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El almirante Yuri Rollins caminaba pausadamente arriba y abajo por el puente, mientras la NAP Bamett se movía de forma torpe por el sistema. Sus manos estaban enterradas en los bolsillos de la chaqueta, en su postura preferida para pensar, y mordisqueaba una pipa apagada entre los dientes. Esa pipa era una de sus pocas extravagancias reales (fumar solo se había puesto de moda entre los legislaturistas de Haven), pero lo consideraba reconfortante en esos momentos.

Las cosas habían ido según lo previsto. Los habían seguido, como esperaba, desde que habían salido de Seaford, pero los tres cruceros ligeros que los vigilaban se habían vuelto demasiado confiados. El comandante Ogilve y cinco de los miembros de su escuadrón navegaban diez horas por delante del resto de la flota, y, a diferencia de los manticorianos, ya conocían el rumbo que Rollins pretendía seguir. Los manticorianos se habían creído fuera del alcance de Rollins hasta que el Napoleón y su escolta aparecieron de repente detrás de ellos, atrapándolos en un fuego cruzado junto con el destacamento. Había sido una masacre; de hecho, el primero de ellos había sido destruido sin haber tenido tiempo de soltar siquiera una andanada.

Su destrucción había supuesto un comienzo satisfactorio para la operación, aunque Rollins no se engañaba con respecto a las actividades del resto de las patrullas manticorianas. Habían saltado al hiperespacio en todas direcciones casi en el mismo instante en que sus naves cruzaron la frontera alfa. A esas alturas debían de estar llegando adonde fuera que tuviera Parks sus naves, y eso significaba que el almirante manticoriano se pondría pronto en marcha. Parks no conocía con exactitud el rumbo de sus enemigos, pero un ataque sobre su base principal ocuparía uno de los primeros puestos en su lista de posibles amenazas. Dadas las circunstancias, Rollins tenía que asumir que Parks ya estaba en camino, con un tiempo estimado de llegada que oscilaba entre setenta y dos y ochenta y cuatro horas.

Eso sería más que suficiente, pues una cosa era cierta: el retardo en la consulta de los últimos datos de la red Argus había confirmado que Parks ya no estaba allí. Las plataformas no tenían el alcance necesario para detectar nada más allá de diez minutos luz de la estrella primaria, pero sí que hubieran advertido cualquier cosa que pasara lo suficientemente lejos como para rebasar el límite hiperespacial de Hancock, y nada más pesado que un crucero lo había hecho.

Se detuvo en su caminar para ojear el monitor. Como había dispuesto, su propia fuerza se mantenía en la retaguardia de la almirante Chin. De hecho, su intención era detener sus naves diez minutos luz antes de llegar a Hancock, justo en el límite hiperespacial, puesto que no pretendía causar más problemas de los estrictamente necesarios a sus pesados acorazados. El destacamento de Chin debería bastar para eliminar cualesquiera cruceros manticorianos y su base, y en caso de que todo esto resultara ser una trampa, no dejaría que afectara al núcleo de la auténtica potencia de fuego de su destacamento. Asintió para sí y reanudó su paseo.

* * *

Honor terminó de cerrar su traje inteligente y miró a Nimitz.

—Hora de irse, Apestoso —dijo con suavidad, y el felino se incorporó para tocarle la rodilla con una afable mano. Honor se colocó los guantes bajo el arnés y lo alzó, para a continuación abrazarlo durante un buen rato antes de depositarlo en el módulo de soporte vital. Él se limitó a inspeccionarlo y luego se acomodó en el blando receptáculo. Ambos odiaban tener que separarse en momentos como aquel, pero era algo a lo que estaban acostumbrándose.

Honor acarició por última vez sus orejas, inhaló profundamente y cerró la puerta. Comprobó dos veces las junturas y los sellos, y luego agarró su casco y dejó el camarote sin mirar atrás ni una sola vez.

* * *

La tranquila eficiencia del puente de mando del Nike la envolvió en cuanto salió del ascensor. Cruzó la sala hasta la silla de mando y se sentó, colgó el casco y presionó el botón para encender las pantallas en suspenso. Estas la sumergieron en un flujo de información y tanteó de nuevo su silla antiimpactos, mientras sus ojos parpadeaban ante las silenciosas listas de datos.

El Nike y el resto de su escuadrón aceleraron a 0,986 ges, cubiertos por los cruceros pesados de Van Slyke y los diez cruceros ligeros que Cartwright y Ernie Corell habían eximido de su labor de patrulla. El destacamento parecía arrastrarse a esa aceleración tan baja, aunque había límites incluso para las mejores contramedidas electrónicas. Aunque los sistemas de camuflaje de la RAM resultaban muy eficientes contra los sensores activos como el radar, la única manera de limitar el alcance de detección en lo que se refería a una cuña de impulsión consistía en reducir su potencia.

Pero despacio o no, la principal fuerza de Sarnow se dirigía a través del rumbo trazado por Charlotte Oselli en busca de sus enemigos. Los repos estaban manteniendo la separación que Eve había mencionado. Eso era bueno, —o al menos, tan bueno como cabría esperar frente a aquella enorme masa de metal. La operación golpe bajo no partía de asunciones absurdas, como que los cruceros de batalla pudieran ser capaces de detener a naves de línea. Suponía un serio peligro, pero ofrecía una oportunidad real para hacer daño al enemigo— en especial cuando el enemigo se había dividido de la forma en que lo había hecho. Y ello hacía concebir la posibilidad remota de aguantar a los repos el tiempo suficiente hasta que llegase Danislav.

Remota.

Completó su estudio de las pantallas y se echó hacia atrás; cruzó las piernas e irradió la calma que su trabajo la obligaba a mostrar. Miró en derredor y apreció con satisfacción que ninguno de sus hombres estaba mirándola. Tenían los ojos donde debían: en sus propios monitores.

Pulsó el botón del comunicador.

—Control auxiliar, comandante Henke —respondió una aterciopelada voz de contralto.

—Aquí la capitana. Estoy en el puente.

—Sí, señora. Está en el puente, y tiene el mando.

—Gracias, Mike. La veré después.

—Sí, señora. A propósito, me debe una cerveza.

—Siempre le debo una cerveza —se quejó Honor—. Creo que hay algo mal en sus libros de cuentas. —Henke rio entre dientes y Honor sacudió la cabeza—. Recibido —dijo, y soltó el botón.

Había preferido, en cierta medida, tener a Mike en el puente con ella, pero a diferencia de sus anteriores naves el Nike era lo bastante grande como para contar con un segundo puente de mando en el otro extremo del casco. Conocido informalmente como Coventry, control auxiliar era dirigido por una tripulación equivalente a la suya propia bajo la supervisión de Henke. Era un pensamiento desazonador, pero saber que alguien en quien confiaba cuidaba de su nave en su lugar la tranquilizaba más de lo que había esperado.

Se arrellanó en la silla y consultó el rumbo. Los portaminas habían completado su parte de la operación inicial y se dirigían hacia la base; deseaba con todas sus fuerzas que Paul se encontrara dentro del personal que estaban evacuando. Pero no era así; aunque al menos la base no estaba totalmente indefensa. No disponía de armamento ofensivo, pero sí de generadores que desplegaban una pantalla esférica, una «burbuja» casi tan fuerte como la del Nike, y sus defensas antimisiles eran excelentes. Habían sido incapaces de adaptar su control de fuego defensivo para manejar las cápsulas parásitas, así que si bien no contaban con potencia ofensiva sí podían cuidar bien de sí mismos… hasta que alguna nave de línea la tuviera al alcance de sus haces.

Y eso era lo que iba a ocurrir. Se obligó a asumirlo. Sarnow lo haría lo mejor que pudiera, pero aun así no podía cambiar el destino de Paul. Aunque el destacamento tuviese éxito al atraer a la vanguardia de los repos tras ellos, lejos de la base, solo retrasarían lo inevitable. Claro que Danislav podría llegar a tiempo, pero nadie era tan estúpido como para contar con ello. Y aunque lo hiciera, sus propias naves también se verían superadas en número.

No, no iban salvar la base, pero al menos el almirante había ordenado al superior de Paul rendirse una vez el enemigo se situase al alcance de las armas de energía. La idea de perderlo en un campo de prisioneros, especialmente en un campo de prisioneros repo, era desoladora, pero al menos estaría vivo. Eso era lo importante, se dijo. Que estuviera vivo.

Se permitió un instante más de silenciosa angustia, y luego apartó todo pensamiento concerniente a Paul Tankersley en algún lugar de su cabeza y lo cerró, tan cándida y delicadamente como había hecho con el módulo de soporte vital de Nimitz. Su rostro se suavizó y presionó otro botón del comunicador.

—Puente de mando, jefe del Estado Mayor.

—Aquí la capitana, Ernie. Por favor, informe al almirante de que estoy en el puente aguardando sus órdenes.

* * *

La contralmirante Genevieve Chin contempló su pantalla en el puente de mando a bordo de la NAP Nuevo Boston y trató de no removerse incomoda. No eran nervios, se esforzó en convencerse. No en el sentido tradicional de la palabra. El hecho de que hubiera sido designada para liderar el primer asalto real contra el enemigo, a pesar de su relativa falta de experiencia, suponía un enorme mérito, y aparte de los dos destructores que rondaban obstinadamente un poco más allá del alcance de sus misiles, no había ningún rastro de los manticorianos. Por supuesto, mediante la presencia de esos destructores espías se podía deducir que el oficial al mando defensor contaba con muy buena información sobre ella, donde quiera que se estuviera escondiendo, pero no estaba preocupada. Con contramedidas electrónicas o sin ellas, era imposible que se escabullera dentro de su alcance sin que ella lo viera. Y a menos que estuviera en la posición indicada cuando recibiera los primeros informes a la velocidad de la luz sobre su llegada, tampoco había forma posible de situarse en posición de ataque (al menos una que no fuera suicida) sin acercarse con el nivel de energía al mínimo.

A pesar de su propio razonamiento, se sentía tensa; sería mentir el negarlo. Estaba a punto de volver, así que ¿dónde estaban esos cabrones? Deberían haber enseñado ya la cara…, a menos que hubieran decidido abandonar Hancock sin presentar batalla.

Suponiendo que la información de que disponía acerca de sus efectivos era precisa, tal movimiento sería bastante inteligente, aunque también muy extraño por lo que sabía de la Armada manticoriana. Edward Saganami había establecido los estándares de la RAM en su enfrentamiento final, cuando murió defendiendo un convoy en una situación de inferioridad de cinco contra uno. Sus herederos habían demostrado estar a la altura de su fundador durante el transcurso de los siglos, y esa clase de tradición no se creaba en un momento; era incapaz de imaginarse a ningún almirante manticoriano largándose sin luchar.

No, estaban ahí afuera, en algún lugar, y estaban tramando algo. No los veía, pero no tenía que verlos para saber eso.

* * *

—Desconexión del motor en cinco minutos —informó Oselli.

—Gradas, Charlotte. —Honor miró hacia abajo, a la pantalla que ahora mostraba la cara de Mark Sarnow, y comenzó a abrir la boca.

—Lo he oído —dijo él, y su expresión se suavizó un poco. De hecho, casi parecía relajada, como si él se aliviara también al acercarse el momento. Y, pensó con amargura, al haber llegado tan lejos sin ser avistados. Los acorazados habían cambiado de dirección hacía unos veintiocho minutos, y no era; probable que continuaran con su deceleración si supieran que el enemigo estaba justo delante de ellos.

—Sí, señor. ¿Órdenes?

—Ninguna, gracias.

—De acuerdo, señor.

Se echó hacia atrás y colocó los codos sobre los brazos de la silla de mando; luego miró el mapa. Habían pasado seis horas y cuarto desde la llegada de los repos; ahora los códigos de datos carmesíes de las naves enemigas dejaban su rastro en la pantalla mientras deceleraban a velocidad constante pero superior a veinte mil kps, y el hecho de que fuera justo eso lo que querían los defensores de Hancock no lo convertía en menos enervante.

* * *

—Argus informa de algo, señor.

Rollins detuvo su paseo para lanzar una mirada fugaz al capitán Holcombe. Estado Mayor estaba indinado sobre el hombro del capitán Santiago, observando la pantalla del oficial de Operaciones, y el almirante se obligó a esperar sin hacer ningún comentario mientras se completaban los datos.

—Cinco naves, señor —dijo Holcombe finalmente—. Aceleración de cuatro-punto-nueve kps2. Están situadas en el extremo más alejado del sistema interior, y se alejan de la base manticoriana y de la almirante Chin en dirección hacia el límite hiperespacial. —Echó un vistazo al tiempo de la lectura—. El retraso en la transmisión es de unos treinta y tres minutos desde las plataformas que las han detectado, señor.

—¿Identificación?

—Son bastante grandes, señor —replicó Santiago—. Con esa aceleración, es probable que se trate de cruceros de batalla, pero no hay manera que confirmarlo.

—¿Escoltas?

—No parece que las haya, señor.

—De acuerdo. —Rollins hundió las manos aún más en los bolsillos y reanudó su caminar. Cinco supuestos cruceros de batalla se marchaban. Tenía su lógica, en especial si los defensores habían sido cogidos por sorpresa. No podrían trasladar a todo el personal de la base en tan pocas naves; pero si tenían que responder a una emergencia y organizar una evacuación sobre la marcha para salir de inmediato, el momento era el oportuno. Solo que ¿dónde estaban las escoltas?

Frunció el ceño y aceleró el paso. Argus había detectado unos pocos destructores y cruceros agrupados para cubrir las aproximaciones más probables desde Seaford, sin mencionar los destructores que guardaban los flancos de Chin. Era probable que los manticorianos hubieran desplegado todas sus unidades ligeras como patrullas, lo que, a su vez, explicaría la ausencia de cualquier pantalla para los cruceros de batalla. Pero incluso así…

—Ed, contacte con el Nuevo Boston —dijo—. Informe a la almirante Chin de que Argus confirma la partida de cinco unidades enemigas, posiblemente cruceros de batalla. Déle sus vectores y remarque que nuestras identificaciones son solo estimativas.

—Sí, señor. ¿Debería ordenarle que los persiga?

—¡No, demonios! —bufó Rollins—. No podría darles alcance, y si están tramando algo no hay razón para hacer justo lo que quieren que hagamos.

—Sí, señor.

* * *

—Procediendo a la desconexión… ahora —dijo Oselli, y la jefa Constanza apagó el motor del Nike de inmediato.

—Rote —dijo Honor casi en silencio—. George, confirme la misma orden para el resto del destacamento.

—Sí, señora. —Monet habló a través del micrófono, pues su consola era ahora el núcleo de la red de comunicaciones del destacamento, de igual forma que Chandler controlaba la red táctica. La sección de comunicaciones del almirante Sarnow estaba vinculada a la de análisis de los datos gravitatorios del Nike; leía directamente de las plataformas de sensores hiperluz y enviaba los datos al CIC.

—Rotando, señora —murmuró la jefa Constanza, y sus manos obligaron, de forma cariñosa, al crucero de batalla a realizar un giro de ciento ochenta grados que dejaba su sección frontal de cara a los repos que se acercaban. Tardarían lo suyo en maniobrar, ya que sin la cuña de impulsión el Nike se movía como un cerdo perezoso, pues solo contaba con los propulsores de acercamiento. Las cápsulas parásitas situadas en popa tampoco ayudaban, aunque ellas eran el motivo, en parte, por el que se estaba girando. Los sistemas de camuflaje del Nike lo mantendrían oculto a ojos del enemigo, pero las cápsulas remolcadas se situaban fuera de su área de efecto. La única manera de esconderlas era colocarlas a la sombra de la nave.

—Todas las unidades están rotando, señora —anunció Monet al rato.

—Gracias. —Honor buscó consejo en la conexión abierta con el puente de mando central, y Sarnow asintió.

—Y ahora —dijo él con tranquilidad— esperaremos.

* * *

—Otro mensaje del buque insignia, señora —dijo el oficial de comunicaciones de Chin. La almirante enarcó una ceja—. Argus informa de que las fuentes de impulsión que se alejan de la base continúan en el vector del hiperlímite.

—Gracias.

Chin intercambió miradas con su jefe del Estado Mayor y con el oficial de operaciones. La expresión del comandante Klim parecía tan absorta como la suya, pero el comandante DeSoto daba una impresión de despreocupación. Lo que no decía mucho. El oficial de operaciones era muy buen técnico, pero carecía de la imaginación del jefe del Estado Mayor. Se arrellanó en la silla y cruzó las piernas mientras se retrepaba para pensar. Ya no sentía la misma inquietud, como si la aparición de aquellas signaturas de motores en el lado más lejano de la base hubiera eliminado parte de la tensión a la que estaba sometida, aunque seguía con la mosca detrás de la oreja.

Tenían que ser cruceros de batalla para desarrollar esa aceleración, y llevaban tanto tiempo haciéndolo que no podían ser zánganos de CME. A pesar de ello, estaba convencida de que los manticorianos intentarían algo; no rendirían sin más una base en la que habían invertido tanto tiempo, dinero y esfuerzo. Así que no estaba dispuesta a aceptar su retirada sin reservas.

—¿Distancia hasta la base? —preguntó a DeSoto.

—Uno-cero-ocho millones de kilómetros y aproximándonos, señora.

* * *

—La distancia hasta la base es de uno-cero-uno millones de kilómetros, señor —le dijo Honor a Mark Sarnow, y el almirante asintió.

—Prepárese para rotar e iniciar el contacto. —La leve rudeza de su voz de tenor era el único signo de la insoportable tensión a la que habían estado sometidos las últimas dos horas, y el respeto de Honor hacia él subió un entero más. Los acorazados habían acortado las distancias en más de noventa y tres millones de kilómetros, y su velocidad se mantenía estable, unos quinientos sesenta kps por encima de la suya. Si iniciaran la maniobra de persecución en ese preciso momento, a máxima potencia, aún estaría al alcance de las armas de energía a pesar de su mayor aceleración. Lo sabía todo acerca de las estratagemas en las que confiaban para enlentecerlos, ya que ella misma las había ideado, pero también sabía lo que ocurriría en caso de que fallaran. Había demasiadas naves enemigas tras ellos para conseguir dispersarlas y así salvar a sus cruceros de batalla si se decidían por una enconada persecución, por lo que había aceptado, de manera deliberada, maximizar todo lo posible el único golpe que podía lanzar. Requería un inmenso valor o una total falta de imaginación hacer algo como aquello.

Miró atrás, hacia el mapa, y dejó que sus pensamientos se detuvieran en las cápsulas de misiles. El compensador inercial rediseñado del Nike y sus impulsores más poderosos le permitían cargar con siete; el Aquiles, el Agamenón y el Casandra llevaban seis, pero las naves más viejas, las de clase Temible, solo podían llevar cinco. «Solo» cinco. La comisura derecha de su boca se crispó al pensarlo.

Honor notaba como la tensión la atenazaba segundo a segundo, y las garras de la anticipación comenzaban a destrozar su calma profesional según discurrían los kilómetros. Entonces Mark Sarnow habló desde la pantalla situada a la altura de la rodilla derecha.

—Muy bien, dama Honor —dijo con toda formalidad—. ¡Adelante!