Capítulo II

UN POCO DE EMOCIÓN

Jorge y sus tres primos se hallaban ya en camino hacia Kirrin, pedaleando a través de los campos, seguidos por Tim, el perro de Jorge, que corría alegremente entre ellos.

—Será divertido estar otra vez en «Villa Kirrin» —exclamó Ana—. Es tan estupendo mirar por la ventana y ver la bahía, tan azul como el cielo. ¡Voto porque vayamos de excursión a la isla!

—Te gustará instalarte otra vez en tu caseta, ¿verdad, Tim? —dijo Jorge, y Tim le lamió el tobillo, soltando un alegre ladrido.

—Hay siempre tanta tranquilidad en «Villa Kirrin» —comentó Julián—. Y tu madre es tan amable y simpática. Espero que no molestemos a tío Quintín con nuestros juegos y bromas.

—No creo que papá tenga ningún trabajo importante entre manos —repuso Jorge—. Además, al fin y al cabo sólo vais a pasar una semana con nosotros. Es una lástima que ese profesor amigo suyo llegue la semana que viene, si no, hubieseis podido quedaros más tiempo.

—Bueno, una semana es bastante tiempo —dijo Julián—. Mirad, ahí tenéis la bahía, tan azul como siempre…

Todos se sintieron muy contentos al ver la pequeña bahía azul, y su isla, bañada por el sol.

—¡Qué suerte tienes, Jorge! —suspiró Ana—. ¡Tener una isla completamente tuya!

—Sí, es una gran suerte —asintió Jorge—. El día en que mamá me la regaló tuve la alegría mayor de mi vida. Durante muchos años había sido de mi familia, y ahora es toda mía. Iremos mañana.

Por fin llegaron al final de su viaje.

—Ya veo las chimeneas de «Villa Kirrin» —anunció Julián, irguiéndose sobre los pedales de su bicicleta—. Y la cocina está encendida. Se ve el humo. Deben de estar preparando la comida.

—¡La estoy oliendo, la estoy oliendo! Creo que hay salchichas —dijo Dick, olfateando.

—¡Burro! —le contestaron los otros tres al unísono. Entraron por la puerta de atrás y dejaron sus bicicletas apoyadas contra la valla.

Jorge empezó a gritar como siempre:

—¡Mamá! ¡Ya estamos en casa! ¿Dónde estás?

Apenas acababa de llamar a su madre, cuando Ana la agarró del brazo.

Jorge, ¿qué es eso? ¡Mira! Allí, mirándonos desde la ventana…

Todos dirigieron la vista hacia el lugar que indicaba Ana, y Jorge gritó, sorprendida:

—¡Es un mono! ¡Un mono! ¡Tim, quieto! ¡Vuelve aquí! ¡Tim!

Pero Tim había descubierto ya aquella extraña carita en la ventana y había salido como un cohete para investigar. ¿Sería un perro pequeño? ¿O un antipático gato? Fuese lo que fuese, él iba a sacarlo inmediatamente de la casa. Ladrando con todas sus fuerzas entró a toda velocidad. En su prisa, estuvo a punto de derribar a un niño que se cruzó en su camino. El mono, aterrado, se encaramó a los rieles de las cortinas.

—Deja a mi mono en paz, grandullón —gritó una voz furiosa.

A través de la puerta abierta, Jorge vio que el niño daba un fuerte golpe a Tim. Corrió entonces hacia él y le golpeó con tanta fuerza como éste había hecho con Tim. Luego se le quedó mirando con furia.

—¿Qué haces tú aquí? ¿Cómo te has atrevido a pegar a mi perro? Tienes suerte de que no te haya devorado. ¿Y quién es ese animal? ¿Qué hace aquí?

El monito estaba aterrorizado. Seguía en el riel de las cortinas, temblando y emitiendo extraños sonidos. Julián llegó al mismo tiempo que Juana, la cocinera.

—¿Qué significa todo este jaleo? —dijo ésta—. Tu padre va a salir furioso del despacho de un momento a otro, Jorge. ¡Tim! Deja ya de ladrarle al mono, por favor. Y tú, Manitas, para ya de llorar y llévate al mono antes de que Tim se lo coma.

—No estoy llorando —replicó Manitas con furia, al tiempo que se secaba los ojos—. Ven aquí, Travieso. No dejaré que este perrazo te haga daño. Lo… lo…

—Lo que harás es llevarte a tu mono, pequeño —le interrumpió amablemente Julián, pensando que el pequeño era muy valiente para imaginarse que podía pelearse con el viejo Tim—. Anda, vete.

Manitas chasqueó la lengua, y el mono descendió de su refugio para acurrucarse en su hombro. Colocó sus bracitos en torno al cuello del niño y emitió unos suaves gemidos.

—¡Pobre monito, está llorando! —exclamó Ana—. No sabía que los monos pudiesen llorar. Tim, no vuelvas a asustarlo. No te hagas el perdonavidas con animales más pequeños que tú.

Tim nunca se hace el perdonavidas —replicó inmediatamente Jorge, enfrentándose a Ana—. ¿Qué quieres que haga si llega a casa y se encuentra a un niño extraño y a un mono? ¿Y tú quién eres?

—No te lo diré —respondió Manitas, y salió de la habitación con el mono todavía agarrado a su cuello.

—Juana, ¿quién demonios es? —preguntó Dick—. ¿Y qué está haciendo aquí?

—Ya me imaginé que no os gustaría —repuso Juana—. Se trata de ese profesor, el amigo de tu padre, que pensaba venir a pasar unos días la semana próxima. Telefoneó esta mañana para decir que venía esta semana en lugar de la que viene y que se traía también a su hijo. Claro que no dijo nada del mono.

—¿Se van a quedar en casa? —preguntó Jorge, horrorizada—. ¡Pero cómo ha podido permitirlo mamá! Sabía que llegábamos hoy. ¡Cómo ha podido…!

—Tranquilízate, Jorge —dijo Julián—. Déjale a Juana que siga explicándonos…

—Bueno, el caso es que llegaron antes de que pudiésemos hacer nada por impedirlo —siguió Juana—. Y ahora tu padre está encerrado en el despacho con el profesor Hayling, el padre del niño, y tu madre y yo no sabemos qué hacer para acomodaros a todos debidamente El niño y su padre, y me imagino que el mono también, compartirán el dormitorio de huéspedes

—Pero ahí es donde iban a dormir Dick y Julián —protestó Jorge, perdiendo una vez más los estribos—. Voy a decirle en seguida a mamá que ese niño no puede quedarse aquí y que…

—No seas burra, Jorge —dijo Julián—. Ya nos arreglaremos de alguna manera. No podemos volver a nuestra casa, porque está cerrada.

—Quizá pudierais dormir en el desván… —dijo Juana, no demasiado convencida—. Está lleno de polvo y es muy frío, pero poniendo un par de colchones en el suelo…

—De acuerdo —aceptó Julián—. Nos instalaremos en el desván. Gracias, Juana. ¿Dónde está tía Fanny? ¿Está muy preocupada?

—Bueno, un poco nerviosa, pero ya sabes cómo es, siempre tan amable —contestó Juana—. ¡Y ese profesor Hayling! Entró en la casa como si fuera el dueño, con todo su equipaje y ese niño tan raro y ese mono. Menos mal que el animalito parece simpático. Estuvo mirándome mientras lavaba los platos… ¡Y válgame Dios si no trató de secarlos por mí!

La puerta de la cocina se abrió de pronto y entró la madre de Jorge.

—¡Hola, queridos! —les saludó sonriente—. Me pareció oír ladrar a Tim. Hola, Tim, espera a que veas el mono.

—¡Ya lo ha visto! —gritó Jorge, frunciendo el ceño—. Mamá, ¿cómo has podido dejar que viniesen a casa sabiendo que llegábamos nosotros?

Jorge, ya está bien —la reprendió Julián, que veía la cara preocupada de su tía—. Tía Fanny, no te causaremos ninguna molestia. Pasaremos fuera de casa casi todo el tiempo. Te haremos la compra, nos iremos a la isla, te molestaremos lo menos posible, te…

—Eres muy amable, Julián —le interrumpió su tía, sonriendo—. La cosa no va a ser fácil. El profesor Hayling siempre se olvida de la hora de comer y ya sabes cómo es tu tío. Es capaz de olvidarse del desayuno, la comida y la cena durante un año y extrañarse después de sentir hambre.

Todos rieron la broma. Julián rodeó con un brazo el hombro de su tía y le dio un beso.

—Dormiremos en el desván. ¡Verás qué divertido! —le dijo—. Las chicas te ayudarán en la casa y Dick y yo haremos los trabajos pesados. No te puedes imaginar lo guapo que estoy con un delantal en la cintura y el cepillo en la mano.

Incluso Jorge se rió al pensar en Julián ataviado con un delantal. De pronto Tim se dirigió hacia la puerta entreabierta y ladró. Olfateaba al mono. Se oyó el parloteo de éste y el perro empujó la puerta. ¿Qué? ¿Acaso pretendía insultarle?

El mono se hallaba una vez más sentado en los rieles de la cortina. Cuando vio a Tim, comenzó a bailar y dar volteretas, produciendo un extraño sonido, una especie de risa, Tim salió disparado como una flecha hacia la ventana, ladrando con fiereza.

La puerta del despacho se abrió violentamente y apareció, no un profesor enfadado, sino dos.

—¿A qué viene todo este ruido? ¿ES QUE NO SE PUEDE ESTAR NI UN MOMENTO TRANQUILO?

—¡Perdona, querido! —se lamentó la señora Kirrin, presintiendo que ahora que Tim y los niños estaban en casa aquello iba a suceder veinte veces al día—. Tim todavía no se ha acostumbrado al mono —continuó—. Vuelvan ustedes al despacho y cierren la puerta. Yo procuraré que no les molesten más.

GUAU, GUAU —ladró Tim con todas sus fuerzas El profesor Hayling, asustado, entro en el despacho a toda prisa

—Si Tim vuelve a molestar, lo echaré de casa —rugió el señor Kirrin cerrando con fuerza la puerta

—¿Qué ha querido decir con eso mamá? —dijo Jorge, roja de rabia—. Si Tim se va, yo también me voy. ¡Huy, mira el mono! Está sentado encima del reloj del abuelo. Él es quien debiera irse de esta casa, y no Tim