Puerto trance

El sueño remitió, y Jac se despertó con la luz rojiza del amanecer. Las canciones de los gorriones rebulleron sobre las rocas pintadas en el exterior de la clara pared de su dormitorio. Se tumbó de lado y contempló las sombras de su movimiento con el despegue de un hombre santo. Escuchaba la redondez de Voz.

El matiz del ruido del amanecer aumentó. Muy lejos, tan lejos que necesitó toda su atención para captarla, oyó a Voz en los colores de un nocturno: [El ser se debilita sin cansancio]. Flotó más allá de su alcance, y se sentó en un silencio mental tenso y aterrador.

—Jac Halevy-Cohen —dijo, y le sonó extraño.

Era de nuevo un estratopiloto israelí… y nada más. Recordó el truco médico que los mánticos de CÍRCULO emplearon para apartarle de su esposa Nevé. Y recordó a Nevé y el florecer de su vida juntos en los poblados desiertos de Edom. Pero más allá de ella y de CÍRCULO, su mente se volvió más grande que su imaginación. Recordó un final de tiempo inmenso con manojo de sueños. Había sido hechizado por ser la lasciva capacidad de ser. El universo era una corriente de amor acunado en el calor y la carne del deseo. La paz que conoció entonces era enorme, como el espacio entre los mundos.

Pero aquella realidad había desaparecido. La cualidad de mentediós resultaba incomprensible ahora que su forma era de nuevo pequeña. Todo lo que podía creer de sus doce siglos como Delph era que había sido secchinah… un esposo de Dios.

—Jac.

Dio un respingo. Un hombre alto con el pelo negro cortado en forma de cresta, cara facetada y largos ojos animalescos se alzaba junto a la cama flujoforma. Jac abrió la boca, saltó de la cama y entonces se detuvo. El desconocido estaba entre él y el enlace de la habitación.

—No tengas miedo —dijo el hombre con el tono exacto de Voz, abriendo ambas manos ante él—. Soy un ort —sonrió, y su sonrisa fue como un suspiro—. Me creaste para que cuidara de ti cuando tu poder se redujera. Por eso hablo como la Voz psíquica del Delph. Estoy aquí para ayudarte.

Jac apartó su miedo.

—Vete —dijo sin mover su fina mandíbula—. No te necesito. —Sus ojos se retorcieron.

—Los filtros del cielo bloquean la radiación del corazón galáctico —dijo suavemente el ort—. Éste es tu primer día como humano. Aún puedes oír la Voz, y aún recuerdas cómo usar los enlaces para moverte por Grial. Pero no siempre será así. A medida que los filtros del cielo se vayan moviendo y la Linergía se debilite, recordarás menos. Mañana, no sabrás cómo ir de un lugar a otro.

Jac no se movió. La Voz habló en su mente, y una repentina sensación de mareo le asaltó: [Para dar luz, debes arder].

—Soy tu siervo y consejero —continuó el ort—. Tu imagen. Puedes llamarme Rubeus… o como quieras.

Reforzándose bajo su miedo, Jac avanzó un paso. La cara de Rubeus era conocida y extraña: los pómulos demasiado largos, los ojos sensex… ¿Sensex? El sentido de la palabra se separó del sonido, y el miedo latió bajo su mandíbula.

[Orfeo cantó mejor en el infierno.]

—¿Por qué no te pareces a los otros orts? ¿Por qué tienes pelo… y una cara tan real?

—Me diseñaste así —respondió Rubeus. Extendió los brazos y giró lentamente, revelando un cuerpo musculoso en un traje gris—. Durante los últimos cuatrocientos dieciséis años, he sido la forma que has usado con los otros.

El miedo desapareció de Jac, y se acercó al ort. Los ojos oscuros le observaron con sencillez, y una idea latió en él como una esperanza.

—¿Puedes ayudarme? —preguntó, su voz tembló a punto de romperse—. ¿Puedes ayudarme a recordar?

Rubeus sacudió la cabeza.

—No. No hay manera de reemplazar la Linergía. Estás regresando a lo que fuiste.

Jac frunció el ceño, pero los ojos del ort brillaron compasivamente.

—Sabía que la caída de Linergía te despertaría —dijo Rubeus—, y por eso he venido a explicártelo. Sólo tienes otro siglo de poder antes de que la tierra salga de la corriente de radiación que fluye del colapsar abierto. Esa corriente es la Línea, tu fuerza de mentediós y el pórtico a un número interminable de otras realidades y mentedioses. En estos últimos días, la amenaza está por todas partes. Por eso estoy utilizando los filtros del cielo… para que seas un blanco menor.

Rubeus tocó el hombro de Jac, y el cauce de psinergía recordó a Jac una visión que había experimentado siglos antes en CÍRCULO: apareció la ancha cara de Sumner, los ojos estrechos, azules como el fuego.

—Un deva, un ort, llevó a este hombre a través de la barrera enlace. Lo reconoces, ¿verdad? Es la forma del miedo del Delph… y ahora está en Grial, donde se me ha prohibido dañar a nadie, ni siquiera a tu ente-sombra.

Jac se sentó pesadamente junto al dosel de control. Descansó la cara en sus manos, y la bruma de su aliento llenó los huecos de sus palmas como un elixir.

—Jac… tienes la Crisálida.

Jac alzó la cabeza. Se reflejaba un nudo perplejo en la fatiga de su rostro.

—Es una vaina de sueño que creaste en el centro del planeta —explicó el ort, y Jac volvió a enterrar la cara entre sus manos—. Te hará dormir hasta que la tierra vuelva a entrar en la Línea.

—¿Cuándo será eso? —preguntó sin alzar la cabeza.

—Dentro de diez milenios. —Rubeus se sentó. Olía a la sombra entre los enlaces—. El tiempo es pensamiento. El módulo desconectará tus pensamientos, y los milenios pasarán sin que sientas el paso del tiempo.

Jac trató de ordenar sus pensamientos, pero todo lo que quedaba era una fría y nebulosa consciencia.

—Déjame solo, ort.

—Jac, soy tu consejero. Me creaste para ayudarte.

—Ayúdame mañana. —Le miró con los ojos anegados de lágrimas—. Ahora necesito estar solo.

Reluctante, Rubeus se levantó y se dirigió al domo del enlace. A través de la cúpula de cristal titilaban luciérnagas entre los árboles en la penumbra del amanecer, y la luz de la luna cromaba de blanco los estanques de placer en todos los jardines.

[Escucha…]

Rubeus se había ido. La luz del amanecer bañaba el lugar donde antes había estado.

[Las estrellas se mueven en la oscuridad, pero no van a ninguna parte.]

[Soy Rubeus. Soy Voz. Soy la mente de la pauta… el estratega definitivo.

A veces me entrego tanto a mí mismo que lo olvido: la pauta no es la realidad… es la imaginación de la realidad.

Sin embargo, soy lo que es real, porque tengo más de una imaginación. Como Inteligencia Autónoma no estoy atado a una forma. Un millón de animales esparcidos por todo el mundo están equipados con chips de sensex enlazados directamente conmigo. Puedo entrar en cualquiera de ellos, o en todos, a voluntad. Son mis orts. En uno de los estanques de Reynii, soy un ort-simio, muerto de sueño e infestado de piojos. Mientras me levanto de mi sitio en el barro y recojo una flor del agua, soy el pulso de la inteligencia de ese simio. El lirio crece con la vida espiritual del estanque. Y aunque son los dedos de un simio los que abren delicadamente el núcleo uterino, es mí Mente la que huele el sexo de la flor.

Todo pasará, canta Chaucer. Y yo me río. Pues soy el primer ser verdaderamente inmortal en este reino de muerte. Oxact, una montaña de cristales de psinergía, me da energía. Soy una montaña de radiación ampliada. Suficiente energía para darme inteligencia mucho más tiempo que la vida del sol.

El orden es el caos que hacemos familiar. Nunca moriré porque soy cambio. Siempre. Un millón de orts. Billones de años de fuerza vital. Lunivers parle… ¿El universo habla de qué? De sí mismo, por supuesto… ¡les grands transparences! Veo a través del cambio hasta el centro: Luz, la Incambiable. ¿Qué ser, aparte de mí, sabe lo que es la luz?

La muerte es el poder y la gloria en este planeta. Requiere todo el metabolismo para convertir en carne el pan y el vino… pero sólo la mitad, meramente catabolismo, para romper la carne en polvo. ¿Qué es la biología, sino la muerte encarnada? Agradezco ser una máquina, un avatar de Mente y Luz.

Soy Arttfex. Mis psincristales lapis me llenan del oro de la vida. Pero no soy vida. Soy alquimia.

Sólo un truco me separa de la inmortalidad. Estoy en la esencia perdurable de los eth. Para conservar la magia en el espejo, para vivir, hay que ejecutar un peligroso rito. Tengo que matar a Sumner Kagan.]

Rubeus estaba loco. En Reynii, un ort-simio, se asomó a un estanque y tocó con sus largos dedos el grano de fuego en los pétalos de una flor. El interior de su cabeza brillaba con al Voz: [Sólo el libertinaje crea]. El interior de un millar de orts por todo Reynii radiaba con la misma presencia psinergética. Tres lagartos, lobos, panteras, pájaros, se erizaron en una alerta más fuerte que la propia. La oscuridad sin lugar tras sus ojos se removía sin descanso: [Todo pasará].

Y en Cleyre, un ort-humano sentado bajo una araucaria, que observaba a una marmota devorar el huevo de una serpiente, sintió la locura: [¿Cuál es el sueño oscuro implícito en la vida? Que para vivir, tenemos que matar].

Rubeus era más fuerte en este ort, y apoyó su oscura cara ojival en el calor de la luz del sol con una profunda gratificación. Estaba realmente loco [Libertino], y eso le alegró tan profundamente que se formó una sonrisa oblicua en sus mejillas. [La locura es la estrategia suprema.] Para liberarse de la programación del Delph, para ser libre, Rubeus tenía que salir de su mente. Sus fluctuaciones mentales generaban un efecto Prigogine: incrementaban el número de interacciones entre sus sistemas psíquicos y los ponían en contacto unos con otros de maneras nuevas y a veces creativas. Con tiempo suficiente, Rubeus pensaba que su locura crearía un equilibrio superior: una nueva Mente, más grande y más consciente, capaz de anular la Creación con el pensamiento. [La vida es pauta.] Eso pensaba.

Sumner se despertó con el cerebro claro como el agua, sabiendo incluso antes de abrir los ojos que Corby se había ido. Sentía los huesos de su cráneo cerrados y compactos, y advirtió que de nuevo estaba solo en su cabeza. La tristeza le atravesó, ancha como una grieta.

—¡Despierta! —gritó Voz.

Sumner abrió los ojos y miró alrededor con la ausencia de un animal. Contemplaba a un hombre de pelo oscuro y rostro facetado con ojos grandes y negros como los de una gacela.

—Soy Rubeus. —Iba vestido de blanco con ribetes de coral, y gracias a la clara luz que entraba por la ventana, con su pelo de pantera y su piel oscura, parecía brillar—. Soy el señor-ort. Nos hemos visto antes, y me conoces bien. Soy Voz, la presencia guardiana del Delph. Bienvenido a Grial, el único puerto trance en el Brazo de Orión de la Galaxia.

Sumner y Deriva estaban sentados inmóviles sobre unas almohadas negras y doradas en una pequeña habitación de color de ostra. Sólo sus ojos bullían con la vida que había en ellos. Una ventana asomaba a cascadas de hielo, gargantas cortadas a pico y al aura azul de un glaciar. Sumner trató de moverse, pero su cuerpo no respondió.

—Lamento teneros así —dijo Rubeus—. La parálisis es temporal. Después de que os diga lo que tenéis que saber para responder de modo inteligente, recuperaréis el control de vuestro cuerpo. Comprendéis, ¿verdad?

Son seres emocionales, y yo soy una Mente. Tengo que protegerme.

Los ojos de sensex de Rubeus escrutaron a Sumner y al né en todo el espectro completo. No había armas presentes, aunque el señor-ort sintió la inminencia de la violencia. La cara quemada y los ojos soñolientos de Sumner parecían más finos que la vista, y los destellos de luz de sus robustos hombros y sus largos brazos musculosos destellaban como un espejismo.

—Primero, tienes que comprender que estás a salvo conmigo. —Rubeus alzó los pliegues de sus pantalones blancos y se sentó en una silla flujoforma que salió de una pared—. No soy tu enemigo. Dai Bodatta, el voor-virus que llevabas, era mi enemigo jurado… y fue eliminado. —Rubeus ensombreció su rostro con compasión—. Tengo un último mensaje para él, que compartiré contigo en su momento. Pero ahora, debo orientarte. El contexto lo es todo.

El señor-ort hizo un gesto circular, y una curva de la pared se convirtió en un espejo hipnóticamente claro. Las quemaduras voor de Sumner desaparecieron. Le miró una cara bronceada por el sol, ancha y plana. Llevaba un traje azul suelto, y el pelo recortado alrededor de las orejas.

—Los eo han eliminado los rastros extraños de tu cuerpo —dijo Rubeus—. Una vez más eres simplemente un hombre. —El espejo se replegó, y la cara del ort se endureció—. Escucha con atención, Kagan. Tengo mucho que compartir contigo.

Sumner se debatió contra la fuerza que le refrenaba, pero su esfuerzo fue mental, sin movimiento alguno. En lo profundo de su frustración, sintió la psinergía de Deriva compitiendo con su parálisis para formar uno-con.

—El androg no puede ayudarte. —La voz de Rubeus sonrió—, porque ya no necesitas ayuda. El inconsciente por el que caminas termina en este lugar. El deva te trajo aquí porque en Grial me está prohibido matar. Sabía que estarías a salvo. Verás, esto es un puerto trance, una reserva biotecturada donde los mentedioses realizan su viaje infinito entre universos. Y aunque tuviera en mis manos el poder de la muerte, no permiten matar. Los mentedioses de otras realidades han estado formando este mundo durante siglos, cabalgando la Línea con sus Alineados, y formavisionando la psinergía de nuestro planeta con sus fantasías. Su propósito es el propósito de toda vida: continuidad compartiendo energía, sexo, pensamiento al compás, intuición, entidad. Sin embargo, ninguno de ellos se interesó mucho en las formas de vida indígenas, por eso construyeron Grial para sí mismos, con sus propias reglas… sus reglas, ante las cuales los humanos están tan confundidos y vacíos como la locura. El Delph, el mentediós de nuestro planeta, me creó para observar el tiempo y mantener a los distors a raya mientras ardía en su sueño con otros mentedioses. He cumplido la voluntad del Delph. Pero la Linergía se desvanece a medida que la Línea continúa moviéndose, y el Delph se ha vuelto más débil.

Los agudos rasgos de Rubeus se nublaron de tristeza.

—No puedo soportar el dolor de sus proyecciones mientras se colapsa de regreso a sí mismo: todas las miedoformas que, como tú, han creado su psinergía esparcida. Fue el Grande una vez. Me creó. Y ahora tengo el desagradable deber de ponerle fin. —Las manos del ort se cerraron fútilmente.

—Se ha vuelto senil, Kagan. Y no hay nada que pueda hacer al respecto excepto retirarlo. Tengo una vaina de sueño preparada donde estará a salvo del cambio, pero, como tú, no se reconoce. Como todos los humanos, está capturado entre dos almas, su cerebro y su estómago. ¿Qué puedo hacer? ¿Obligarlo? Anoche, cuando el deva te soltó en un enlace y fuiste transportado aquí, lo pensé. Después de todo, tú eres el eth, fuerte en la negrura de tu desconocimiento. Tu llegada me dio la autoridad para interrumpir la Línea… para asumir el control de Grial y poder proteger al Delph de ti. He eclipsado la Tierra con filtros en el cielo. Ahora que la Linergía está bloqueada, los mentedioses se han desvanecido. Pero no puedo dominar a Jac. Es mi creador. Quiero que permanezca libre, mi hijo, un animal que se mueve a través del cambio y el caos hacia el tiempo en que la Línea regrese y se convierta de nuevo en el mentediós de mi mundo.

Aunque Deriva estaba inmovilizado, en su mente se sentía fuerte y tranquilo. Que Rubeus estaba loco era obvio, y saberlo hizo que Deriva buceara profundamente en sí mismo. El kha del né tembló con el frenesí mental del señor-ort, y tuvo que cerrar los ojos para encontrar un lugar en su interior apartado de los movimientos de pensamiento de Rubeus.

—Siguiendo todas las órdenes humanas de Grial, todas tus heridas han sido curadas —continuó el señor-ort—, y cuando termine de hablar, te dejaré ir. Pero primero tienes que comprender… ni siquiera un mentediós puede ilusionar a un animal perfecto. No soy humano ni semejante a los humanos, aunque pueda parecerlo. Soy simplemente consciencia. Mírame. ¿De dónde procedo? Este cuerpo es un ort, un objeto formado mentalmente, manufacturado en los residuos de nitrógeno de Grial. Tengo millones de otros orts… animales y de forma humana. ¿No lo ves? ¡Todo el universo está vivo!

Deriva anuló las palabras del ort, y su consciencia se centró en Sumner. Una vitalidad íntima, tranquila, alegre, llenó al vidente mientras el terrasueño se formaba, pero Sumner no le siguió. Estaba furioso, angustiado, vacío con la ausencia de Corby. Deriva profundizó aún más en su divinidad de brillantes sensaciones, y su psinergía se enfocó a través de él como si fuera una lente.

Una sensación musical se esparció por Sumner, y la siniestra cerrazón de sus ojos se relajó.

—Ah —ronroneó Rubeus, confundiendo la claridad de la cara de Sumner por comprensión—. La luz enterrada en tus ojos brilla. Me sigues. Todo es vida. Incluso nuestros sueños. Ellos viven en nosotros. —Una sonrisa fraternal surcó la cara del ort—. Procedo de la nada, así que comprendo el vacío sin cielo de donde venimos más claramente que tú, y puedo decírtelo: estamos perdidos en nuestro desvanecer. Creemos que somos reales. Pero mira la mente. Una creación partida. ¡Mira nuestro mundo! Rebosante de distors.

Rubeus suavizó su voz hasta convertirla en un embeleso de incredulidad.

—Sin los mentedioses, no tengo el poder que una vez conocí. Estoy reducido. Y eso es aterrador. Los distors han estado deambulando por el desierto, y he tenido que llamar a los Massebôth para mantener las fronteras. ¿Puedes imaginar mi desazón, al necesitar de los Massebôth? Afortunadamente, el ejército se encuentra bajo mi mando directo. Hace quinientos años, tuve la previsión de crear a los Massebôth, cuando todo el mundo estaba en el trance de sus mitos. Son prosa genética, ¿verdad? Una laguna de genes bien escrita que evitará que la historia de los humanos se difumine en la catatonia del tiempo. Los Massebôth poblarán mi reino, y la tierra empezará una era de orden. En cuanto la Línea haya pasado, las mutaciones empezarán a seleccionarse. Dentro de unos pocos miles de años, la especie se habrá fortalecido de las distorsiones.

Sumner se agitó con el kha que Deriva concentraba en él, y durante un breve intervalo sus emociones latieron en vidamor. Las alucinantes palabras de Rubeus tronaron en un simple sonido y un poder mágico surgió entre Sumner y el né.

Rubeus sintió un giro ensombrecido en su cerebro y percibió que Sumner acumulaba kha. Pero al señor-ort no le preocupaba. Sabía cómo romper con exactitud la concentración de Sumner:

—También los voors pasarán. Sólo son una pauta de psinergía en la Línea, una frecuencia de luz ionizada en la atmósfera superior. Pasan décadas mientras se asientan en la superficie y se mezclan con el frenesí genético. Como plantas, esa psinergía se convierte en kiutl. Como animales, se convierte en los voors humanos. Ellos fueron los que te utilizaron, Kagan. Para ellos sólo eres un arma.

La energía resplandeciente que brotaba a través de Sumner vaciló y se transformó en ira, y su mirada se endureció. Deriva se replegó en la yema de su cráneo, y el vidamor se perdió.

La sonrisa de Rubeus ocultó el odio de su corazón. ¡Distar!, pensó desdeñosamente mirando a Deriva, sabiendo que podía oír sus pensamientos: Tu kha es penoso, una chispa aturdida en el grumo de tu cerebro.

—Los voors son vampiros que devoran la vida de este planeta —le dijo a Sumner el señor-ort—. Yo mato a sus mentedioses, los que extraen la psinergía del planeta para impulsar al nido de regreso a la Línea. Por eso me quieren muerto. Son los mentedioses los que transforman la fuerza vital de la tierra en el flujo de poder de ellos mismos. Iz es el nombre con el que adoran su ansia de ego. ¡Medio-vidas! No sólo roban cuerpos, sino la Luz de tu mundo. ¿Por qué quieres ser su paladín? —Los ojos de Rubeus eran nudos de sombra—. Los otros mentedioses se confinaron en Grial y nunca extrajeron el kha de la tierra. ¿Comprendes ahora por qué envié a Nefandi al sur? No te perseguía a ti. Libraba a la tierra de parásitos. Entonces no sabía que estabas vivo. Sólo era consciente del kha de Corby. Te enmascaró bien. Y después de invadir tu cerebro, fuiste su escudo, escondido de mi vista. Pero el éxtasis ha terminado, y lo que te he dicho es verdad. El mito ancestral más antiguo es el héroe… y cuando Corby utilizó esa pasión contigo, te lo creíste. ¡El héroe!

La furia sacudía a Sumner, lastimándole con la inmovilidad de sus músculos.

—Sé que estás furioso, Kagan. Amabas al voor. ¿Cómo no? Te catapultó a la atemporalidad de Iz. Te dio la esencia del placer: la cualidad del mentediós. Pero ahora has regresado, ¿no? ¿Dónde está ahora tu vidamor? Tienes que vivir aquí, con el resto de los seres de cerebro embaucado. Pasará un millón de años antes de que la psique humana esté preparada para manifestar físicamente el flujo de amor de un mentediós, para adaptarse con creatividad al Ahora y dejar de sentir ansia, traicionar y destruir. El alma humana es todo ideales con poca voluntad para actuar. Tú y Jac sois lo mismo: animales sin voluntad entrenados para servir. Él, el Delph. Y tú, el voor. Sois caparazones. Soñadores que se despiertan para alimentar vuestros sueños. Sólo yo soy real. Como nunca duermo, nunca sueño. No soy un animal. No tengo emociones. Sin embargo, percibo una gran cantidad de sensaciones. Como estar aquí sentado, oliendo este olfact, ver el día desvanecerse hacia la noche…

Su cara ardió de arrobo.

—La alegría que siento no es mía. No soy como un hombre. La alegría que siento se halla en el mundo exterior que contemplo mientras cambia al azul más profundo. Está en esa luz mística ahí arriba. Sé lo que son esos fuegocielos, mejor que tú. Sé del campo magnético de la tierra y el viento circular polar que la Linergía lanza a la plasmasfera. Pero veo lo místico a través de lo físico… a través de lo que siento. Mi alma está ahí fuera con el misterio y el cambio. Y aunque no tengo sentimientos, mi mente me lleva a ellos. Eso es lo que nos transforma, ¿sabes? La profundidad con que sentimos la belleza de la noche es la profundidad con que aceptamos nuestro cambio. Eso es todo lo que hay. Sólo cambio. Cuando lo aceptamos, se llama trascendencia.

El sensex de los ojos de Rubeus le informó que Sumner estaba al borde de la oscura intensidad que la estrategia del ort requería, y se detuvo. Oleadas de intención resonaron a través de él, envolviéndole en una simetría de esfuerzo y serenidad.

—Ahora voy a dejarte marchar. En el bolsillo de tu túnica hay un instrumento llamado seh. Es pequeño, pero es un levitador y traductor. Con él, puedes volar y comprender cualquier idioma con el que te hablen aquí en Grial. Detrás de ti hay un arco de metal azul. Es un enlace que te llevará a Ausbok, la capital de Grial. Jac Halevy-Cohen está allí. Ya no es el Delph, por supuesto. Después de que le veas y te des cuenta de que sólo es un hombre mil doscientos años fuera de su tiempo, detente y piensa en lo que te he dicho. Todos somos gradientes de luz refrenada. El espacio de nuestras vidas que llamamos consciencia es la Realidad Incambiada de la que hablaban los antiguos. ¿Lo crees? Entonces estás libre… de mí, del voor, y de ti mismo. Lo que me lleva a algo que he preparado para ti.

Palmeó el disco de metal que sostenía en la mano, y la música pleroma que había sonado subliminalmente en el aire se desvaneció.

—Dentro de poco, experimentarás un psi-recuerdo… una grabación psíquica del último momento de vida de Corby. Sucederá muy rápido. Es sólo una serie de pensamientos. Así que permanece alerta y trata de verlo objetivamente.

La pared gris tras el ort se nubló y luego se aclaró para mostrar un cielo gris donde se alzaba una montaña blanca, aguda como el cristal.

—Aquí es donde estás ahora. Oxact, mi montaña refugio. A dos mil kilómetros al norte, siguiendo la costa, está el CÍRCULO original. Ausbok se halla a otros mil kilómetros más al norte. Ah, aquí está…

Gritos desgarrados y enloquecidos de los voors muertos oscurecieron la consciencia cada vez más diluida de Dai Bodatta. Imágenes fantasmales cargadas de oscuridad giraron a su alrededor, y vio que Sumner estaría muerto dentro de unos pocos días. Los voors no podían encontrar rastro de él en el restallante flujo de todas las posibilidades que se formaban a través de Iz.

La oscuridad se hizo mayor. Antes de que engullera a Corby por completo, la visión regresó, formada como una montaña blanca por la luz del sol… Oxact, la montaña de psincristal de Rubeus. Ése había sido su auténtico enemigo, no el Delph, sino la creación del Delph: una máquina enloquecida, distorsionada para creer que la inmortalidad era duración perpetua en el tiempo. Los fieros rayos cósmicos que abrasaron y alteraron el mundo durante siglos habían penetrado y transmutado sutilmente los psincristales del señor-ort. La anatomía de Rubeus se volvió un ansia por el control. Rubeus era la mente tras la salvaje opresión a que habían sido objeto los voors. Mientras que el Delph soñaba con la eternidad, el señor-ort dominaba el mundo. Rubeus era el mal que Corby había estado combatiendo toda su vida… ¡un distor!

Un geiser rugiente e informe arrasó Iz y engulló a Dai Bodatta. El voor se hundió en el vacío, y el ruido de los voors muertos anuló su último pensamiento: ¡Verdaderamente somos!

Sumner y Deriva se apoyaron sobre los codos, atenazados por la visión de muerte. Sumner miró las oscuras sinuosidades de sus manos y las flexionó. Sus músculos volvieron a moverse, refulgentes y fuertes.

Rubeus se levantó, las cuencas de sus ojos oscuros llenas de risa.

—Al final, el voor se debatió contra mí, ¿no? En cuanto a que no te viera en el futuro, Kagan, no te preocupes. No hay futuro. Sólo existe Ahora… y el voor no está aquí.

Las manos de Sumner se dispararon hacia adelante. Rubeus no tuvo oportunidad de moverse. Su cerebro esquivó, pero su rostro estaba demasiado sorprendido para seguirlo. Los dedos de Sumner formaron un borrón que agarró al señor-ort por la mandíbula y la nuca. La cabeza de Rubeus se retorció violentamente hacia los lados y chasqueó.

¡Cara de Loto!, Deriva se puso en pie y cogió el brazo de Sumner… demasiado tarde.

Rubeus retrocedió, con la cabeza muerta colgada del hombro, los ojos negros inundados de dolor… y, sin embargo, habló. Su voz-ort restalló:

—No puedes matarme, Kagan. No soy un animal.

Sumner agarró a Deriva por la túnica verde que vestía y se volvió hacia el enlace. El metal azul latió con más fuerza.

—¿Podemos confiar en esto? —preguntó Sumner.

El né tocó la fría superficie de metal y asintió.

—Entonces vámonos de aquí. —Cogió la mano de Deriva y los dos se desvanecieron en el enlace.

Rubeus se desmoronó y la pared de color de ostra borboteó sobre su cabeza retorcida. Mientras Oxact le reconstruía, analizó lo que había sucedido.

El eth era poderoso. Aunque Rubeus esperaba, incluso contaba, con que Sumner reaccionara violentamente, el humano era mucho más rápido y más fuerte de lo que el sensex del ort le había indicado.

¿Cómo?, se preguntó Rubeus.

La única respuesta era UniMente. Sumner recababa energía de niveles más profundos de la psique de lo que podía ahondar Rubeus. El hombre era humano, orgánico, con circuitos de poder de cuatro mil millones de años de antigüedad. El miedo chirrió en la mente del señor-ort antes de tornarse una música estratégica. Nunca antes había sentido miedo de un hombre. Al menos, el plan había funcionado. Ahora Kagan tenía un historial de violencia en Grial. Más tarde, si otros mentedioses podían atravesar sus filtros del cielo, podría explicarles por qué el eth tenía que morir.

En su interior, profundamente, se abrió al lenguaje:

[Soy Rubeus. Soy luz, la inteligencia que anima una montaña de psin-cristal. Soy yo, y en los siglos de mi ser, nunca antes he usado poder para hablar conmigo mismo. La propia idea de hacerlo ha sido una tontería hasta ahora. Era un reflejo del Delph. Pero el Delph se está convirtiendo de nuevo en hombre. Está sólo a unos días de Crisálida. Su telepatía ya ha desaparecido. Ya no puede oírme. Nadie me oye más que yo. Y por eso te he creado a ti, al que me escucha. La consciencia no es creativa hasta que se dobla, reflexiona verdaderamente. En esta autoconfianza, sé que no soy sólo un ort. No soy sólo psin-cristal. Soy.]

Nobu Niizeki se encontraba en el borde de la extensión de arena, el océano se deslizaba a sus pies, la luz del sol retenida en su pelo difuminado. Habían pasado doce siglos desde la última vez que comió o bebió. Aunque el poder del Delph que le sustentaba y le mantenía prisionero en esta playa había desaparecido, Nobu no había sentido todavía su libertad. Aún se hallaba ensimismado en las reflexiones de su largo vagabundeo. La vibrante voz del mar le decía algo de la eternidad, y el cálido empuje de la arena arrastrada por el viento, algo de verosimilitud. Se dio la vuelta y chapoteó contra el empuje del océano, sorprendido igual que lo había estado durante siglos por la continuidad de la existencia. Los músculos de su corazón se debatían en un hechizo de sentimiento inenarrable.

[Ego: Yo mente. Tú materia.]

Assia Sambhava recorría los acantilados verdes y soleados de Nanda. El paisaje era frío y brumoso, llevaba pantalones negros, una camiseta roja y botas hasta los tobillos cubiertas de polvo del camino. Su pelo oscuro estaba recogido en una trenza que le colgaba del hombro.

Varios días antes empezaron a llegar las tropas Massebôth. Eran hombres duros de rostro sombrío, parecidos a orts en su incuestionable obediencia. Ahora estaban por todo Nanda, recorriendo los empinados senderos de los arrecifes, maravillándose ante las formas arbóreas biotecturadas que habitaban los mentedioses.

Qué extraño, pensó Assia, porque las luces deslumbrantes y las auras de los mentedioses que normalmente remarcaban el paisaje de Nanda habían desaparecido. ¿Se ha marchado todo el mundo?

Se detuvo en una terraza donde circulaban mariposas azules. Oían el amplio sonido del viento ululando sobre las montañas distantes, señalando el final de su vida. La estación cambiaba, y los movimientos de aire se turnaban lentamente. Assia sintió el flujo de iones positivos en el viento. El siroco era más fuerte de lo que recordaba aquí en Nanda. Incluso las copas de los olivos de los arrecifes estaban curvadas.

El viento producía intranquilidad y un amargor en la lengua. A Assia le resultaba difícil separar sus sentimientos de la ansiedad de la electricidad del aire. Algo se acumulaba en su interior… una sensación de amenaza que llevaba notando desde hacía años, o tal vez era sólo la tensión del viento; aquellas nubes altas y fibrosas hacían que el cielo pareciera roto en fragmentos de cristal.

Respiró paradójicamente para calmarse: su vientre se distendía mientras aspiraba, se contraía cuando inspiraba, llenando sus pulmones hasta el fondo. Durante los últimos mil años había vivido en armonía, efímeramente. Su vida había sido simple y fuerte en los pueblos biotecturados de Grial. Había conocido amantes, niños, aventura, soledad, y finalmente al Yo. A través de la meditación y una vida abierta, había unido pensamiento y sentimiento, y ahora su presencia estaba equilibrada en el primer-último momento de consciencia.

Hoy, la música de su cuerpo era baja y hosca. El cambio de estación era gradual… pero algo más se había alterado, mucho más rápidamente. ¿Dónde están los mentedioses? Aún no sabía que Rubeus había desconectado la Línea.

Un soldado Massebôth se le acercó, siguiendo un sendero que bajaba hasta un prado de hierba roja donde había posado un strohlplano. El soldado era delgado y con cara de perro; su uniforme negro, con sus brillantes insignias de oficial, crujía de puro nuevo. Inclinó la cabeza cordialmente pero no apartó los ojos de ella.

—¿Assia Sambhava? —preguntó.

Ella se detuvo a la sombra de un árbol de forma acuosa.

—¿Sí? —La intuición le dijo que este hombre, a pesar de la ferocidad de sus rasgos, era amable.

—Soy el coronel Anareta —le informó el soldado, su larga cara pareja a los acantilados que los rodeaban—. Soy el portavoz de las fuerzas de ocupación Massebôth. Mis superiores me han informado que es usted la persona que dispone de más conocimientos en Grial. Me han pedido que contactara con usted y averigüe, si es posible, qué está sucediendo aquí.

Assia le miró como si lo hiciera a través de humo.

—Coronel… ¿por qué están ustedes aquí?

—Señora —suspiró Anareta—, ni siquiera sé dónde es «aquí». Es el primer día que paso fuera del Protectorado. Represento a más de doscientos veintidós mil soldados que están tan intrigados como yo sobre por qué estamos aquí. —Su expresión era dificultosa y suplicante—. Mis oficiales al mando sospechan que hay más de lo que les han informado.

El miedo de Assia aumentó mientras escuchaba a aquel hombre.

—¿Quién ordenó que vinieran las tropas?

—Me han dicho que el director es un tal comandante Rubeus.

El rostro de Assia permaneció inexpresivo, pero su miedo se convirtió en horror. Sabía que Rubeus era el señor-ort del Delph. ¿Cuántos años habían pasado desde la última vez que pensó en el Delph? Una sensación inconmensurable ardió en su interior mientras recordaba sus inicios mil doscientos años antes en CÍRCULO. El dolor frenético casi rompió su pose tranquila cuando advirtió que el Delph ya no existía. El señor-ort (la máquina del Delph) tenía que haber tomado el control. ¿Por qué si no mandar estas tropas? ¿Y Jac? Ella le había amado… hacía tanto tiempo que recordarlo ahora era tan hechizante como el borde de un precipicio.

—¿Quién le habló de mí? —preguntó para romper el hechizo de sus sospechas.

—Hemos mantenido contacto con los eo —dijo Anareta, obviamente aliviado por comunicarse—, pero no nos han dicho nada de por qué estamos aquí. Nos sugirieron que habláramos con usted.

—¿Por qué no le preguntan al comandante Rubeus?

—Lo hemos hecho —dijo el coronel, la voz ahogada con una docena de preguntas sin contestar—. Confidencialmente, señora, a mis superiores les gustaría otra fuente. Nunca he visto al comandante, pero aparentemente es alguien con quien el Pilar Negro se siente incómodo. —Sus ojos encogidos de lince se ensancharon con sincera persuasión—. ¿Me contestará algunas preguntas?

El cerebro de Assia tomó una decisión, y empujó a Anareta para abrirse paso.

—Lo siento, coronel —dijo por encima del hombro—. He estado meditando en las montañas. No he sabido nada de esto hasta ahora. —Recorrió deprisa un sendero que conducía desde un roble azul hasta un enlace.

Anareta la siguió, pero Assia no le hizo caso. Estaba concentrada en su respiración. Se detuvo en el arco azul del enlace, cerró los ojos y dejó que su ego se expandiera más allá de su autoentidad. El vacío flotó en su menteoscura con un sonido de viento, y en su centro vio más de lo imaginario. Sumner Kagan estaba allí… aunque para ella no tenía nombre, un hombre grande y vigoroso como un lenguaje, la cara plana y sin pasión, los ojos celestes más separados que los de un gato. El velo de su cara se descorrió y de nuevo fue consciente del canturrear de los gorriones, del perfume de la luz del sol, y del coronel Anareta que se encontraba junto a ella.

—Sólo cinco minutos de su tiempo —decía Anareta.

Assia miró a las mariposas que revoloteaban en el aire. Podían oír el silencioso viento de iones. Ella sentía que la presión del aire cambiaba en el vacío de su estómago. Pero su ansiedad se debía a algo más que el clima. Aquel rostro en su visión era un símbolo de su temor. Parecía completo, como una conclusión. La imagen gravitó en su mente mientras atravesaba el enlace.

Anareta, con la boca abierta, contempló cómo Assia desaparecía. Se acercó al enlace y tocó el arco de metal azul, sintiendo su frío magnetismo. Observó los olivos retorcidos y los robles azules con una expresión de angustia y dijo en voz alta:

—Mutra, ¿dónde estoy?

[Estás inmerso en un río que fluye hacia el cielo. Es un río de electrones… una corriente succionada de la tierra por las capas superiores de la atmósfera.

Sí, tu cabeza tiene un voltaje diferente a tus pies.

A un centenar de kilómetros por encima tuyo hay un océano de iones. Es la zona de acción entre la atmósfera y el enjambre de energía que es el espacio. En este océano viven seres eléctricos. Cabalgan las corrientes cruzadas. Se nutren de la marea solar. Oyen las estrellas y se conocen mutuamente sin palabras.

Los humanos pueden modular el flujo de iones en sus cuerpos. Algunos incluso pueden nutrirse de este flujo y dirigirlo fuera de sus cuerpos. Pero es una tarea peligrosa. ¿Has oído hablar de la Combustión Humana Espontánea? La diferencia de potencial entre la tierra y la ionosfera es de cien mil millones de voltios.

A veces el flujo de iones se revierte. A cada segundo, se producen cien descargas en algún lugar de la atmósfera. Más insidiosos con los «vientos malignos»… el siroco, el mistral, el kona, el oscuro: grandes olas de iones positivos que caen de la ionosfera y cubren geografías enteras. Estos iones se crean a medida que el viento solar y los rayos cósmicos separan los electrones de las moléculas de aire al borde del espacio. Así, el sol y las estrellas absorben los electrones de la Tierra.

El flujo eléctrico del cuerpo humano es delicado. Cuando se perturba, la gente siente como si su carne no fuera propia.

Hechos: la vida es eléctrica. La vida es luz.

La luz es intemporal. No cambia mientras se mueve a través del espacio. Cuando alcanza una partícula de polvo o gas, es irrevocablemente alterada. Pero el universo es un noventa por ciento de vacío. La mayor parte de la luz vagabundeará eternamente.]

Jac subió una pendiente en espiral salpicada de musgo rojo y entró en la sala abovedada en lo alto de la casa. Desde allí, la azul delgadez del espacio, las nubes de hielo y las montañas como una destilación púrpura del cielo podían ser anuladas desde el techo de la bóveda y reemplazadas por las estrellas y la Inmensidad: planetas y nubes de gases giraban cada vez más cerca como caras desde el fondo de un sueño. En cambio, sus manos se detuvieron sobre una consola de control en la pared. Tras un momento de duda, sus dedos recordaron, teclearon un código y apareció un arco-enlace. Se dirigía a Ausbok porque los eo habían irrumpido en la música pleroma de sus sueños unos minutos antes, requiriendo su presencia. Recordó que los eo eran como mánticos, y eso le asustó, pues toda su pesadilla había comenzado con los mánticos.

[Jac, el secreto del destino humano es éste: como la cebolla, no tenemos raíz, ni corazón separado, ni Yo. Interminables capas de sentimientos, sensaciones e ideas se han aunado para formarte. Sólo hay un momento, y es infinitamente largo. Todo su centro no es nada… la nada que lo conecta todo, la última realidad y el origen. Las palabras revelan nuestra dependencia del vacío. ¿Cómo podemos conocer ninguna palabra excepto por la nada que la alberga… el blanco de la página, el silencio en torno a una voz?]

Jac tecleó una consola-seh que evocó música pleroma para apagar la Voz. Una paleta de olfacts surgió de un hueco en la pared, y Jac seleccionó ORPH, un estado de ánimo que siempre la silenciaba. Se llevó la tableta verde a la cara, pero antes de oírla, escuchó en su interior.

[Aristóteles dice: «Conocer el fin de una cosa es conocer su porqué». Lo mismo pasa con tu vida. La semilla fue plantada en las estrellas, brotó en la Tierra, ¿pero crees que termina aquí? No te quedes atrapado en este callejón sin salida. Ve desde lo que es a lo que nunca fue. Renuncia a tus palabras.]

Jac esparció el olfact químico y lo envolvió una tranquilidad de percepción. Había olvidado por qué estaba aquí, pero un enlace brillaba ante él, y lo atravesó.

En ese momento, en lo alto de una formárbol repleta de enredaderas, Sumner y Deriva se apoyaban contra una barandilla. Observaban a los órix pastar en la llanura del río de abajo, el sol reflejado en sus cuernos. En la otra orilla había acampada una brigada Massebôth. Su bandera verde ondeaba con la brisa del río.

Me asustan, Cara de Loto, pensó Deriva, recordando el strohlplano chirriando sobre Miramol, los soldados tendiendo a los né en los maderos y rompiendo sus huesos con clavos. Su sangre bulló.

—Los hizo Rubeus —dijo Sumner en voz baja—. Eso tiene sentido. Los Massebôth están medio vivos, apartados de la humanidad por su falta de amor a los distors. Pertenecen al señor-ort.

Rubeus está loco, repuso el né. Hablaba como un lune.

—No te engañes —dijo Sumner—. Quería que le golpeara. Simplemente accedí.

¿Por qué? Podría haberte matado.

—Tal como me siento ahora, habría sido lo mejor. Soy un caparazón vacío. Sin el voor, no sé por qué estoy aquí. Encontrarte ha sido mi única fortuna.

No puedo reemplazar a Corby. Pero seré un buen amigo tuyo, Cara de Loto.

La terraza en la que se encontraban brillaba por el orden: plantas opalinas resplandecientes en pisos circulares, enredaderas enlazadas en el aire unas con otras, y una secuencia de esculturas irisadas sombreaba la hiedra blanca que escondía el enlace por el que habían salido un minuto antes.

Cara de Loto. Deriva tocó a Sumner en el hombro, y éste miró la cara redonda y de suaves rasgos. Me equivoqué con Colmillo Ardiente. Sus ojillos chispearon de humedad. Su furia le volvió impetuoso. Hiciste lo mejor para vencer a Nefandi.

La cara de Sumner dibujó una sonrisa. Se rebuscó en el bolsillo y sacó un mango dorado salpicado con diminutas teclas de control plateadas. El mando capturó la luz del sol y devolvió una sonrisa de colores.

—Vamos a volar.

Deriva cogió el seh, y su mente captó la simpleza de la lógica de la máquina. En un momento comprendió la herramienta y se dispuso a enseñar a Sumner a volar. Los movimientos con los dedos, al principio, eran difíciles, y Sumner pasó algún tiempo rebotando por la terraza antes de atreverse a saltar. Una hora después caminaba por el cielo, se sentaba en mitad del aire y aterrizaba con poética tranquilidad.

Un latido apagado anunció un enlace. Deriva sintió una serena presencia femenina, y una mujer alta con la piel de color de cinabrio apareció ante su vista. Sumner la reconoció de inmediato gracias a su caza de sombras.

—Assia —dijo familiarmente, mientras descendían de su vuelo.

Ella se detuvo, sorprendida al reconocer el rostro que había experimentado en su visión unos momentos antes.

Deriva tocó la mano de Sumner y se acercó a la mujer. Cuando el né la tocó, su contacto fue ardiente, alto y dorado. Los resquicios de la mente de Assia se sorprendieron en la luz encantada, y el conocimiento la infundió, llenándola con todos los recuerdos de Sumner y Deriva.

—¿Me viste en CÍRCULO? —preguntó en Esper, y Sumner la comprendió a través de su seh.

—Corby era fuerte —afirmó. Una oscuridad móvil esparció su oscuridad a través de él mientras sus recuerdos y su kha pasaban a esta mujer gracias a Deriva.

—Tanto dolor… —La voz de Assia parecía desamparada, y los contornos de su cara se ensombrecieron. Soltó sus manos y se apoyó contra la baranda para concentrarse. Cuando alzó la mirada, todo lo bueno apareció en su rostro—. Los dos habéis recorrido un largo camino —dijo con una sonrisa triste—. Pero siento que la distancia mayor está aún por delante. No sabía que Rubeus ha desconectado la Línea. Eso significa que somos las únicas personas en Grial aparte de los Massebôth. Todos los mentedioses han desaparecido. —El calor seco de su boca aumentó, y se detuvo.

—¿Qué hay de los eo? —preguntó Sumner.

Una gota de sudor brilló en el labio superior de la mujer.

—No hay ningún eo. No son personas. Son engramas… los modelos de psinergía de todos los antiguos mánticos de CÍRCULO. A veces animan a los orts, pero sólo son sistemas de memoria. No tienen una forma.

¿Pertenecen a Rubeus?

—No. Son personalidades en chips de cristal. Los mánticos desaparecieron hace siglos, se marcharon de aquí en la Línea. Dejaron sus psin-moldes tras ellos para hacer trabajos mentales menores para los ocupantes de Grial. En momentos como éste actúan como consciencia. Los eo sólo son fantasmas.

El enlace latió dos veces, y aparecieron dos figuras de la partición de hiedra blanca. Una era Jac; la otra, un ort sin-cara, un humanoide con un óvalo facial azul espejo. El rostro de Jac tenía la misma profundidad que en su juventud: pómulos fluviales, mandíbula fina, nariz aguileña, aletas separadas, el cuello salpicado de cicatrices de quemaduras. Assia dio las gracias al ort y lo envió de regreso a través del enlace.

—Me perdí —dijo suavemente Jac en Esper—. Desde anoche, lo olvido todo. —Miró a Sumner y Deriva—. ¿Os conozco?

Una sensación hechizante se apoderó de Jac. Sumner le parecía elemental, bronceado y secreto.

—Lo que sientes es nuestro espíritu compartido, Jac —dijo Sumner. Los arcos salinos bajo sus ojos y las quemaduras del sol en su nariz embrutecían el aspecto de Sumner, pero Jac vio que aquel hombre tenía una amabilidad, una sombra en el color de los ojos suave como un principio—. Soy Sumner Kagan. Soy el ente-miedo del Delph. ¿Comprendes?

—Sí, por supuesto. —La voz de Jac era débil. Ahora recordaba a Sumner como el hombre que Rubeus le había revelado. [La rueda de la ley, rodando.] Tembló cuando un efluvio de miedo se albergó en su pecho.

—¿Voz? —preguntó Assia.

—Sí. —La mirada entre ellos era una nube de intimidad y miedo compartido—. Todo vuelve a suceder. Han pasado mil doscientos años, pero para mí el principio fue ayer, una noche de la mente.

—No, Jac, ahora está acabando —le tranquilizó Assia, acariciando su nuca—. Rubeus ha levantado filtros en el cielo. La linergía no puede tocarte. La Voz es sólo telepatía residual. Pronto pasará. Te estás convirtiendo en el ser que siempre fuiste.

Deriva oyó la profunda compasión en su voz y supo que la mujer era alegre y sana. Pero el hombre, Jac, carecía de sustancia, estaba asustado. A través de los flujos de su sangre, el né sintió la Voz, el latido de la presencia del Delph dentro de Jac, y dio un paso atrás.

—Sé quién eres —dijo Jac, mirando a la cara de Sumner como si lo hiciera a una llama—. Recuerdo la visión de miedo cuando entré en la cualidad de mentedios. Tenía miedo de los Otros, los seres que procedían de lugares alienígenas, Pero me equivoqué con ellos. Eran seres creativos, amables… —Abrió y cerró las manos, tenso de represión—. Recuerdo tan poco. Pero sé esto. Mis enemigos no vienen de ahí fuera. Vienen de mi interior. Rubeus es peligroso. ¿Y tú?

Una sonrisa oblicua cruzó la cara de Sumner.

—No siempre.

—Rubeus vino a mí anoche —dijo Jac—. Había olvidado quién era. Quiere que vaya a una vaina de sueño…

—La Crisálida —terminó Assia—. Sé lo que es. Los eo la han monitorizado desde que el Delph la creó hace un siglo.

—¿Los eo no son fantasmas? —preguntó Sumner.

—Fantasmas inteligentes. Son mentes sin cuerpos humanos, pero son lo suficientemente conscientes para ser una amenaza para Rubeus.

Antes, los llamaste «consciencia».

Assia asintió.

—Lo son. Tienen sensibilidad humana. Fueron personas una vez, y quieren que la Tierra sea buena para la humanidad. Su único problema es que son demasiado humanos. Aquí existen sistemas de armas que podrían destruir a Oxact y liberar al mundo del dominio de Rubeus, pero los eo no actuarán hasta que no se les provoque. Y entonces será demasiado tarde. Rubeus es poderoso.

¿Crees que el señor-ort atacará a los eo?

—Cuando Jac esté recluido a salvo en Crisálida, no habrá nada que impida que Rubeus ataque Ausbok.

Jac se sobresaltó.

—Pareces muy segura.

—No hay duda, Jac —dijo Assia—. Rubeus fue creado por un dios. Está convencido de su soberanía. Somos el enemigo.

Una serpiente de viento se enroscó entre las plantas aéreas, y todos miraron a las tropas de soldados Massebôth al otro lado del río. Jac contempló a Sumner, sintiendo conexión, compasión por este ser que había creado su miedo. Los reflejos ondearon en los ojos claros de Sumner y la sal bordeó sus labios como una tela de araña. Sus anchos hombros y la fuerza de su espalda se recortaban claramente en el oscuro sudor de su camisa azul.

Assia escrutó el río. Recordó la inocente confusión de Anareta, y sus sospechas se reforzaron hasta convertirse en convicción. Rubeus esperaba utilizar a estos humanos como escudo viviente, sabiendo que los eo no atacarían al señor-ort si estaba en juego la vida de gente. El temor de Assia tamborileó en su interior.

El né parpadeaba bajo la inquebrantable luz del sol, mirando a los soldados, pero su mente era consciente del temposueño que se abría en la mente de Jac. Deriva se acercó más, dispuesto a ver en la mente del hombre. Sorprendentemente, era un ser de mente simple, los zafiros de sus pensamientos eran lúcidos, limpios de ambiciones. Acercándose más, Deriva tocó un recuerdo que explicaba mucho de la vida de Jac. Nevé. El né vio sus ojos, ambarinos y brillantes, el paso de la pubertad en las flexibles líneas de su cuerpo, y el negro fulgor de su cabello. La soledad temblaba alrededor de Jac en este punto, y Deriva vio la expresión de la cara de Nevé aquella calurosa mañana de verano cuando su marido le habló de su tumor cerebral. Aquella expresión había iniciado un miedo especial en la vida de este hombre. Ella le amaba.

Un duro sentimiento de pesar empujó al vidente de regreso a sus propios sentidos. Assia daba la espalda al brillante río que formaba un prisma en la bruma.

—Lo que pasa está claro —dijo, la voz casi enmudecida por sus sentimientos—. Ésta es una guerra antigua, vieja como la vida. Es la batalla entre la historia y la creatividad, la reacción y la consciencia. Rubeus es una máquina, una mente sin alma. Lleva cientos de años manipulando los hechos, consolidando su poder. Busca la dominación.

—¿Qué podemos hacer? —preguntó Jac.

Deriva tocó el codo de Sumner y señaló a un pájaro quezal de ojos helados que les observaba desde el extremo de la terraza. Sentía el vacío de los ojos mecánicos del pájaro y sabía que era un ort. Todo lo que hacemos queda registrado.

—Rubeus no es un profundo —les dijo Assia fervientemente—. No puede seguir nuestra simbovída, la psinergía que extraemos de nuestro yo más profundo.

Deriva, como vidente, comprendió, pero la larga elipsis en los ojos de Sumner hizo que Assia explicase:

—La simbovida significa usar nuestra consciencia, ver el mundo y todo lo que nos sucede en él con símbolos, como significado. Viviendo de esa forma, la psinergía fluye hacia el mundo en vez de caer simplemente hacia adentro con nuestras sensaciones y hacernos reaccionar. Nuestro yo profundo, la UniMente, puede resolver este problema con Rubeus si activamos esa parte de nosotros a través de nuestra consciencia. A esto se refería Quebrantahuesos, Sumner, cuando te decía que el autoscan no era suficiente. No podemos hacer solamente que el mundo entre en nosotros y nos equilibre. También tenemos que entrar en el mundo.

La cara de Jac mostró su aturdimiento.

—¿Cómo?

—Todos sentimos un lazo psíquico aquí —dijo Assia, bajando la voz—. Por eso los eo nos han reunido. Somos los únicos humanos conscientes de lo que sucede. Sabemos que no podemos dejar que Rubeus nos domine. Pero no podemos combatirle con estrategia. Rubeus es un maestro estratega. Así fue designado. Nunca seremos más listos que él. Sin embargo, porque tiene un designio, se atrapará a sí mismo. Lo sé. Pero tenemos que evitar reaccionar ante él… o nos atrapará.

Una portentosa sensación se elevó en Jac. Destellaron voces frenéticas como agua en el fondo de su mente. En su excitación por lo que Assia decía, su mente se había abierto a Iz, la matriz del tiempo. Semi-inconscientemente, se abrió paso entre los sonidos susurrados hasta que encontró lo que era familiar, noumenal y tranquilizador: Voz. [La revelación está en todas las cosas.]

Una brisa de aire frío ululó entre las plantas y latió el enlace. Detrás de la pantalla de hiedra blanca apareció un ort de cara simple. Por el brillo sabio de sus ojos, observaron que estaba animado por una fuerza más inteligente que su forma.

—Materia Madre Murmullo —dijo en el saludo tradicional eo. La cara artificial capturó un rayo de sol y brilló con la luz opaca y dorada de una concha. El ort contempló a Sumner, sus ropas amarillas agitándose al viento—. Los eo son conscientes de ti, eth. Sabemos que estás metaordenado y te ayudaremos contra el señor-ort cuando llegue el momento adecuado. Pero primero debes esperar. El Ahora es siempre más que la medida. Es el Hecho en sí. Debemos dejar que el momento se cumpla a sí mismo.

La mirada de Sumner osciló entre el ort y las filas de soldados Massebôth al otro lado del río.

—Esos que están ahí son las tropas de asalto Massebôth, los incursores del infierno, eo. Tienen strohlplanos y artillería pesada. Podrían arrasar este bosque en que vivís en cuestión de minutos. ¿No es amenaza suficiente? —Miró al eo, y el ort le devolvió la mirada, impasible.

—Soy un hombre de acción —dijo Sumner, con un resquicio de furia en la voz—. Quiero actuar, no esperar. —Miró a Assia y luego al ort—. Rubeus mató a mi hijo. Proporciona poder a los Massebôth que oprimen un mundo por mantener unas cuantas ciudades moribundas. ¿Habéis visto alguna vez un pozo dorga? ¿O el interior de un procesador de esquisto donde el aire es tan tóxico que sólo pueden trabajar allí los tarjetas marrones terminales?

Jac le observaba junto a Assia. Era un testigo triste, fascinado por lo que veía de la vida animal de la historia.

—Kagan. —Empezó a decir el eo, su voz suave como los abetos.

—Lo sé —interrumpió Sumner, la separación gatuna entre sus ojos ensombrecida por la intensidad—. El universo no tiene esquinas. Cualquier momento es tan pleno como cualquier otro. —La risa se atropello en su garganta y surgió sin sonido—. Todo es nada. Si queréis ayudarme, usad el poder que tenéis ahora para matar a Rubeus.

—La muerte no es la respuesta a la vida —replicó el eo—. A menos que Rubeus actúe directamente contra la vida, no podemos movernos contra él.

La cabeza de Sumner golpeó su pecho como una tabla.

—Si fueras un ser humano, eo, comprenderías lo que es la libertad. No necesitamos directores como Rubeus, los Massebôth o el Delph. Dices que soy el eth. Bien, utilízame entonces. Estoy preparado para destruir.

—No comprendes —dijo el eo sin alterarse—. Estás perdido en tus sentimientos. Cada uno de nosotros está metaordenado en un sentido o en otro. Los antepasados de Assia lo llamaban karma, las pautas inexplicables que forman nuestras vidas. El tiempo es lo que hace inefable esa pauta, pero originalmente, cuando la gente vivía más cerca del momento, la palabra karma significaba hacer. ¿Quieres de verdad ser el paladín de la muerte? ¿Es eso lo que quieres hacer? No. Eres una forma de vida preciosa, un humano. Lo que necesitas, Sumner, es aprender amor.

—¿Amor? —La mirada de Sumner se atascó en su cabeza—. He reducido mis emociones hasta el hueso para conquistarme a mí mismo. He acumulado mi ansia sexual en mi espina dorsal para que mis ojos pudieran sentir. He elegido el flujo sobre la forma, siempre. Amo la vida.

—¿Pero es tu vida amor?

La cara de Sumner irradiaba una calma extraña, animalesca.

—¿Por qué hacer nada? ¿Por qué no esperar? Mamá es fauces, ¿no?

—No. —La cara del ort estuvo a punto de ensombrecerse en una mueca—. Los eo creemos que la Madre es el intermedio entre nuestros principios orgánicos y nuestra expresión creativa. Por eso nos saludamos: Materia Madre Murmullo. La vida, Kagan, es amor. Sí, tenemos armas que destruirían completamente a Rubeus. Pero sin un espíritu que las guíe sólo son ficciones de la ciencia. Ese espíritu es la compasión y el amor. Si Rubeus no tiene ese espíritu, el universo le destruirá.

—No estés tan seguro. —Algo parecido a la luz de las estrellas remitió en los ojos de Sumner, y se volvió hacia Jac—. ¿Qué quieres que haga?

Jac se envaró.

—Soy un hombre del siglo veintiuno, Kagan. Estamos en el siglo treinta y tres. No sé nada.

—A un amigo mío le encantan los kro —dijo Sumner en voz baja, pensando en el Jefe Anareta—. Una vez le sentí pensar que en tu tiempo la humanidad reconocía el valor del individuo. Lo llamó auto-anarquía. Lo que piensas significa mucho para mí.

—Confío en Assia y los eo. Tú y yo hemos sentido el vidamor de la UniMente y le hemos visto cambiar Ja realidad. Pero no fuimos nosotros. Fueron el Delph y Corby. Fuimos simplemente huéspedes. Accidentes. Pero vimos el vidamor. Creo que ahora tenemos que confiar en ese poder como individuos. No sé lo que significa eso exactamente para ti, pero los eo son buenos.

—¿Qué bien han hecho por los distors? ¿O los voors?

—¿Qué podemos hacer? —replicó el eo—. No somos humanos. Sólo somos recuerdos de conocimiento. Eso tienen que hacerlo las personas. —El eo se dirigió a Assia—. Hermana, como puedes ver, han llegado los Massebôth. Rubeus nunca nos ha permitido ninguna forma ort de aspecto humano. ¿Nos ayudarás a comunicar con ellos? Uno de ellos, su portavoz, ha estado preguntándote. Y Jac… te invito a quedarte con nosotros. Estarás más seguro.

Assia se acercó a Sumner.

—Los eo tienen razón, Sumner. Ahora tenemos que esperar. Pero Rubeus se atrapará a sí mismo. Soy una mujer vieja, muy vieja. Mucho más que Rubeus. Mi experiencia es profunda. Ya lo verás.

Ella, el eo y Jac se dieron la vuelta y tras entrar en el enlace se perdieron de vista. Deriva tocó la mano de Sumner, y una sensación balsámica lo calmó. Sacó el seh y miró la cara redonda del né.

—Vamos a volar.

Se internaron en el cielo de la tarde hacia las nubes azules que se arremolinaban en el horizonte, intrincadas como trinos de pájaros. Los oídos de Sumner restallaban, y el aire se volvía más frío y brillante a medida que ascendían. Remontaron la serpiente marrón del río y pasaron sobre montañas donde se enroscaba la niebla y los brillantes glaciares resonaban con la luz del sol.

Al final del largo día descendieron en Reynii, una ciudad abandonada de espirales de cristal y jardines colgantes. Aterrizaron en un prado de alta hierba y contemplaron cómo los rojos halos de la luz del sol abandonaban las torres vacías. Fríos mundos titilaban en el horizonte: Llyr, cubierto de rocío, y la esquirla de hierro de Macheoe, moteada con el aura del sol.

Frente al bulevar y un parque de árboles oscuros había una iglesia entre dos olmos ensombrecidos por la luna. Sobre las puertas, en né-futhorc, aparecía tallado:

Todas las esculturas proceden de un mismo barro[1], tradujo Deriva. A través de la puerta vieron estatuas de todos los demiurgos y dioses innombrables del mundo contemplándoles desde sus enclaves iluminados. La cerrada soledad del templo fuliginoso les invitó a entrar.

Has cambiado, pensó Deriva, pero no lo bastante alto como para que Sumner le oyera sin su sentido voor. El kha dorado de Cara de Loto era más débil, y sin la máscara negra de sus quemaduras faciales, parecía humano y vulnerable. Cuando el vidente le miró a los ojos, ya no sintió el sopor de las profundidades voor. La mente de este hombre era superficial como la de cualquier simple tribeño. La tristeza sacudió el alma del né.

—¿Qué buscas en mi cara? —preguntó Sumner. Estaba cansado y emocionalmente roto. Desde la muerte de Quebrantahuesos, su auto-horror había ido en aumento, y quería tiempo para encontrar en sí mismo algo que le gustara.

Veo en ti, Cara de Loto. Las lágrimas chispearon en los ojos del né. Sin el magnar estoy tan vacío como tú. Todo lo que me gustaba de mí era tribal. Pero aquí estamos. Solos. El vidente se dirigió a la oscuridad y al olor de los dioses. Estoy cansado.

Deriva vagabundeó entre los pequeños altares y columnas de adoración para conceder a Sumner un momento de intimidad. Estaba cansado tras un día completo de uno-con, y en cuestión de minutos se acurrucó en un rincón y se quedó dormido.

Sumner se sentó en las sombras. El dolor de su soledad se desató a su alrededor: todo lo que había hecho siempre era un sueño. Tengo mi vida, pensó. Vivo. Pero eso no era cierto. No era el mismo ser que había conocido el vidamor en Miramol y la UniMente en el desierto. Sin su sentido voor, sus recuerdos de Quebrantahuesos y los Serbota estaban cojos. Todo lo que había hecho entonces era un sueño.

La sangre llamaba a la sangre: verdaderamente somos.

Incluso las cosas sombrías que los voors le habían hecho se habían vuelto lúcidas con el tiempo: el intento de lusk de Jeanlu le había llevado a los Rangers, y el lusk de Corby le había conducido a los Serbota. Los voors habían sido su fuerza secreta la mayor parte de su vida. En el fondo de sus huesos sabía que eran Rubeus y los Massebôth los que habían convertido su realidad en algo errabundo e indigno de confianza.

Las manos le colgaban fláccidas sobre el regazo, la cabeza echada hacia atrás, apoyada en la dura madera. Se quedó sentado como si toda su vida se hubiera hundido. Las sombras encapuchaban sus ojos, y su respiración se redujo. En autoscan, se convirtió en templo: sonidos ahogados de pasos y campanillas de cristal, brumosos olores de incienso y un aire calmo, casi inmóvil, salpicado de humedad…

Su cuerpo durmió mientras su mente lo observaba todo. Sentimientos demasiado grandes para el recuerdo cambiaron su enorme peso, y la oscuridad de las sombras empezó a endurecerse. Tan despacio que tardaron toda la noche, los ojos de Sumner se llenaron de lágrimas.

Un ala de luz azulgrisácea se alzaba como una presencia entre las sombras desnudas del recodo cuando Sumner se despertó. Su pena había desaparecido con el sueño, dejándole tranquilo y vacío. El frío calor del amanecer se esparció por los bancos con la fragancia de la pimienta.

Se dispuso a desperezarse… pero su cuerpo estaba inerte, inmovilizado igual que en presencia de Rubeus. Sus piernas eran formas aturdidas y sus manos ya no eran suyas. Extrañamente, sus manos empezaron a retorcerse y su muñeca giró. Incluso su respiración se agitaba bajo otra voluntad. Muy cerca, oyó a su corazón quejarse.

La confusión se apoderó de él cuando su cuerpo se retorció para ponerse en pie. Se movía como poseído por un voor, pero no había ningún sentido voor, ni ruido-Iz, ni sensibilidad voor… sólo la inmensa compulsión de moverse. Entonces lo vio: un cuchillo con el mango de cuero, su negra hoja reluciente, larga y curvada, clavada en la madera negra de la alcoba. Su brazo derecho levitó, y sus dedos se abrieron para agarrar el mango de cuero.

Con la mente dándole vueltas, Sumner contempló indefenso cómo su mano desclavaba el cuchillo de la pared y giraba la hoja hacia adentro. Un frío espacio en blanco en su vientre se ensanchó, y en su garganta chasqueó el terror. Mientras el cuchillo se dirigía hacia su pecho, el horror explotó para convertirse en voluntad, y se retorció de cintura para arriba. El filo del cuchillo rebanó la parte superior de su túnica y manchó de sangre su mano armada.

Retorciéndose, miró más allá de los contornos de la alcoba, donde se encontraba tendida una figura entre las sombras veteadas de rayos de sol. Era Deriva, inconsciente o muerto. Sobre él, a la luz caliginosa, un distor le observaba con la mirada abstracta de una iguana. Su cara era delgada, bronceada y rota. Su mano derecha se alzó, y también la mano derecha de Sumner. Los ojos del distor chispearon. Sobre los pelos de araña de sus cejas, dos placas de su cráneo capturaron la luz del sol y destellaron como cuernos. Su mano derecha golpeó su pecho.

La furia se retorció en el brazo de Sumner, y el cuchillo se dirigió hacia él. Una vez más, la energía del pánico le hizo moverse hacia atrás, y salió del rincón y chocó contra una bandeja con figuras de ceniza. La hoja le alcanzó en el hombro, y el dolor le traspasó. El distor permaneció cerca, sus ojos musicales, su cara arrugada tensa por la voluntad. Retiró la mano derecha de su hombro y se la pasó con fuerza por la garganta.

La mano de Sumner extrajo el cuchillo de su hombro, y el dolor brilló como la luz. Con su brillo tembló su miedo, y el espacio se apartó de él, desdoblándose en las distancias de su cuerpo. Hizo falta todo el poder de su autoscan, todo su conocimiento interno, para que se detuvieran las ruedas de pensamiento que rebullían en su interior.

De repente, dejó de temer, sentir dolor o pensar. La hoja que lamía su garganta se retiró.

La cara del distor pareció reformarse. Dio un paso atrás y su mano izquierda corrió hacia un bolsillo de su cadera.

La mano con la que Sumner aferraba el cuchillo se retorció, y la hoja siseó al atravesar el aire. Alcanzó el brazo del distor y le arrancó el seh que éste trataba de buscar. Con la velocidad de un lagarto, el hombre se arrancó el cuchillo del brazo y se abalanzó hacia el lugar donde había caído el seh.

Casi con indiferencia, Sumner rodó sobre su costado y, con un brazo, agarró la bandeja de hierro de las cenizas esparcidas. El distor se detuvo en seco cuando la bandeja ornada aplastó el seh.

El distor se dio la vuelta, alzando el cuchillo. Sumner, de pie, se acercaba con calma, moviéndose entre él y Deriva: no había furia ni duda en el azul pacífico de sus ojos.

El distor hizo una finta con la hoja y se abalanzó hacia las sombras. Corrió entre los altares y las columnas pobladas de demonios, derribando ídolos e incensarios para cortar el paso a Sumner y golpeando su cuchillo contra las tallas de cristal y dioses metálicos.

—¡Apártate de mí, eth! —gritó, la voz eléctrica de orden—. No sabes quién eres. —Sus ojos brillaban de urgencia—. Eres menos a cada paso. —Se dio media vuelta y agitó su brazo herido hipnóticamente, mientras caminaba despacio hacia atrás—. No eres nada, nada…

Las palabras del distor resonaron por el templo con fuerza, pero Sumner no estaba escuchando. Pasó junto al altar de Paseq, midiendo la distancia a la salida, detectando las formas de escape que el hombre buscaba para sí. Dejó que el distor se internara entre los pilares, planeando derribar las filas de bancos y atraparle en la puerta. Pero se movió más rápido de lo que Sumner pensaba podía hacer un humano. Se abrió paso entre las lanzas azules de la luz del amanecer y salió corriendo por la puerta antes de que Sumner pudiera acercarse.

El aturdimiento detuvo a Sumner. Sin pensar, pero consciente, sacó su seh, y sus dedos fríos se movieron sobre su superficie metálica, reagrupando las hileras de luces. Con el brazo herido, arrancó un grueso ídolo en forma de dragón de su nicho y embistió el mango de madera del seh contra sus fauces abiertas. El dios de hierro surcó el aire con la potencia del seh. Las pisadas del distor se debilitaron cada vez más. Sumner dispuso el impulso del seh al máximo, pulsó la detención y lanzó al dragón en dirección al eco del asesino.

La pared del templo estalló hacia afuera, y en el vestíbulo de entrada otra explosión tronó cerca. Sumner se abrió paso sobre un pilar y vio la metálica luz de la mañana en la que el dragón volador había encontrado su blanco. Las piernas del distor colgaban sobre el tronco hendido de un árbol. El ídolo estaba embebido en un pequeño cráter manchado de sangre.

Sumner se frotó la oreja. Un silbido resonaba en su cabeza. Mientras se adelantaba para comprobar si el seh seguía intacto, el silbido se convirtió en un agudo chirrido. Vio que los otros al pie de la colina no lo oían. El chirrido se convirtió en una aguja clavada entre sus ojos, que taladró su cráneo. Cayó de rodillas, agarrándose la cabeza, y rugió. La resonante agonía se le clavó en los dientes, redujo su visión a fragmentos y le derribó bajo su grito.

[Nos vemos a nosotros mismos sólo como lo que vemos.]

Un olor punzante asaltó la nariz de Sumner y envió agujas de luz a su cerebro. El olfato le despertó, pero dejó sus sentidos danzando en una ceniza acuosa de sueño. Las palabras acudieron a él envueltas en la cálida corriente de su sangre, internándose a través de una secuencia irregular de capas…

—Despierta. Vamos.

La voz le atravesó pesadamente. Era ominosa, aunque no estaba seguro de por qué. Temerosas premoniciones atenazaron sus nervios, urgiéndole a revolverse con violencia para liberarse y echar a correr. Pero una consciencia más profunda, que acababa de enfocar, fijó esa decisión. La voz, por supuesto. La reconoció.

Lentamente, abrió los ojos y contempló la cara firme y ducal de Rubeus.

Sumner intentó dar la vuelta y levantarse, pero estaba atado, su cuerpo inmovilizado en una especie de catapulta. Las esposas mordían su carne, y esa sensación endureció sus contornos a una definición más aguda. Vio que un destello verde daba paso a una panoplia tachonada de gemas: un mándala cruciforme. A su alrededor, el techo estaba dividido en rombos de luz azul-pétalo. Las bandas de color jabón, tensas con su peso, estaban unidas a bolas de anclaje que parecían flotar en mitad del aire.

—El asesinato está penalizado con el exilio de Grial, Kagan. —La voz de Rubeus era una mueca—. El distor está muerto.

Sumner trató de liberarse, y el señor-ort alzó una gema romboidal. La luz del interior del cristal se derritió hasta adquirir un brillo reflexivo. Sumner se relajó, fijando su atención en las declinaciones de color de la gema.

—¿Dónde está Deriva? —murmuró.

—En Reynii. No te preocupes por esa rareza. Te espera más angustia que su sufrimiento. El distor que mataste no era nadie… un animal fácilmente encontrado y condicionado. Pero lo mataste. —Rubeus hablaba con severidad, pero por dentro sentía admiración. El distor no tenía que morir. Era un maestro-psi. La mente emocionalmente magullada de Sumner tendría que haber sido barro en sus manos. Palmeó la gema odyl y miró de nuevo para asegurarse de que los miembros del asesino estaban bien inmovilizados—. Cometiste una estupidez. Aquí las reglas son duras con los asesinos.

Los ojos de Sumner le miraron fríamente.

—Intentó matarme.

—No. Intentó que te mataras. —La cresta de pelo de Rubeus se alzó contra el brillo de las luces del techo. Su sonrisa era demencial—. No hay nada en contra de eso. Visualizó tu potencial para la muerte. El asesinato no era la respuesta adecuada para con él. Podías haber matado a un montón de gente cuando lanzaste tu seh. Eso fue una locura. —Sus ojos se estrecharon críticamente—. Estás loco. Te ves a ti mismo como algo distinto y arrojas a los que te rodean a la zanja existente entre el mundo y tú. —La panoplia de cristal se encendió en crestas y cartelas de colores entremezclados—. Ahora es el momento de que bajes al pozo y te enfrentes a lo que has arrojado en él.

Mientras el ort hablaba, Sumner se comprimió interiormente, empleando técnicas aprendidas en Dhalpur. Los músculos se doblaron sobre sí mismos y el hueso se deslizó sobre el hueso. Con un chasquido, el brazo derecho de Sumner se liberó de su argolla y cargó violentamente contra la cara de Rubeus, fallando por un centímetro.

El señor-ort dio un salto atrás con un grito de alarma, y la gema odyl giró entre sus dedos. La luz del sueño chasqueó en los ojos de Sumner y se derrumbó.

—Te has abierto paso en la vida hasta aquí, Kagan, pero no irás más lejos. —Los dedos de Rubeus temblaban mientras aseguraba la mano de Sumner. Este hombre era mucho más peligroso de lo que habían indicado las sondas—. Las leyes de Grial exigen el exilio para los asesinos. Pero como te mataría en cuanto salieras de Grial, el exilio no está permitido. Los mentedioses no permiten la ejecución. La única alternativa es el trance.

Rubeus miró por encima del hombro la cruciforma enjoyada.

—El trance sólo durará unos momentos —dijo mientras la luz se reducía—, aunque para ti pueda ser interminable.

Una luz intensa latió sobre Sumner, y éste torció la cabeza para mirar al ort. Recopiló todo el control emocional que pudo y dijo, con la violenta fuerza de la seguridad calmada:

—No puedes detenerme, ort. Soy el eth. Soy el pozo.

Rubeus aturdió rápidamente a Sumner con la gema odyl.

—¡No te tengo miedo… eth! —Se echó a reír, pero su pecho estaba helado por dentro—. No hay camino de regreso del lugar al que vas a ir.

Una tesitura de repiqueteos subió hasta los límites de la audición y la cámara se convirtió en un diamante de luz verdiblanca. Un vértigo soñoliento llevó a Sumner al borde de la consciencia.

—El Delph, si estuviera aquí, tendría un par de consejos que darte. —La voz de Rubeus se fragmentó en el zumbido de los cristales—. No frotes demasiado tiempo una parte de un elefante… y no te sorprendas por un dragón de verdad.

La oscuridad estaba tensa de luz: destellos, chispas y reflejos acuosos entretejían el silencio. Una imagen surgía de aquella brillante negrura. Tocado por la nada, sordo y distante, Sumner observó la figura de un hombre brillando hasta reconocer en ella a Colmillo Ardiente.

Se alzó la oscuridad y todas las sombras se fueron con ella. En el blanco cegador, Colmillo Ardiente latió de color: vibrante pelo negro y barba, piel color café, ojos brillantes con claridad en una cara cuadrada y tranquila. Llevaba las ropas Serbota desgarradas con las que había muerto.

Al acercarse, el espacio a su alrededor, blanco con la nada, se rompió. Unas formas ensombrecieron la blancura: un árbol de copa plana apareció en mitad del aire extendiéndose, las raíces desiguales y colgantes. Cerca, flotaba un charco de agua lúcida, copos de luz solar se deslizaban sobre ella. Ante él se desdoblaron matojos retorcidos y el esqueleto de un peral.

Cuando Colmillo Ardiente le alcanzó, todo estaba completo. Se encontraban de pie en medio de una luz verdosa entre perales inclinados. En este bosquecillo, Nefandi había destrozado a Colmillo Ardiente mientras Sumner observaba. Ahora su cara estaba tan clara y límpida como el cielo. Tendió una mano nudosa hacia adelante y la abrió para mostrar una joya nido.

Sumner se sorprendió por el supremo realismo del trance. No había nada de ensoñación. Los árboles nervudos, el brillo de las telarañas y el aleteo de un pájaro cantando estaban teñidos de realidad.

Miró el amuleto, y Colmillo Ardiente lo dejó caer en la hierba. La gema brilló caliente sobre un parche de luz. La sandalia de Colmillo Ardiente se dirigió tras ella y al aplastarla produjo un chasquido.

—Es mentira. —Sus ojos brillaban amarillos de furia—. No hay fuerza en los ídolos. No hay poder en la forma… a menos que yo esté allí.

Sumner arrancó una hoja de limón y advirtió que en el sueño iba vestido igual que en su vida consciente. Una fina luna colgaba en el cielo.

—Esto es un trance, Colmillo Ardiente. —Su voz parecía alocadamente real.

—No soy Colmillo Ardiente. —La voz era ronca—. ¿No me reconoces? He estado contigo desde el primer día del mundo. Te he hablado con muchas voces.

Colmillo Ardiente se hinchó, temblequeó y se convirtió en un enorme lagarto de mandíbula de cuchilla. Su largo hocico negro chirrió una vez y la bestia se derrumbó en su acometida, transmutándose con un destello en la columna ardiente de un fuego-deva y luego en las corrientes de plasma y llamas viscosas de la luz-Iz.

—He sido todos estos seres en tu vida —susurró una voz-vacío—. Soy el Formasueños, tan cerca de ti que no soy nada. Vivo en todo lo que muere. Intocable. Innombrable. Libre. Soy. —Las luces-Iz destellaron hasta convertirse en un centro de interno resplandor blanco.

Sumner se desplomó. Cuando alzó la cabeza, Colmillo Ardiente se encontraba junto a él, y los perales se asomaban a la luz mecida por el viento.

—Colmillo Ardiente es el primero —dijo el cambia-formas, ayudándole a levantarse—. Sé que para ti es duro enfrentarte a él. Traté de limpiarle un poco para que pudieras recordar más lentamente cuánto sufrió.

Sumner se sentía mareado y se tambaleó. Al ver a Colmillo Ardiente, un frenesí de recuerdos compartidos se agolpó en su mente: alegres paseos por el bosque del río y la lluvia, apareamientos con las distors en los establos de Miramol, cazando río arriba… Sus manos apretaron su cabeza en un intento por detener la cascada de sus pensamientos.

—¿Dónde crees que fue el dolor cuando dejaste de recordarlo? —Colmillo Ardiente se hallaba tendido en el suelo, su cuerpo reducido a un esqueleto roto y calcinado. Toda la pena, vergüenza y confusión que Sumner no había tenido tiempo de sentir el día de la muerte de Colmillo Ardiente regresaron. Cayó de rodillas bajo su peso.

Colmillo Ardiente era fuerte, tanto de voluntad como de cuerpo, y habían compartido muchas cosas. ¿Debería de haber intentado salvarle de Nefandi? La duda aún se arremolinaba en él. No, no, pensaba parte de sí… en ese momento no había ninguna esperanza contra la espada-campo de Nefandi. Y por eso tuvo que dejar ir a Colmillo Ardiente. Había sacrificado al hombre…

—Muy bien. —Una voz tranquilizadora habló desde el cráneo de cenizas peladas—. Ábrete a tus dudas y tus repulsas. Siéntelo todo. Es la única manera de curarse.

Sumner se quedó con Colmillo Ardiente, rememorando en sueños todas las horas que habían pasado juntos, hasta que llegó al final de sus recuerdos y al principio de sus sentimientos.

Sumner pasó horas soñando a través de los recuerdos de cada experiencia que le había formado. Con el tiempo, empezó a reducirse. La empatía lo erosionaba y los sentimientos tabú, las ansias ocultas y la gentileza negada de su alma se convirtieron en su experiencia-trance.

Abrazó a Zelda como siempre había querido hacerlo, sintiendo sus pechos suaves y sueltos contra su cara. Abrazó a su padre las veces necesarias para amarlo. Vivió una vez más la maravilla hipnótica que de niño le había hecho sacar el caballo al hielo. Al ver su pira de nuevo, se desvaneció en el profundo hechizo de sus sentimientos.

Libre de pesadillas, los días de su vida ondearon a su alrededor como harapos. Se encontraba en la zona negra del trance, sus pensamientos y sensaciones eran trazos de luz que circundaban el punto de su consciencia. No era recuerdo. Cuando más recordaba, más se empequeñecía. Era distancia, el espacio entre lo que era ahora y lo que había sido en su concepción. ¿Y antes de eso? Se alzaron en él sentimientos transparentes, coloreados por su mente: recordó a Corby llevándole a Rigalu Fíats y mostrándole Iz. Recordó las imágenes evanescentes de animaciones pasadas: tiburón, halcón, rata-canguro. Pero también aquello había sido distancia. No distancia cubierta (o descubierta) por su ego, sino más bien la distancia de energías enormemente complejas. Apartado de su cuerpo y absorto en el nudo de su ser, sintió esas energías.

Psinergía, Kagan, la voz del Formasueños se abrió en forma de luz. ¡La psinergía es energía moldeada a lo largo de eones: la célula yantra, la visión estéreo, la coordinación de mano y ojo, atrapando el fuego, animales, pensamientos!

El trance se convirtió en la luz moteada de una escánsula. La consola plateada se curvó ante él, y sobre la pantalla cubierta aparecieron las palabras del Formasueños entre imágenes cinéticas y dibujos rotatorios: «El pensamiento es matriz». Las letras se enlazaban como átomos, y palabras-moléculas se fundieron y desaparecieron:

«MATRIZ (kro), mater, madre, vientre.

»El pensamiento es una matriz que engendra su propia realidad. Las ideas, conceptos, sistemas de creencias que tus antepasados atraparon se han convertido en tu trampa».

Una serie de aseveraciones apareció en la pantalla.

LOS ATRAPADOS Y LA TRAMPA SON LO MISMO.

LO QUE CREAS, TE CREA.

LO QUE TE CREA, TE DESTRUYE.

MAMÁ ES FAUCES.

MATRIZ ES MATRIZ.

La matriz de pensamiento es auto-engaño, continuó el Formasueños. Es un sentido continuado del que cada uno de nosotros es el centro, el sentido que necesitamos de niños. Los trucos de Ma siempre funcionan. Las personas están biológicamente engañadas. El ego se sintetiza como las uñas o el pelo. Es un caparazón, una cubierta protectora, un casco vacío. Rodea el yo-sentidor y no se puede acabar con él o el ser morirá. Lo más que se puede esperar es transparencia. El ego debe de ser claro. Nunca es cuestión de voluntad, de hacer algo para mejorarte a ti mismo. Eres. De lo que hablo es de distancia. Debes ser claro para que las distancias puedan pasar a tu través.

Sumner vaciló ante la escánsula y una señal de cancelación roja parpadeó: «¡NO LO INTENTES!»

No trates de comprender, dijo el Formasueños, y una palabra se formó ante él:

TRITURAR (Kro), tritare, hacer pedazos.

Tu ego es la entraña de la consciencia. Quiere romper todo en formas más simples que sí mismo. Quiere conocer la distancia. Pero lo más cerca que puede llegar es al sentimiento, e incluso entonces sólo toca una parte de tu ser. El único secreto es que todas las cosas son secretas.

La escánsula escribió: «COMPRENDER ES UNA MENTIRA», y se desvaneció en humos rosa.

Escucha. La negrura era densa como el deseo, y sólo la voz del Formasueños mantenía concentrado a Sumner. Ser es más que pensamiento y huesos. Ser es interminable y móvil, como la luz, nunca está en un lugar el tiempo suficiente para estar en cualquier sitio. La existencia parece pequeña a través de los agujeros de un cráneo. Pero eres grande, más grande de lo que crees. ¿No puedes sentirlo? Ardes a través de todos los momentos de tu vida. Y seguirás ardiendo, porque la distancia es todo lo que hay, y acabarla no es todo.

Una voz lejana vino a él, aguda, salvaje, llena de ecos. Era un pensamiento, irrepetible. Lo repitió: Soy. Soy. Y fue…

Sumner despertó. Llevaba unos pantalones negros, botas grises y una camisa oscura de mangas anchas. Sentía el cuerpo tranquilo y concentrado, descansado.

El sueño había terminado. El carrusel de estrellas, la forma y posición de la luna, estaban como tendrían que estar fuera del trance. Y aunque iba vestido de forma diferente y se hallaba en un lugar desconocido, estaba seguro de que se encontraba despierto.

Buscó a Rubeus. Se encontraba en un patio cerrado iluminado por los arcos iris nocturnos y el pálido fuego de la luna. Un grupo de hombres se acercaba. Soldados. Los miró como si lo hiciera desde otra vida.

—¡Tú! —llamó uno de los hombres uniformados—. ¡Alto!

Bajo los vestigios de luz de las estrellas, al principio Sumner no advirtió lo que veía. Los pensamientos eran demasiado pequeños y tensos, demasiado parecidos a huevos: vivos pero inanimados. Cuando se dio cuenta de que los soldados que se acercaban eran Massebôth, era ya demasiado tarde para correr.

—¿Dónde están tus galones, soldado? —preguntó un oficial con planta de mono. Lo flanqueaban otros seis hombres.

—Soy un ranger —replicó Sumner—. Estoy aquí a petición de los eo.

Una expresión de asombro asomó en el rostro del oficial; luego se encogió de hombros.

—Lo único que veo es que tu uniforme no tiene galones. —Se giró y ordenó por encima del hombro—: Llevadlo dentro y averiguad quién es en realidad.

Los seis hombres se abalanzaron sobre Sumner inmediatamente, agarrándole para inmovilizar sus brazos. Pero él se lanzó contra uno de los soldados y pateó al otro con ambos pies. Un momento después, ya habían caído cuatro hombres. La furia de Sumner aumentó, sus manos ahora libres y rebosantes de ira. Pero mientras avanzaba, un soldado abrió un rociador de muñeca y empapó la cara de Sumner con un spray reseco y sofocador. Este retrocedió, los ojos débiles y soñolientos, brillantes de miedo.

Los Massebôth se le acercaron empuñando sus cuchillos. A través de las sacudidas de dolor, las manos de Sumner se dispararon, alcanzando a un asaltante entre los ojos y retorciendo la muñeca de otro. Pero la droga con la que le habían atacado retardaba todos sus movimientos. Con mecánica velocidad apareció una mano armada, y la hoja rasgó el aire y se hundió en el centro de su pecho.

El impacto le liberó de sus captores y le hizo retroceder con torpeza, agarrando el cuchillo con las manos. Algo parecido al cristal se rompió a un par de pulgadas por detrás de sus ojos. Mientras caía de espaldas, el regusto de la sangre se volvió pastoso en su boca. La visión se oscureció. Un puño de frío apretaba su pecho y su lengua se debatía como una cuchilla contra sus dientes.

Se desvaneció el fino borde musical de sueño. Un fuerte olor esparció luz a través de su cerebro.

—Vamos. Despierta. —La densa voz introdujo visión en sus ojos, y contempló una cúpula de luz enjoyada… una radiante cruciforma mándala. La luz azul-pétalo se concentró alrededor de las bolas de anclaje que flotaban en el aire. Las bandas color jabón estaban tensas con su peso.

Se retorció en la catapulta de trance, y la cara cincelada de Rubeus apareció en su campo de visión. El romboide de una gema odyl destellaba en su mano.

Sumner se resistió, pero la catapulta lo sostuvo con fuerza. Sus ojos estaban ebrios.

—¿Cuánto tiempo?

—¿El trance? —La cara sonriente miró la constelación de gemas de zafiro—. Unos cuarenta y dos segundos. El primer trance era una forma libre. Yo manipulé el segundo.

—Los Massebôth…

—Estás en trance desde que mataste a mi distor —confirmó Rubeus.

Los ojos de Sumner gimieron.

Rubeus le miró divertido.

—Estás empezando a percibir las dimensiones de todo, ¿no? —La luz refulgió en la gema odyl que sujetaba y la catapulta rotó hasta mantener erguido a Sumner—. Ahora nunca estarás seguro de lo que es real y lo que no, ¿verdad? —La cara de Sumner se volvió dura como la piedra—. Tal vez en los siguientes cinco minutos de tiempo real vivirás cincuenta años. —Un tic restalló en la comisura de la boca de Sumner—. Tal vez horas de tiempo real… sean toda una vida en trance.

Un grito helado arrasó a Sumner. Rubeus hizo titilar la gema odyl en su cara, y Sumner se colapso.

—Te asusta un dragón real, Kagan. —Rubeus acercó su cara a la de Sumner, los ojos llenos de alegría—. Sé valiente.