26
—Gracias a Dios.
El comandante Ogilve se relajó al fin cuando la NAP Napoleón salió del hiperespacio y la estrella primaria del sistema Seaford Nueve resplandeció delante de él. Para ser realistas, habían estado a salvo desde el instante en que saltaron al hiperespacio; pero aun así las pesadillas habían perturbado su descanso, pesadillas sobre algún desastre que le impedía entregar sus datos.
Miró hacia su oficial de comunicaciones.
—Grabe un mensaje a la atención personal del almirante Rollins, Jamie. Comienzo del mensaje: Señor, mi última descarga Argus confirma la total (repito, total) retirada del frente manticoriano de Hancock. Los análisis de los datos sugieren que la fuerza remanente consiste, como máximo, en un escuadrón de cruceros de batalla y elementos de pantalla. El Napoleón se encuentra de camino hacia el encuentro con su buque insignia, tiempo estimado de llegada… —consultó su monitor—: dos-punto-dos horas, con datos de descarga completos. Ogilve, corto. Fin del mensaje, Jamie.
—Sí, señor.
Ogilve asintió y adoptó una posición más cómoda, abandonándose por fin al cansancio mientras imaginaba la oleada de actividad que su señal iba a desencadenar a bordo de la nave del almirante Rollins. Escuchó una pisada tras su silla y volvió la cabeza hacia su segundo.
—Creo que esto no va a perjudicar nuestras carreras precisamente, señor —murmuró el segundo.
—No, imagino que no —convino Ogilve sin sonreír. Su segundo provenía de una familia legislaturista, y al comandante no le gustaba ni un pelo. Peor aún, dudaba de su aptitud. Pero a veces daba la impresión de que el juego político era el único que contaba en la Armada popular, y si eso significaba que el comandante Ogilve tenía que cargar con su segundo, entonces seria mejor que el comandante Ogilve fortaleciera los músculos de su espalda.
Y pensó con amargura mientras el segundo volvía a su puesto, si era ascendido, tal vez el cambio en la cadena de mando lo alejaría de aquel estúpido incompetente.
* * *
El almirante Yuri Rollins sacudió la cabeza, aún bajo los efectos tardíos de incredulidad adormecida, mientras reproducía las imágenes de la descarga Argus en su holoesfera principal por tercera vez.
—No puedo creerlo —susurró—. ¿Por qué demonios haría Parks algo tan estúpido? Tiene que ser una trampa.
—Con el debido respeto, señor, no veo cómo —señaló el capitán Holcombe—. Par que fuera una trampa deberían conocer la existencia de Argus, y es imposible que lo supieran.
—Nada es imposible, capitán —dijo la contralmirante Chin fríamente, y el jefe del Estado Mayor de Rollins se ruborizó ante su tono.
—No quería decir que fuera imposible que hubieran detectado las plataformas, señora —replicó de forma un tanto mecánica—. Lo que quería decir es que, si lo supieran, tratarían de ponerlo en nuestra contra.
—¿En serio? ¿Y si eligen utilizar la sutileza en lugar de la fuerza bruta? ¿Por qué destruirlas si las pueden usar contra nosotros?
—Poco probable —dijo Rollins, casi contra su voluntad—. Sin importar la ventaja táctica que implicaría el engañarnos en Hancock, se vería más que compensada por el daño estratégico que están sufriendo en otros sistemas. No. —Sacudió la cabeza—. Nunca dejarían intacta la red si supieran que está ahí.
—¿Y si el almirante Parks es el único que se ha dado cuenta de la existencia de las plataformas? —preguntó Chin—. Si es el único, podría haber decidido utilizarlas en su propio beneficio mientras envía correos a los comandantes a le otras estaciones para alertarlos del peligro.
—Posible, pero de nuevo poco probable. —Rollins se apartó del monitor e introdujo las manos en los bolsillos de la chaqueta—. Si sabe de ellas, entonces lo más seguro es que también sepa que cubren toda la periferia del sistema. Lo que supone que no puede preparar ninguna emboscada sin ser detectado. No que se arriesgue a dejarnos vía libre contando solo con una remota posibilidad de interceptarnos desde una posición lejana.
—Imagino que no. —Chin se cruzó de brazos y miró fijamente la esfera—. En ese caso, sin embargo, tendríamos que preguntarnos qué pretende.
—Creo que es otra indicación de que no sabe nada sobre Argus, señora —apunto el capitán Holcombe. Enarcó una ceja y luego se encogió de hombros—. Si no está en Hancock, es probable que esté vigilando los sistemas de la Alianza en la zona. Si ese es el caso, creo que deja desprotegido Hancock solo porque piensa que no podemos saber que lo ha hecho. Después de todo, uno de los principales objetivos de Argus era el de acabar con las operaciones normales de reconocimiento para hacer que los comandantes manticorianos se confiaran y cayeran en errores como estos.
—Cierto. —Chin se mordió los labios durante un momento y luego asintió—. Supongo que tal vez parezca demasiado conveniente que haga justo lo que queríamos que hiciera.
—Pero ¿qué queremos que haga? —preguntó Rollins, y sus dos subordinados se volvieron hacia él, sorprendidos—. Lo cierto es que esto nos ofrece una oportunidad de oro para aplastar Hancock, pero también significa que cualquier ataque que hagamos se resolverá enseguida, al menos en lo que a naves de guerra se refiere. ¿Cruceros de batalla? ¡Pamplinas! —Sacó la mano del bolsillo para levantarla de forma despectiva y luego la devolvió a su lugar—. Había unos escuadrones de batalla que ahora están en otro lugar. Además ¿cuánto tiempo crees que Parks va a seguir donde está? Su Almirantazgo no permitirá que abandone Hancock por mucho tiempo, sin importar lo que quiera hacer, así que si vamos a aprovecharnos de su ausencia, hemos de actuar ahora.
—¿Sin confirmarlo con el almirante Parnell? —La cuestión de Chin era más bien una afirmación, y Rollins asintió.
—Exacto. El mensaje tardaría unos dieciocho días en llegar hasta Barnett incluso si utilizáramos una nave correo. Eso implica treinta seis días para el mensaje y su respuesta. Si esperamos tanto, reforzarán Hancock.
—¿Podemos esperar hasta la fecha tope señalada, señor? —preguntó Chin, y Roflins frunció el ceño. Oficialmente, se suponía que solo él y su personal conocían el calendario, pero había invitado a Chin allí, a pesar de su posición como comandante de escuadrón de batalla más inexperto, porque tenía en alta estima sus aptitudes. Y si quería que lo asesorara bien, tenía que ponerla al tanto de todos los detalles.
—No lo creo —dijo, finalmente—. Suponiendo que el almirante Parnell no lo posponga, habremos de movernos en treinta y un días.
Chin asintió; su rostro no reveló ningún signo de triunfo al conocer por fin la fecha en que se presumía que la guerra iba a empezar.
—Por supuesto, en ese caso está en lo cierto, señor. No podemos esperar tanto si queremos atacar antes de que recuperen el buen juicio.
—Ya dije desde el principio que toda la operación estaba demasiado centralizada —murmuró Holcombe—. Sincronizar de forma ajustada los programas de las operaciones con tanta distancia entre las zonas de operaciones es…
—Es con lo que tenemos que cargar —terminó Rollins con una cierta aspereza. Su jefe del Estado Mayor cerró la boca de inmediato, Rollins se encogió de hombros—. Suelo estar de acuerdo con usted, Ed, pero no nos queda más remedio que soportar las limitaciones impuestas por la forma en que son las cosas.
—Así pues, ¿qué es lo planea hacer, señor? —inquirió Chin.
—No lo sé —suspiró Rollins—. Supongo que hay que decidir cuál es la prioridad: las instalaciones de Hancock o nuestro propio destacamento.
Se acomodó en una silla y estiró las piernas mientras arrugaba la frente, considerando sus opciones.
El plan original prometía una fácil victoria contra Hancock. La llegada del almirante Coatsworth desde Barnett incrementaría su fuerza «oficial» en un cincuenta por ciento, y los manticorianos ni siquiera sabrían que Coatsworth estaba de camino hasta que se echara encima de Zanzíbar por su retaguardia. Con Coatsworth detrás de ellos y el destacamento de Seaford al frente, se verían atrapados en una pinza.
Pero si Hancock estaba desierto, el plan al completo carecía de sentido. No había ni un indicio de dónde estaban los manticorianos, o de cuál era su fuerza. No al menos, hasta que los recolectores de Argus informaran al respecto. Hancock era la única instalación con capacidad de reparación en ese sector. Si iba a tener que cazarlos de todas formas, negarles tal posibilidad sería un primer paso inestimable.
Inhaló profundamente y se enderezó; Holcombe y Chin se giraron hacia él en cuanto se movió.
—Lo haremos —dijo Rollins sin más. Holcombe asintió en aprobación, y Chin pareció aliviada por no ser ella quien tuviera que tomar la decisión.
—¿Esperaremos hasta recibir los informes de las redes Argus, señor? —preguntó Holcombe. Chin no abrió la boca, pero negó con la cabeza, discrepando de forma instintiva. Rollins estaba de acuerdo con ella.
—No. —Se puso de pie como un resorte—. Esperar más supondría perder otros seis o siete días, y si vamos a hacerlo no tenemos tiempo que malgastar.
—Sí, señor.
El almirante se paseaba en breves círculos mientras cavilaba. Luego asintió.
—Quiero que el destacamento esté listo para partir en veinticuatro horas, Ed. Envíe un correo a Barnett para avisar al almirante Parnell de nuestras intenciones. Debería estar allí antes de que Coatsworth parta, así que dele instrucciones para que se reúna con nosotros en Hancock. Consolidaremos nuestras fuerzas y luego marcharemos hacia Zanzíbar juntos. Después de eso podemos atacar Yorik o Alizon. Para entonces, es probable que contemos con los datos de inteligencia para saber adonde ha ido Parks y cuál ha sido su despliegue.
—Sí, señor.
—Almirante Chin, quiero que su escuadrón reconozca Hancock mientras nosotros nos acercamos. —Chin asintió, pero no fue capaz de ocultar su sorpresa, ya que sus acorazados eran la fuerza menos poderosa comparada con el resto de los escuadrones de batalla.
—No he perdido la razón, almirante —aclaró Rollins con sarcasmo—, sus naves son más ligeras, pero son más que adecuadas para encargarse de cruceros de batalla, y si no vamos a encontrarnos con nada mayor, al menos quiero atrapar a tantos como sea posible antes de que huyan. Además, si nos topamos con algo realmente peligroso esperándonos, sus naves alcanzan una mayor aceleración que los superacorazados.
En resumen, pensó, podrían huir a toda pastilla más rápido que cualquier otra nave de las que disponían, y vio que Chin lo comprendía cuando asintió.
—¿Y los cruceros de batalla del almirante West, señor? —preguntó.
—Le serán asignados a su escuadrón, pero no deje que se adelante demasiado. En primer lugar, por su falta de efectivos. No quiero que se enzarce en una batalla con los manticorianos en la que acuse inferioridad numérica, mientras usted se encuentra demasiado lejos para ayudarlo.
—Comprendo, señor.
—Bien. —Rollins se volvió a meter las manos en los bolsillos y osciló sobre sus tacones, a la vez que contemplaba la holoesfera; su mirada se endureció.
»Muy bien —dijo al fin—, pongámonos en marcha. Tenemos un montón de cosas que hacer antes de partir.
Los tres oficiales se dieron la vuelta y salieron del compartimiento, dejando la pantalla encendida, y la vacía y tranquila imagen del sistema Hancock brillando en su interior tras ellos.