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Honor cerró el mensaje de su pantalla, echó hacia atrás la silla y sorbió su cacao con un sentimiento mezcla de alivio y rencor. La llegada inesperada, el día anterior, del crucero ligero Anubis, que traía despachos del almirante Danislav había servido para poner al corriente al almirante Sarnow (y a su capitán de buque insignia) de los últimos datos con los que contaba el Almirantazgo, y tal información era preocupante. No había duda alguna, desde el punto de vista del Almirantazgo, de que la República Popular de Haven pretendía lanzar un ataque masivo… pronto.

Honor estaba de acuerdo, y esa perspectiva la dejaba incluso más preocupada a causa de la dispersión de Parks. Pero al menos Danislav había confirmado que su escuadrón de acorazados, reforzado por una división extra que el Almirantazgo se había sacado de la manga, llegaría en un máximo de setenta y dos horas. Desafortunadamente, Danislav hacía gala de una reputación de estratega predecible aunque resuelto…, y además su graduación era superior a la de Sarnow.

Una mueca se formó en su cara solo con pensarlo. A pesar de sus diez acorazados, Danislav iba a tenerlo crudo para defender el sistema frente a un ataque serio. Necesitaba toda la imaginación que fuera capaz de reunir, y ella esperaba que tuviera el sentido común de reconocer las capacidades de Sarnow y servirse de él. A diferencia de Parks.

Volvió a hacer otra mueca y bebió otro sorbo de cacao, Nimitz soltó un ruido quedo y Honor sonrió mientras él bostezaba, meneaba las orejas y se estiraba en su refugio, a la vez que erizaba la cola en un gesto de desdén para expresar su propia opinión sobre Parks.

—Pienso lo mismo que tú —le dijo con una risa entrecortada. Por mucho que respetara la inteligencia de Nimitz, no se hacía ilusiones sobre su habilidad para juzgar la competencia de un almirante. Excepto, por supuesto, cuando la opinión coincidiera con la suya.

Sonrió para sí; luego dejó que su silla se inclinara en una ligera curva, y entonces su sonrisa se desvaneció. Los últimos días había soportado en silencio una fuerte tensión al haberse incorporado Pavel Young a los oficiales del destacamento. No había tenido muchos problemas para evitar el contacto directo con él, pero solo saber que estaba allí suponía una pesada carga sobre ella, una que ni siquiera Paul o Mike conseguían aliviar. Al menos no se había visto obligada a relacionarse con él fuera de los límites de las reuniones oficiales, pensó; y era consciente, no sin cierta culpabilidad, de que Sarnow había tramitado los informes de Young a través de los canales de su personal, través de ella. Ernie Corell se había ocupado de la mayoría, y aunque la jefa del Estado Mayor había sido cuidadosa con la elección de las palabras, su tono cuando mencionaba a Young decía mucho de su opinión sobre él. Honor frunció el ceño y se frotó el puente de la nariz, preguntándose (y no por vez primera) cómo alguien como Young había sobrevivido durante tanto tiempo al servicio de la reina. Había visto la reacción de Corell reflejada en muchos otros oficiales, y no solo mujeres, como para creer que su propia opinión no era compartida por nadie.

Suspiró e inclinó la silla un poco más hacia atrás. A raíz de los problemas con él había investigado su historial con más atención de lo que le gustaría admitir, y lo que había encontrado la había sorprendido. Siempre había sabido que cierta parte de la aristocracia (no solo los conservadores) creía que las reglas no se aplicaban en su caso, que estaban por encima de las cadenas que constreñían a los seres inferiores; pero la familia Young sobresalía incluso entre esa escoria de la nobleza. En todos los informes, el padre de Pavel, el actual conde de Hollow del Norte, era descrito como un ser igual de ruin que su hijo… ¡y los registros apuntaban a que su abuelo podía haber sido peor! Tres generaciones de la misma familia habían seguido los dictados de su egocentrismo, como si estuvieran dispuestas a demostrar lo bajo que podía caer la «nobleza». Y, en cierta medida, lo estaban consiguiendo.

Riqueza, linaje e influencia política, pensó con amargura. Un poder que tenían tan asumido que las responsabilidades que venían con él no tenían lugar en sus vidas. Un poder del que abusaban con tal despreocupación que la enfermaba. Que repugnara a la mayoría de sus iguales no había conseguido proteger a sus inferiores de ellos, y a veces eso le haría cuestionarse el engranaje de la sociedad. Para deprimirla aún más, una parte de ella estaba segura de que la razón por la que no se daban por vencidos consistía en que pensaban que eran la excepción, no la regla.

Sacudió los hombros y se puso manos a la obra. Por qué Young actuó como lo hizo y como consiguió librarse era menos importante que las consecuencias, y una cosa estaba clara: Paul estaba en lo cierto. Young tenía miedo de ella, lo veía en sus ojos, ahora que sabía lo que debía buscar en esas raras ocasiones en que se encontraba a distancia adecuada, y se sentía algo avergonzada ante la intensa satisfacción que le reportaba tal descubrimiento. Ni siquiera el hecho de que tanto él como Houseman trataban de hacer todo lo posible para aislar al comodoro Van Slyke de ella arruinaba su placer sombrío. Aunque podría, admitió honestamente, si Van Slyke les hubiese prestado un mínimo dé atención.

Sonrió de nuevo con tristeza y se giró hacia su terminal, mientras los pensamientos acerca del comodoro reconducían su atención hacia las cosas importantes. Abrió una ventana que contenía las posiciones actuales del destacamento y el sistema, y asintió, satisfecha, conforme la estudiaba.

El almirante Sarnow había reconsiderado sus despliegues en la última semana, y el destacamento ya no se encontraba concentrado en torno a la base. Había dejado los portaminas allí, puesto que había ideado un plan para utilizarlos que era tan sutil y seguro como el que Honor había concebido, pero había movido sus cruceros de batalla y sus cruceros pesados hacia el lado más lejano de la estrella primaria con respecto a la base, para cubrir los vectores de aproximación más probables desde Seaford Nueve.

Había cierto riesgo, reconoció Honor. Si los malos venían desde el sentido opuesto, ellos se encontrarían muy mal situados para hacer frente a la amenaza, aunque estaban lo suficientemente cerca como para interceptarlos antes de que llegaran a la base. Sería bastante más complicado si se daba la aproximación menos probable, ya que el remolcar las cápsulas reducía su aceleración máxima a menos de 359 ges, y la intercepción se realizaría a un peligroso corto alcance; pero la ventaja que les confería su sensor hiperluz lo haría posible. Por otro lado, era poco probable que el almirante Rollins fuera tan ladino. Si creía poseerla fuerza necesaria para apoderarse del sistema, no pensaría en actuar de modo tan furtivo; si dudara de poder llevarlo a cabo, entonces se comportaría de forma cauta y conservadora en cada ataque que efectuara.

Asintió de nuevo, y después levantó la vista cuando sonó la señal de admisión. Comprobó su reloj y enarcó las cejas al apretar el botón. No se había dado cuenta de lo tarde que era.

—¿Sí? —preguntó.

—Primer oficial, señora —anunció su centinela marine.

—Gracias, sargento. Adelante, segundo.

La escotilla se deslizó casi de forma instantánea, y Mike Henke la sonrió.

—¿Lista para los informes semanales, señora? —Henke cogió su memobloc de debajo de su brazo y lo agitó. Honor refunfuñó.

—Como siempre. —Suspiró y señaló una silla enfrente de su mesa—. Toma asiento y acabemos con ello tan rápido como sea posible.

* * *

—De acuerdo, entonces. —Henke asintió y tomó nota en su memobloc—, resuelto el tema del hardware del departamento de Ingeniería. Ahora… —dijo buscando en la nueva pantalla de datos— queda por repasar el asunto de las promociones. El jefe Mantón se merece el ascenso a jefe superior, aunque si lo ascendemos excederemos el número de oficiales en la sección de Electrónica.

—Hum… —Honor golpeó con los dedos sobre su rodilla a la vez que se retrepaba. El capitán de una nave de la reina tenía poder para autorizar los ascensos tanto del personal civil como del militar, siempre y cuando no superara el límite establecido por DepPers. Si ocurría lo contrario, era necesario que el «personal de mayor graduación excedente volviera al Almirantazgo para ser reasignado tan pronto como fuera posible». Era una molestia, pero Honor sabía que así se trataba de evitar que los capitanes cayeran en un fácil favoritismo.

—Su informe de eficiencia es excelente, Mike —dijo al fin—. Y todo el mundo sabe que ha hecho un trabajo formidable desde que está con nosotros, no quiero perderlo, pero tampoco quiero perjudicarlo. Además, estaremos por encima del total permitido en cuanto consiga su ascenso, aunque esperemos a que DepPers actúe, y se pasará otros diez meses hasta que lo asciendan. Si lo promocionamos ahora, al menos conseguirá el salario y la graduación que se merece.

—De acuerdo. El único problema es que el reglamento dispone que, ascienda o no, sea reasignado fuera del Nike.

—A menos que el almirante permita que contemos con él «por el bien del servido» —musitó Honor—. Después de todo, es el mejor técnico gravitacional que jamás he visto, y tenemos un transmisor de pulsos del que cuidar. Ha sido su «pequeño» desde el principio, así que…

Se detuvo, con una mueca dibujada en la cara, al oír que pitaba su terminal.

—Discúlpame un momento, Mike —dijo, y enderezó la silla de nuevo. Pulsó la tecla de aceptar, y su terminal se encendió, mostrando la cara de Evelyn Chandler. Honor contempló su expresión y se envaró en el asiento.

—¿Sí, Eve?

—La red de sensores exteriores ha registrado un rastro hiperespacial, señora… Uno bien grande, a unos treinta y cinco minutos luz de la estrella planetaria. Justo por donde se realiza la aproximación más rápida desde Seaford.

—Entiendo. —Honor sintió la tensión súbita que asaltó a Henke, y quedo sorprendida por lo calmada que sonó su propia voz—. ¿Cómo es de grande Eve?

—Aún estamos con las lecturas preliminares, señora. Por el momento parecen entre treinta y cuarenta naves de línea, más las escoltas —respondió Chandler sin emoción alguna, y Honor apretó los labios.

—¿Marcadores, tiene sus datos?

—Sí, señora, CIC está procediendo a enviárselos, pero…

Un icono de rojo brillante brilló en la esquina de la pantalla de Honor, y su mano alzada detuvo a la oficial táctica en mitad de su frase.

—Es probable que este sea el almirante, Eve. No cortes.

Aceptó la llamada de emergencia y enderezó los hombros cuando la cara de Mark Sarnow reemplazó a la de Chandler. Sus pobladas cejas parecían tirantes y su boca se curvaba de forma sombría. Honor se obligó a sonreír, aunque sabía que él apreciaría la tensión de su propia expresión.

—Buenos días, señor. ¿Ya ha recibido los datos del escáner?

—Sí.

—Lo estaba discutiendo con la comandante Chandler en este mismo momento, señor. ¿Le importa si se une a nosotros?

—¡Por supuesto que no! —consintió Sarnow, y la pantalla parpadeó cuando Honor le permitió acceder a la conversación. Un momento después, un segundo parpadeo dividió la pantalla de Honor en una quinta parte cuando la capitana Corell, el comandante Cartwright y el teniente Southman, el oficial de Inteligencia de Sarnow, entraron a formar parte de la «reunión».

—De acuerdo. ¿Qué es lo que sabemos? —La voz de Sarnow era enérgica pero clara. Chandler carraspeó y Honor asintió.

—Ahora es cuando estamos obteniendo información útil, señor —informó la oficial táctica—. Por el momento hablamos de unas treinta y cinco naves de línea. En cuanto a sus elementos de pantalla, el asunto es más confuso, pero el cálculo más aproximado del CIC es… —Chandler echó un vistazo al lado para volverá comprobar su pantalla—. Unos setenta destructores y cruceros. En lo que respecta a las naves de línea, es probable que haya veintidós superacorazados, siete acorazados y seis cruceros de batalla. —Chandler miró a los ojos de Sarnow con expresión torva, y el teniente Southman frunció los labios en un silbido sordo.

—¿Qué ocurre, Casper? —preguntó el almirante, y el teniente se encogió de hombros.

—Eso es casi todo lo que tienen, señor. No deben de haber dejado más de un par de naves en casa. Suponiendo, claro está, que este sea el almirante Rollins.

—Suponiéndolo… —Corell medió bufó, y la boca de Southman se retorció en algo parecido a una sonrisa.

—Creo que podemos dar por sentado que lo es, señora —reconoció—, pero me refería a que nuestra peor estimación hablaba de treinta y siete naves de línea, y algunas de ellas pendientes de reparación. Así que, a menos que cuente con muchos refuerzos, lo más probable es que haya dejado Seaford sin protección, sin contar con las fortificaciones fijas. Y seguro que nuestras patrullas nos lo hubieran comunicado si hubiera sido así.

—¿En serio? —gruñó Cartwright. La expresión del oficial de Operaciones era tan ceñuda como su tono—. Lo que me preocupa es dónde demonios están nuestras patrullas. ¡Deberían haber llegado hace ya horas, como poco, para advertirnos de los movimientos de Rollins!

—Pueden haberse acercado demasiado, Joe —dijo Honor con calma—. Los comandantes de las patrullas conocían bien sus responsabilidades. La única cosa que habría evitado que nos avisaran es que los repos encontraran un modo de interceptarlos, y la forma más probable de hacerlo es atraparlos cuando seguían al grueso de la flota de Rollins desde una distancia demasiado corta. No imagino qué otro medio podrían emplear para descubrirlos, e incluso si lo hubiera, eso no contradeciría la opinión de Casper. Esto bien parece ser todo lo que Rollins tiene a su disposición, lo que…

—Lo que sugiere que no se trata de un reconocimiento —convino el almirante Sarnow con un asentimiento fugaz—. No estaría aquí con semejante fuerza, ni dejaría a Seaford desprotegida, si no tuviera una acción decisiva en mente. Y no se hubiera alejado de allí si no supiera que Hancock estaba casi desguarnecida.

—¿Pero cómo, señor? —medio protestó Corell, y Sarnow se encogió de hombros.

—Podrían ser muchas las respuestas. La primera que se me ocurre es que reconociera uno de los otros sistemas y descubriera unidades que deberían haber estado aquí. Pero no importa cómo lo ha averiguado, sino lo que piensa hacer a continuación. —Los ojos verdes de Sarnow giraron hacia Chandler—. ¿Hemos proyectado ya su vector, comandante?

—Aún no, señor. Efectuaron un tránsito a una muy baja velocidad, y se mantienen inactivos desde entonces, cerca de la estrella primaria.

—¿A esa distancia? —Las cejas del almirante se enarcaron, y tanto él como Honor se intercambiaron una mirada de asombro. Ningún sensor equipado en una nave era capaz de rastrear el sistema interior desde tan lejos, así que, ¿qué era lo que estaban aguardando los repos? Presuponiendo que no sabían nada acerca de la red de sensores hiperluz, deberían haber buscado la mayor velocidad posible para que las transmisiones de las plataformas de sensores del exterior del sistema, que desarrollaban velocidades luz, advirtieran a los defensores de su llegada.

—Sí, señor. Yo… —La voz de Chandler se interrumpió cuando sonó un zumbido. Bajó la mirada hasta su pantalla y luego miró una vez más al almirante—. Se están moviendo, señor. Parece que se dividen en dos grupos y envían a los acorazados y los cruceros de batalla por delante. Aunque solo podría tratarse de una maniobra, por el momento están dividiéndose de forma evidente, aunque ambos grupos se aproximan a velocidad reducida. Su vanguardia parece situarse a dos kps2 (dos-cero-cuatro ges), y los superacorazados a la mitad de eso.

—Dos kps2. —La voz y la expresión de Sarnow reflejaban sus cavilaciones.

—Es muy atrevido por su parte, señor —observó Corell con acidez como si considerasen que no somos capaces de detenerlos.

—Puede que los datos de que disponen no sean muy detallados —señaló Cartwright—. Si piensan que cuentan con ventaja, tal vez no quieran arriesgarse del todo hasta estar seguros.

—Tal vez. Pero lo único que podemos hacer es suponer —apuntó Sarnow—. ¿Cuál es su rumbo, comandante?

—La comandante Oselli está trabajando en ello, señor. Parece que se dirigen hacia nuestra base de reparaciones. —Alguien dijo algo por detrás de Chandler y ella asintió—. Confirmado, señor. Si damos por hecho que continuarán con la aceleración y rumbo actuales, el grupo de avanzadilla tardará unas cinco horas y media en llegar, y los acorazados y los cruceros de batalla unas diez horas y cuarenta minutos.

—Va veo. —Sarnow se echó hacia atrás, entrecerrando los ojos mientras sus pensamientos volaban—. De acuerdo, asumamos por ahora que Joe está en lo cierto. No cuentan con datos precisos. Tal vez incluso piensan que es una trampa. Su vanguardia puede alcanzar una mayor aceleración que sus superacorazados, así que lo lógico sería que utilizasen esas naves para un reconocimiento. Y, por supuesto, tienen más potencia de fuego de la necesaria para ocuparse de nosotros si, de hecho, no contamos con apoyo. —Se encogió de hombros—. Es una aproximación cauta, pero me temo que eso no nos ayuda demasiado.

Las cabezas asintieron, y Honor escuchó el suave golpeteo de los dedos del almirante repiqueteando sobre su consola.

—Al menos su aceleración nos da algo de tiempo —levantó la voz—. ¿Comandante Oselli?

—¿Sí, señor? —La respuesta de Oselli sonó débil pero clara, desde más allá del alcance del dispositivo de vídeo de Chandler.

—A menos que algo cambie, seguimos esperando a que bajen la guardia para darles un golpe bajo, comandante. Por favor, trace nuestro rumbo con esa idea en mente, y envíemelo tan pronto como lo tenga.

—Sí, señor.

Sarnow se frotó el mostacho durante un momento, y luego miró a Honor.

—Haré que Samuel dé las órdenes preliminares a los portaminas a través del transmisor de pulsos, Honor. Una vez nos pongamos en marcha, utilizaremos los canales de comunicación de la cadena de mando habitual.

—Sí, señor.

Sarnow miró por encima del hombro.

—¿Lo ha oído, Samuel? —Honor no escuchó la respuesta de Samuel, pero Honor asintió—. Bien. En cuanto la comandante Oselli finalice sus cálculos, les daré su rumbo y coordenadas.

—Ahora —continuó, girándose hacia la pantalla— cuando se dirijan hacia…

—Discúlpeme, señor —interrumpió la voz de Oselli—, pero tengo nuestro vector. Entiendo que desea mantener nuestras signaturas al mínimo.

—Correcto, siempre y cuando podamos llegar a nuestras posiciones.

—Será algo muy complicado, señor —respondió la astronavegadora de Honor—, pero lo podemos hacer. Si partimos en diez minutos, podemos interceptarlos a uno-cuatro-uno-cero-ocho kilómetros por segundo en tres horas y cinco-dos minutos. Ellos estarán situados a tres-cinco minutos de su llegada, a una velocidad de tres-cuatro-dos-siete-ocho kps.

—¿Distancia hasta el punto de confluencia?

—Sobre unos seis-punto-cinco minutos luz, señor. A unos cero-cero-punto-nueve millones de kilómetros. En ese punto, estaremos situados a dos-cero-tres millones de kilómetros de la base.

—Ya veo. —La expresión de Sarnow se había endurecido mientras Oselli hablaba. Honor intentaba no dejar traslucir emoción alguna, pero casi era capaz de leerle los pensamientos. Seis minutos luz y medio era la estimación más optimista para el alcance de detección que la OIN atribuía a las naves de la República Popular de Haven contra una cuña de impulsión al mínimo de energía y encubierta por los sistemas manticorianos de contramedidas electrónicas. Pero solo era una estimación, y si eran detectados antes…

—Asuma que maniobraremos según lo dicho, comandante Chandler. ¿Cuándo estaremos a distancia de impacto de los misiles?

—Casi dos horas después de la confluencia, señor. —La respuesta inmediata de Chandler indicaba que ya había estado trabajando en ello. La boca de Sarnow se retorció en una fugaz sonrisa, y la oficial táctica continuó hablando—. Si mantienen el vector proyectado y no somos detectados antes, por supuesto, estaremos a cien millones de kilómetros de la base y a siete millones de ellos. Eso debería situarlos a medio millón de kilómetros dentro de nuestro alcance máximo.

—Comprendo. —Sarnow volvió a frotarse el mostacho, y luego asintió—. De acuerdo, adelante. Samuel, indique al oficial al mando de los portaminas que quiero su perímetro plagado de minas en noventa y ocho millones de kilómetros a la redonda. E infórmele de que… —los ojos verdes del almirante giraron, casi contra su voluntad, hacia Honor— ha de ejecutar la evasión tan pronto como Honor haya terminado.

—Sí señor. —Esta vez la respuesta de Webster fue audible a través del comunicador, y Honor cruzó su mirada con la de Sarnow para luego asentir brevemente, reconociendo la lógica de sus órdenes. La operación evasión implicaba el traslado de todo el personal de la base no combatiente que los portaminas pudieran albergar (aunque eso no incluía a Paul Tankersley), pero sería estúpido pensar que había más opciones. Ocho cruceros de batalla no podrían detener la potencia de fuego que se dirigía hacia ellos.

—Muy bien, damas y caballeros. Creo que con esto hemos acabado con los preliminares —dijo Sarnow, y sonrió ante la broma—. Ahora veamos lo fuerte que podemos golpear a estos bastardos.