Travieso vuelve
Al ver Jeremías que el hombre avanzaba furiosamente hacia él, se hizo rápidamente a un lado. Elías iba demasiado lanzado para poder detenerse, de modo que resbaló sobre un montón de algas y cayó cuan largo era.
—¡Vaya! —exclamó Jeremías, encantado—. Lo has hecho muy bien, Elías. Anda, prueba otra vez.
—Será mejor que no lo intente —amenazó Julián, con su voz más enérgica—. Si se atreve, lo denunciaré a la policía y así se reunirá la pareja en sólo dos días. Ayer Jacobo y hoy Elías.
Elías se levantó gruñendo. Miró con odio a Jeremías, que le devolvió la mirada sonriente.
—¿Qué, Elías? ¿Quieres atacarme otra vez? —dijo—. Debe de ser divertidísimo eso de pegarle a un viejo.
Pero Elías estaba demasiado asustado por la amenaza de denunciarle a la policía. Se frotó el hombro que se había golpeado contra una roca y permaneció inmóvil, pensando lo que le convenía hacer.
—Vamos —dijo Jeremías a los niños—. Os llevaré a la Cueva de los Piratas. Elías puede venir con nosotros si quiere, siempre que se porte bien. Aunque quizá prefiera marchar corriendo a su casa para que le curen ese hombro.
Aquello fue demasiado para Elías. Se decidió a seguirles, haciendo observaciones groseras durante todo el rato, gritándoles y molestándolos, aunque a distancia. Ojalá hubiese estado allí Tim. Habría resuelto el problema en unos segundos.
—No le hagáis caso —recomendó Julián—. Siga guiándonos, Jeremías. ¡Qué oscuro está este túnel! Menos mal que hemos traído buenas linternas.
El túnel desembocaba en una espléndida cueva. El techo era insospechadamente alto, y en las paredes se veía una serie de estantes de piedra. Estaban ocupados por viejos y sucios cofres, uno o dos cestos y algunos sacos.
—¿Qué es todo eso? —preguntó Dick, enfocándolo con su linterna.
—Justamente lo que parece —contestó Jeremías—. Arcones comunes y corrientes y sacos. Los pusieron aquí Elías y Jacobo para impresionar a la gente, asegurando que los piratas los cogieron de los barcos que hicieron naufragar. ¡Ja, ja, ja! Desde luego, el que sea capaz de tragarse un cuento semejante bien merece que lo engañen. Toda esta porquería ha salido del jardín de Elías. Yo lo había visto montones de veces. ¡Ja, ja, ja!
La risa del viejo resonó multiplicada por el eco, y Elías gruñó casi como un perro.
—No tengo la menor intención de engañar a estos niños con tus cajones y tus sacos —le dijo Jeremías—. Porque yo sé dónde están los verdaderos, los de los piratas. Ya lo creo que lo sé.
—Bueno. Estén donde estén, no serán mejores que los que hay aquí —exclamó Elías cada vez más enfadado—. Estás mintiendo, Jeremías. Tú no sabes nada de nada.
—Llévenos más lejos, por favor —suplicó Dick—. Tiene que haber más cuevas. Esto es la mar de emocionante. ¿De veras es aquí donde los piratas escondían las cosas de los barcos que hacían naufragar? ¿O se trata sólo de una leyenda?
—No, no, ésta es su cueva, eso es cierto, aunque un poco retocada por Elías —contestó Jeremías—. Pero yo conozco cuevas que llegan mucho más lejos y Elías no. Es demasiado cobarde para adentrarse más bajo el mar, ¿verdad, Elías?
Elías dijo algo que sonaba bastante feo. Julián se aproximó a Jeremías.
—Llévenos más allá, si no es demasiado peligroso —le pidió.
—Bueno, de todas maneras yo tengo que seguir adelante —dijo Manitas—, Travieso no ha vuelto. A lo mejor se ha perdido, así que tengo que encontrarlo.
—De acuerdo —dijo Julián, viendo que Manitas estaba completamente decidido a continuar—. Iremos contigo. Jeremías, haga el favor de guiarnos. No será muy peligroso, ¿verdad? Me refiero a que no correremos el riesgo de encontramos de pronto con que el mar inunda las cuevas.
—No, la marea tardará aún en subir —respondió Jeremías—. Nos queda bastante tiempo. Cuando la marea sube inunda este pasadizo, pero se detiene en la Cueva de los Piratas. Es demasiado alta para que llegue el agua a ella. A partir de ahora el túnel baja con bastante rapidez. Y llega hasta vuestro faro. ¿No lo habéis visto? Acaba justo en los cimientos.
—¡Ah, ya! —exclamó Julián, recordándolo—. Yo bajé la otra noche y el agua llenaba el fondo del pozo de cimentación. ¿De modo que el mar, al mismo tiempo que inunda los cimientos del faro cuando la marea está alta, llena también estas cuevas?
—Exactamente, así es —asintió Jeremías—. Se puede llegar desde aquí hasta los cimientos por debajo de las rocas. Pero nadie se ha atrevido nunca. La marea sube muy de prisa y, si te atrapa en medio, eres hombre muerto.
—Vayamos un poco más allá —apremió Dick—. Vamos, Jeremías.
El viejo marino los guió por el túnel. Resultaba extraño y a la vez inquietante oír el sonido constante del agua sobre sus cabezas. Las linternas iluminaban húmedas paredes, llenas de relieves y de huecos.
—Éste sería un sitio estupendo para esconder un tesoro —comentó Julián, señalando un oscuro agujero en el techo del túnel—. Aunque creo que nadie se molestaría en buscar un escondite en un lugar como éste, que está lleno de ellos. ¡Caramba, qué frío hace!
—Claro, los rayos del sol nunca han penetrado hasta aquí —dijo Dick—. ¡Qué barbaridad! ¡Qué fuerte se oye ahora el mar!
—¡Ojalá encontrásemos pronto a Travieso! —dijo Ana a Jorge—. Mira al pobre Manitas. Está llorando. Lo disimula, pero la última vez que le enfoqué con mi linterna vi cómo le caían las lágrimas.
Se detuvieron para examinar una extraña masa gelatinosa, que parecía una gigantesca anémona. Elías los alcanzó y tropezó con Dick. Éste se volvió enfadado.
—¡Lárguese! O síganos si quiere, pero no se acerque tanto. No nos hace ninguna gracia su compañía.
Elías no le hizo el menor caso y continuó marchando lo más cerca posible de ellos. Dick se dio cuenta de que el hombre estaba mortalmente asustado. De pronto, al doblar otro recodo del túnel, Manitas dejó escapar un fuerte grito que el eco repitió mil veces:
—¡TRAVIESO! ¡MIRAD! ¡AQUÍ! ¡AQUÍ ESTÁ! ¡TRAVIESO!
Sí, allí estaba el monito, acurrucado bajo un saliente de la roca, temblando de miedo. Ni siquiera corrió al encuentro de su amo. Manitas tuvo que cogerlo en brazos.
—Travieso, pobrecito Travieso, ¿estabas muy asustado? —le mimó el niño—. Sí, estás todo tembloroso. No deberías haber salido corriendo. Podrías haberte perdido para siempre.
Travieso apretaba algo en una de sus manitas. Parloteó al oído de Manitas y le rodeó el cuello con sus brazos. Al hacerlo, abrió las manos y aquello cayó y rodó por el suelo.
—¿Qué has dejado caer, Travieso? —preguntó Dick, enfocando su linterna hacia el suelo.
Algo brillaba allí, algo redondo y amarillo. Todos se mirándolo.
—¡Una moneda de oro! —exclamó Julián, inclinándose a recogerla—. ¡Tan brillante como cuando fue acuñada! Travieso, ¿de dónde la has sacado? Mira, Dick; mira, Jorge, es oro de verdad.
Todos estaban locos de alegría. El mismo pensamiento les iluminaba: Travieso había descubierto el tesoro. ¡El tesoro! Aquella moneda era muy, muy antigua. ¿En dónde la habría encontrado Travieso?
—¡Tenemos que seguir avanzando para ver si lo encontramos! —gritó Dick—. ¡Jeremías, debe ser el tesoro! Travieso nos llevará hasta él.
Pero Travieso se negaba a guiarlos. No tenía ningunas ganas de volverse a perder. Estaba muy a gusto en el hombro de Manitas, sintiéndose a salvo. No le había gustado en absoluto verse solo en medio de aquella terrible oscuridad.
Tampoco Jeremías quería seguir adelante.
—No, hoy no —dijo meneando la cabeza—. La marea llenará pronto por los túneles, y lo hará mucho más de prisa de lo que nosotros podemos correr. Es mejor que regresemos ya pura que no nos atrape. Muchos visitantes han tenido que correr con todas sus fuerzas para salvar su vida cuando la marea empezó a subir de repente.
Los sensibles oídos de Jorge le advirtieron de que sonaba un débil gorgoteo. ¡La marea estaba subiendo!
—¡Vamos! —urgió—. Será mejor que hagamos lo que dice Jeremías. El mar está entrando ya en el túnel y el agua pronto lo inundará todo, también los pasadizos del acantilado. Quedaremos atrapados en el medio y tendremos que esperar a que vuelva a bajar la marea.
—Bueno, no hay necesidad de alarmarse —la tranquilizó el viejo Jeremías—. Todavía disponemos de algún tiempo. ¡Eh! ¿Dónde se habrá metido Elías?
—¡Vaya! Debe de habernos oído hablar de la moneda que ha encontrado Travieso —opinó Jorge—. Ya no me acordaba de él. Ahora ya sabe que Travieso ha encontrado una moneda de oro y que el tesoro está por aquí cerca. Empezará a buscarlo tan pronto como pueda. ¿Por qué no nos callaríamos?
—No me acordé de que andaba detrás de nosotros —se disculpó Julián—. Bueno, supongo que a estas alturas todo el pueblo sabrá que un mono ha encontrado el tesoro y vendrán hordas de buscadores para encontrarlo. Tiene que estar en algún sitio muy seco para que la moneda se haya conservado tan estupendamente… Bien. Démonos prisa. Es mejor que volvamos lo antes posible. Mirad, el viejo Jeremías está demasiado excitado. Seguro que está planeando venir lo antes posible para buscar el tesoro.
—Pues yo voto porque lo intentemos nosotros también mañana —se entusiasmó Dick—. ¡Vaya con Travieso! Eres mejor que ningún detective.
A paso rápido regresaron otra vez de los túneles charlando animadamente y haciendo planes. ¡Qué emocionante!