25
El hombre pequeño y de aspecto mediocre que aguardaba en la oficina de Robert Pierre no parecía un ogro. Oscar Saint-Just era un hombre amanerado que nunca alzaba la voz, ni bebía ni maldecía. Tenía una esposa y dos niños adorables y vestía como cualquier burócrata de baja posición. También era el primer subsecretario de Seguridad Interna, el segundo al mando tras Constance Palmer-Levy, y su voz aterciopelada había enviado al olvido a más gente de la que podía recordar.
—Supongo que nadie sabe que estás aquí. —Pierre se retrepó tras su mesa y elevó las cejas, inquisitivo, mientras indicaba con la mano el asiento vado.
—Deberías tener más fe en mí, Rob —dijo Saint-Just con tono reprobador.
—En este momento, mi fe en la gente está por debajo de mi creciente paranoia. —Las palabras de Pierre sonaron cortantes, pero una pizca de humor las acompañaba, y eso hizo que Saint-Just sonriera.
—Comprensible, comprensible —murmuró. Se echó hacia atrás y cruzó las piernas—. ¿Me has venido a visitar para decir que todo va sobre la marcha?
—Más o menos. El comodoro Danton ha llegado con las armas y las lanzaderas justo a tiempo.
—¡Excelente! —Saint-Just se permitió sonreír, y luego meneó la cabeza de un lado al otro—. ¿Y los hombres que harán falta para usarlas?
—Cordelia Ransom escogió las células de la UDC que necesitamos y las aisló de la propia UDC. Por ahora se entrenan con simulaciones, pero no tengo la intención de entregar el material hasta que se aproxime el momento de mover ficha.
—¿Y Ransom entiende la necesidad de, eh, atar cabos sueltos? Su expediente sugiere que está comprometida totalmente, Rob. ¿Vamos a ocuparnos de ella también?
—No. —Pierre sacudió la cabeza y su boca se apretó, expresando su disgusto por los puntos esenciales de su propio plan—. Ella entiende cómo funciona esto y como dices, está comprometida. Desea sacrificarse para llevar esto adelante, pero sospecho que vamos a tener que entregarle la Tesorería después de esto.
—Puedo vivir con ello —observó Saint-Just.
—Y yo…, al menos, mientras entienda la necesidad de ir paso a paso, y creo que así es.
—Si estás satisfecho, yo estoy satisfecho. —Saint-Just se frotó el labio superior, pensativo—. ¿Y Constance?
—Esa es la parte del plan que está lista para ejecutarse. Gracias, de nuevo a Cordelia. —Pierre sonrió—. No ha tenido que esforzarse mucho. El comité de acción central de la UDC se aferró a la idea enseguida, con crisis o sin ella. Me temo que Constance no es tan popular entre ellos como ella esperaba, sobre todo desde que asesinaron a Frankel.
—Yo tampoco lo soy —confesó Saint-Just—. Confío en que, con tanto entusiasmo, acaben buscando una bicefalia en la organización.
—Si creyera que existe tal posibilidad, habría intervenido personalmente. —Pierre negó con la cabeza—. No, Cordelia está insistiendo en la necesidad de dar a los «Nazis de Seglnt», ese eres tú, Oscar, «tiempo para reflexionar sobre el ejemplo que supone el pueblo». Es muy buena con la propaganda agitadora ya lo sabes. Tal vez podamos convencerla de quedarse con Información Pública en lugar de con Tesorería.
—Te dejo a ti las maniobras políticas. De lo que yo entiendo es de táctica y seguridad; de política… —Saint Just se encogió de hombros y alzó las manos con las palmas hacia arriba, y Pierre mostró una amplia sonrisa.
—La política, según se practica en la República Popular, va a cambiar de manera drástica, Oscar. Preveo que entenderás las nuevas reglas mucho mejor de lo que nunca lo hizo el presidente Harris.
* * *
Kevin Usher reptó por el tejado de la torre Rochelle, en un esfuerzo por no estremecerse mientras el resto de su equipo lo seguía. Las imágenes que percibía a través de sus gafas de visión nocturna conferían a la parte superior de la torre un surrealismo trémulo, pero había sido entrenado durante mucho tiempo para no encontrarlo extraño. Era el atroz e inevitable alboroto del resto de su equipo lo que lo preocupaba.
Hizo girar la cabeza del último ventilador y miró por la rendija abierta entre él y el borde de la torre. El viento agitaba sus ropas, y esa era otra cosa más de la que preocuparse. Su plan de huida principal consistía en un salto al vacío desde el tejado, pero había tanto viento que podría empujarlos de nuevo contra la torre en mitad de la caída…
Se obligó a alejar de su mente tales pensamientos y sacó la pistola de la funda, marines de la República lo habían entrenado bien durante el servicio militar y el tacto de la pistola de pulsos en su mano le resultó familiar y reconfortante mientras buscaba al hombre de Seglnt que debería vigilar el tejado. No le faltaba mucho esta parte, pero la UDC no se podía permitir ningún testigo en aquella operación.
Allí la visión mejorada de Usher dio con su objetivo y se apoyo en una mejilla, para a continuación nivelar el largo cañón del arma militar sobre su brazo, justo como señalaban los manuales. Se colocó en la misma postura que su instructores le habían enseñado diez años antes, y su dedo apretó el botón.
Una ráfaga de cinco dardos no explosivos impactó en el hombre de Seglnt, provocando una fuente sanguinolenta. Ni siquiera tuvo tiempo de gritar. Usher gruñó de satisfacción mientras avanzaba sobre el tejado, mirando hacia ambos lados con de la pistola de pulsos bien sujeta con las dos manos. Su informe decía que solo había un guardia, pero ya había visto demasiadas operaciones estropearse al dar por supuesto los datos con los que se contaba.
Solo que esta vez parecía que el informe estaba en lo cierto, e indicó a los demás que siguieran adelante mientras él se asomaba al borde del tejado para comprobarla línea de visión. Perfecto, pensó, y se giró para observar cómo se preparaba el resto de sus hombres. Dos de los integrantes de la dotación del Víbora se arrodillaron sobre el tejado, y los arpones sonaron con un breve estertor de violencia neumática mientras aseguraban los pies de la lanzadera. Otros dos levantaron la barra y la unidad de guía sobre el trípode. Las manos de la jefa de la dotación estaban ocupadas con su bloc de notas, a la vez que comprobaba la secuencia de prueba del primer proyectil. Sacudió la cabeza cuando una luz parpadeó, revelando una anomalía de poco calado. Después colocó el misil a un lado y asintió, satisfecha, al ver que esta vez sí pasaba las pruebas. Usher se dio la vuelta para ocuparse de sus propias responsabilidades, y señaló a sus hombres que ocuparan las posiciones correspondientes en el perímetro. Gesticuló al observador de tiro por encima de él y apuntó hacia la torre, en el lado más lejano del cinturón verde.
—Asegúrate de que es la zona correcta —remarcó despacio, y la mujer respondió con un movimiento de cabeza. Activó el diagrama en sus propias gafas y movió la cabeza con cuidado, alineando la silueta del dispositivo con la de la torre, hasta que el trazador de posición se iluminó sobre un punto de acceso de tráfico aéreo—, lo tengo —murmuró—. Marcado y confirmado.
—Ponte cómoda. Se supone que llegará en los próximos diez minutos, pero se puede retrasar.
La mujer volvió a asentir y se agachó. Luego depositó el marcador láser, que tenía forma de rifle, por encima del parapeto del tejado y buscó una posición confortable.
Usher echó otro vistazo a la dotación del Víbora. Estaban listos, y lo suficientemente lejos del borde del tejado como para no ser detectados por ninguna inspección superficial. La preocupación principal consistía ahora en un posible reconocimiento por aire, y no sería tal si los datos acerca de batidas aéreas eran tan precisos como el resto del informe.
Sí lo eran.
Miró en derredor y dio con un rincón donde el viento no soplaba de forma directa, y que a pesar de ello, le otorgaba una línea de visión completa; decidió sentarse allí a esperar.
* * *
—Supongo que eso es todo, entonces, a menos que tengas algo que añadir Oscar.
Saint-Just negó con la cabeza, y Constance Palmer-Levy se puso en pie. Su personal la siguió de cerca con evidente alivio. Pocos de ellos compartían su gusto por las sesiones estratégicas que se alargaban hasta las tantas, pero la gente no discutía cuando el líder de Seglnt les pedía que se quedaran hasta tarde.
—Me pasaré por Estadística y arrojaré algo de luz sobre la correlación de las actividades de la UDC antes de marcharme —dijo Saint-Just—. Creo que podría tener razón al respecto. Y no perjudicará a nadie que lo compruebe.
—Bien. —Palmer-Levy se estiró y bostezó; luego sonrió de forma irónica—. Creo que es demasiado tarde, incluso para mí —confesó.
—Entonces, váyase a casa y duerma algo —le aconsejó Saint-Just.
—Lo haré. —Palmer-Levy se dio la vuelta y dijo adiós con la mano; su ayudante personal la siguió de cerca. Ambas abandonaron la sala de reuniones, recogieron sus cosas al salir y se dirigieron a los ascensores.
* * *
El ascensor depositó a la ministra de Seguridad y sus guardaespaldas en el garaje de coches aéreos, en la planta número cuatrocientos de la torre. Un equipo de técnicos se apiñaba en torno a su limusina, completando las inspecciones rutinarias para evitar sorpresas desagradables, y Palmer-Levy esperó con paciencia a que completasen su tarea. Los recuerdos de Walter Frankel aún le resultaban demasiado vividos como para quejarse del tiempo invertido en ello.
—Todo perfecto, señora —dijo el jefe de los técnicos, mientras garabateaba su nombre en el recuadro de la firma del memobloc—. Lista para volar.
—Gracias —respondió, y abrió el camino hacia el vehículo.
El coche aéreo parecía una limusina civil de lujo y su equipamiento estaba al mismo nivel pero era rápida, estaba armada hasta los dientes, equipada con un sofisticado sensor basado en los vehículos de reconocimiento manticorianos, y su piloto era un veterano de combate condecorado. Palmer-Levy le sonrió cuando se acomodó en su asiento y él asintió, respetuoso. Esperó hasta que la escotilla se cerrase antes de encender las turbinas y el sistema antigravedad. La limusina se elevó sin balancearse ni una vez, y avanzó por la rampa hacia el punto de acceso exterior.
* * *
—¡Marca! —El susurro del observador crujió en su comunicador. Usher y su equipo se tensaron, preparándose para la acción. El observador cambió de posición y alineó la mira de su señalizador sobre el morro de la limusina, que se deslizaba por el punto de acceso. La tensión se mascó, en silencio, por todo el tejado.
—Fijación en proceso… ¡ahora! —gritó, y apretó el botón.
* * *
Una alarma sonó y el piloto de Palmer-Levy se removió en el asiento. Miró con un ojo hacia la luz de color vivo que destellaba en su panel de contramedidas electrónicas, y su rostro palideció.
—¡Nos están apuntando! —bramó.
* * *
La detonación iluminó el tejado de la torre como un rayo cuando escupió el misil Víbora por el tubo. Su diminuto motor de impulsión se activó casi al instante, aceleró hasta más de dos mil ges mientras los sensores aún registraba el láser reflejado desde el coche que estaba situado debajo y algo más adelantado. Luego, su morro picó hacia abajo.
* * *
El piloto retorció los controles en una desesperada maniobra de evasión, pero el Víbora había sido fijado por láser y su propia velocidad era demasiado reducida para escapar del proyectil. Lo hizo lo mejor que pudo, pero su esfuerzo sirvió de poco.
Constance Palmer-Levy tardó un instante en darse cuenta de lo que ocurría, y entonces la punta de la cuña de impulsión del Víbora impactó.
El coche aéreo se partió en un huracán de fragmentos de todo tipo de materiales. Sus reservas de hidrógeno explotaron en bolas de fuego azul brillante y la ministra de Seglnt y sus guardaespaldas cayeron sobre Nuevo Paris en una lluvia grotesca.