MARTA

Si no hubiese sido por mi maniobra, el cabrón de Raúl a aquellas horas estaría follando con la putilla. Bueno, supongo que lo acabó haciendo con la golfa de Zuleima. A Salvio lo había largado a su casa, no tenía humor para compartir la cama con nadie. Claro que tuve la impresión de que Salvio tampoco estaba mucho por la labor. Es normal, no todos los días te encuentras en la escena del crimen, como dicen ahora.

Actualmente, Raúl y yo dormimos en habitaciones separadas, así que le podía haber dicho a Salvio que viniese, especialmente teniendo en cuenta que Raúl se estaría revolcando con Zuleima y no aparecería por casa. Hay un pacto tácito acerca de este asunto, ninguno de los dos debe traer a su amante a casa. Pero cada día me resulta más tentador hacer el amor con Salvio sabiendo que Raúl está en la habitación de al lado tratando de dormir y escuchando mis jadeos. Porque, en una ocasión así, mis jadeos se escucharían desde el entresuelo. En caso de que Raúl llegara y recriminara mi actitud —al día siguiente, por supuesto—, le contestaría, con mi mejor expresión de dignidad ofendida: «Chico, tú estabas follando con la golfa de tu amiga, pensé que no vendrías, ¿cómo iba yo a saber que ella te largaría tan pronto? Oye, ¿qué pasa?, ¿no tendrás problemas de erección? Bueno, siempre puedes recetarte Viagra, afortunadamente no tienes problemas cardíacos, así que puedes tomar tanta como necesites».

La cuestión es que cuando llegué a casa no tenía sueño. Tanto trajín con el cadáver de aquella chica, acompañado de la aparición en mi vida de la putilla que se colgaba del brazo de mi marido como si lo acabara de adquirir y tuviese prisa para lucirlo. Sin olvidar el ojo atroz del inspector Colomer. Entre una cosa y otra me había despejado, estaba nerviosa y había bebido más de la cuenta. Yo bebo con moderación, con mucha moderación, sería más exacto decir, pero aquella noche tan cargada de emociones no había mantenido mi habitual control. Así que pensé que llamar a Pablo e interesarme por su estado sería una muestra de gentileza por mi parte.

La voz de Pablo mostraba el estado de nervios adecuado a los acontecimientos de la noche.

—¿Cómo estás, Pablo?

—¿Quién eres?

—¿Cómo que quién soy?

—¡Ay, Marta!, disculpa mujer, creo que estoy algo más nervioso de lo habitual. Y respondiendo a tu pregunta, estoy hecho mierda. Tú no la has visto, a aquella chica, ¿verdad?

—No, Pablo, y me alegro mucho, ha debido de ser un espectáculo horripilante.

—Lo era. Y luego la policía, ¿a ti te han molestado mucho?

—Sí, bastante, el inspector aquel tan raro parece que nos ha cogido cariño a nuestro grupo.

—Sí, es un tipo curioso ese inspector. Por cierto, la chica que estaba con vosotros fue quien descubrió el cadáver, ¿no?

—Sí, la trajo Raúl.

—Pero Raúl vino contigo… Bueno, es igual, no tiene la menor importancia, es solo que al no conocerla he pensado que tú podrías saber quién era. Creo que voy a tomar un sedante potente y caer rendido en la cama. Afortunadamente, mañana es sábado y podemos descansar; el lunes, en la agencia, tendremos un día duro.

—Hoy es sábado, Pablo, son ya las tres de la madrugada del sábado. Y por el lunes no te preocupes, estaremos en forma.

—Cierto, hoy es sábado. Gracias por tu interés, Marta, eres una tía formidable. Oye, estoy preocupado, y a alguien se lo tengo que decir. Creo que la policía sospecha de mí. Me ha dicho el tipo que lleva la investigación…

—El inspector Colomer.

—Sí, el inspector Colomer. Me ha dicho que de ninguna de las maneras debo abandonar la ciudad. Y lo más preocupante es que en la calle, frente a mi casa, hay un coche celular vigilándola. Mejor dicho, vigilándome a mí. Creo que me considera el principal sospechoso.

—¿Por qué deberías de ser el principal sospechoso?

—Piénsalo bien, era mi baño, mi fiesta, a la muerta no la conocía nadie, ni nadie la había visto. Soy un sospechoso de manual, no me extrañaría que me detuvieran. He hablado con un abogado de mi confianza y me ha dicho que le extraña que no me hayan llevado a comisaría para interrogarme a fondo, pero que no me sorprenda si lo hacen. Y que si sucede, que lo avise inmediatamente.

—Tranquilízate, está muy claro que tú no eres un asesino, procura no pensar demasiado en ello, ya sé que es difícil, pero haz el esfuerzo.

—Sí, claro.

—¿Quieres que hablemos? Si me necesitas puedo ir, yo tampoco tengo sueño.

—Te lo agradezco, Marta, pero creo que lo mejor será que tratemos de dormir.

—Sí, supongo que tienes razón. Buenas noches, Pablo.

—Buenas noches, Marta, y gracias.

Las palabras de Pablo me habían hecho pensar en la presencia de Susana en la fiesta: ella dijo que la había invitado Raúl, pero Raúl vino conmigo. Y si vino sola, ¿cómo entró? Claro que Salvio también vino solo, pero a Salvio yo le había dado una invitación, ¿de dónde sacaría Raúl una invitación para dársela a la putilla? Yo no se la había proporcionado, eso era seguro. Y hasta pocas horas antes de la fiesta, no sabía que iba a asistir Raúl, hasta me costó convencerlo; por tanto, era difícil que él la hubiese invitado. Tiempo para avisarla de que asistiría a la fiesta y podían reunirse allí, sí que tuvo, pero, así y todo, seguiría vigente la pregunta de dónde sacó ella la invitación. Tendría que hacer algunas averiguaciones.