Era la hora de cenar, dos noches más tarde. El ruido de los cubiertos y las bandejas en el comedor resonaba mezclado con el de remover sillas y arrastrar los pies, junto con la despreocupada charla de las chicas. Chris y Janet ocupaban una mesa con Josie, Ria y Bea a un lado, y Crash, Jax, Denny, Moco y Paula al otro.
—¿Qué es esta bazofia? —preguntó Crash torciendo el gesto con repugnancia.
—Cierra el pico —salto Jax medio en broma—. Yo he ayudado a guisarla.
—¡Puaf! —hizo Denny, arrugando la nariz y llevándose una mano a la garganta, fingiendo que se ahogaba.
Paula intentó mudar la conversación:
—Me he enterado de que el director ha recibido hoy a dos familias que quieren adoptar.
Josie le lanzó una mirada desdeñosa:
—Siempre están hablando de eso.
—Sí —añadió Bea—. Algunos sólo vienen buscando una esclava.
Ria dejó caer el tenedor con indignación:
—¡Uf! ¡Cállate, Bea! Nunca tienes un comentario amable.
No deseando verse envuelta en la discusión, Chris guardó silencio y contempló la bandeja de Janet. No parecía tener mucha comida. Y ahora tenía que comer por dos. Tratando de dar a su gesto la mayor naturalidad posible, cogió una porción de su propio plato y la puso en el de Janet. Sentada al otro lado de ésta, Josie se sintió conmovida por el gesto y, sin decir palabra, imitó el ejemplo de Chris. Aunque realmente no tenía tanta hambre, Janet quedó impresionada por el altruismo de sus amigas; pero como era muy tímida, no dijo nada.
Moco, en frente de Chris, dejó de comer al observar lo que estaban haciendo. Con su acostumbrada expresión huraña, alzó la mirada y comentó:
—¡Vaya! ¿Por qué le toca más a ella?
—Tú ya sabes por qué —dijo Chris.
—Gran cosa…, una criatura —murmuró Moco.
Chris procuró no alzar la voz para no asustar a Janet.
—Es una gran cosa —dijo, pensando que por qué se metería Moco en lo que no le importaba. Pero ésta no quiso ceder. Se apoyó sobre los codos, mirándolas a ambas con sus ojos un poco saltones. Luego se puso en pie y acercó su rostro al de Janet.
—Hasta una perra puede quedarse preñada —profirió con desprecio. Dicho esto volvió a sentarse, creyendo que la cuestión quedaba zanjada con sus palabras.
Janet y Chris alzaron las cabezas al unísono. La primera se sonrojó, de vergüenza. Sin poder contenerse, Chris se incorporó de un salto y, al mismo tiempo, con rápido movimiento, estampó su bandeja en la cara de Moco. Algunas de las chicas gritaron pero Chris, ciega de rabia, no hizo caso. Cogió otra bandeja que estaba a su lado y la vertió también sobre la cabeza de la atónita Moco, duchándola con una pastosa y viscosa mezcla de puré de patatas, verduras y salsa. Todas las miradas convergieron sobre ella, y las voces se alzaron hasta una aguda nota de excitación.
De súbito, Crash tomó de su propio plato un puñado de patatas y las aplastó sobre el rostro de Chris. Entonces Janet, poniéndose en pie trabajosamente como si despertara de un trance, le arrojó su bandeja a Moco antes de que ésta pudiera esquivarla. Fue como una chispa sobre un barril de pólvora. En un instante, todo el comedor estalló en un caos de chillidos, gritos, maldiciones y puntapiés; las bandejas volaron por el aire, estrellándose contra las paredes o en el suelo. Se volcaron mesas, se arrojaron sillas, y mientras las más asustadizas buscaban refugio, Chris y Janet, completamente olvidadas entre el desbordamiento de muchas hostilidades largamente contenidas, acudieron a cuantos objetos tenían a su alcance para bombardear y golpear a la desventurada Moco. Ésta, medio ciega por la mezcla gelatinosa que le inundaba el rostro, apenas pudo hacer otra cosa sino cubrirse con los brazos y retroceder, con objeto de escapar a la furia de sus atacantes.
Alarmada por el tumulto, que asumía ya las proporciones de verdadero motín, Lasko entró corriendo para intervenir en la pelea, acompañada de la aturdida cocinera, a quien se le salían los ojos de sus órbitas. Durante algunos momentos su llegada pasó inadvertida, mas poco a poco el caos disminuyó y las chicas que se habían escondido empezaron a emerger, entre confusas y aliviadas. Algunas de las que no habían tenido que ver en la pelea huyeron hacia la puerta como pájaros espantados, con afán de evitar la confrontación fatal.
Abriéndose paso entre el destrozo y las chicas que huían, iracunda, Lasko separó a Chris y Moco, que estaban revolcándose por el suelo entre los restos de comida y de platos hechos añicos, chillando, profiriendo insultos y tirándose de los cabellos. Janet las miraba con los ojos muy abiertos y llorosos, atemorizada. Sin decir palabra, Lasko agarró del brazo a Moco y a Chris, y las sacó del comedor, no sin volverse para decirle a Janet:
—Y tú también.
El castigo iba a ser su postre de aquel día.
A primera hora de la mañana siguiente, todas las chicas del dormitorio permanecían temporalmente recluidas en sus habitaciones, en espera de una decisión final sobre el incidente. Bárbara Clark hablaba a solas con Emma Lasko en el despacho de ésta. Lasko estaba sentada detrás del escritorio, removiendo un gran montón de papeles. Bárbara paseaba nerviosamente arriba y abajo.
—Sólo puedo atenerme a lo que vi —decía Lasko—. Janet y Chris empezaron con lo de arrojar cosas.
—Pero si a Janet le queda muy poco —le recordó Bárbara—. Además, ambas son las primeras de la clase.
Lasko apartó los papeles con un gesto impaciente, y, al tiempo que contestaba, miró a Bárbara con expresión de fastidio.
—Esas razones no son excusa —insistió—. Si se salen con la suya, las demás chicas van a figurarse que…
—Bien, pues que permanezcan confinadas en la habitación —la interrumpió Bárbara—. Pero no incomunicadas. La incomunicación será contraproducente, Emma.
La contrariedad de Lasko aumentó. Le molestaban las continuas intromisiones de Bárbara en su modo de dirigir los dormitorios, especialmente cuando el asunto tenía algo que ver con Chris Parker.
—De acuerdo, pero no eres tú la celadora de los dormitorios —replicó—. Y el tenerlas incomunicadas me ayudará a mí a mantener el orden.
—¿Es eso lo más importante, pues? —preguntó Bárbara, airada—. ¿Es todo lo que te preocupa? ¿No tener problemas…, mantener el orden? Será por eso que abofeteaste a Denny, para poder…
—¡Eh! ¡Espera un momento! —la interrumpió Lasko, herida por la acusación implícita.
—¿Te ayudó eso a mantener el orden? —insistió Bárbara machacando la cuestión.
Lasko se puso en pie súbitamente y se adelantó sobre el escritorio, con los nudillos blancos y un gesto tenso en su rostro fatigado.
—Ahora no quieras dar a entender que soy alguna especie de… monstruo… —titubeó, espantándose al aplicarse a sí misma tal calificativo—. ¡No se te ocurra!
Se tranquilizó un poco y continuó:
—Siento lo de Denny. Pocas veces pierdo el control de mí misma… —Se interrumpió de repente, al ver que Bárbara se apartaba con repugnancia—. ¡Escúchame! —suplicó Lasko desesperada y a la defensiva—. Hace diez años, yo luché para desterrar de la institución las camisas de fuerza y las palizas. Yo protegía a esas chicas, ¿te enteras?
Bárbara se volvió de nuevo hacia la celadora; en sus ojos, la ira había cedido a la comprensión. No era su intención hacer de Lasko una culpable; ella no era más que otro peón en el juego, demasiado asustado para aventurar un movimiento que pudiese resultar erróneo.
—Sí, Emma —la conjuró—. Ya sé que antes era peor. ¿Y qué? Queda el hecho de que esas criaturas están encerradas porque nadie las quiere. Ése es su delito.
Lasko desvió la mirada. Sabía lo que era vivir sin que nadie la quisiera a una. Se sintió abatida, derrotada.
—Eso no podemos remediarlo —dijo débilmente.
—Tenemos hogares para animales abandonados —continuó Bárbara—, y hogares para ancianos abandonados. En cambio, para los niños abandonados tenemos reformatorios.
Lasko le devolvió la mirada, con un nuevo fuego brillando en sus ojos:
—Reformatorios, sí —declaró—; pero esto es coser y cantar comparado con lo que eran antes.
Bárbara sacudió la cabeza con impaciencia:
—¿Qué me dices de ahora, Emma? ¿Qué haces por ellas ahora?
«¡Santo Dios! —pensó Lasko—. ¿Cómo podría hacérselo entender? ¿Cómo darle una idea de hasta qué punto han mejorado las cosas?». Le dirigió a Bárbara una mirada penetrante y dijo, golpeándose el pecho para subrayar sus palabras:
—Yo les doy un lugar donde vivir. Dormitorios limpios, y comida. Y procuro que nadie les haga daño…, al contrario de lo que les ocurre ahí fuera —y apuntó con el pulgar hacia la ventana para completar el sentido de su frase.
Pero Bárbara no se dejaba convencer con facilidad.
—Eso no basta —insistió—. Admítelo, no basta, porque no rompe los módulos acostumbrados. Ellas entran y salen, y tienen hijos a los que no quieren, los cuales acaban como ellas, yendo a parar aquí… —Se interrumpió a la mitad de lo que pensaba decir, rodeó el escritorio y agarró a Lasko del brazo, mirándola con ojos desolados—. Emma —suplicó—, ayúdame a romper ese círculo vicioso. Tratemos de salvar…, aunque sólo sea a una de las chicas, ¡por favor, Emma!
Mientras lo decía, Bárbara supo que la chica en quien pensaba era Chris Parker. De algún modo, pensó, podía ser salvada todavía.
Lasko estaba conmovida por aquella discusión, pero había vivido demasiadas cosas; hacía años que había perdido sus ilusiones. Con frecuencia se preguntaba qué la obligaba a quedarse en aquel lugar, no atreviéndose a reconocer la verdad: que estaba tan cogida como las chicas a quienes cuidaba. Se puso en pie y miró fríamente a Bárbara. En la maestra vio un reflejo de lo que ella misma había sido años atrás…, antes de que el tiempo y las realidades se cobrasen su tributo.
—Crees que vas a realizar una buena acción, ¿eh? —dijo sin mala intención—. Quieres salvar a una chica, regenerarla. Sólo a una. Y ¿qué me dices de las demás? ¿Qué les diré mañana, cuando me reúna con ellas, sobre eso de salvar a una? Cuando una de ellas merezca la incomunicación, ¿cómo se lo explicaré? ¿He de decirle que ella no merece la pena de ser salvada?
Acercando la silla al escritorio, Lasko se volvió y se encaminó a la puerta. Se detuvo brevemente para mirar a Bárbara:
—Contéstame a eso nada más… Mañana, ¿qué?
Y salió sin aguardar respuesta.