Tenía la intención de pedirle a Raúl que me acompañase a casa, invitarlo a subir, y ya veríamos. Pero la marrana de Marta parecía tener el don de la ubicuidad, si se trataba de joder podía estar en más de un lugar al mismo tiempo. Me había jodido a mí, estaba segura de que también a Raúl, y con toda probabilidad en aquel momento estaría jodiendo, en el peor significado del término, a Salvio. Así que me tuve que conformar con pasarle una tarjeta con mi dirección y que él tomase la iniciativa.
En casa, encontré en el contestador un mensaje de Fredo, se disculpaba una vez más y me preguntaba qué tal había ido la fiesta, que lo llamase aunque fuera un poco tarde, que estaba desvelado. Un buen tipo, Fredo. Medio inútil, pero con buen corazón.
Es injusto decir que Fredo es medio inútil.
En realidad es un inútil de cojones.
Ya que no conseguía conciliar el sueño, decidí llamarlo, no me importaba despertarlo, al fin y al cabo aquel enorme desbarajuste que estaba afectando mi vida era por su causa.
—Caaaariiiño, ¿cómo fue la fiesta? —En ocasiones Fredo tiene una voz de moña que parece la metáfora de una golfa ebria.
—No te lo creerás, Fredo.
—¿Qué es lo que no me creeré, cielo?
—Encontré a una chica muerta.
—¡Jesús! Una chica muerta, ¡qué horror! ¿Y cómo era esa chica?
—Y yo qué coño sé cómo era, estaba muerta, Fredo. ¡Joder!, las chicas muertas están muertas, ¿te parece poco?
—No, mujer, no, disculpa, solo que me he preguntado si era una mujer joven o ya era mayor, si tuvo un accidente, qué sé yo. Y cálmate, es que me he quedado tan sorprendido que casi no puedo ni hablar, no sé lo que digo, estoy horrorizado. ¿Y qué pasó?
—No sé, vino la policía, nos interrogó. Yo estaba con unos amigos que conocí allí, luego se llevaron el cadáver de la chica. Nos volverán a interrogar, especialmente a mí.
—¿Por qué a ti, cielo?
—Porque fui yo quien encontró el cadáver en el cuarto de baño, desangrándose en la bañera, con un corte horrible en el cuello. Y menos mal que, cuando me preguntaron de quién era invitada, se me ocurrió nombrar a uno de esos amigos. Y él dijo que sí, un tipo encantador, Fredo.
—En la bañera, ¡Jesús, qué angustia!
—Sí, fue horrible, es algo que no olvidaré en muchos años.
—Claro, cielo, pero tú eres una chica muy valiente y lo superarás. Y si necesitas a Fredo, ya sabes que siempre puedes contar conmigo.
—Gracias, Fredo, eres un hombre estupendo.
—Oye, bruja, sin insultar.
—Bueno, una chica estupenda.
—Eso ya está mejor. Oye, se me ocurre que si este amigo tuyo te siguió la corriente cuando dijiste que te había invitado él, mejor déjalo así.
—Sí, supongo.
—¿Y quién es ese príncipe azul?
—Apenas lo sé, Fredo, ya te digo que lo conocí allí. Si no hubiese sido por él, creo que en este momento estaría en una de esas horribles celdas de comisaría, con un par de policías peludos acosándome.
—Oye, vas a conseguir que me excite, ya sabes que hablar de hombres peludos a mediodía me resulta afrodisíaco.
—Venga ya, Fredo, no es momento para bromas.
—Perdona, pero es que un par de policías peludos dándome cachetadas es mi sueño erótico. Y si fuesen nalgadas, sería la gloria.
—Déjalo ya, sé que quieres animarme haciendo el payaso, pero…
—Tú mandas, reina.
—Así, ¿te parece mejor seguir diciendo que me invitó aquel tipo?
—Claro, si ahora me nombras a mí, la policía sospechará que hay algo turbio en todo el asunto y no te dejará vivir en paz, ni a mí tampoco, ya sabes cómo son esa gente. Por cierto, ¿cómo se te ocurrió decir que te había invitado este amigo?
—No sé, Fredo, en aquel momento estaba muy asustada, aquel hombre me había ayudado cuando estaba al borde del ataque de nervios, es médico. Y me sentí protegida por él, luego pensé que había cometido una tontería, pero ya era tarde.
—Claro, ya era tarde. En fin, ahora tienes que descansar, ponte guapa porque la semana próxima, casi con seguridad, te presentaré a un productor que está buscando a una chica para un papel que te cuadra a la perfección.
—Gracias, Fredo, ya hablaremos.
—Descansa, cielo, eres mi princesa linda.
Colgué con una sensación extraña en la boca del estómago, estaba muy afectada y la conversación con Fredo no había ayudado a tranquilizarme. Probablemente, eso era todo lo que me pasaba; sin embargo, me metí en la ducha con aquella sensación.
Me costó pisar la cerámica de la bañera, resultaba difícil no verla manchada de sangre. Para olvidarme de la sangre y de la chica muerta, traté de fijar mi atención en las últimas palabras de Fredo. Había un productor que buscaba a una chica para un papel que me cuadraba a la perfección.
Ya, querría que se la chupase debajo de su mesa de despacho.
Tomé la determinación de llamar a Raúl en cuanto me duchara, necesitaba una buena dosis de sentimientos protectores a mi alrededor, y estaba segura de que Raúl estaría dispuesto a dármelos.
Entonces recordé que era él quien tenía mi teléfono y no yo el suyo. Tal vez él no sintiese el menor deseo de llamarme.
Me puse a llorar allí, debajo del chorro de la ducha.
No quería chupársela a ningún productor con una película en trámite que nunca iba a realizarse.
No quería recordar que había encontrado a una chica degollada en el cuarto de aseo de una casa donde se celebraba una fiesta en la que en realidad yo no estaba invitada.
Quería que Raúl estuviese allí conmigo y me abrazase.
Y ni siquiera sabía dónde estaba Raúl.
Hubiese aceptado gustosamente uno de los abrazos blandos y perfumados con esencia de rosa de Fredo.
Estuve llorando un buen rato.
Luego me calmé.
Me fui a dormir. Aunque no estaba segura de que conciliase fácilmente el sueño. Por si acaso llené un vaso de agua y lo dejé al lado de mi cama. Lo estrené con un comprimido de Myolastan que no me hizo el efecto deseado, así que, a la media hora, doblé la dosis.
Me dormí.
Ya sé que en estos casos lo adecuado es que la chica de la bañera viniera a turbar mis sueños, se apareciese con su cuello abierto a llenarme de sangre la cama, pidiéndome ayuda y señalando con su mano pálida hacia un rincón donde la oscuridad solo me permitiría ver la silueta del asesino. Pues no. Dormí con un sueño profundo y neutro, ninguno de los acontecimientos de la noche anterior vino a torturarme.