Delaney clavó los ojos en el techo de la habitación de invitados de Tyler. Estaba muy cansada. La cama era cómoda y la constante y profunda respiración de Seth en la cuna de viaje la relajaba. No se engañaba a sí misma; estar cerca de Tyler la hacía sentirse segura. Sería muy fácil acurrucarse, cerrar los ojos y olvidarse de todo. Allí casi podía olvidarse de que una bomba casi la había hecho saltar por los aires hacía tan sólo cuatro días.
Pero no podía pensar en su comodidad. La seguridad de Seth era lo más importante. Aunque Tyler no había conocido la existencia del niño hasta unas horas antes, nunca dudó de que removería cielo y tierra para protegerle de cualquier peligro. Eso era un consuelo. Regresaría a Los Ángeles, averiguaría lo que necesitaba, sin hacerse notar, escribiría el maldito artículo y sería libre. Una vez que hubiera desenmascarado a aquel bastardo podría regresar a por Seth… Y se despediría de Tyler.
Él tenía una vida plena en Lafayette, y casi sentía envidia de lo feliz que era. Pero Tyler siempre había hecho amigos con facilidad. Una vez que tomaba afecto por alguien, era leal para toda la eternidad. Sería capaz de cualquier cosa por un amigo.
Incluso de llevar a su esposa hasta el clímax que tan desesperadamente necesitaba.
Intentó mantener a raya esos pensamientos, pero éstos regresaban como una melodía que no pudiera expulsar de la cabeza. El calor, el alcohol, la suplicante petición de Eric. El placer. ¡Oh, Dios!, jamás había sentido un éxtasis semejante al que Tyler le había proporcionado esa noche; ni siquiera sabía que existía. Recordaba el momento en el que él se había introducido en su interior, poseyéndola lentamente hasta que la hizo olvidarse de cualquier pensamiento, dejándole sólo a él y aquella abrasadora necesidad.
Aquellos recuerdos se abrieron paso en su exhausto cerebro. Daba igual lo cansada que estuviera ahora o lo borracha que hubiera estado entonces: toda aquella noche estaba clara en su mente. Tyler, inclinándola sobre el brazo del sofá; Eric, rozando su boca con la suya antes de mirar por encima de su cabeza cómo Tyler introducía lentamente aquel grueso miembro en su vagina.
Aunque había gemido, le había encantado.
«Está ocurriendo realmente», recordaba haber pensado dos años antes. Iba a hacer el amor con Tyler Murphy.
Cuando la penetró aquella noche humillante, había intentado contener la lujuria, pero resultó inútil. Se aferró a sus caderas y el anhelo la atravesó como una llama nueva e imparable. Se introdujo profundamente en ella y se retiró antes de embestir poco a poco de nuevo, así una y otra vez. El crudo ritmo que impuso casi la volvió loca.
—Tyler, por favor…
Fue la primera vez que le imploró aquella noche, pero no había sido la última.
Sabía que debería haber puesto fin antes de que la situación se escapara a su control. Sólo dos años antes había prometido amar, honrar y permanecer fiel a Eric ante su familia y amigos, entre ellos Tyler, durante el resto de su vida. Entonces todo le pareció natural y sencillo.
Los días se habían convertido en semanas, y éstas en meses. El trabajo consumía a su marido y no le resultaba fácil asimilar que él se codeaba con camellos y prostitutas durante todo el día. Había hablado con otras esposas de policías y sabía que detrás de la placa no eran más que hombres que podían ser tentados por dinero o favores sexuales para que ignorasen los crímenes. No es que ella creyera que Eric pudiera llegar a hacerlo, pero… Los últimos meses antes del tiroteo se habían comportado más como amigos que como pareja; hacían crucigramas, veían películas, comían juntos. Estaba convencida de que aquella falta de conexión era culpa suya. Había estado muy agobiada e inquieta desde que descubrió que, de cometer un fallo en aquella insignificante sección de un periódico al borde de la ruina, perdería el empleo. Fuera cual fuera la razón, el sexo entre ellos había desaparecido.
Había comenzado a preguntarse si él estaría acostándose con otra mujer.
Entonces, Eric recibió aquel disparo y todo lo demás dejó de importar. No hubo nada más que días interminables en el hospital, dolor y desvelo; un miedo sombrío a que no sobreviviera y que, si lo hacía, no volviera a andar. Sabía que se encargaría de todo fuera cual fuera el resultado final; se había casado en la salud y en la enfermedad. Pero, según pasaba el tiempo, él se había vuelto más hosco. Se mostraba enfadado con ella, con el mundo. El afecto se convirtió en petulancia y sarcástico desdén. Nunca imaginó que Eric poseyera aquella faceta; se había convertido en un tipo completamente diferente. Y la desesperó pensar que nunca volvería a recuperar al hombre que amaba.
¿Permitir que Tyler se acostara con ella delante de él cambiaría algo?
Recordó a Eric rozándole la barbilla y el cuello con los labios. En respuesta, había cerrado los ojos y le besó en la mejilla, buscando con desesperación aquella conexión que había sentido una vez, rezando por encontrarla. Rezando por estar haciendo lo adecuado para salvarlos.
Pero, aunque no hubiera sido ésa la intención, no creía que hubiera podido detenerse. Su cuerpo estaba consumido en llamas. No fue sólo el placer lo que provocó sus gemidos, necesitaba ser abrazada, amada. Era imprescindible para su bienestar. Y Tyler la estaba poseyendo con firmeza, envolviéndola con el abrasador calor que emitían sus dedos.
Desde el momento en que hirieron a Eric, Tyler estuvo a su lado. La ayudó con el seguro y el papeleo. Se encargó del jardín y de las reparaciones de la casa. Recogió sus pedazos cuando estaba demasiado perturbada para continuar… O cuando lloró. Si le llamaba por teléfono, nunca se disculpaba diciendo que estaba cansado u ocupado. En muchos aspectos, fue más devoto de lo que Eric hubiera sido nunca. Aunque sabía que era el afecto por su amigo, y no por ella, lo que le movía, tenía que creer que también sentía algo por ella.
¡Oh, Dios! Necesitaba que la desearan para sentirse viva. Que la necesitaran para compartir algo vital. Y anhelaba que fuera Tyler. La sensación de culpa era enorme. Aquellos sentimientos la convertían en una esposa horrible. En una persona terrible, pero humana. En aquel momento quiso ser egoísta, disfrutar antes de volver a cuidar a un hombre que estaba segura de que ya no la amaba.
—Dime qué necesitas, ángel —susurró Tyler. Ella se retorció para que volviera a penetrarla, pero él la sujetó con aquellas manos firmes y la mantuvo inmóvil hasta que respondió.
—Me duele —sollozó.
—Lo sé. Yo me ocuparé. —Pero no se movió.
—Vamos, tío. ¡Follala ya! —le urgió Eric. «Sí, por favor…».
Tyler clavó los dedos más profundamente en sus caderas. Le separó un poco más las piernas, buscando equilibrio, antes de introducirse un par de centímetros más en su interior. Ella arañó el sofá con las uñas y miró a Eric con indefensa sorpresa ante el intenso placer que la atravesaba.
—Es muy estrecha, Eric —gruñó Tyler—. Jodidamente apretada. No quiero hacerle daño.
—No te preocupes, es lo que quiere —aseguró Eric dando otro sorbo a la botella de vino—. Lo está suplicando. Llénale el coño hasta el fondo y listo.
Su marido se apoderó de sus labios, de su boca, introduciéndole la lengua vorazmente. A la vez, Tyler se sumergió unos centímetros más entre sus pliegues.
«¡Oh, Santo Dios!». No podía respirar. Tyler estimulaba terminaciones nerviosas que no sabía que tenía. La envolvía, le quemaba la piel con su cálido aliento mientras deslizaba los dedos entre sus muslos, sosteniéndola posesivamente. Él estaba con ella… En ella. Abrumándola. Se apartó de los labios de Eric con un gemido.
—¿Te hago daño? —gruñó Tyler; parecía a punto de perder el control.
—Sí. No. —Echó la cabeza hacia atrás y gimió—. Aunque no sé si puedo tomar más, eso es lo que quiero.
—¿Has oído? —dijo Eric—. Es lo que quiere.
—¡Joder! —maldijo Tyler—. La meta es el placer, no el espectáculo. —Él miró a Eric—. Ni el dolor. Tiene que relajarse. ¿Has entendido, ángel?
Tyler se retiró un poco, erizando sus terminaciones nerviosas. Luego, mientras deslizaba los dedos sobre el clítoris otra vez, movió el miembro entre los pliegues de la vulva, empapándose con sus jugos, llegando al tierno nudo y volviendo a la abertura.
Una increíble necesidad la inundó de nuevo. Era muy raro que alcanzara el orgasmo dos veces, pero el deseo se apelotonaba en su vientre como una enorme bola que la impelía a moverse agitadamente y a gemir de manera apremiante y urgente.
—Tyler…
—Ya lo sé. Yo también lo siento. —Alineó el glande con la abertura y comenzó a penetrarla poco a poco—. Déjame entrar, relájate.
No pudo contener un grito cuando él dilató su carne mojada con la punta de la erección y comenzó a sumergirse en su interior, abriéndola con toda aquella anchura. Al hacerlo, su funda comenzó a arder, a palpitar, intentando tomar todo lo que podía. La sensación caliente y poderosa de tenerlo en su interior la dejó sin aliento. Y él siguió empujando con total concentración, estirándola, haciendo que se acostumbrara a su calibre.
—Eres ardiente y sexy —murmuró Eric, acariciándole los pezones antes de retorcérselos.
A su espalda, Tyler gimió.
—¡Dios!, acaba de apresarme en su interior.
—Es tan dulce… —Eric volvió a apretarle los pezones. Los sentía duros y calientes. Su cuerpo zumbaba, estaba tenso, como si esperara algo más.
—Eric, espera un poco —gruñó Tyler—. Espera a que me introduzca por completo.
Pero ¿no lo estaba ya? Se sentía deliciosamente ensartada.
Suspiró. Había pasado demasiado tiempo desde la última vez que sintió hervir su sangre, desde que notó aquella dolorosa sensación en su vagina… y nunca había sido así. Había estado tan concentrada en Eric y en sus necesidades que ni siquiera había usado el vibrador durante los últimos tres meses. Así que no estaba precisamente preparada para Tyler.
Pero más allá del dolor, él estaba consiguiendo que volviera a sentirse una mujer. No podía decepcionarle. Se suponía que aquello era para Eric, pero de alguna manera había dejado de ser algo para beneficio de su marido.
De hecho, quizá debería estar enfadada porque él quisiera que se acostara con otro hombre. Sin embargo, en ese momento se sentía muy contenta por ello. Le debía aquello a Tyler. Había traspasado sus límites personales para proporcionarle un inmenso placer y la hacía sentirse apreciada. Y sólo por eso se entregaría a él por completo.
Tomó aire y se obligó a relajar los músculos de la pelvis para recibirle en su interior. Se contoneó contra él, conteniendo el aliento con horror cuando se hundió más profundamente que antes, más profundamente de lo que nunca había estado ningún otro hombre. ¡Oh, Dios! Jamás había sentido nada tan absoluto. Una vez que controló los nervios y la respiración, percibió el dominio de Tyler, su preocupación por ella y el ardor de su deseo en lo más profundo del vientre. Y, entonces, le indicó que inclinara las caderas para sumergirse todavía más.
Con un largo gemido, Tyler la llenó por completo, hundiéndose tanto en su cuerpo que ella no pudo respirar, y clavó las uñas en los antebrazos de Eric con los ojos abiertos como platos.
—Ya estoy dentro. —La voz de Tyler era ronca como si hubiera tragado arena. Le oyó jadear.
—Deberías verle la cara. —Eric sonrió ampliamente.
—Mírame, ángel —ordenó Tyler.
Ella se quedó inmóvil, tratando de borrar la expresión, pero no había manera de ocultar aquel confuso y sublime dolor que atravesaba su ser. Así que le miró por encima del hombro, permitiendo que viera lo mucho que la afectaba.
—Buena chica —la alabó mientras le clavaba sus ardientes ojos verdes.
En su rostro se reflejaba una brutal lujuria, que sintió que se transmitía a su propio cuerpo mientras la taladraba con la vista. Sabía que Tyler la deseaba; después de todo, estaba duro, pero la pura fuerza de todo aquello la aturdía y excitaba. Un primitivo y oscuro deseo la inundó, la sangre se espesó ardiente en sus venas. Y parecía que ella no era la única que se sentía así.
—¡Dios! —Él se retiró lentamente, haciéndole sentir cada centímetro.
Luego volvió a insertarse de golpe y ella contuvo el aliento. Casi explotó.
—¿Nena? —la llamó Eric.
Volvió a mirar a su marido, que le tomó la mano con una expresión de desesperación en sus ojos castaños al tiempo que le acariciaba la mejilla. Ella cerró los párpados y se dejó llevar por la sensación de sentirse completamente adorada por los dos, por aquel momento perfecto.
—Ya está preparada. —Tyler le rodeó la cintura con un brazo y la besó en el hombro.
Eric asintió con la cabeza.
—Follala.
—Recuerda que debes hablarme, ángel. No puedo verte, así que necesito escucharte.
—Vale —consiguió decir ella. Lo que realmente quería era gritarle que se apurara y la follara de una vez.
—¿Cómo te sientes ahora, Del? ¿Qué quieres? —Tyler le pasó la mano por el trasero.
—Por favor —le temblaba la voz—. Necesito…
Dios, ¿qué necesitaba? Tener a Tyler a su espalda, profundamente insertado en su interior, mostrando un férreo control que la conducía más allá del deseo, hacía que no supiera qué decirle. Sólo sabía que si él no apagaba pronto aquel ardiente fuego que había provocado en su interior, se moriría.
—¿Qué, ángel? —La rodeó con un brazo y comenzó a frotarle el clítoris lentamente, dibujando pausados círculos sobre el sensible nudo de nervios—. ¿Necesitas correrte?
Sonaba egoísta admitirlo y la sensación de culpa hacía que le costara exigir más a Tyler. Pero aquel anhelo era implacable y creció hasta un punto que no pudo contenerse.
—Sí —jadeó sin aire—. ¡Sí!
—¿Del? —preguntó Eric con el ceño fruncido—. ¿Otra vez?
Darle explicaciones no estaba en su orden del día en ese momento, en especial cuando Tyler tomó su confesión como una señal para ponerse manos a la obra y comenzó a moverse de manera regular, dentro y fuera, con un ritmo enloquecedor.
Ella subió sollozando a la cima. Cada uno de los envites de Tyler generaba una fricción que la privaba de palabras y pensamientos coherentes. Los ásperos dedos seguían girando sin cesar sobre el sensible brote, llevándola cada vez más alto.
—Déjame sentirlo, Del —exigió él de repente—. Córrete para mí, ángel.
El placer se arremolinó intenso en su vientre antes de absorberla. La sangre atronó en sus oídos hasta que sólo pudo escuchar el latido de su corazón. Entonces, los implacables empujes de Tyler la arrojaron por el precipicio, rompiéndola en mil pedazos y sumergiéndola en una piscina de placer.
—¡Síii!
Él gimió.
—¡Joder! Te siento a mi alrededor. Todo se reduce a eso. Sí…
Eric se apoderó de su boca.
—Eres ardiente, Del. Sea lo que sea lo que te esté haciendo, es alucinante, porque jamás te habías corrido así.
Ella gimió.
—Hacía demasiado tiempo.
En cualquier momento, Tyler comenzaría a bombear con más fuerza y eyacularía con un grito. Todavía no estaba preparada para permitírselo, pero ya había sido demasiado egoísta. Aquélla era la noche de Eric.
—Eso ha sido jodidamente hermoso, Del. —Tyler jadeó en su oído—. Vuelve a hacerlo, por mí.
«¿Que volviera a correrse?». Si se lo hubiera dicho una hora antes, le habría asegurado que no era posible. Pero ahora, con su enorme miembro profundamente insertado y cada sentido armonizado con los de él, sabía que podría conseguirlo.
Eric comenzó a magrearle los pechos otra vez y le apretó los pezones hinchados, causándole una oleada de placer que fue directa a su vagina.
—Buena suerte, tío. Pero dos son su límite, te lo aseguro.
Tyler volvió a gruñir.
—¡Ni hablar! ¿Rápido o lento, Del?
Por lo general, ella solía permanecer tumbada y esperaba a que Eric acabara. Pero Tyler no iba a consentirlo. Iba a hacerla participar en su orgasmo y a ella le encantaba la idea.
Pero ¿cómo se sentiría Eric?
—Rápido. —Contuvo el aliento. Era Tyler quien querría que fuera así. Querría alcanzar el clímax lo antes posible.
—Mentirosa. —Le azotó juguetonamente el trasero y contuvo el ritmo.
La lenta fricción hizo que las llamas volvieran a inundar su vagina. Ella tomó aire al tiempo que arañaba el cuero de sofá. No estaba preparada para esa sensación.
—Muévete conmigo —exigió Tyler.
Ella se meció en contrapunto cuando él estableció una candencia constante y profunda; completamente abrumadora. La sostuvo de manera posesiva con un brazo mientras embestía con violencia una y otra vez; por fin, apretó la palma de la mano contra el monte de Venus cuando la presión comenzó a ser insoportable. La necesidad era infinita. La explosión se volvió inevitable.
Con un largo grito, se dejó llevar por el tercer clímax. El orgasmo fue largo, profundo… Latió y palpitó, robándole toda la energía y voluntad.
Al terminar se sintió muy cansada. Su cuerpo se aflojó. Casi no podía abrir los ojos, pero Tyler todavía seguía introduciéndose en ella lentamente.
—¡Joder! Eres asombrosa, Del —la alabó su amante.
—Lo eres, nena. Realmente hacía mucho tiempo. —Un profundo surco de preocupación apareció entre las cejas de Eric cuando frunció el ceño.
¿Le preocupaba haberla desatendido durante tanto tiempo o que se hubiera derretido en los brazos de otro hombre?
Un momento después aquello dejó de importarle; Tyler comenzó a friccionarse en un sensible lugar en su interior y la lanzó de cabeza a otro clímax. Sus sensibles tejidos internos se hincharon; cada envite la hacía arder, las sensaciones eran intensas y totalmente nuevas. Se tensó de los pies a la cabeza; le temblaron los muslos mientras se mantenía en equilibrio entre la locura y la emoción.
Tyler gimió profundamente.
—Jesús. Estoy apretado contra el cuello del útero. Lo siento en la punta de mi polla. Es lo más… Me va a matar.
Ella gritó ante la cacofonía de sensaciones que la propulsaban hacia un profundo placer.
Él se detuvo al momento.
—¿Te hago daño?
—¡No! —jadeó—. ¡No te detengas!
Ni siquiera tuvo tiempo de tomar aire cuando él volvió a introducirse de golpe. Lo hizo con tanta fuerza que el sofá se deslizó sobre el duro suelo de madera, mandando sus sentidos al infierno. Se dejó caer por el acantilado y voló en alas de una palpitante y envolvente dicha. El grito de satisfacción que emitió atronó en sus propios oídos mientras sus hinchadas paredes internas apresaban la erección de Tyler sin piedad. Estaba segura de que la seguiría en el orgasmo.
No lo hizo.
Se dio cuenta de ello unos conmocionados segundos después, en el momento en que comenzó a embestir otra vez. La habitación se puso a girar a su alrededor. Se le nubló la vista. Y Tyler todavía seguía follándola.
Eric la agarró del brazo.
—¡Del…! ¡Oh, Dios mío!
—¿Estás bien? —exigió Tyler.
«Mejor que bien». Asintió con la cabeza, feliz y saciada.
—No quiero que muevas la cabeza. Quiero que me hables —repitió su amante.
Su voz era cada vez más ronca. Eso no debería excitarla. No debería de poder sentirse excitada una vez más.
Él se sumergió de nuevo, estimulando cada célula de su vagina, y ella supo con toda certeza que todavía podía excitarla más.
—¡Tyler! —se puso tensa.
—¡Muy bien, ángel! —Ella notó la tensión en su voz—. Dime que puedes volver a correrte.
La idea era una locura, más allá de lo imaginable.
—Puedo.
—Muy bien. Quiero que lo hagas. Te sonrojas de pies a cabeza, te estremeces. Es tan jodidamente excitante.
—Tío, no creo que… —Eric parecía escéptico y… perplejo.
Tendría que justificar de alguna manera tal desvergüenza, aunque no se le ocurría cómo, pero eso sería más tarde. Ahora mismo, Tyler pasaba los dedos sobre el inflamado nudo de nervios entre sus piernas y la hacía subir cada vez más alto mientras presionaba con la erección profundamente, erizando sin remedio todas sus terminaciones nerviosas.
—Claro que puede —aseguró su amante—. Me apresa con fuerza. Tiene el clítoris duro. Puedo conseguir que llegue al orgasmo otra vez.
—Estoy bien —se vio obligada a decir. Eso no era para su placer y, de repente, se preguntó si la experiencia ya habría sido suficiente para Eric—. No te preocupes por mí, Tyler. Haz lo que necesites tú.
—¿Y dejarte colgada? Ni hablar. Lo que necesito es ver cómo te corres otra vez. ¿Lo harás por mí?
La oscura mirada de Eric se enredó con la suya, salvaje e indagadora. Su expresión se volvió tensa y a ella se le revolvieron las entrañas. ¿Qué decirle a un amante que exigía más ante la preocupada mirada de su marido? Parpadeó, su mente iba a toda velocidad. El silencio se alargó. Tyler se detuvo.
—Te lo he dicho antes, Del, si te callas, dejo de follarte.
Una angustiada protesta creció en su interior y la hizo dejar de respirar, le detuvo el corazón. Se aferró al cuero del sofá y gritó.
—Eso no es una respuesta —gruñó Tyler.
—Dale una jodida respuesta —intervino Eric, alzándole la barbilla—. ¿Puedes volver a correrte?
«¿Mentía o decía la verdad?». Sospechaba que cada uno de ellos quería una respuesta diferente. ¿Cómo podría traicionar a Eric? Pero ¿cómo iba a fallar a Tyler después de todo lo que había hecho?
Su marido siguió mirándola con ojos ardientes, esperando.
—Te lo estás pensando demasiado. Tu cuerpo lo desea, ángel. —Tyler presionó su pene en lo más profundo de su vientre—. Dime la verdad.
Ella se mordió los labios para contener la respuesta, pero no pudo pararla.
—Por favor.
Antes de que terminara de hablar, Tyler volvía a empujar en su interior, avivando las llamas que la consumían. Eric apretó los puños y sus labios se convirtieron en una línea. Se podía notar la furia que irradiaba de él a oleadas.
Tyler no le dio tregua y acercó los labios a su oreja.
—¿Te han penetrado alguna vez analmente? —murmuró sólo para ella.
Era algo que había tomado en consideración. Algunas de sus amigas le habían confesado que les encantaba. Eric llegó mencionarlo en los primeros meses de matrimonio, pero a ella siempre le había asustado.
Tyler le apartó el pelo húmedo del cuello y apoyó los labios justo debajo de la oreja.
—Sí o no, ángel.
—Yo… yo…
Él se retiró de su interior y sumergió dos dedos en su vagina. Con brusca decisión, Tyler friccionó un lugar en la pared delantera al tiempo que le rozaba el clítoris. A ella se le abrieron los ojos de la sorpresa y jadeó.
—No es de extrañar que me excites tanto. Tienes un coñito muy estrecho y caliente, ángel. Podría quedarme aquí dentro toda la noche.
—Está exhausta. —La voz de Eric sonaba tensa. Ella frunció el ceño. ¿Estaba enfadado por algo que había hecho por él?
Tyler ignoró el significado de las palabras de Eric.
—No tanto. Puedo conseguir que vuelva a correrse. «Podría conseguirlo siempre…».
Apenas se le había formado ese pensamiento en la cabeza cuando él retiró los dedos. Al instante, los presionó contra su ano virgen al mismo tiempo que introducía de golpe la inflamada erección en su anegada e hinchada funda.
Todas sus terminaciones nerviosas comenzaron a rugir, se tensaron al unísono como la cuerda de un arco. No podía respirar, todo se paralizó; salvo su rugiente corazón. Tyler se retiró un poco y embistió de nuevo. Sus dedos enterrados en el trasero creaban unas sensaciones que jamás hubiera imaginado y que no podía reprimir. Era como un despliegue de fuegos artificiales, explosiones de llamativos colores tras los párpados cerrados. Se estremeció sin control. Jamás había sentido nada tan intenso.
—Te encantaría que te follara el culo —murmuró Tyler con voz sedosa en el oído antes de que ella recobrara el aliento—. Lo haría de una manera tan tierna y lenta que llorarías de placer.
Del le creyó. Sabía que era capaz de hacerlo y, que Dios le ayudara, lo deseaba.
—No vas a hacer nada en el trasero de mi esposa. —Los ojos de Eric eran ahora oscuros y acusadores—. ¿Todavía no has terminado?
—No seas imbécil —siseó Tyler—. Después de toda la mierda que ha tragado últimamente contigo necesita esto. ¿No quieres que sea feliz?
Ella notó que se ruborizaba. ¿Cómo había sabido él lo mucho que necesitaba ser abrazada y poseída? Eric permaneció en silencio.
Por mucho que a ella le gustara alargar el momento con un amante que había sido más que considerado, y que le había proporcionado más placer que ningún otro, tenía que pensar en su matrimonio.
—Tyler… —intentó protestar.
—No vas a quedarte colgada por su culpa. —Tyler acentuó la declaración con medidos movimientos en su interior, tanto con su miembro como con sus dedos—. Lo has dejado todo de lado durante tres meses para cuidar de él. Lo mínimo que debe hacer es dejarnos terminar lo que nos ha presionado a hacer.
Ella se derritió. Su cuerpo parecía deshuesado y flojo, ni siquiera estaba segura de querer moverse. Entonces Tyler comenzó a impulsarse en ella, un lento y suave movimiento tras otro. Las sensaciones revivieron de nuevo. Su libido parecía el motor de un coche: una vez acelerada al máximo estaba preparada para lo que fuera. Los segundos se alargaron antes de que el placer se concentrara en un punto en su vientre y otro orgasmo comenzara a recorrer sus venas.
Antes de que la ardiente presión se convirtiera en un éxtasis absoluto, Tyler se detuvo, maldijo entre dientes y se retiró.
—¡No! —protestó ella automáticamente—. Por favor, no te detengas.
Eric la cogió por la cara y la obligó a mirarle.
—¿Te gusta cómo te folla?
Ella se mordió los labios para contener la creciente ira. Sabía que desatar su cólera no era lo más indicado.
—Has sido tú quien ha iniciado esto.
—Y ahora es el capullo que quiere ponerle fin —afirmó Tyler—. Pero ya no se trata de ti, amigo.
Antes de que su marido pudiera responder, Tyler la hizo girar entre sus brazos y le apoyó las nalgas en el brazo del sofá. Con manos impacientes, la obligó a separar las piernas tanto como pudo y volvió a introducirse en su sexo.
Entonces la miró fijamente, fusionándose con ella de una manera imposible.
—Ahora soy yo quien te necesito, Del.
El primer envite fue duro y brusco. Y profundo. Tan profundo que estaba segura de que jamás olvidaría la sensación de tenerle en su interior. Tanteó con la mano a su espalda para mantener el equilibrio.
Antes de que pudiera caerse, Tyler le rodeó la cintura con un brazo y la acercó a su cuerpo, abriéndole todavía más las piernas para que pudieran cobijar sus caderas. Él le besó el cuello, el hombro.
—Mírame —le ordenó.
Sin poder evitarlo, ella le miró a los ojos al instante; sus ojos eran como llamas ardientes. En ese momento pudo leer su mente. Quería que ella se sintiera bien, estaba sorprendido por aquella alocada química sexual y necesitaba verla no sólo saciada, sino feliz.
Tyler le puso un mechón de pelo detrás de la oreja y la besó con ansia en la boca. Un anhelo eléctrico sacudió todo su cuerpo. Aquella minúscula fracción de tiempo era de ellos dos. Se entregó a él por completo.
Cerró los ojos y le rodeó el cuello con los brazos, confiando en que él la abrazaría con fuerza. Y lo hizo mientras embestía profundamente en su interior sin dejar de fusionar sus bocas.
¡Oh, Dios! No sólo estaba dentro de ella, se había convertido en parte de su ser. Eric y ella llevaban dos años casados y había disfrutado de sus buenas sesiones de sexo en la universidad, pero nada había sido como eso. El cálido aliento de Tyler contra sus labios, su lengua indagadora. El torso, húmedo de sudor, impactando violentamente contra ella, sus corazones palpitando alocadamente en perfecta sincronía. Él aferrándole las nalgas para acercarla todavía más… No existía otra cosa. Sólo ellos dos y la creciente marea de placer que amenazaba con ahogarla.
—¡Del!
La voz de Tyler era casi frenética. Su jadeante y rápido aliento dejaba traslucir la excitación que sentía y provocaba una profunda emoción en su interior.
—¡Del! —atronó.
—Sí, estoy aquí. Toma todo lo que necesites.
—¡Dios! Necesito estar todavía más adentro.
De repente ella quiso lo mismo.
—No puedes estar más adentro.
—Claro que sí, maldita sea.
Por increíble que pareciera, su pene se endureció todavía más. Su corazón entonó un aleluya al saber que la anhelaba tanto. Ella misma sintió esa necesidad cuando él apresó sus cabellos y tiró hasta que sus labios se amoldaron perfectamente. Entonces la besó de una manera ardiente y urgente, hasta que ella se aferró a él y contuvo el aliento con la lengua dentro de su boca.
—¡Joder, sí! —maldijo él en sus labios—. No había sido nunca así. Tómame por completo.
Ella asintió frenéticamente con la cabeza.
—Dilo.
—Dámelo todo.
—Córrete conmigo.
Del no había pensado que eso pudiera ser posible hasta que él comenzó a estremecerse y a gritar. Su miembro convulsionó y palpitó en su interior. Su placer provocó el de ella, el deseo explotó como una oleada dejándola sin aliento. Un violento maremoto asoló su cuerpo.
—¡Tyler! —gritó cuando el orgasmo la devastó. Al final se dejó caer contra su tórax al tiempo que respiraba lentamente. Recuperó el control poco a poco mientras él la abrazaba y le acariciaba la espalda con suavidad.
De pronto, comenzaron a sonar palmas a su espalda y el hechizo se quebró.
Del volvió la cabeza y vio a Eric aplaudiendo con expresión furiosa.
—Aún estoy tratando de decidir si se ha tratado de una gran actuación porno o sólo de una desleal puñalada por la espalda. —Alzó la barbilla como si estuviera pensándoselo antes de negar con la cabeza—. No. Lo cierto es que sé la respuesta.
—Te hemos ofrecido lo que querías —escupió Tyler, abrazándola protectoramente, todavía enterrado en su interior.
—Tonterías. Se suponía que debías follarla mientras yo miraba, no como si ella fuera todo lo que te importara y quisieras hacerle el amor.
Sí, Tyler le había hecho el amor desde el principio. Y ella le había correspondido al final. La sensación de culpa la abrumó.
Eric utilizó los brazos para pasar del sofá a la silla de ruedas. Ella supo que quería atacar a Tyler… Como si pudiera hacerle daño.
Volvió a mirar a su amante con intención de advertirle. Él la observaba fijamente con expresión indescifrable.
—No te atrevas a arrepentirte, Del —gruñó él por lo bajo, con la respiración jadeante mientras Eric intentaba regresar a la silla.
Del se estremeció. «Demasiado tarde».
—Deberías marcharte.
—No pienso dejarte que te enfrentes a él tú sola.
—Sólo está un poco borracho, puedo ocuparme. —Vio que Tyler fruncía los labios. Ella conocía esa expresión, era de pura terquedad. Negó con la cabeza y le empujó—. Por favor…
Tyler maldijo antes de suspirar. Poco a poco comenzó a retirarse de su interior. En el momento en que el miembro salió del todo, notaron una copiosa humedad y los pedazos del látex.
El preservativo se había roto. Ella agrandó los ojos por la sorpresa. Antes de que pudiera decir nada, Tyler le puso el dedo en los labios. Ella leyó su mensaje con claridad: «Saberlo sólo enfadará más a Eric».
E irritar a su marido en ese momento sólo lo empeoraría todo, así que hizo un gesto afirmativo con la cabeza, pero… Había dejado de tomar la píldora a raíz del accidente de Eric. Tyler tenía que saberlo. Hizo cuentas rápidamente; su último período había terminado once días antes. ¿Sería fértil en ese momento?
Cerró los ojos al tiempo que se estremecía.
«Mucho».
Tyler recogió la camiseta del suelo y la usó para limpiarles a ambos mientras Eric lograba, por fin, acomodarse en la silla. Luego se puso los vaqueros e hizo una pelota con la camiseta, dejándola colgada en el bolsillo de atrás.
—¿Estarás bien? —preguntó a regañadientes.
—Muy bien. Vete. Te llamaré cuando se haya tranquilizado.
Él vaciló y ella supo que no le gustaba la idea de dejarla a merced de la furia de Eric. Pero lo podría manejar. Se había acostumbrado a su cambiante humor de después del tiroteo.
Con una caricia final en la mejilla, Tyler pasó junto a ella y se enfrentó a Eric. Tras inclinarse para poner la cara a la altura de la de él, apoyó las manos en los reposabrazos de la silla.
—¿No pensarás discutir por esto, verdad?
—¡No es lo que te pedí y lo sabes de sobra! ¡Vete de mi casa!
—Eres un gilipollas. No fue idea mía y te advertí de lo que pasaría. ¿Y ahora estás enfadado?
—Querías tirártela, admítelo. Y no sólo te has dedicado a follar con ella, además me has dejado fuera. Si me hubiera dado cuenta de lo colgado que estabas por Del habría llamado a Becker.
Aquella afirmación de Eric la sorprendió. ¿Su marido pensaba que Tyler sentía algo más que amistad por ella? No, no era posible.
Al menos, eso había pensado hasta esa noche. Pero la manera en que la tocó, en que se preocupó por su satisfacción y bienestar, en que la besó… Todo hablaba de mucho más que una amistad.
Miró a Tyler con asombro. No había negado la acusación de Eric. Se limitó a apretar los dientes sin mirarla. «¡Oh, Dios!».
—¡Maldito seas! ¡Vete! —gruñó Eric.
Tyler se apartó. Del se acercó enseguida y le puso la mano en el hombro para reconfortarle, como hacía a menudo. Pero ahora todo era diferente. La sensación de su piel desnuda debajo de la mano le hizo sentir un profundo anhelo. Acababan de mantener relaciones sexuales hacía sólo unos minutos. Él le había proporcionado cinco orgasmos asombrosos. Pero no había sido sólo sexo; quería estar cerca de él, sentir sus brazos alrededor. ¿Por qué?
De repente, no estuvo segura de querer conocer la respuesta. Otra oleada de culpabilidad la atravesó. Había accedido porque Eric se lo pidió, por salvar su matrimonio, no para disfrutar de sexo salvaje. No para enamorarse de otra persona. Era en eso en lo que tenía que pensar, en lo que tenía que enfocar su atención; en el hombre al que había prometido amar hasta que la muerte les separara.
Retiró lentamente la mano.
—Estoy bien. Vete. Eric y yo tenemos que resolver esto.
Tyler se puso rígido al oír su despedida; no importaba lo suave que hubiera intentado ser.
—Hablaremos mañana.
Ella le acompañó a la puerta.
—¿Estás bien para conducir?
—Iré andando. Llámame si necesitas algo. —Entrelazó sus dedos con los de ella—. Lo que sea.
—Aparta tu jodida mano de mi mujer y lárgate de una vez —gritó Eric.
Del se encogió de miedo. ¿Cómo una amistad tan profunda podía acabar en una sola noche? Rezó para que al día siguiente todo hubiera vuelto a la normalidad. ¿Podría Eric sobreponerse a eso? ¿Perdonar y olvidar? ¿Y cómo volvería ella a mirar a Tyler sin recordar lo que había sido convertirse en un solo ser con él?
Temía que nunca pudiera hacerlo.
—Lo siento —le dijo al oído.
—No, no lo sientas. Fue mi elección. —Clavó en ella aquellos ojos verdes y llameantes—. Simplemente… no pude negarme a tenerte.
Ella se sintió confusa. ¿La había deseado antes de esa noche?
Todavía seguía buscando una angustiada respuesta cuando salió dando un portazo.
En aquel momento no se imaginó que no volvería a ver a Tyler hasta dos años después, ni que daría a luz a su hijo. Sólo fue consciente de la profunda tristeza que le supuso su marcha.
En cuanto la puerta se cerró, Eric comenzó a gritar.
—¿Qué coño ha pasado? ¡Te has corrido con él cinco veces! Jamás lo has hecho conmigo. ¿Significa eso que no soy lo suficiente hombre para ti? ¿Que ya no me amas?
Discutieron durante toda la noche, y a pesar de las horas que pasaron, ninguna de sus palabras tranquilizó a Eric. Ella no pudo negar que estar con Tyler había cambiado lo que sentía por él para siempre. En los días que siguieron había evitado cualquier contacto entre ellos, impulsada sobre todo por la insistencia de Eric, en un vano intento de salvar su matrimonio. Al final, los había perdido a los dos.
Sin embargo, no había dejado de dolerle el corazón.
Parpadeó regresando al presente, a la habitación de invitados y a los leves ronquidos de Seth, que dormía profundamente en la cuna. Había llegado la hora de marcharse y se le rompía el corazón.
Antes de recordar todas las razones por las que quería quedarse en Lafayette con Tyler y Seth para disfrutar de la vida, en vez de arriesgarla, se levantó de la cama, se puso ropa limpia y se calzó. Tomó la bolsa y se inclinó para acariciar la mejilla de su hijo. Quería con todas sus fuerzas besarle otra vez, pero no se atrevió a despertarle. Buscó la nota que había escrito antes con instrucciones sobre los cuidados de Seth y la puso en la mesilla de noche. Luego levantó la ventana tan silenciosamente como le fue posible y miró al niño una última vez. Esperaba que padre e hijo la perdonaran algún día… si regresaba viva. Si no… Al menos moriría sabiendo que había hecho todo eso intentando que su hijo disfrutara de una vida mejor.