Capítulo 4

Los Ángeles. Dos años antes.

—¿Por qué llamas al timbre? Tardaría dos semanas en llegar hasta la puerta. Usa la llave que te di, pasa y ya está.

Al escuchar el sonido de la voz de su amigo, Tyler entró con su propia llave. Eric estaba sentado en la silla de ruedas, como todos los días desde hacía tres meses; desde que el sospechoso al que perseguían le disparó, rozando con la bala su columna vertebral y dejándole paralizado de cintura para abajo. Los médicos esperaban que las secuelas fueran pasajeras. Aunque quizá no fuera así. Las buenas noticias eran que, por primera vez durante todo ese tiempo, Eric estaba aseado, contento y bien afeitado. Si se fiaba de la amplia sonrisa que atravesaba su cara, era casi feliz.

—He traído la cerveza, como prometí. —Tyler le mostró el pack de doce latas.

Eric se frotó las manos al tiempo que arqueaba las cejas.

—Eso está bien para empezar, pero dime que viene acompañado por algo más fuerte.

—¡Oh!, ¿me he olvidado de mencionar a mi amigo Jack? —Tyler sonrió de oreja a oreja antes de sacar una botella de whisky de detrás de la espalda.

—¡Eso son palabras mayores! —Eric condujo la silla a la salita y le indicó que le siguiera—. Mete la cerveza en la nevera y comencemos.

—¿Dónde está Del? —Miró a su alrededor. Eric y Delaney habían comprado aquella casita el año anterior, poco después de su primer aniversario de boda.

—De camino. Apenas puedo creer que tengáis el fin de semana libre. —Eric le tendió la mano—. Gracias por todo. Por salvarme la vida después del tiroteo, por estar allí durante la operación, por encargarte del jardín mientras estoy convaleciente.

Hizo un gesto restándole importancia.

—Venga, tú harías lo mismo por mí. Hemos pasado mucho juntos. Seguiré haciéndolo mientras sea necesario.

Eric asintió con la cabeza; estaba bien peinado por una vez. Incluso llevaba el cabello más corto, como si hubiera ido a la peluquería. Él esperaba que eso quisiera decir que ya no estaba enfadado con el mundo y sí dispuesto a seguir adelante con su vida. Del le necesitaba, aunque no pudiera retomar su trabajo en Antivicio; incluso si no volvía a caminar. Era preciso que comenzara a recuperarse mentalmente y volviera a ser el mismo tipo que antes del tiroteo. Cuidar de un hombre que se ahogaba en la lástima por sí mismo haría que cualquiera acabara con una depresión de caballo. Delaney había estado tan centrada en las necesidades de Eric que no se había preocupado de sí misma. Era evidente que necesitaba descansar, había adelgazado. Él había intentado ayudarla todo lo que pudo, pero ella, la mujer más terca del mundo, le había despachado diciéndole que estaba bien.

Los tres ansiaban que llegara por fin el largo fin de semana del Día de los Caídos. Ofreció a Eric una cerveza. Ojalá ése fuera un momento decisivo para su amigo. Luego cogió otra para él.

—No me gusta que hayas abandonado la unidad. —Eric parecía realmente disgustado—. Me siento responsable.

Él, sin embargo, no lo lamentaba.

—No era lo mismo sin ti. Mi nuevo compañero era gilipollas, y me gusta ser detective privado. Ahora soy mi propio jefe y trabajo las horas que quiero. Cuando estaba en el Departamento, algunos días acababa harto. Demasiados casos, demasiada burocracia y demasiado papeleo. Hay muchos criminales en las calles dispuestos a desvalijar a quien se les ponga delante y muy poca justicia para las víctimas.

—Ya sé que odiabas esa parte del trabajo, pero era lo que nos tocaba. Tampoco yo tengo la certeza de haber sido el mejor policía posible. —Eric encogió los hombros—. Pero ahora es irrelevante, no voy a volver a las calles.

Intentó mostrarse impasible ante la amarga risa de Eric. Quizá no volviera a andar. El médico le había dicho que, si hacía rehabilitación, tenía un cincuenta por ciento de posibilidades de recuperar la movilidad de las piernas. Pensaban que su invalidez estaba causada por la hinchazón que había provocado la bala al alojarse cerca de la columna, entre las vértebras once y doce. En el peor de los casos, los daños neurológicos habían sido mínimos. De todas maneras, aunque volviera a andar, sólo podría trabajar detrás de un escritorio porque ya no tendría la misma agilidad. Lo que no entendía era por qué Eric no se sentía feliz por seguir con vida y tener a una esposa que todavía le amaba.

Se había preguntado más de mil veces por qué no había recibido él la bala. A su familia no le hubiera importado. Algunas veces incluso se sentía culpable de poder caminar, de seguir entero, mientras Eric estaba recluido en una silla de ruedas. Si hubieran esperado refuerzos…

—Por ahora lo más importante es que te recuperes. —Intentó sonar positivo. Tomó otro sorbo de cerveza. Tenía que conseguir que Eric tuviera pensamientos felices, que esperara el futuro con ilusión—. Y cuando por fin estés bien, quizá deberías decir al capitán Rogers que se fuera a tomar viento y venirte a trabajar conmigo. Puede que me dedique a seguir a muchos esposos infieles, pero también ayudo a la gente. Fíjate, esta misma semana he encontrado a la hermana perdida de un tipo. Hacía más de quince años que no se veían. Volver a reunir a familiares hace que uno se sienta bien. A ver, dime, ¿no te encantaría trabajar a tu aire y encima ganar más dinero?

—Sí, claro, como si eso de seguir a esposos infieles sonara bien.

Ver todas esas infidelidades había hecho que Tyler dejara de creer en el matrimonio, aunque no era que antes hubiera sido un forofo de dicha institución. Bien sabía Dios todo lo que sus padres habían dicho y hecho antes de divorciarse. Y tampoco Eric había sido un santo.

Tomó otro sorbo de cerveza.

—Pero no tengo a Rogers gritándome todo el rato y pago las facturas puntualmente.

—Imagino que algunos de esos casos resultan entretenidos, ¿verdad? Al menos se debe disfrutar de buenos espectáculos porno, ¿a qué sí?

Antes de que pudiera responderle, se abrió la puerta trasera.

—Si os ponéis a hablar de porno, me voy de compras.

Del entró como una brisa fresca, con una falda beige que se ceñía a la delgada curva de sus caderas, una blusa de seda azul que recordaba las iridiscencias de las plumas de pavo real y unos zapatos negros de tacón alto. Éstos últimos se los quitó en mitad de la cocina. Luego los vio con las cervezas y volvió sobre sus pasos al tiempo que se quitaba las horquillas del brillante pelo oscuro.

Cuando regresó, tomó otra lata de cerveza y le lanzó una mirada suplicante. Después de quitar la anilla, degustó un largo trago con un gemido.

—¡Oh, Dios mío! ¡Pensé que nunca llegaría el viernes! Gracias. —Luego se volvió hacia Eric con una sonrisa—. Hola, guapo.

—Hola, guapa. —Eric le devolvió una brillante sonrisa que hizo que contrastaran sus blancos dientes con su oscura piel italiana. Aquella sonrisa había convencido a más de una chica de quitarse las bragas a lo largo de los cinco años que habían sido compañeros de patrulla. Si Eric hubiera estado en plenitud de facultades, Del habría disfrutado de mucha acción esa noche.

Pero no se habían acostado juntos desde el tiroteo. Lo sabía por Eric. A su amigo le encantaba el sexo, el sexo salvaje. Una vez que se emborrachó le confesó que a Del no le iba demasiado. Ahora, admirando las curvas de su cuerpo, pensó que era una lástima. Definitivamente, Delaney tenía las redondeces adecuadas. Era una mujer preciosa. Quizá más… Emitía esa especie de vibración… Una corriente de sensualidad sutil pero innegable. Era provocativa y atractiva. No obstante, él sabía de sobra que estaba fuera de su alcance. Se había sentido atraído por ella desde que la conoció, pero era de Eric. Se negaba a traicionar a un amigo por una mujer.

Así que, durante los últimos dos años, había ignorado esos pensamientos sexuales, bueno, todo lo que pudo, y la consideraba como un amigote más con el que beber cerveza y ver la televisión… Sólo que tenía un cuerpo de infarto. Desde entonces, habían establecido una gran conexión platónica. Él jamás había tenido una amiga y le sorprendió lo mucho que le gustaba pasar el tiempo con ella, incluso sin sexo.

Delaney le miró con los ojos entrecerrados.

—Habéis comenzado a beber sin mí. ¿Cuántas latas tengo que tomarme para ponerme a vuestra altura?

Era capaz de tomarse las que le dijeran si la desafiaban. Tenía determinación y valor. Era algo que le gustaba de ella. Lo había observado en los días más oscuros de la recuperación de Eric.

—No recuerdo. Es mejor que te cambies de ropa y que te pongas manos a la obra si tienes intención de imitarnos.

Con un gruñido fingido, les sacó la lengua y se dio la vuelta. Él se rio y le dio una palmada en el trasero.

—Venga, date prisa.

Cuando ella se frotó la nalga, Eric soltó una carcajada. Era genial oírle reír. Incluso Del le lanzó una mirada de agradecimiento por encima del hombro.

Una reconfortante calidez le atravesó, casi una cierta placidez, al ver que sus dos amigos volvían a mostrarse casi normales. Aquéllas eran las personas que conocía, felices y divertidas, la tristeza y el rechazo a su destino les había hecho sentir mucha amargura.

Aquel fin de semana sería bueno para todos. Por el bien de Eric, había ocultado que el trabajo como detective privado le aburría. Encontrar a una mujer perdida en Lafayette, Louisiana, era el único caso interesante desde que abrió el negocio hacía ya un par de meses. Tendría que viajar a la semana siguiente para investigar el asunto. Quizá le viniera bien un cambio de escenario. Últimamente se había sentido muy… inestable, insatisfecho. No sabía por qué. ¿Quizá fuera a causa de lo preocupado que estaba por Eric?

Unos momentos después, Del apareció de nuevo con la lata de cerveza en la mano. Llevaba unos vaqueros cortos, con adornos de pedrería y costuras blancas, que dibujaban las curvas de sus nalgas. Los combinaba con un top rojo de profundo escote que se ceñía a su delgada figura. Siempre le había gustado cómo le quedaba esa prenda; tanto por el color como por la manera en que se pegaba a sus pechos. Eric sonrió. Apostaría lo que fuera a que se había puesto ese top para que su marido pudiera admirar su cuerpo, aunque no pudiera hacer nada más al respecto. Intentó pasar por alto lo que aquella ropa provocaba en él mismo.

—¿Qué tal? —preguntó ella tras tomar otro sorbo de cerveza—. ¿Pedimos una pizza? ¿Llamamos ya? Hoy no he podido comer nada.

Y acabó de vaciar la lata de cerveza.

—Yo tampoco he podido comer —murmuró él—. Ese condenado ejecutivo se ha tirado a su secretaria a la hora del almuerzo en el nidito de amor que le ha puesto. ¿Por qué no cerrarán las cortinas cuando se ponen manos a la obra?

Todos rieron. Mientras describía las distintas poses sexuales de la pareja, terminaron la primera ronda y comenzaron la segunda. No pasó demasiado tiempo antes de que abrieran la tercera lata.

—Dime, Tyler —Del le lanzó una mirada provocativa—: ¿Todavía sales con esa chica que trabaja en el club de striptease en Wilshire?

Él se puso tenso y miró a Eric, que apartó la vista. ¡Joder! Tenía que cambiar de tema ya. No era el momento adecuado para que ese gato saliera de la saca.

—Destiny y yo no salíamos juntos. Sólo follábamos.

Del puso los ojos en blanco.

—¡Bueno! Estaba intentando ser educada, no es necesaria tanta claridad.

—Vale. Entonces, no. —Sonrió ampliamente—. Cuando las cosas se volvieron aburridas, pasé página. —Y con eso era suficiente. Miró a Eric de nuevo—. ¿Qué te ha dicho el fisio esta mañana?

Mientras discutían sobre la recuperación de Eric, abrieron la cuarta lata y apostaron a ver quién podía beberla más rápido. Después de ganar con facilidad, sus recuerdos de esa noche comenzaban a ser borrosos.

Una vez liquidada la cerveza, la emprendieron con el whisky. Pero pronto acabaron la botella y el sol apenas se había puesto. Entonces asaltaron la provisión de vino que Del guardaba en la despensa y lo acompañaron de patatas fritas con salsa. Pero no llegaron a pedir las pizzas.

Un gran error. ¿Había sido la peor maniobra posible dejar que el alcohol y su polla tomaran todas las decisiones? Sí, estaba claro. Después de aquella noche, todo se había ido a la mierda.

De repente, Deke se levantó del sofá. Tyler parpadeó regresando al presente justo cuando los últimos cuatro segundos de partido inundaban la pantalla.

Poco antes de que sonara el pitido final, un jugador lanzó una canasta de tres que dinamitó el resultado y Deke se puso en pie con el puño en alto.

—¡Sí, han ganado los Mavs!

—Genial. —Su voz fue apenas un susurro—. Creo que debería irme a la cama.

La actitud de Deke cambió al instante, adoptando otra más profesional.

—Yo… er… Déjame comprobar la puerta.

—¿Quieres que te deje una almohada o una manta? —murmuró.

—No hace falta, serán sólo unas horas.

Tiempo suficiente para que Delaney huyera; apenas era capaz de esperar a alejarse y entregarse por completo al peligro. ¡Maldición!

—Buenas noches. Gracias por dejarnos la cuna de viaje. —Alzó la voz para que ella lo oyera.

Abrieron y cerraron la puerta principal. Diez silenciosos pasos después, Deke estaba de nuevo en la sala y se acomodaba en el sofá. Tras hacer un gesto de aprobación a su amigo, Tyler se encaminó a su dormitorio, se desnudó y se metió en la cama.

Mientras permanecía tumbado en la oscuridad, colocó las manos detrás de la nuca y pensó en todo lo ocurrido ese día. Tenía un hijo. Con todos sus dedos en las manos y en los pies. Era casi perfecto. Y ponía su vida patas arriba. Un precioso bebé que necesitaría que le enseñara a jugar, a saber lo que estaba bien y mal, que le ayudara a convertirse en un buen hombre… Algo en lo que su propio padre no había invertido demasiado tiempo. El ansia que sentía por asumir la paternidad le sorprendió; jamás había pensado demasiado en los niños, pero ya adoraba a ése. Daría su vida por mantenerle a salvo.

Pero pensar en ese niño hacía que volviera a recordar la noche en la que había sido concebido.

Su mente comenzó a divagar, regresando a aquella ardiente velada dos años atrás en Los Ángeles. Revivió aquel momento en el que el estado de ánimo en la casita cambió de borracho y jovial… a mucho más sexual de lo que era prudente.

—Tienes suerte, tío —se lamentó Eric—. Echo de menos follar. No hay nada comparable a hundirse profundamente en un coñito bien apretado y mojado. Mataría por volver a sentirlo.

—¡Eh! —Del lo golpeó en el hombro.

—Estaba hablando de ti, nena —añadió él de manera inmediata—. ¡Joder! Incluso me conformaría con mirar.

De repente, Eric arqueó una ceja con los ojos clavados en Del y luego le miró a él, mientras una pícara sonrisa inundaba su rostro moreno.

Supo cuáles eran las palabras que iban a salir de la boca de su amigo.

—No.

Pero en el momento en que el pensamiento de acostarse con Del inundó su mente, un escalofrío le atravesó de pies a cabeza, anhelante e imparable. Su pene se endureció sólo de pensarlo y no precisamente poco. En unos segundos, pasó de estar relajado a ponerse duro como el acero, y su miembro presionó con dolorosa insistencia contra la bragueta.

—Venga —le aduló Eric. Sus palabras eran tan suplicantes como su mirada—. Hazlo por mí. Mira cómo estoy. Échale una mano a un amigo. Necesito recordar cómo se folla de verdad a una mujer. Necesito algo que me anime a seguir adelante.

En la silla frente a él, Del se inclinó hacia delante, apoyando los antebrazos en las rodillas. Tyler vio asomar sus pechos por el escote del top, apenas cubiertos por un sujetador blanco de encaje. La luz cenital iluminaba la profunda hendidura entre los senos y dejaba percibir incluso el oscuro tono rosado de los pezones que presionaban contra el encaje de seda.

Aunque jamás hubiera imaginado que fuera posible, se puso todavía más duro. Subió la mirada poco a poco a la cara de Del; estaba sonrojada y se mordisqueaba los labios. Sus pupilas, algo nubladas, brillaban entre las pestañas. La vio parpadear antes de sostenerle la mirada con una expresión inquisitiva.

¿Cómo sabrían sus besos? ¿Cerraría los ojos y gemiría al alcanzar el orgasmo, o por el contrario miraría fijamente con sorpresa al hombre que se lo había proporcionado? Se lo había preguntado más de una vez a lo largo de los años. Y mientras aquellas cuestiones volvían a inundar su mente una y otra vez, una ardiente bola de lujuria atravesó su cuerpo. Cuando ésta llegó debajo de la cintura, su miembro latía con una insistencia casi desagradable. Del era la mujer de su mejor amigo, y cada uno de esos pensamientos le hacía hundirse en un negro pozo de culpabilidad. Se preguntó cómo haría ahora, después de que Eric insinuara la posibilidad de que fuera el amante de Del, para mantener las manos alejadas de ella.

Lo conseguiría. Eric era como un hermano para él… Había tenido la mala fortuna de beber demasiado. Si estuviera sobrio estaría de acuerdo en que aquélla era una idea muy mala.

—¿Le estás pidiendo a Tyler que se acueste conmigo? —La voz de Del sonaba un poco gangosa. Parecía adorablemente confundida—. ¿Quieres que haga el amor con tu mejor amigo?

Era el momento de levantarse y marcharse, aunque su pene quería quedarse y pasárselo en grande.

Antes de que tuviera la oportunidad de hacerlo, Eric intervino.

—Le estoy pidiendo que sea un intermediario, Del. Será como si te acostaras conmigo, como si fuera mi polla la que se hundiera en ti, como si fuera yo el que te llevara al orgasmo.

Ella asintió con la cabeza antes de fruncir el ceño.

—Pero… ¿eso no sería una equivocación? ¿No te molestaría?

—No, nena. No es como si me pusieras los cuernos. Yo estaré aquí, contigo, y será como si fuera yo el que estuviera en tu interior. —Él le tomó las manos al tiempo que le lanzaba a Tyler una mirada suplicante—. Quizá no podamos volver a mantener relaciones sexuales. Será la única manera que tenga de experimentarlas. Y sólo confío en él.

Tyler respiró jadeante.

—Tío, no parece que ella esté dispuesta y no pienso hacerlo contra su voluntad.

Del le puso unos dedos temblorosos sobre el antebrazo. Él todavía clavaba los ojos en el escote del top y estaba tan caliente que tuvo que contenerse para no apartar la silla de una patada, inmovilizarla en el sofá, enterrarse en su sexo y follarla hasta perder el aliento.

—Estoy… dispuesta —dijo ella en voz baja antes de mirar a Eric—. Bueno… er… si es lo que quieres en realidad.

—Sí. Oh, nena… —Eric le pasó los dedos por la mejilla con los ojos brillantes de gratitud—. Esto me dará algo que esperar mientras hago la rehabilitación, algo en lo que pensar y por lo que esforzarme cuando la terapia sea demasiado dura. Una perspectiva diferente. ¿Ty?

Él se pasó la mano por la cara tomándose su tiempo. La parte de su cerebro que no estaba empapada en alcohol se preguntó qué pasaría si cruzaba la línea de la amistad con Del. El sexo solía ser algo casual para él, pero ella no era una mujer cualquiera: era inteligente, compasiva y se merecía algo mejor que mantener relaciones sexuales en una bacanal de alcohol y hormonas porque su marido quería ver porno en directo.

Pero Eric, a pesar de todos sus defectos, tampoco se merecía haber recibido un disparo cerca de la columna y estar en una silla de ruedas. Y aun así… Se preguntó cómo se sentiría su camarada a la mañana siguiente si accedía a su petición y se tiraba a su esposa.

—Nunca te había pedido nada tan importante —imploró Eric—. Llevo varias semanas pensando en ello. Lo necesito, Ty.

¡Maldita sea! ¿Eric ya se había planteado aquello estando sobrio? Su amigo nunca había implorado por nada, ni siquiera por su vida, cuando el cabrón que le disparó se acercó a él esgrimiendo un arma y le amenazó con hacerlo de nuevo. Él quería hacer lo más conveniente para todo el mundo, pero sus pensamientos se habían detenido en un hecho innegable: se moría por acostarse con Del. Quería desnudarla, tumbarla en la cama y penetrarla. Y cuanto antes, mejor.

Y todavía vacilaba…

—No sé, tío…

Eric se acercó.

—Estoy pidiéndote demasiado, ¿verdad? Lo siento. Tranquilo, se lo pediré a Jim Becker. Seguro que accede.

Sí, porque Becker, el asqueroso, haría lo que fuera por follar. Y clavaba los ojos en Del como si fuera un trozo de carne cada vez que la veía. Eric lo sabía. Notó una opresión en el pecho al pensar en Del en brazos de aquel tipo asqueroso.

—¡Joder, no! Becker no sería bueno para Del. No se preocupará por su experiencia ni hará que se sienta especial.

—Quizá sí… quizá no. —Eric se encogió de hombros—. Rezaré para que pase lo mejor. Tú has sido siempre mi primera elección, pero si no eres capaz…

Tyler negó con la cabeza. «¿Que no era capaz?». Soltó un bufido. En ese momento tenía la impresión de que sería capaz de tirarse a Del diez veces seguidas.

—Amigo, ¿estás seguro de que es eso lo que quieres? ¿Y tú, ángel?

—Quiero cualquier cosa que pueda conseguir que Eric y yo nos sintamos más próximos —susurró Del con ojos suplicantes—. Los últimos tres meses han sido…

Horribles. Y él lo sabía. Ella debía de haber tenido la impresión de estar viviendo una pesadilla interminable. Su vida no era la misma, ni mucho menos su marido.

—Sí. —Eric asintió con la cabeza—. No quiero decir que la idea no me parezca extraña, pero necesito sentirme un hombre otra vez. Necesito algo bueno.

Antaño, Eric había estado demasiado seguro de sí mismo como para pedirle tal cosa, hubiera dado igual la cantidad de alcohol ingerida. Esa noche era patente su desesperación. ¿Cómo iba a ignorar esa súplica?

Tyler se llevó la mano a la nuca y decidió entrar a matar.

—Eric, me conoces, estás enterado de mi reputación.

—Sí. Para ti las tías son «ámalas y déjalas». No creo ni por un segundo que vayas a colgarte por mi mujer.

Le tenía calado. Era un ligón. Su propia madre lo decía desde que era un niño. ¡Dios!, si incluso habían bromeado sobre el tiempo que tardaba en salir pitando después de echar un polvo, y no solían ser más de cinco minutos. Pero a Del la respetaba demasiado para tirársela y largarse. ¿Qué debía hacer?

—Si lo hago, quiero que entiendas bien que voy a esmerarme para que ella goce de cada minuto, porque es una mujer apasionada. Y te aseguro que yo también disfrutaré.

—Lo sé. —Eric asintió con la cabeza—. Quiero que ella lo pase bien. Es probable que necesite una válvula de escape. No creo que ninguno de sus consoladores la haya dejado satisfecha.

—¡Eric! —Ella le golpeó en el hombro juguetonamente.

Pensar en Del masturbándose hizo que se pusiera todavía más caliente. ¡Joder!, la deseaba con todas sus fuerzas.

—¿Lo harás? —La voz de su amigo volvía a contener esa nota de súplica.

¿En realidad tenía otra opción?

Respiró hondo y, rezando para que no acabaran arrepintiéndose, asintió con la cabeza.

—Haría cualquier cosa por ti, amigo. Ya lo sabes.

También rezó para que después de haberse tirado a la mujer de su amigo pudiera soportar la sensación de culpa.

Eric esbozó una resplandeciente sonrisa y ladeó la cabeza.

—Gracias.

—Humm, ¿algún límite?

—No. Confío en que hagas lo correcto.

Un error por parte de Eric. Tyler temía ser incapaz de contenerse y acabar desatando un montón de fantasías en Del, empujarla hasta alcanzar cada uno de sus límites.

Eric la tomó por los brazos y la atrajo hacia él para darle un beso rápido antes de hacerse con la botella de vino y tomar otro largo trago. Entonces le miró.

—¿No la besas?

¡Joder! Quería hacerlo. Ante la sugerencia, la necesidad inundó su cuerpo hasta estallar en su miembro inflamado. ¿Cómo sería sentirla contra él? ¿En torno a su pene? La curiosidad le mataba.

Ella se alejó de Eric y respiró hondo, haciendo que sus pechos se alzaran insolentes. Ya tenía duros los pezones cuando alzó la mirada hacia él; sus ojos se veían muy azules enmarcados por aquellas pestañas negras. Notó que se mordisqueaba los labios.

—¿Del? —Tyler alargó una mano temblorosa hacia ella.

Tras vacilar durante un momento, Del asintió con la cabeza y entrelazó los dedos con los suyos.

Un escalofrío de deseo le subió por el brazo, anulando cualquier pensamiento coherente. Toda su sangre fluyó hacia abajo de la cintura, haciéndole tragar saliva.

«Tranquilízate, tío. Como no te contengas un poco, acabarás haciéndole daño. Asustándola. Lastimándola».

Al parecer, Del tomó su pausa como renuencia, porque se aproximó a él, le encerró la cara entre las manos y apretó sus labios contra los suyos en un beso lleno de desesperación.

Era lo único que necesitaba para que sus hormonas tomaran el mando. La poca conciencia que le quedaba se disolvió.

Enterró los dedos en el largo pelo de la joven para echarle bruscamente la cabeza hacia atrás, obligándola a arquear el cuerpo, y le separó los labios con los suyos. No la besó; violó su boca, introduciendo la lengua en el interior de la de ella, obnubilado por las ganas de saborearla por completo. De poseerla.

Ella gimió y friccionó su esbelto cuerpo contra el suyo, aceptando todo lo que él le daba. El sabor de Del fue como una explosión que prendiera fuego a su piel y transformara su sangre en lava ardiente. Cuando ella le rodeó el cuello con los brazos, el imparable deseo hizo que se pusiera como una barra de hierro y que los testículos se le tensaran de una manera casi imposible.

—Ya no hay vuelta atrás —siseó Eric—. ¡Oh, Dios! Esto se ha puesto muy caliente.

Tyler retrocedió como si lo hubieran escaldado con aceite hirviendo. Ni siquiera después de correr una maldita maratón respiraría de esa manera jadeante: sus pulmones palpitaban por el esfuerzo. Del tenía las mejillas sonrojadas; su boca, siempre exuberante, ahora estaba roja e hinchada. La vio pasarse la lengua por el labio inferior como si quisiera seguir saboreando el beso. Su gesto hizo que su miembro se estremeciera y se endureciera un poco más.

—No te detengas ahora, nena. —Eric se aproximó lo suficiente como para acariciarle la cintura y un pecho, luego tiró del top—. Quítate esto. Y también el sujetador. Recuérdame lo hermosos que son tus pechos. Enséñaselos a Tyler.

Ella asintió sin apartar la vista de su marido, pero su expresión era insegura. Volvió a mordisquearse los labios, poniéndoselos todavía más rojos. ¿Estaría pensando que él no la deseaba? Era posible. Desde el principio se había esmerado todo lo posible en enterrar la atracción que sentía por ella. Después de todo, el sexo entre ellos no había sido posible hasta hacía cinco minutos.

Con Eric mirándoles fijamente, Tyler invadió el espacio personal de Del y le acarició un seno por encima de la tela roja. Le rozó el pezón con el pulgar, y éste se erizó como si anhelara su contacto. Ella gimió. ¿Estaba alentándole a seguir adelante? ¡Joder, no necesitaba que le animaran más! Estaba seguro de que ella lo hacía por el bien de Eric, pero ignoró ese hecho. Esta noche quería acostarse con él. De repente no fue capaz de recordar haber deseado algo más en su vida.

La miró a los ojos y le sostuvo la vista con firmeza mientras volvía a rozarle el pezón.

—Desnúdate, Del. Enséñame tus pechos.

Ella contuvo el aliento y se humedeció los labios, haciéndole sentir otro escalofrío de deseo. Luego la vio cruzar los brazos a la altura de la cintura, agarrar el borde del top y pasárselo por la cabeza.

Tyler parpadeó sin poder apartar la vista. Delaney era… perfecta. Había sido bailarina clásica durante años y era visible en las líneas firmes y delicadas de sus brazos y hombros. Tenía el estómago plano y los músculos abdominales eran perceptibles bajo la piel impoluta. Los pantalones cortos marcaban las delgadas caderas, pero eran sus pechos los que le hacían tartamudear. Naturales y perfectos, eran los más excitantes que hubiera visto jamás. Se preguntó cómo sería posible que volviera a mirarla sin recordar sus senos, provocadores y sonrojados. Su respiración era tan dura como sus pezones, que se presionaban erguidos contra el encaje blanco.

Tyler tragó saliva.

—Quítate-el-sujetador.

¡Oh, joder! Casi no era capaz de hablar. Pero ella entendió lo que quería decir. Sosteniéndole la mirada, se llevó las manos a la espalda y soltó los corchetes. Un segundo después, la prenda caía al suelo.

«¡Dios!». Casi se tragó la lengua. Una piel algo más pálida que el resto rodeaba unos pezones de oscuro tono rosado, los más suculentos que hubiera visto nunca. Redondos, grandes y tan enhiestos que parecían mendigar que los apresara entre los labios. Algo que estaba más que dispuesto a hacer.

—Es magnífica, ¿verdad? —presumió Eric con altanería.

«Tanto como para tener sueños húmedos».

—Sí.

—Ven aquí, nena. —Eric la llamó con un dedo—. Quiero tocarte.

Ella obedeció, y Tyler tuvo que contener una protesta. Pero Del no era suya, así que tuvo que permanecer en silencio, observando como su amigo la besaba en los labios y le rozaba un pezón con los nudillos.

—No te olvides de mirarme. Quiero verte los ojos. Quiero que pienses en mí.

«¡Ni hablar!», fue lo primero que pensó. Contuvo las palabras. Le estaba haciendo un favor a un amigo: follaría con su esposa para darle placer. Tenía que concentrarse en el objetivo.

Del lanzó a Eric una trémula sonrisa colmada de devoción. Tyler quiso ser el objeto de una igual con un anhelo que no supo explicarse. Ella jamás le había sonreído así y, al pensarlo, sintió una puñalada en el pecho.

Pero esa noche el cuerpo de Del era suyo y pensaba disfrutar de él todo lo que pudiera.

La tomó del brazo y tiró bruscamente, arrancándola del abrazo de Eric. Con una implacable presión, le sostuvo la nuca y la apretó contra su cuerpo para volver a devorarle la boca. Aquellos labios, dulces como bayas; esa tímida lengua que acariciaba la suya antes de retirarse; los cortos jadeos cuando comenzó a tocarle las nalgas y la alzó contra él, friccionando el monte de Venus contra su erección.

—¡Joder! ¡Qué caliente me estoy poniendo! —murmuró Eric.

¿Le gustaba mirar? «Pues vas a ver mucho más de lo que te gustaría». Tyler se prometió solemnemente que no permitiría marchar a Del hasta estar completamente saciado. Y, si se salía con la suya, ella quedaría tan satisfecha que luciría una sonrisa de oreja a oreja.

Le desabrochó los pantalones cortos y se los deslizó con las manos por las piernas junto con el tanga de encaje. Cuando llegó a las rodillas, acabó de bajarlos con el pie mientras volvía a apoderarse de su boca para seguir saboreando sus labios.

Del no vaciló ni le rechazó. Se sostuvo firmemente de sus hombros y comenzó a frotarse contra su cuerpo. En el momento en que los pantalones cortos caían al suelo, le subió la camiseta hasta sacarla por la cabeza.

—Tyler… —Ella le deslizó las palmas por el pecho, arrastrando las yemas sobre sus sensibles tetillas—. ¿Estás seguro? Quiero decir que si no me deseas…

«¿A ella?». Llegados a ese punto sólo un ejército podría apartarlo de allí. Y sólo siendo muy insistente.

—Estoy seguro. ¿Y tú? —graznó.

Ella asintió con la cabeza mientras exploraba su piel otra vez, haciéndole estremecer. Contuvo el aliento al sentir sus manos. ¡Oh, Dios! Eso era alucinante. Apenas habían empezado y ya estaba dispuesto a suplicar más.

No podía esperar a introducir su miembro en lo más profundo de ese dulce coñito. Y ya podía distinguir lo dulce que era al pasar los dedos una y otra vez por allí. Eric le había dicho una vez que ella se depilaba íntegramente y a él le gustaban mucho los sexos depilados. Corrección: le gustaban mucho los sexos depilados y húmedos. El de ella era perfecto. ¡Joder!, podría perderse en él.

Le pasó un dedo por el clítoris. «Mmm, ya estaba duro». Pero le atraía por mucho más que por el sexo. Del le había sostenido la mano en urgencias después de que se hubiera hecho un corte que necesitó veintitrés puntos de sutura. Le enseñó a cocinar algo que no fueran comidas congeladas. El año pasado, tras la muerte de sus padres, se había aferrado a él mientras Eric y otros familiares portaban los féretros hasta las tumbas.

A él le encantaba su franqueza. Era una mujer real. No mostraba sonrisas fingidas, no se había puesto silicona ni mostraba ningún artificio. Hacía alarde de cada emoción, de cada expresión; no ocultaba ni fingía nada. En resumen, era honrada y hermosa. Eso demostraba un coraje que ni siquiera él mismo tenía y la admiraba por ello.

—¿Te gusta esto? —Volvió a frotarle el clítoris.

Ella contuvo el aliento y dejó caer la cabeza mientras se derretía bajo su contacto.

—Sí…

—No es muy receptiva, tendrás que llevarla al orgasmo con la mano y tardarás tu tiempo —aleccionó Eric—. No suele correrse durante el coito.

«¿De veras?». Tyler clavó los ojos en la cara de Del. Ella se sonrojó y evitó su mirada. Eric la había avergonzado. ¿No pensaría que tardar en alcanzar el clímax era culpa suya? Tyler quería a Eric como a un hermano, pero si no era capaz de hacer que ella se corriera mientras follaban… Bueno, él estaba más que dispuesto a enseñarle cómo conseguirlo. De hecho, estaba impaciente por hacerlo.

La expresión y los movimientos de Delaney indicaban que también estaba anhelante. ¿Era por él o sólo por el sexo en sí? Daba igual; él se sentiría más que feliz de satisfacer su necesidad.

Comenzó a besarle la cálida y suave piel del cuello con los labios separados mientras le introducía un dedo en la vagina. Al instante su carne se cerró sobre él como si intentara succionarle.

—¡Maldición!, eres muy estrecha. —Se inclinó para mordisquearle la oreja al tiempo que le susurraba al oído para que sólo le oyera ella—. ¿Cuánto tiempo hace, ángel?

Del se aferró a sus hombros, con los ojos muy abiertos, y separó los labios mientras él la acariciaba.

—Seis meses.

«¿Qué demonios…?». Tyler intentó no mostrar una expresión sorprendida. Hacía sólo tres meses que Eric estaba herido. ¿Y antes? Su amigo había estado tan obsesionado por Destiny que había pasado totalmente de Del.

Tyler la acarició otra vez, ahora más profunda y lentamente. ¿Y Eric pensaba que era él quien necesitaba eso? Apostaría lo que fuera a que ella lo necesitaba más. ¿Quién la había abrazado y consolado durante los últimos meses? ¿Quién le había dicho que era hermosa, deseable e importante? Se prometió a sí mismo que él se ocuparía de ello esa noche.

Ella movió temblorosamente la cabeza, gimiendo cuando él giró los dedos. Un hermoso rubor le cubrió el pecho y la cara. La respiración se volvió jadeante cuando volvió rozarle el clítoris. Entonces presionó ese punto sensible en su interior.

Del le clavó los dedos en los hombros.

—Oh, Dios… ¡Sí!

Por sorprendente que resultara, ella comenzó a palpitar en torno a sus dedos a punto de llegar al clímax. A lo largo de los años, Tyler había visto a muchas mujeres en el momento en que alcanzaban el orgasmo y conocía las señales. «¿Así que no era receptiva?». Eric tenía que ser idiota, porque Del estaba a punto de estallar. ¡Joder!, apenas podía esperar a ver su reacción cuando hubiera enterrado en ella cada centímetro de su miembro.

—¿Te vas a correr por mí? —susurró Tyler.

Ella hizo girar las caderas, jadeando contra su cuello. Cuando él se inclinó y capturó uno de los pezones, lamiéndolo con la lengua, Del contuvo el aliento. Su vagina le ciñó los dedos de manera casi dolorosa antes de comenzar a palpitar. La escuchó gritar al alcanzar el éxtasis.

Todo su cuerpo canturreó ante el sonido.

Siguió frotándole el pequeño nudo de nervios durante todo el orgasmo, alargando el clímax. Tenía fuertes músculos internos, no podía esperar a sentirlos palpitando en torno a su miembro. La besaría, bebería sus gritos con la boca mientras la conducía de un clímax al siguiente.

—Nena, menudo orgasmo —comentó Eric—. Lo necesitabas, ¿verdad? ¿Cómo te sientes?

Ella gimió.

—Necesito más.

Eric le acarició el muslo.

—Tranquila, todavía no ha acabado.

En el momento en que ella dejó de palpitar, la impaciencia se apoderó de él. Se bajó la cremallera y luego los vaqueros. Dado que solía ir de comando, se quedó desnudo ante ella.

Su erección se irguió ante él y la empuñó con la mano, acariciándose lentamente mientras ella recobraba el aliento y daba un paso atrás, observándole con las pupilas dilatadas.

—¡Oh, Dios Santo! —susurró con un suspiro mientras clavaba la vista en su polla. La vio parpadear un par de veces—. Eso es muy serio.

Tyler se encogió de hombros. Sí, ya sabía que la tenía grande, pero no tanto como para tener problemas para follar.

—Iré despacio. —«Aunque me muera»—. No te haré daño. Eso pareció disipar su miedo.

—Lo sé.

Eric se aproximó al sofá y utilizó los brazos para levantarse de la silla de ruedas y dejarse caer sobre los cojines, luego se incorporó sobre un codo.

—Necesito ver más. ¡Santo Dios!, recuerdo lo que era. Quiero recuperarlo. Voy a trabajar para conseguirlo.

Del sonrió a su marido antes de mirarle. Cuando lo hizo, su expresión se volvió descarada.

—No eres tímido, ¿verdad?

Tyler soltó un bufido; la sangre le hervía en las venas.

—Haz lo que quieras, ángel, insúltame si quieres. Te seguiré el ritmo.

A ella le gustó el reto, o eso dijo su sonrisa. Comenzó a besarle en la mandíbula, rozándole con los dedos, acariciándole desde el torso hasta los muslos. Luego se apoderó de su erección y comenzó a frotarla con fuerza e intensidad.

Él profirió un largo gemido cuando un incontrolable placer le recorrió de pies a cabeza.

Ella se rio tontamente.

—Apuesto lo que quieras a que pensabas que las señoras casadas eran mucho más torpes.

Nunca había pensado eso. Y, sin duda, jamás lo pensaría en el futuro. Fue muy hábil cuando le pasó el pulgar por el sensible glande y consiguió hacer vibrar cada nervio de su cuerpo. Tuvo que contener el aliento.

Luego ella comenzó a inclinarse hasta dejarse caer de rodillas.

—¡Del! ¡Oh, Dios, no lo hagas…! ¡Dios mío, sí, chúpamela!

Su boca se cerró sobre su polla como terciopelo caliente, era suave, húmeda y acogedora. Tyler le enterró los dedos en el pelo y se introdujo profundamente entre sus labios. Cuando ella comenzó a succionarle fue como sumergirse en arenas movedizas, y sintió que se ahogaba. Miles de escalofríos irradiaron de su miembro a cada célula de su cuerpo en el momento en que ella comenzó a girar la lengua alrededor del glande. Luego lo llevó al fondo de su garganta. Gimió impotente.

—Sí, eso es ardiente —murmuró Eric—. Hazlo como tú sabes, nena. Chúpasela. Sí… acaríciale los testículos.

¡Joder!, fue como si Eric le hubiera leído la mente. Al instante, Del obedeció la orden y le acarició el saco escrotal. Los escalofríos se convirtieron en oleadas. Bajó la mirada a aquella boca; tenía los labios muy abiertos por la dificultad que suponía albergarlo en aquella cálida cueva de seda. No le había tomado por completo, pero cuando lo introdujo otro centímetro más, él pensó que perdería el juicio.

Una mamada era una mamada, pero eso… ¡joder!, ¿cómo iba a arreglárselas para no correrse en los próximos treinta segundos? Saber que estaba en la cálida boquita de Del era suficiente para que perdiera el control. Quería tomarla de todas las maneras posibles. En ese momento, no podía negar el primitivo deseo de reclamarla.

Tirando de sus cabellos la obligó a retirarse.

—Chúpame el glande.

Ella lo hizo como si estuviera lamiendo un maldito helado, saboreándole como si tuviera un sabor delicioso que ella se moría por degustar. Y mientras, le observó con aquellos ojos profundamente azules, que ardían de pasión. Estaba muy excitada.

—Ahora relámete los labios —pidió Eric.

Tyler contempló la punta de la dulce lengua rosada acariciar el labio superior antes de volver al interior de la boca. Luego volvió a emerger y humedeció el inferior, que se puso brillante y resbaladizo. Él jadeaba cada vez más rápido. Y ella nunca dejó de mirarle.

—Muy bien, nena. Ahora deja que te folle la boca. Hazlo lentamente.

¡Dios!, Eric estaba tratando de matarle. Se lo diría claramente si no estuviera siendo tan jodidamente placentero.

Del sacó de nuevo toda la lengua para frotar con ella la parte inferior de su miembro, luego le introdujo otra vez en su boca.

Él apretó los puños y dejó caer la cabeza hacia atrás.

—Del, maldita sea…

Entonces ella hizo algo mucho más excitante: enterró su erección todavía más profundamente en su boca y comenzó a gemir a su alrededor. Notó que ella tragaba saliva y su glande chocó contra los tensos músculos de la garganta. El placer era increíble. Los ramalazos de lujuria presagiaban una tempestad que se estaba formando justo en la base de su columna. Sus testículos estaban tensos y pesados.

Con una mueca, le tiró bruscamente del pelo y se retiró de la dulce presa de sus labios. Clavó los ojos en el rostro de Delaney y la vio parpadear excitada. Tenía los labios húmedos, las pupilas dilatadas.

—Tengo que follarte. —Escuchó la desesperación en su propia voz y se estremeció.

Ella contuvo el aliento antes de curvar las comisuras de la boca con una provocativa sonrisa. Deseó poner esa mirada sexy y traviesa en su cara cada día de su vida.

—Sí —gimió Eric—. Hazlo, amigo. Inclínala en el sofá junto a mí. Quiero besarla y jugar con ella.

Mientras él la follaba. Apretó los dientes. No era eso lo que quería. Le gustaría disponer de una cama acogedora y de horas en las que estar con ella. Quería chuparle los pezones hasta dejárselos doloridos, saborear ese depilado coñito, beber su esencia. Pero el agobiante deseo de sumergirse en ella y embestir hasta que ella gritara su nombre anulaba su sentido común.

Se acercó a los vaqueros y sacó un preservativo del bolsillo. Con éste oculto en la palma de la mano, la ayudó a levantarse y la apretó contra su cuerpo. Luego le pasó el pulgar por el labio.

—¿Estás segura? —se vio obligado a preguntarle, a pesar de la manera en que la deseaba.

Ella asintió temblorosamente con la cabeza.

—Por favor —susurró.

El ansia contenida en su voz le desarmó. Observó los duros pezones, le acarició la larga línea del torso y el vientre antes de deslizar de nuevo los dedos en su vagina. ¡Joder!, estaba incluso más mojada que cuando había alcanzado el orgasmo. Dada la dureza con la que pensaba follarla, iba a necesitarlo.

—Miradme —exigió Eric.

No era eso lo que él quería. Daría cualquier cosa por poder contemplar los ojos de Del, observar cómo se dilataban sus pupilas, cómo se separaban sus labios, cómo enterraba en ella cada hambriento centímetro de su miembro. Contuvo una maldición. Aquello no era para él.

Antes de girarla, le acarició la mejilla y la besó en la boca. Deseaba estar dentro de ella por completo, quería devorarla. Pero se contuvo, reconfortándola con la lenta fricción de su lengua contra la de ella, mostrándole sin palabras lo suave pero profundamente que quería follarla. Cuando por fin alzó la cabeza y la miró a los ojos, ella se sujetó a sus hombros y le devolvió la mirada jadeante.

Le había comprendido de manera absoluta.

—Ponte frente a Eric, ángel.

Del le lanzó una última mirada, suplicándole clemencia. Fuera lo que fuera lo que ella vio en su rostro la tranquilizó. Asintió con la cabeza y se volvió hacia su marido.

Mientras se ponía el condón, no pudo negar que la vista desde atrás era igual de deliciosa que desde delante. El trasero, firme y redondo; la larga línea de la columna que dividía en dos la piel perfecta y aterciopelada de la delgada espalda; la minúscula cintura; las gráciles curvas de los hombros; las largas y sedosas hebras del pelo que cayeron hasta las curvadas nalgas cuando ella echó la cabeza hacia atrás con impaciencia.

¿Cuándo fue la última vez que había deseado tanto a una mujer?

Nunca. Y no había deseado a nadie así porque nadie era como ella.

Tyler presionó la palma de la mano en sus caderas, guiándola con suavidad para que se inclinara sobre el reposabrazos del sofá de cuero negro, dejándola a sólo unos centímetros de la cara de Eric.

—Eres preciosa, nena. —Eric le rozó la boca y estiró la mano para juguetear con sus pezones.

¡Maldición! De repente, a él no le gustó ver que Eric la tocaba. A lo largo de los años les había visto besarse muchas veces, incluso había escuchado más de una historia sobre sus coitos. Pero esa noche, en ese momento, Del le pertenecía.

Tenía intención de reclamar cada parte de ella. Tenía el presentimiento de que a la mañana siguiente se sentiría fatal, pero en ese instante…

Pegó las caderas al trasero de Delaney y deslizó la polla entre las nalgas al tiempo que le cubría la espalda con el torso. Ella se quedó sin aliento. Sí, era caliente. Tyler cerró los ojos y dejó que las sensaciones le inundaran. Debería sentirse culpable por anhelarla tanto, pero se negó a pensar en ello. Del le deseaba; si tenía suerte, al menos sería la mitad de lo que la deseaba él. Comenzó a acariciar el pecho que Eric no sobaba, jugueteando con la erizada punta y apretándola entre los dedos hasta que ella jadeó.

—Te voy a follar, ángel —susurró en su oído sólo para ella—. Vamos a movernos y a retorcernos. Te quedarás sin aliento y se te acelerará el corazón, pero vas a aceptarme por completo en tu interior. Y te vas a correr para mí. ¿Has entendido?

—Sí —jadeó ella.

—Quiero escuchar todo lo que sientes. Cada segundo, cada instante de placer. Tengo que saberlo para darte todo lo que necesites y no hacerte daño. Si te quedas en silencio, dejo de follarte. ¿Comprendido?

—Por favor. —Ella se retorció contra él con la respiración entrecortada. «Perfecto».

Tomando la erección, puso el glande en la pequeña abertura y comenzó a empujar lentamente.

«¡Oh, Dios!». ¡Qué placer tan intenso! Era caliente y apretada. Aquello era indecente, pero necesario para seguir respirando. Parecía que había nacido para eso.

Cuando se sumergió unos centímetros más, Del se tensó y jadeó. Él le sujetó las caderas con más fuerza, obligándose a permanecer inmóvil durante un momento.

—¿Te duele? —Hacía demasiado tiempo para ella.

—Sí —gimió ella con la voz entrecortada—. Dame más.

¿Qué demonios hacer ante eso? ¿Y cómo iba a recuperar después la cordura?