Que dos inicien —¡nunca lo permito!—
un diálogo ameno sin que diga
una sola palabra y que prosiga
dando aún más comezón a su prurito…
hablar sin mí, sin duda, es un delito.
Como el techo sujeta fuerte viga
o a caballos gobierna audaz auriga,
con mi oratoria os muestro el infinito
—porque yo el infinito delimito
como lo que bebemos la vejiga—
y todo sabio tema finiquito.
Aunque a callarme siempre alguien me instiga,
esta orden, desobediente, evito
si con medios violentos no me obliga.