MARTA

Me metí en la cama pensando que no iba a poder dormir, pero he dormido como pocas veces en mi vida. Debe de ser que necesito emociones fuertes para sentirme bien. Salvio no es una emoción fuerte, ni creo que llegue a serlo nunca, eso hay que descartarlo. Lo apropiado es no esperar de la gente más de lo que puede dar de sí, es lo apropiado y, especialmente, lo práctico. Bajo esta premisa, Salvio puede ser una buena pareja si no esperas de él más de lo que es capaz. Nada de emociones fuertes. Un matrimonio reposado y feliz.

Tal vez sería una emoción fuerte hacer el amor con Salvio sabiendo que Raúl está mirando, o escuchando. Lo tendría que atar, lo conozco muy bien, es un pusilánime. Todos los hombres lo son, sirven para lo que sirven y no mucho más, es justo lo que decía antes.

¿Qué se hace un sábado a las doce y media de un mediodía soleado? Después de una noche movida como la que había pasado, cualquier cosa me parecía aburrida, sin color, estéril. Pensaba en los acontecimientos de la noche anterior y sentía cómo la adrenalina despertaba y comenzaba a correr por mi cuerpo. Mis venas eran una autopista que conducía torrentes de emoción al corazón. Y me sentía bien, era una sensación desconocida, pero me sentía sorprendentemente colmada.

Prendí el televisor por si decían cualquier cosa de la chica muerta en la fiesta. En lugar de la muerta, en la pantalla, una pequeña muchedumbre, agrandada por las pancartas coloridas y el voceo de consignas de rima fácil, bajaba por el paseo de Gràcia, imaginé que en dirección a la plaza de Catalunya. Detrás de ellos, la policía municipal controlaba el atasco monumental que se había formado a causa suya. Por lo que sabía de Zuleima —poco y caro, no contraten a un detective privado si pueden evitarlo—, probablemente por allí andaría. Parece que la chica está empeñada en salvar al mundo, lo que no acabo de entender es en qué puede ayudar al mundo follarse al capullo de mi marido.

Telefoneé a Salvio, pero me salió el contestador automático con aquel absurdo mensaje que dice: «Si te crees que no estoy en casa, deja un mensaje; en caso contrario, sigue intentándolo y veremos».

En ocasiones, Salvio me parece un perfecto gilipollas.

Me preparé un baño tibio y me sumergí en él, puse el teléfono a mi lado y esperé un rato para volver a marcar el número de Salvio.

Seguía sin contestar y probé en su móvil, que daba señal de desconectado o fuera de cobertura.

Me acaricié el sexo. El agua tibia, el perfume de las sales de baño y el resto de adrenalina que se resistía a abandonar mis venas me llenaban de una voluptuosidad perezosa.

Al cabo de un rato lo dejé correr, el agua se había enfriado, el frío se había llevado los restos de adrenalina y me estaba poniendo nerviosa.

Probé de nuevo con el número de Salvio.

Nada.

Si he de ser sincera, y en aquel momento en que nadie me escuchaba era un momento idóneo para serlo, echaba en falta a Raúl. Su presencia serviría para desahogarme, una buena bronca trabajándole los sentimientos de culpa me ayuda a amortiguar el estrés.

Cualquiera podría pensar que me paso la vida atacando a Raúl. No es cierto, al menos no es exacto. Digamos que me vengo por anticipado de sus ataques. Y si en ocasiones no se producen, eso no es motivo suficiente para crearme algún complejo de culpabilidad. Podrían haberse producido, yo estaba a su lado, él me hablaba, motivos para jodernos el uno al otro nos sobran, ¿por qué no?

Me preparé un desayuno ligero: zumo de naranja y una tostada con mermelada.

Probé al móvil de Salvio.

Desconectado.

¡Gilipollas!