UN RATO EMOCIONANTE
Les costó mucho trabajo empujar el pesado arcón para arrimarlo a la pared. Finalmente, empujando los cinco a la vez con todas sus fuerzas, consiguieron moverlo.
—¡Vaya jaleo que estamos armando al arrastrar el arcón! —comentó Dick—. Esperemos que no lo oigan.
Tim se empeñó en ayudar. Apoyó las patas contra el mueble como si en efecto empujase. Dick lo detuvo.
—Tim, será mejor que te sientes junto a la puerta y nos avises si viene alguien.
Tim obedeció y se acomodó junto a la puerta, con la cabeza inclinada, escuchando, mientras los demás movían el arcón. Por fin lograron colocarlo en la posición deseada. Luego intentaron colocar la mesa encima. Julián se subió al arcón para hacerlo. Era muy pesada y no podían alzarla, por lo que Wifredo subió también al arcón a fin de ayudar a Julián. Por último, quedó colocada. Julián trepó a ella y comprobó que podía alcanzar fácilmente la puerta que conducía al pozo.
—¡Estupendo! —dijo.
Dio un empujoncito a la puerta, pero ésta no se movió. Empujó más fuerte.
—¿Qué ocurre? —preguntó Dick, subiendo junto a Julián—. Debería abrirse. Ya no tiene cerrojo, se cayó al pozo. Me imagino que todavía quedará algo de herrumbre. Empujemos los dos a la vez.
Los demás les observaban ansiosamente. Los chicos empujaron la puerta hasta que ésta dio un chirrido y se abrió por completo. ¡La cuerda estaba allí, delante de ellos, a sólo unos centímetros!
—¡Ya está! —dijo Dick a las niñas—. Os ayudaremos a llegar hasta aquí. Luego ya nos las arreglaremos para subir hasta la boca del pozo.
Pronto las niñas estuvieron de pie encima de la mesa y los chicos comenzaron a discutir lo que podían hacer.
—Tú sube por la cuerda, Julián —dijo Dick—. Puedes encaramarte hasta arriba y asegurarte de que no hay nadie por los alrededores. Luego, que suba Wifredo. ¿Crees que podrás?
—¡Claro que sí! —contestó éste—. Y puedo ayudar a Julián a subir a las chicas.
—De acuerdo. Yo me quedaré con ellas y las ayudaré a alcanzar la cuerda. Primero que suba Ana. Cuando llegue arriba, tiráis de la cuerda. Luego puede subir Jorge. Yo lo haré en último lugar y cerraré la puerta.
—Y cuando los hombres vuelvan no sabrán cómo hemos podido salir de la cámara del tesoro —rió Ana—. ¡Qué sorpresa se llevarán!
—Cuando estéis todos arriba, subiré yo y cerraré la puerta —repitió Dick—. ¿Preparado, Julián? Te alumbraré con mi linterna.
Julián asintió. Se deslizó por la pequeña puerta, cogió la cuerda y se colgó de ella durante unos instantes. Luego comenzó a ascender lentamente, mano sobre mano, hasta llegar a la boca del pozo, casi sin aliento, pero contento de encontrarse de nuevo al aire libre, bajo la luz de la luna. El cielo estaba casi tan claro como si fuese de día.
Se inclinó sobre el brocal del pozo y gritó a los demás:
—Ya estoy arriba. Todo va bien. Hay luna llena y no se ve a nadie por aquí.
—Ahora tú, Wifredo —dijo Dick—. ¿Alcanzas la cuerda? Por lo que más quieras, no vayas a caerte al agua. Te alumbraré.
—No te preocupes por mí. Esto es como subir la cuerda del gimnasio de la escuela —dijo Wifredo.
Rápidamente se deslizó por la puertecilla, se colgó de la cuerda y comenzó a trepar con la agilidad de un mono.
La voz de Julián llegó de nuevo abajo, sonando de un modo extraño a causa del eco.
—Wifredo está arriba. Que suba ahora Ana. Nosotros tiraremos de la cuerda. No necesita trepar. No tiene más que colgarse.
La niña asomó la cabeza por la abertura del pozo.
—¿Puedes hacer que la cuerda se acerque más hacia mí? No la alcanzo y está demasiado lejos para saltar.
—Espera, ve con cuidado. Que te ayude Dick —gritó Julián, alarmado.
Pero la puertecilla del pozo era demasiado estrecha para que Dick pudiese auxiliarla.
—No saltes hasta que tengas bien cogida la cuerda, Ana —dijo con ansiedad—. ¿No puede acercártela Julián? ¿La ves bien? Está muy oscuro y mi linterna no da demasiada luz.
—Sí, ya la veo —respondió Ana—. Me ha rozado las piernas, pero se me ha escapado. Ahí viene otra vez. Ya la tengo. La agarraré bien fuerte y saltaré. Ahí voy.
Se inclinó hacia el pozo bien agarrada a la cuerda y saltó con miedo. El agua del pozo parecía querer tragársela.
—Súbeme, Julián —gritó. Y se asió fuertemente a la cuerda, mientras los chicos tiraban de ella. Pronto se encontró a salvo.
Dick la vio subir aliviado. Ahora le tocaba a Jorge. Miró a su alrededor y buscó a Jorge y a Tim, enfocando su linterna hacia todos los rincones de la habitación. No los vio… Los llamó en voz baja.
Un suave gemido llegó hasta sus oídos.
—Jorge, ¿dónde estás? —preguntó Dick—. Haz el favor de salir de tu escondite. Esos hombres pueden volver en cualquier momento. No hagas el tonto.
Una cabeza rizada apareció detrás de uno de los cofres y a los oídos de Dick llegó la enfurruñada voz de Jorge.
—Sabes perfectamente que Tim no puede subir por la cuerda. Se caería y se ahogaría. No se os ha ocurrido pensar en él. No tenéis corazón. Yo me quedo con él, ya puedes subir.
—¡Ni hablar! —repuso Dick—. Me quedaré contigo. Supongo que no servirá de nada decirte que me dejes quedar con Tim mientras tú subes por el pozo.
—No. Es mi perro y me quedaré con él —contestó Jorge—. Él nunca me abandonaría, estoy segura.
Dick conocía perfectamente a Jorge y sabía que cuando se ponía tozuda no era posible hacerle cambiar de idea.
—De acuerdo, Jorge. Me imagino que yo haría lo mismo si Tim fuese mi perro —dijo—. Me quedaré contigo.
—No —protestó Jorge—. Estamos muy bien los dos solos.
Dick corrió hacia la mesa y se encaramó hasta la puertecilla que daba al pozo. Se metió por ella y asomó la cabeza.
—Julián —gritó—. Jorge no quiere marcharse de aquí porque Tim no puede subir por la cuerda. Me quedo con ella.
Acababa de decir estas palabras cuando oyó que alguien descorría el cerrojo de la puerta. Tim gruñó con tanta fiereza que Dick se llevó un susto tremendo. Si Tim saltaba sobre uno de aquellos hombres y éste iba armado…
Jorge oyó el ruido de la llave al girar en la cerradura y rápidamente se escondió tras unas cajas junto a Tim.
—¡Atácalo rápido, Tim, antes de que pueda hacerte nada!
—¡Guau! —asintió Tim, comprendiendo perfectamente. Se quedó firme junto a Jorge, mostrando los dientes y gruñendo. La puerta se abrió y entró un hombre con un farol.
—Os he traído una luz… —empezó a decir.
Tim se arrojó sobre él. ¡Tras! La linterna cayó al suelo. El hombre cayó también, gritando de miedo al ver al perro saltar sobre él, tan cerca que podía sentir su aliento sobre el rostro. La cabeza del hombre chocó contra el ángulo de un arcón y en el acto cesaron sus gritos.
—Creo que está sin sentido —dijo Dick, iluminándolo con cuidado con su linterna.
Sí, allí estaba el hombre, con los ojos cerrados, inconsciente. Jorge esperaba junto a la puerta abierta, con Tim a su lado.
—Dick, iré con Tim por el pasadizo secreto hasta el acantilado. Con él no me pasará nada.
—Tengo que decírselo a Julián —replicó Dick—. Sigue en la boca del pozo esperándonos. Ve todo lo rápida que puedas. Pero ten mucho cuidado. Tim te guiará.
Jorge desapareció a toda velocidad, pero sin hacer ruido. Estaba nerviosa, aunque no tenía miedo.
«Es igual que un chico —pensó Dick—. Nunca tiene miedo. Bueno, será mejor que le diga a Julián que Jorge y Tim han ido por el pasadizo secreto. El hombre sigue sin conocimiento, gracias a Dios».
Pronto estuvo encaramado a la mesa, mirando a través de la puertecilla. Podía ver la luz de la linterna de Julián, arriba de todo, encendiéndose y apagándose, haciendo señales. Dick le llamó.
—¡Julián!
—Ah, ¿estás ahí? —dijo Julián, aliviado—. ¿Qué ha pasado?
—Ahora mismo te lo cuento, espera un poco —dijo Dick—. Echa más cuerda.
Pronto estuvo asido a la cuerda y estaba a punto de subir por ella cuando oyó un ruido. Miró hacia la habitación que estaba a oscuras. Alguien había entrado corriendo.
—¿Qué ha pasado? ¿Por qué no…? —la voz se detuvo al enfocar la linterna la cara del hombre tendido en el suelo, inconsciente. El recién llegado soltó una imprecación y se arrodilló junto a caído.
Dick pensó para sus adentros. «¿Por qué no darle un buen susto?». Se sentó de nuevo en el escalón que formaba la puerta, asió la mesa y le dio un fuerte empujón, haciéndola caer. Se sujetó de nuevo a la cuerda y pudo ver cómo la mesa caía justo sobre el hombre de la linterna, el cual se puso a gritar, aterrorizado. Julián y Wifredo tiraron de la cuerda y Dick fue subiendo cómodamente, mientras se reía a carcajadas.
«¡Qué susto se habrá llevado! —pensó Dick—. Jorge y Tim desaparecen y el resto de nosotros nos desvanecemos misteriosamente. Tira, Julián, tira, tengo muchas cosas que contarte».
Tan pronto como puso un pie en la superficie contó a los otros lo ocurrido. Todos rieron encantados.
—Jorge sabe el camino del pasadizo perfectamente, y si ella no se acuerda, Tim la guiará —dijo Julián—. Será mejor que vayamos a buscarla a las rocas. La encontraremos con facilidad con la luna que hace.
Y todos se fueron a través del bosque hasta el acantilado, riéndose al pensar en lo asombradísimos que estarían los dos hombres.