6

Bárbara Clark, la maestra, manipulaba un transmisor-receptor portátil mientras aguardaba junto a la puerta de la clase, sonriente, viendo pasar a las internas que charlaban y murmuraban entre sí. Era un local grande y sencillamente amueblado, con una gran pizarra al fondo, en medio de la cual colgaba un gran mapamundi. La habitación era clara y bien ventilada y, a diferencia de las clases de las escuelas corrientes, las mesas y sillas podían desplazarse a voluntad. Junto a la pared opuesta a la puerta había un desvencijado piano vertical. A medida que iban entrando, las chicas elegían sus puestos, ocupaban sus asientos, arrastraban los pies y removían las sillas de un lado a otro.

Moco entró, ocupó la banqueta frente al piano y se puso a tocar con un estilo improvisado, salvaje y suave al mismo tiempo, que habría revelado un posible talento si alguna vez se decidiera a aplicarse con seriedad. Crash ocupó la misma banqueta junto a Moco, le rodeó los hombros con un brazo y empezó a escuchar con arrobo, mirando al vacío.

Sentada lejos de las demás, y evidentemente sin hacer caso de la música ni de las conversaciones, otra muchacha hacía punto con tanta dedicación, que parecía hallarse en otro planeta.

Chris ocupó una silla al fondo de la clase y miró a su alrededor con disimulada expectación. Tuvo una sorpresa agradable cuando vio que la maestra era Bárbara, recordando la sonrisa que le había dirigido al llegar. Mientras contemplaba el rostro de Bárbara, le pareció que era alguien con quien se podría hablar, alguien que sabría escucharla con atención y comprenderla.

Cuando entró la última, Bárbara hizo un precipitado recuento. Luego acudió al transmisor-receptor, apretó el botón para hablar y dijo:

—Está bien. Han entrado once.

Se colocó el transmisor-receptor en el cinto y se encaminó a su estrado.

Denny le cortó el paso y le rodeó impulsivamente el cuello con los brazos, rogando:

—¡Echemos una partida de cartas, mamá!

Bárbara sonrió, se soltó amablemente y ocupó su pupitre.

—Luego, quizá —concedió tranquilamente; en seguida, mirando en derredor, preguntó—: ¿Dónde está Carla?

—Incomunicada —la informó Ria—. Ayer quiso fugarse.

Bea, una chica risueña y de aspecto despabilado, con una espléndida peluca «afro», intervino con una sonrisa burlona para decir:

—Ni siquiera consiguió llegar hasta la valla. Qué tonta. Josie está arrestada en su habitación.

—Y ¿dónde está Ann? —dijo Bárbara, sin dejar de recorrer la clase con la mirada.

—Se ha quedado en el salón de belleza —dijo la chica que hacía punto.

—Falta le hace —se burló Moco—. Y a ti también, Paula —dijo, dirigiéndose a la que hacía punto.

—Aplícate el cuento —la defendió Bárbara amigablemente.

—Pues usted tampoco es Miss América —replicó Moco.

Bárbara, acostumbrada por lo visto a escaramuzas como aquélla, se limitó a cruzar los brazos y observó:

—¡Bah! Sólo me disfrazo así cuando hago de maestra, Moco. Tendrías que verme haciendo la carrera.

Todas las chicas celebraron la broma con grandes risotadas. Aprovechando su ventaja, ella miró a su alrededor y siguió preguntando:

—¿Dónde está Jax?

—En arresto —respondió Denny, quedándose quieta un momento. Luego dirigió a Bárbara una mirada penetrante y rogó:

—Anda, mamá. Déjalo correr y que no haya clase hoy.

—Sí —intervino Moco—. Que sea nuestro día libre.

Se inclinó hacia delante, llena de esperanza.

Bárbara no hizo caso de ninguna de ellas, como si no hubieran dicho nada, y miró a Chris.

—Tú eres Chris, ¿no es cierto? —preguntó.

Chris se ruborizó y asintió ligeramente con la cabeza. Al ser su primer día de clase, se sentía insegura, no sabiendo cómo comportarse. Las demás parecían tan aplomadas, tan seguras de sí mismas. Tenía miedo de decir o hacer algo equivocado…, de cometer una «plancha» y manifestar así su vulnerabilidad.

—Christine la virgen —se mofó Crash, lanzando miradas a su alrededor para recoger las risas de aprobación de las demás.

—Si lo es —observó Bea—, será la única de esta clase.

—¡Qué dices de esta clase! —declaró Ria con énfasis—. ¡Mejor dirás de toda esta maldita escuela!

Crash volvió su atención a Bárbara:

—Anda, mamá —suplicó, temblándole un poco los gordezuelos mofletes—. No queremos trabajar.

—Eso —corroboró Bea—. Charlemos.

Sintiendo crecer la rebeldía entre sus alumnas, Bárbara comprendió que se imponía de su parte un cambio de actitud.

—Escuchadme todas —empezó—. Por hoy ya hemos perdido bastante el tiempo. Ahora todas vamos a trabajar un poco, os guste o no.

Hubo una tempestad de quejas y vigorosas manifestaciones de protesta. Chris asistió a ellas con indiferencia, sintiéndose todavía muy ajena a todo aquello. De un modo instintivo comprendía que si manifestaba el menor interés en las actividades escolares se ganaría fatalmente la enemistad de las demás muchachas. Un solo paso en falso podría bastar para que se volvieran contra ella, y su vida resultaría mucho más calamitosa de lo que ya era. Lo que le estaba pasando era como irse a vivir a un barrio diferente y ser una novata en la pandilla del vecindario. En cualquier caso, le parecía verse constantemente vigilada. Tendría que andarse con mucho cuidado, si no quería tener más problemas. Estaba, por ejemplo, aquella cuestión de la virginidad. ¿Sería posible que ella fuese la única virgen de toda la escuela? Allá en el colegio todas sus amigas hablaban de aquello continuamente, pero no en plena clase como acababa de ver. Estaba muy violenta, porque nunca había tenido que tantear a ciegas en una situación desconocida como aquélla.

Bárbara no aguardó a que las quejas cesaran por sí mismas, sino que se puso en pie armándose de un largo puntero.

—Hoy hablaremos de geografía —empezó con tranquilidad—. A ver, ¿qué país es éste? —preguntó, indicando una zona del mapa.

Hubo un silencio. Hubo toses y carraspeos, y remover de sillas y arrastrar de pies por el suelo. Luego, fijándose en Denny, la maestra dijo:

—¿Qué país es éste, Denny?

Denny frunció el ceño y vaciló.

—¿Alemania? —aventuró en tono dubitativo.

Bárbara intentó disimular su contrariedad.

—Vamos, Denny. Sabes perfectamente qué país es. Inténtalo otra vez.

La aludida guardó silencio.

—Bueno, no importa —balbuceó Bárbara—. ¿Qué dices tú, Crash?

El rostro regordete de Crash permaneció totalmente inexpresivo:

—Se me ha olvidado —murmuró en voz baja. Chris se quedó asombrada. ¿Era posible que fuesen todas tan ignorantes? ¡Pero si aquello se enseñaba en la escuela primaria! Sin embargo, algo la aconsejó no levantar la mano, y cuando Bárbara volvió la mirada hacia Chris, la muchacha se removió en su asiento con visible embarazo.

—¿Y tú qué dices, Chris? —dijo animadamente Bárbara—. ¿Sabes tú qué país es ése?

—Francia —dijo Chris a pesar de su aprensión.

Inmediatamente lamentó haber contestado, al sentir la mirada de todas las demás fija en ella como si quisieran horadarle la piel.

Bárbara sonrió y desplazó el puntero.

—¿Y este otro? —preguntó.

—España —respondió Chris otra vez, involuntariamente.

—Vaya rollo —despreció Moco, volviéndose para golpear las teclas del piano. Chris se dejó caer en su silla deseando que se abriese la tierra para tragársela

—Qué importa, al fin y al cabo —intervino Denny con una mueca de desdén.

—Sí —dijo Bea—. ¿Para qué necesitamos saber todo eso? ¿Acaso tendremos oportunidad de visitar nunca uno de esos países?

—Y de todos modos, ¡qué me importa! —silbó Denny.

Bárbara contempló los severos rostros de sus alumnas, notando no sólo el agudo malestar de Chris sino también la tensión que fácilmente podía desencadenarse y dar lugar a una fea situación. Ella perdía pocas veces la compostura, pero cuando lo hacía lograba un efecto de sorpresa con las chicas, haciendo que volvieran a la realidad. Pese a los modales impertinentes, informales y a menudo hostiles que afectaban frente a ella, sabía que en el fondo la respetaban, por notar en ella una serenidad y una humanidad de que, como bien sabía, solían carecer los demás miembros del personal.

—¿Qué es lo que te importa a ti, Denny? Anda, dímelo —urgió Bárbara.

—Vacilar.

—¡No quiero volver a oír eso! —la interrumpió Bárbara airadamente—. ¡Ni una palabra más!

Empezó a pasear arriba y abajo, mirándolas a todas de frente.

—¡Vacilar y salir con chicos! —las remedó—. ¡Estoy cansada y harta de oírlo! ¡Cansada y harta!

Bea pareció intimidada:

—¿Qué pasa contigo, mamá? —preguntó en tono humilde.

Bárbara se interrumpió para tomar aliento, y luego suspiró:

—Nada. Que se acabó la clase, eso es todo.

Luego, volviéndose súbitamente, se acercó al mapa y se puso a enrollarlo poco a poco, con aire de frustración y tristeza. ¡Dios mío!, pensó, si pudiera ganármelas. ¡Si pudiera ganarme sólo a una de ellas!

Miró a la novata Chris, tan vulnerable, tan solitaria en medio de aquel grupo hostil de criaturas empedernidas. Bárbara habría querido protegerla de algún modo, pero sabía que las demás eran colectivamente más fuertes que ella sola. Con sus burlas y su intimidación, la obligarían a rodearse de una concha, de la que luego no podría librarse. No obstante, pensó Bárbara, ella seguía luchando por ganarse aunque sólo fuese a una de las chicas. Tal vez esa chica pudiera ser Chris. Tal vez.

Bárbara se armó de valor, proponiéndose no dar por terminada la clase sin apuntarse un tanto positivo. Se acercó pausadamente a su pupitre y se apoyó en él.

—Muy bien —dijo—. Hoy no habrá más preguntas, pero voy a contaros la historia de una pobre campesina que se hizo soldado, y no sólo eso, sino que llegó a ser capitana de muchos ejércitos.

Bea se adelantó con interés:

—¿Es un cuento, mamá, o se trata de una persona auténtica?

—¡Ah! Se trata de una persona que existió en realidad —aseguró—. Se llamaba Juana y vivió en Francia.

Chris se tranquilizó, y mientras Bárbara empezaba a relatar la familiar historia de Juana de Arco, ella se reclinó en su silla y se puso a mirar por la ventana, distrayéndose muy pronto con sus propios pensamientos. Se acordó de su hermano Tom. Recordó las cosas que solían hacer, cómo jugaban y lo unidos que habían estado, sin que nadie consiguiera separarlos nunca… Durante un rato, el tiempo pasó sin sentirlo. En realidad, dejó de existir para ella, hasta que un timbrazo, anunciando el fin de la clase, la devolvió a la realidad. Permaneció inmóvil mientras las demás chicas se ponían en pie ruidosamente, charlando y piando como pájaros afanosos por escapar de su jaula. Mientras se dirigían a la puerta, Bárbara las precedió con su transmisor-receptor portátil, contándolas a medida que salían.

Chris fue la última en salir de la clase y, mientras pasaba junto a Bárbara, notó una mano sobre su hombro.

—Chris —dijo Bárbara.

Ella dudó y miró a la maestra con aprensión:

—¿Sí?

—He visto en tu expediente que tus calificaciones escolares eran buenas, aunque faltabas mucho a clase. ¿Problemas con la familia?

Chris bajó la mirada:

—Sí —dijo con un hilo de voz.

El transmisor de Bárbara emitió varios crujidos y luego se oyó una voz brusca y metálica que decía con tono impaciente:

—¿Dónde está Parker?

Bárbara alzó el aparato hasta sus labios, accionó el mando emisor y contestó:

—Yo la acompaño. —Luego, guardándose el aparato, se dirigió a Chris—: ¿Quieres que hablemos de eso alguna vez?

Chris se encogió de hombros, volvió la cara y se dispuso a reunirse con las demás. Necesitaba desesperadamente confiar a alguien sus más íntimos pensamientos, pero algo indefinido le sellaba los labios. Bárbara caminó a su lado sin decir nada más. Chris deseaba hablarle, pero no podía. Tenía miedo. Al mirar hacia delante vio a Denny que se había detenido y volvía el rostro lanzándole una mirada peculiar. La mirada hizo que Chris se sintiera incómoda, pero se le pasó tan pronto como Denny dio media vuelta y continuó andando para reunirse con las demás.

—No cabe duda de que conoces el mapamundi —empezó Bárbara intentando resucitar la conversación—. ¿Te gusta la geografía?

—Sí —respondió Chris.

—¿Te gustaría viajar?

—Ya lo creo —dijo Chris, animándose considerablemente—. En realidad, me gustaría ser azafata, y así conocer otros lugares.

Bárbara vislumbró un rayo de esperanza y sonrió.

—«Vuele a Denver con Chris» —bromeó.

Chris sonrió involuntariamente.

—Sin escalas —añadió aún Bárbara.

¡Oh, Dios mío!, pensó Bárbara. Hay una esperanza; ojalá consiga conquistarla.