MARTA

¿Ya mí quién me mandaba soltar aquel alarido y gritarle al mundo que aquella polla torcida era la de mi jefe?

Podía haberme aguantado, entonces tendría tiempo para pensar en algo que me permitiera salir de aquella situación. Todos me miraban con expresión atontada. No quiero pensar en mi cara en aquellos momentos. Transcurridos unos segundos, empezamos a mirarnos los unos a los otros.

Raúl me miraba con una expresión que oscilaba entre la curiosidad y la ira.

Salvio mostraba una sorprendente expresión de desahogo y algo de enfado.

Susana solo mostraba sorpresa. Pero no podía ser tan estúpida, debería de estar feliz, estoy convencida. Simplemente, disimulaba bien.

Todos nos habíamos olvidado de la chica muerta y de los dos asesinos forrados de esteroides, si es que Susana y Raúl tenían razón. Entonces caí en la cuenta de cuál era la solución: no teníamos que hablar de mi relación con Pablo, no tenía que dar explicaciones a nadie. Solo teníamos que hablar de los asesinos.

Bueno, en todo caso, con Salvio sí tendría que hablar, pero eso sería más tarde, cuando ya hubiese tenido tiempo para pensar. «Una relación antigua», podría decirle. Si no se mostraba demasiado exigente, sería creíble. Y si no me creía, me enfadaría seriamente con él, le retiraría la palabra, eso siempre da resultado con los hombres.

Y en algunos momentos es suficiente con hacer que se sientan culpables aunque no sepas el motivo. Son así de estúpidos.

Por lo que hace referencia a Raúl, pobre de él que se atreviese a censurar mi comportamiento. No tenía ningún derecho a fiscalizarme.

—Creo que sería conveniente hacer un brainstorming —dije.

Susana me miró como si la hubiese llamado puta, algo que le rogaba a Dios me diese la oportunidad de hacer algún día mientras le tironeaba de los pelos.

Salvio y Raúl cabecearon, asintiendo.