Epílogo

Sumner usó su seh para volar hacia el sur, dejando detrás los terrenos arrasados de Ausbok. Descendió en un bosque inundado donde peces irisados surcaban profundas lagunas y entre abanicos de luz se componían penachos azules. El alto olor del mar inundaba el viento del este, y mariposas rojas revoloteaban en el aire umbrío. Era la primera vez que se encontraba solo desde Laguna. ¿Cuánto tiempo hacía de eso? Ninguna voz-voor o telepatía né le contestó, y sonrió.

Tras seguir un embrollo de raíces, encontró el alma solitaria del lugar: un lago entre cipreses gigantes. Los chirridos y graznidos de un rundi sorprendido dividieron su atención y se abrió camino a través de la hierba, deteniéndose aquí y allá para recoger trozos de plantas. Llegó a un risco donde una laguna esparcía en miles de reflejos la luz del sol, y se sentó en un leño cubierto de musgo.

Instruido por los vagos recuerdos del Lusk, dispuso y preparó las plantas que había recogido. Con una vaina de mentís, tallos de geepa, tejido de matojos y una comba de vellosilla formó una burda arpa diablo. Se la llevó a la boca, y aunque nunca había tocado, su aliento produjo en el instrumento voor una música amorosa e indiferente como el espíritu.

La canción le sorprendió. Nunca había pensado que él pudiera producir música. Una luna de día se alzó entre las zarzas mientras impregnaba de música todo lo que veía: el silencio movía los árboles con la tarde, las nubes se bifurcaban como criadillas de tierra…

El viento ululó entre la hierba, y en las curvas de su cerebro el sonido casi se convirtió en una voz. La de Corby. Pero en realidad no era Corby. Ni siquiera su recuerdo. Sólo una sensación: amor, el deseo de uno-con incluso cuando no quedaba nada. Corby estaba muerto. Y Sumner no estaba seguro de estar vivo o poseído por los demonios del trance de Rubeus. Recuerdos de Quebrantahuesos, Dado, Zelda y todos los fantasmas que le habían sostenido, desde su viejo coche a Dhalpur e Iz, se unieron en su mente como una cerilla dispuesta a arder. Pero desde su marcha de Ausbok, una sensación de paz se había dilatado en él. Gradualmente, a medida que las sombras de la tarde se ampliaban sobre la hierba, el vidamor hacía que sus recuerdos parecieran lejanos y sin importancia.

Sumner tocó durante varios días. Era feliz fumando kiutl y alcanzando el terrasueño. Y en su mente, incluso la muerte profundizaba, más allá del miedo y del deseo, para fluir. De eso hace mucho tiempo, advirtió entonces, sintiendo la brevedad de toda vida. Todo aquello que miraba parecía flotar débilmente en una vibrante negrura. Todo es nada. Se rió mucho durante esa época. Y compuso su primera canción:

Oscuras nubes púrpura se amontonaban en el cenit, excepto en el creciente opalino del horizonte occidental. Por el norte corrían cadenas de relámpagos como gritos silenciosos… Cuando quedó claro que la tormenta raga se encontraba sólo a un día de distancia, Sumner dejó los árboles y voló sobre el desierto y el cráter ardiente de Reynii hasta el campo de Alineadores al sur de Ausbok.

Todos los Alineadores se habían marchado. Pasó aquella noche en el campo vacío inmerso en la completa oscuridad.

La tierra se había calcinado, las estrellas convertido en ceniza, y ahora los fuegocielos habían desaparecido, ocultos por las nubes de la tormenta. Llegaba el agua y el viento. El ciclo se cerraba. La rueda de la ley seguía rodando.

Antes del amanecer, se levantó y voló hacia el norte. En las suaves llanuras debajo de Ausbok, encontró otro campo de Alineadores. Quedaban tres, sus formas arácnidas azulinas y luminosas en la densa oscuridad. Una se marchó mientras se aproximaba.

Aterrizó al borde del campo y reunió un puñado de leña. Otro Alineador se desvaneció mientras construía una hoguera entre las zanjas de roca.

El Alineador que restaba era su única oportunidad de sobrevivir los terribles vientos que se acercaban. Pero no le preocupaba. Era UniMente, una expresión humana del terrasueño, en el corazón del universo.

Sumner lanzó un puñado de leña seca a las llamas y contempló el lago del amanecer. Su vida era la luz de la peregrinación, un espíritu inacabado enloquecido con toda la música silenciosa que giraba en su cuerpo.

Una risa ambarina se revolvió en su aliento, y sopló sonriendo el arpa diablo, sintiendo la música en los lazos de su sangre y recordando uno de los más antiguos dichos del né: ¿Cuál es el animal que vive para cantar su canción, si no la propia canción?

El amanecer se extendió como una plegaria, iluminando enormes nubes con forma de pagoda. Llyr, la estrella de la mañana, apareció mientras su fuego prendía, y Sumner se sentó para contemplar el sol alzarse en su última mañana en la tierra.

Todo es mejor.

FIN