Nota del autor

Es un gran privilegio para mí disponer de la oportunidad de escribir una serie de novelas sobre la Segunda Guerra Púnica (218-201 a.C.). Esa época me ha fascinado desde niño y yo, al igual que muchas otras personas, considero ese período como uno de los episodios más santificados de la historia. Hoy en día la palabra «épica» se usa con demasiada profusión, pero la considero justificada para referirse a esta lucha de diecisiete años de duración, cuyo equilibrio fue incierto en tantas ocasiones. Si se hubiera inclinado apenas un ápice en la dirección contraria durante varias de esas situaciones, la vida en Europa sería hoy totalmente diferente. Los cartagineses eran bastante distintos a los romanos y no en los aspectos negativos que la historia ha querido hacernos creer. Eran exploradores intrépidos y comerciantes empedernidos, negociantes astutos y valientes soldados. Si bien los romanos solían salirse con la suya a través de la guerra, el objetivo de los cartagineses era más bien obtener el poder controlando el comercio y los recursos naturales. Quizá no sea muy importante, pero empleo el término «cartaginés» en vez de «púnico», derivado del latín, para referirme a su idioma de forma deliberada. Los cartagineses no habrían empleado este otro término.

Muchos lectores sabrán pinceladas acerca de la guerra que libró Aníbal contra Roma; otros sabrán menos; unos pocos serán ávidos lectores de autores antiguos como Tito Livio y Polibio, las principales fuentes de este período. Para que conste en acta, diré que me he esforzado al máximo para respetar los detalles históricos que han perdurado. Sin embargo, en muchos casos he cambiado los acontecimientos ligeramente para que encajaran con el desarrollo de la historia, o he inventado cosas. Ese es el cometido del novelista, así como su cruz. Si he cometido algún error, pido disculpas.

La novela empieza con una descripción de Cartago en toda su magnificencia. A finales del siglo III a.C. era una ciudad infinitamente más majestuosa que Roma. Me he tomado la libertad de describir las fortificaciones que existían en la época de la Tercera Guerra Púnica (149-146 a.C.) porque no sabemos qué defensas existían en la época de Aníbal. Dado que las edificaciones increíbles e impresionantes que repelieron a los romanos en el último conflicto fueron erigidas alrededor de cincuenta años después de la derrota de Aníbal, no me pareció que utilizarlas fuera una digresión importante de la realidad.

Describir a los soldados cartagineses, tanto los nativos como los que no, es toda una proeza. Contamos con poca información histórica sobre los uniformes que vestían y el tipo de equipamiento y armas que llevaban los ciudadanos cartagineses y la gran cantidad de nacionalidades que lucharon para ellos. Sin varios libros de texto y artículos, que nombraré más adelante, habría estado perdido. Otro terreno dificultoso son los nombres cartagineses. En pocas palabras, no hay muchos, o por lo menos no muchos que hayan sobrevivido al cabo de 2.200 años. La mayoría de los que han sobrevivido resultan impronunciables o suenan fatal. ¡Y otros las dos cosas! Hillesbaal e Ithobaal no son precisamente fáciles de pronunciar. De ahí que el protagonista cartaginés se llame Hanno. Hubo personajes históricos importantes que se llamaban así, pero necesitaba desesperadamente un nombre para mi protagonista y no abundaban.

La descripción del sitio de Saguntum se ajusta mucho a la realidad. Cualquiera que visite la costa oriental de España y ascienda al enorme afloramiento rocoso cercano a la actual Valencia se dará cuenta de que es un lugar tan impresionante que es fácil imaginar a los soldados de Aníbal asediándolo. La formidable envergadura de su ejército queda atestiguada por las fuentes antiguas, al igual que la forma como quedó mermado debido a las muertes, deserciones y liberaciones de servicio. No sabemos si se quedaron algunas tropas como guarnición en la Galia. Ha habido gran controversia sobre qué ruta tomó el ejército cartaginés después de los Pirineos y por dónde cruzó el Ródano. Los volcos fueron sorprendidos por detrás por un grupo de cartagineses que habían cruzado río arriba; su comandante era un tal Hanno, no Bostar. Los elefantes fueron trasladados por el río tal como describo.

La dramática confrontación entre la embajada romana y el Consejo de Sabios cartaginés parece que tuvo lugar tal como la describo. Igual que el encuentro fortuito entre una unidad de la caballería romana y otra de númidas en una zona rural más arriba de Massilia. Sin embargo, he alterado los acontecimientos para llevar a Publio de vuelta a Roma antes de que se trasladase a la Galia Cisalpina para enfrentarse a los invasores. Minucius Flaccus es un personaje de ficción, pero Minucius Rufus, su hermano, no.

La mayor controversia relacionada con el viaje de Aníbal se refiere al paso que su ejército tomó para cruzar los Alpes. Como no es mi intención entrar en tal polémica, me he limitado a utilizar la descripción que Polibio y Tito Livio nos dejaron para ambientar la escena. Espero sinceramente haber conseguido transmitir parte del terror y la euforia que debió de llenar los corazones de aquellas valerosas almas que siguieron a Aníbal hasta las cumbres de los Alpes. El discurso que pronunció ante sus tropas antes de iniciar el ascenso fue muy parecido al que describo. Aunque no todas las fuentes que mencionan la escena incluyen el vino hirviendo y la roca, me pareció que debía incluirlo.

El término «Italia» se empleaba en el siglo III a.C. como expresión geográfica; comprendía la península situada al sur de Liguria y la Galia Cisalpina. El término no tuvo significado político hasta la época de Polibio (mitad del siglo II a.C.). De todos modos, decidí emplearlo. Simplificaba el asunto y evitaba las referencias constantes a las distintas partes de la República: Roma, Campania, Latium, Lucania, etc.

La descripción del ternero que nace con los órganos internos en el exterior no es fruto de mi imaginación: he realizado dos cesáreas a vacas para sacar el llamado Schistosomus reflexus. Sin duda fueron dos de las cosas más repugnantes que he visto en mi vida. En una ocasión, el pobre ternero seguía con vida. Aunque ocurrió hace quince años, la superstición del ganadero resultó obvia y estuvo muy inquieto hasta que le practiqué la eutanasia a la cría. No es difícil imaginar qué tipo de reacción provocaría una criatura como esas en la época antigua.

Los duelos entre prisioneros cartagineses y la recompensa para el que sobreviviera se describen en los textos antiguos. Al igual que la suerte que corrió Taurasia. Cuando había que dejar las cosas claras, Aníbal era tan despiadado como cualquier otro general. Las pérdidas romanas en la escaramuza del Tecino fueron considerables y el encarnizado ataque nocturno por parte de sus supuestos aliados galos no fue más que otro golpe a la confianza de Publio. Me he inventado la emboscada cartaginesa en el río Trebia, pero los detalles de la extraordinaria batalla que tuvo lugar a continuación son el máximo de fieles posible. La victoria de Aníbal en aquel crudo día de invierno demostró sin lugar a dudas que no había cruzado los Alpes de chiripa. Tal como los romanos descubrirían una y otra vez en meses subsiguientes, era una fuerza verdadera con la que batirse.

La bibliografía de los libros de texto que he consultado para la escritura de Aníbal: enemigo de Roma precisaría de varias páginas, así que mencionaré solo los más importantes por orden alfabético según el autor: The Punic Wars de Nigel Bagnall; The Punic Wars de Brian Caven; Greece and Rome at War de Peter Connolly; Hannibal de Theodore A. Dodge; La caída de Cartago de Adrian Goldsworthy; Armies of the Macedonian and Punic Wars de Duncan Head; Hannibal’s War de J. F. Lazenby; Carthage Must Be Destroyed de Richard Miles; The Life and Death of Carthage de G. C. & C. Picard; Daily Life in Carthage (at the time of Hannibal) de G. C. & C. Picard, Roman Politics 220-150 B.C de H. H. Scullard; Carthage and the Carthaginians de Reginald B. Smith y Warfare in the Classical World de John Warry. Deseo expresar mi agradecimiento a Osprey Publishing por numerosos volúmenes excelentes, a Oxford University Press por el impresionante Oxford Classical Dictionary, y a Alberto Pérez y Paul McDonnell-Staff por su excelente artículo en el volumen III, número 4 de la revista Ancient Warfare. Como siempre, gracias a los miembros de www.romanarmy.com cuyas rápidas respuestas a mis preguntas raras suelen resultar muy útiles. También debo mencionar y agradecer a los tres hermanos Wood australianos: Danny, Ben y Sam. Su excelente miniserie de viajes On Hannibal’s Trail no podía haber sido emitida por la BBC4 en un mejor momento y me resultó de gran ayuda cuando escribí el capítulo sobre el cruce de los Alpes.

Estoy inmensamente agradecido a mucha gente de mi maravillosa editorial, Random House. Está Rosie de Courcy, mi editora infatigable que siempre me da aliento; Nicola Taplin, el excelente gerente editorial; Kate Elton, que tuvo la generosidad de abrirme las puertas del gran y feliz mundo de Arrow Books; Rob Waddington, que se asegura de que mis novelas lleguen a todos los puntos de venta del planeta; Adam Humphrey, que gestiona el márketing con amabilidad, inteligencia y éxito; Richard Ogle, que, en colaboración con el ilustrador Seven Stones, diseña las bonitas cubiertas de mis libros; Ruth Waldram, que me garantiza todo tipo de publicidad exitosa; Monique Corless, que convence a tantos editores extranjeros para que compren mis libros; David Parrish, que se asegura de que las librerías extranjeras también los compren. Muchas gracias a todos. Aprecio sobremanera lo duro que trabajáis en mi nombre.

Debo mencionar a muchas otras personas: Charlie Viney, mi agente, merece un gran agradecimiento. Sin él, todavía estaría ejerciendo de veterinario y trabajando con tesón en mi primera novela sobre los romanos. ¡Gracias, Charlie! Le estoy muy agradecido a Richenda Todd, mi correctora de estilo, que hace unas aportaciones de lo más incisivas a mis manuscritos; Claire Wheller, mi excelente fisio, que impide que mi cuerpo se caiga a pedazos después de pasar demasiadas horas delante del ordenador; Arthur O’Connor, el hombre más discutidor de Offaly (por no decir de Irlanda), que también me ofrece críticas excelentes y mejoras en mis historias. Y por último, pero decididamente no por ello menos importante, Sair, mi esposa, y Ferdia y Pippa, mis hijas, que me conectan con la realidad y me dan mucho amor y alegría. Gracias. Mi vida es mucho más rica por teneros a las tres.