CAPÍTULO TREINTA Y UNO

No sentí el dolor de inmediato, solo una fuerte presión sobre la columna.

Desperté en la oscuridad total, mientras Nico me llamaba y los hombres me aferraban. Hubo un único momento de dicha en el que mi cerebro estuvo aturdido y no pudo conectar lo que yo veía y olía y sentía con la realidad de lo que acababa de ocurrir. Todo estaba filtrado por la oscuridad.

—¡No! Primero debo encontrarla…

—¡Liam, muévete! —bramó Cole—. ¡Ve con los otros!

—Están aquí. —Oí decir a Vida—. Ayúdame con este…

Alguien levantó el peso que me obligaba a permanecer sobre Nico y el aire polvoriento inundó mis pulmones. Tosí y tenté el suelo con una mano hasta encontrar lo que en un principio parecía ser una barra luminosa. No lo era. Era el dedo de una persona, y ya no estaba adherido a su cuerpo.

Alguien me levantó y me mantuvo en pie hasta que mis rodillas se solidificaron debajo de mí.

—Todos… —comencé a decir.

—Armas antibúnker —dijo Vida—. Debemos marcharnos.

—Jude…

—Estoy aquí —dijo él—. No puedo verte, pero estoy aquí…

—Estamos todos aquí, estamos bien —interrumpió Chubs—. Dinos adónde ir.

—Abajo… —tosí, deshaciéndome de la gruesa capa de polvo que me cubría la lengua y la garganta.

Ahora que mis ojos se adaptaban a la oscuridad, comprendí que el opaco resplandor naranja que había a nuestro alrededor no provenía de las barras luminosas de los agentes sino del fuego provocado por las explosiones. Todo lo demás cayó sobre mí con la fuerza de una bala en la cabeza: había cables colgando del techo parcialmente derrumbado, y trozos del propio techo. Y el ruido del trueno distante; todavía estaba ahí, ahora más fuerte, explosiones detonadas a intervalos regulares.

«Están bombardeando la ciudad». No importaba quiénes eran, no en ese momento. Me limpié el líquido tibio que me caía por la mandíbula y eché un vistazo para asegurarme de que Nico estaba bien. Él y Jude estaban el uno en brazos del otro.

Abandoné el lugar rápidamente, contando a los chicos sobre la marcha. Chubs estaba de pie, observando las sombras oscuras de los chicos y los agentes que se movían a trompicones hacia la salida oeste del dormitorio. Liam intentaba volver con nosotros empujando a Cole, quien trataba de obligarlo a ponerse en la fila, detrás de los demás. Y Vida; ella miraba los cuerpos inmóviles esparcidos por el suelo, algunos semienterrados en los sitios donde el techo había cedido. Toda la habitación olía a carne quemada y a humo. Las zapatillas y las botas estaban diseminadas, lejos de sus pies, sangrientas e inmóviles.

—No podemos dejarlos —gritó Jude, e intentó ir hasta donde estaba Sarah, una de las chicas Azules. Ella lo miraba fijamente, con el pecho aplastado por la estructura que le había caído encima—. Debemos… No está bien. ¡No podemos dejarlos aquí! ¡Por favor!

—Es necesario —dije—. Vamos.

Desde mi entrada en la Liga habíamos ensayado un total de dos evacuaciones, en las cuales habíamos usado diferentes salidas para abandonar el Cuartel General. Una de ellas era a través del ascensor y el túnel, el camino por el que normalmente se entraba al lugar. La otra era una enorme escalera que subía girando hasta la superficie, cerca de la fábrica cuya finalidad era servirnos de protección. Ahora ninguna de las dos era una opción. Podía saberlo con solo mirar el rostro de Cole.

—Venga, venga, venga —nos decía, dando un empujón hacia la puerta a cada chico y agente—. Abajo, al nivel tres; saldremos por donde entrasteis vosotros. ¡Seguid al agente Kalb!

Hice el intento de contar las cabezas que iban pasando, pero estaba demasiado oscuro y el humo era demasiado espeso. La estructura íntegra se sacudió, arrojándome hacia delante, donde estaba Liam, quien nos esperaba en la entrada.

—¿Estás bien? —preguntó soltando el aire—. Cole me cogió, no quería ir…

Cole lo agarró del cuello de la camisa y lo arrojó hacia el corredor, delante de nosotros. Era obvio que habían apuntado al centro del edificio. Avanzamos en fila detrás de él, a trompicones, intentando caminar entre el hormigón, los escombros en llamas y las tuberías reventadas que silbaban y escupían. Con todo, por algún milagro, el corredor no había resultado tan dañado como el atrio.

La escalera que bajaba al nivel dos estaba obstruida con más humo y vapor. Mi camisa estaba empapada en sudor. Comencé a quitarme la chaqueta y la palpé en busca de la memoria, que no estaba ahí.

«Cate —pensé—. ¿Dónde está Cate? ¿Qué pasa con Cate?».

El siguiente impacto me arrojó hacia delante, hacia la espalda de Liam. Uno de los chicos que iba al frente gritó, pero lo único que pude oír fue a Jude, detrás de mí, murmurando: «Oh, Dios, oh, Dios mío», una y otra vez. No sé qué se imaginaba, pero si era algo parecido a la imagen que yo tenía de quedar aplastada bajo diez toneladas de hormigón y polvo, me sorprendía el simple hecho de que pudiera moverse, mucho más que pudiera continuar avanzando.

Cuando bajamos al segundo nivel, obstruido por algún problema que no conseguíamos ver, la fila comenzó a progresar con más lentitud. Me escurrí, pasando junto a Liam, y cogí el brazo de Chubs para llamar su atención.

—¿Qué hay de la gente que está en la enfermería?

—Si no pueden ponerse de pie y andar, nosotros no lo haremos por ellos —dijo Cole con un tono irrevocable.

—Y ¿qué hay de Clancy? —pregunté, aunque una parte de mí ya conocía la respuesta—. ¿Lo habéis dejado marcharse?

—No hubo tiempo para despejar la planta —contestó Cole.

Miré por encima del hombro, deseando poder ver el rostro de Liam en la oscuridad. En lugar de ello, lo sentí, sentí sus manos sobre mi cintura, que me empujaban suavemente hacia delante. Entonces su tono de voz llegó a mi oído diciendo:

—¿Qué haría él si fueras tú? ¿O yo?

Eso no me facilitaba en lo más mínimo tragar la bilis que se me acumulaba en la garganta. Una cosa era traer una persona como prisionera, y otra muy diferente sentenciarla a lo que era una muerte muy probable.

—¿Estás de coña? —gruñó Vida, mientras ella y Chubs sujetaban a un Nico presa del pánico y lo hacían avanzar.

Podía ver el rostro pálido de Jude detrás de ellos, mirándolo todo con horror.

—Yo iré a traerlo —dijo Nico—. ¡Yo puedo traerlo!

—¡No! —gritó Jude—. ¡Debemos permanecer juntos!

El temblor provocado por la siguiente explosión nos hizo caer a todos de rodillas. Me golpeé la cabeza contra la pared, y ante mis ojos estallaron cientos de puntos de luz. Me levanté, y ya estábamos todos corriendo escaleras abajo, por el corredor a oscuras, bajando de un salto al bloque de interrogatorios. A mi derecha había partes en que la pared se había desmoronado.

—Quedaos justo detrás de mí —dijo Cole, echándonos un vistazo por encima del hombro—. Vamos, debemos ir al frente.

Él consiguió abrirse paso a través de la fila, pero al llegar a la puerta del túnel todos estaban apiñados. Yo solo podía imaginar cuál habría sido la reacción del resto si nosotros seis hubiéramos intentado adelantarnos hacia el frente de la fila, siguiéndolo.

Por fin estuvimos lo bastante cerca como para ver cuál era el problema. Del otro lado de la puerta, cada chico y cada agente debían trepar con cuidado por las tuberías y el hormigón que las sacudidas habían soltado del techo del túnel.

La sangre me latía intensamente en la cabeza, pero sentía las extremidades huecas por el pánico, mientras esperábamos y esperábamos y esperábamos a que llegara nuestro turno. Liam se balanceaba de puntillas, como si se preparara para lanzarse hacia delante en cualquier momento.

Cuando estuvimos en la entrada, me detuve y di un paso a un lado para dejar que los demás pasaran delante de mí, pero Liam no iba a permitirlo. Casi me levantó sobre los escombros y después trepó él, y su cuerpo era un muro que me impedía regresar.

Oí a Vida maldecir detrás de mí y oí los esforzados gruñidos de Chubs. Con tantos cuerpos apiñados en su interior, el túnel estaba cálido y húmedo. Las explosiones de la superficie habían provocado el derrumbe de secciones del túnel, haciendo que nuestro progreso fuera lento otra vez y convirtiendo lo que había sido un simple sendero en una carrera de obstáculos.

Sentí las atronadoras vibraciones antes de que el ruido de los choques llegara realmente a mis oídos. Fue una sucesión de cuatro estallidos graves, cada uno más intenso y peor que el anterior. Vida nos gritó algo que no pude oír a causa de la violenta onda de ruido que siguió. Mi estómago, mi corazón, todos mis órganos parecieron caer, como si el túnel hubiera cedido debajo de mí. Los segundos pasaban a la mitad de su velocidad, dándome el tiempo suficiente para alejarme de la explosión que destrozó la puerta por la que acabábamos de pasar.

Nos arrojamos al suelo en el momento en que llegó una ola de polvo gris y trozos de hormigón volando desde la entrada. El túnel se sacudió con tanta fuerza que yo estaba convencida de que se hundiría. Ahora los chicos, los agentes, todos gritaban, pero oí la voz de Cole amplificada por encima de las de los demás:

—¡Avanzad, avanzad, avanzad!

Pero yo no pude. Solo pude ponerme de rodillas, arrastrarme utilizando la pared como apoyo. Pude oír a Vida y a Chubs que hablaban, quejándose de la oscuridad, de que no podían verse entre sí.

—Ese fue el Cuartel General —susurré—. ¿Se ha derrumbado?

—Eso creo —dijo Liam.

—Ahora, la parte posterior del túnel está completamente bloqueada —dijo Chubs en voz alta, tosiendo.

Los chicos que iban delante de nosotros transmitieron la noticia hacia el frente de la fila. Oímos las reacciones conmocionadas y llenas de lágrimas que llegaban desde la retaguardia de la multitud allí apelotonada.

Esos agentes…, esos chicos…, esos cuerpos que habíamos dejado atrás, cuyas familias nunca sabrían lo que les había sucedido, que no tuvieron la oportunidad de escapar, quienes aún podrían estar aferrándose a la vida cuando…

El sollozo se me atragantó y no pude toser. No lloraba, pero mi cuerpo se estremecía con violencia, con intensidad suficiente como para que Liam me rodeara con sus brazos por detrás. Sentí su corazón en mi espalda, palpitando a toda velocidad, su rostro hundido en mi cuello.

Él era sólido y estaba aquí; todos nosotros, vivos. «Vivos, vivos, vivos». Lo habíamos conseguido. Pero, así y todo, no podía dejar de ver cómo debía de haberse hundido el techo, la lluvia de vidrios, el suelo que de repente ya no estaba ahí, la oscuridad inundándolo todo.

«Concéntrate —me ordené—. Aún hay chicos detrás de ti. Todavía no has salido de todo esto. Liam, Chubs, Vida y Jude. Liam, Chubs, Vida y Jude».

—Respira, respira —dijo Liam, y le temblaba la voz.

La regularidad de su respiración, el subir y bajar de su pecho junto a mí, resultó lo bastante fortificante como para que mis manos se relajaran. Posó los labios sobre mi frente, más por alivio que por otra cosa, pensé.

—Estamos bien —dijo—. Sigue avanzando.

Mi mente captó las palabras y las llevó adelante en la oscuridad. «Sigue avanzando». Cuanto más caminábamos, más difícil era distinguir entre mi miedo, mi rabia y mi culpa. Eran una masa hinchada en mi pecho, una ampolla que crecía. Alguien delante de nosotros reía o sollozaba; el sonido era tan desquiciado que no conseguí distinguirlo.

Mi mayor temor, el que mantenía a mi corazón firmemente situado en la base de mi garganta y hacía que se me aflojaran las rodillas al avanzar, avanzar, avanzar, mientras el hormigón me aferraba los hombros, era saber que, en cualquier momento, todo podía desplomarse sobre nuestras cabezas.

«Respira».

Debió de ser reconfortante sentir que Liam estaba justo detrás de mí. Finalmente llegamos a una sección del túnel que estaba indemne y pudimos caminar erguidos. Caminar así parecía una señal de que casi habíamos llegado. Pero aún estaba tan imposiblemente oscuro. No importaba cuántas veces intentara mirar atrás, no podía ver nada más allá del rostro de Liam.

«Sigue avanzando…». Cabeza gacha, brazos extendidos, solo avanzar, avanzar, avanzar lo más rápido que me permitían mis pies. Perdí la noción del tiempo. Habían pasado cinco minutos, quizá diez. Quince. El olor a moho dio paso a un hedor muy rancio al estrecharse otra vez los desagües. Mantuve las manos extendidas a cada lado y dejé que se deslizaran por el hormigón húmedo y resbaladizo. Liam soltó un gruñido sordo al golpearse la cabeza contra el techo que descendía, y, un instante después, tuve que inclinar la cabeza.

El agua estancada estaba atestada de podredumbre y moho, y apestaba. Oí que alguien comenzaba a tener arcadas y fue como siempre: cuando una persona comenzaba, también los estómagos de los demás se revolvían.

Me llevé las manos a la cara, intentando apartar el pelo que me caía en mechones sobre las mejillas y el cuello. Me pilló desprevenida: el aire pesado y pegajoso pareció desaparecer, los túneles se estrecharon y no podía ver absolutamente nada.

«No moriremos aquí abajo». No desapareceremos sin más.

Intenté concentrarme en el roce rítmico y lento de mi piel contra el hormigón y en la impresión de que el agua parecía alejarse del techo. ¿Cómo era posible que el túnel pareciera tan diferente al salir por él que al entrar? Sentí que se ensanchaba de nuevo; podían ser mis ojos, adaptándose a la oscuridad, pero habría jurado que estaba menos oscuro.

No lo imaginaba. Al principio el cambio fue gradual, un atisbo de un resplandor, pero ahora había luz suficiente como para poder ver el sorprendido rostro de Liam, quien se había vuelto para mirarme. El túnel se llenó de expresiones de alivio. Me puse de puntillas en un intento de ver por encima de las cabezas que tenía delante. Desde el fondo del túnel nos observaba un puntito de luz del tamaño de la cabeza de un alfiler, que se hacía un poco más grande con cada paso que dábamos. Una repentina oleada de energía me inundó subiendo por mis piernas, haciendo que se movieran más rápido, más y más rápido, hasta que pude ver la escalera, las siluetas que salían de la incapacitante oscuridad hacia la luz.

Durante mucho rato no hubo nada más que humo; suspendido a nuestro alrededor como una cortina marrón grisácea calentada por el sol del atardecer.

El polvo levantado por las explosiones aún no se había asentado. Salía flotando por la puerta abierta; un fino hormigón pulverizado que formaba remolinos a nuestro paso. A mí me temblaron los brazos durante toda la ascensión por la escalera. Cole nos esperaba a la entrada del túnel, me cogió de un brazo y me sacó levantándome antes de volverse para agarrar a Liam.

—¡Maldición, niño, eres tonto! —gritó, zarandeándolo. Su tono de voz era ronco y parecía ahogarse con cada palabra—. ¡Me has dado un susto de muerte! Si te digo que te quedes detrás de mí, significa que te quedes detrás. ¿Por qué no avanzaste cuando te dije que lo hicieras? ¿Por qué no puedes prestarme atención?

Lo envolvió en un abrazo, y Liam, con todo su alivio y agotamiento, lo dejó hacer. No entendí lo que se decían entre sí, de pie ante la puerta, pero la interrupción de Vida con su «¡algunos todavía estamos intentando salir, imbéciles!», hizo pedazos el momento.

Otro agente nos guio por el terraplén del río Los Ángeles, hasta el sitio donde los demás se apiñaban debajo del puente. Me quité la camisa por encima de la nariz y la boca, evitando aspirar, pero la sensación del polvo de hormigón ya estaba en mi garganta. Había tragado mi veneno diario, dejando que se mezclara con el humo y la bilis.

La visión de Los Ángeles y del distrito de grandes naves comerciales fue demasiado para nosotros. Nadie estaba dispuesto a girarse y enfrentar la ruina que se veía a lo lejos. Todos sabíamos que la ciudad había sufrido un ataque, pero ver los rascacielos ardiendo realmente contra el horizonte, mirar el humo negro elevarse hacia el cielo azul claro producía náuseas.

Liam y yo nos sentamos a escasa distancia de los otros chicos, que lloraban y se abrazaban entre sí. Para mí era suficiente que él estuviese junto a mí, con su hombro apoyado en el mío. Observé a los demás, las lágrimas que bajaban por sus rostros, y deseé poder echarme a llorar yo también; deshacerme del nudo de terror que aún se agitaba y se retorcía dentro de mí.

Pero aquí fuera el agotamiento me había aturdido. La visión de los objetos cotidianos diseminados en las cercanías del río tranquilizó el torbellino de pensamientos que tenía en la cabeza. Varios centímetros de polvo cubrían los coches, pero en el suelo superaba los treinta centímetros. Cedía bajo nuestro peso como la arena de un arenero. Estábamos a kilómetros del centro, pero encontramos papeles, una silla de oficina, gafas de sol, maletines y zapatos que habían sido desechados o provenían de los edificios derrumbados cercanos. El ataque aéreo había convertido el One Wilshire, el viejo rascacielos que albergaba a la Coalición Federal, en un cascarón negro y ardiente. Lo había visto, solo por un instante, eructando remolinos de humo, oscureciendo las manzanas de toda la ciudad.

Y todo lo que Liam podía decir, una y otra vez, era: «Maldición».

Aspiré una bocanada de aire profunda y fortificante. Vi a Jude por el rabillo del ojo, de pie debajo del puente, con los ojos cerrados, el rostro vuelto hacia el rayo de sol que se abría paso a través del humo. No conseguí levantarme, pero fingí que yo también estaba ahí. Incliné la cabeza hacia atrás y dejé que el calor secara los mechones húmedos y pegajosos de mi pelo. Dejé que eliminara el sabor del miedo de mi lengua. Fingí que estábamos en otro lugar, lejos de ahí.

Liam se puso de pie al ver que Chubs y Vida se dirigían hacia nosotros, con la piel oscura cubierta de polvo plateado. Pasó un brazo por encima de los hombros de su amigo y lo guio hacia donde yo los esperaba.

—Hemos oído a Cole hablar con algunos de los otros agentes que salieron del túnel primero. Dicen que todos los automóviles y todos los teléfonos que han encontrado están inoperativos. Cole cree que fue debido a un pulso electromagnético de alguna clase. Nosotros no nos hemos dado cuenta porque estábamos a mucha profundidad.

Esa era una de las razones por las que Alban había insistido en construir el Cuartel General a tanta profundidad, para protegerlo de cosas de ese tipo. Si Cole tenía razón y habían lanzado un pulso electromagnético, todo estaba ocurriendo tal como había dicho Alban que sucedería. La detonación había desactivado el suministro eléctrico al Cuartel General, pero el generador de emergencia había funcionado, por lo menos durante cierto tiempo.

No podía creer que Gray —o quienquiera que estuviera al mando— hubiera llegado tan lejos, hubiera frito cada vehículo, ordenador y televisor, para asegurarse de que Alban quedara indefenso. Desamparado.

—Podemos ponernos en contacto con Cate —dijo Vida.

—Ella está bien —le dije, con la esperanza de que no sonara tan desesperanzado como me sentía yo.

«La memoria. Cate todavía tiene la memoria flash». Y si algo le había sucedido a Cate, entonces…

—¿La ciudad…?

—Rebosante de soldados, aparentemente —dijo Chubs—. Nada bueno.

—Una invasión total —dijo Vida, dejándose caer a mi lado.

Señaló hacia donde estaba Nico, junto a la puerta que conducía al túnel. Miraba fijamente hacia abajo, como si esperara que saliera la última persona.

Me froté la cara con las manos, intentando eliminar la imagen de Clancy Gray atrapado en la oscuridad. «Ese es su lugar», dijo la voz salvaje dentro de mi mente. En primer lugar, él fue el único motivo por el cual habíamos venido; nos había mentido y arriesgado nuestras vidas, y ¿para qué? ¿Para que él pudiera resolver algún problemita demencial con mami?

Yo no quería pensar en los muertos, así que me centré en los vivos. Me concentré en las personas que me rodeaban, la rara amabilidad que había mostrado la vida permitiéndonos salir justo antes de que toda la estructura se derrumbara. Todavía no me parecía real, pero estos chicos sí lo eran. Liam, con la cabeza inclinada hacia su mejor amigo, susurraba:

—Nos quedaremos con ellos hasta que encontremos una forma de salir de la ciudad.

Chubs asentía, y era obvio que se esforzaba por no llorar. Vida, tumbada de espaldas, tenía las manos sobre el vientre y sentía cómo subía y bajaba con cada respiración profunda.

Y Jude…

Me volví a la derecha, recorriendo con la vista los círculos de chicos. Y… ahí estaba. La cabeza oscura y rizada que yo buscaba se alejaba, conversando animadamente con otro chico. ¿Dónde diablos creía que iba? Inclinó la cabeza hacia nosotros y…

«No era Jude».

¿Por qué he pensado eso? Este chico no se le parecía en nada… Era uno de los Verdes, bastante más bajo que él. ¿Por qué he pensado que Era él? Había echado un rápido vistazo a su cabello y era como si mi mente hubiera confiado totalmente en mi memoria.

¿Por qué habría pensado yo eso?

Cada músculo de mi cuerpo, cada articulación, cada ligamento se puso rígido, como si fuera de piedra. Estaba temblando otra vez por el intento de moverme, de girarme una última vez. Intenté llamarlo, pero solo me brotó un grito ahogado. Me llevé una mano a la base de la garganta y apreté para desalojar la pesadilla que seguramente acababa de tragarme.

—¿Ruby? —dijo Chubs—. ¿Qué sucede?

—¿Qué? —preguntó Liam, volviéndose hacia mí—. ¿Qué pasa?

—¿Dónde…? —comencé a decir—. ¿Dónde está Jude?

Los chicos se miraron, después se volvieron para examinar a los demás.

—¡Jude! —gritó Vida mientras miraba alrededor—. ¡Judith! ¡Esto no tiene gracia!

No vi su rostro entre los chicos que estaban sentados a nuestro alrededor, y ahora los agentes se estaban asegurando de que nadie abandonara la protección del puente. Las caras empezaron a girarse hacia nosotros, incluida la de Cole.

—¿Jude salió, verdad? —pregunté aterrorizada—. Estaba con vosotros, en la retaguardia, ¿no?

«Oh, Dios mío».

Las cejas de Vida se juntaron bruscamente. Un pensamiento oscuro se agitó en su rostro.

—¡Vida! —la cogí de la sudadera—. ¿Cuándo fue la última vez que hablaste con él? ¿Cuándo fue la última vez que lo viste?

—¡No lo sé! —gritó, rechazándome con un empujón—. No lo sé, ¿vale? Estaba tan oscuro…

Empujé a Vida a un lado y eché a correr para meterme en la boca del túnel que se abría en la parte superior del terraplén. Nico levantó los ojos para mirarme y por fin comprendí que él estaba a esperando a Jude, no a Clancy.

—Ruby… —comenzó a decir—. ¿Dónde está?

—Detente —dijo Cole, y me cogió del brazo.

Luché contra él, forcejeando para liberarme. Jude estaba ahí dentro. Estaba ahí debajo. Y el último lugar donde dejaría a Jude solo era la oscuridad.

—Estabais en la retaguardia, ¿no es así? —continuó—. Ya he enviado a uno de los agentes para que se cerciorara de que no hubiéramos dejado a nadie detrás. Dicen que debió de ceder toda la estructura…

—¡Cállate! —gritó Liam, y me alejó de Cole—. Iremos Chubs y yo, ¿vale? Estoy seguro de que solo se ha separado del grupo.

—De ninguna manera te permitiré volver ahí —dijo Cole—. Te meteré una hostia como vuelvas a dar un paso en esa dirección.

Liam lo ignoró.

—Puede haberse torcido un tobillo o haberse resbalado y golpeado la cabeza —añadió Chubs, pero parecía tener náuseas—. Tal vez solo está atrapado en los escombros…

—¡No! —gruñí—. Es mi…

—Ruby, ya lo sé, ¿vale? —dijo Liam—. Pero tú y Cole y los demás debéis averiguar cómo sacarnos de aquí, y rápido. Deja que al menos hagamos esto por ti.

—Es mi responsabilidad —dije—. Yo soy la Líder.

—Tú no eres mi líder —replicó él en voz baja—. ¿Lo recuerdas? Será más rápido si vamos Chubs y yo. Regresaremos antes de que te des cuenta de que nos hemos marchado. Tú y los demás debéis averiguar cómo sacarnos de aquí.

Negué con la cabeza.

—Ruby, déjalos ir —dijo Vida, tomándome del brazo—. Vamos.

Cole soltó un gruñido brusco y arrojó una barra luminosa al pecho de su hermano.

—Disponéis de una hora. Después nos marcharemos sin vosotros.

Liam miró a Chubs e inclinó la cabeza hacia la puerta, que esperaba.