El sueño apareció por primera vez durante mi segunda semana en Thurmond, y venía a visitarme al menos dos veces al mes. Supongo que tiene sentido que naciera allí, detrás de la valla eléctrica que zumbaba alrededor del campo. Todo en aquel lugar te marchitaba hasta sacarte lo peor de ti, y no importaba cuántos años pasaran, dos, tres, seis. Con aquel uniforme verde, encerrada en la misma rutina monótona, el tiempo se había detenido y traqueteaba como un coche destartalado a punto de detenerse para siempre. Sabía que me estaba haciendo mayor, veía atisbos de mi rostro cambiante en las superficies metálicas de las mesas del comedor militar, pero yo no lo sentía así. ¿Quién era yo, y por qué había sido desconectada, quedándome varada en medio de ninguna parte? Me preguntaba si seguía siendo Ruby. En el campo, no tenía un nombre escrito en la parte exterior de la puerta de mi compartimento. Yo era un número: el 3285. Yo era una carpeta en un servidor o simplemente estaba encerrada en un archivador de metal gris. Las personas que me habían conocido antes del campo ahora ya no me reconocían.
Siempre empezaba con el mismo trueno, la misma explosión de ruido. Yo era vieja, estaba retorcida y encorvada y dolorida, de pie, en medio de una calle muy transitada. Puede que fuera en algún lugar de Virginia, de donde era yo, pero había pasado tanto tiempo desde que estuve allí por última vez que no podía decirlo con seguridad.
Los coches pasaban en ambas direcciones por un tramo de carretera oscura. A veces oía el trueno de una tormenta que se acercaba, otras veces el estruendo de los cláxones de los automóviles aumentando cada vez más, y más, y más, a medida que se acercaban. A veces no oía nada en absoluto.
Pero, aparte de eso, el sueño siempre era el mismo.
Un grupo de coches negros idénticos frenaban derrapando hasta detenerse cerca de mí, y luego, tan pronto como levantaba la vista, invertían la dirección. Todo lo hacía. La lluvia se elevaba desde el gomoso asfalto negro, flotando en el aire en forma de perfectas gotas brillantes. El sol se deslizaba hacia atrás a través del cielo, persiguiendo a la luna. Y, a medida que pasaba cada ciclo, podía sentir mi vieja y encorvada espalda estirarse hueso a hueso hasta que me ponía de pie, de nuevo erguida. Al elevar las manos hasta mis ojos, las arrugas y las abultadas venas azuladas se desvanecían, mientras la vejez desaparecía de mi cuerpo.
Y luego las manos se me hacían más y más y más pequeñas. Mi visión de la carretera cambiaba; mi ropa parecía tragarme entera. Los sonidos eran ensordecedores, cada vez más molestos y más confusos. El tiempo corría hacia atrás más deprisa, enmarañándome, estrellándose contra mi cabeza.
Solía soñar con que volvía atrás en el tiempo, para recuperar las cosas que había perdido y la persona que yo era antes.
Pero ya no he vuelto a soñar.