, Dios, más!

Una fiera sonrisa cubrió sus rasgos cuando hundió la polla hasta el fondo. Llenó los pulmones de aire y se tensó al notar que ella emitía un sonido de placer diferente a cualquier otro que hubiera escuchado nunca.

—Está bien, ángel. Estoy dentro. Por completo. A partir de ahora será muy bueno.

Ella asintió con la cabeza frenéticamente.

—¡Ahora! Por favor. Más. Todo.

Por fin, Del estaba con él en cuerpo y alma. Sólo pensaba en el placer que recorría su cuerpo, no en proteger su corazón. No quería hacerle daño, así que no podía follarla demasiado duro pero, definitivamente, iba a darle algo por lo que gritar.

Aceleró un poco el ritmo, probando a retirarse y a penetrarla con más rapidez. Apretada, sedosa, perfecta. Y sobre todo, suya. Se inclinó sobre su espalda. El sudor que hacía brillar su piel se mezcló con el que humedecía la de él. Aquello no iba a ser un viaje suave y tierno. Cuando más sintiera ella, más lucharía contra él. Y más tendría que insistir. Pero estaba decidido a hacer precisamente eso.

Volvió a rozarle el clítoris con los dedos otra vez al tiempo que apoyaba la barbilla en el punto donde se unen el cuello con el hombro para poder susurrarle al oído.

—Ángel, voy a estar aquí. Voy a tomarte de una manera tan profunda, que te vas a correr como no lo has hecho antes. Y vas a aceptarme aquí, de esta manera, hasta que te rindas a mí.

La jadeante respiración de Del se volvió entrecortada.

—¿Lo has entendido? —la apremió.

—Sí. ¡Sí! —gritó cuando él se impulsó con un poco más de fuerza.

¡Oh, Dios! El placer le sobrecogió. Notó que le subía un escalofrío por la espalda, que sus testículos se tensaban. En su interior, se estaba formando una tormenta perfecta de necesidad, afán de posesión y amor profundo. Quería reclamarla, marcarla, que a ella, y a todos los demás hombres del planeta, no les quedara absolutamente ninguna duda de a quién pertenecía.

Movió más rápido los dedos sobre su clítoris. Ella respondió retorciéndose, introduciendo la erección más profundamente en su ano. ¡Oh, por Dios!, no podría aguantar mucho más. Pero necesitaba más, quería verla entregada por completo.

Se incorporó y la alzó contra su torso hasta que ella tuvo la espalda pegada a su pecho. Sus pezones se erguían insolentes, apuñalando el aire, y levantó la mano para pellizcarlos, primero uno y luego el otro. En lugar de intentar escapar, ella subió los brazos y le agarró la cabeza, hundiéndole los dedos en el pelo.

Tras apretarle los pezones una última vez, clavó los dedos en sus caderas y comenzó a impulsarse contra ella cada vez más rápido, penetrándola más a fondo.

—Tómame. Todo. Por completo, ángel.

—Sí. —Ella empujó hacia atrás y el contacto entre sus cuerpos se convirtió en una frenética intimidad—. Necesito más.

Bombeó en su interior con un ritmo constante y brutal. Notó que a ella se le sonrojaba la piel, que comenzaba a tensarse y estremecerse. Que respiraba erráticamente. Otro ligero roce en los pezones le indicó que jamás los había tenido tan duros. Su sexo estaba hinchado y chorreante.

A pesar de lo mucho que quería perderse en el placer, había llegado el momento de aprovechar la ventaja.

—Cuando creas que ya hemos terminado, volveré a follarte otra vez. Y otra. Hasta que admitas que tenemos que estar juntos y me ruegues que nunca me detenga.

—Sí. ¡Dios, sí! —Ella giró la cabeza para besarle la mandíbula con frenesí.

—No sólo sexualmente —gruñó él—. Estamos bien juntos, punto. Hay algo entre nosotros y es mucho más que lujuria, ángel. ¿Verdad?

Del se impulsó de nuevo hacia él.

—Por favor, no hables. Sólo necesito…

—¿Necesitas o me necesitas?

Ella le soltó el cuello y se pellizcó los pezones. La imagen casi le hizo perder el control. ¡Maldición!, era hermosa, sexy y, sin embargo, dulce y familiar. Siempre había podido alejarse de cualquier mujer, incluso lo había hecho de ella cuando se lo pidió, pero no volvería a ocurrir.

Por mucho que le costara, tenía que hacerle entender aquello. La detuvo, sujetándola por las caderas, no podía permitir que se moviera. Todavía seguía alojado profundamente en su recto, pero quieto; sin acariciar su sensible clítoris, que ahora estaba duro y receptivo como una bomba a punto de explotar.

—¡Tyler! —chilló ella, corcoveando con frenesí.

—¡Contéstame! —gruñó en su oído—. ¿Es sólo sexo o soy yo?

—¿Por qué me haces esto? —se quejó ella, intentando moverse al tiempo que llevaba los dedos al clítoris.

Él le sujetó la muñeca para impedírselo. Con la otra mano mantuvo un agarre férreo sobre su cadera, inmovilizándola.

—El orgasmo barato que estás tratando de alcanzar no va a hacerte sentir tan bien como yo, y lo sabes. Responde a la pregunta.

Ella sollozó y se derrumbó. Él tuvo que sostenerla contra sí, jadeando en su oído para recordarle que no iba a permitir que se escapara.

—Eres tú, maldito seas. Siempre eres tú. ¿Es eso lo que querías escuchar?

La acusación en su voz fue como una cuchillada en el pecho, pero había sido honesta. No tuvo ninguna duda al respecto. Ahora que le había arrancado la verdad, tenía que complacerla, domarla, satisfacerla.

—Bien, ángel. Y siempre eres tú para mí. Desde el primer momento en que te toqué, siempre fuiste tú. Un día y otro, cada minuto, todo el tiempo. Nadie había significado nada para mí hasta que tú llegaste. En el momento en que llamaste a mi puerta en Lafayette sellaste tu destino. No permitiré que vuelvas a apartarte de mí. —Puede que hasta entonces no hubiera sabido nada de compromisos, pero no pensaba permitir que la amargada voz de su madre inundara su cabeza y le jodiera la vida. Y estaba decidido a conseguirlo—. Ahora, muévete conmigo.

Se retiró lentamente y volvió a penetrarla con aquel ritmo que la volvía loca. Debajo de él, Del balbuceaba y jadeaba, cada gemido más intenso que el anterior mientras volvía a tensarse.

Le deslizó los dedos por el clítoris.

—Vamos a unirnos y no retendrás nada. Luego vas a abrazarme y a besarme con todo lo que sientes. Yo te corresponderé de la misma manera.

La obligó a tumbarse en el colchón y cubrió su cuerpo con el suyo. Le puso una almohada bajo las caderas y se agarró al borde de la cama para impulsarse de una manera atormentadoramente lenta pero profunda. Del se derritió y él entrelazó los dedos de una mano con los suyos mientras llevaba la otra a su sexo para acariciarle el clítoris. Lo frotó con cada impulso sintiendo cómo palpitaba.

De pronto, los gemidos se convirtieron en sollozos. Ella se tensó hasta casi romperse, debajo de él, a su alrededor, moviéndose de una manera errática y aceptándole por completo. No había nada más que ellos y sus alientos compartidos, la pasión, los latidos, la emoción y la promesa de una intensa satisfacción.

—Dámelo, ángel. Córrete.

Ella negó con la cabeza.

—Es demasiado intenso. Voy a morirme.

—Yo estaré aquí —canturreó él con ternura—. Dámelo.

Embistió una vez más. Siguió impulsándose con cada aliento. Le entregó todo lo que sentía sin retener nada. Contra sus dedos, el clítoris se endureció de una manera increíble. Ella se mantuvo al borde del precipicio conteniendo la respiración, como si estuviera esperando la caricia final, la penetración perfecta. Tyler estaba allí con ella, sintiendo la corriente eléctrica que le oprimía los testículos mientras todo su cuerpo palpitaba. ¡Madre de Dios!, aquello iba a ser bestial.

—¡Ahora! —ordenó.

Y comenzó a penetrarla con un ritmo rápido y profundo, sin detenerse, sin misericordia…

Del comenzó a lloriquear. Un gemido gutural que sonaba casi roto. Notó que ella se estremecía, que se agarraba a él con más fuerza, que sus músculos internos se ceñían a su polla de una manera tan placentera como violenta, y no pudo hacer otra cosa que dejarse llevar por el rugido de su corazón. Soltó todas las amarras y comenzó a derramarse en su interior. Ante sus ojos comenzaron a bailar unas lucecitas al tiempo que se ponía rígido de pies a cabeza mientras vaciaba toda su esencia, todo lo que era, en ella.

Por fin, recordó cómo se respiraba. Su mente volvió a encenderse unos segundos después, y se encontró a Del sollozando y estremeciéndose bajo él.

Muerto de miedo, se retiró con cuidado y se deshizo del condón. Luego la tomó entre sus brazos y la miró con el ceño fruncido por la preocupación. No estaba dolorida, pero sus ojos azules eran mares suplicantes y las lágrimas se deslizaban por sus mejillas.

—Tyler… —Ella le rodeó el cuello con los brazos.

—Ángel. —La estrechó contra su cuerpo, abrazándola con todas sus fuerzas.

La había desarmado por completo, ahora tenía que volver a armarla.

Todavía con la respiración jadeante, fusionó sus labios y se permitió dar rienda suelta a todas las emociones que le inundaban. El cansancio, la reverencia que estaba reservando para alguien especial, la promesa silenciosa de amarla y protegerla, la determinación de no dejarla marchar jamás.

Y ella se entregó y lo aceptó. Tomó todo lo que él le daba y le devolvió lo que había en su propio corazón: confusión, la absoluta desnudez en cuerpo y alma, el temor de no ser suficiente para él, la gratitud por haberle proporcionado un placer tan profundo que no había palabras para expresarlo. Y amor. Sí, allí estaba. Debajo de todo aquel complicado enredo de emociones que contenía aquel beso estaba la sombría aceptación que él buscaba. No estaba lista todavía para confiarle por completo su corazón, pero iba a arriesgarse, a entregarse, esperando que no la venciera.

Quizá ahora tuvieran alguna oportunidad.

Treinta minutos, y un largo baño caliente, después, Tyler la depositó en la cama. Mientras la abrazaba en silencio, Delaney sintió el peso del momento. Si él había tenido intención de ofrecerle una experiencia vinculante, había tenido éxito. Incluso ahora podía sentirle profundamente en su interior, donde ningún otro hombre había estado, reclamando la posesión de su cuerpo. Todavía podía notar la avalancha de placer inundándole cada rincón de su cuerpo. Y, mientras yacía en la cama, acurrucada a su lado, podía sentir la suavidad de sus caricias.

Se vio forzada a admitir que Tyler poseía sentimientos auténticos por ella, muchos más de los que le creía capaz.

¿Y ahora qué?

—Piensas demasiado —susurró Tyler—. Sólo… déjalo estar.

Del se estremeció. Siempre se había esforzado por planear el futuro, por saber adónde la llevaba el camino que se extendía ante ella. La edad y la experiencia le habían enseñado que, algunas veces, eso no era posible. Ésta era una de esas veces, pero aún así le resultaba frustrante.

—¿Por qué me has obligado a sentir?

—Porque somos un equipo. Luchamos juntos contra Carlson. Somos los padres de Seth. Somos amantes. Quiero más y creo que tú también. Debemos ser honestos el uno con el otro y tú te escondías.

—Por supuesto que siento algo por ti. Pensaba que era evidente. Te he confiado a nuestro hijo, mi vida y todos mis secretos. He intentado mantener en privado el resto. Puede que lo que ocurrió hace dos años significara algo para ti, pero nunca has querido más.

—El tiempo que he pasado alejado de ti me ha hecho ver las cosas de manera diferente. Te perdí una vez; no ocurrirá de nuevo.

Ella intentó disimular la sorpresa. Tyler estaba queriendo decir realmente lo que ella pensaba.

—Tyler, ¿qué significa esto? Vale, te importo, pero no es como si estuvieras enamorado de mí.

—¿Estás segura? —Su mirada verde la miró ardiente, desafiándola a que lo negara. Si lo hacía, estaba preparado para emprender otra batalla tan feroz y devastadora como la última.

Ella vaciló. Si la hubiera desafiado el día anterior de esa manera, incluso una hora antes, seguramente le habría dicho que lo que sentía era pasajero. Ahora… No sólo habían mantenido sexo anal, él le había dicho con su cuerpo cuánto quería estar con ella, reclamarla y hacerla suya. Y ahora se lo decía a viva voz. Quizá… Quizá la amara aunque sólo fuera un poco. ¿Estaba preparada para eso?

Contuvo el aliento. Una parte de ella quería creerle desesperadamente. Otra parte estaba asustada. Él suspiró y la abrazó con fuerza.

—Imagino que estarás aterrada. Te estoy pidiendo que creas algo que habría parecido imposible hace dos años. Después de todo ese tiempo sola, de un amargo divorcio, de tener que criar a Seth sin ayuda… Lo entiendo. Pero entiéndeme tú, ¿no puedes arriesgarte por mí? Si no lo haces te preguntarás siempre «¿y si hubiera funcionado?».

Tyler tenía razón. Se acordó de todos los meses de embarazo en los que se había preguntado qué hubiera pensado él de su cuerpo, cada vez más grande; de aquella manifestación de la vida que había plantado en su interior. Se acordó de las noches sin dormir cuando Seth era un bebé, en las que se preguntó si él estaría orgulloso de su hijo. Había anhelado el amor y la aprobación de ese hombre. Nada había cambiado, sólo que ella se había acostumbrado a tener el corazón helado, a salvo en su pecho.

Que siguiera en ese estado era seguro, pero ¿era lo que podría hacerla realmente feliz?

Entrelazó sus dedos con los de él.

—Tienes razón. Sólo necesito tiempo.

Él vaciló, luego la pegó a su cuerpo, intentando sonreír.

—Está bien. Te tengo aquí conmigo, ¿qué más puedo pedir?