Por fin llegó el día en que Chris salió de la incomunicación. Al paso de las semanas resultó evidente que se había operado en ella un cambio, aunque cada cual lo interpretaba a su manera. Para las chicas, había adquirido cierta categoría; la respetaban por su audaz intento de fuga. No volvió a ser molestada, ni siquiera por Moco o Jax. Sobre todo llamaba la atención el hecho de que aceptasen su mayor aplicación en las clases de Bárbara. Si bien Chris comprendía la necesidad de ser aceptada por sus iguales, la idea que predominaba en su mente era la de salir de la escuela para no volver. No olvidaba ni por un instante que estaba siendo observada por el personal, y procuraba quedar bien evitando al mismo tiempo rivalidades con sus compañeras. Había adoptado una especie de formalidad prematura, en parte por las dolorosas experiencias sufridas, y en parte debido a su firme determinación de salir en libertad.
Había adquirido mucha agudeza y una especie de sexto sentido para adivinar de qué lado podía venirle un peligro.
Se fijó una fecha para la entrevista personal de Chris con el cuadro de tutores, quienes debían determinar la conveniencia y el grado de preparación psicológica para ser autorizada a pasar unos días de prueba bajo la tutela de sus padres. La «reunión» se programó para un viernes por la tarde, inmediatamente después de la comida. Se le ordenó a Chris que se presentase a las dos en punto. Llena de esperanza, se encaminó directamente a su habitación después de comer y se puso las mejores ropas que tenía. Luego se cepilló el cabello hasta sacarle reflejos. Deseaba causar buena impresión y que todo discurriese de un modo perfecto.
No había nadie en los dormitorios, a excepción de Janet, que se había encontrado mal aquel día. Chris sintió alivio; no tenía ganas de charlar con nadie pues estaba demasiado nerviosa. Por suerte, Janet dormía, con sus largos cabellos negros desparramados alrededor de los hombros. Su vientre ya muy dilatado subía y bajaba al ritmo de su respiración. Chris se pasó el cepillo por el pelo por última vez y consultó el despertador que estaba sobre la mesita. Faltaban cinco minutos pero, deseando evitar todo retraso, salió de la habitación andando de puntillas para no despertar a Janet y se encaminó poco a poco hacia la sala de reunión, que estaba al final de la galería.
La puerta estaba cerrada y la galería se le antojó extrañamente silenciosa sin la habitual presencia de las chicas, con sus voces animando los corredores en combinación con los diálogos de la TV y el rítmico batir de la música rock.
Chris comprendió que aún no habían pasado los cinco minutos, y se quedó dudando delante de la puerta. No quería entrar con demasiada anticipación, no porque temiese descubrir su desesperada necesidad de salir de allí, sino porque le parecía que una entrada precipitada podría ser considerada como una intrusión, y tener un efecto negativo sobre la decisión de la junta. Cuando dicen a las dos, quieren decir a las dos, pensó. Allí todo funcionaba a toque de reloj, y la que se adelantaba o retrasaba perdía puntos. Y Chris estaba determinada a no cometer ninguna equivocación aquel día.
Contemplando la puerta con nerviosismo, pues había perdido ya la noción de la hora, Chris se volvió impulsivamente y regresó corriendo a su habitación para volver a consultar el despertador. Faltaban dos minutos para la hora. Consideró que podría ir contando los segundos por el camino, y después de salir de puntillas reemprendió el recorrido del pasillo y la galería mientras contaba mentalmente.
«¡Caray! —pensó—. Una nunca se figura lo largo que puede resultar un segundo, hasta que empiezas a contarlos». Aún no había llegado hasta sesenta cuando se vio de nuevo delante de la puerta, por lo que se quedó allí contando impacientemente con los dedos. Se le ocurrió que quizás habría sido mejor contar hacia atrás, como en la cuenta atrás para el lanzamiento de un cohete.
Cuando le pareció que eran exactamente las dos, respiró hondo, dio un paso adelante y llamó a la puerta con los nudillos.
—¡Adelante! —se oyó una voz al otro lado.
Abriendo la puerta despacio, pasó y cerró a sus espaldas para luego lanzar una ojeada a su alrededor. Allí, sentados alrededor de una mesa, estaban los miembros del tribunal en cuyas manos descansaba su destino inmediato. Presidía la mesa la directora adjunta, Cynthia Porter. A su lado estaba Bárbara Clark y luego Emma Lasko, la celadora de los dormitorios; al otro extremo de la mesa vio a Elaine Ferraro, la monitora que había estado presente el día de su intento de fuga. Frente a Bárbara y Emma Lasko había una silla libre. Cynthia exhibió su postiza sonrisa y su expresión de «vamos al grano», indicándole la silla vacía.
—Siéntate, Christine —dijo—. Vamos a empezar en seguida.
Chris vaciló un instante y luego ocupó la silla inclinándose hacia delante con intención de apoyar los brazos sobre la mesa. Pero luego, pensando que tal vez no gustaría tanta familiaridad, puso las manos en el regazo y adoptó una postura rígida. Ojeó disimuladamente los rostros de quienes la rodeaban, con sus miradas fijas en ella. Bárbara estaba seria, pero Chris notó en seguida una corriente de simpatía. Cynthia y Elaine no exteriorizaban emoción alguna; en cambio la mirada de Lasko traicionaba una ligera hostilidad.
—Bien —dijo Cynthia jovialmente—. ¡Manos a la obra!
Luego, volviéndose hacia Lasko, prosiguió:
—Tú eres la celadora, Emma. ¿Quieres ser la primera en darnos tu opinión?
Lasko se tocó el peinado, lo pensó un momento y luego dijo, condescendiente:
—Bien. La niña hace su trabajo, me parece, y ha respetado las normas.
Cynthia se volvió al otro lado de la mesa:
—¿Elaine?
La aludida asintió con la cabeza.
—Suele participar en los juegos. En realidad no tiene afán de competir, pero eso le pasa a la mayoría. Al fin y al cabo, hace poco que salió de incomunicación.
Cynthia frunció el ceño mientras manoseaba un lápiz, diciendo:
—En efecto, después de un intento de fuga lo habitual es cancelar todas las visitas familiares hasta que…
—Lo sabemos, lo sabemos —la interrumpió Bárbara con impaciencia—. Pero ésa no fue una fuga planeada. Fue una reacción emocional por lo ocurrido.
—No existen pruebas de que ocurriese nada —intervino Lasko, ofendida.
—Creí que ya habíamos discutido eso —dijo Bárbara con énfasis.
Lasko miró fijamente a Chris:
—¿Por qué no me hablaste a mí acerca de ese asunto de Johnny? —preguntó acusadoramente.
Chris abrió mucho los ojos, sintiendo que se le formaba un nudo en el estómago. No sabía cómo contestar aquello, pues no había previsto que saliese a relucir. Sonrojándose, bajó la mirada.
Alarmada por la reacción de Chris y viendo que se dejaba intimidar por la celadora, Bárbara intervino con energía:
—¿No habíamos quedado en no mencionar este asunto en presencia de Chris? —dijo en tono cortante.
—Lo siento —se puso a la defensiva Lasko—, lo siento de veras, si ocurrió…, pero es que las chicas lo negaron.
—Pues, ¿qué esperabas? —replicó Bárbara—. ¿Que firmasen una declaración por escrito?
Lasko pareció verdaderamente contrita:
—No puedo permitir que se le haga daño a una de mis chicas —dijo—. Es lo primero para mí.
Notando la tensión y procurando conciliar los ánimos, Cynthia recurrió de nuevo a su lápiz y empezó a darle vueltas.
—En fin, Emma —intervino apaciguadoramente—. Ya nos hacemos cargo de que, con tantas chicas que vigilar, pueden ocurrir cosas así de vez en cuando. Procura extremar tu atención.
—Lo haré —dijo Lasko, cada vez más a la defensiva—. Sólo que me niego a aceptar un hecho no probado.
Entonces Bárbara ya no pudo contener su indignación.
—¡Pues yo me niego a seguir hablando de este asunto! —exclamó con impaciencia—. Lo que hemos de discutir aquí es un permiso para que Chris pase cuatro días en casa de sus padres. Si sale bien, tendrá una oportunidad de quedarse allí. Sólo una de cada cinco chicas no regresan aquí nunca, y ése puede ser el caso de Chris. Porque ella todavía tiene confianza en sí misma. Quiere ser alguien, quiere hacer algo. Dadle esa oportunidad.
—Pero una estancia en casa de sus padres, a tan pocas semanas de un intento de fuga… —empezó Cynthia con una mirada dubitativa.
Bárbara apoyó ambas manos sobre la mesa y se inclinó hacia adelante, con el cuello rígido.
—Puede que demos tanta importancia a los reglamentos —dijo con severidad—, que estemos haciendo más mal que bien. ¡Hagamos una excepción y démosle una oportunidad!
Cynthia meditó en silencio, dando golpecitos con el lápiz sobre la mesa, y luego se volvió hacia Chris:
—Bien, ¿qué dices tú, Christine?
La interpelada tenía la boca seca y removía las manos en el regazo. Se aclaró la garganta:
—Perdón —murmuró a media voz; luego miró a Cynthia de frente y prosiguió—. Creo que mi actitud ha mejorado mucho ahora. Comprendo que he obrado mal, pero me parece que ahora podría merecerlo.
La directora adjunta no hizo ningún comentario, limitándose a dar golpecitos con el lápiz. Elaine compuso un gesto aburrido, como si hubiera preferido hallarse en otra parte. Lasko parecía enfadada, estimándose tratada injustamente. Pero Bárbara le dirigió a Chris una sonrisa para animarla, y ésta le correspondió con una mueca nerviosa.
Por último, Cynthia abandonó el lápiz y miró a Chris.
—En fin —dijo—, creo que la discusión ha terminado por ahora. Retírate a tu habitación, Christine. Antes de la cena te comunicaremos nuestra decisión.
Chris se sujetó al tablero de la mesa y se incorporó.
—¿Me darán una oportunidad? —suplicó.
Cynthia se limitó a sonreír, sin comprometerse.
—Veremos —dijo—. Puedes irte ahora.
Chris miró a Bárbara con nerviosismo, tratando de captar alguna pista, alguna indicación sobre si se le permitiría salir o no. Aunque Bárbara se limitó también a una sonrisa, Chris adivinó que, si había alguna esperanza, ésta se hallaba únicamente en manos de Bárbara Clark.
—Vete, Chris —dijo Bárbara—. Te prometo ser la primera en decírtelo, cualquiera que sea la decisión tomada.
Chris se puso en pie, despacio, y empujó la silla hacia atrás.
—Lo he dicho de veras —dijo—. Creo que puedo merecerlo, ¡lo sé!
Luego, sin esperar respuesta, se encaminó a la puerta, la abrió y salió a la galería, no sin asegurarse de cerrar con suavidad. Sólo faltaría que se cerrase la puerta de golpe y lo echase todo a perder, pensó.
De repente sintió una súbita necesidad de respirar aire fresco, pero se contuvo. Si salía sin comunicar a nadie a dónde iba, tal vez no podrían encontrarla y tardaría más en conocer la decisión. Ignoraba cuál iba a ser el veredicto, pero esperaba fervientemente que fuese afirmativo. Tenían que darle una oportunidad. Dan oportunidades a los violadores, a los atracadores y a los rateros, pensó con amargura. ¿Por qué no iban a dársela a una niña? ¿A quién he perjudicado yo que no sea tal vez a mí misma? Con estos pensamientos, recorrió el pasillo y se encaminó directamente a su habitación. No podía hacer otra cosa sino esperar.
Mientras aguardaba en su habitación intentó leer con objeto de pasar el rato, pero la ansiedad y la incertidumbre le impedían concentrarse. Las palabras del texto se convertían para ella en jeroglíficos sin sentido, hasta que optó por dejarlo. Todo su ser estaba pendiente de una única idea: ¿Dejarán que me vaya a casa? Pero había algo más: un pensamiento insidioso que se ocultaba en un rincón de su mente como una sombra amenazadora. ¿Qué pasaría si, después de decidir que podían conducirla a casa, no lograban ponerse en contacto con sus padres? ¿Y si éstos estaban peleándose y contestaban a la llamada de Cynthia o del señor Thorpe con alguna palabra inconveniente?
Sentada en su litera con la espalda descansando sobre la almohada, con el libro cerrado en el regazo, Chris intentó apartar de su mente aquellos dilemas. Miró el despertador que estaba sobre la mesita. Su tic-tac parecía más ruidoso que nunca, pero a no ser por el ruido habría jurado que las manecillas no se movían. Con impaciencia, bajó de la litera, salió al pasillo y asomó la cabeza hacia la galería. Estaba desierta. Regresando a la habitación, abrió el cajón de la mesita, repasó su ropa limpia y reunió sus escasos enseres. Necesitaba un cepillo dentífrico nuevo, y a su peine le faltaban varias púas. Arregló y desarregló todas sus cosas varias veces; por último cerró el cajón, se acercó a la ventana, echó una breve ojeada, se volvió y salió de nuevo al pasillo. Nadie se acercaba. Intranquila, se subió otra vez a su litera, no muy segura de si lograría conciliar el sueño para aliviar temporalmente su ansiedad. Sin embargo, lo intentó. Apenas había encontrado una postura cómoda, se dio cuenta de que se había olvidado de quitarse los zapatos.
Segundos después se oyó una leve llamada en la puerta. Chris se irguió como impulsada por un resorte, quedando sentada en la litera.
—¿Puedo entrar? —dijo una voz conocida.
Bajándose de un salto, Chris corrió a la puerta.
Era Bárbara. Chris estaba tan nerviosa que no pudo pronunciar palabra; se quedó quieta con la mirada clavada en el rostro de Bárbara, los ojos muy abiertos e implorantes, y castañeteándole ligeramente los dientes.
Bárbara rompió en una radiante sonrisa y cogió a Chris en sus brazos.
—Mañana —murmuró suavemente, acariciándole el cabello—. Mañana podrás irte a casa.