5

Bastante conmocionada todavía, pero ya algo recobrada de las humillaciones de la inspección, Chris salió con Lasko del edificio principal en dirección a los dormitorios. Su cabello húmedo le caía sobre los hombros en mechones lacios que se le pegaban a los lados de la cara. Chris tuvo que admitir que el ambiente en general era agradable y nada carcelario, aunque no podía olvidar que toda la zona estaba cercada por una valla coronada de alambre espinoso.

Los dormitorios propiamente dichos ocupaban uno de esos edificios de arquitectura impersonal que podrían encontrarse en cualquier vecindad de clase media. Pero cuando Lasko se metió la mano en el bolsillo para sacar la llave con que abrir la puerta de entrada, Chris tuvo que recordar la inevitable realidad de que no podría entrar ni salir cuando le viniera en gana. Ellos no lo llamaban una cárcel y, sin embargo, eso era precisamente.

Al entrar en los dormitorios, Lasko y ella fueron recibidas por una mujer delgada de veintitantos años.

—Hola, Lasko —saludó.

Lasko se volvió hacia Chris:

—Es Betty Ramos, mi ayudante.

Chris le hizo una inclinación de cabeza a Betty. Aun siendo más joven y atractiva que Lasko, exhibía los mismos modales indiferentes, superficiales y fríos; como un guardián en una especie de zoo humano involuntario.

Betty dijo:

—¿Quizá convendría que yo…?

—No —la interrumpió Lasko—. Yo me hago cargo de ella.

Luego, volviéndose a Chris, dijo.

—Pasa por aquí.

Recorrieron una galería, de la que partían corredores en ambos lados. Algunas chicas se asomaron a la galería, mirando a Chris con curiosidad; otras permanecieron escondidas en los pasillos, limitándose a lanzarles ojeadas al pasar, mientras ella seguía a la celadora.

Algunas de las chicas le hicieron ademanes de saludo: una negra muy alta, desde un pasillo; otra, delgada, de aspecto insignificante, desde otro. Desde una puerta cercana, una morena muy bonita que llevaba tejanos ceñidos y una camiseta sonrió cordialmente a Chris.

—Soy Denny. Bienvenida al pesebre —dijo con impertinencia. Chris la saludó con la cabeza pero no pudo decirle nada, preocupada como estaba por seguir el rápido paso de la celadora. Entonces vio a Josie, la joven negra con quien había compartido la celda en la residencia correccional.

—¡Eh, Chris! —gritó Josie. Chris se detuvo y sonrió cálidamente, toda llena de alegría inesperada al ver un rostro conocido y amistoso.

—Hola —respondió, sintiendo la punzada de las lágrimas. No estaba tan sola, al fin y al cabo; tenía una amiga.

—¡Eh! Que se venga conmigo, Lasko —pidió Josie. La celadora no hizo caso.

Una chica pálida de cabello rubio sucio, con una mirada extrañamente vacua, se acercó para preguntar:

—¿Es virgen?

Del interior de una habitación salió un silbido agudo, como cuando un muchacho llama a su perro. La sonrisa de Chris se desvaneció, y apretó el paso para reunirse con Lasko, que se había detenido frente a una puerta abierta.

Denny, la morena bonita que había dado la bienvenida a Chris, se acercó y preguntó:

—¡Eh, Lasko! ¿Qué ha hecho ésta?

Sin volverse para mirarla, Lasko replicó:

—Cállate, Denny.

Luego, dirigiéndose a Chris, agregó:

—No se permiten visitas a los dormitorios de las compañeras. Nada de conversaciones después de apagar la luz. Nada de peleas. Ni, menos aún, demostraciones de afecto…

Josie, que se había reunido con ellas, la interrumpió:

—Aquí no puedes tener amigas. Si lo haces, en seguida se figuran que eres tortillera.

Lasko no le prestó atención.

—Te quedarás aquí con Janet —le dijo a Chris—. Tu litera es la de arriba.

—Janet está mochales —declaró Josie torciendo el gesto—. No tendrás a nadie con quien hablar.

—Intentará suicidarse otra vez —intervino una voz con ligero acento español a espaldas de Chris—. Ten cuidado.

Denny alzó la voz para preguntar:

—¡Eh, Lasko! ¿Está enjaulada por prostitución?

Al salir del cuarto, la celadora levantó la mirada y dijo:

—Vete a paseo, Denny.

—¿Conque sí, eh? —saltó Denny—. Pues tú vete a…

—¡Cuidado! —la interrumpió Lasko, mirándola fijamente.

Sin más palabras, se alejó por el corredor dejando que las chicas se las arreglasen solas. Chris se acercó dubitativamente a su litera y levantó el brazo para depositar su maleta sobre la misma. En la litera inferior estaba echada Janet. Era una india mestiza, esbelta, con largas piernas y cabello negro. Llevaba vendadas ambas muñecas, y su rostro parecía anormalmente pálido.

—Chica, cómo apestas —murmuró.

—Es el jabón que me dieron para el cabello —trató de disculparse Chris—. Resulta que…

Se interrumpió sin acabar su frase, dándose cuenta de que a Janet le traía sin cuidado lo que ella fuese a decir. Ofendida y defraudada por tal actitud, Chris se apartó y sintió entonces una nueva punzada de soledad.

Se acercó a la ventana. Estaba protegida por la parte exterior con una recia tela metálica, y permitía divisar unos campos áridos y, a lo lejos, la imponente valla. Deprimida por este panorama, se volvió y empezó a vagar sin objeto por la habitación, fijándose en todos los detalles, procurando grabarlos en su memoria, puesto que aquél iba a ser su hogar. Las paredes estaban groseramente enyesadas y cubiertas de inscripciones. Se puso a leerlas. «María con David», decía una. En un rincón, un garabato casi indescifrable: «Flipada hasta la médula». Se quedó mirándolo un rato, y luego se fijó en otro, que decía: «A quien entre en esta habitación: Te quiero». A duras penas consiguió dominar las lágrimas. Entonces oyó fuera la voz de Lasko que decía:

—¡Atención! Tenéis diez minutos para fumar.

A lo que sucedió en seguida el rumor de muchos pasos y voces que hablaban en la galería. Sin embargo, no manifestaban ninguna excitación, y los pasos no eran apresurados. Había en todo ello algo de letárgico y aburrido.

Chris recorrió el pasillo y se asomó a la galería. Las chicas salían de sus habitaciones y, poco a poco, el ruido se hizo más intenso, a medida que se reunían todas. Las conversaciones se animaron y se oyó alguna que otra risa. Hubo protestas, y gritos, y discusiones. Luego todas empezaron a moverse en la misma dirección, hacia donde, como iba a averiguar muy pronto, estaban los comedores. Cuando salió a la galería se reunieron con ella Josie y otra muchacha, de origen chicano que tenía el cabello portentosamente negro.

—Vamos —dijo Josie—. No te quedes ahí a solas.

A medida que las tres iban acercándose al comedor se escuchaba con más intensidad el sonido de un disco de rock, mezclado con la algarabía de un televisor.

La chica no miró a Chris, torció el gesto y se tapó la nariz.

—¡Uf! —exclamó—. Siempre se conoce a las novatas por el jabón matapiojos. ¡Cristo!

Josie rió.

—Ésta es Ria, una ladrona de las más finas. ¿Quieres un cigarrillo, Chris?

Ésta meneó la cabeza sin dejar de caminar.

—Por cierto, ¿qué hiciste tú, Chris? —quiso saber Ria.

—No hizo nada, hombre —intervino Josie—. Se escapó de casa, nada más.

Cuando el trío entró en el comedor, lo primero que sorprendió a Chris fue ver a Betty Ramos yendo de un lado a otro, dando fuego a todas las internas. Comprendió que seguramente no se les permitía poseer encendedores, ni siquiera cerillas. Pero ellas ponían caras divertidas, como si les causara cierta satisfacción perversa que una de sus guardianas hubiera de atenderlas como una simple criada.

Mientras Josie y Ria daban lumbre a sus cigarrillos, Chris se volvió y se fijó en una recién llegada. Era una rubia talluda, de mirada penetrante y gruesa mandíbula. Se contoneaba con aires hombrunos, y miró a Chris de arriba abajo, de un modo sensual e insinuante. Chris experimentó en seguida una reacción de hostilidad, pero la rubia se limitó a guiñarle el ojo y se volvió.

—Ésa es Moco —susurró Josie—. Ten cuidado con ella.

Sintiéndose todavía muy desplazada, pese al innegable interés de Josie por ganarse su confianza, Chris se apartó del grupo para refugiarse en un rincón. Estuvo allí unos momentos sin hacer nada, y luego regresó para reunirse con Josie y Ria. Se dio cuenta de que Moco se abría paso hacia donde ella estaba, pero no le dio importancia. De súbito, Chris notó que una mano vigorosa la aferraba por la muñeca y la arrastraba hacia la puerta. Lanzó un grito de sorpresa, pero nadie le hizo caso. Era como si nada ocurriese, como si ella hubiera decidido salir por su propia voluntad.

Entonces recordó las instrucciones de Lasko: nada de peleas. Temiendo verse acusada de haber iniciado una refriega, y dándose cuenta de la superior estatura y fuerza de Moco, Chris se dejó conducir fuera del comedor y al interior de una habitación, donde fue empujada a trompicones, por lo que lanzó un involuntario grito de miedo. Al verse momentáneamente suelta, Chris reaccionó con viveza, pero se encogió al ver que la rubia se abalanzaba sobre ella. Retrocedió levantando el brazo para cubrirse, pero Moco la cogió por los faldones de la camisa y la hizo retroceder hasta acorralarla contra la pared. Entonces, pegando su rostro al de Chris, rugió:

—Óyeme bien, muñeca. Yo soy la que manda aquí, ¿entiendes? Soy la dueña del cotarro, y la que no obedece cuando Moco ordena algo… —Hizo una mueca perversa y se pasó el filo de la mano por el cuello, en expresivo gesto.

Chris estaba demasiado espantada para decir palabra, mientras Moco la zarandeaba por la habitación sin dejar de agarrarla por la camisa.

—¿Qué dices ahora, eh? —la desafió Moco—. ¿A lo mejor te gustaría luchar conmigo, eh? ¡Anda! ¡Ven y pégame!

Su voz era una ronca provocación, y lanzaba una risa seca y amenazadora.

—¡Anda, acércate y pégame! ¡Pégame, anda!

Por el rabillo del ojo, Chris vio que había dos chicas más en la habitación. Compañeras de cuarto de Moco, supuso. Ahora se habían bajado de las literas y se acercaban, rodeándola en un círculo amenazador.

Una de ellas, la de los ojos muertos, sonreía de una manera extraviada, con las narices ligeramente dilatadas, y respirando con un jadeo rápido y excitado. Moco arrinconó de nuevo a Chris, haciéndola vibrar de terror. Luego, con infinito alivio, Chris vio que Josie y Ria se precipitaban hacia el interior de la habitación, con la alarma pintada en sus rostros. Aunque temían a Moco, no querían que le hiciese nada malo a Chris.

—¡Eh! —gritó Josie—. ¡Déjala en paz!

—Eso —agregó Ria, con la voz temblándole de miedo—. No ha hecho más que llegar.

Chris, demasiado asustada para moverse, permaneció apoyada en la pared, inmóvil y con el rostro ceniciento.

—¡Dale! ¡Dale! —azuzó una de las espectadoras.

—¡Tú cállate, Crash! —la empujó Josie, mientras Moco hacía una mueca con los labios. Intentaba besar a Chris; ésta volvió la cabeza hacia la derecha con un gesto de repulsión, y los labios de Moco rozaron su mejilla. Moco debió considerar que se había apuntado un tanto, y soltó la camisa de Chris con una sonrisa de triunfo. Temblando, Chris se volvió de cara a la pared.

Cambiando súbitamente de actitud, Moco rodeó amistosamente con el brazo los hombros de Chris y dijo con voz suave:

—Eres bonita.

—¡Es fea! —gruñó Crash.

—Tú sí que eres fea, borrega —despreció Josie.

Ignorando a las demás, Moco susurró al oído de Chris:

—Date la vuelta.

Chris vaciló y luego, lentamente, con desconfianza, se volvió para hacer frente a su verdugo.

—¿Tienes novio? —le preguntó Moco.

Chris no se atrevía a mirar de frente a su antagonista. Meneó la cabeza.

—¿Tienes alguna amiga? —insistió Moco. Chris denegó de nuevo con la cabeza, conteniendo las lágrimas.

—¿Quieres ir conmigo? —propuso Moco. Chris seguía guardando silencio; era lo único que podía hacer para no echarse a llorar. Moco sonrió de un modo enigmático. Aquella sonrisa expresaba tanto la atracción que sentía hacia Chris como el placer sádico de dominar. Se hizo atrás—: Ya hablaremos de eso —añadió, satisfecha.

Josie tocó el hombro de Chris para tranquilizarla e hizo ademán de sacarla del cuarto.

—Ven —dijo amablemente.

—¡Eh! Espera un minuto —ordenó Moco, de nuevo en tono de amenaza. Josie vaciló, con una mirada de aprensión. Moco se plantó firmemente, con los brazos en jarras—. Dile lo del chocolate.

Josie la miró de reojo y luego, volviéndose a Chris, explicó:

—Cuando la celadora te dé alguna pastilla, como por ejemplo un calmante, ¿sabes?, en vez de tragártela te la escondes debajo de la lengua, y luego se la das a Moco. ¿Entendido?

Intimidada, miró de nuevo a Moco, mendigando su aprobación. La otra sonrió, disfrutando con su poderío.

—A Moco le gusta volar —dijo, provocando una risita de Crash.

Chris no veía llegado el momento de irse. Por último, cuando salió de la habitación con Josie y Ria, lanzó un suspiro de alivio. Las tres regresaron directamente al comedor. Otro disco de rock atronaba el local. Dos muchachas bailaban, completamente ajenas a todo lo demás, como hipnotizadas por el ritmo y los acordes de la música. Josie y Ria se abrieron paso hacia un sofá, obligando a Chris a tomar asiento entre ambas.

—Oye, procura mantenerte a diez metros de distancia de Moco en todo momento, ¿entiendes? —dijo Josie—. Una vez la vi agarrar una silla y abrirle la cabeza a una persona, como si tal cosa. —Hizo chasquear los dedos—. Es una incorregible y nada le importa, ni le tiene miedo a nadie.

—No le importa quedarse aquí toda la vida —terció Ria—, ni teme a la celda de incomunicación.

Luego, dirigiéndose a una de las chicas que estaban en el comedor, gritó:

—¡Eh, Fats! ¡Que ése es mi cinturón! A ver si no se te olvida.

Josie iba a añadir algo más cuando alzó la mirada y vio entrar a Denny, que sonreía alegremente. Inclinándose sobre Chris y hablando en voz baja, le susurró:

—Y ten cuidado con Denny, también. Ha estado muchas veces en el manicomio.

Chris dudó unos instantes y luego habló, dirigiéndose primero a Ria y después a Josie:

—¿Es verdad que… una puede salir de aquí en pocos meses?

Ria sonrió amargamente:

—¿Para qué? ¿A dónde te crees que vas a ir?

En ese preciso instante, una negra alta y fornida se acercó a Josie.

—Vamos, Josie —la desafió—. A ver quién puede más.

Josie torció el gesto.

—¡Anda ya, Jax! Ahora no tengo ganas.

—¿Qué te pasa? —dijo la otra con sarcasmo—. ¿Te rajas?

Se había hecho un súbito silencio en el comedor, y Josie se dio cuenta de que todas las miradas estaban fijas en ella. Miró con desplante a Jax:

—¡Qué caray! Vamos allá.

Ria compuso una expresión de fastidio.

—Ganará Josie —dijo.

Chris frunció el ceño, sin entender de qué se trataba. Era como si hablasen con palabras corrientes de algo completamente absurdo para ella.

Josie la miró y susurró:

—Oye, Chris. Tú quédate vigilando la puerta, y avísanos si viene Lasko, ¿vale?

Chris seguía sin comprender nada y, olvidándose de la puerta, contempló fascinada a las dos muchachas mientras éstas daban fuertes chupadas a sus cigarrillos. Pero su curiosidad se convirtió en sorpresa y horror cuando vio que apretaban lentamente las colillas encendidas sobre la piel de los brazos desnudos. Ambas se armaron de valor cuando empezaron a quemarse sus carnes. Chris las contemplaba, incrédula e hipnotizada. Pronto asaltó su olfato el olor acre a carne quemada. Josie se mordió los labios, con la mirada de dolor, pero sin dejar de apretar con firmeza el cigarrillo encendido contra la piel de su brazo. A Jax le corría el sudor por la cara; fue la primera en ceder y arrojar lejos la colilla.

—¡Maldita sea! —ladró, mientras sus lágrimas empezaban a mezclarse con el sudor. Todas se sobresaltaron ante la irrupción de Lasko, cuya voz resonó en todo el local:

—Muy bien, Josie, Jax. Las dos quedáis arrestadas en vuestras habitaciones.

Ambas se precipitaron hacia ella, vociferando simultáneamente, protestando, y al mismo tiempo suplicando perdón:

—¡Oh, Lasko, por favor…!

—¡Pero si no hacíamos nada!

—Sé muy bien lo que estabais haciendo. Aquí no se toleran desafíos, ya os lo advertí. ¡A vuestras habitaciones las dos!

Josie se volvió de súbito hacia Chris, con los ojos encendidos de rabia:

—¡Estúpida! ¿No te dije que vigilaras? —gritó, dándole a Chris un empujón antes de abandonar el comedor escoltada por la celadora. Cogida por sorpresa, Chris trastabilló a un lado, con el rostro lleno de dolor. No era el golpe, flojo al fin y al cabo, lo que le hizo daño, sino más bien la herida moral que le producía el verse golpeada y probablemente rechazada de modo definitivo por la única persona que le había demostrado amistad. Fue la culminación de una larga jornada de calamidades: conteniendo las lágrimas, salió corriendo del comedor. Cuando llegó a su cuarto, se arrojó sobre su litera y lloró hasta quedarse dormida.