Presentación

Radix es uno de los libros más sorprendentes que han aparecido en la ciencia ficción en los años ochenta. Tiene devotos y detractores casi irreconciliables. Sin duda se trata de un libro desmesurado e irrepetible, que hace gala de una inventiva sin límites al proponer un futuro sorprendente para nuestro planeta en un marco épico y a la vez metafísica-místico en el que destaca la riqueza de la creación de una nueva mitología del futuro. Algunos críticos han comparado radix con el señor de los anillos: de Tolkien y con dune de Herbert por su valor emblemático y, en palabras de Gerard Klein, por «su ambición espiritual».

Quien primero me habló de radix fue Annick Béguin. Annick es la propietaria de la librería Cosmos 2000, la mejor entre las que se especializan en ciencia ficción en la dudad de París. Su interesante librería se encuentra en el número 17 de la rue de l’Arc du Triomphe, muy cerca de la place de L’Etoile. Desde 1982, Annick organiza el premio Cosmos 2000, una votación entre sus lectores que eligen el mejor de los libros editados cada año en el país vecino.

Junto a algunos autores franceses como Jeury (lorbe et la roue, 1983) y el novísimo Simonay (phenix, 1987), los premios suelen recaer en títulos de autores muy conocidos como Silverberg (shadrac en el horno, 1982), Asimov (Los robots del amanecer, 1985), Herbert (herejes de dune, 1986), Card (La voz de los muertos, 1988). El año indica el de la concesión del premio Cosmos 2000, siempre uno posterior a la aparición de la edición francesa del libro.

La seriedad de Annick Béguin y la especialización e interés de sus lectores y votantes por la ciencia ficción han otorgado ya un gran prestigio al premio Cosmos 2000, cuyos vencedores no suelen nunca decepcionar. De este modo, dicho premio se configura como una selección muy válida de cuáles son los libros de ciencia ficción mundial que satisfacen también a sensibilidades distintas a la norteamericana, que es, en definitiva, la que impulsa y otorga los premios mayores de ciencia ficción: Hugo, Nébula y Locus.

Por ello es francamente curioso constatar que, junto a esos autores reconocidísimos y ya muy famosos, los lectores franceses seleccionaron en 1984 a radix, del desconocido A. A. Attanasio, como el mejor libro de ciencia ficción editado en Francia en 1983. No era el único reconocimiento obtenido por este novel autor radicado en Hawai. Su novela había sido finalista del premio Nébula de 1981 en Estados Unidos y mereció de la exigente crítica de The Washington Post Book World el calificativo de «An instant classic», que podríamos traducir como «un clásico desde el primer momento».

Hay que destacar que el reconocimiento popular francés ha sido muy superior al recibido por radix en Estados Unidos, donde inicialmente agradó a las élites lectoras pero que sólo a partir de la edición de bolsillo de 1985 ha alcanzado cierto favor popular. En una reciente visita a Barcelona, Robert Silverberg bromeaba conmigo sobre el contraste que puede darse en esta colección NOVA ciencia ficción entre libros tan populares como el juego de ender y la voz de los muertos de Orson Scott Card y el entonces previsto radix de A. A. Attanasio. El mismo Silverberg, influido por el punto de vista habitual en Norteamérica, consideraba que radix es un libro «difícil» pese a haber sido él quien primero dio a conocer parte del trabajo de Attanasio al publicar la versión inicial de un capítulo de radix en su antología New Dimensions en 1977. Me atreveré a disentir de Silverberg y pensar que en España Radix puede ser, además de una obra importante para los lectores de élite, una obra tan popular como lo ha sido ya en Francia.

En mi opinión, es la posible metafísica y el carácter un tanto místico de ciertas aventuras narradas en radix lo que hace difícil el reconocimiento popular de esta novela en Estados Unidos. El american way of life está excesivamente imbuido del pragmatismo más atroz que, por otra parte, ellos mismos no dejan de exportar a todo el mundo a través de una evidente colonización cultural. Pero es posible que en Europa, poseedora además de una cultura más asentada y pluriforme, se puedan apreciar otros valores, que son los que se muestran en radix y que, con toda seguridad, merecieron el interés de los votantes del premio Cosmos 2000. Mi esperanza es que merezca también el interés del lector en castellano como ha obtenido el mío propio.

El esquema central del libro es engañosamente simple. En un futuro cercano la Tierra entra en la Línea, el rayo de energía radiante tal vez procedente de un lejano agujero negro en el centro de la galaxia. En el aura de ese extraño y misterioso poder, la Tierra resulta alterada para siempre, sometida a una mutación sorprendente. La humanidad se distorsiona en una gran variedad de formas y la realidad, tal y como la conocemos hoy, resulta abierta a una conciencia nueva y mucho más amplia. Seres procedentes de los abismos del tiempo se encarnan en algunos humanos a los que prestan su inimaginable poder.

El protagonista, Sumner Kagan, es un urbano marginal que realizará un viaje iniciático hasta convertirse en un casi-dios y transformar el futuro de la humanidad. Sus primeros momentos recuerdan al Ignatius Reilly de la conjura de los necios de John Kennedy Toole, con quien comparte, entre otros rasgos, la obesidad, la amoralidad y el carácter vengativo. Poco a poco, Sumner se eleva hasta la posición de un superhombre especial, un casi-dios de capital importancia para la construcción del futuro. Lo que sorprende de un autor novel como Attanasio es que haya sabido dosificar perfectamente este cambio y que, expresado en palabras de Jeff Frane, crítico de Locus:

Attanasio tiene el sentido de lo que realmente eleva a un ser humano por encima de lo normal y también una idea clara de las fuerzas y el tiempo necesarios para esa transformación.

Y ésa es una riqueza fundamental de la novela: la progresión con que se nos presenta el cambio del protagonista (y, paralelamente, nuestra percepción de aquello en que se ha convertido la Tierra y el papel que juegan las diversas fuerzas implicadas). De ahí el alto grado de credibilidad de una narración a todas luces increíble, salpicada de las suficientes aventuras para mantener la atención del lector más distraído. A eso es precisamente a lo que se ha llamado en la ciencia ficción «el sentido de lo maravilloso».

En el esquema ternario de la novela, vemos en primer lugar (Distors) la nueva situación de esa Tierra llena de mutantes y el mundo marginal y agresivo del que proviene Sumner Kagan. En la segunda parte (Voors), conocemos su metamorfosis a través de los «misterios» que le convierten en ranger y el aprendizaje con los serbotas para pasar a conocer finalmente a su enemigo, el Delph.

En la tercera parte (Mentedios) se resuelven los enigmas en la definitiva batalla que sella para siempre el futuro de Sumner y la propia Tierra.

Él y a citado Jeff Frane de Locus ha dicho de radix que:

Es un gran libro, con una trama tan compleja que podría haber sido escrita por A. E. Van Vogt haciendo locuras con el budismo en lugar de con la Dianética.

(Incidentalmente diré que Van Vogt en sus famosas obras sobre el mundo de los no-A se basó ante todo en la pseudo filosofía de la Semántica General de A. Korzbyski, y que la Dianética es esa chapuza pseudo-psicológica inventada posteriormente por L. Ron Hubbard cuando decidió dejar los escasos beneficios que le producía el ser autor de ciencia ficción y hacerse rico con la «religión» de la Iglesia de la Cienciología).

En cualquier caso, esa referencia de Frane al budismo puede extenderse a los temas más clásicos del «espiritualismo» y constituye uno de los elementos fundamentales en la novela: la vertiente metafísica-mística que impregna todo el libro y se «justifica» en cierta forma en las alteraciones que la Linergía produce en nuestro planeta y sus habitantes, sin olvidar el contacto con las entidades extra-terrestres como los Voor y los Mentedioses.

Por todo ello hay en radix algo de la mirada de alcance cósmico que fue el eje de las obras maestras de Olaf Stapledon como, por poner un único ejemplo, hacedor de estrellas. Es también ese larvado simbolismo y esa visión mística lo que ha hecho que algunos críticos compararan esta novela con algunas obras míticas de ciencia ficción y fantasía ya atadas.

Junto a reflexiones de base pretendidamente científica para justificar la nueva situación, lo que destaca en primer lugar es el enfrentamiento Voor-Delph al estilo del clásico enfrentamiento entre el Bien y el Mal que da sentido a el señor de los anillos de Tolkien. Más adelante las técnicas de control mental (autoscan, sombra-soñar etc.) que adquiere Sumner gracias a su asociación con su hijo-voor han sido comparadas a los poderes Bene-Gesserit de la famosa serie de dune de Herbert. Hay en el viaje iniciático de Sumner hasta la figura de casi-dios una atracción indudable y central en el interés del libro.

También me gustaría hacer hincapié en las repetidas reflexiones que salpican la novela y le otorgan parte de su carácter de épica cósmica que persigue, entre otras cosas, una visión del papel de nuestra especie en un curioso concierto galáctico.

Sirva como ejemplo ese «pasamos nuestro material genético, pasamos tiempo» que se encuentra en algún lugar de radix y que recoge-anticipa algunas de las tesis de Richard Dawkins.

Otro elemento de gran interés en radix es la sorprendente, y a la vez coherente, descripción de unas entidades extraterrestres como los Voors, con lo que Attanasio se une a los pocos autores que han sido capaces de generar gran extráñela y fascinación por esas culturas y seres inventados. Me parece lícita la comparación con los ideados por Stanley G. Weinbaum e incluso con los extraterrestres que el mismo Asimov imagina en Los propios dioses.

Posiblemente sea esa extrañeza la que está en la base de la presunta complejidad argumental que Frane destacaba y a que, aceptadas las premisas de la cultura Voor y el efecto de la Linergía, no son más que resultados lógicos de la mayor coherencia basando a otro orden de cosas, me gustaría comentar que las repetidas lecturas de radix sumergen al lector en un inevitable y continuo descubrimiento de nuevos elementos que parecen hacer casi inagotables los múltiples significados de la novela.

En mi caso particular, leí el original inglés después de haber leído la versión francesa que me proporcionó Annick Eéguin. (Mi experiencia de muchos años dice que hay que fiarse poco de la fidelidad de las traducciones francesas que más bien parecen, a veces, nuevas versiones de la novela inicial). En el original inglés me fue más fácil apreciar (junto a nuevos sentidos del texto) la riqueza de lenguaje y construcción literaria de que hace gala Attanasio y la naturalidad con que las muchas nuevas palabras que el autor inventa van incorporándose al texto.

Tras la lectura de la traducción castellana, realizada por Rafael Marín Trechera, me atrevo a decir que supera en mucho la versión, un tanto edulcorada en el lenguaje, que se publicó en francés. Posiblemente sólo un creador como Marín podía respetar el trabajo de otro creador como Attanasio y superar la difícil misión de mantener en castellano gran parte de la maravillosa construcción del mundo a través del lenguaje que elabora Attanasio en su novela.

Me consta que Rafael tuvo gran trabajo con esta traducción y les constará a todos los lectores que ha sabido resolver con una gran habilidad y creatividad las serias dificultades que planteaba.

En torno a la lectura del libro, me parece adecuado recordar que existen unos Apéndices que incluyen un esquema cronológico, unos perfiles biográficos de algunos de los principales personajes y un vocabulario. Mi consejo es tener en cuenta, paralelamente a la lectura, el esquema cronológico de La Línea del Mundo, prescindir de momento de los perfiles biográficos y consultar el vocabulario si alguna palabra (generalmente una invención) provoca dudas. Aunque debo decir que todos los términos nuevos están claramente explicados en el texto. Y si desean una confesión final: tras mis lecturas en francés e inglés, la revisión de la traducción al castellano todavía me ha aportado nuevos descubrimientos en este libro desmesurado e inagotable que es radix.

No me resisto a incluir aquí una inmejorable cita del que ha sido el gran valedor de radix en Francia, el autor y crítico Gerard Klein:

A. A. Attanasio marcará los años ochenta con radix tanto como Frank Herbert lo hiciera en los setenta con dune. No se trata tan sólo de una cuestión de dimensión física sino de complejidad, de densidad, de profundidad; incluso me arriesgaría a escribir: de ambición espiritual.

Radix es un itinerario, el de un joven granuja criminal, obeso y neurótico, Sumner Kagan, que a través de una serie de pruebas se convierte en un guerrero en el sentido en que lo entiende Castañeda. Errante en la superficie de una Tierra devastada por cataclismos caídos del espacio, atormentado por mutantes deformes y tal vez por dioses venidos del más allá, Kagan reforma su cuerpo y su espíritu. No es un héroe en el sentido clásico del término; es un personaje mitológico en vías de creación.

Radix es un libro-universo, barroco, salvaje, a veces con destellos de crueldad, sangriento y tierno, épico y a la postre portador de una esperanza que no es ni siquiera humana.

En definitiva, tal vez tras esta larga presentación sea ya claro mi convencimiento de que éste es un libro imprescindible para los buenos aficionados y que no dejará indiferente a nadie. Algunos críticos (pocos por cierto) lo han denigrado por sus excesos, mientras que otros (la gran mayoría) lo ensalzan precisamente por esto. Por ello tiene devotos y detractores casi irreconciliables. Yo soy uno de sus devotos. Aunque, en mi opinión, todo es muy sencillo: para apreciar radix en toda su riqueza e interés tan sólo es necesario que a uno(a) le guste leer.

Miquel Barceló

Para LOS TRABAJADORES DE LA LUZ a través del tiempo y del espacio