CAPÍTULO VEINTISIETE

El primero que fue capaz de hablar, pese a su debilidad, fue Jude. Miré cómo levantaba la mano y colocaba la brújula sobre su pecho.

—¿De qué hablas?

Coloqué el cañón de la pistola aún más cerca del rostro de Clancy.

—Respóndele.

En ese momento fue tan obvio para mí como lo era para Clancy que él jamás había estado en una situación como esta, de la cual no podía escurrirse ni, mucho menos, controlar. La renuencia y la frustración grabaron un feo gesto en su rostro.

—Tengo una fuente de información en la Liga que dice que ellos siguen con sus planes de volar a esos chicos por los aires. Si me matas, no tendrás la menor idea de cuándo ni cómo sucederá.

Negué con la cabeza, pero se me retorció el estómago.

—¿Quién es tu fuente de información? Por lo que sabemos, podrías haber sacado esos planes de una red de ordenadores.

Su sonrisa de suficiencia bastó para hacerme desear apretar el gatillo. Empezó a pronunciar el nombre a regañadientes, distorsionando las vocales:

—Nuestro común conocido, Nico.

—¡No! —gritó Jude—. ¡No! Ru, está mintiendo…

—Nico y yo nos conocemos de toda la vida —interrumpió Clancy, mirando hacia donde Liam se ponía de pie con esfuerzo, tosiendo.

—¿Alguna vez dices la verdad? —le pregunté—. Nunca tuviste acceso a Nico. Él estuvo en el programa de pruebas de Leda hasta que la Liga lo reclutó, y desde entonces no ha abandonado el Cuartel General.

Clancy me miró como si no pudiera creer que yo no hubiera comprendido antes todo eso.

—Ruby. Piensa. ¿Dónde estuvo Nico antes de eso? ¿O realmente no lo recuerdas?

—Lo que yo sí sé es que te arrancaré la piel de la cara a tiras —gruñó Vida desde el suelo, esforzándose visiblemente por ponerse de pie.

Lo miró con desagrado, disponiendo su rabia a su alrededor como una armadura.

—Esa es la actitud —murmuró Chubs, a la espera de que ella por fin aceptara su ayuda, algo que, por supuesto, no hizo.

—¿Qué? —dijo Jude, colocándose detrás de mí—. ¿De qué está hablando?

Me sentí mareada, tan débil que volví a sentarme.

—¿Nico estuvo en Thurmond? ¿Mientras tú estabas ahí?

—¡Ooooh, lo ha comprendido! ¡Por fin! —Clancy me dedicó un breve aplauso—. Éramos colegas de bisturí. A ellos les gustaba comparar nuestros cerebros… para estudiar chicos en los extremos opuestos del espectro cromático. Hasta nos llevaron el mismo día. De toda la vida.

Mi mente se apresuraba a pensar en un intento por descubrir cómo no lo había comprendido hasta ese momento, si Nico había dado alguna vez una pista al respecto. Pero yo no podía recordar si había estado en Thurmond alguna vez. ¿Había estado Cate?

—¿Dices que tu padre hizo que experimentaran contigo? —preguntó Liam con voz ronca, mientras se ponía detrás de mí.

Clancy tamborileó en la mesa con los dedos. No tenía pruebas. Su padre había consentido que lo hicieran con la condición de que los investigadores no le dejaran marcas.

—Después de salir del campamento me pregunté qué había sido de los demás; me imaginaba que debían de haber trasladado los experimentos a otra localización al comenzar a expandir el campamento para ingresar en él a jóvenes como nuestra amiga Ruby. Me tomó algún tiempo averiguar que se los habían llevado al laboratorio de Filadelfia de Leda Corporation.

Se me revolvió el estómago. Intenté decir algo, cualquier cosa, pero la imagen de Nico, el pequeño y asustado Nico, atado a una de las camas de la Enfermería fue demasiado para mí. No podía procesar nada más.

—Incluso antes de East River —dijo Clancy, entrelazando los dedos sobre la mesa, frente a él—. Comprendí que los únicos chicos que alguna vez entenderían lo que yo intentaba hacer eran los que habían estado ahí conmigo. Pensé que podían ser útiles. Pero cuando seguí su rastro hasta Leda Corporation, Nicolas era el único superviviente cuyo cerebro no había sido destruido por completo.

—Y todo lo que debías hacer era esperar a que la Liga lo sacara de ahí para ponerlo a tu disposición —dije, disgustada—. ¿Planeabas convencerlo de huir y reunirse contigo en East River antes de que el plan se desbaratara?

—Yo no esperé a nadie. ¿Quién crees que le pasó a la Liga la información sobre lo que estaban haciendo en aquel laboratorio? ¿Quién crees que les propuso una forma de sacar a los chicos de ahí? Tuve que ser paciente, desde luego, y esperar hasta que lo llevaran nuevamente a California antes de ponerme en contacto con él. Y no, el plan nunca incluyó llevarlo a East River, Ruby. Me era más útil ahí, recogiendo cada trozo de información que yo le pedía sobre la Liga.

—No —dijo Jude, pasándose las manos hacia atrás a través de su cabello—. No, él no…

—Todos tenéis una idea equivocada de él. Lo habéis subestimado. Nadie ha sospechado de él jamás, sin importar cuánto le hiciera indagar yo. —Los ojos de Clancy estaban sobre el arma, mientras seguía hablando—. Él es quien me ha dicho que la Liga seguirá adelante con la idea de atar las bombas a esos chicos. Por eso Nico pirateó el intercomunicador para mí. Para que pudiéramos reunirnos. Para que yo pudiera hacerle ese favor.

—Él te habló de la memoria —dije—. Ese es el auténtico motivo por el que has venido, ¿verdad?

Sus cejas se alzaron, sus labios se separaron un poco. El brillo ansioso apareció otra vez en sus ojos.

—¿La memoria? Y ¿qué puede haber en esa memoria? ¿Algo que sería de mi agrado?

—Tú…

La palabra se le ahogó en la garganta. Clancy nos miraba a todos, como si estuviera escogiendo qué mente invadir. Cuál le permitiría acceder más fácilmente a la verdad. Usé la pistola para obligarlo a volver su atención hacia mí.

—Dijo que buscabas a Stewart porque estaba en peligro. Mi único papel era traerte hasta aquí y contarte lo que había sucedido. Pero hay algo más.

—Habla —dije—, dímelo todo, y tal vez, tal vez, te deje vivir.

Clancy suspiró. Su renuencia socavaba su entusiasmo sobre el posible filón con el que había tropezado.

—Hace dos días, varios agentes se rebelaron, mataron a Alban y tomaron el control de la organización. Todos los que les hicieron frente acabaron encerrados o muertos.

Miró a Liam con una sonrisa en las comisuras de sus labios.

«Cole. Cate. Todos los instructores». Hasta el rostro curtido de Alban, su sonrisa amarillenta, pasó fugazmente por mi cabeza.

Cuando menguó la conmoción inicial, Liam comenzó a temblar. Puse una mano sobre su brazo para calmarlo. Pero debí haberme preocupado por Vida, quien lanzó un puñetazo hacia el rostro presuntuoso de Clancy. Chubs apenas alcanzó a cogerla por la cintura, y la fuerza que tuvo que hacer para volverla a su sitio los envió a él y a ella al suelo. Vida aullaba —realmente aullaba— mientras forcejeaba y lanzaba puntapiés para liberarse de los brazos fibrosos de Chubs.

Liam había recibido la noticia sobre su hermano sufriendo una conmoción, y Vida había sido devorada por su ira feroz. Pero Jude… estaba cayendo en la clase de pena evidenciada solo por lágrimas silenciosas.

—¿Cuál es su plan? —pregunté—. Los detalles.

—Los sacarán de LA mañana a las seis de la madrugada.

La conmoción me hizo retroceder un paso y el espacio entre nosotros se llenó de un terror palpable. Sentí que me lamía la piel dejando atrás una pátina de sudor helado. «Tan pronto». Intenté calcular mentalmente el viaje en coche, buscar horas extra en el día entero que necesitaríamos para llegar a tiempo.

—Los otros chicos no tienen idea de lo que está ocurriendo, según Nico. Parece que tu querida Cate solo tuvo tiempo de avisarle a él antes de que se la llevaran.

Y, de algún modo, de algún modo esa era la peor parte, lo más difícil de oír.

—¿Se la llevaran adónde? —preguntó Vida—. Dímelo, maldito cabrón o te arrancaré…

—¿Por qué mañana a las seis? —preguntó Chubs, luchando aún para mantener los brazos de Vida en su lugar.

—Porque es Navidad —dijo Clancy, como si fuera lo más obvio del mundo—. ¿El lamentable intento de mi padre de llevar a cabo una cumbre de paz? ¿Por qué no querrían robarle un poco de ese protagonismo? ¿Por qué no socavar todo lo que la Coalición Federal podría verse obligada a aceptar?

«No, no, no, no», supliqué, como si eso pudiera cambiar algo las circunstancias. Como si ese breve ruego pudiera destruir el pavor que reptaba por cada centímetro de mi cuerpo.

—Suerte con el regreso —dijo Clancy, y la malicia chorreaba de cada una de sus palabras—. ¿Sabes cuánto tiempo me tomó encontrar un avión y una fuente de combustible para llegar hasta aquí? Días. Casi una semana completa, y después un día más para encontrar un piloto. Aun si consiguieras cubrir la distancia en coche en seis horas, aun así, te faltaría atravesar sin que te cogieran las barricadas que mi padre y la Coalición Federal han levantado a cada lado del límite con California. Todo eso está bien, ¿eh? Saber que podrías haber salvado a esos chicos si hubieras dispuesto de unas pocas horas más.

Estaba tan segura de que mi odio hacia Clancy tendría un final natural, y que ese final llegaría algún día, un punto que podría alcanzar no cuando lo perdonara, sino cuando aceptara lo que había ocurrido y siguiera adelante. Pero no fue así; ahora me percataba de ello. El sentimiento era como el humo y cambiaba su olor y su forma según pasaban los meses y los años. Nunca me libraría de ese sentimiento. Solo crecería, crecería y crecería hasta que un día, finalmente, me sofocaría.

No les di a los demás la oportunidad de opinar. No quería que ninguno de ellos me convenciera de dejarlo, no cuando había otros veinte chicos en California a punto de ser enviados a la muerte y no teníamos tiempo. No había tiempo. Bajé la mirada hacia Jude, que estaba derrumbado contra la pared, con la brújula aferrada entre los dedos y una imagen tan perfecta del dolor en el rostro que tuve que esforzarme para no copiar el gesto.

En lugar de ello, permití que la ira fluyera otra vez por mi cuerpo. Le asesté un golpe con la pistola en la cara a Clancy y lo cogí del cuello de la camisa. «Este es el único modo», me dije y lo puse en pie. Sangraba por la nariz y tenía una expresión de incredulidad en el rostro.

—Vamos —mascullé—. Tú nos conseguirás las horas que necesitamos.

—¿Alguien advertirá que esto ha desaparecido?

Miré a Chubs por encima del hombro, mientras subíamos la escalera hacia el interior del pequeño avión a reacción que Clancy había alquilado.

Una parte de mí deseaba lanzar una carcajada —una auténtica carcajada— cuando Clancy por fin admitió que había un aeropuerto en la ciudad y que así había llegado a reunirse con nosotros. Por su aspecto, el aeropuerto había sido preparado exclusivamente para recibir aviones privados, aunque había un único avión de carga de gran tamaño rodando por una de las pistas de despegue. Cuando lo vi, sentí un pequeño estremecimiento de pánico, al pensar que nuestro medio de transporte estaba a punto de despegar sin nosotros.

Pero no, por supuesto que no. ¿Por qué viajaría Clancy como una persona común si podía manipular y obligar a cualquiera para que le diese lo que él deseaba?

El avión era absurdamente bonito. Ante la alfombra mullida y los enormes asientos de piel beis, lancé un pequeño suspiro. Cada lado del avión privado tenía hileras de ventanillas ovales y luces cálidas y acogedoras. El revestimiento de la pared trasera y los lados de la aeronave eran de ese material brillante y apariencia costosa que imita la madera. Por lo que pude ver, había un servicio de bebidas completamente provisto entre los dos lavabos de la parte trasera, más allá de los ocho inmensos asientos de piel afelpada.

—¿A quién le has robado esto? —pregunté mientras empujaba a Clancy dentro del avión clavándole la pistola debajo de los riñones.

—¿Acaso importa? —masculló él, dejándose caer en el asiento más cercano. Levantó las manos atadas, indicando con la cabeza la abrazadera plástica que Chubs había conseguido con tanto placer—. ¿Puedes cortarla ahora?

—¿Está en condiciones de pilotar? —le pregunté, señalando con el pulgar en dirección del piloto.

La mayoría de las personas apenas podía recordar su nombre cuando yo estaba dentro de sus cabezas, mucho menos operar una maquinaria delicada.

Clancy se cruzó de brazos.

—Cada vez que nos mira ve a seis adultos, cada uno de los cuales le ha pagado muy bien por ocuparse de todos los detalles del vuelo en un viaje de negocios.

Liam buscó mi mirada al entrar en el aparato detrás de los demás.

—¿Cuándo podremos deshacernos de él?

Era la primera vez que me hablaba desde que abandonamos el restaurante. Yo no había podido mirarlo a la cara hasta ahora, temerosa de la decepción que sabía que encontraría. Si se lo hubiera permitido, Liam habría discutido conmigo por ello, al igual que yo habría bregado para que él y Chubs se quedaran lejos del combate que se acercaba.

Pero creo que ambos sabíamos que eran batallas perdidas.

—¿En medio del vuelo? —preguntó Chubs con voz plena de esperanza—. ¿Sobre un desierto?

Vida ocupó el asiento situado a mi derecha antes que Liam.

—Todavía no lo arrojaremos, ¿verdad, Bu?

Vida sabía exactamente lo que yo estaba pensando. Esto era lo que la Liga nos había enseñado a hacer cuando localizábamos un activo valioso: se capturaba, se le extraía la información y después se intercambiaba por algo mejor. Sacudí la cabeza intentando no sonreír ante la alarma que cruzó fugazmente por sus ojos oscuros.

—No, no lo haremos.

La mirada que me dirigió Clancy en respuesta hizo que mi piel se tensara sobre mis huesos. Pero él ¿qué podía hacer? Nada que yo no pudiera hacerle a él de forma cinco veces peor.

Advertí que Chubs quería preguntar qué queríamos decir con eso exactamente, pero la voz del piloto nos interrumpió, diciéndonos que había acabado las comprobaciones finales y estaba listo para despegar.

No relajé la presión de mi mano sobre la pistola hasta que estuvimos en el aire, volando sobre los picos abruptos de las Rocosas. Pese a todas sus quejas acerca de cuánto más probable era que un avión de esta clase tuviera un accidente en comparación con un avión normal de pasajeros, Chubs se durmió en su asiento a los cinco minutos del despegue. Miré por encima de mi hombro y observé cómo se deslizaba lentamente hacia la derecha, hasta despertar con un sobresalto y enderezarse. Los demás habían reclinado sus asientos y descansaban acurrucados, cubiertos con las mantas que habíamos encontrado en uno de los compartimentos para el equipaje.

Clancy se desabrochó el cinturón de seguridad y se puso en pie.

—¿Vas a alguna parte? —pregunté.

—A usar el lavabo de la parte trasera —me espetó—. ¿Por qué? ¿Quieres venir a mirar?

No quería, pero igualmente lo seguí, y le dirigí una mirada muy expresiva antes de que cerrara la puerta detrás de él con un golpe.

Me recliné contra las repisas de bebidas y vajilla de la cola del avión. Mi mirada pasó por Liam, Vida, Chubs y, finalmente, Jude, quien estaba sentado cerca. Había estado tan callado hasta ese momento que lo supuse dormido como los otros.

—Hola —susurré.

Había estado mirando por la ventanilla la interminable extensión de terreno que sobrevolábamos y así se quedó, incluso cuando le toqué el hombro. Jude, que odiaba el silencio, a quien el pasado le resbalaba como una sombra sobre el cristal, no dijo una sola palabra.

Me senté en el apoyabrazos de su asiento y eché un vistazo para asegurarme de que tanto Liam como Chubs aún dormían. Había visto a Jude el Preocupado, a Jude el Extasiado, pero no conocía este matiz de su personalidad.

—Dime algo —le pedí.

Jude se echó a llorar.

—¡Eh! —le dije, poniéndole una mano sobre el hombro—. Sé que no lo parece, pero todo irá bien.

Me llevó varios minutos convencerlo de que se calmara y se sentara erguido. Tenía manchas sobre la piel, y la nariz no le dejaba de moquear. Se la sonó con la manga de la chaqueta.

—Debería haber estado allí. Con ellos. Podría haber… Podría haberlos ayudado de alguna forma… Cate y Alban. Me necesitaban y yo no estaba ahí.

—Y gracias a Dios que no estabas allí —dije yo—. De lo contrario estarías atrapado, con los demás. —O muerto. Era demasiado horrible para pensarlo.

Le pasé un brazo por encima de los hombros, y cualquiera que fuera la cuerda invisible que lo sostenía se cortó de inmediato. Se inclinó sobre mi hombro, llorando aún.

—Oh, cielos —murmuró—, eso es tan poco guay. Es… Tengo miedo de que Cate también esté muerta. Todos ellos. Es como lo de Blake otra vez, y me siento responsable. ¿Habría sucedido algo de todo esto si yo no hubiera sido tan tonto? ¿Si Rob y Jarvin no nos hubieran pillado escuchando aquel día?

Solté la respiración que había estado conteniendo sin advertirlo y le froté el brazo.

—Nada de esto es por culpa tuya —le dije—. Nada. No eres responsable de lo que la gente hace, sea malo o bueno. Todos toman las decisiones que creen que les ayudarán a apañárselas.

Jude asintió, limpiándose los ojos con el dorso de la mano. Durante un largo rato, los únicos sonidos que se oían eran el quejido de los motores y los ronquidos acompasados de Chubs.

—Pero podría haber cambiado algo —susurró Jude—. Podría haber peleado…

—No —lo interrumpí—. Lo siento. Sé por qué lo dices y son todos buenos pensamientos, pero no creo que merezca la pena. No vale la pena que pienses en lo que pudiste o debiste haber hecho si no hay ninguna forma de cambiarlo. No merece la pena arriesgar tu vida por ello. Nada es más importante o valioso que tu vida. ¿Lo entiendes?

Asintió con la cabeza, pero otra vez se quedó en silencio. Sin embargo, pensé, estaba un poco más tranquilo que antes.

—Es que no es justo —dijo Jude—. Nada de esto lo es.

—La vida no es justa —dije—. Me ha tomado un tiempo comprenderlo. Siempre te decepciona de un modo o de otro. Harás planes y te empujará en otra dirección. Amarás a unas personas y se las llevará de tu lado, sin importar cuánto te esfuerces por conservarlas. Intentarás algo y no lo conseguirás. No debes buscarle sentido, no debes intentar cambiar las cosas. Solo tienes que aceptar que están fuera de tu alcance e intentar cuidar de ti mismo. Esa es tu tarea.

Jude asintió. Esperé a que hubiera respirado hondo y pareciera un poco más calmado antes de ponerme de pie y pasarle la mano por el pelo rebelde. Estaba segura de que él protestaría o la apartaría, pero en lugar de ello la cogió con la suya.

—Ruby… —Tenía el rostro desencajado. No exactamente triste, pensé, solo cansado—. Si no puedes cambiar nada, entonces ¿para qué todo esto?

Entrelacé mis dedos en los de él y apreté su mano con fuerza.

—No lo sé. Pero cuando lo averigüe tú serás el primero en saberlo.