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—¡Contacto!

La almirante Chin dio un respingo en la silla. DeSoto estaba inclinado sobre su pantalla, y ella frunció el ceño cuando los segundos pasaron sin recibir información.

—No estoy seguro de lo que puede ser, señora —replicó el oficial de operaciones de la almirante Chin—. Estoy recibiendo varias señales de radar muy débiles a unos siete millones de kilómetros. Aún no están a nuestro alcance y son demasiado pequeñas para tratarse de NLA, pero nuestro rumbo actual nos lleva hacia ellas. Les daremos alcance a cinco-cinco-nueve-cuatro kps, y… ¡Dios mío!

* * *

El destacamento del almirante Mark Sarnow había completado su maniobra y ahora presentaba su costado ante el enemigo que se aproximaba. Las cápsulas de misiles colgaban a popa como colas grumosas y desmañadas.

—Aguanten —murmuró Honor. Ningún sensor activo había sido encendido, pero habían dispuesto de horas para refinar los datos de sus sistemas pasivos. Sintió cómo los labios se tensaban.

Los láseres de haz delgado de la red táctica unían al destacamento completo en una enorme y vasta entidad, y los códigos de datos destellaban cuando cada división de cruceros de batalla y cruceros confirmaba que su objetivo estaba fijado. Esperó dos latidos de corazón más y luego…

—¡Fuego! —gritó, y el destacamento Hancock 001 abrió fuego.

Tan solo el Nike y el Agamenón lanzaron ciento setenta y siete misiles contra los repos, casi cinco veces la potencia de fuego del lateral de un superacorazado clase Esfinge. El resto de las divisiones de su escuadrón contaba con menos proyectiles, pero incluso las divisiones de cruceros de Van Slyke poseían el doble que un acorazado clase Belerofonte. Novecientos misiles salieron de la nada en la mismísima cara de la almirante Chin, y todas las naves bajo su mando conectaron sus propulsores al mismo tiempo. Viraron en redondo, aceleraron al máximo y activaron los señuelos y emisores de interferencias para cubrir sus pasos mientras se dirigían a toda prisa con rumbo a la base havenita a 4,93 kps2.

* * *

Durante un terrible momento, la mente de Genevieve Chin se paralizó.

Dos escuadrones de superacorazados no podían haber engendrado una salva tan ingente de misiles, ¡y los manticorianos solo tenían cruceros de batalla! ¡Era imposible!

Pero la realidad estaba ahí, y cuarenta años de entrenamiento sacudieron su cerebro hasta que este volvió a la vida.

—¡Noventa grados a estribor! ¡Que viren todas las unidades! —gritó, y su puño golpeó sobre el brazo de la silla de mando mientras sus naves comenzaban a girar. Iba a ser complicado, ya que era complicado mover acorazados con el timón, y maldijo los preciosos segundos que su propia sorpresa le había robado.

Un huracán de misiles destrozó las naves havenitas cuyos oficiales encargados de la defensa antimisiles habían sido demasiado lentos para calcular las trayectorias. Los sensores no habían indicado su posición, y ellos no eran adivinos.

Empezaron a dispararse las medidas antimisiles, esporádicamente al principio, y luego en cada vez mayor medida. Los acorazados estaban equipados de manera espléndida con defensas activas, pero los manticorianos habían concentrado el fuego sobre solo cuatro acorazados y cuatro cruceros de batalla, y casi un tercio de los misiles disparados no integraba ni ojivas láser ni cabezas nucleares. En su lugar, estaban equipados con los mejores dispositivos CME y ayudas electrónicas que los manticorianos podían construir, lo que los convertía en unos objetivos casi imposibles de fijar por parte de los sistemas havenitas. Las signaturas de impulsor de los misiles se dividían y recombinaban de manera desconcertante, los emisores de interferencias volvían loco al radar y la estática interfería con las redes tácticas de los escuadrones atacados, de tal forma que no tenían la menor idea de lo que les esperaba. La mitad de esas redes tácticas se vino abajo. La interrupción solo duró unos segundos, pero durante ese tiempo las naves de la almirante Chin se encontraron solas en medio de la tormenta. Se vieron obligadas a pasar a control autónomo, y sin la dirección centralizada dos, incluso tres naves designaron como objetivo a un mismo misil… mientras que otros proyectiles quedaban libres para seguir adelante.

Las medidas antimisiles y los láseres de racimo destrozaron decenas de ellos, pero nada podría haberlos detenido por completo, y Chin se aferraba a la silla de mando mientras su buque insignia resollaba agónico. Las ojivas láser se clavaron en el Nuevo Boston como cuchillas de rayos X. Vaporizaban y destrozaban por igual carne y metal con su contacto mortal, y esos solo eran los impactos leves, los que se habían abierto paso a través de las pantallas y el escudo antirradiación.

El Nuevo París, el acorazado de vanguardia de Chin, giraba con lentitud, y a decena de misiles detonó justo delante de él. Los letales láseres de racimo rasgaron la garganta de su cuña, y Chin contempló en la pantalla, con horror mórbido, cómo se desintegraba en pequeños fragmentos. Un instante antes eran seis megatoneladas de nave de línea; al siguiente, solo una bola de fuego.

Los cruceros de batalla Walid y Suleiman cayeron junto a él, y el resto de las naves recibía un impacto tras otro. El acorazado Waldensville se tambaleó cuando su anillo de impulsión delantero saltó por los aires, y el crucero de batalla Malik se separó de la formación con su cuña dañada sin remedio. Una división de cruceros pesados trató de cubrirse de los sensores manticorianos con sus propias cuñas, pero sin cuña ni pantallas el Malik estaba condenado. Delante de la misma Chin, su tripulación corrió hacia las cápsulas de escape, abandonando su nave antes de que los manticorianos la localizaran a pesar del apantallamiento y la destruyeran. El impulsor dañado del Waldensville había reducido su aceleración máxima a la mitad, el acorazado Kaplan había perdido un cuarto de su costado de babor; su gemelo, el Havensport, estaba casi igual de dañado, y el crucero de batalla Alp Arslan dejaba un rastro de gases y desperdicios.

A pesar de ello, las naves supervivientes habían girado al fin y presentaban sus costados al enemigo, y sus misiles se dirigían ya tras los manticorianos. Una pobre respuesta a la tremenda salva que había arrasado sus fuerzas, aunque Chin miraba el rumbo de los misiles con ojos hambrientos. Los manticorianos se alejaban de ella, con lo que ofrecían un blanco perfecto, pero su mano se crispó con ira cuando los señuelos absorbieron el fuego y los dispositivos antimisiles y los láseres derribaron a los que atravesaron la primera línea de defensa. A diferencia de ella, el enemigo sabía que recibiría fuego y sus defensas activas fueron tremendamente efectivas.

Una nueva salva de misiles manticorianos fue a parar contra el Malik. Solo unas pocas decenas esta vez, aunque el crucero de batalla había quedado reducido a un pato de feria. Su pantalla de cruceros hizo lo que pudo para detenerlos, pero pasaron al menos diez, aunque no contaban con cabezas láser. Bolas de fuego gigantescas envolvieron al Malik en un brillante borboteo. Cuando la imagen se aclaró, cinco mil ochocientas toneladas de nave de guerra habían desvanecido. Chin maldijo en silencio, sin apenas reprimir su furia.

Un acorazado y tres cruceros de batalla, todos ellos de clase Sultán, corrieron el mismo destino. La elección de objetivos del enemigo había sido casi tan letal como su potencia de fuego, y ella había caído en la trampa por completo. Se conminó a aceptarlo; luego miró hacia el mapa. No sabía cómo habían disparado tantos misiles aquellos cruceros de batalla, pero al hacerlo habían quedado expuestos. A pesar de su mayor aceleración, ella tenía una ventaja más que suficiente que le permitía poner a su objetivo al alcance de sus haces, y ningún crucero de batalla sería capaz de soportar una descarga así.

—Dé la vuelta —ordenó.

—Sí, señora. —DeSoto parecía agitado e indispuesto, pero empezaba a recuperar el control, y con un lastimero movimiento hizo girar la nave para perseguir a sus atormentadores. Entonces…

—Contacto de nuevo, almirante. ¡Corrección, contacto múltiple aproximándose hacia uno-siete-nueve por cero-cero-ocho, distancia uno-cero-seis-punto-nueve millones de kilómetros!

Nuevos códigos de luz aparecieron en el repetidor táctico de su silla de mando, y apretó la mandíbula. Superacorazados, dieciséis en total, dos escuadrones de batalla enteros, se acercaban desde la «indefensa» base de reparaciones a 4,3 kps2.

—Invierta el rumbo. ¡Deceleración al máximo!

* * *

Los ojos de Honor llameaban al ver cómo los «superacorazados» se dirigían hacia los repos. La base de reparaciones podría no tener ninguna opción ofensiva, pero sus sensores gravitacionales habían contemplado la barbarie del primer intercambio de disparos, y sus sistemas de control de tráfico habían bastado para activar los zánganos que Sarnow había dejado orbitando en torno a ella, preprogramados para servir como contramedidas electrónicas. Ahora los zánganos se alejaban a toda velocidad, y los repos no tenían otra opción que no fuese la de huir en sentido contrario, a su máxima capacidad, con la lánguida esperanza de escapar de las «naves nodriza» que se abalanzaban hacia ellos para destruirlos.

* * *

La almirante Chin permaneció sentada, inmóvil, durante unos segundos que se hicieron largos y silenciosos. Primero trascurrió un minuto, luego dos. Tres. Los impulsores de sus naves luchaban con desesperación por contrarrestar la inercia acumulada, que les empujaba de cabeza hacia los superacorazados manticorianos; pero la distancia seguía reduciéndose inexorablemente y los ojos de la almirante ardían, consumidos por la frustración y la rabia, al comprobar que los cruceros de batalla se alejaban de ella sin que pudiera hacer nada para evitarlo. El intercambio de misiles continuó sin disminuir su intensidad, a pesar del descenso en el volumen de fuego provocado porque ambos bandos se alejaban el uno del otro, aunque la superioridad técnica de los proyectiles manticorianos y, sobre todo, de sus contramedidas electrónicas decantaba el resultado de la batalla a favor de ellos, al menos por el momento, y lo que era aún peor, se habían puesto de acuerdo para castigar con tenacidad al Waldensville, cuyos maltrechos impulsores le impedían unirse al resto del grupo en su maniobra de deceleración: cada vez se estaba quedando más y más retrasado (cada vez más cerca de los cruceros de batalla) con respecto a las naves que escapaban de los superacorazados.

Contempló su monitor táctico y se levantó bruscamente de su asiento con una maldición apagada, para dirigirse con paso firme hacia el mapa principal. DeSoto y Klim intercambiaron sombrías miradas cuando ella abandonó la protección de su silla antiimpactos sin coger el casco, pero ninguno de los dos se atrevió a protestar mientras Chin miraba encolerizada el holo.

—¡Confirmad la identificación de esos superacorazados! —espetó.

—¿Señora? —La sorpresa contenida en la pregunta delató a DeSoto, pero el oficial de operaciones se aclaró la garganta en cuanto Chin lo atravesó con su mirada—. Eh, la confianza del CIC en su estimación es alta, señora —dijo atropelladamente, y desvió la mirada hacia su propio monitor—. La potencia de las emisiones y de la cuña se ajusta a patrones contenidos en la base de datos de amenazas. Todos ellos son superacorazados clase Esfinge.

La almirante tragó saliva con un feo sonido gutural. Cruzó los brazos por detrás con fuerza. Su personal se mantenía en silencio, capeando su ira, mientras ella se balanceaba sobre la punta de los pies. El mapa principal confirmaba el informe del oficial de operaciones; pero, tras su reacción impulsiva e instintiva, su propia intuición táctica trabajaba con los datos. No tenía sentido. Si los cruceros de batalla habían podido dispararle tantos misiles, y comenzaba a sospechar cómo lo habían logrado, ¡la potencia de fuego de las naves de línea sería muy superior! Dos escuadrones de superacorazados habrían aniquilado su fuerza al completo y, al mismo tiempo, equilibrarían la ventaja numérica en relación con el destacamento de Rollins. Si los manticorianos eran capaces de situar a los cruceros de batalla a un alcance propicio sin ser detectados, no había razón para pensar que no fueran capaces de hacer lo propio con los superacorazados.

Y si se trataba, en efecto, de superacorazados, ¿por qué huían los cruceros de batalla? Se alejaban a una velocidad de casi cinco kps2; lo que combinado con su propia deceleración daba una variación de vector de 9,45 kps2. Por supuesto, ningún crucero de batalla buscaría acercarse tanto a un acorazado, pero su encaramiento también implicaba que podrían responder a su armamento con el suyo de popa. Su fuego estaba castigando al Waldensville con insistencia, pero podrían haberse girado para orientar sus costados y cuadruplicar la potencia de fuego; y con los superacorazados que venían en su ayuda, Chin no podría responder de forma apropiada, pues estaría muy ocupada tratando de escapar.

Su furioso balanceo se hizo más lento y sus ojos se estrecharon cuando otra idea cruzó por su mente. Si en realidad se trataba de superacorazados, ¿por qué la red Argus no había detectado su vuelta al sistema?

Echó un vistazo al crono. Siete minutos desde el cambio de rumbo. Su velocidad había disminuido en novecientos kps y la de los cruceros de batalla había ascendido hasta situarse en los dos mil. Había perdido la oportunidad de utilizar sus armas de energía, pero si se giraba una vez más para perseguirlos, los tendría a tiro de misil durante más de una hora. Aunque al hacer eso, también sellaría el destino de sus naves al enfrentarlas con aquellos superacorazados. A menos que…

* * *

Tres misiles havenitas encontraron una falla en las defensas del destacamento y se abalanzaron sobre la NSM Cruzado. Los señuelos del crucero pesado y los láseres de racimo hicieron todo lo que pudieron, pero el fuego de los repos era demasiado intenso. Había demasiados elementos hostiles, y los ordenadores de la red táctica activaron sus sistemas de defensa una fracción de segundo tarde.

Las ojivas láser detonaron a menos de trece mil kilómetros, y eran misiles de una nave de línea. Los láseres atravesaron la pantalla como si ni siquiera existiera. El acero se partió y se vaporizó. Uno de los circuitos de protección tardó en funcionar un microsegundo más tarde de lo debido.

El buque insignia del comodoro Stephen Van Slyke se desvaneció en el brillo cegador de la rotura de una botella de fusión, y el capitán lord Pavel Young se convirtió, de inmediato, en el oficial al mando del Decimoséptimo Escuadrón de Cruceros Pesados.

* * *

La almirante Chin apenas reparó en la destrucción del Cruzado. Poco importaba un crucero pesado en un enfrentamiento de tal magnitud…, o comparado con la amenaza que se cernía sobre ella desde la base manticoriana. Eso si en realidad era una amenaza.

Se mordió el labio. Si no eran superacorazados, entonces serían los mejores zánganos CME que jamás había visto. El instinto poco tenía que hacer contra la fría y lógica realidad de los sensores, pero…

Inhaló profundamente sin apartar la vista del monitor.

—Demos la vuelta. —Su voz sonó fría y seca—. Vector de persecución, aceleración máxima.

* * *

—¡La almirante Chin está invirtiendo el rumbo, señor!

El almirante Rollins parpadeó cuando el informe del capitán Holcombe se impuso sobre la desesperación que lo invadía al haber caído en aquella trampa, ge retorció en la silla mientras comprobaba los mapas con incredulidad manifiesta. Luego se echó hacia atrás y contempló las signaturas de impulsión de Chin completar la maniobra que la conduciría de lleno hacia su perdición.

—¿Órdenes, señor? —inquirió Holcombe con voz tensa, y Rollins no pudo hacer otra cosa que encogerse de hombros. Se encontraba a doscientos millones de kilómetros a popa de Chin. Cualquier orden que diera tardaría doce minutos en llegar hasta ella, y su vector confluiría con el de los superacorazados manticorianos en no menos de cincuenta. Sus posibilidades de escapar de ellos eran mínimas; si aceleraba hacia ellos otros doce minutos, desaparecería para siempre.

—¿Y qué íbamos a conseguir? —preguntó con voz amarga—. No podemos avisarla a tiempo, y tampoco acercarnos lo suficiente para ayudar, aunque se dirigiera justo hacia nosotros. Está sola.

* * *

—No se han tragado el anzuelo, señor —dijo Honor casi en un susurro.

—No del todo, no —respondió Sarnow a través de la pantalla del comunicador. No había sorpresa en sus palabras. Ambos esperaban que los repos suspendieran el ataque al descubrir los «superacorazados», aunque no había constituido más que una esperanza—. Pero ahora saben que esto no va a ser fácil. Y han disminuido la velocidad lo suficiente como para que nos hallemos fuera del alcance de las armas de energía.

Honor asintió en silencio y sus ojos giraron hacia el mapa y la lista de naves dañadas, que no dejaba de ascender. El Desafiante del comodoro Prentis tenía dañado el impulsor aunque aún no se trataba de un desperfecto crítico, y el Impetuoso también había sido alcanzado. Todas sus armas seguían funcionales, pero sus sensores gravitacionales estaban inutilizados, y sus comunicaciones habían resultado tan dañadas que el capitán Rubenstein pasó el control de la red táctica de su división al Invencible. Los cruceros Magus y Circe habían recibido dos impactos cada uno, aunque la única pérdida por ahora era el Cruzado.

Algo dentro de ella se horrorizó ante el hecho de que pudiera aplicar el termino «única» a la muerte de novecientos hombres y mujeres, pero era lo apropiado, ya que sus bajas quedaban compensadas en cierta medida por el estropicio que había causado Sarnow a cambio. Ella lo sabía, aunque una voz en su cabeza aún culpaba a su almirante, que a pesar de su audacia y su brillantez había fracasado a la hora de detener al enemigo. Había conseguido paliar en parte el ataque repo, pero después de todo no había salvado la base… ni a Paul.

Se deshizo de semejante resentimiento, avergonzada por su injusto juicio, y se obligó a considerar la situación desde un punto de vista más frío. Al menos la otra parte de las fuerzas repos mantenía su posición justo en el límite hiperespacial. El combate solo los enfrentaba con los efectivos que acababan de debilitar. El icono brillante del improvisado campo de minas parpadeaba en su mapa, apenas unos tres millones de kilómetros por delante. Ni siquiera los sensores del Nike podían detectar las minas con claridad, y eso que sabían su localización, así que los repos lo pasarían aún peor para detectar materiales con una signatura de tan baja intensidad.

—Llegaremos al campo de minas en dos-punto-nueve-seis minutos, señora —dijo Charlotte Oselli, como si la astronavegadora hubiera leído su mente—. Los repos se situarán a alcance de ataque en… siete-punto-cinco-tres-minutos.

Honor asintió, sin levantar la mirada del mapa. Ahora solo quedaba esperar que las minas no confundieran los protocolos de IAE[23].

* * *

—Está en lo cierto, señora. Tienen que ser zánganos.

Genevieve Chin ofreció al comandante Klim un seco asentimiento y se alejó de la pantalla principal. Retrocedió hasta la silla de mando y se hundió en ella, sellando su sistema antiimpactos con intensa lentitud; después miró a DeSoto.

—Nuevas órdenes de disparo. Concentran el fuego sobre el Waldensville; démosles un poco de su propia medicina. Comuníquese con dos cruceros de batalla, que abran fuego a discreción sobre el objetivo.

—¡Sí, señora! —El ansia de revancha se coló entre las palabras de DeSoto, y Chin exhibió una delgada sonrisa. Habían sido engañados y habían caído en la trampa; ahora era el momento de devolver el golpe.

* * *

El súbito cambio en los patrones de disparo cogió por sorpresa a los oficiales de la sección de defensa antimisiles de Sarnow, y la primera salva abrió una brecha en las contramedidas, situándose a distancia de ataque del Desafiante y el Aquiles. El Desafiante recibió solo tres impactos, ninguno crítico, pero una decena de láseres acribilló la parte trasera de la cuña de impulsión del Aquiles y las alarmas de daños resonaron cuando cinco de ellos penetraron el casco.

—Hemos perdido el gráser uno-seis, y el láser uno-ocho, señor. Cinco bajas en el radar once. Misil cinco-dos inutilizado, pero el control de daños se está ocupando de ello.

—Entendido. —El capitán Oscar Weldon ni siquiera miró el informe de su segundo. Solo observaba la pantalla de comunicaciones del puente de mando, donde veía la misma percepción en los ojos de la comodoro Banton. Solo había sido cuestión de tiempo que los repos concentraran su fuego; ahora tenían claro cuáles eran sus objetivos.

El Aquiles tembló cuando otra salva impactó contra él, y el crucero de batalla se retorció en una nueva maniobra de evasión mientras dos cruceros ligeros se aproximaban aún más a sus flancos para ayudar en su defensa.

* * *

—Cruzando el perímetro de ataque del campo de minas… ¡ahora! —gritó Charlotte Oselli, y los ojos de Honor se clavaron en la espalda de Eve Chandler. La oficial táctica no dijo nada durante un segundo, pero entonces una luz verde parpadeó en su consola y sus rígidos hombros se relajaron de forma imperceptible.

—¡Transpondedores IAE consultados! ¡Respuesta afirmativa, patrona! Vía libre.

Echó un vistazo por encima del hombro, y Honor alzó una mano para realizar el clásico gesto con el dedo pulgar levantado. Los circuitos de identificación amigo-enemigo siempre podían fallar, en especial cuando las naves habían recibido daños que podían destruir los transpondedores de a bordo o cambiar sus signaturas de emisión de manera radical. Pero el campo de minas los había reconocido; no acabaría con sus propias naves malheridas y, aún más importante, no revelaría su posición al enemigo en el proceso.

Chandler esbozó una apretada sonrisa, pero entonces se volvió a su pantalla cuando las señales de daños chillaron a través de la red táctica del destacamento. Su sonrisa se evaporó, y sus labios se curvaron en un gruñido.

—Están concentrando el fuego sobre el Aquiles y el Desafiante, señora —dijo Eve Chandler, y Honor se mordió el labio, preguntándose cómo los repos habrían identificado los buques insignia de ambas divisiones.

—¿Distancia hasta el campo de minas?

—Cinco-punto-dos-dos minutos, señora.

* * *

—Mucho mejor —murmuró la almirante Chin. De acuerdo con las signaturas de las emisiones, DeSoto había identificado a un crucero de batalla de clase Temible y otro de clase Homero. Los Temible, de mayor antigüedad, no eran demasiado impresionantes, pero los Homero eran casi tan poderosos como los más modernos y grandes Sultán de los repos. Observó cómo una nueva salva se cernía sobre el Aquiles, y una sonrisa fría y delgada surcó su rostro. Un Homero sería una buena compensación por los perjuicios sufridos.

* * *

—Tres minutos para entrar a distancia de ataque del campo de minas. —La voz de la capitana de corbeta Oselli sonaba aséptica y tensa.

Honor ni se molestó en asentir. Sus ojos seguían pegados al mapa, donde los misiles iban y venían entre las diferentes naves. La formación repo había rodeado al acorazado que habían dañado, ocultándolo así del control de disparo de Eve Chandler tras sus enormes cuñas de impulsión, y el destacamento pasó a designar otro objetivo. Tenían suerte con el intercambio de fuego (su porcentaje de aciertos superaba al de los repos), pero el enemigo disparaba dos misiles por cada uno de los suyos, y todos ellos se dirigían hacia el Aquiles o el Desafiante. El Desafiante parecía aguantar bien, pero el buque insignia de Banton había recibido al menos una decena de impactos y perdido la mayor parte del armamento situado en sus extremos. Peor aún, había perdido dos nodos beta, y su cuña empezaba a fallar. Aún igualaba la aceleración del destacamento, pero si seguía recibiendo fuego de esa manera…

—Dos minutos para entrar a distancia de ataque del campo de minas.

* * *

El comandante DeSoto se agarrotó cuando una señal de radar titiló en su pantalla. La adrenalina recorrió su cuerpo al recordar la última vez que el radar había detectado algo, y pulsó una tecla para consultar la base de datos acerca de posibles amenazas. Los ordenadores procesaron la información, y luego dieron su respuesta.

—¡Campo de minas! —gritó.

—¡Todo a estribor! —bramó la almirante Chin al instante, y su destacamento viró una vez más ante un nuevo peligro.

* * *

—Las han visto, señor —dijo Joseph Cartwright, y Sarnow hizo una mueca.

Esperaba que se acercaran aún más (con suerte hasta meterse de lleno en el campo) antes de divisarlas, pero los repos se habían repuesto con rapidez de su sorpresa inicial. Contempló como se echaban a un lado, y sus ojos verdes y graníticos se estrecharon al ver los análisis del nuevo vector que parpadeaba en la pantalla.

—Las ven, pero no serán capaces de evitarlas —dijo torvamente.

* * *

El destacamento havenita se zafó del alcance de la minas de racimo como un coche fuera de control o un coche aéreo en barrena. La rapidísima respuesta de Chin había anulado la amenaza, aunque su velocidad era demasiado alta como para apartarse del todo. Sus naves estaban al alcance del campo de minas, aunque orientaban las panzas de sus cuñas hacia él conforme se acercaban. Sin embargo, quien había desplegado el campo de minas conocía bien su trabajo. Y también conocía el vector exacto hacia el que el almirante Sarnow trataba de atraerla, así que las minas eran un disco perpendicular a su línea de aproximación, tan ancho como profundo.

El espacio estalló en un muro de luz cuando las plataformas de láseres arrojaron su furia contra las naves de Chin. Miles de haces de láser, mucho más poderosos que la potencia generada por cualquier ojiva láser, se cebaron sobre su presa. La mayoría se estrelló contra las bandas de impulsión, pero había demasiadas, y su dispersión era lo suficientemente amplia como para que todos los haces fuesen interceptados.

El Nuevo Boston se agitó cuando su casco comenzó a agujerearse, y muchas de sus armas y tripulantes se evaporaron sin más. Los nodos beta y el nodo alfa siguieron el mismo destino, y los monitores del puente del mando titilaron cuando fusión cuatro se apagó de forma automática, aunque el resto de las plantas de energía soportó bien la falta del mismo, y los servicios de emergencia se dirigieron hacia los compartimentos destrozados. El Nuevo Boston había quedado dañado, pero aún seguía siendo funcional.

Otros no tenían tanta suerte. El Alp Arslan se partió por la mitad y vomitó fuego cuando la contención de sus dos plantas de fusión falló, y los cruceros pesados Cimitarra, Drusus y Khopesh se desvanecieron en estallidos similares a bolas de fuego, ya que sus debilitadas pantallas y escudos antirradiación no suponían mucha protección frente a una furia capaz de abrumar las defensas de un acorazado. Media decena de destructores se les unió, y el Waldensville, herido de muerte, escapó del holocausto como un leviatán agonizante.

Genevieve Chin escuchó el torrente de pérdidas y los informes de daños, y su cara se transformó en una roca inexpresiva. De nuevo… ¡Los habían engañado de nuevo! ¡¿Pero cómo, maldita sea?! ¿Quién iba a pensar que hubiera un campo de minas en mitad de la nada? ¡Y ella había sido la única que había detectado su vector de aproximación! Los manticorianos habían seguido su rumbo, no la habían atraído a ninguno prefijado, así que ¿cómo demonios habían sabido dónde situar el campo de minas?

Las últimas de sus naves supervivientes se alejaron del fuego y viraron para afrentarse al enemigo una vez más. La boca de Chin se convirtió en una estrecha línea cuando fue consciente de las pérdidas. Le quedaban solo dos Aceros de batalla, antiguas naves de clase Tigre, ambos dañados, además de cinco acorazados, todos dañados en mayor o menor grado. El armamento del Kaplan había sido destruido casi por completo, y el Merston había perdido la mitad de sus armas de energía y un tercio de su pantalla de popa. El Nuevo Boston, el Havensport y el Tor de Macrea no habían sido tan castigados, pero las naves ligeras que formaban su pantalla habían sido borradas del mapa. Apenas la mitad permanecía en situación de combatir, ¡y solo Dios sabía qué más habían preparado los manticorianos para ellos!

Abrió la boca para ordenar que la persecución cesara, pero luego se detuvo al ver que los datos en su mapa cambiaban de nuevo.

* * *

Ecos de genuina exultación recorrieron el puente del Nike, y los ojos de Honor brillaron. ¡Estaban superados ampliamente en número de cañones por las naves que tenían detrás de sí, pero ya habían destruido más del doble de su propio tonelaje! Si Parks hubiera dejado que al menos un solo escuadrón de batalla les apoyara, habrían aniquilado a la vanguardia de los repos, tal vez incluso salvado el sistema entero, pero el destacamento en sí no tenía nada de lo que avergonzarse. Y quizá, solo quizá, sus pérdidas convencieran finalmente a los repos de que lo mejor era abandonar.

Entonces los acorazados viraron. Solo cuatro de ellos eran capaces de continuar combatiendo, pero su cambio de rumbo había malogrado el encaramiento de sus costados, y la distancia entre ellos se había reducido a poco más de cinco millones de kilómetros, por lo que tenían tiempo de ajustar los patrones defensivos de las contramedidas electrónicas. Y la visión de sus artilleros, furiosos y humillados, estaba velada por la sangre.

Doscientos cincuenta y ocho misiles brotaron de los acorazados y sus escoltas supervivientes, y veintidós de ellos se abrieron paso por entre las defensas manticorianas.

La NSM Desafiante se tambaleó bajo el fuerte impacto. Su pantalla de proa cayó, y la mira de su anillo de impulsión posterior se vaporizó. Dos de sus tres plantas de fusión activaron el apagado de emergencia; pivotó, dejando un rastro de metal y aire. No quedaba nadie más vivo en el puente, pero su primer oficial echó un vistazo a las pantallas de control auxiliar y supo lo que tenía que hacer. La palma de su mano golpeó el botón rojo, y las alarmas que urgían al abandono de la nave retumbaron a través de cada altavoz y comunicador.

Alrededor de un sexto de la tripulación del Desafiante escapó antes de que la siguiente salva acabara con él, pero tuvo más suerte que el Aquiles. La cara de Honor palideció cuando la nave de la comodoro Isabella Banton voló por los aires.

* * *

—¡Sí!

El grito de DeSoto fue amortiguado por el desaforado aullido de triunfo del resto de los oficiales de la almirante Chin cuando el crucero manticoriano explotó; los ojos de ella destellaron. Reprimió el impulso de unirse a ellos y le dedicó a su oficial de operaciones una sonrisa salvaje.

* * *

—Aproximándonos al punto delta.

La suave voz de Charlotte Oselli rompió el silencio ensimismado, y Honor se conminó a mantener su expresión bajo control cuando volvió a mirar la pantalla del comunicador. El almirante Sarnow tenía que estar tan agitado como ella ante la pérdida de sus dos comandantes de división más experimentados y un cuarto de su escuadrón, pero sus ojos se cruzaron durante solo un segundo.

—¿Cambio de rumbo, señor? —preguntó.

—Que todo el destacamento gire quince grados a estribor —replicó Sarnow, y Honor oyó a alguien inhalar profundamente.

Habían planeado alterar el rumbo en el punto delta, ya que las minas habían constituido su último as en la manga. Sin más trucos en la chistera, su única oportunidad consistía en conseguir unas pocas horas más para la base, y para el almirante Danislav, al provocar que los repos cambiasen de rumbo para perseguir al destacamento. Pero quince grados no eran lo que habían discutido. Aún estarían al alcance de los misiles enemigos.

Sabía lo que Sarnow estaba pensando, ya que a ella se le había ocurrido también. Unido a lo que acababa de suceder, semejante cambio de rumbo supondría una tentación irresistible para los repos. Su decisión era una apuesta fría y calculada: la oportunidad de destruir a su escuadrón serviría de cebo para dar tiempo a la base, aunque, a fin de cuentas, podría no valer para mucho.

La dama Honor Harrington miró de nuevo a los ojos del almirante y asintió.

—Sí, señor —dijo quedamente.