Yo ya me había hecho a la idea de que no hablaría más con ustedes. La verdad es que algo de remordimiento me quedaba, así que cuando la mandona de Marta montó la que montó, pensé que no estaría mal contarles algo.
Por cierto, menuda sorpresa con la mosquita muerta, lo suyo tiene mérito, parecía que no había roto un plato en toda su vida, y de la vajilla no quedaba una sola pieza entera. No es que me las esté dando de santa, mi historial no es intachable, ni tengo el menor interés en que lo sea, pero repito que lo de Marta tiene mérito, ¡vaya si lo tiene!
Pero estábamos hablando de mis remordimientos. Les decía que cuando Marta se puso como una fiera, gritando que ella no se callaba hasta que el autor nos diese la oportunidad de hablar con ustedes con plena libertad, pensé que por mí estaba bien, así tendría la ocasión de sincerarme y quedarme tranquila.
Pues el autor, diga Marta lo que diga, está muy cerca de la verdad. Aunque no de toda la verdad; en determinados aspectos no da una, el pobre hombre.
Me explicaré, creo que ahora ya puedo contarles la parte de verdad que falta en esta historia, las mentirijillas, que entenderán fácilmente, no me quedaba más remedio que decirlas. Ya no creo que vaya a cambiar nada, soy la última en hablar y lo que les cuente va a quedar entre ustedes y yo. El autor, en un aparte, me ha comentado que está harto de toda esta historia y que, en cuanto yo acabe, cierra y se va de vacaciones. Hubo un momento en que creí que me iba a pedir que lo acompañase en sus vacaciones. Si he de serles sincera, me hubiese puesto en un compromiso.
En fin, los muertos no van a resucitar y los malos están en la cárcel, así que permítanme que cierre la historia con los detalles que no conocen.
Marta, tan lista que se cree, ha quedado pringada hasta esos elegantes tobillos que tanto le gusta lucir, por mucho que a nivel profesional le vaya bien, al menos de momento. Salvio sigue con su delirio de perseguir vírgenes aunque sea en los prostíbulos. Raúl, ¡ay, pobre Raúl! No se entera de lo que pasa a su alrededor, es uno de esos buenos chicos que pueblan el mundo para que los más listos los usen como burro de carga.
Y yo… aquí estoy.
Al empezar este asunto pensé que podría sacar un buen beneficio. Y no me equivoqué, si bien el camino por el que ha llegado ha sido totalmente distinto al que preví en aquellos momentos. No solo eso, llegué a pensar que la historia no acabaría bien para mí. Pero estoy divagando, les cuento.
A Vanesa Valiente la conocí una madrugada. Estaba sentada en la acera, frente a un bar de una de esas calles del barrio de Gracia que todavía no acaban de entender por qué se han hecho populares y muestran una humildad que no coincide con la animación que en ellas dura toda la noche.
Vanesa, aquella noche, iba sobrada de chupitos de ron y escasa de conocimiento, probablemente también le había dado a la química. Yo aún no la conocía, iba a pasar por su lado sin detenerme, los borrachos no me resultan simpáticos, las borrachas aún menos, pero sus palabras, indudablemente dirigidas a mí, me llamaron la atención.
—Aquí tenemos a la nueva chica maravilla del gordo maricón de Fredo —dijo con una lengua más o menos inteligible.
Me paré, la miré con cierta repugnancia y le dije:
—¿Y tú cómo lo sabes?
—Me enseñó tu fotografía, dice que contigo se pueden hacer grandes cosas. Anda, sé buena chica, mete la mano en mi bolso y dame una de esas pastillas mágicas que tengo en un pastillero, a mí el bolso no me hace caso.
Busqué en su bolso y encontré el pastillero. Estaba vacío, se lo enseñé, lo abrí y le di la vuelta para que viera que allí dentro no había nada.
—Mierda —dijo, y puso la cabeza entre sus piernas.
—¿A ti también te representa? —le pregunté.
—¡Oh, sí! A mí también me representa, pero eso va a durar poco, voy a ser rica, muy rica, tengo el mundo en mis manos. —Y soltó una risa cargada con el suficiente ron como para emborrachar a un pirata vikingo.
Me senté a su lado en la acera, olía a uno de esos perfumes caros que no compraría ni aun siendo baratos.
Decidí dedicarle un poco de mi tiempo. Al fin y al cabo no tenía muchas cosas mejores que hacer, y nunca se sabe. Acababa de plantar a un falso productor de cine que me quería enseñar la colección de pósters de películas antiguas que tenía en su casa. Los tenía al lado de la cama, con toda seguridad. Es un clásico, todos los tipos que me ofrecen una oportunidad de trabajo tienen al lado de su cama algo importante para enseñarme. En más de una ocasión he permitido que me lo enseñen. Traten de introducirse en el mundo de la interpretación haciéndose la niña buena y hacendosa, luego me cuentan.
Le pregunté de qué manera se iba a hacer rica y se hizo la loca. Me dijo que ya me gustaría saberlo y me miró el escote con la misma dedicación que lo hacía el tipo que me quería enseñar su colección de pósters.
Y tenía razón, ya me gustaría saberlo.
La ayudé a levantarse, la hice entrar en el bar y la invité a un par de chupitos de ron más, y cuando ya apenas se tenía en pie, me ofrecí a llevarla a su casa. En el taxi que nos llevaba, y mientras le acariciaba la cabeza que apoyaba en mi hombro, le hice de nuevo la pregunta:
—¿Cómo te vas a hacer rica, cariño?
—Chantaje —dijo tratando de meter su mano entre mis piernas con la torpeza e insistencia del borracho.
—¿Chantaje, a quién?
—A un tipo que no sabe qué hacer con todo el dinero que tiene. Mucho dinero y una muy, muy buena reputación. Y yo tengo una cosa que acabaría con esa reputación tan buena si no me da lo que le pido.
—¿Qué es?
—No te lo diré, no, no, no… Pero si eres buena te llevaré a dar la vuelta al mundo. ¿Te gustaría dar la vuelta al mundo conmigo?
Le dije que sí que me gustaría dar la vuelta al mundo con ella. Cabeceó satisfecha y se puso a roncar desagradablemente.
Cuando llegamos a su casa, la desnudé y la metí en la cama, tratando de que no me sobase.
—Duerme, es lo mejor que puedes hacer ahora, mañana podemos hablar de tus planes —le dije.
—Pasado mañana veré a ese hombre en una fiesta y le daré una sorpresa. Y luego, él me dará a mí mucho, mucho, mucho dinero. El gordo maricón no ha querido ayudarme. Al principio pareció que sí lo haría, pero se ha rajado, no sabe exactamente lo que quiero hacer, pero se lo imagina y se ha rajado. Oye, no confíes en el gordo… ¿Sabes que me gustas mucho? Te llevaré a dar la vuelta al mundo, ¿querrás venir conmigo?
—Anda, duérmete.
—No me crees, ¿eh? Sobre aquella estantería hay un papel con la dirección donde se celebra la fiesta, allí estará este hombre. —Su mano señalaba una estantería en la que cuatro bibelots, probablemente comprados en un bazar chino, le hacían compañía a un Diccionario Inglés-Español, Español-Inglés y a una edición barata de La filosofía en el tocador del Marqués de Sade. Debajo del diccionario asomaba la punta de un papel, en él estaba anotada una dirección de la parte alta de Barcelona.
—¿Qué dices que ha hecho este hombre?
—No te lo he dicho, pero si vienes a la cama conmigo te lo diré.
Me acerqué a la cama, me quité los zapatos, me tendí cerca de ella apoyándome sobre un codo y le besé la comisura de los labios mientras le acariciaba el pelo, tal como había hecho en el taxi.
—El muy guarro hace películas porno. Lo hace para divertirse, es un vicioso. Si se supiese, su empresa se iría a la mierda, pagará lo que le pida. Tienes unas tetas muy bonitas.
—Y un culo precioso —le dije mientras me levantaba y me calzaba.
—Quédate conmigo, soy muy buena follando.
—Duérmete, me largo a mi casa.
Cuando ya estaba en la puerta, me llamó. Su voz tenía un tono de ruego que me hizo acercarme de nuevo a la cama.
—¿Qué quieres?
—No dejes que me hagan daño, me acordaré de ti cuando tenga el dinero.
Le dije que sí y la besé suavemente en los labios. Cuando llegué a la puerta, me giré, ya roncaba. Volví sobre mis pasos y me acerqué a la estantería donde estaba el diccionario y memoricé la dirección de la parte alta de Barcelona donde según ella se celebraría la fiesta.
Al día siguiente, cuando Fredo me dijo que quería que lo acompañase a una fiesta, pensé que por qué no, siempre me han gustado las fiestas. Ya ni me acordaba de Vanesa y su fiesta. Entonces Fredo me dijo la dirección e inmediatamente recordé. Fue en aquel momento cuando se me ocurrió la idea de obtener un beneficio. Pensé que tal vez el cielo ya se había cansado de putearme y que me ofrecía una oportunidad para conseguir algo realmente bueno.
El día de la fiesta ya tenía decidido lo que debía hacer: le diría a Vanesa que, a cambio de mi ayuda en lo que ella quisiera hacer, quería una parte del dinero que le sacáramos a aquel fulano. Que Fredo no se presentara me pareció una bendición, me daba más margen de maniobra. Entrar fue fácil, no se me da mal menear el culo delante de un hombre hasta que la baba forme un charco en el suelo. El único problema sería que los gorilas de la puerta fueran moñas.
No lo eran.
Dentro me dediqué a buscar a Vanesa, no buscaba un aseo libre, esta es una de las pequeñas mentiras que le conté al autor. Busqué a Vanesa hasta que la encontré en aquella bañera. Me asusté, me asusté mucho. Un susto terrible que me duró hasta el día siguiente, cuando me di cuenta de que si hacía las cosas bien, todo el dinero podía ser para mí, pero tenía que averiguar quién era la persona a quien Vanesa tenía la intención de chantajear. Por lo que vi en la fiesta, allí había mucha gente importante, podía ser cualquiera de ellos, la zorra de Vanesa, pobrecilla, se había llevado con ella el secreto. Tenía, por tanto, que encontrar la manera de sonsacar a Fredo.
Y tenía a Raúl, quien, sin necesidad de saber de qué iba la cosa, me ayudaría. No perdía nada probando.
Las cosas se fueron desarrollando tal como ha contado el autor. El problema llegó con el cadáver de Fredo. Aquel día estuve a punto de abandonar, aunque no me rendí y seguí investigando. Tener a Raúl a mi lado me daba una seguridad cargada de estupidez. Sabía que él no sería capaz de ayudarme si las cosas se ponían feas, pero estaba cegada con la posibilidad de hacerme con una buena cantidad de dinero y quise creerlo así. Luego vino lo de aquellos tipos y la chica del aseo de la piscina. Y decidí que aquello se había acabado, prefería seguir viva y pobre antes que descansar en una bañera con el cuello abierto. El problema era que la gente aquella se lo creyera.
Por eso decidí que todo el asunto era cosa de la policía, ellos se encargarían de la gente que me estaba siguiendo. Y no tenían por qué relacionarme con los asesinatos, en realidad mi relación era en grado de tentativa, claro que…
Pero salió bien.
Por casualidad, salió bien. ¿Quién iba a imaginarse que Marta, en cuanto viese la polla de Pablo, se pondría a dar gritos histéricos?
Y ya que estamos en ello: daría un buen dinero para ver a la estirada de Marta poniendo el culito en pompa para que aquel tarado se lo taladrase.
Y luego vino la fama momentánea para todo el grupo. Entrevistas en televisión para aquellos de nosotros que las aceptáramos. Yo, en realidad.
La fama es, en muchos aspectos, como un bebé, nace de cualquier descuido y, si no la mimas y cuidas, debido a su propia indefensión y a la enorme cantidad de agentes hostiles, muere. Ninguno de mis compañeros en esta aventura tuvo interés en cultivarla y en poco tiempo desaparecieron de la vida pública. Yo sí que tuve interés en cultivarla. En esta sociedad nuestra, puedes esperar inútilmente toda una vida a que se te presente la oportunidad. Si se presenta, debes aprovecharla, si no lo haces, alguien más avisado te la robará.
Me lancé a fondo, monté un pequeño escándalo a costa de Fredo y sus manejos: la chica buena, aspirante a actriz manipulada por un falso representante, en realidad un chulo putas con cierta clase. Lo de la clase de Fredo es muy discutible, lo sé, pero me convenía. Realzar la maldad de un pobre desgraciado vende, pero poco; si realzas la maldad de alguien poderoso o famoso, es la gloria, te vienen a buscar con cheques al portador para que lo machaques. Además, no era bueno para mi imagen que la audiencia creyese que me podía engañar el primer garrulo que apareciese en mi vida, los tontos tampoco venden. Conté detalles escabrosos, algunos periodistas mezclaron la historia con el problema de la prostitución en Barcelona, lo cual no tenía nada que ver, pero vendió. Los colectivos feministas metieron baza con historias de machismo, violencia de género y hasta con los derechos maltratados de las mujeres. Vino una representante del colectivo y dijo que yo era un ejemplo de la anulación de la mujer por parte de la sociedad machista más retrógrada. Tenía unos gestos enérgicos y una voz agradable y persuasiva, lástima de aquel peinado que parecía una mata de rábanos y de sus intentos de establecer conmigo una relación basada en «la sensibilidad femenina más allá de esa violencia machista que se incluye en cualquier relación heterosexual».
No me atreví a decirle que si Fredo la hubiese escuchado llamarle macho, con toda probabilidad la habría arañado.
La Sociedad General de Autores trató de meter baza con el pirateo de cintas de vídeo y los derechos de autor de los protagonistas y directores de películas pornográficas. Allí cada uno iba a la suya. Yo la primera, por supuesto. Alguna de las cosas que dije provocó que el tarado del inspector Colomer viniese a amonestarme.
Durante unos instantes tuve la tentación de olvidar mi condición de señorita educada y mandarlo a tomar por el culo con todas las letras.
Y lo hice.
Me miró mal, pero yo ya estaba fuera de su alcance.
A la audiencia le gusté. Y a un productor espabilado le gustó que gustase a la audiencia y que me metiese en su cama, cosas que en los tiempos duros una llega a pensar que son incompatibles, pero no lo son. Me dio un pequeño rol en uno de esos programas para amas de casa ansiosas de aventuras e incapaces de vivirlas por sí mismas y se conforman con las que viven los demás, especialmente los ricos y famosos.
Fue todo un éxito, lo que provocó que algunas tipas de ese ambiente se metiesen conmigo. De golfa aprovechada para arriba, me pusieron.
O sea, la gloria. El intercambio de insultos, acusaciones y juicios aventurados que no tenían que ver con el caso dieron para casi un mes de programación. Y luego un programa para mí sola. En realidad, nada para presumir mucho, pero cuando quiero cultura no me cuesta encontrarla, los tíos cultos también se vuelven locos por un buen culo.
Con Raúl no continué mucho tiempo, es un buen chico, pero yo tenía ya otras cosas en mente. Salvio un día me tiró los tejos, me dijo que siempre había estado enamorado de mí. Le dejé claro que yo nunca lo había estado de él, aunque he de reconocer que tiene un cierto tirón, pero por el mundo donde yo ahora me muevo hay muchos tíos con tirón.
Hasta condes.
Bueno, me van a permitir que les deje, tengo maquillaje y luego uno de esos programas tensos en los que todo el mundo grita como un poseso, lo que me posibilita vivir como una reina.
Un beso sincero para todos y todas.