Capítulo 12

Tyler observó con desagrado la amplia sonrisa que esbozó Xander cuando le tendió la mano a Del.

—Encantado de conocerte. Por lo que veo, has oído hablar de mí.

¿Y quién no lo había hecho? Cualquier habitante de Los Ángeles había escuchado hablar de las míticas cruzadas de los hermanos Santiago y de su dinero. No podía creer que ése fuera el amigo que Logan había hecho en un club de BDSM de Dallas. No obstante, si a Xander le gustaba atar y azotar a las mujeres, le resultaría difícil hacerlo en esa ciudad donde todo el mundo le conocía. Al disponer de avión privado, el relativo anonimato que le proporcionaba un club en el centro del país estaba a sólo unas horas.

—Claro que sí. Me llamo Delaney. —Le estrechó la mano—. He nacido en Los Ángeles.

Xander sonrió, sus ojos color avellana centellaron con picardía bajo las marcadas cejas y el corte de pelo de doscientos dólares. Entendía perfectamente el motivo de que hubiera habido tantas mujeres dispuestas a echarle una mano a lo largo de todo el país. Además de ser asquerosamente rico, era un cabrón muy atractivo y le gustaba flirtear. Luchó contra el deseo de darle un puñetazo en esa cara perfecta por haberse atrevido a acariciar a Del con la vista.

Apretó los dientes y observó la manera en que el niño bonito se llevaba la mano de Del a los labios.

—No cabe duda, en Los Ángeles hay mujeres increíblemente hermosas.

—Muchas de las cuales están pilladas. Yo soy Tyler. —Se interpuso entre ellos y lanzó a Xander una mirada furibunda.

—Lástima… —El millonario miró a Del por encima de su hombro y le guiñó un ojo.

—Además, soy periodista —informó ella alzando una ceja.

Xander retrocedió en un movimiento instintivo. La juguetona sonrisa había desaparecido de su rostro.

—Jamás he escrito sobre ti —aclaró ella con rapidez.

—Pues espero que siga siendo así —murmuró Xander—. Vámonos. He mantenido una breve conversación con Jack sobre vuestra situación. Podría ser peligroso que permanezcáis en lugares públicos. Carlson podría localizaros a través de las cámaras de seguridad o de los radares de tráfico. Por lo general, este lugar está bajo vigilancia, pero al tratarse de un pequeño aeropuerto interurbano he logrado anular la cámara durante diez minutos… Ya sabéis, un funcionamiento defectuoso.

Tenía que reconocer que el niño bonito se había ocupado del tema bastante bien. Pero después de haber tenido que ver a Eric abusando de Del, se sentiría mucho más feliz si no tuviera que ver también cómo Xander le hacía ojitos a su chica.

Un momento después, se detuvo a su lado una impresionante limusina negra. Una hermosa rubia platino, uniformada con una falda tan corta que debía ser considerada ilegal, salió del vehículo y les abrió la puerta trasera.

—Señor Santiago.

—Karissa. —Xander asintió con la cabeza al tiempo que se acercaba a ella y le daba una palmadita en el trasero—. Me alegro de verte.

La expresión de la chófer no cambió, pero su cuerpo pareció suavizarse. Se acercó a Xander; era evidente que había algo entre ellos.

Tyler tomó la mano de Del y la condujo al interior. Después trasladó sus escasas pertenencias al maletero de la limusina. Cuando se subió al amplio habitáculo, se encontró a Xander ofreciendo a la joven una copa de champán.

—¿Qué demonios celebramos? —preguntó.

El móvil de Xander comenzó a sonar.

—Que estáis a punto de desaparecer hasta que estéis preparados para que Carlson os encuentre.

—¿Le conoces? —indagó Del.

—No personalmente, pero no he escuchado nada bueno de él. Tengo mis propios informadores —respondió antes de presionar el botón con un suspiro—. Javier, no hace ni veinte minutos que he aterrizado, ¿qué quieres?

Ignoró la conversación de Xander. Pasó un brazo por los hombros de Del y la acercó a su cuerpo. Se acomodaron juntos en los suaves asientos de piel. El anonimato que proporcionaban los cristales tintados debería conseguir que se relajara un poco, pero la necesidad de golpear a alguien todavía no se había disipado.

¡Joder!, tenía que controlarse. Del no necesitaba más presión en ese momento.

—¿Estás bien? —le murmuró al oído.

Ella asintió con la cabeza.

—Un día largo.

—Estoy aquí para cualquier cosa que necesites.

Ella se dio la vuelta y clavó en él sus intensos ojos azules, oscuros como un mar interminable. Contuvo el deseo de arrancarle las bragas, hundir la cabeza entre sus piernas y llevarla al orgasmo una vez tras otra hasta que estuvieran agotados. Parecía como si ella quisiera discutir sobre su compromiso, o la falta de él, otra vez, y se preparó para rebatir cada uno de sus argumentos, conteniendo la cólera. ¿Es que no entendía que después de la escena con Eric, y todavía con el dulce sabor de sus labios en la boca, la adrenalina que surcaba sus venas era la que tenía el control de sus actos?

—No —insistió Xander al teléfono—. No necesitas otro litro de vodka. Lo que necesitas es pensar. ¡Por Dios!, si ni siquiera son las cinco de la tarde. —Hizo una pausa, escuchando—. Sí, ya sé que soy tu hermano, no tu guardián, pero me has pedido consejo, otra vez, así que te lo doy. Francesca se ha ido y lo siento. Sin embargo, era mala para ti; tienes que seguir adelante.

El tono de voz de Xander le hizo levantar la vista. Así que, después de todo, el señor perfecto no tenía una vida perfecta.

Xander hizo una mueca de preocupación y apretó el teléfono.

—Estaré ahí dentro de una hora. Oye, que no se te ocurra hacer nada antes de que yo llegue. Prométemelo. —Suspiró de alivio—. Te llevaré a Látigo[2] esta noche. No, no quiero excusas. Necesitas aprender un poco de autodisciplina aunque tenga que hacértela tragar.

«¿Látigo?». Tyler había aprendido el suficiente español en el Departamento de Policía de Los Ángeles como para saber lo que significaba la palabra. ¿Indicaba eso que Xander tenía intención de llevar a su hermano a un club de BDSM? ¿Para entrenarle como Amo? Durante los dos últimos años había escuchado suficientes conversaciones entre Jack, Hunter y Logan como para suponer que se refería, exactamente, a eso.

Xander colgó y se metió el móvil en el bolsillo.

—Lo siento.

—¿Le ocurre algo a tu hermano? —preguntó Del con preocupación—. He leído que su esposa ha desaparecido. ¿La ha visto alguien desde que se le perdió la pista en Aruba?

—¿Está preguntando la periodista o la amiga? —la desafió Xander.

—Quizá sólo esté intentando ser amable, aunque en realidad le importa una mierda lo que le ocurre a tu cuñada —gruñó Tyler.

—Jamás traicionaría a alguien que está tratando de ayudarme a seguir con vida, en especial con un reportaje. —Del puso una mano suave sobre Xander.

Tyler intentó no dejarse llevar por la ira y apartársela antes de hacer a Xander una cara nueva que nadie reconocería. Hmm, quizá ésa fuera una respuesta desmedida a la situación. Sólo quizá.

—No todos tus colegas de profesión tienen los mismos escrúpulos. —Xander tomó un sorbo de champán antes de hacer una mueca y dejarlo a un lado—. Francesca es una cabrona, y a Javier le importa tanto perderla de vista como que le pase un tráiler por encima. Parece totalmente ido y no sé cómo ayudarle. Pero ése es mi problema. Tú ya tienes suficiente con los tuyos.

Xander forzó una rígida sonrisa y un incómodo silencio se instaló en la limusina mientras el conductor se desviaba hacia el Este, por la I-10.

—¿Adónde nos dirigimos? —preguntó Tyler. Se daba cuenta de que no sonaba demasiado amable, pero no estaba de humor para andarse con sutilezas. El día había sido nefasto. Su estado de ánimo era horrible y necesitaba estar a solas con Del, incluso aunque sólo fuera para abrazarla y asegurarse de que estaba sana y salva.

—Hace poco adquirí un pequeño rincón donde poder disfrutar de un poco de privacidad. Posee unas buenas vistas sobre la ciudad. La escritura está a nombre de una sociedad mercantil, lo que la mantiene alejada de la prensa. —Xander dirigió a Del una mirada penetrante—. Así que, incluso aunque alguien logre relacionarnos, no sospechará que estáis allí.

Una vez más, el niño bonito había pensado en todo. Se estaba ganando su respeto.

Xander tomó el móvil otra vez y marcó un número. En menos de tres minutos consiguió que las cámaras de seguridad del lugar al que se dirigían dejaran de funcionar durante dos días. Tyler deseó poder recurrir a ese truco cada vez que lo necesitara. Poderoso caballero era don dinero. Supuso que el saldo de la cuenta bancaria de Xander era igual al producto interior bruto de un país pequeño.

Atravesaron lentamente el denso tráfico de Los Ángeles hasta tomar la autovía 405, desviándose hacia un distrito en lo alto de las colinas circundantes. Una vez allí no tardaron demasiado en traspasar una cerca. Un alto y espeso seto, macizos de flores y un montón de árboles ocultaban el edificio que había en el interior del recinto. Tyler tuvo el presentimiento de que aquella sencillez era sólo aparente y que iban a encontrarse con algo impresionante.

La limusina recorrió el camino de acceso privado hasta la edificación. El lugar había sido proyectado al estilo hollywoodiense, pero contaba con una nota de modernismo. Altas y arqueadas ventanas doradas, pórticos y cristales. Palmeras, un césped perfectamente cortado y una fuente de piedras naturales en mitad de una rotonda hablaban de abundancia. Del se apoyó en él, mirando a su alrededor con cierto desaliento. ¡Dios! Tyler había crecido en un remolque oxidado con el suelo inclinado y con una madre que se fumaba un cigarrillo tras otro. ¿Qué pintaba en un lugar como aquél?

Estaba allí para proteger a Delaney. La ciñó con su brazo.

Xander le lanzó una llave que cogió en el aire.

—Era un viejo hotel, pero ha acabado convertido en ocho apartamentos. Estáis en el ático. Tengo que marcharme a ayudar a mi hermano —informó. No parecía que la idea le hiciera demasiado feliz—. Sentíos en vuestra casa. Me reuniré con vosotros tan pronto como pueda.

—Gracias —intervino Del—. Intentaremos molestar lo menos posible.

—No os apuréis. No tengo demasiado personal, sólo una criada. Os puede hacer la comida si es necesario. No contéis conmigo esta noche; dormiré en casa de mi hermano porque es probable que necesite compañía. Y si me cabrea más de la cuenta, la casa familiar tiene dieciséis dormitorios. Estoy seguro de que estaré a gusto en alguno. —Xander sonrió.

—Espero que todo vaya bien con Javier. Quizá con un poco de ánimo…

—Mi hermano necesita mucho más que ánimo. Necesita un cambio radical, y tendré que encontrar al menos a una persona en el planeta que no crea que es un asesino cruel. Tiene que saber que su vida es importante. —Suspiró—. Aquí estaréis a salvo. Llamadme si necesitáis algo.

—Gracias. —Tyler le estrechó la mano, pero sólo porque no se había esforzado demasiado en seducir a Del.

La conductora abrió la puerta trasera y sacó su equipaje del maletero antes de que pudiera hacerlo él. Agarró las bolsas y entró con Del pisándole los talones. La limusina, con Xander en el interior, arrancó en cuanto se alejaron.

Él se mantuvo en silencio durante la lenta y ominosa subida en el ascensor hasta el último piso. O hacía eso o arrancaba la ropa a Del y la empalaba con su dura erección. Pensar en ello le ponía todavía más duro. Y ¡joder!, ella no necesitaba que la atacaran dos veces en el mismo día.

Salieron del ascensor y se encontraron con una pared de piedra. Arrastró el equipaje por el suelo de madera oscura antes de introducir la llave en la única puerta existente. Entraron un momento después.

Se quedó boquiabierto. El suelo era de la misma madera que el descansillo, sí, pero el resto del entorno era de un luminoso y moderno color blanco; paredes, sofás de piel, alfombras… incluso una pequeña cómoda. Una mesita de café metálica, una otomana de mimbre y una estatua de plata de una mujer semidesnuda, con la cabeza echada hacia atrás en el momento del orgasmo, completaban el espacio. Había una enorme pantalla de plasma casi tan grande como la pared y, más allá, el comedor y la cocina. Pero el centro neurálgico del apartamento era esa estancia dominada por un ventanal de suelo a techo sobre la ciudad. La vista era casi mareante. Era evidente que todo aquello había costado millones.

Al otro lado de la cristalera había una terraza en sombras que se extendía a lo largo del apartamento. Una mesa rústica con sillas a juego y una barbacoa la convertían en el lugar perfecto para disfrutar de la piscina con borde infinito. ¡Dios!, debía ser una pasada meterse allí al final del día y ver la ciudad a tus pies. Estaba seguro de que todos los apartamentos que había poseído cabían allí dentro.

—¡Ohh, Dios! —suspiró Del a su espalda—. ¿Está mal que quiera bañarme en esa piscina?

—No. —¡Joder!, si ella se metía en el agua, él la seguiría… y no precisamente para nadar.

¡Tenía que dejar de pensar en el sexo! No iba a acostarse con ella esa noche. Del necesitaba tiempo, «métete esa idea en la cabeza, tío».

—Nadaremos esta noche, si lo deseas.

—No he traído bañador.

Esas palabras le pusieron todavía más duro. Si no llevara la camiseta por fuera del pantalón su estado sería muy evidente.

—Otra razón para esperar a que sea de noche. Habrá menos posibilidades de que te vean.

—No había pensado en eso. —La vio estremecerse—. De todas maneras, debería concentrarme en el caso. Tengo que dedicar algún tiempo a recordar todos los detalles que pueda para volver a entrevistarme con mis informantes.

Brillante, inteligente, dedicada… Todo lo que descubría en ella hacía que la quisiera más.

—¿Ya te sientes más optimista?

Ella se encogió de hombros.

—No me queda más remedio.

«Buena actitud».

—Ahora vengo —murmuró él antes de llevar el equipaje por el pasillo hasta el dormitorio principal.

Después de echar una rápida ojeada al resto de las habitaciones, encontró una con una cama enorme y cuarto de baño privado, gimnasio a la última, despacho y una puerta cerrada. Era la estancia más opulenta que hubiera visto nunca, y poseía, por supuesto, amplias e interminables vistas sobre la ciudad. Dejó allí el equipaje. Puede que ella quisiera dormir sola, pero no iba a hacerlo. Después de lo ocurrido con Eric, se contendría y no la tocaría hasta que ella se lo pidiera, pero pensaba cobijarla entre sus brazos durante toda la noche.

Regresó al salón y la encontró frente al ventanal, abrazándose a sí misma como si tuviera frío. Miraba fijamente la puesta de sol con expresión pensativa.

Se colocó a su espalda, conteniéndose para no abrumarla, aunque deseando que la camiseta desapareciera ante sus ojos y dejara expuesta aquella hermosa piel. Se clavó los dedos en los muslos.

—¿Tienes hambre?

—No. He echado un vistazo en la cocina. No he visto a la criada, pero la nevera está llena, por si quieres comer algo.

Quería, pero podía esperar.

—Pareces agotada. Ya sé que el reportaje es importante, pero ¿por qué no echas una cabezadita? Descansar un poco te vendrá bien. Hay una cama enorme con dosel y todo. Estoy seguro de que la cuenta de la lavandería es impresionante.

Ella curvó los labios levemente. ¡Oh, Dios! Quería volver a besarla. No, no era eso. Quería poseer esa boca; adueñarse de ella; tener el derecho de tomarla cuando y de la forma que quisiera. Soltó un suspiro de frustración.

Eso de «sexo sólo mientras durara aquello» no era para él. No quería ni imaginar el momento en el que Del se alejara con su hijo. Era posible que su madre creyera que era la clase de hombre que abandonaría a su familia, como su padre, pero no era cierto. No quería apartarse de ella. No quería que fuera libre para enamorarse de otro hombre, para casarse con otro y que le diera más hijos.

¡Oh, joder!, incluso el simple pensamiento le enfurecía. Aunque no había dejado de estar furioso desde que salieron de casa de Eric.

—¿Qué vas a hacer tú?

Contener la frustración y canalizar la energía reprimida.

—Creo que iré a correr en la cinta y a estrenar las pesas del gimnasio.

Del le miró. Tenía el ceño fruncido y le hizo sentir como si estuviera intentando leerle los pensamientos.

—¿Puedes abrazarme, Tyler?

Se puso tenso al escuchar la petición. Por supuesto que quería abrazarla. Pero el problema era si sería capaz de hacer sólo eso. Daba igual, de alguna manera tendría que encontrar la manera de conseguirlo.

—Claro. —Le envolvió la cintura con un brazo y le acarició el pelo con la otra, sosteniéndola en una posición que esperaba que le resultara confortable y le permitía conservar cierta distancia entre el cuerpo de Del y su dura erección.

—¿Qué tal está tu muñeca? —se interesó ella.

No había vuelto a pensar en ella desde que salieron de casa de Eric. Alzó el brazo y la miró. La sangre se había secado dejando una costra desigual y una leve marca. No tenía importancia.

—Me la lavaré más tarde.

—Estabas preocupado por mí… —susurró ella.

—Por supuesto. No sabía lo que quería hacerte. No es el mismo hombre que conocí.

—Eric perdió los papeles y actuó como un imbécil. Me… me sorprendió —admitió ella—. Todo me resultó muy surrealista. Jamás imaginé que el hombre con el que me casé fuera capaz de hacerme daño.

—¿De veras? Tuvo el valor de esposarme a la nevera para obligarme a mirar cómo se propasaba contigo. Quise matarle. Todavía lo haría si lo tuviera delante.

—Entonces… cuando le di la patada en la entrepierna, fue como si el dolor le hubiera devuelto la conciencia. O como si el dolor fuera más intenso que su cólera. Todavía no lo entiendo.

—Yo tampoco, ángel. Me alegro de que le atacaras y de que no llegara a hacerte nada más. —Aquella conversación no ayudaba a que ella olvidara los hechos. Abrió los brazos—. Ven aquí.

Del se acurrucó contra su cuerpo, acomodándose contra su erección… Y se quedó paralizada. Él cerró los ojos.

«Lo has estropeado todo».

—Estás… tenso.

Intentó respirar hondo y relajarse. Lo último que necesitaba era asustarla. Ya había tenido suficiente por ese día.

Pero la tensión no desaparecía. En un rincón vio un mueble bar. Había una botella de vodka sin abrir sobre el mostrador. Parecía llamarle. Aquella noche, después de que ella se hubiera acostado… Sí, eso haría. Unos cuantos kilómetros en la cinta, un par de pajas en la ducha y aquella botella podrían conseguir que no saltara sobre Del en el momento en que ella bajara la guardia. Al menos eso esperaba.

Del frunció el ceño al ver que Tyler se alejaba de ella. Estaba rígido, tenía los nervios a punto de estallar. Parecía nervioso. Duro por todas partes.

—¿Puedo hacer algo por ti antes de irme a la cinta?

Iba a decirle que no se molestara por ella, pero antes de abrir la boca se dio cuenta de lo que ocurría en realidad. Tyler había estado tenso desde el encuentro con Eric, rezumaba adrenalina por cada poro de su piel. Muchas veces, después de un trabajo intenso, Eric había querido correr, pelear o… follar.

Tragó saliva mientras lo miraba fijamente. Así que era eso. Necesitaba deshacerse de la tensión, pero estaba dispuesto a alejarse de ella y a desahogarse en el gimnasio en vez de correr el riesgo de contrariarla. Se derritió por dentro.

Sí, tenía que intentar recuperar la información del caso, pero Tyler la necesitaba en ese mismo instante. Después de la manera en que se había volcado para ayudarla desde que se presentó en el umbral de su casa, quería darle algo a cambio.

—¿Me acompañas a la cama? —sugirió.

A Tyler le palpitó un músculo en la mandíbula, pero asintió con la cabeza y la siguió por el pasillo. Ella caminó lentamente, consciente de los ardientes ojos que se clavaban en su trasero. Meneó las caderas deliberadamente mientras le guiaba al dormitorio principal. Quizá debería tener miedo de estar con un hombre después de lo que le había ocurrido con Eric ese mismo día, pero sabía que Tyler se cortaría un brazo antes de hacerle daño.

La enorme cama de matrimonio que dominaba el espacio estaba cubierta con una colcha color chocolate de estampados abstractos en tono crema; tenía un dosel que llegaba al techo desde el cabecero. Dos mesillas de noche minimalistas flanqueaban el lecho. Las líneas del conjunto resultaban casi demasiado modernas, pero el ambiente cálido que creaba la madera conseguía que la estancia no resultara impersonal.

En la esquina, un sillón de un acogedor color dorado, con más madera alrededor.

Se mantuvo de espaldas a Tyler mientras se quitaba la camiseta y la dejaba caer. Luego, con un giro de muñeca, hizo que el sujetador siguiera el mismo camino.

Detrás, él contuvo el aliento.

¡Oh, Dios! La tensión espesaba el aire entre ellos y la envolvía por completo, provocando hormigueos por todo su cuerpo. La sangre le hirvió en las venas. Y sí, para su vergüenza, tenía las bragas mojadas.

Tyler la hacía sentir así sin proponérselo. Deseada, femenina, entera y perfecta.

Llevó la mano a la cinturilla de los vaqueros. De repente, él se inclinó hacia ella y le sujetó las muñecas con una fuerza casi dolorosa.

—No sigas —rogó él.

Ella le miró por encima del hombro. Tenía la cara tensa, los labios apretados; le palpitaba una vena en la sien. Tyler había invadido su espacio personal y ella notaba su dura erección contra las nalgas.

—Ven a la cama conmigo —le pidió sosteniéndole la mirada. Él ensanchó las fosas nasales y le apretó más las muñecas.

—No sabes lo que estás pidiéndome.

—Estás a punto de estallar. Tienes que relajarte. Déjame darte lo que necesitas.

Al instante, la soltó y se dio la vuelta.

—Eso es una mala idea. ¡Y no quiero tu lástima!

—No siento lástima por ti, Tyler. Te deseo.

Él negó con la cabeza con la vista clavada en la imagen de la ciudad, parecía resuelto a no mirarla.

—Ni se te ocurra pensar que abrirte de piernas para mí es una especie de cura para mi apestoso malhumor. Yo también te deseo, pero no así. No después de lo que Eric te ha hecho pasar. Deja que desahogue la frustración de otra manera.

Ella no respondió; se limitó a quitarse los vaqueros y las bragas.

Sabía que él escuchaba el susurro de la ropa. Su postura erguida, la columna rígida, incluso los pies separados, decían que sabía que estaba desnuda. Su control pendía de un hilo; pero ella quería que se dejara llevar por la pasión. Quería ser lo que él necesitaba, lo que le relajara. No era el momento de pensar en los porqués. Si lo hacía, acabaría aterrada. Por ahora, llegaba con estar allí con él.

Caminó descalza sobre la gruesa alfombra de lana. Agarró la camiseta de Tyler y tiró hacia abajo, revelando los rígidos tendones de su cuello y parte del hombro. Se puso de puntillas para posar los labios en ese punto y él se tensó todavía más bajo su boca.

—Tyler… —suspiró.

Él apretó los puños.

—Después de lo que te ha hecho Eric mereces un poco de ternura. Yo no podré ser suave.

Ella acercó los labios a su oreja al tiempo que presionaba los pechos contra su espalda.

—Ven a la cama.

—¡Jesús, Del! —Se dio la vuelta y retrocedió—. Te lo digo en serio…

Se quedó sin voz cuando bajó la vista por su cuerpo, deteniéndola entre sus piernas. Tragó saliva antes de mirarla a los ojos. Sus pupilas estaban tan dilatadas, tan hambrientas de deseo, que ella notó que su sexo palpitaba de necesidad.

Se pasó la mano por el vientre, acariciándose cada vez más abajo hasta que rozó el clítoris con la punta de los dedos y comenzó a trazar lentos círculos. Él no apartó la mirada, no parpadeó… Sus ojos ardían.

Por una vez, se sintió no sólo sexy, sino poderosa. No tuvo ninguna duda de que ese hombre la deseaba. El sexo con Eric había sido inconstante y a menudo poco satisfactorio. La mayoría de las veces, cuando ella se había insinuado, él la había rechazado con algo entre irritación y molestia. Con Tyler no pasaba eso, la deseaba. Y cuando desataba su lado más oscuro… El pensamiento la hizo temblar.

—Por favor, Tyler. —Cerró los párpados y dejó caer la cabeza, tocándose cada vez con más ansia.

Él se la comió con los ojos. Sus miradas se fundieron cuando ella le desafió abiertamente. Notó que Tyler apretaba los puños y jadeaba; parecía a punto de explotar.

—¡Joder! —bramó él, a la vez que daba un paso hacia ella. Le tomó la muñeca y le retiró con brusquedad la mano del clítoris—. Si te hago daño, dímelo.

Ella asintió con la cabeza.

—Prométemelo —exigió—. Dilo en voz alta.

—Por supuesto, yo…

No le dio tiempo a decir nada más antes de que Tyler se llevara sus dedos mojados a la boca. Los lamió con un gemido y dejó salir todo lo que había estado reteniendo.

La alzó entre sus brazos y se dirigió a la pared más cercana, apretándola bruscamente contra ella.

—Tengo que tener tu coño, Del. Es mío. Para saborearlo, acariciarlo. Para follarlo. Mío.

Aquellos ojos verdes la taladraron, haciendo que se le detuviera el corazón durante un momento antes de acelerarse otra vez. Se le erizaron los pezones. Él parecía esperar una respuesta, así que asintió con la cabeza. Al cabo de una hora, volvería a pertenecerse a sí misma, pero ahora él necesitaba que fuera suya.

Leyó una primitiva satisfacción en la cara de Tyler antes de que se le dilataran las fosas nasales. Entonces, él se inclinó, le rodeó cada muslo con un brazo y la alzó, ayudándose de la pared.

—¿Tyler?

—Mío —gruñó él en respuesta.

Lo siguiente que supo fue que él se había colocado los muslos sobre los hombros y que la apoyaba contra la pared, a considerable altura del suelo. La movió hasta que su sexo quedó alineado con su boca. Sus intenciones eran claras como el cristal.

En esa posición ella no podía hacer nada, no podía moverse. No tenía ningún control.

—Tyler.

Él no respondió. En lugar de eso, se inclinó hacia su cuerpo y se hundió en los pliegues empapados. Le dio un toquecito en el clítoris con la lengua que la hizo contener el aliento. La sensación que provocó la atravesó como un ardiente relámpago. Se sintió viva y consciente de todo. Sintió un deseo tan intenso que se preguntó si comenzaría a arder. La barba incipiente que le cubría las mejillas le raspaba el interior de los muslos con cada movimiento. El aliento de Tyler era caliente, jadeante, completamente imparable, y la devoró como si fuera una fruta madura, sumergiéndose en su carne antes de lamer las gotas de néctar que manaban de su sexo.

El orgasmo se aproximaba con rapidez. No la había besado, no la había tocado en ninguna otra parte. Jamás hubiera creído que podría excitarse sin ningún tipo de seducción, pero el absoluto abandono a la demanda de Tyler la hacía arder. Sus pensamientos comenzaron a nublarse a medida que crecía el placer. Contuvo el aliento, apretó las manos contra la pared y se dejó llevar.

Cuando él le clavó la lengua en la vagina, no pudo evitar agarrarse a él con todas sus fuerzas.

—Córrete. —Él le lamió el clítoris antes de volver a sumergir la lengua en su interior.

La disparidad de sensaciones estimuló de inmediato todas las terminaciones nerviosas y la lanzó de cabeza a la liberación.

Gimió sin contención. Tensó las piernas, su respiración se aceleró y gritó jadeante. Aquel orgasmo iba a ser intenso e interminable, su proximidad le hizo palpitar el corazón. Tyler lo quería así, lo demandaba, y ella no pudo hacer otra cosa que dárselo.

La presión subió imparable. Todo su sexo latía de necesidad. En ese momento, capturó el clítoris y lo succionó de manera despiadada. Se dejó ir con un grito interminable.

Las oleadas de placer fueron feroces e intensas y la atravesaron como un relámpago. Sus gemidos resonaron en el apartamento, llenando sus oídos de una infinita corriente de deseo que la dejó jadeante.

Tyler no estaba dispuesto a detenerse. Provocarle un orgasmo no le había apaciguado. Siguió lamiéndola, cada vez más rápido, devorándola con más voracidad.

—Otra vez —le exigió él.

N-no puedo. Oh, Dios… —Su sexo seguía pulsando con cada toquecito, con cada caricia de su lengua.

—Tonterías. —Su voz le indicó que tenía intención de desmentirla.

—Es demasiado. Demasiado pronto —jadeó.

—Déjate llevar —gruñó él—. Dime que pare o déjate llevar.

—No pares. —Se moriría si la dejaba ahora.

Tyler comenzó a beber de ella sin titubear. La implacable atención que dedicó a su clítoris convirtió el placer en una sensación increíble, casi dolorosa. Se balanceó en el límite, lloriqueando. Trató de agarrarse a algo, pero él la había puesto en una posición en la que no podía moverse, no podía hacer nada salvo permitir que hundiera la cabeza entre sus piernas y su lengua en su carne anhelante. Ella sólo podía sentir. ¡Oh, Dios!, no podía evitarlo.

Él siguió imponiéndose, excitándola sin parar, multiplicando su éxtasis. Subió cada vez más arriba, más alto de lo que jamás hubiera imaginado y, mucho menos, sentido. Cada jadeo, cada lametón, cada presión de sus dientes avivaba el fuego. Estaba abocada sin remedio a un éxtasis sin fin.

Lo dejó llegar con un grito de placer.

—¡Tyler!

—No te contengas, Del. —En la voz de Tyler vibraba un primitivo orgullo—. Tu sexo está hinchado, es como comer un melocotón maduro. Auméntame más. Córrete otra vez.

Ella se puso rígida antes de estremecerse sin control. Golpeó la pared a su espalda, impotente, para dominar el placer que la atravesaba. Éste se extendió a cada rincón de su cuerpo haciendo que le diera un vuelco el corazón. Volvió a gemir, pero no pudo resistirse a su orden.

El orgasmo la absorbió. La golpeó. Fue devastador; destructivo. No la dejó respirar; le detuvo el corazón antes de acelerárselo de manera dura e intensa. Y el placer… ¡Oh, Dios!… Abrió la boca y gritó hasta que se quedó sin voz. Luego siguió gritando en silencio mientras arañaba la pared. El éxtasis la apresó con crueldad, agitando su cuerpo, aturdiéndola.

Por fin, los latidos se hicieron más suaves, permitiéndole recobrar el aliento. Poco a poco recuperó la capacidad de pensar. Se sintió agotada, rota, desmadejada.

Tyler se estremeció mientras la bajaba de sus hombros y la dejaba en el suelo. Sin embargo, ella no tuvo que preocuparse por sostenerse en pie. La presionó contra la pared y le encerró la cara entre las manos, obligándola a mirarle fijamente.

La necesidad que vio en sus ojos consiguió que su corazón brincara de júbilo. Algo que parecía un nuevo y avivado anhelo hizo palpitar su clítoris.

No se molestó en pedir clemencia. Él no la tendría y le había invitado a hacer lo que quisiera. En ese momento era lo que ella también quería.

Él le enredó los dedos en los mechones de pelo que le rodeaban la cara e inclinó su boca sobre la de ella, poseyéndola por completo, sumergiendo su lengua hasta el fondo. Se saboreó a sí misma en sus labios, junto con un frenético deseo. Con los labios fundidos, él inhaló profundamente, como si quisiera tragarla, mientras la estrechaba con fuerza. Notó la camiseta contra los pezones y se sintió borracha de euforia tras los dos potentes orgasmos y la promesa de más.

Lo rodeó con sus brazos y se apretó contra él. Tyler la tomó, la devoró sin cesar, al tiempo que le amasaba las nalgas, estrechándola contra sí. Comenzó a frotar su miembro erecto contra el tierno monte de Venus con un ritmo duro. Al instante, se sintió vacía. Su sexo comenzó a contraerse por la necesidad de sentirle dentro.

Ella le clavó los dedos en los hombros sin dejar de emitir tiernos quejidos de necesidad al tiempo que le rodeaba la cintura con las piernas y se frotaba contra aquella monstruosa erección.

—Lo siento. —La voz de Tyler sonaba áspera, como si hubiera tragado arena.

—¿El qué?

No respondió. Sólo le agarró los muslos, la sujetó por las caderas y la giró entre sus brazos. Antes de que supiera lo que estaba ocurriendo, la dejó caer de bruces sobre la cama. Escuchó el ruido de la cremallera al bajar, el susurro de los vaqueros, la rasgadura del envoltorio del preservativo. Le introdujo los dedos entre los cabellos y tiró para alzarle la cabeza. Notó la dura erección deslizándose entre sus muslos cuando se recostó sobre ella.

—Es tu última oportunidad. ¿Quieres que me detenga?