MARTA

He sido comisionada por el resto de mis compañeros para protestar por el trato vejatorio a que nos ha sometido, en más de una ocasión, el autor de este relato.

Ellos, mis compañeros, entienden que soy la más capacitada del grupo para hacerlo y yo acepto gustosa su decisión por mucho que la responsabilidad me pese. Aunque cada uno de nosotros defenderá su postura sin menoscabo de lo que pueda pensar el resto.

Por lo que a mí se refiere, quiero manifestarles que mi vida sexual no tiene nada que ver con la bazofia que el autor ha presentado. Si bien es cierto que he tenido una relación no demasiado convencional con Pablo, eso es cosa mía y a nadie más que a mí le debe importar. Es más, creo poder afirmar que la manera en que el autor interpreta mi vida sexual no es más que un reflejo de su mente enfermiza a este respecto. Pongo por ejemplo la escena que pinta de una Marta doliente recostada en un par de grandes cojines en el suelo de su casa: no es cierto, la realidad es que no sentía tanto dolor, y que si no me levanté fue por una cuestión de confort y el justo deseo de fastidiar a Raúl, sin necesidad de contarle escenas que solo a mí atañían.

No es, en otro sentido, mi deber tratar de adivinar la clase de persona que es el autor, pero no me cabe la menor duda de que es uno de esos tipos cuya vida sexual se puede resumir en unas pocas mujeres de pálido recuerdo y grandes lapsos de tiempo entre cada una de ellas. Una situación agravada por enloquecidas fantasías que solo puede llevar a cabo en soledad.

Tampoco puedo negar que estoy embarazada de tres meses; sin embargo, la pretendida paternidad que el autor le atribuye a Pablo es algo que solo yo puedo asegurar, y no me da la gana hacerlo. He decidido tener ese niño y he decidido ser madre soltera, y muy orgullosa de serlo. No me interesa ni la compañía del pusilánime de Salvio ni mucho menos del calzonazos de Raúl, ya he tenido bastante tanto del uno como del otro. En el mismo momento en que se acabó esta triste historia, aceleré los trámites de mi divorcio con Raúl, y gracias puede dar que no le exigí todos los bienes que por ley me corresponderían, lo cual me permite mantener con mi exesposo una conveniente y civilizada amistad.

Respecto al odio que según el autor siento por Susana y la forma en que lo ha manifestado a lo largo del relato, debo aclarar que, si bien considero a esa chica como una buscona de la peor calaña —solo tienen que ver cómo mueve ese culo sobrealimentado que el Señor, en un mal momento, le ha concedido—, mi educación no me permitiría insultarla de la forma en que en páginas anteriores se ha insinuado. Allá ella con su despreciable comportamiento.

De la misma manera que jamás he sentido animadversión hacia Zuleima, una pobre niña rica que se entretiene tratando de salvar a la humanidad de la única manera que su débil cerebro le permite, y que no sería de extrañar que acabase ingresada de por vida en una institución psiquiátrica de lujo.

En realidad, nada más que en un punto puedo estar de acuerdo con el autor, y hasta agradecerle que lo haga constar. Me refiero, evidentemente, a la mención que hace de mi promoción en el ámbito laboral. Algo que sin duda merezco y que me ha alegrado conseguir. Mi nombramiento es interino, pero no tengo la menor duda de que cuando acabe el plazo que hemos fijado con el Consejo de Administración, firmaremos un contrato en el que desaparecerá esta interinidad, si bien comprensible, pero molesta. En estos momentos ocupo el despacho que era de Pablo, me siento en su mesa y hago uso de su aseo privado, algo que, como pueden imaginar, me llena de recuerdos. Cuando sea reafirmada en mi cargo, algo que, como ya he dicho, estoy firmemente convencida de que sucederá, haré cambiar la mesa. Su simple presencia física me llena de recuerdos que no sé decidir si son buenos, malos o simplemente algo que sucedió porque tenía que suceder. De lo que sí estoy segura es que son recuerdos inquietantes. Y en estos momentos no estoy en disposición de verme bajo el influjo de recuerdos inquietantes, mis importantes responsabilidades laborales así lo requieren. El aseo, sin embargo, con la llegada de mi perfume y el desembarco del pequeño arsenal de productos que toda mujer necesita, ha perdido el carácter masculino anterior y, con él, una buena parte de su capacidad para generar esos recuerdos inquietantes, intimidatorios, que acabo de mencionar. Allí me siento cómoda, no creo que sea necesario reconstruirlo.

Voy a contarles algo que les permitirá calibrar mi grado de humanidad sin necesidad de grandes explicaciones. He cambiado, por razones obvias, mi relación con Ana, la secretaria de Pablo: ahora es, lógicamente, más distinta y formal. Ella es una mujer dada a esparcir confidencias y rumores, tiene su centro de difusión en el cuarto de la copiadora grande, y mi situación no me permite ser yo el objeto de su malevolencia; si lo soy, al menos que se lo tenga que inventar. Y me ha dolido verme obligada a ponerla en su lugar; sin embargo, le permito que, en privado, me siga tuteando. Si se comporta como le exijo, tal vez no me vea obligada a despedirla.

Creo que ya no tengo gran cosa más que decirles, mis múltiples tareas no me permiten perder demasiado tiempo.

Gracias por su atención.