Hasta el momento presente, han sido los protagonistas de esta historia quienes la han relatado. Lo han hecho con sus propias palabras y con las pautas de expresión que le son características a cada uno de ellos. Ningún narrador externo les ha dado soporte. En todo momento he creído que, para el lector, los hechos serían más claros si los propios actores que los interpretaban los narraban desde su visión personal, no siempre coincidente, porque en este mundo cada cual tiene derecho a pensar que es rojo lo que otros ven como amarillo.
Coméntenselo a cualquier político, ya verán lo rápido que los ponen en su lista negra.
Sin embargo, a la hora de hacer el resumen final, he creído conveniente hacerlo yo. Los motivos que me mueven son mi desconfianza hacia el género humano en general y, después de pasar un buen número de horas con ellos, hacia mis personajes en particular. Ellos, a la hora de cerrar esta historia, caerían de forma inevitable en la tentación de justificarse, suavizando sus defectos y realzando sus virtudes, y sobre todo falseando la posición en que cada uno haya quedado al final del relato, ya que lo importante no es lo que hagas, sino en la posición en que quedas al final de la historia.
Yo no lo haré, no censuraré a unos ni alabaré a los otros, cada cual cargará con sus pecados.
Me siento responsable de cada uno de mis personajes, a pesar de que algunas de sus actitudes y pensamientos me sean totalmente ajenos. Los personajes, como ustedes ya deben de saber, son capaces de tomar sus propias decisiones, derecho más que discutible pero inevitable. Así que permítanme que sea yo, en aras de la verdad, o de la exactitud, si así lo prefieren —ya que la verdad tiene múltiples caras, todas ellas falsas—, quien les relate los hechos que sucedieron a partir del punto en que la narración se interrumpe.
Después del exabrupto de Marta y las confesiones inevitables de cada uno de los protagonistas, en un proceso que les evito a ustedes por carecer de la más mínima ejemplaridad, se llegaron a las conclusiones siguientes:
Las confesiones, por este orden, fueron:
(A) Marta se lo montaba con su jefe, o como dijo ella: mantenía una cierta relación con Pablo que iba más allá del ámbito laboral. La sonrisa de Raúl estuvo a punto de provocar, con la propia Marta, un altercado ajeno a los temas que se estaban tratando.
(B) Susana aceptó públicamente que no estaba invitada a aquella fiesta, o en el mejor de los casos, que no estaba invitada formalmente. O como ella misma manifestó: fue víctima de Fredo, que la involucró en una invitación que confesaba irregular. Marta expresó su sentir con un «Vete tú a saber», que requirió explicaciones por parte de Susana. La intervención de Raúl evitó una confrontación entre las dos mujeres, que se preveía violentamente punzante, aunque no necesariamente física. Salvio miraba su vaso vacío de whisky con filosófica melancolía.
(C) Raúl confesó que había dado cobertura a la mentira de Susana por motivos que se podían entender como caballerosos. El comentario de Marta, referente a que ello fuese debido al interés de Raúl por meterse dentro de las bragas de Susana, no fue tenido en cuenta por improcedente, a pesar de que los hechos parecían demostrarlo. La risa sardónica de Salvio estuvo a punto de provocar un altercado físico entre Raúl y el propio Salvio. Se cruzaron expresiones como «envidia jodida» y «calzonazos», «¿Envidia de qué?, yo me estaba tirando a tu mujer», «Eso es necrofilia, tío, mejor no presumas de ello». El rifirrafe no pasó a mayores debido al amago de desmayo de Marta, quien fue atendida de forma generosa por Susana, quien recriminó a Raúl y a Salvio su comportamiento y los acusó de machistas e insensibles. Ambos se mostraron sinceramente avergonzados.
(D) Raúl y Susana explicaron los motivos de su visita a casa de Fredo y fueron acusados por Marta y Salvio de haberlos puesto en peligro y de ser unos irresponsables. Raúl manifestó un sincero «¿Y qué coño hubieseis hecho vosotros en nuestro caso?» que pareció convencer a todo el mundo, al menos ni Marta ni Salvio manifestaron lo que ellos hubieran hecho en su lugar.
(E) Susana confesó haber ocultado a Raúl que en aquella visita había encontrado una agenda de Fredo con nombres y números de teléfono, y que no se lo contó hasta el día en que fueron seguidos por el par de gorilas bisexuales, que, en la película, «se lo montaban con mamá». En el mismo acto, Susana manifestó que en ningún momento había tenido la intención de obtener ganancia económica a través de un chantaje a persona o personas que figurasen en la mencionada agenda. Y que solo un sentimiento de curiosidad, aceptaba que malsana, la movió a guardarse la agenda en el bolso. Este último comentario provocó miradas divertidas entre Marta y Salvio y un par de lágrimas de Susana que, pañuelo en mano, fueron reprimidas valerosamente.
(F) Marta confesó que, en los últimos días, Pablo se había mostrado interesado por el grupo, y lamentó no haberse sentido extrañada por aquel interés. El comentario de Susana, «Claro, estarías demasiado ocupada» (y unas palabras dichas en voz más baja que no se acabó de entender), estuvo a punto de provocar un nuevo altercado entre las dos mujeres. Y en este punto es justo remarcar que fueron ellas mismas quienes devolvieron la sensatez a la reunión, ya que Salvio y Raúl se dedicaron a terminar la botella de Lagavulin 17 años con fraternal espíritu.
(G) Raúl dijo que alguien debería ser capaz de explicar la presencia de una de las actrices porno en la fiesta en calidad de víctima, lo que en su opinión era un detalle de importancia capital para desentrañar el misterio que representaba aquella muerte. Y confesó no ser capaz de explicarlo. Nadie fue capaz de apuntar una razón coherente, aunque todos compusieron una expresión de empezar a pensar en ello en cualquier momento.
(H) Salvio confesó no tener nada que confesar. Y aunque sus palabras parecieron no dejar satisfechos al resto, a juzgar por sus expresiones, nadie manifestó desacuerdo. Es remarcable la decepción que mostraba el rostro de Salvio en las frecuentes miradas que dirigía a la botella vacía de Lagavulin 17 años.
Las conclusiones a que llegó el grupo, por este orden, fueron:
(A) Pablo pasaba a ser el principal sospechoso de la muerte de la chica de la bañera, a pesar de la afirmación inicial de Susana, quien sostenía que el autor de los crímenes de la chica y Fredo debía de ser el mismo. Su afirmación se basaba en que los cadáveres presentaban el mismo aspecto, hecho refrendado por Raúl. El uso de la bañera como ataúd también parecía indicar que Susana estaba en lo cierto. Sin embargo, el razonamiento de que aquel par de tipos, en la fiesta, no hubiesen pasado desapercibidos de ninguna de las maneras, acabó imponiéndose. Por si lo dicho fuese poco, no se llegaba a aclarar cómo Pablo, estando detenido en comisaría, podía haber asesinado a Fredo. Finalmente, Susana aceptó que Pablo sería el autor intelectual de los asesinatos y los dos pintores los ejecutores. Marta dejó caer que, para ella, el autor o autora de la muerte de la chica de la bañera no podían ser los pintores. Lo dijo mirando, como al descuido, a Susana.
La condición de sospechoso principal de Pablo radicaba en lo siguiente: un tipo que era capaz de protagonizar películas pornográficas, a pesar de ser millonario, no era de fiar. Salvio aportó una frase que al parecer resumía la creencia general: «Un tipo que se divertía dejándose filmar refrotando una polla torcida en la cara de una mujer atada a una mesa, en cualquier momento también sería capaz de matarla solo por seguir divirtiéndose». Fue también Salvio quien contó su charla con un detective privado llamado Humphrey, quien ya adelantó que el asesino solo podía ser o el dueño de la casa o quien encontró el cadáver. Ante esas palabras, Marta murmuró «Vete a saber», Raúl dijo «Marta, por favor, ya está bien», y Susana masculló algo que sonó como «Mala puta de mierda», aunque no se puede asegurar, ya que el tono que empleó fue misericordiosamente bajo. Marta le preguntó a Salvio dónde había encontrado al tal Humphrey, sin recibir por parte de Salvio, quien se limitó a mover la cabeza dubitativamente, una respuesta concluyente.
(B) A la luz de la implicación de Fredo en la trama de prostitución y su relación con Sueños Húmedos, la productora de la cinta pornográfica donde aparecía Pablo, no era descartable que su muerte estuviese relacionada.
(C) Y no era descartable, por lo tanto, que la pareja de pintores musculosos que aparecían en la misma cinta donde actuaba Pablo, aceptando que lo que hacía era actuar, fueran los mismos tipos que perseguían a Susana y Raúl. Circunstancia que ya era aceptada por el grupo como una verdad canónica.
(D) Aunque era muy arriesgado asegurarlo, tampoco era descartable que aquellos dos gorilas pornográficos, probables asesinos de Fredo y tal vez de la chica de la bañera, de la que nadie recordaba el nombre, tuviesen la intención de acabar con la vida de Raúl y Susana, aunque no necesariamente por este orden.
(E) Ya era más aventurado, aunque no descartable, que la iniciativa de asesinar a Raúl y Susana hubiese partido de Pablo.
(F) El móvil que habría movido a Pablo a ordenar el asesinato de Fredo sería recuperar la agenda que Susana posteriormente había sustraído, ya que no se podía descartar que su nombre figurase allí. Punto que era imposible asegurar al desconocer los nombres y números de teléfono que allí figuraban, por estar los nombres codificados. Este razonamiento provocó el comentario «Esa chica es una joya», sin mirar a nadie en especial, por parte de Marta. A lo que Susana, dándose por aludida, respondió con un encogimiento de hombros y una hiperventilación que provocó la visible admiración de Salvio.
(G) Aunque habían llegado a una serie de conclusiones, todas ellas, o, en el mejor de los casos, algunas, podían estar equivocadas. Por lo tanto, el próximo paso sería dejar el caso en manos de la policía. Susana, al escuchar a Raúl sentenciar el sentir de todos, dejó escapar unas lágrimas y rebuscó afanosamente en su bolso un clínex para secarse los ojos. Salvio le tendió un paquete. Marta resopló sonoramente y paseó nerviosamente la mano por el pelo, resituándose un mechón que, si hemos de ser sinceros, no podía estar mejor situado.
(H) Se acordó pedirle al inspector Colomer que acudiese, a ser posible en aquel mismo momento, a la reunión para ponerlo al tanto de los acontecimientos descubiertos y mostrarle la cinta de Mamá se lo monta con los pintores.
En comisaría los informaron de que el inspector Colomer, a aquellas horas, estaría en su casa. La insistencia —tono autoritario y dotes de mando naturales de Marta— consiguió que les facilitasen el número de teléfono particular del inspector.
Cuando este se puso al aparato, escuchó en silencio el relato que le hizo Marta de la reunión, matizado por alguna que otra muestra de descontento provocada por el desacuerdo que sus palabras incidían en el resto del grupo y se filtraba en los oídos del inspector. Desacuerdos que se vieron obligados a quedar en familia cuando Colomer dijo: «Ahora vengo, no se muevan de ahí. Ya sabía yo que ustedes tenían la clave de este caso».
Al término de la reunión mantenida en casa de Marta y Raúl, una vez escuchadas las explicaciones y argumentos de cada uno de los presentes y requisar la agenda de Fredo que Susana le entregó al inspector, tratando de no verse deslumbrada por el fulgor relampagueante de su ojo, Colomer puso en marcha todo el poder de la maquinaria policial. De forma inmediata, Pablo y los dos pintores pornográficos fueron detenidos e interrogados.
Al cabo de un interrogatorio no demasiado largo, confesaron.
Es interesante remarcar, según manifestaron los presentes en la reunión celebrada en casa de Marta y Raúl, que el ojo enfermo del inspector Colomer mostró un comportamiento más cercano a la normalidad que en ocasiones anteriores, aunque no por ello dejó de emitir algún que otro destello amenazante.