MARTA

Por si tenía alguna duda de que aquel policía estaba loco, aquel fue el momento que se desvaneció. Yo estaba atenta a las explicaciones de la putilla, había algo en ella que no me acababa de cuadrar, pero era incapaz de descubrirlo. Que estaba liada con el cabrón de mi marido era evidente, pero algo no casaba. El comportamiento de aquellos dos, en ocasiones, parecía el de unas personas que se acaban de conocer, y en otras, solo faltaba que ella se arrodillase delante de su bragueta y le hiciera un buen trabajo. No, no me vengan con eso de que se me estaban comiendo los celos, soy una persona perfectamente centrada emocionalmente, puedo admitir con absoluta tranquilidad que Raúl y su putilla me crispaban los nervios y en otra zona de mi cerebro analizar fríamente los acontecimientos. Puedo hacerlo.

¿De acuerdo?

Bien, pues déjenme proseguir.

Sin venir a cuento, la expresión del comisario se hizo soñadora:

—Vamos a ver, dígame un refrán —le dijo a Raúl, señalándolo con el dedo.

—¿Un refrán, dice?

—Sí, un refrán, debe usted de conocer algo del refranero español.

—Sí, algo.

—Muy bien, pues dígame un refrán.

—¿Para qué?

—Usted simplemente dígalo.

—Bueno: en reino de ciegos el tuerto es rey.

No sé si Raúl lo hizo adrede, eso de mencionar la capacidad visual, teniendo en cuenta a quién se dirigía. Es capaz de hacerlo, en ocasiones me sorprende que alguien tan pusilánime muestre ese gusto por bordear el peligro. Pero Colomer no se dio por aludido.

—Falso, es absolutamente falso, en el reino de los ciegos el tuerto es un asocial, se lo fusila y todos contentos.

Se nos quedó a todos cara de estar a punto de pisar una mina, el pie levantado y mirando atemorizados al horizonte. Es una metáfora, claro, pero lo cierto es que nos quedamos muy sorprendidos. Pero Colomer parecía lanzado, señaló a la putilla y le dijo:

—Ahora usted, por favor.

—¿Yo qué?

—Diga un refrán, alguno debe de saber.

—No sé, a ver, déjeme pensar. Sí, ya está: no hay mejor sordo que el que no quiere oír.

—Falso, señorita, si no quiere oír será caradura, tímido, precavido o tonto de baba, pero de sordo nada, es su elección. ¿Lo ve usted?

La putilla asintió con cara de susto y miró a Raúl como pidiendo consejo.

—Dígame otro —apuntó Colomer a Salvio. Por mi parte yo ya estaba pensando el mío, estaba claro que aquel loco nos estaba examinando a su manera desquiciada.

—Desgraciado en el juego, afortunado en amores —dijo Salvio.

—Nada, hombre de Dios, nada, cuéntele a su esposa que acaba de perder su sueldo en el casino y que, en consecuencia, debe adorarlo. Cuénteselo y verá lo afortunado en amores que es.

Antes de que me dijese que era mi turno, dije:

—Las cosas de palacio van despacio.

—Serán las malas, porque las buenas van como galgos —respondió Colomer, mirándome satisfecho. Y luego dijo—: Es un hobby: soy probablemente el destruidor de refranes más importante de España, incluso de Europa. Deberían practicarlo, tranquiliza mucho. Y créanme, ustedes necesitan tranquilizarse, se avecinan días duros.

Aquellas palabras —estaba claro que pretendía intimidarnos— me parecieron absolutamente innecesarias e injustas, y no pude por menos de hacérselo saber al inspector.

—No sé las razones que tendrá usted para hacer esta afirmación, y créame, me gustaría que me las explicase.

—Lo haré, señorita, perdón, señora, ¿o me confundo y no es usted la señora? Creo que nos iremos viendo con cierta frecuencia en los días venideros. De momento, y para responder a su pregunta, le puedo decir lo siguiente. Uno de ustedes encontró el cadáver, el otro estaba a su lado, y todos ustedes están implicados de una u otra manera entre sí.

—Dime con quién andas y te diré quién eres, ¿algo así? —le dije, para atacarlo en su propio terreno. El inspector cabeceó distraído y me pareció una oportunidad magnífica para ponerlo en ridículo—. ¿Este refrán no me lo destruye?

—Es uno de los más difíciles de destruir, pero es, como mínimo, inexacto, sería más certero decir:

«Dime con quién te acuestas y te diré a qué peligros te asomas», o mejor aún, «Dime con quién andas y te diré qué malas acciones puedo esperar de ti». Bien, sea como sea, ahora uno de mis hombres tomará sus datos y les recomendará que no abandonen la ciudad hasta nueva orden. Y les aconsejo que cumplan a rajatabla. Ahora les dejo.

El inspector Colomer se alejó con paso mesurado, parecía iluminado con la seguridad de estar en posesión de la verdad. Raúl dijo que era mejor que fuésemos nosotros mismos a buscar al hombre que recogía los datos, así nos podríamos largar antes a casa.

Todos estuvimos de acuerdo con él, aquella noche se estaba haciendo muy larga con tantas preguntas por responder.