Al entrar, Marta me había mirado con el mismo interés que a un herpes en fase de crecimiento. Yo me sentía ridícula, con aquellas películas guarras en el bolso, y tenía ganas de salir corriendo de aquella casa, pero Raúl me había advertido que el cariz que estaban tomando los acontecimientos no nos dejaban más alternativa que trabajar todos juntos. Aunque solo fuera para darle a la policía la misma versión. Si no recordaba mal, el mismo argumento que había usado Marta cuando propuso crear «un grupo de trabajo conjunto», creo que lo llamó así. Me molestaba darle la razón, pero, tal como iban las cosas, el convencimiento de que no me quedaría más remedio que acudir a la policía y cantar toda la verdad era más un escenario real a cada minuto que pasaba.
Marta se había esmerado en preparar el escenario.
Si lo que quería era asombrarme, lo acababa de conseguir. El piso era precioso y estaba amueblado con un gusto exquisito, la mesa preparada con mantel de hilo, unos cuencos preciosos de cristal de colores, y un apetitoso surtido de snacks nos esperaba. Aquello parecía una puta reunión social de gente adinerada.
«Querida, cuánto tiempo, estás magnífica, para ti no pasan los años. Y el niño debe de estar crecidísimo, ¿verdad?».
Aunque, si bien lo mirabas, también podía pasar por una reunión de trabajo, solo tenías que quitar las patatas fritas y los dátiles envueltos en beicon, y listo.
«Señores, tengo aquí las últimas estadísticas de ventas y lamento comunicarles que si seguimos así…».
Me moría de ganas de enviarlos a todos a la mierda, yo soy actriz, ni me van estos rollos, ni me van los muertos, a no ser que sean de mentira y dentro del rodaje de una película.
Me sorprendió que Raúl mirase a Salvio con una inquina que yo no le había visto nunca. Pensé que el motivo debía de ser tenerlo allí en su propia casa. Además, la zorra de Marta, en cada ocasión que pasaba cerca de Salvio, procuraba rozarlo, aunque él no demostraba demasiado entusiasmo, solo bebía whisky de una botella muy fea, con un nombre ridículo que no recuerdo y que tenía al lado.
Pedí permiso para poner Mamá se lo monta con los pintores en el reproductor de CD y estoy segura de que me ruboricé.
Marta se lo estaba pasando como un adolescente en un casting para «La Reina de las Camisetas Mojadas». Pensé que sería maravilloso poder arrancar a puñados unos cuantos pelos de aquel perfecto peinado lleno de reflejos. Aunque he de reconocer que el volumen del pelo de Marta y el moldeado que el estilista le había dado, eran un amor.
Cebado o Llongueras, casi con seguridad.
En cuanto aparecieron los pintores, Raúl y yo comenzamos a contar nuestra historia. Marta nos miraba como si acabara de descubrir que siempre había tenido razón al considerarnos un par de locos, más o menos peligrosos. Salvio, por el momento, parecía mucho más interesado por la mamá que por los pintores y seguía sirviéndose whisky de la botella fea de nombre raro.
Se produjo un momento que me pareció que le creaba una cierta incomodidad a Raúl: fue cuando Salvio, sin dejar de mirar las tetas de mamá, le pidió a Marta más hielo. Claro, es lo que ya había dicho, en su propia casa y pidiendo a su todavía esposa más hielo.
Raúl, moviendo la cabeza con pesimismo, dijo, en voz alta y sin dirigirse a nadie:
—Estoy seguro de que son los mismos que nos siguieron, y eso no es bueno. Y no me miréis con esta cara de escepticismo, cuando Susana me lo dijo, yo también pensé que estábamos sacando el tema de madre, pero esos tipos nos siguieron, nos tuvimos que esconder de ellos, ¿de acuerdo?
Marta suspiró.
Salvio siguió con su romance con la botella de whisky.
Entonces se desató una conversación en la que Marta llevó la voz cantante, afirmando que eran imaginaciones nuestras. Dijo que estábamos asustados. Que, por favor, diésemos una razón para poder creer semejante desatino. A ver, que ¿qué demonios tenían que ver aquel par de gorilas de polla larga con nosotros?
Al decir lo de la polla larga, Marta hizo un elegante mohín que indicaba que si usaba aquellos términos era única y exclusivamente debido a las circunstancias excepcionales que estábamos viviendo en aquel preciso instante y que no debíamos esperar de ella que se volviese a repetir.
Hasta tironeó ligeramente de su falda para que no nos cupiese la menor duda que era cierto.
A mí me sorprendió la expresión que usó Marta para referirse a los dos pintores, ella no acostumbraba a usar ese tipo de palabras. Además, no le sentaban bien a aquel moldeado tan perfecto que, con seguridad, no le habían hecho en la peluquería de la esquina. Pero el mohín y el acomodo de la falda, algo corta si hemos de ser sinceros, lo explicaba todo con la suficiente claridad.
Raúl y yo nos miramos. Dudábamos en contar a Marta y Salvio toda la historia, habíamos acordado no hacerlo hasta que la situación lo hiciera imprescindible, y la verdad es que no teníamos idea de cuándo la situación se podía considerar imprescindible. Son esos fallos de previsión y el tener que tomar decisiones bajo presión lo que hace a los criminales cometer errores en su declaración ante la policía. Y no sé por qué demonios pienso en criminales cuando quienes estábamos bajo presión éramos Raúl y yo. Nosotros éramos las víctimas, no criminales, ¡por el amor de Dios!
Salvio hablaba poco, parecía que la situación no fuese con él, lo cual era más que discutible. Pero para discutirlo debíamos contar toda la historia hasta donde sabíamos. Y ya he dicho que no era el caso. O no era seguro que fuese el caso. La verdad, estaba hecha un lío y aquella reunión no parecía que fuese a aportar alguna claridad a mi estado de ánimo.
Y Raúl no estaba mejor.
Y entonces sucedió.
Mientras hablábamos, la cinta había ido avanzando, mamá y los pintores ya habían acabado su actuación, un mar de semen cayendo sobre la buena señora, como pueden suponer. Estábamos en la parte donde las escenas se endurecían y aparecían las capuchas, las argollas y los látigos. Ahora, con la perspectiva que da la distancia y el tiempo, aún no sé cómo no fue capaz de contenerse. Tal vez si lo hubiese hecho, Raúl y yo ahora tendríamos un verdadero problema.
El grito sonó con tintes de histeria. ¿Se puede hablar de guturalidad aguda? Pues eso. Marta se llevó las dos manos a la boca y pensé que iba a gritar más fuerte, pero en lugar de gritar dijo, en voz baja y perfectamente modulada, de forma que a nadie le quedó duda acerca de cuáles habían sido sus palabras:
—¡Hostia, es Pablo!
Su mano señalaba a la pantalla y temblaba ligeramente.
Todos miramos a la pantalla. En ella, en aquel momento, solo se veía a un tipo encapuchado con una de esas máscaras que recuerdan a los verdugos medievales de los tebeos juveniles. El tipo penetraba a una rubia muy delgada, toda ella huesos y tetas, que mantenía amarrada a una argolla clavada en una mesa de madera, de forma que la parte superior del cuerpo de la chica quedaba tendida de bruces sobre la mesa y la parte inferior, con los pies apoyados en el suelo, exponía las flacas nalgas a la lujuria del enmascarado. Mientras la sodomizaba, la golpeaba en las costillas con un látigo de flecos de cuero. De vez en cuando, sacaba del culo de la chica delgada una polla corta y gruesa, acabada en un extraño gancho, se acercaba a la cara de la chica y le golpeaba con ella la mejilla mientras la chica hacía esfuerzos para lamerla.
Cuando Marta chilló y dijo que aquel tipo de la máscara era Pablo, justo estaba frotando aquella polla tan fea en la cara de la chica delgada y tetona.
Salvio y Raúl se miraron. Salvio fue a coger de nuevo la botella de whisky. Raúl se le adelantó y se sirvió un buen vaso, luego pareció repensarlo y le sirvió también whisky a Salvio.
Marta parecía incapaz de apartar los ojos de la pantalla y de aquella polla horrible. Hizo un movimiento espástico que le levantó la falda hasta la mitad de los muslos. Y la verdad es que tenía unas piernas bonitas, aunque se veía que no tardarían en marcar algunas venillas. Son cosas de la edad que no les quitaban mérito.
Yo no sabía con exactitud qué podía significar aquello, pero tenía la seguridad de que, fuera lo que fuese, era bueno y conveniente para mi estado de ánimo.
Tuve la tentación de rebobinar y volver a pasar la escena, pero pensé que se debe ser caritativo con el prójimo. Aunque el prójimo sea una mala bestia como Marta.