Si intento levantarme de la cama,
tras de mucho intentarlo lo consigo.
No es por pereza ni porque un amigo
duerme conmigo y su calor me llama.
Es que, públicamente, tengo fama
—y puede asegurarlo algún testigo—
de que me cansa hasta el ponerme abrigo
y me agota quitarme hasta el pijama.
Cuando intento beber se me derrama
por la barbilla el agua que persigo
y entre mis pechos que el ardor inflama.
Y como no la freno en el ombligo
cae al suelo como cae de la rama,
como cae de la higuera, al suelo, el higo.