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El almirante Parnell entró en el cuarto de operaciones de DuQuesne con energía desaforada, a pesar de lo tardío de la hora. Nadie que lo estuviera mirando hubiera pensado que había dormido menos de tres horas, pero ni siquiera Parnell era consciente de su fatiga. Consideró (una vez más) tomar una pastilla estimulante, pero si lo hacía no habría conseguido dormir de nuevo. Sería mejor comprobar primero qué conseguía con una taza de café caliente.

El comodoro Perot ya estaba allí con una tarjeta de mensajes bajo el brazo, y se dio la vuelta en cuanto su jefe se aproximó.

—Mejor que sea importante, Russell. —El tono de Parnell revelaba que solo bromeaba en parte, y Perot asintió.

—Lo sé, señor. No lo molestaría si no pensara que lo es. —La voz de Perot sonaba calmada, pero ladeó la cabeza a un lado, invitando al almirante hacia una de las salas de reuniones de alta seguridad, y la sorpresa hizo que las cejas de Parnell se enarcaran antes que pudiera hacer nada para evitarlo.

Perot cerró la puerta tras de sí, silenciando el ruido de fondo del cuarto de operaciones, e introdujo un complicado código de seguridad en la tarjeta de mensajes antes de presionar su pulgar en el escáner. El monitor parpadeó y se encendió, tras lo cual se lo pasó al almirante sin decir una palabra.

Parnell arrugó la frente al ver el encabezamiento del cuerpo diplomático; después echó un vistazo al texto y se puso rígido. Se hundió en la silla y sus ojos volvieron a pasar por las sucintas frases; sintió como las últimas briznas del cansancio se desvanecían.

—Dios mío, señor. Lo han hecho —dijo Perot con suavidad.

—Quizá —contestó Parnell con cautela, pero su propia euforia pugnaba con su precaución. Depositó la tarjeta de mensajes sobre la mesa y masajeó sus sienes—. ¿Cuál es la habilidad de la fuente del embajador Gowan?

—Ninguna fuente de inteligencia es segura al cien por cien, señor, pero todo lo que nos ha dicho hasta ahora, ha dado en la diana. Y…

—Lo que puede ser indicio de que saben lo que hace y que lo han estado reparando para darnos la gran sorpresa —interrumpió Parnell con considerable cinismo.

—Ese es el problema de los espías, señor —concedió Perot—. En este caso, no obstante, contamos con los informes de otra fuente para apoyarlo. —Parnell enarcó una ceja y Perot se encogió de hombros—. Si lee la siguiente página del despacho del embajador, verá que los dos destacamentos de la flota natal mencionados en el informe de la fuente inicial partieron casi en el momento que nos indicó, y sus puntos de destino concuerdan con su versión de las órdenes dadas. Gowan estuvo un día o dos trabajando con sus contactos, y algunos de los integrantes del personal involucrado se fueron de la lengua. Tres de ellos, dos trabajadores del restaurante y un barbero, todos a bordo de Hefestos, informaron haber oído a los clientes quejarse al verse obligados a dirigirse hacia Grendelsbane.

—¿Qué clase de clientes? —inquirió Parnell con interés.

—Soldados y voluntarios, señor, ningún oficial. Y todos clientes habituales. —Perot meneó la cabeza—. No se trataba de personas que habían ido allí ex profeso para dejar caer los datos, a menos que supongamos que la red entera de Gowan se ha venido abajo, y que los servicios de inteligencia manticoriana sabían a ciencia cierta delante de quién tenían que soltar los rumores adecuados… —El jefe del Estado Mayor se detuvo con un encogimiento de hombros.

—Hum… —Parnell observó de nuevo la tarjeta de mensajes; quería creerlo, y luchó contra sus propios deseos. ¡Si hubieran sido capaces de extender la red Argus hasta Yeltsin! Pero no había habido tiempo suficiente para hacerlo…, y eso suponiendo que la bullente actividad en el espacio profundo de Yeltsin no lo hubiera impedido. Los graysonitas parecían querer utilizar cada asteroide de su sistema para sus proyectos orbitales y planetarios, e IntNav había decidido que era muy probable cometer un error con una de las plataformas de sensores, a pesar de su camuflaje, y dar al traste con la operación Argus al completo. Lo que significaba que no tenía tantos datos acerca de la situación en Yeltsin. Tal vez ese era el problema. Había utilizado una información más detallada de lo que era normal.

—¿Se sabe algo de Rollins? —preguntó.

—No, señor. —Perot miró de refilón la pantalla con la hora y fecha de la PM, e hizo una mueca—. Las naves Argus no pueden ceñirse a un horario concreto, pero teniendo en cuenta las operaciones anteriores, deberían haber obtenido la última descarga de Hancock ayer como muy tarde.

—Lo que supone diecisiete días más para que nos llegue a nosotros —gruñó Parnell.

Se echó hacia atrás, a la vez que mordisqueaba su labio inferior. Diecisiete días era mucho tiempo de espera. Barnett estaba situado a ciento cuarenta años luz de Yeltsin, un viaje de tres semanas para los acorazados, pero si quería aprovechar esa oportunidad contaba con apenas veintiséis. No podía retrasar la decisión hasta tener el informe de Rollins, y asimismo, si lo hacía, tendría que combatir sin los tres escuadrones del almirante Ruíz, aún de camino a Barnett. Podría sustituir los dos escuadrones que en el despliegue me había asignado para reforzar Seaford, y luego enviar a las fuerzas de Ruiz hacia Seaford para reemplazarlos. Pero si Ruiz se retrasaba, Rollins carecería del suficiente apoyo.

Se mordió con más fuerza todavía. El plan original contemplaba atacar Yeltsin con una fuerza abrumadora, con el expreso propósito de aislar y destruir cualesquiera unidades manticorianas estacionadas allí, como el primer paso de una campaña para desmoralizar y aplastar a la RAM. Si Caparelli había destinado cuatro escuadrones a otro lugar, entonces el tamaño de la presa se reducía a la mitad (eso sí tomaba por ciertas las estimaciones del despliegue de Yeltsin) y odiaba renunciar a tantas bajas. Por otro lado, el efecto sobre la moral podía ser aún mayor, ya que una fuerza más pequeña sería aniquilada sin muchas pérdidas havenitas. Y una parte de él prefería luchar contra una oposición más débil hasta tener la oportunidad de evaluar las diferencias tecnológicas de primera mano. Los informes de combate disponibles indicaban que la situación era tan mala como se había temido, e incluso peor. Ello lo tentaba a aprovecharse de la ventaja numérica lo máximo posible, hasta que constatara la profundidad del problema.

Lo peor es que tendría que rediseñar la operación al completo en muy poco tiempo. Sus propias fuerzas, y las destinadas en Seaford, habían sido preparadas para actuar coordinadas, moviéndose de forma simultánea de acuerdo con las órdenes finales de ataque emanadas de Barnett. Si él se movía ahora, la guerra empezaría en el momento en que entrara en el espacio de Yeltsin, y desconocía los detalles de la situación en la zona Seaford-Hancock, por lo que no estaba seguro de si Rollins tenía la suficiente superioridad (incluso contando con Ruiz) para llevar a cabo su parte del plan.

Suspiró y se palpó las sienes otra vez. Esa era la única razón por la que había trasladado su cuartel general a la base DuQuesne, se dijo…, y también la razón por la que el presidente Harris lo había autorizado a que los últimos compases se efectuaran según su criterio. Pero había esperado una escalada progresiva, y no este cambio radical de última hora.

Cerró los ojos unos segundos, luego inhaló profundamente y permitió que el respaldo de la silla volviera a su posición original con un restallido.

—Adelante —ordenó lacónico.

—Si, señor. —La excitación reprimida se filtró en la voz de Perot, aunque, también era un profesional—. ¿Y el almirante Rollins, señor?

—Envíele un correo. Dos, por si algo le ocurre al primero. Dile que partimos con todas las fuerzas disponibles en cuarenta y ocho horas.

—¿Con todas, señor?

—Menos el destacamento del almirante Coatsworth asignado en Seaford —apuntó Parnell. Se pellizcó la barbilla y luego bajó la cabeza en gesto afirmativo—. Si han dividido tanto sus efectivos, no necesitamos asaltar el destacamento de Seaford para conseguir una ventaja numérica de dos a uno por otro lado, no conocemos la situación exacta del sector de Rollins. Igual necesita más potencia de la que en principio creímos suficiente, así que dile que los elementos inicialmente asignados partirán de Bamett para reunirse con él en unos ocho días, o tan pronto como el almirante Ruiz llegue, lo que ocurra primero: Daré órdenes para que Ruiz se una a Coatsworth; eso reforzará la línea de batalla de Rollins, solo por si acaso.

—Sí, señor. —Perot tomaba notas en su memobloc a una velocidad pasmosa.

—En cuanto haya enviado los despachos, comuníquelo a la base de operaciones. Les daré cuarenta y ocho horas como máximo, pero no se lo digas. Si es posible, quiero estar listo para salir en veinticuatro. Asegúrese de que envían nuestras simulaciones de Yeltsin a cada escuadrón de batalla. Quiero que se ejecuten una y otra vez mientras nos acercamos al objetivo.

—Sí, señor.

—Y asegúrese de darle instrucciones al almirante Coatsworth para que envíe un correo a Rollins antes de partir. Sé que lo hará de todas formas, pero hágalo oficial. Rollins ha de saber su calendario, sin importar si Ruiz está o no con él, para coordinar sus propios movimientos. No nos podemos permitir ningún error en este cambio de órdenes sobre la marcha.

—Sí, señor.

—Después de eso, tiene que informar al presidente. Grabaré el despacho, mientras lo pone todo en marcha, y necesitaré otro correo que vaya a Haven.

Esta vez, Perot solo asintió, con los dedos aún escribiendo notas en su memobloc, y el almirante esbozó una sonrisa.

—Supongo que debería pensar en una frase dramática, digna de mención para Información Pública y los libros de historia, pero que me aspen si se me ocurre alguna ahora mismo. Además, admitir la verdad no sonaría muy bien.

—¿La verdad, señor?

—La verdad, Russell, es que ahora que se nos ha presentado la oportunidad, estoy aterrado. Ni siquiera creo que Información Pública pueda transformar esto en propaganda.

—Tal vez no, señor, pero lo cierto es que resume lo que siento a la perfección Por otro lado…

—Por otro lado los tenemos cogidos por las pelotas, en caso de que nuestros datos sean de fiar —aseveró Parnell. Se sacudió y se puso de pie—. Bien, incluso si no lo son, deberíamos verlos a tiempo para escapar. En cualquier caso, tenemos que descubrirlo por nosotros mismos.