MARTA

Aquel fue un miércoles para recordar. Alrededor de las once de la mañana entré en el despacho de Pablo con una excusa cualquiera, ni siquiera soy capaz de recordarla, solo deseaba verlo. Confiaba en que mi jefe se alegrase de verme y no tuviese que hacer una exhibición de mis dotes de actriz. Pablo estaba sentado detrás de su mesa, cuando me vio separó ligeramente la silla y dijo:

—Ven aquí, pero antes cierra la puerta.

—Si Ana intenta entrar y encuentra la puerta cerrada sospechará —le dije mientras pensaba que por el camino que iba aquello siempre sería mejor que sospechase a que nos pillase en pleno fornicio. En realidad, yo no tenía demasiado interés en que nos sorprendiese follando, simplemente me excitaba pensar que cabía la posibilidad de que sucediera.

—Cuando salgas le dices a Ana que tenías un problema delicado y que te has asegurado de que tendríamos la intimidad necesaria, pero no te preocupes, no entrará si yo no la llamo, ¿quieres que la llame?

Moví la cabeza negando y sonreí. Pablo sabe excitarme solo con esas nimiedades. No necesita esforzarse, parece conocer la ubicación exacta del interruptor que me pone en marcha.

No quiero llenar de detalles escabrosos este relato, así que simplemente contaré lo que sucedió: mientras me acercaba, él se bajó los pantalones, y cuando estuve a su lado me dijo que me arrodillase frente a él. Sabía lo que tenía que hacer y lo hice, pero en esta ocasión Pablo no se corrió en mi boca como yo esperaba. Cuando estuvo bien excitado me tomó de los hombros, me levantó y me pidió que me sentara encima de él y lo cabalgase. Mientras lo hacía me mordisqueaba los pezones, me decía que me los iba a arrancar de un mordisco y que yo era la mujer más deseable del mundo. Bueno, también me decía cosas como que me estaba convirtiendo en su puta más preciada y que me daría por el culo hasta rompérmelo. Me dijo algunas cosas que yo no permito que nadie se atreva a decirme, pero en aquellos momentos casi me gustaba escucharlas de sus labios. Estaba cabalgando a Pablo, veía al fondo el azul del mar e imaginaba que una ola gigante llegaría hasta allí y nos cubriría, nos arrastraría hasta el fondo del océano. Justo en aquel momento, Pablo comenzó a gemir y me volví loca, me agarré a su pelo, no quería que la ola lo arrastrase solo a él, quería ir al fondo del océano agarrada a Pablo. Yo también empecé a gemir; luego, cuando acabamos, me dijo que lo había insultado llamándolo cabrón y diciéndole que mi culo era mío y que ningún mariconazo me lo iba a romper. Yo no recuerdo que lo dijese, y me extraña que dijese semejantes barbaridades, lo que si acepto es que mientras la ola nos arrastraba al fondo del océano yo no paraba de hablar, eso lo recuerdo perfectamente. No me hagan asegurar qué era lo que decía, y no le hagan caso a Pablo.

Cuando al marchar pasé frente a la mesa de Ana, su secretaria, se me ocurrió que mi pelo estaría revuelto y me lo compuse con un par de movimientos rápidos. Ella fingió que estaba absorbida por un estúpido montón de papeles que tenía sobre la mesa.

Me pregunté si Pablo también se la habría follado en algún momento. En realidad, Ana no está tan mal, es del tipo santurrón, pero para un polvo rápido supongo que serviría. Cualquier día se lo preguntaría a Pablo.

¡Jesús, cómo me estaba volviendo!

Una chica tan seria como yo.

Se me ocurrió pensar si para ser una señorita educada sería necesario follar sin demasiado entusiasmo. Entonces me di cuenta de que sonreía ampliamente y que los compañeros me miraban.

Los mandé a tomar por culo, en silencio y con toda educación.

Quiero decir que lo hice en mi fuero interno.

Una hora más tarde me llamó Ana, me dijo que Pablo quería verme en su despacho. Cuando entré, Pablo estaba tomando una copa de cava. Me dijo que estaba muy frío y que si quería una copa. Mientras me lo decía me tendió una copa, se lo agradecí con una sonrisa y bebí un sorbo.

Luego me preguntó si antes me lo había pasado bien y comenzó a acariciarme. Me dijo que yo no tenía que hacer nada, que lo dejase hacer a él. Me tendió sobre su mesa y, sin desnudarme, me bajó las bragas y comenzó a lamerme. Me dijo que estaba mojadísima, me puso un dedo dentro de la vagina y me lo acercó a los labios, tenía un gusto salado. Luego me pidió que me levantase, que pusiera las palmas de las manos sobre la mesa y que proyectase las caderas hacia afuera. Yo hubiese subido al archivador, si era eso lo que quería. Pablo cogió algo de uno de los cajones de su mesa y noté cómo con el dedo me untaba el recto con algo que parecía gel de baño.

Le dije con absoluta seriedad que no quería, pero no me moví y lo dejé hacer. Cuando me penetró, sentí un dolor profundo y grité, un chillido corto y agudo. Pablo tiene una polla corta y gruesa que se dobla en un ángulo extraño en la punta y forma como una especie de anzuelo. Y, con aquella polla corta y gruesa, me sodomizó. Afortunadamente, se corrió pronto. Yo no pude, bastante trabajo tenía soportando el dolor. Nada de olas cubriéndome y arrastrándome hasta el fondo del océano, solo dolor. Pablo me susurró en el oído que la próxima vez sería mejor, que no me dolería. Recé para que así fuera, sabía que habría una próxima ocasión.

Pasé frente a la mesa de Ana tratando de andar con normalidad. No sé si lo conseguí porque Ana me miró con una expresión entre escandalizada y divertida. Claro que lo más probable es que habría escuchado el grito de dolor que solté cuando Pablo me introdujo la verga en el recto. Yo lo achacaba a aquella punta gruesa y torcida hacia arriba como un gancho.

Tardé un día entero en andar con normalidad.

Ese fue un miércoles para recordar, el día que perdí mi virginidad, al menos la que aún conservaba.

Pero no quiero que piensen que lo único que Pablo y yo hacemos es follar como energúmenos, también tenemos nuestros momentos sensibles, momentos de recogimiento en compañía, si saben a qué me refiero. Él sabe ser un hombre dulce cuando hay que serlo. Ese miércoles almorzamos juntos y se interesó por mi relación con Raúl, imaginé que Ana se lo habría contado. Con ella había hablado de ello, así que no me extrañé, siempre había pensado que Ana era una cotilla, en más de una ocasión me había contado historias de compañeros; alguna, bastante divertida, si he de ser sincera.

Me gustó que Pablo se interesara por mis problemas matrimoniales. Le conté que nuestro proceso de divorcio iba adelante, le dije que las relaciones sexuales con Raúl nunca habían sido satisfactorias. No quise decirle que las únicas relaciones satisfactorias que había tenido en mi vida habían sido con él. A los hombres, según qué cosas no hay que decírselas, son capaces de envanecerse hasta límites increíbles, y pierdes el control de la situación, algo que jamás debe suceder. También le conté que tenía la impresión de que Raúl se estaba liando con la putilla. En realidad, dije que se estaba liando con «la muchacha que encontró el cadáver».

Pablo dijo:

—Bueno, esa es la impresión que daba, fueron juntos a la fiesta, ¿no es así?

Le dije que sí, aunque se lo dije dudando; en realidad, yo había sido la primera sorprendida.

—La chica es mona, aunque no la acabo de situar, no parecía exactamente de nuestro ambiente, en ocasiones he pensado qué demonios estaría haciendo allí, con Raúl o sin él. —Pablo parecía realmente sorprendido de que en su fiesta estuviese alguien a quien no conocía. A mí, en realidad, no me sorprendía tanto, en esas fiestas siempre hay gente acompañando a otra.

Me encogí de hombros, ¿qué le podía decir? En realidad, yo tampoco sabía de dónde demonios la había sacado Raúl.

La tarde fue mucho más tranquila, Pablo se encerró en su despacho y yo estuve repasando unas estadísticas acerca del impacto de las últimas campañas en nuestras ventas. Llegué a casa esperando encontrar un mensaje de Salvio en el contestador, es lo que hace cuando se siente culpable. Sorprendentemente no había ningún mensaje, y pensé que ya me llamaría.