Capítulo 1

—Tyler, ¿sabías que las chicas de las Sirenas Sexys te han apodado Cockzilla[1]?

Él se rio. Hacía dos largos años que Delaney Catalano no escuchaba aquel sonido ronco y profundo. Notó que le provocaba una opresión en el pecho. Después de tantas pruebas, kilómetros y, últimamente, balas jamás pensó que volvería a oír el familiar sonido de la voz de Tyler Murphy. Desde luego nunca hubiera imaginado que fuera a escucharlo en aquel lugar perdido en mitad de Louisiana, escondida entre las sombras como un triste despojo humano. Lo que no le sorprendió, sin embargo, fue que un grupo de mujeres le hubiera puesto un mote relativo a sus proezas sexuales. Las hembras siempre habían babeado por él y a Tyler le encantaba que fuera así.

Antaño, aquel tipo de travesuras la había hecho reír, hasta que lo experimentó en su propia carne. Incluso ahora seguía recordando lo bueno que había sido. Ignoró aquel pensamiento.

Asomó la cabeza por la esquina y vio los anchos hombros y la espalda de Tyler ceñidos por una camiseta gris oscura. Se había cortado al uno el espeso pelo rubio, dejando expuesta al aire la firme columna de su cuello. Estaba reclinado en una silla y los antebrazos bronceados y musculosos atraían su mirada bajo las luces del patio. Alrededor de la mesa tenía a su disposición un auténtico harén: dos pelirrojas, una rubia platino, una morena de aspecto latino y otra mujer de pronunciadas curvas con el pelo castaño rojizo.

«Algunas cosas no cambian nunca».

No es que le importara. Por encima de todo, había sido su amigo. Jamás le había pertenecido, así que no podía considerar que lo hubiera perdido.

—¿Y qué tiene de malo ese apodo? —preguntó Tyler volviéndose hacia la rubia al tiempo que se llevaba la botella de cerveza a la boca para tomar un largo trago.

Mientras las mujeres se reían, ella miró por encima del hombro para asegurarse de que nadie la había seguido. Dejó escapar un suspiro de alivio cuando comprobó que continuaba estando sola. ¿No sería estupendo que su mayor problema fuera conocer la opinión de otras personas? ¿No sería genial que no la quisieran matar?

—Señoras, por favor… —advirtió la rubia—. No os riáis. ¿No recordáis el plan?

—Alyssa tiene razón —intervino la morena—. Estamos preocupadas por ti.

—Es muy amable por tu parte, Kata, pero no lograrás convencerme para que vuelva a ver contigo otra entrega de Crepúsculo.

—Si te gustó… —le acusó Kata.

—Ya quisieras —rezongó él.

Era probable que le hubiera gustado más de lo que quería admitir. A Tyler le gustaban las películas de acción llenas de testosterona, pero había reconocido, bajo presión, que también disfrutaba de vez en cuando con un poco de ternura en la pantalla. Evocó con una sonrisa otro tiempo lejano, cuando era su amigo. Ella se había acurrucado a su lado en el sofá para ver películas alquiladas en un videoclub. La realidad interrumpió sus recuerdos.

—Centrémonos —ordenó Alyssa—. Ésta es la cuestión: las chicas y yo hemos decidido que necesitas ayuda.

—Venga… Ni que fuera un alcohólico o un drogadicto. No supongo un peligro para nadie.

—No es cierto. Eres nocivo para el sexo femenino —intervino la beldad del pelo castaño rojizo—. ¿Eres capaz de dejar pasar un día sin meterte bajo el tanga de alguna stripper? Nosotras pensamos que no.

Delaney hizo una mueca. Sí, el mismo Tyler de siempre. Al que le gustaban las mujeres fáciles y llamativas. Una razón, entre otras muchas, para que ella nunca se hubiera tomado en serio su flirteo. No obstante, no había sido ésa la causa de su alejamiento.

—¡Ay, Kimber! Me hieres… —Tyler apretó una mano dramáticamente contra el pecho.

—Déjate de chorradas —le exigió ella—. No eres capaz, ¿verdad?

—Estoy seguro de que sí podría, pero ¿para qué torturarme? Algo tengo que hacer para alejar la soledad.

—No quiero más peleas de gatas sobre el escenario para ver quién disfruta de Cockzilla por la noche —intervino Alyssa otra vez.

—¿No quieres peleas de gatas en un local de striptease? ¿Estás de broma? A los clientes les encantan. Y es todavía mejor si la pelea es en gelatina. Deberías agradecérmelo.

Las mujeres se peleaban por él y no las tomaba en serio. No es que le sorprendiera. Siempre ponía al mal tiempo buena cara. Sin embargo, lo que sí le llamaba la atención era que ninguna de las mujeres presentes pareciera estar interesada en él.

—Un momento… ¿quieres decir que estás disponible y me deseas para ti? —desafió a la rubia—. Ya sabes que estoy a tu disposición.

—Todas lo sabemos —se burló otra mujer con un gesto de mano—. No es que te conozca desde hace demasiado tiempo, pero lo cierto es que estás a disposición de cualquiera.

La preciosa pelirroja de ojos castaños llevaba alianza. No obstante, ese detalle jamás había detenido antes a Tyler. Ella lo sabía mejor que nadie.

—¿Te has dado cuenta de eso, Tara? Estoy perdido.

—No te burles —le regañó Tara—. Alyssa habla en serio. Todas lo hacemos.

—¿De veras? ¿No es una broma? —Tyler se volvió hacia la rubia con un suspiro—. Bueno, ¿y qué ordena la jefa?

—No puedo permitir que las chicas estén peleándose y lanzándose pullas porque a ti te guste ir de cama en cama —afirmó Alyssa—. Alguien terminará por perder los papeles y todo acabará en una batalla campal. Y no tengo tiempo para eso. Tuve que contratar a Jessi para reemplazar a Krystal, que se fue porque no le gustaba ser plato de segunda mesa. Tyler, Jessi sólo lleva conmigo tres días. ¡Tres! Y esta tarde me he enterado de que ya te la has pasado por la piedra… varias veces.

Él se removió inquieto en el asiento.

—Cuando acabó su primera actuación, me preguntó si podía acompañarla al coche. El aparcamiento estaba oscuro y vacío. La ayudé a ahuyentar el miedo.

—¿Tirándotela en el asiento trasero?

—En un Civic hay mucho más espacio del que puedas suponer.

—Tyler, ya sé que te gusta mantener algunas cosas en privado, pero, por favor, esto va en serio. —La voz de Alyssa vibraba de frustración—. Jessi vino ayer por la noche para decirme, a gritos, que te había encontrado con Skylar en el vestidor después de cerrar. ¿Es necesario que prohíba el sexo, sea del tipo que sea, en el club?

—No era mi intención herir los sentimientos de Jessi, pensaba que sabía lo que había. Hablaré con ella. —Tyler frunció el ceño—. De todas maneras, hay algo que no encaja. Llevo aquí casi dos años y lo que he hecho con las chicas nunca te ha molestado antes. ¿Qué es lo que ocurre en realidad?

Hubo una larga pausa y Delaney observó que algunas de las mujeres presentes se llevaban la copa a los labios y bebían para ocultar el nerviosismo.

La otra pelirroja, la única embarazada, tomó un botellín de agua y se removió inquieta en el asiento.

—Hemos pensado que ha llegado el momento de que sientes cabeza.

—Morgan… —la advirtió él—. No intentes convencerme de las alegrías que proporciona el matrimonio. Que tú te encuentres realizada con tu monogamia no quiere decir que yo tenga intención de seguir tus pasos.

Así que el bombo de la pelirroja no era suyo. «No importa, Delaney, eso es irrelevante. Céntrate».

—Vas a tener que madurar en algún momento —señaló Morgan.

Alyssa meneó un dedo ante su cara.

—Skylar acaba de cumplir veintidós años. ¿Cuántos le llevas? ¿Diez?

Lo cierto es que Tyler tenía treinta y cuatro. Ella recordaba perfectamente su trigésimo cumpleaños, había sido una de aquellas ocasiones felices, cuando Eric y ella todavía…

Cortó ese pensamiento y se concentró en la conversación.

—No sabía que fuera tan joven. Lo siento. —Tyler se encogió de hombros—. No nos dedicamos a intercambiar información personal.

—No —convino Alyssa con mordacidad—. Sólo fluidos corporales.

—Eh, que siempre uso condón.

Tara hizo una mueca coreada por varios gemidos de sus compañeras.

Agg, no quiero detalles…

—Quiero decir que no es necesario ponerse técnico —se defendió él—. Vale, soy mucho mayor que ella. ¿Y qué? No creo que sea el primer hombre que tiene una cita con una mujer más joven.

—Un polvo en la parte trasera del club no es precisamente una cita —suspiró Kimber.

—Te aconsejo que cambies de conducta —intervino Alyssa muy seria—. De lo contrario, dentro de diez años serás un estereotipo andante. Un viejo verde a la caza de jovencitas a bordo de un deportivo.

—Ni siquiera tengo deportivo. Incluso aunque lo tuviera, con un apodo como Cockzilla, todos sabrían que no estoy intentando superar ninguna carencia.

Alyssa golpeó la mesa con la palma de la mano.

—¡Maldita sea! ¿Has escuchado algo de lo que hemos dicho?

Tyler suspiró.

—Sí. En serio, intentaré reprimir mis… actividades en el club. Aprecio el interés, pero os aseguro que no tengo ganas de sentar cabeza, por lo menos en ese aspecto.

—Lástima… —suspiró Kata—. Íbamos a ayudarte a encontrar a alguien.

Él se puso rígido.

—Oh, ya entiendo. Tenéis a alguien en mente.

—Bueno, he pensado que estaría bien que hablaras con mi prima London —propuso Alyssa titubeante, como si estuviera caminando sobre cascaras de huevo—. Acaba de venirse a vivir aquí. Es una chica muy dulce y podríais haceros amigos.

—¡Joder, no!

Kata se puso en pie y apoyó las manos en sus curvilíneas caderas.

—¿No quieres tener nada que ver con ella porque no usa una talla treinta y ocho?

Tyler negó con la cabeza.

—No tengo nada en contra de las mujeres exuberantes. Pero ésta parece envuelta en un aura de pureza, así que ni hablar. Alyssa, explícame esta incongruencia: ¿no quieres que me acerque a tus chicas pero sí que me enrolle con tu prima, que es virgen?

—¿Qué más da que sea virgen? —discutió Alyssa—. Eres un buen tipo, tienes un corazón de oro y serías bueno para ella.

La impresionante rubia había llegado al meollo de la cuestión. Tyler ya había demostrado una vez todo lo que era capaz de hacer por un amigo.

—Es cierto —convino Kata—. Yo no estaría aquí si eso no fuera así.

—Si lograras mantener la bragueta cerrada el tiempo suficiente, ella también se daría cuenta. Y así conseguirías conocerla y…

—No. —Tyler se terminó la cerveza y puso la botella en la mesa—. Me voy dentro. Si queréis, quedaros y terminar el vino, sois bienvenidas, pero no lograréis convencerme para que salga con nadie.

—¿Adónde vas? —Tara, la más cercana a la puerta de cristal corrediza, movió la silla para bloquearle el paso. Él la apartó con rapidez.

—A cualquier otro lado. Adiós.

Cuando desapareció en el interior de la casa, Delaney se vio inundada por el pánico. Le había costado mucho dar con él. Estaba a punto de quedarse sin blanca y no le quedaban recursos. Se le había acabado el tiempo. No podía esperar a que Tyler regresara para hablar con él, ya había esperado suficiente.

Llevándose consigo todo lo que amaba y poseía, salió de las sombras. Tras mirar a su alrededor, en busca de algún movimiento sospechoso, corrió hacia la puerta de la casa.

El timbre sonó antes de que Tyler pudiera marcharse. ¡Maldición!, si era otra hembra entrometida intentando explicarle cómo debía vivir su vida, iba a ponerle una botella de vino en las manos y mandarla de regreso con el resto del aquelarre. Tenía cosas mejores que hacer; sin ir más lejos, intentar comprender a sus amigos. ¿Cómo coño se les había ocurrido casarse con unas mujeres tan entrometidas como aquéllas?

Apretando el picaporte con tanta fuerza como los dientes, abrió bruscamente la puerta con una maldición en la punta de la lengua. Aunque se olvidó de ella al instante.

«¡Oh, Dios!».

Clavó los ojos en la familiar y menuda figura. Conocía aquellos esquivos ojos azules enmarcados por espesas pestañas negras. La dulce cara ovalada; la terca barbilla; la exuberante boca. El corazón se le aceleró en el pecho de tal manera que apenas fue capaz de seguir respirando.

—¿Delaney?

Verla era como recibir un puñetazo en el pecho. ¿Realmente estaba parada ante su puerta? ¿No sería una alucinación tras dos años preguntándose qué demonios había sido de ella?

—Hola, Tyler.

La vio moverse con nerviosismo. Parecía cansada y desaliñada. Una camiseta descolorida; el pelo oscuro recogido en una enredada trenza; sin maquillar y luciendo unas profundas ojeras. A su lado había un enorme trolley negro y un bulto oscuro que no lograba distinguir, casi oculto tras la esquina del porche. Sólo podía ver que se trataba algo de gran tamaño con un asa de plástico azul, a media altura.

¿Qué demonios…? Delaney había ignorado su existencia durante dos años y, de repente, ¿aparecía en la puerta de su casa con las maletas?

—Es muy difícil dar contigo —murmuró ella al tiempo que miraba furtivamente por encima del hombro la calle vacía bajo el crepúsculo—. Tus alias me despistaron.

Él frunció el ceño y cruzó los brazos. Sí, debería invitarla a entrar, pero la última vez que se vieron ella le echó de su vida.

Por supuesto, no estaría allí ahora, con todo ese equipaje, si no estuviera desesperada…

—Tenía la impresión de que no querías saber nada de mí —dijo lentamente.

Ella negó con la cabeza, haciendo que la punta de la trenza se bamboleara en el valle entre sus suaves pechos. Él sabía que éstos estaban coronados con unos hermosos pezones oscuros que jamás había logrado olvidar; no importaba cuántas tetas de silicona hubieran pasado por sus manos durante los dos últimos años. Ignoró la tensión en la ingle y tragó saliva para ahuyentar aquel recuerdo.

—Lamento cómo acabó todo. —La vio morderse los labios—. Sé que no debería presentarme así…

—Pues lo cierto es que no. No deberías. ¿Dónde has dejado a Eric? —Tyler bajó la mirada a la mano izquierda de la joven, que apretaba el asa del enorme trolley como si le fuera la vida en ello. No había ningún anillo en el dedo correspondiente.

—Estamos divorciados.

«¡Joder!». Ahí estaba, otro golpe en el esternón. No se preguntó la razón, conocía la respuesta.

—Lo siento mucho, Del.

Y lo sentía. Pero poseía una parte egoísta que se regocijaba, que bailaba al pensar que Del volvía a estar libre.

Sin ser consciente, Delaney se frotó el desnudo dedo anular con el pulgar.

—Gracias. Ocurrió hace dieciséis meses. No le he visto demasiado desde entonces. —Ella frunció los labios y volvió a mirar la calle por encima del hombro—. No mantenemos el contacto.

¡Qué cabrón! Tyler estaba seguro de que no había sido una separación amistosa. ¿Por qué Delaney no hacía más que mirar por encima del hombro?

—Delaney… —No sabía qué decir. Aunque sabía que no era culpa suya, era consciente de la parte que le tocaba. Sin embargo, en ese momento lo único que quería era saber por qué estaba allí.

—Tranquilo. Sé que no estás solo y entiendo que estés incómodo. También sé lo mal que manejé la situación en el pasado. Lo siento. Lo siento mucho. —Tyler vio que se le llenaban los ojos de lágrimas. Al notar que las contenía, reprimió el deseo de consolarla como había hecho cuando eran amigos… y algo más—. ¿Puedo pasar? Tengo que decirte algo importante y… preferiría no hacerlo en el porche.

Se puso tenso. La última vez que hablaron, ella le pidió que se fuera, que saliera de su vida. Lo que fuese que tuviera en la cabeza no sería bueno; aunque estaba seguro de que no habría viajado desde Los Ángeles a Lafayette para volver a soltarle esa mierda.

A pesar de todo, ¿cómo negarle la entrada? Había sido él quien le arruinó la vida y, mientras lo hacía, sabía, en lo más profundo, que ése sería el resultado de sus acciones. Así que se lo debía. Puede que nunca se hubiera enamorado, pero había estado muy cerca de hacerlo de ella.

—Claro. —Tyler tragó saliva, tomó el trolley y dio un paso atrás—. Adelante. ¿Cómo sabes que no estoy solo?

Delaney lanzó una mirada de soslayo al bulto oscuro del asa de plástico que quedaba oculto por la esquina. Parecía muy incómoda.

—Llamé antes al timbre de la puerta trasera y no me respondió nadie, así que rodeé la fachada y… vi que no estabas solo.

—Ah, se trata de las esposas de mis amigos. —Dijo las palabras como una explicación, una defensa. De repente se quedó paralizado. Oh, Dios, lo más probable es que Delaney imaginara, y con razón, que se acostaba con todas y cada una de ellas.

—No es asunto mío. —Ella lanzó otra mirada a aquello que ocultaba entre las sombras y luego a la calle vacía a su espalda—. He venido en busca de ayuda. Necesito que me eches una mano.

—Pareces cansada, Del. Y tienes mala cara. Pasa y dime lo que necesitas.

Ella respiró hondo y se inclinó hacia el enorme equipaje. ¿Era un baúl? ¿Una carretilla? ¿Tenía intención de vivir allí?

Un momento después, ella se enderezó sosteniendo a un bebé. Un niño. El pequeño era un peso muerto entre sus brazos; estaba medio dormido y apoyaba la cara en su hombro, oculta tras un espeso mechón de cabello rubio. Se le detuvo el corazón.

Las gordezuelas manos y los pies del niño sobresalían por las mangas y las perneras de un pijama de Spiderman que le quedaba demasiado pequeño. Vio cómo el bebé enganchaba el brazo alrededor del cuello de Delaney y se frotaba un ojo con el puño; luego giró la cabeza. La pequeña cara poseía la nariz de los Murphy. Unos ojos verdes, inseguros pero atentos, se clavaron en él.

Se quedó helado. Apretó los dientes mientras trataba de pensar a pesar de que se le había quedado la mente en blanco.

«¡Oh, Dios! ¡Oh, por el amor de Dios…!».

—Tyler, éste es tu hijo: Seth.

«Su hijo». Supo que ese niño era suyo antes de que ella se lo confirmara. Se vio atravesado por una oleada de emociones. Primero fue la conmoción lo que le hizo estremecer; luego una profunda admiración.

Tenía un hijo. Delaney y él habían creado vida aquella maravillosa noche de mayo cuando, finalmente, había dejado de verla como a una amiga y tuvo la oportunidad de acariciarla como mujer.

Pero ella no se había molestado en decírselo. ¿Había tratado de encontrarle o quizá decidió que él era irrelevante y que el niño era sólo de ella?

Una inmensa furia le inundó, implacable. Una mordaz acusación tras otra acudieron a sus labios. Apretó los dientes y las contuvo por el bien de su hijo.

—Hola, Seth —dijo en tono suave, al tiempo que atravesaba a Delaney con una desafiante y abrasadora mirada—. Quiero cogerle en brazos.

De repente, sintió un profundo anhelo. Era su hijo. Suyo… y de ella.

Observó que a Delaney le temblaban los labios, pero finalmente asintió con la cabeza antes de besar la cabecita del niño.

—Está bien, cariño —susurró.

Seth frunció el ceño y le miró con recelo, pero dejó que lo alzara sin protestar. De pronto, se encontró sosteniendo a su hijo por primera vez, apretándole con tanta fuerza como podía.

Intentó tragar saliva, pero tenía un nudo en la garganta. Le dolía la mandíbula. El corazón bombeaba en su pecho como un caballo desbocado en el Derby de Kentucky. Una cálida emoción inundaba su ser. Nunca se había enamorado al instante de algo o de alguien, pero Seth se apropió de su corazón en un parpadeo. Apretó los labios contra la frente del niño y el sentimiento se multiplicó por diez.

—¿Por qué no me lo dijiste? —Intentó hablar con la voz tranquila, pero sus ojos brillaban llenos de reproches. Lo que en realidad quería saber era por qué demonios le había privado de los primeros quince meses de la vida de su hijo.

Ella lanzó otra mirada a su espalda, esta vez con palpable aprensión, y se apartó de la luz del porche.

—Tienes todo el derecho del mundo a estar enfadado. Todo resultó muy complicado y me resultó imposible dar contigo después de que te fueras del Estado. Ya sé que son excusas baratas. Lo cierto es que no sabía si decírtelo o no, ni siquiera sabía si te importaría. Podemos discutirlo en otro momento, estoy segura de que merezco todo lo que quieras decirme, pero ahora mismo necesito tu ayuda. Es necesario que protejas a Seth. —La vio tragar saliva. Los ojos enrojecidos mostraban una mirada sombría y asustada—. Alguien trata de matarme.

La expresión de Tyler cambió al instante y se acercó lleno de tensión. Ella reconoció al instante al policía. Puede que ya no fuera detective de Antivicio en el Departamento de Policía de Los Ángeles, pero algunas cosas no cambiaban nunca.

La obligó a entrar en la casa antes de introducir el trolley y el cochecito del niño en el pequeño vestíbulo. Con los hombros tensos, él cerró de golpe la puerta y pasó el cerrojo.

Cuando volvió a mirarla otra vez, sus ojos verdes eran como penetrantes rayos láser.

—Cuéntamelo todo.

Ella se humedeció los labios. Le temblaban tanto las piernas que estaba a punto de derrumbarse. Tenía hambre y se moría de cansancio. Se había gastado el dinero que le quedaba en comida para Seth y gasolina. No se había atrevido a usar las tarjetas de crédito.

Sus pensamientos corrían a toda velocidad. Miró al niño, que se movía inquieto en los brazos de Tyler. Llevaba enjaulado días enteros. Ahora que había despertado querría explorarlo todo. Amenazada como estaba, sabía que Seth era un daño colateral y le aterraba perderle de vista.

Tyler detectó el problema y acunó al niño con suavidad.

—Venga, tranquilo.

Seth frunció el ceño y ella se apresuró a ofrecerle lo que quedaba de zumo de manzana y las pocas galletas saladas con forma de animales que contenía la colorida y abollada caja.

Una vez que el niño se tranquilizó, se atrevió a mirar a Tyler. El hombre esperaba una explicación por su parte, y no con demasiada paciencia. ¿Por dónde comenzar?

—¿Te acuerdas de Martin Carlson?

—¿Te refieres a uno de los ayudantes del fiscal en el distrito de Los Ángeles?

—Sí.

—Un capullo integral.

—Sí, ése —suspiró ella—. Ya sabes que, desde que empecé a trabajar en el L. A. Times, Eric siempre me estaba provocando para que escribiera artículos con más enjundia, que pasara de fiestas de bebé de la alta sociedad y exposiciones caninas.

—Sí, claro. —Él se encogió de hombros.

—Pues al final me decidí y presioné a mi editor, Preston, para que me asignara algún reportaje más jugoso. En Nochevieja, me encargó cubrir una fiesta que ofrecían Martin Carlson y su esposa. Durante la velada, me escabullí para llamar a la niñera y preguntarle sobre Seth. En ese momento escuché, sin querer, una conversación telefónica de Carlson. Amenazaba a alguien; le decía que o veía el dinero al día siguiente en su cuenta en las Caimán o la policía estaría golpeando la puerta de quien fuera su interlocutor. Después oí que Carlson mencionaba específicamente el nombre de Doble T y que le decía al tipo que no se le ocurriera joderle o acabaría con sus huesos en prisión y la operación suspendida.

La expresión de Tyler fue antológica.

—¿Estaba refiriéndose al Doble T de la banda de la calle Dieciocho?

—Exactamente —confirmó Delaney con una mueca de desagrado—. Todo el mundo que sepa algo sobre el mundo de la droga en el distrito Pico-Union conoce las reglas y que Doble T dirige la zona con mano de hierro. Gracias a Dios, Carlson no me vio. Fue una conversación muy breve, como mucho duró dos minutos. Pero después comencé a indagar. Quería escribir una historia con la que impresionar a Preston.

—¡Oh, Dios! Doble T no es el objetivo adecuado para investigar sin más.

—Preston me dijo lo mismo. Quería que avisara a los federales.

—No me digas más, no le hiciste caso. —Y Tyler parecía más que enfadado por ello—. ¿Doble T está tratando de matarte para que dejes de escarbar en sus asuntos?

—Lo cierto es que creo que más bien es cosa de Carlson. Ha caído en mis manos una prueba de algo que ocurrió en tu viejo distrito, Rampart. Estoy segura de que han manipulado los datos. Habían pillado un montón de armas y bolsas de polvo blanco con huellas de Doble T y de repente se han volatilizado. Yo saqué una copia del informe original, pero Carlson o algún policía corrupto pasaron por el cuarto de pruebas y lo cambiaron. Cuando volví a mirarlo, sólo aparecía el nombre de un policía que, casualmente, había muerto durante la operación.

La expresión que mostraba la cara de Tyler no era reconfortante.

—Los criminales no van por ahí cargándose policías así como así. Es algo que hace que se fijen en ellos y eso no conviene a su negocio.

—En efecto. Además, no hubo más muertos en la acción. Un tiro, una bala; muy sospechoso. Seguí investigando. Di con uno de los lugartenientes de Doble T, Lobato Loco, que se muere por tener más poder y está dispuesto a hablar de manera extraoficial. No le gusta nada que su jefe ande pagando chantajes, cree que puede ocuparse de eliminar el problema hablando anónimamente con un reportero. Se comprometió a hacer una declaración jurada.

—Con esa información, me dirigí al despacho de Carlson y le pregunté sobre los negocios que se traía con Doble T. Por supuesto lo negó todo, pero después comenzaron a ocurrir cosas. Acudí a la policía pero, por supuesto, ninguno de los amigos de Eric movió un dedo para ayudar a la perra que le había engañado, y Becker, el asqueroso, menos que nadie. Así que tuve que valerme por mí misma, sobre todo porque no tenía ninguna prueba tangible de la culpabilidad de Carlson.

—¡Joder! —masculló Tyler—. ¿Has hablado con Eric de todo esto? Aunque estéis divorciados no creo que te ignore.

—Le he dejado mensajes, pero no me los ha devuelto. —Apretó los labios, consciente de que Tyler estaba cada vez más enfadado.

En ciertos aspectos Tyler siempre se mostró más protector que Eric. Su ex-marido decía a menudo que ella era fuerte y capaz, jamás consideró que necesitara un defensor. Por el contrario, Tyler tenía su pátina de educación, pero debajo era un auténtico cavernícola. Había llegado a amenazar a cualquier tipo de Rampart que se atreviera a mirarla fijamente o a mostrarse demasiado amigable.

—¡Tranquilo, espera! —Presionó la mano contra el pecho de Tyler porque le dio la impresión de que estaba dispuesto a salir y emprenderla con cualquiera.

Bajo sus dedos encontró duro músculo, protuberancias, tendones… Pura masculinidad. Tragó saliva y retiró bruscamente la mano del fuego que emitía la piel de Tyler. Ella había revivido demasiadas veces en su mente la noche que pasaron juntos y recordaba muy bien la absoluta perfección de su cuerpo, de los labios que habían recorrido su cuello, de las ásperas yemas que acariciaron toda su piel, de los roncos gruñidos que acompañaron cada uno de los cinco orgasmos a los que la había llevado en aquel sublime momento.

Pero esos pensamientos no la ayudarían ahora. Era su vida lo que estaba en juego.

—¿A qué quieres que espere? Voy a destrozar a Eric. Y Carlson siempre ha sido un jodido cabrón, más interesado en su ambición de poder que en la Justicia. Si es él quien te amenaza, se las va a ver conmigo.

—No puedes hacer nada. —Ella negó con la cabeza. Que quisiera ayudarla era muy dulce… Pero un error—. Yo empecé esto y yo tengo que ponerle fin. Lobato Loco sólo hablará conmigo. Nadie conoce los hechos como yo. Nadie más tiene los contactos. Pero no puedo ocuparme de Seth con todo este peligro a mi alrededor. Después de que una bomba hiciera explotar mi Toyota, me di cuenta de que… No sabes el alivio que sentí al no haber sentado a Seth en su sillita de seguridad antes de que…

—¿Ese capullo te puso una bomba en el coche? —Ahora Tyler estaba manifiestamente furioso. Parecía dispuesto a matar; apretaba tanto la mandíbula que podría rompérsele en cualquier momento. Estaba segura de que nunca le había visto tan enfadado—. ¿Estaba dispuesto a mataros a ti y al niño?

—A la única que quiere matar es a mí. Céntrate. Pero creo que, además, quería hacer desaparecer las pruebas que había recopilado sobre él y que llevaba casualmente en el coche. Han desaparecido. Pero todo esto ha servido para darme cuenta de que necesito que protejas a Seth. No me gusta tener que pedírtelo. —Ella apretó los labios y se le llenaron los ojos de lágrimas mientras acariciaba el brazo de su hijo, luego apretó el de Tyler—. Por favor, no me pongas las cosas más difíciles. No quiero dejarle, pero es mejor que esté vivo contigo que muerto conmigo. Nadie sabe que tú eres su padre y a nadie se le ocurrirá venir a buscarle aquí. Yo tengo que regresar a California y arreglar este asunto. Mientras lo hago, por favor, protege a nuestro hijo.