En contra de su primera intención, Kratos cabalgaba por una calzada imperial. Tampoco había entrado en sus planes viajar desarmado, con las manos atadas y una venda de fieltro en los ojos. La soga le permitía galopar y sujetarse al arzón, mas no controlar las riendas. Le rodeaba olor a caballos y el ruido de una multitud de cascos golpeteando losas de piedra. No serían menos de cincuenta jinetes, un bosque de lanzas y flechas vigilando su espalda por si intentaba salir del camino a ciegas. Landas, el oficial que mandaba aquel destacamento, le había advertido de que tenía el grado de Iniciado y conocía por tanto el truco de las aceleraciones. Si sospechaba que pretendía recurrir a una Tahitéi, ordenaría que dispararan contra él.
Tres vueltas daba el fieltro negro que cubría sus ojos, de modo que no llegaba a ellos ni un resquicio de luz. Por las mañanas, el sol le calentaba el costado izquierdo y la espalda, y al atardecer el costado derecho. Así pues, se dirigían al norte o al noroeste; del traqueteo de los cascos en la calzada, dedujo que marchaban por el camino de Xionhán, que estaba pavimentado con losas regulares. Viajaban en silencio; pero cuando hacían un alto para comer, Kratos captaba retazos de conversación. Sospechaba que Tylse, la maestra Atagaira, viajaba con él, pues también la habían capturado en la aldea de Oetos. No tenía forma de cerciorarse, ya que no le permitían hablar con nadie. En una ocasión pararon bajo unos árboles. Hacía aire y una hoja le cayó en la cara. Frustrado por su ceguera, la estudió entre los dedos. Parecía de álamo. Se la imaginó amarilla y añoró la luz que llevaba días sin ver. Fue entonces cuando oyó la palabra «batalla» y aguzó el oído. Al parecer, en algún lugar al nordeste de allí la tercera compañía del príncipe se había enfrentado contra un centenar de hombres de la Horda Roja que se habían infiltrado en las tierras de Áinar.
Kratos ya suponía que Aperión no se conformaría con la escolta de diez hombres que le permitían las normas del certamen. Pero su intento de introducir un pequeño ejército en Ainar había fracasado. Alguien comentó que la compañía del príncipe había quedado diezmada, pero que los hombres de la Horda habían sufrido pérdidas aún peores y se habían retirado sin llegar a encontrarse con su general.
Ojalá lo hubieran capturado también a él. Prefería ver a cualquier otro de Zemalnit antes que a Aperión.
Días después cambiaron de dirección y abandonaron la calzada antes de llegar a la ciudad de Xionhán. Los caballos pisaban hojarasca, agujas de pino y también suelos húmedos que amortiguaban el sonido de sus cascos. Fue entonces cuando se toparon con una patrulla que les dio el alto. «¿Quiénes son esos dos prisioneros?», preguntó una voz arrogante, y así supo Kratos que Tylse viajaba tan ciega y muda como él. «No es asunto tuyo», contestó Landas. «Os halláis en las tierras del señor de Xionhán, así que más os vale mostrar modales.» «Si quiere que esas tierras sigan siendo suyas, bien hará tu señor en no interponerse en el camino del príncipe.» Intercambiaron unas cuantas bravatas más, pero la sangre no llegó al río. El destacamento que escoltaba a Kratos y Tylse debía de ser lo bastante numeroso para disuadir a las fuerzas locales de buscar pendencia.
Ahora viajaban hacia el oeste. Por la tarde, si se calmaba el viento, Kratos sentía cómo se le caldeaba el rostro, y de vez en cuando un rayo de sol directo teñía la negrura de su vendaje de un tibio rojizo. Poco después de desviarse, llegaron a otro camino, que a ratos estaba empedrado, pero más a menudo sonaba a tierra apisonada o gravilla. Kratos pensó que aún quedaba alguna esperanza. Aunque aquel brujo de mal agüero le había roto la espada, aún seguía vivo y lo llevaban al oeste, más cerca de Zemal.
Se preguntó qué habría sido de Deiguín. Lo primero que pensó al verlo chocar contra la pared era que el corueco lo había reventado. Pero al parecer había logrado escapar. «Derguín, vence a ese malnacido de cuatro pupilas», salmodiaba. «Humíllalo por mí, por mi espada. Ahora eres tah Derguín. Recuerda cómo lo conseguiste…»