Poco antes del amanecer, Del aparcó el coche que le había dejado su vecina en el aparcamiento para largas estancias del aeropuerto de Nueva Orleans. Estaba exhausta, pero tendría que dormir en el avión de regreso a Los Ángeles. La curiosidad la carcomía. ¿Habría descubierto Tyler su ausencia? ¿Estaría enfadado o resignado? ¿Cuidaría de ese hijo del que no sabía nada hasta hacía unas horas? Deseó haberle dejado algo más que una nota. ¿Seth estaría bien? ¿Sería feliz? Cada músculo de su cuerpo la impulsaba a volver junto a su hijo y sufría por no poder hacerlo. Tuvo que recordarse que desenmascarar a Carlson era la única manera de que hubiera un futuro para ellos.
Después de una larga caminata hasta la Terminal, se aproximó al mostrador de la compañía aérea. Había hecho una breve parada en un bar de carretera, a las afueras de un pueblo, para dar cuenta de una taza de café y unos huevos. Dejó allí sus últimos cinco dólares. A partir de ahora tendría que arreglárselas como pudiera, porque se había negado a pedirle dinero a Tyler. Él ya estaba cuidando de su hijo. Era una gran responsabilidad para un hombre acostumbrado a las mujeres fáciles y a echar un polvo cada vez que le surgía la oportunidad.
Había llamado a la aerolínea desde un teléfono público en una cafetería cercana al aeropuerto. El billete resultó muy caro porque viajaba en el último minuto, pero el coche de Glenda no era lo suficientemente bueno como para arriesgarse a regresar en él. Y además no tenía dinero para gasolina.
Para adquirir el pasaje de avión se había visto obligada a utilizar una tarjeta de crédito. Rezó para que la larga mano de Carlson no se extendiera desde el condado de Los Ángeles al de Orleans Parish. Y para que no hubiera enviado a un grupo de matones a esperarla cuando llegara.
Cuando entró en la Terminal desierta, el gélido aire acondicionado le golpeó en la cara; todo un alivio después de la sofocante humedad exterior. Un trabajador de la compañía aérea con marcadas ojeras atendía el mostrador. Había una máquina de check-in justo al lado, demasiado cerca de las cámaras. Eligió otra, intentando mantener la cabeza gacha y la cara en sombras. Sabía muy bien que Carlson podría conseguir que la arrestaran bajo una falsa acusación y meterla en la cárcel de por vida. Cuanto más indagaba en la vida del fiscal, se enteraba de más crueldades con las que obsequiaba a sus enemigos. No le había contado a Tyler de la misa la mitad. No la hubiera perdido de vista de haberlo hecho.
Unos minutos después, la máquina escupió su tarjeta de embarque. Las puertas correderas se abrieron a su espalda. Entró una anciana con un carrito lleno de bultos que empujaba un hombre de vaqueros y gorra. No suponían una amenaza y ella se volvió hacia el mostrador arrastrando su maleta. El empleado de la aerolínea hablaba con un hombre moreno de traje.
Cuando se aproximó, otro hombre también de traje se acercó a ellos, haciéndola estremecer por dos razones. Primero, él y el tipo que hablaba con el empleado de la Terminal mantenían una tensa y casi silenciosa conversación, y además, el aire acondicionado alzó el abrigo de aquel tipo, agitándolo lo suficiente como para que pudiera ver una pistolera con una brillante semiautomática negra.
Casi al momento, los dos se dieron la vuelta y se dirigieron directamente hacia ella.
Si su intención era facturar el equipaje y traspasar la barrera de seguridad del aeropuerto para abordar un avión, tendrían que estar alejándose de ella, no acercándose.
Así que cabía la gran posibilidad de que estuvieran allí para detenerla.
Delaney miró a su alrededor en busca de una salida. El empleado de la compañía aérea los observaba sin apartar la vista; dispuesto a disfrutar de la acción. Vio a la anciana con el carrito de equipaje ante el mostrador de facturación, conversando con un empleado. El hombre que la ayudaba había desaparecido. La única manera de escapar era atravesando las puertas de vidrio por las que había entrado. Se dio la vuelta y corrió hacia ellas lo más rápido que podía.
El primero de los tipos comenzó a perseguirla en una burda imitación de cualquier policía que apareciera en una serie de televisión y le dio alcance muy pronto, tomándola por el brazo. Ella sintió una punta metálica contra las costillas.
—No haga ningún movimiento, señora Catalano. Deberá acompañarnos sin oponer resistencia, nos gustaría hacerle algunas preguntas.
Sus ojos oscuros eran duros y desafiantes, como si supiera que le iba a causar problemas. Como si le hubieran advertido de que no moriría sin luchar. El cabello color zanahoria debería hacerle parecer Opie Taylor, pero la mirada acerada y el duro gesto en la boca hacía que resultara muy amenazador.
Tuvo el presentimiento de que tenían órdenes de matarla.
Ella se resistió al tirón en el brazo y clavó los talones en el suelo.
—¿Quién es usted? ¿Qué quiere? ¡Enséñeme su placa!
Ninguno de los dos le mostró una identificación. El moreno volvió a tirarle con fuerza del codo.
—¡No! No tienen ninguna orden. No pienso ir con ustedes. Sea lo que sea lo que quieren pueden decírmelo aquí.
—No monte una escena —le dijo Opie—. No se resista. Acompáñenos.
«Oh, no, de eso nada».
Habiendo estado casada con un policía, y sido buena amiga de otro, Del sabía algo de autodefensa. Sí, aquel bastardo podría dispararle, pero sospechaba que preferían llevársela a un lugar solitario donde lo que hicieran no les obligara a dar explicaciones posteriores.
Asintió con la cabeza dócilmente. Cuando comenzó a guiarla adonde quería llevarla, le asestó un codazo en el estómago. Él gruñó y la soltó. Aprovechó para darle una patada en la entrepierna. Después de un conmovedor coro de gemidos, se volvió y clavó el codo en la nariz del moreno, observando con satisfacción que comenzaba a sangrar. Opie la apresó entonces por los cabellos haciendo que se le llenaran los ojos de lágrimas, pero le clavó las uñas en los dedos con todas sus fuerzas. Él la soltó al instante, mascullando una florida maldición.
Con la respiración acelerada y el corazón desbocado, corrió hacia la salida. Asumió que no iba a coger el vuelo, no iría a su casa para acorralar a Carlson, sino que lucharía por su vida. Así que se concentró en ello. Tenía la seria sospecha de que si Opie y el niño bonito la atrapaban otra vez, la llevarían a un lugar apartado y la silenciarían para siempre. Su única esperanza era seguir corriendo.
Así que huyó hacia la salida arrastrando la maleta. Rezó para encontrar un taxi al instante, pero, incluso aunque fuera así, los matones estaban pisándole los talones. Podía escuchar sus pasos; seguían el mismo ritmo que el palpitar de su corazón. No tendría tiempo para negociar con el taxista ni para guardar su equipaje en el maletero, mucho menos para efectuar una huida limpia. Además, tampoco tenía dinero para pagar la carrera.
¿Y ahora qué?
Un gruñido y el sonido de un golpe a su espalda la hicieron mirar por encima del hombro. El niño bonito había caído boca abajo en el suelo, parecía no poder respirar y agitaba los brazos y las piernas. ¿Habría tropezado? No vio a Opie por ninguna parte.
Del no sabía lo que había sucedido, pero no se detuvo a cuestionar su buena suerte mientras salía al exterior y la soleada humedad matutina de Nueva Orleans la bañaba. Había un taxista muy cerca, apoyado en su vehículo, y la miró con esperanza. Sería la forma de transporte más anónima… si tuviera dinero en efectivo. Pero iba a tener que sacar el desvencijado coche del aparcamiento y escapar en él… ¿adónde? ¿A otro aeropuerto? ¿A una estación de autobuses?
Quizá sería mejor que lo decidiera más tarde.
En cuanto entró en el aparcamiento, un hombre surgió repentinamente de las sombras. No le dio tiempo a mirarle antes de que se le pegase a la espalda y la sujetase por el brazo. No tuvo tiempo para gritar o pedir ayuda; él le cubrió la boca con la mano.
—No grites, ángel. Vamos a salir de aquí sin llamar la atención.
«¿Tyler?».
Lentamente, él bajó la mano de su boca, aunque sin soltarle el brazo, y la guió hacia la izquierda. Del se arriesgó a mirar por encima del hombro. El musculoso pecho de Tyler estaba tan cerca que casi podía acariciarlo, y también sus jugosos labios. El resto de la cara estaba en sombras, bajo una gorra que le resultó familiar.
Se sintió aliviada. No debería estar tan agradecida. No debería confiar ciegamente en que él la salvaría cuando ni siquiera conocía la situación plenamente. Pero fue lo que hizo sin pensar.
—Eras tú el hombre que ayudaba a la anciana con sus maletas ¿verdad?
Él asintió brevemente.
—Si hubiera entrado solo, te habrías dado cuenta de que era yo. Al interactuar con la gente e interpretar un papel no se había fijado en él.
Un terrible pensamiento inundó su mente a continuación.
—¿Dónde está Seth? ¡Oh, Dios mío! ¿No le habrás dejado…?
—Puede que haga menos de veinticuatro horas que sé que soy padre, pero jamás lo dejaría solo en casa. Deke se quedó con él cuando yo salí detrás de ti. Kimber y Alyssa se ocuparán hoy de él, con ayuda de Tara.
—No las conozco. —Le dolía pensar que su bebé estaría con desconocidos. No es que fueran malas personas, pero él era un niño indefenso entre adultos con extrañas inclinaciones sexuales…
—Yo sí. Les confiaría mi vida. Cuidarán a Seth como si fuera suyo. Y él estará mucho más seguro con ellos que con nosotros.
—¡Tienes que regresar y ocuparte de él!
—Ni hablar. Estaré contigo hasta que Carlson esté muerto o en chirona. No vas a alejarte de mí más de diez metros. No pienso discutir ni negociar. Si no te gusta mi idea, Jack y Deke estarán encantados de ayudarme a mantenerte encerrada en Lafayette mientras yo me ocupo de Carlson. Tú eliges.
—¡Claro que voy! No te corresponde a ti encargarte de ello ni tomar decisiones por mí —siseó.
—Será a mi manera.
Del no se atrevió a preguntarle lo que quería decir. Sonaba demasiado posesivo y notó una punzada en el vientre.
—¡No puedes hacer esto! Soy una mujer adulta y…
—A la que casi matan hace sólo cinco minutos. Estás fuera de tu elemento. Esto te sobrepasa. Si vienes conmigo, yo estaré al mando. Tendrás muchas más probabilidades de sobrevivir para ver crecer a Seth si dejas que te ayude.
Las palabras de Tyler la hundieron. No podía negar que tenía razón. Podía gritar y patalear, pero sería estúpida si insistía en que lo tenía todo bajo control. Era evidente que el poder de Carlson se extendía a todas partes y que sus métodos eran más crueles de lo que ella había supuesto.
Y aún así…
—Ésta no es tu lucha. ¿Qué ocurrirá si Carlson nos mata a los dos? ¿Qué será de Seth si se queda sin padres?
—No permitiré que eso ocurra.
Qué propio de un hombre decir tal cosa.
—¿Estás siendo arrogante o sólo intentas hacer que me sienta mejor?
Rodeándole la cintura con un brazo, Tyler la acercó todavía más mientras la conducía hacia el todoterreno.
—Es cierto.
—¡Un momento! Mi coche está por allí —señaló justo en la dirección opuesta.
—Pues sí. —Con otro tirón, la alejó todavía más del viejo vehículo de su vecina.
Por una parte estaba furiosa, con él y consigo misma por permitirle hacer eso. Por otra, se sentía aliviada.
—¿Qué ha sucedido con esos matones?
—Al del pelo oscuro le di un golpe en la cabeza. Al otro le di una descarga con una tasery está sentado en una silla; parece dormido. Tengo sus armas en la cinturilla del pantalón.
«¿Y lo ha hecho él solo? ¿Sin desperdiciar tiempo ni golpes?».
Eric siempre había dicho que Tyler podía ser letal, pero jamás lo había sido cuando bromeaba o hablaba con ella. Tuvo la impresión de que estaba viendo una nueva faceta del padre de su hijo.
—¿Cuánto tiempo crees que tenemos de ventaja?
—¿Antes de que Carlson envíe a otros matones? Unos treinta minutos como mucho. Tenemos que ponernos en camino lo antes posible.
—¿En camino?
—Voy a llevarte a Los Ángeles para que podamos ocuparnos de Carlson.
Del abrió la boca para protestar… Pero no se le ocurrió ninguna excusa. Seth no estaba a salvo con ellos y quería pensar que quedaba en manos capaces. Ella misma estaba más segura con Tyler a su lado, protegiéndola mientras buscaba pruebas, escribía el artículo y acababa con aquel funcionario corrupto.
¿Qué era entonces lo que le daba tanto miedo?
Su corazón.
Tyler la empujó dentro del vehículo y le indicó que se tumbara en el suelo. Ella le miró con confusión antes de que él le pusiera una manta verde por encima.
—Cúbrete bien. Hay muchas cámaras. Nos habrán captado caminando juntos por el aparcamiento. Pero he dejado el coche en una esquina tan oscura que cabe la posibilidad de que no puedan saber si te has subido al vehículo o no. Tiene que parecer que no estabas conmigo cuando salí del aeropuerto.
Tenía razón, por supuesto. Ella se acuclilló y se tapó con la manta, agradeciendo que él pusiera en marcha el aire acondicionado. A pesar de que acababa de amanecer, la sofocante humedad de Louisiana no le sentaba nada bien a una típica chica californiana como ella.
—Lo siento —gruñó antes de ponerle una mochila sobre la espalda.
Era bastante pesada, pero no tardarían en salir del aeropuerto. Y todo ese arreglo haría que lo filmado por las cámaras resultara más convincente.
—Tranquilo, estoy bien.
Los primeros minutos fueron desesperantes. Un millón de pensamientos inundaron su cabeza en el silencio. Cada bache que pillaban las ruedas se notaba mucho más en el suelo del vehículo, así como el ronroneo del motor. Unos momentos más tarde, sonó el teléfono.
—¿Sí? Hola, Deke. Sí, estoy con ella. ¿Qué tal Seth? —Hizo una pausa—. Bien, déjale dormir. Oye, habla con Tara y dile que ponga a trabajar el ordenador y sus dotes investigadoras. Necesitamos averiguar cómo han rastreado a Delaney.
—Por mi tarjeta de crédito. —La voz quedó amortiguada por la manta.
—¿Qué? —Por el tono, supo que Tyler la había oído y que estaba cuestionando más su cordura que sus palabras.
—Pensé que podría utilizarla. Esperaba que Carlson no conociera a nadie en Louisiana.
Tyler suspiró.
—Puede obtener lo que quiera al instante. No vuelvas a usar la tarjeta de crédito. Son muy fáciles de rastrear. ¿Lo has oído? —preguntó a Deke—. Bien. Mira a ver si Tara puede encontrar algo interesante en los movimientos de la tarjeta de crédito de Carlson. ¿Del?
—¿Sí? —Ella deseó poder verle, pero no debía de faltar demasiado tiempo para salir del aeropuerto, siempre y cuando Seguridad no se hubiera enterado del altercado en la Terminal y estuviera siguiéndoles la pista.
—Ahora estate muy quieta.
Notó que el todoterreno frenaba y se le detuvo el corazón. Al instante escuchó bajarse la ventanilla eléctrica.
—Buenos días —dijo Tyler.
—Mmmm. —El cajero emitió un sonido evasivo—. ¿Qué tal? No ha estado mucho tiempo aquí.
—Sólo he venido a traer a alguien.
—Son dos dólares.
Después del tintineo de unas monedas, escuchó de nuevo el zumbido de la ventanilla al subir y el vehículo volvió a ponerse en movimiento, acelerando más a cada segundo que pasaba.
Al poco rato, Tyler le quitó la mochila de la espalda y luego la manta. El aire fresco impactó sobre su cara y ella suspiró, dividida entre el placer y el alivio.
Tyler se ajustó el auricular del móvil de la oreja.
—Del, quédate ahí un minuto más. Hay algunos policías por la zona. Toda precaución es poca…
«No confíes en nadie». Ése había sido el lema de Eric y Tyler cuando eran compañeros en Antivicio.
El habitáculo permaneció durante los siguientes minutos en silencio, roto tan sólo por sus respiraciones. Por fin, Tyler le tendió la mano y la ayudó a sentarse en el asiento del copiloto.
—Bien. Ahora, cuéntame: ¿tienes una copia del parte policial de la bomba que hizo explotar tu coche?
—No. No sabía en quién podía confiar. Estuve haciendo preguntas a mis vecinos, pero no podía obligar a nadie a ayudarme. Pensé en llamar a Eric, pero… ya sabes. Después de que la bomba estallara, agarré a Seth, pedí prestado el coche a mi vecina y salí pitando con el dinero que llevaba en el bolsillo. Me detuve en el camino a comprar algunas cosas imprescindibles y llamé a una amiga que es reportera en el periódico, Lisa. Estaba ayudándome a seguirte la pista. Una vez que me dijo dónde podías estar, conduje directamente hasta ti.
—Muy bien. —Tyler tensó la mandíbula—. ¿No sabes si se trató de C4 o de un explosivo binario? ¿Si era un motor de ignición o un dispositivo con control remoto de detonación?
¡Dios!, cuando vio la bomba estallar, un millón de pensamientos pasó por su cabeza. Sintió la sacudida, el rugiente calor, la onda expansiva y el ensordecedor rugido de la explosión, pero jamás se había parado a analizar la escena con detalle.
—Mmm, no sé nada de explosivos. No tengo ni idea de qué los diferencia. Eché a andar hacia mi coche, me detuve a coger a Seth en brazos y, de repente, todo estalló. Eso es lo único que sé.
—¿Has oído, Deke? Sí, estoy de acuerdo, parece como si fuera uno de esos dispositivos que estalla al poner en marcha el vehículo. —Tyler la miró con seriedad—. ¿Recuerdas algo más? ¿Algún movimiento inusual en la calle? ¿Algo que te llamara la atención en el vehículo?
—Nada. Era por la mañana temprano y no había nadie en la calle. El sol aún no había salido, así que no pude ver nada extraño en el coche.
—¿Qué pasó después?
—Después de la explosión grité y me alejé, lanzándome al suelo con Seth. Lo cubrí con mi cuerpo. Acabé con algunos arañazos y magulladuras. Él estaba bien, pero asustado. Oh, y olía fatal. Era un olor extraño… como a cascara de naranja quemada.
—¡Joder! —Tyler frunció el ceño—. ¿Semtex, Deke? —Hizo una pausa—. Sí, consúltalo con Jack. Él lo sabrá a ciencia cierta. Ya me contarás lo que te dice; os llamaré más tarde.
Dicho eso, colgó la llamada y la miró. Fuera lo que fuera lo que tenía que explicarle, la expresión de Tyler no auguraba nada bueno.
—Cuéntame.
Ni siquiera fingió no entenderla.
—El Semtex es la versión bolchevique del C4. A menudo huele como cascara de naranja quemada. No hay otro explosivo con ese olor.
—¿Bolchevique?
—Es muy popular en Rusia. ¿Hay algo de eso en tu investigación?
—No. Pero no lo puedo asegurar; Carlson trata con pandillas y camellos, no con la mafia. ¿De dónde sacaría ese explosivo?
—De gente muy peligrosa. Este asunto huele peor de lo que pensaba.
Del se cubrió la cara con las manos. De repente, seguir con vida le parecía casi increíble.
—¿Cómo está Seth?
—Está bien. Todavía duerme. Kimber y Alyssa irán pronto a recogerle y lo llevarán al parque con sus hijos.
Ella asintió con la cabeza. Seth disfrutaría jugando con nuevos amiguitos y le gustaría correr de un lado para otro sin tener que pasarse el día encerrado en un coche.
—Gracias.
Estaba muy preocupada. ¿Qué sucedería si no atrapaban a Carlson de inmediato? ¿Qué ocurriría si todos sus contactos se echaban atrás y se negaban a hablar? No podía dejar a Seth al cuidado de otros de manera indefinida.
O, peor todavía, ¿qué ocurriría si Carlson daba con ellos?
—Conozco esa mirada. Deja de preocuparte —le advirtió Tyler—. Jack y Deke jamás permitirán que le ocurra nada a Seth, te lo juro. Jack ha sido ranger. Deke trabajó en el FBI y todavía tiene conexiones en todas partes. Seth no podría estar más seguro.
Aquellas credenciales consiguieron que se relajara un poco. Su hijo estaría a salvo con ellos.
—Si pensara por un segundo que olvidándome del reportaje conseguiría que Carlson me dejara en paz, lo haría. Aunque sólo fuera por la seguridad de mi niño.
—Algo de lo que hiciste llamó demasiado la atención. Podrías haber pasado inadvertida a los ojos de Carlson si no te hubieras enfrentado a él.
—Esperaba pillarle desprevenido y que dijera algo que pudiera incriminarle.
Tyler negó con la cabeza.
—Desde que te enfrentaste a él estás sentenciada. Hará cualquier cosa para impedir que hagas público lo que sabes. Hoy ha quedado claro.
—Dado que ha destruido casi todas mis pruebas, voy a tener que volver a conseguirlas para resolver el acertijo y demostrar que lo que sé es cierto. Ahora mismo, lo único que tengo es mi palabra sobre una conversación que escuché sin querer, en la que un criminal hablaba con un respetado pilar de la comunidad. Y eso no vale ante un tribunal. Pero, antes de la explosión, guardé en un pendrive las pruebas de que no miento.
Tyler se puso rígido y concentró en ella toda su atención.
—¿Dónde? ¿En una caja de seguridad?
—No. —Ella se mordió el labio. Sabía que no iba a gustarle su respuesta—. Se me ocurrió de repente. Intenté pensar en cuál sería el último lugar donde alguien buscaría. No podía ser ni mi casa ni mi oficina. Y una caja de seguridad me parecía demasiado evidente. Así que… fui a casa de Eric. —Tyler puso los ojos en blanco, pero antes de que pudiera decir nada, ella continuó—: Todo el mundo sabe que el divorcio fue poco amistoso. Pensé que si Carlson indagaba sobre mí jamás se imaginaría que escondería algo en casa de Eric. Lo puse allí, donde guardaba todo lo que quería conservar para mí misma. —Lo que había ocultado incluso a Eric. Las tarjetas de cumpleaños que le había enviado Tyler y otras cosas por el estilo.
—Cuando le llamaste no te devolvió la llamada. Y a pesar de eso tienes que entrar en su casa para recuperar tus pruebas. ¿Por casualidad sabe algo de Carlson?
—¿Cómo sería posible? La gente no va dejando algo valioso en la casa de sus ex.
—Puede que una caja en un banco hubiera sido más evidente, pero también más segura.
—Hasta que él encontrara la manera legal de abrirla para quedarse con el contenido.
Tyler le tomó la mano con un suspiro.
—Sí. Es ese tipo de capullo. Pero tranquila, ángel, lo solucionaremos.
—No tienes por qué venir conmigo.
Tyler apretó los dientes.
—No empecemos de nuevo con eso. Estamos en el mismo barco.
Del conocía muy bien ese tono. No daba pie a discusiones. Le había visto usarlo incontables veces antes con los sospechosos, e incluso un par de veces con Eric. Aquella profunda convicción que retumbaba en su pecho había llegado a darle algo de dentera.
—No eres la única que quiere proteger a nuestro hijo —añadió él con suavidad.
Le encantaba eso de Tyler. Cuando algo le importaba, era lo primero para él.
—Lo entiendo, pero quiero estar segura de que te ha quedado clara una cosa: lo que ocurrió anoche en tu dormitorio no puede volver a pasar.
No se atrevía a dejar que minara su determinación de mantener la distancia entre ellos. Aquel beso había sido un enorme error. Tenían unos objetivos más que evidentes: desenmascarar a Carlson y proporcionar seguridad a su hijo. Cualquier otra cosa lo complicaría todo. Y Tyler, siendo como era un rompecorazones, lo complicaba muchísimo más. Ella jamás podría olvidar aquellos sublimes y jadeantes momentos en que lo tuvo profundamente sumergido en su interior. Habían estado conectados de una manera como nunca había sentido con ningún otro amante. Pero él se había apropiado de un trozo de su corazón… y luego se marchó. Tyler era así, y sería una tonta si pensaba que ella, o Seth, iban a cambiarle.
—¿Quieres que te deje en paz? ¿Prefieres que obtenga placer de mi propia mano si me excitas demasiado?
Incluso pensar lo que podía hacer con esas manos hizo que se le contrajera el vientre.
—Sí.
Tyler la miró mientras devoraban kilómetros a toda velocidad y el sol avanzaba lentamente en el cielo. Sus ojos verdes brillaban de ironía cuando le dirigió una arrogante sonrisa.
—Puedes esperar sentada, ángel.
* * *
La mañana acabó siendo un tenso borrón de silencio marcado por las líneas discontinuas de las carreteras secundarias que recorrieron. Se dirigieron hacia el Oeste mientras el sol surcaba su camino. El móvil de Tyler sonó varias veces, pero sus conversaciones, lacónicas y unilaterales, le dijeron poco. Por lo que pudo entender, había contactado con alguien en Houston para efectuar un cambio. Si tenía intención de poner en manos de otra persona su protección, la dejaría hecha polvo.
No discutió sobre el asunto porque el ambiente en el interior del vehículo era tan espeso que podría cortarse con un cuchillo. Le vio mirar constantemente por el retrovisor. El scanner de la policía que llevaba en la guantera sonaba de vez en cuando y él le prestaba toda su atención. Supuso que esperaba que alguien les siguiera desde Nueva Orleans.
Llegaron a las afueras de Houston poco antes del almuerzo. Los atascos matutinos se habían disipado, pero aún así encontraron un tráfico algo congestionado. Tyler aparcó detrás de un pequeño centro comercial, junto a una gasolinera, a pocos kilómetros de la carretera principal, y le dijo que fuera al baño si lo necesitaba. Lo hizo, pero mantuvo la cabeza gacha para que las cámaras no captaran su cara. Al salir del cuarto de baño, miró los botellines de agua con anhelo, pero estaba sin blanca y prefería morirse que pedirle algo más a Tyler. Ya la estaba ayudando demasiado, se negaba a ser una sanguijuela. Cuando llegaran a Los Ángeles, iría directa a desenterrar el fondo para emergencias que guardaba en una caja en el jardín.
Cuando salió de la tienda de la pequeña gasolinera, el tráfico era escaso y el aire húmedo y caliente. Se detuvo al ver a Tyler hablando con una mujer de rasgos asiáticos con el negro pelo liso hasta la altura de las nalgas y un vestido no mucho más largo.
La mujer hacía gestos con unas manos cuidadas y guiñaba el ojo. Tyler sonreía de oreja a oreja.
Notó la brusca puñalada de los celos en el corazón y se obligó a inspirar hondo. Tyler no era suyo. La había besado, ¿y qué? Al parecer estaba colgado por su jefa, Alyssa. Ex-jefa, de hecho. Fuera como fuera, sabía que el corazón de Tyler no le pertenecía y era lo mejor. Una vez que solucionaran ese asunto, llegarían a un acuerdo beneficioso para Seth y seguirían cada uno por su lado. Tyler siempre había disfrutado de una saludable vida sexual, con gran variedad de mujeres. Era evidente que no había cambiado.
La vio y le indicó que se acercara. Tragándose la cólera que no quería sentir, se aproximó a la pareja.
—Del, ésta es May. ¿Recuerdas a Tara? Te la presenté en Lafayette, está casada con uno de los hermanos Edgington.
—La pelirroja que no está embarazada, ¿verdad?
—Pero pronto lo estará. Logan vendrá de permiso dentro de unas semanas. Estoy seguro de que pondrá remedio a eso con rapidez. Sea como sea, tienen un amigo que se llama Xander y éste ha enviado a May para ayudarnos…
—¿De veras? —Le tomó del brazo—. Con permiso… —se disculpó arrastrando a Tyler lejos de aquella belleza de ojos delineados con kohl—. ¿No crees que cuanta menos gente lo sepa mejor? —señaló ella—. No conozco a Logan, ni mucho menos a su amigo. ¿Quién es esa mujer en realidad? ¿Estás confiando en ella sólo porque es la amiga de un amigo?
Él frunció el ceño antes de rodearle la cintura con un brazo intentando reconfortarla.
—Entiendo, pero no tenemos otra opción. Le confiaría mi vida a Logan. Y Xander es un tipo íntegro. A esta mujer sólo le han dicho que tiene que intercambiar el coche con nosotros. Los matones que Carlson envió al aeropuerto de Nueva Orleans habrán anotado el número de mi matrícula gracias a las cámaras de seguridad. Estarán rastreando un todoterreno negro con matrícula de Louisiana y comprobando todos mis datos. Te aseguro que no podemos seguir con él, acabarían deteniéndonos por alguna tontería y nos retendrían hasta que Carlson llegara. Desde que compraste el billete de avión, él conoce tu destino, ángel. Si crees que no está vigilándote como un halcón, te equivocas. Así que, ahora, entra en el coche.
Del cerró la boca. Por supuesto, Carlson tenía la Ley a su favor. Por lo que ella sabía, la moldeaba para que sirviera a sus intenciones. ¿Acusaría a Tyler de ayudarla y protegerla? ¿Estaría algún policía corrupto de un pueblo cualquiera esperando a que el todoterreno de Tyler doblara la siguiente curva para detenerles? Se dio cuenta ahora de que sólo había podido cruzar medio país para reunirse con Tyler porque Carlson no conocía su destino, y porque no sabía que viajaba en el coche de su vecina. La amable anciana le había asegurado que no necesitaría el automóvil durante un mes porque iba a visitar a su hija, tardaría semanas en volver a utilizar el pequeño Honda.
Pero al usar la tarjeta de crédito esa mañana había perdido el factor sorpresa y los había puesto a ambos en peligro.
—Lo siento. No quería… No pensé que fuera tan peligroso.
—No estás acostumbrada a esto. No te culpes, ángel. Entra en el coche y vámonos de aquí.
Ella asintió con la cabeza y se despidió de May antes de dirigirse al sedán, un Lexus gris. Abrió la puerta y se sorprendió del olor a nuevo que desprendían los asientos de cuero. Era un vehículo recién estrenado que seguramente costaría más de lo que ella había ganado el año anterior. Fue un amor a primera vista.
En especial cuando vio los botellines de agua fría ante el asiento del copiloto. Tomó uno, agradecida, cuando Tyler se sentó detrás del volante y arrancó. Observó cómo May se alejaba en su todoterreno por el espejo retrovisor.
—¿Cuándo te devolverán el coche?
—El todoterreno no es importante.
—Es tuyo, ¿no? Es un coche valioso y…
—No vale tanto como tu vida.
A Del se le aceleró el corazón. Tyler era demasiado leal. ¿Cómo no iba a derretirse por él?
—May lo llevará a un garaje cercano, donde lo mantendrá alejado de ojos indiscretos. Si todo va bien, regresaré a recogerlo cuando todo esto acabe.
Escuchó el tono definitivo de su voz, así que dejó de discutir. No cedía el control con facilidad, pero Tyler tenía un plan y parecía haber previsto todos los detalles. Ella, por el contrario, llevaba días funcionando a base de cafeína y adrenalina.
Cuando ya se habían alejado de Houston, almorzaron en un local de comida rápida y siguieron camino hacia San Antonio. La carretera era suave y todo comenzó a ser más ocre a su alrededor. El tráfico disminuyó hasta hacerse casi inexistente. El ronroneo del motor y el leve traqueteo la mecieron hasta que cayó en un estado de letargo.
Se despertó horas después, cuando el sol comenzaba a ponerse. Tenía el cuello rígido y el paisaje había vuelto a cambiar; ahora era desierto absoluto.
—¿Dónde estamos?
—A medio camino entre San Antonio y El Paso.
—Lo siento. Me he quedado dormida.
—¿Cuándo dormiste una noche entera por última vez?
—El jueves de la semana pasada.
Tyler le tomó la mano.
—Te jugaste el todo por el todo para traer a Seth conmigo. Sé que las cosas acabaron mal entre nosotros, pero me alegro de que confiaras en mí. No te decepcionaré, Del. Mis amigos lo cuidarán lo mejor posible. Y yo me encargaré de ti.
Qué fácil sería apoyarse en él y dejar que se ocupara de todo. Confiaba en él. La protegería y haría un buen trabajo como investigador. Después de todo, siempre había sido un gran detective. Pero eso sería muy injusto para él. Ella había puesto su vida patas arriba después de dejar caer una bomba. No podía permitirle que hiciera todavía más.
—No es necesario, sé cuidarme sola.
—Ya lo sé, pero yo me ocuparé de todo. —No era una petición—. ¿Hambrienta?
Del se mordió los labios y asintió con la cabeza. Sería más útil cuando llegaran a Los Ángeles.
Se detuvieron a cenar e ir al baño en un pequeño pueblo. No había mucha variedad para elegir. Un sandwich de pollo y unas patatas fritas después estaban de nuevo en camino. Se ofreció a conducir, pero Tyler negó con la cabeza.
Horas después, se detuvieron en el camino de acceso en uno de los moteles que había en la carretera a El Paso. Tyler se bajó del coche.
—Espérame aquí con las puertas cerradas.
Tenía que estar exhausto, pero seguía preocupándose por ella.
—Estoy bien. Ve.
Tyler tomó una gorra de visera del asiento trasero y se la colocó en la cabeza, ocultando su rostro. Luego desapareció en la cálida noche ventosa. Unos minutos después, regresó y, sin decir palabra, condujo el coche a la parte trasera del motel.
—Desde aquí no se verá el coche. Le di al gerente una propina y un nombre falso para que si alguien preguntaba dijera que no nos había visto. —Detuvo el coche y sacó su equipaje del maletero.
Una vez dentro, observó que la habitación estaba limpia. Había una alfombra corriente y paredes blancas que indicaba que no se encontraban precisamente en el Ritz. No le importó. Había dos camas y una ducha. Hubiera besado a Tyler por haber conseguido aquello.
Aunque no lo haría… para no perder el sentido.
—Gracias. —Cerró la puerta a su espalda.
—¿No vas a protestar por no haber cogido dos habitaciones?
Compartir habitación con él era un poco peligroso, dado que se sentía vulnerable y muy agradecida, pero…
—No. La seguridad ante todo. Pero te agradezco que haya dos camas.
—¡Joder!, incluso había preparado un discurso para convencerte.
A pesar del cansancio, Del sonrió.
—Adelante, no te cortes.
—Probablemente no sea una buena idea. Pensaba decirte que no ibas a tener una habitación individual ni de broma. Disponer de camas separadas es lo máximo por lo que estoy dispuesto a pasar. —Tyler se encogió de hombros—. No voy a mentirte, preferiría pasar la noche en tu cama. Dentro de tu cuerpo. No te haces una idea de lo mucho que te he echado de menos, Del.
Aquellas palabras la conmocionaron. ¡Oh, Dios!, incluso notaba el anhelo en su voz, algo que hacía tambalearse su determinación. Pasar la noche abrazada a Tyler, sintiendo sus besos, el duro empuje de su miembro, despertar en sus brazos… Sonaba a música celestial. Pero no era adecuado. Ahora era madre; no podía permitirse ir de hombre en hombre. Y a Tyler no le iban las relaciones estables.
—No puedes decirme cosas como ésa. No podemos permitírnoslo. Lo complicaría todo demasiado.
—Sabía que dirías eso. Pero… sólo pensar en que estás en peligro hace que quiera matar al capullo que te amenaza y, luego, arrancarte la ropa y poseerte de todas las maneras que conozco.
Del tragó saliva, intentando amortiguar el impacto que le produjeron esas palabras. Reverberaron en cada rincón de su ser antes de estrellarse en su corazón y en su sexo. Jamás un hombre le había dado tanto placer como Tyler, ningún otro la había hecho sentirse segura. Y allí estaba, justo delante de ella. La tentación al alcance de su mano, y las ganas de ceder, casi anularon su sentido común.
Pero también estaba Seth y tenía que pensar en el futuro. Si era honesta consigo misma… Cuando Eric alentó a Tyler para que hiciera el amor con ella, ya estaba medio enamorada de él. Había sido tan sensato, tan paciente y amable durante la recuperación de su ex… Tener que renunciar a él le había dolido. No quería pasar otra vez por lo mismo.
—¿Estás en modo cavernícola? —bromeó.
—Siempre. Ya lo sabes.
—Mira, es evidente que sientes algo por Alyssa, y lo entiendo. Es preciosa. Jamás había conocido a una mujer tan sexy. Ya sé que está casada… pero soy la prueba viviente de que los matrimonios no duran eternamente. Lo que no estoy dispuesta es a ser su sustituta mientras la esperas.
—¿Es eso lo que piensas? —Tyler se acercó con los ojos entrecerrados. Se arrancó la gorra de la cabeza y luego la camiseta. Arrojó ambas prendas al suelo.
Del tragó saliva. ¡Oh, Dios Santo!, se le había olvidado lo irresistible y masculino que era. Pero ahora que estaba casi desnudo su poderío era patente en su pecho, en su abdomen, en cada protuberancia de sus hombros, en cada músculo, en las venas que recorrían sus brazos. En los duros pectorales y la delgada cintura. En las estrechas caderas que se ocultaban bajo los vaqueros.
Él chasqueó la lengua y ella alzó la mirada a su rostro. Aunque se sintió igual de deslumbrada al ver el ardor que brillaba en sus ojos.
—Vamos a dejar clara una cosa: tú nunca serás la sustituta de Alyssa. En todo caso sería al revés.