SUSANA

Quizás yo pudiese explicar el último enigma, me refiero a mi presencia en la fiesta. Yo estaba en aquella fiesta porque Fredo, el hijo de puta de mi agente, me había invitado. No conocía a nadie, ni nadie me conocía, sin embargo allí estaba, aunque afortunadamente viva.

Fredo me llamó la noche anterior para invitarme, me dijo que habría gente guapa y buena comida, que tal vez alguna de las personas que me presentaría podría serme de utilidad, y que, en último término, sería divertido. La fiesta la daba el gerente de una importante empresa de publicidad, y la gente de publicidad siempre puede ser de utilidad a una chica que aspira a ser actriz.

Mejor conocer a Pedro Almodóvar que a un ejecutivo de publicidad, pero si he de ser sincera, yo tengo más posibilidades con los ejecutivos de publicidad que con Almodóvar. A no ser que con Pedro se trate de comparar los últimos cosméticos aparecidos en el mercado: «Pues, qué quieres que te diga, bonita, para tener veinte años no es que puedas presumir de tu piel, yo de ti probaría con una mascarilla para pieles secas». Cosas así.

Fredo es… bueno, Fredo es Fredo, un vividor que se llama a sí mismo agente de actrices y actores. Creo que la figura más importante que jamás ha tenido en su agencia es un mago sordomudo que se parece a Clark Gable y tiene mucha salida en fiestas de la tercera edad; cuando hace un buen truco, suelta unos sonidos guturales, parecidos al zureo de una paloma gritona, que tienen mucho éxito entre el público asistente. En realidad, Fredo tiene tantas posibilidades de encontrarme un buen trabajo como de figurar en el BOE por mearse en la tumba del Doncel Durmiente de Sigüenza. Pero es lo único que tengo, ni más bueno, ni más malo. Al menos no se pasa el día tratando de meterse en mis bragas, y, ya que hablamos de cine, creo que tiene más interés en las de Almodóvar. Aunque es bien cierto que interés en meterme a alguien importante en mi precioso tanga sí tiene. Intentarlo, lo intenta. Ya les digo: a mí me invitó a la fiesta para que conociese a gente interesante.

No nos engañemos, a la gente importante que se mueve en estos ambientes, lo que más atractivo le resulta de una chica como yo es la posibilidad de ver sus bragas enrolladas en sus preciosos tobillos y sus tetas brincando alegremente mientras se la follan.

Eso en el mejor de los casos.

No hago distinción entre hombres y mujeres, tiene que haber gustos para todo.

Recuerdo el día que fui a ver a Fredo a su oficina, hará algo menos de un mes. Allí dentro hacía un calor que fundía las piedras. Él estaba en mangas de camisa, y unas manchas húmedas se extendían por la pechera a partir de los sobacos. En las paredes tenía varías fotografías dedicadas de actrices y actores españoles y europeos que, con toda seguridad, jamás habían sido representados por él. Admitiría apuestas a favor de la falsedad de los autógrafos, en realidad todos se parecían bastante.

Fredo me miró como si fuese el exceso de trabajo lo que lo agobiaba, y no el calor.

—No sé lo que quieres, cielo, pero siéntate y me harás compañía —me dijo, mientras se abanicaba afectadamente con un abanico negro rematado por puntillas rojas.

Me senté frente a él y sus manchas en la camisa, y le dije:

—Necesito que me encuentre trabajo, soy actriz.

—Necesitas trabajo de actriz, ¿eh, reina? Mírame, por favor: mi aparato de aire acondicionado ha dejado de funcionar, llevo toda la mañana buscando un programa de televisión que cuente cómo es la vida en la Antártida con la esperanza de que refresque el ambiente agobiante de este jodido horno. Y, ¿sabes qué?, lo único que encuentro son selvas tropicales de exuberante vegetación, rebosantes de alimañas y bichos peludos llenos de dientes que estarían encantados de comerme los huevos, pero, en fin, cariño, así es la vida. Anda, cuéntale a Fredo qué experiencia tienes y por qué crees que Fredo podrá encontrarte un trabajo. ¡Oh! Pero antes te haré una pregunta, disculpa, pero se la hago a todas las chicas que vienen a ver a Fredo. ¿A cuántos productores les has chupado la polla en esta última semana?

Luego se puso a llorar. Yo me había levantado para largarme, pero ver a aquel hombre de metro ochenta y cien kilos de peso llorando como una Magdalena me conmovió; además, a las mujeres, los homosexuales con maneras de Dama de las Camelias nos resultan simpáticos, aunque solo sea por la seguridad de poder apoyar la cabeza en el hombro de un macho sin tener que preocuparte de que te desabroche el sujetador y se meta uno de tus pezones en la boca, y yo no soy una excepción.

En más de una ocasión me ha conmovido ver llorar a un hombre y nunca he sacado nada bueno de ello, pero no aprendo. Así que me quedé y lo consolé. Me contó que su novio lo había abandonado después de una intensa y apasionada relación de tres semanas. Me explicó, con afectado orgullo, que su novio era un ruso blanco, alto, rubio y con unos ojos azules capaces de enternecer al alma más endurecida. Cuando estaba sobrio era un amor, pero pagaba las consecuencias de haber nacido de una madre alcohólica. La leche materna con la que se había alimentado Vladimir podría habérsela tomado tranquilamente con un par de cubitos de hielo, de haberla tomado en vaso, y eso había marcado toda su vida. Cuando se emborrachaba, Vladimir se ponía macho y maltrataba a Fredo —técnicamente, lo inflaba a hostias—, aunque más tarde le pedía perdón y lo abrazaba con ternura. Hacía dos días que le había dicho de mala manera que se iba a vivir con una mujer. Nada menos que con una mujer.

También me dijo que me convertiría en una actriz reputada en seis meses.

Yo no lo creí, pero tampoco tenía promesas mejores, ni siquiera falsas, así que me quedé y le conté mi experiencia. En realidad se tarda poco rato para contarlo, no fue un trabajo excesivo. Y me convertí en una de las prometedoras aspirantes a actriz representadas por Fredo. Nada de lo que mostrarse muy orgullosa, pero así es la vida.

Y aquí estoy yo, porque Fredo me dijo que tenía invitaciones para entrar en esta fiesta y que me presentaría a gente interesante. No me dijo en ningún momento que estarían muertos.

Concertamos reunirnos en un bar cercano a la mansión donde se celebraba la fiesta. Cuando ya pasaba una media hora de la hora fijada, Fredo me llamó para decirme que tenía un asunto preferente entre manos y que tardaría aún media hora más. Los asuntos preferentes de Fredo acostumbran a ser efebos caribeños deseosos de ganarse unos cuantos euros sin demasiadas complicaciones. Por si acaso, hice que la consumición que había ordenado me durase, no quise pedir otra porque luego se tienen que pagar.

Cuando llevaba cerca de una hora esperando, me llamó de nuevo, me dijo que lo que tenía entre manos daría para un buen rato y que fuese yo sola a la fiesta, y que él se reuniría más tarde conmigo, que no me preocupase por las invitaciones, que dijese que iba de parte suya. Seguí su indicación de entrar sola a la fiesta, me apetecía hacerlo. No las seguí en cuanto a decir que iba de su parte, lo más probable habría sido que no me dejasen entrar.

En la puerta oficiaban, de perros guardianes, dos armarios roperos sacados de alguna discoteca de los suburbios. Pasé rozando, con toda intención, el pecho de uno de ellos, al tiempo que le dedicaba la más luminosa de las sonrisas y le decía que Pablo debía de estar loco buscándome. Lo único que sabía de aquella fiesta era que la daba un alto ejecutivo de publicidad que se llamaba Pablo. El armario me miró el culo y no puso ningún inconveniente. Creo que ya he dicho que tengo un culo por el que suspiraría más de una estrella de Hollywood.

Y yo suspiro por el más insignificante de los papeles que le ofrecen a ella. Pero, en fin, así es la vida.

Si repito mucho eso de «así es la vida» no hagan demasiado caso, es que si no entendiese que la vida es así, estaría bien jodida.

Con todo esto quiero decir que si yo me había podido colar en la fiesta, la mujer que yacía en la bañera también pudo hacerlo. Lógicamente no me fijé si tenía un buen culo, pero para engañar a aquel par de descerebrados de la puerta no hacía falta gran cosa. Claro que, con toda seguridad, sus motivos serían distintos de los míos, pero muy gorda tenía que haberla montado para que la tratasen de aquella manera. Por colarse sin invitación seguro que no. Al menos ese era mi más ferviente deseo.

Y pasó lo que pasó, y en algún momento alguien, probablemente aquel tipo estrafalario que dijo ser el inspector Colomer, me pediría que le contara lo que hacía en aquella fiesta. Cuando llegase aquel momento, estar situada entre un grupo de gente que en apariencia me conocían podía hacerme más bien que mal. Además, estaba segura de que si estuviese en su mano, Raúl me ayudaría. También estaba convencida de que Marta haría lo posible por perjudicarme, no sabía qué pasaba entre Raúl y Marta, pero con la electricidad que generaban aquellos dos se podría iluminar la Torre Eiffel durante un par de semanas. Parecía claro que ella estaba liada con Salvio y que Raúl lo sabía, así que lo mejor que podían hacer era mantener una cierta discreción, o liarse a bofetadas hasta que les diese por reír o uno de los dos estuviese muerto, nunca mantener aquella tensión soterrada. A quien no acababa de situar en aquel escenario era a Salvio, parecía que andaba buscando su lugar y los rincones que encontraba no le acababan de entusiasmar. Aparentemente, Marta lo mimaba con mucho interés, especialmente cuando Raúl era el protagonista de la escena, eso era lo que me hacía pensar en lo que dije antes, pero estaba claro que lo estaba usando. Las mujeres tenemos un sexto sentido para detectar estas cosas.

Mientras estaba repasando mentalmente la manera en cómo me había visto envuelta en aquella situación, me sorprendió el repentino silencio que se hizo en el salón, un silencio que casi se podía cortar. Y ya que lo he dicho, esta es una frase estúpida, los silencios no se pueden cortar, se escuchan, hacen que te corra un escalofrío por todo el cuerpo, provocan tu atención, cualquier cosa menos cortarse. Esta es una de esas frases que simplemente dices sin pensar, y quien te escucha se lo traga como si fuese cierto por el simple hecho de que mucha gente la usa como si no fuese una estupidez. El ser humano es una cosa bien curiosa: consigan que mucha gente repita la más estúpida de las banalidades y habrá creado un estereotipo.

O un cómico de éxito.

O un filósofo.

O un superventas.

Hablar de aquella noche me pone muy nerviosa, discúlpenme.