23
Un tenue pitido chirrió en la penumbra reinante en el cuarto de operaciones central, conocido entre los habituales como «la Fosa». El almirante Caparelli levantó la cabeza para comprobar la pantalla principal situada al final de la Fosa, y conocer así la localización del nuevo incidente. A continuación descargó los detalles en su terminal, y parpadeó tras estudiar los datos.
—¿Malo? —preguntó la almirante Givens desde la pequeña sección donde le ubicaba el holomapa, y el otro se encogió de hombros.
—Más irritante que peligroso…, creo. Otro rifirrafe en Talbot. Aunque el mensaje… —dijo mientras sonreía sin ganas— es de hace once días. Quizá las osas se hayan vuelto más que «irritantes» desde entonces.
—Hum… —Givens frunció los labios y contempló absorta el holomapa situado entre ambos. Sus ojos se fijaban en algo que solo ella podía ver, y Caparelli aguardó con paciencia a que saliera de su ensimismamiento. Pasaron varios segundos, luego un minuto, mientras escuchaba los sonidos de fondo de la Fosa, hasta que ella abandonó sus cavilaciones y miró de nuevo hacia el almirante a través de las diminutas estrellas que se encontraban entre ellos.
—¿Alguna idea?
—Más bien una reflexión general.
—Bien, pues no esperes ni un minuto más para compartirla, Pat.
—Sí, señor. —Le dedicó una sonrisa fugaz y después volvió a ponerse—. Lo que se me había ocurrido, algo sobre lo que llevo reflexionando varios días es que los repos están siendo demasiado listos en su propio beneficio.
—¿Eh? —Caparelli movió su silla hacia atrás y enarcó la ceja—. ¿A qué se refiere?
—Creo que intentan alcanzar un alto grado de coordinación. —Givens señalo al monitor—, llevan aumentando la presión desde hace semanas. Al principio solo eran «misteriosos» invasores a los que no podíamos identificar, y no hubo combates hasta que no descubrimos que eran repos. Entonces empezaron a hostigar a nuestras patrullas. Ahora se abalanzan sobre nuestros convoyes y las escoltas de los sistemas con tácticas de acoso y derribo. Pero cada vez que hacen algo que eleva la tensión, todas sus operaciones comienzan en un punto y luego se extienden en derredor.
—Lo que indica que…
—Que cada aumento de las hostilidades es el resultado de una autorización específica de algún nodo de mando central. Consulte la escala temporal, señor. —Pasó los dedos por el holomapa, desplazándolos por toda la frontera—. Si damos por supuesto que cada recrudecimiento fue autorizado desde algún lugar situado a cincuenta o sesenta años luz dentro de la frontera repo, como Barnett, por ejemplo, el retardo de los incidentes experimentado con el nuevo patrón de actuación coincide casi exactamente con la diferencia que suponen los tiempos de vuelo desde esos puntos a Barnett. —Retiró la mano y frunció el ceño, a la vez que se mordía el labio inferior.
—Así que se están coordinando desde un nodo central —convino Caparelli—. Pero ya nos imaginábamos eso, Pat. De hecho, nosotros hacemos lo mismo. Así que, ¿por qué dices que «Son demasiado listos en su propio beneficio»?
—Nosotros no hacemos lo mismo, señor. Nosotros canalizamos la información y autorizamos despliegues a grandes rasgos, pero confiamos en que los oficiales al mando de cada zona utilicen el sentido común para evitar el problema del retardo en las comunicaciones. Parece como si los repos autorizaran cada sucesiva ola de actividad desde Barnett, lo que implicaría un vínculo bidireccional de mando, no solo la canalización de información. Están esperando hasta que reciben los informes, entonces envían las órdenes para comenzar la siguiente fase, y después vuelven a esperar los informes antes de dar el próximo paso. Están procediendo de forma muy calculada. Esa es la razón por la que todo parece discurrir tan lentamente.
—Hum… —Fue el turno de Caparelli de observar el holo. La teoría de Givens explicaba la arbitrariedad creciente de los repos. Lo que había comenzado como una serie de ataques relámpago se estaba convirtiendo en una cadena de golpes de importancia separados por largos periodos de tiempo. A todos los efectos, daba la impresión de ser algo desmañado, aunque cualquier estratega establecería puntos de ruptura: puntos en los que era posible abortar la operación si había que hacerlo. Era bastante posible que Pat estuviera en lo cierto, que la coordinación de esta fase se llevara a cabo desde Barnett, pero eso no quería decir que ese mismo patrón se aplicase en una fase sucesiva. Pero una vez las cartas estaban sobre la mesa, no había posibilidad alguna de puntos de ruptura; era todo o nada, y si uno tenía idea de lo que estaba haciendo, debería inclinarse por el conjunto de órdenes más flexible posible.
Solo si tenía idea.
Giro la silla despacio de un lado a otro, y luego alzó los ojos de nuevo hacia Givens.
—¿Sugiere que quizá sigan actuando de esta forma una vez que las cosas se pongan serias de verdad?
—No lo sé. Es posible, si tenemos en cuenta sus anteriores patrones operativos. Recuerde, señor, que somos los primeros oponentes a los que se enfrentan que poseen varios sistemas. Sus planes previos consistían en golpes mano convergentes sobre un pequeño objetivo, pequeño desde el punto de vista espacial. Pero incluso los mejores generales tienden a caer en hábitos de comportamiento. Tal vez han omitido alguna de las implicaciones en cuanto a la diferencia de escala.
»Pero adonde quiero llegar es a que, sin importar lo que piensen hacer cuando la guerra como tal comience, durante los prolegómenos están siendo dirigidos por un férreo control centralizado. Han de contar con un detallado plan de operaciones para cuando la situación estalle, y después de estudiar sus campañas previas, apostaría a que involucra cuidadosas y engorrosas limitaciones en cuanto a la sincronización de sus actividades, incluso si me equivoco en esto, por el momento reaccionan y responden ante cualquier cosa que hacemos sobre la base y dentro de las limitaciones de ese trafico bidireccional con Barnett.
—Siempre y cuando no hayan enviado órdenes para activar la siguiente fase mientras estamos aquí sentados.
—Cierto —capituló Givens—. Pero si aún no han alcanzado ese punto, podría ser útil considerar la introducción en ese flujo de información con la que nos gustaría que contasen.
—¿Cómo cuál?
—No lo sé —admitió Givens—. Odio pensar que perdemos una oportunidad para tomar la iniciativa. Lo peor que podemos hacer es dejarles que nos obliguen a seguir su ritmo. Me gustaría arrebatarles esa ventaja.
Caparelli asintió y se unió a sus cavilaciones en torno al holomapa.
Sus ojos se movieron rápidamente hasta los tres puntos más conflictivos: Yeltsin, la estación Hancock y la zona de Talbot-Poicters. Aunque el ritmo y la violencia de la guerra psicológica de Haven se habían incrementado constantemente, Mantícora había logrado contenerse hasta la fecha. La pérdida del Caballero Estelar se compensaba por la destrucción, casi fortuita, de dos divisiones de cruceros de batalla a manos del Belerofonte en Talbot. Asumir la trágica pérdida de todo el escuadrón de la capitana Zilwicki no solo le validó la Medalla al Valor del Parlamento, la más alta condecoración por heroísmo del reino, sino que con ello había conseguido salvar a todas las naves que se encontraba bajo su protección… y le había costado a la Armada popular casi dos veces el tonelaje combinado de sus propias nave. Otros ataques repos habían tenido más éxito, por supuesto, ya que contaba con la ventaja de la iniciativa. Y, concedió disgustado, también parecía disponer de una inteligencia militar extraordinaria que les permitía tener datos muy precisos acerca de sistemas estelares supuestamente seguros. Pero sin duda alguna, sus éxitos estaban eclipsados, a la luz de la fría y brutal lógica de la guerra, por sus menos numerosos aunque más espectaculares fracasos.
Desafortunadamente, eso no significaba que la operación, desde un punto de vista global, estuviera fracasando. Aunque su redespliegue para encarar la amenaza había sido mucho menos drástico de lo que había imaginado, que había un considerable tráfico de escuadrones y destacamentos por toda la Alianza. Eso los colocaba en una posición defensiva y algo desequilibrada que solo les permitía reaccionar, perder la iniciativa, y algunos de sus comandantes daban la impresión de estar afectados por ello. Tomaban decisiones que parecían un tanto cuestionables, teniendo en cuenta su posición de ventaja.
Tamborileó con los dedos sobre la consola y frunció aún más el ceño preocupaba Talbot-Poicters porque se había concentrado mucha actividad repo en la zona. Ambos sistemas estelares estaban expuestos, y los incidentes localizados allí bien podrían ser meras misiones de tanteo. Reconocimientos en masa que habían superado (o aniquilado, pensó con amargura) a las patrullas locales en el curso de misiones de exploración previas al ataque. Aunque su sincronización apuntaba a que los repos contaban con más datos de los habituales.
Yeltsin y Hancock, por otro lado, le inquietaban justo por lo contrario: nada había perturbado su existencia, aparte del asalto al convoy en Yeltsin y las pérdidas misteriosas del califa en Zanzíbar. Tal vez se debía a que los consideraba los puntos más vulnerables, pero la falta de actividad en esas estrellas le hacía preguntarse la razón de que los repos no quisieran que los manticorianos se preocuparan por ellas.
A ello había que añadir la decisión del almirante Parles de dejar casi desprotegida la estación Hancock; decisión que provocaría una úlcera a cualquier lord del Espacio. Comprendía su razonamiento, pero no lo compartía del todo. De hecho, había llegado a redactar el borrador de un despacho en el que decretaba el regreso de Parks a Hancock, solo para archivarlo a continuación y ordenar al almirante Danislav que se diera prisa en llegar a su objetivo, la tradición de la RAM era que el Almirantazgo no se imponía sobre el individuo a menos que contara con información muy precisa de la que él no dispusiera y sí había algo de lo que el caballero Thomas Caparelli carecía en aquellos momentos era justo de eso.
—Van a hacerlo, Pat —murmuró, con los ojos clavados en la pantalla—. Están decididos.
Era la primera vez que uno de ellos decía tanto con tan pocas palabras, pero Givens solo asintió.
—Sí, señor —concedió, con voz igual de atenuada.
—Tiene que haber una forma de hacerlos vacilar —musitó el primer lord del Espacio mientras tableteaba con los dedos sobre la consola—. Alguna manera de dar la vuelta a la situación para que acabe jugando en su contra.
Givens royó su labio inferior durante un buen rato, luego inhaló con fuerza y extendió el brazo hacia el mapa. Ahuecó la palma en torno a la Estrella de Yeltsin, y los ojos de Caparelli se estrecharon cuando alzó la cabeza para mirarla.
—Creo que la hay, señor —dijo ella muy despacio.
* * *
—Déjeme que comprenda lo que me está diciendo, caballero Thomas. —La voz del duque de Cromarty era serena—. ¿Me está sugiriendo que provoquemos a la República Popular de Haven para que ataque la Estrella de Yeltsin?
—Sí, señor. —Caparelli cruzó su mirada con la del primer ministro durante un solo instante.
—¿Y cuáles son sus planes? —inquirió Cromarty.
—En esencia, señor, confiamos en hacer caer a los repos en una trampa. —Caparelli se aclaró la garganta y activó un holomapa portátil del sistema de Yeltsin en la sala de reuniones de alta seguridad, justo al lado de la oficina de Cromarty.
—Ahora mismo, la Estrella de Yeltsin es el marco donde se concentra una gran parte de nuestra flota natal, su gracia —explicó—. Nos ha costado mucho mantener oculta la composición exacta de nuestras tropas allí. Dada la inteligencia militar con la que parecen contar los repos sobre nuestros movimientos rutinarios, lo más probable es que sepan mucho más sobre Yeltsin de lo que nos gustaría, pero el plan de la almirante Givens nos ofrece, al menos, la posibilidad de volverlo en su contra.
Manipuló los controles y el diminuto sistema estelar representado sobre la mesa quedó iluminado, de repente, por puntos de color verde.
—Los graysonitas se han pasado el último año fortificando su sistema con nuestra ayuda, su gracia. Aún nos queda mucho para completar los planes, pero como puede observar hemos realizado un avance considerable, y Grayson está bien defendido por fuertes orbitales. Son pequeños en relación con nuestros estándares, porque datan de la guerra fría entre Grayson y Masada, pero su número es elevado y han sido reajustados y rearmados. Además, la armada graysonita equivale, por lo menos, a un destacamento nutrido de nuestra propia armada, un gran logro par a un trabajo desarrollado en diecisiete meses, dado su nivel tecnológico, y la segunda flota del almirante D’Orville es una formación extremadamente poderosa. En definitiva, señor, este sistema ha convertido en un lugar excelente para que un atacante se lleve una desagradable sorpresa.
—Pero ocurre que pertenece a un aliado soberano del Reino Estelar almirante. —La preocupación y algo más que una pizca de desaprobación tiñeron la voz de Cromarty—. Está sugiriendo que incitemos al enemigo para que ataque a uno de nuestros aliados… sin consultarlos antes.
—Entiendo las implicaciones de mi sugerencia, su gracia, pero me temo que hemos llegado a un punto en el que no hay tiempo para las consultas. Si la almirante Givens está en lo cierto, y creo que así es, los repos están ejecutando un plan que llevan perfeccionando desde hace años. Nosotros tenemos nuestros propios planes defensivos, pero permitirles que inicien una guerra en sus propios términos y en el momento en que prefieran, contra el objetivo que elijan, es muy peligroso. Necesitamos conseguir que pierdan la iniciativa o, al menos, que ataquen a un objetivo de nuestra elección. Pero para lograrlo, su gracia, tenemos que hacerles llegar a tiempo la información que queremos para que así rediseñen sus operaciones y emitan nuevas órdenes desde su centro de operaciones antes de que llegue la hora «X».
»El punto clave del plan es uno de los oficiales de comunicación de la almirante Givens en DepPlan. El embajador havenita ha hecho todo lo posible para sobornarlo. Ha estado trabajando para ellos desde hace dos años-T, pero lo que no saben, o eso esperamos, es que en realidad sigue trabajando para la almirante Givens. Hasta la fecha sus informes han sido precisos al cien por cien, aunque solo pasa información que no nos perjudica o que es razonable que los repos la adquieran por otros medios.
»Lo que proponemos es usarlo para informar a los repos, a través del embajador Gozan, de que la actividad alrededor de la estación Talbot nos ha preocupado tanto como para reforzar esa zona con varios de los escuadrones de batalla de D’Orville. Y enviaremos reemplazos allí, por supuesto, pero no hasta pasadas unas dos o tres semanas. Al mismo tiempo que entregue esta información a Gozan, enviaremos las mismas instrucciones al almirante D’Orville por medio de los canales ordinarios. Para el resto del mundo será una orden más…, pero la misma nave correo portará otro conjunto de órdenes bajo cobertura diplomática, en las que se le indicará al almirante D’Orville que haga caso omiso de las instrucciones de redespliegue. Si los repos poseen fuentes en nuestras secciones de comunicación de las que no tenemos constancia, podemos utilizarlas órdenes «oficiales» como confirmación del informe de nuestro agente doble.
»Si nuestro análisis actual de las operaciones repos es preciso, probablemente se estén coordinando desde su base en el sistema Barnett. Si logramos que esa información se reciba lo antes posible en Barnett, quien quiera que esté al mando allí verá una oportunidad clara de atacar Yeltsin antes de que lleguen nuestros «reemplazos». Solo que, cuando lo haga, descubrirá que ninguna de las naves de D’Orville ha partido realmente.
—Comprendo, caballero Thomas, pero ¿y si su ataque es tan potente como para arrebatarnos el sistema a pesar de las fuerzas del almirante D’Orville? Ya resulta bastante peliagudo pedir a nuestros aliados que sufran el primer golpe, ¿pero y si ese golpe basta para conquistarlo a pesar de nuestra ayuda?
Caparelli se echó hacia atrás en su silla; su rostro era pétreo. Guardó silencio durante varios segundos. Cuando volvió a hablar, lo hizo de forma grave.
—Su gracia, nos van a atacar. Ni yo ni ningún miembro de mi personal dudamos algo así, y cuando lo hagan Yeltsin será un objetivo primario. Tiene que serlo, dada la poca profundidad de nuestra frontera en ese punto. Me doy cuenta del riesgo al que sometemos a los graysonitas, pero creo que engañar a los repos para que nos ataquen allí, con nuestras condiciones, es la opción más efectiva. En el mejor de los casos, subestimarán la fuerza de D’Orville y atacarán con tropas insuficientes, en cuyo caso oficiales como D’Orville y el alto almirante Matthews darán buena cuenta de ellos. E incluso si perdemos la flota entera de D’Orville y Yeltsin, les habremos hecho mucho, mucho daño, y un contraataque correctamente efectuado desde Mantícora servirá para retomar el sistema con un índice de bajas muy positivo para nosotros.
—Ya veo. —Cromarty se acarició el mentón y, con una mirada torva, tragó una gran bocanada de aire—. ¿En cuánto tiempo necesita una decisión, caballero Thomas?
—Si he de ser franco, su gracia, cuanto antes mejor. No sabemos si aún tenemos tiempo para utilizar esta estratagema, suponiendo que funcione, antes de que lancen un ataque en cualquier otro sitio. Y si lo tenemos, tampoco es demasiado.
—Ya veo —repitió el duque—. Muy bien, almirante. Le comunicaré mi decisión, sea cual sea, lo antes posible.
—Gracias, su gracia.
Caparelli salió de la sala de reuniones y el primer ministro apoyó los codos sobre la mesa para dejar descansar la barbilla sobre sus manos ahuecadas, mientras contemplaba el holomapa durante un instante silencioso, eterno. La suya era la cara de un político consumado, aunque su expresión reflejaba su lucha interna; hasta que, por fin, alcanzó su terminal de comunicaciones y presionó una tecla.
—¿Sí, su gracia? —preguntó una voz.
—Necesito una línea segura con el buque insignia del almirante Haven Albo, Janet —dijo muy despacio.
* * *
Hamish Alexander andaba en círculos por su sala de reuniones a bordo de la NSM Esfinge, con las manos en la espalda y el ceño fruncido mientras escuchaba la voz del primer ministro a través del terminal.
—… Y eso es todo, Hamish. ¿Qué opinas?
—Opino, Allen, que no deberías haberme consultado —dijo el conde Haven Albo irritado—. Socavas la autoridad de Caparelli al pedirme una segunda opinión. ¡Sobre todo al ignorar los canales oficiales para hacerlo a sus espaldas!
—Lo sé. Desafortunadamente, o afortunadamente, según se mire, eres mi mejor opción para solicitar una segunda opinión. Os conozco a ti y a Willie desde hace años. Si no te puedo preguntar a ti, ¿entonces a quién?
—Me estás poniendo entre la espada y la pared —musitó Haven Albo— y si Caparelli se entera de esto, no lo culparé por dimitir.
—Un riesgo que estoy dispuesto a correr. —La voz de Cromarty Se endureció—. Lo que propone casi supone la traición a un aliado, Hamish y resulta que tú no eres solo un estratega respetado, sino también el oficial que conquistó Endicott y orquestó los últimos compases de nuestra alianza con Grayson. Conoces a la gente implicada, no solo el aspecto militar. Así que dame una opinión.
Haven Albo apretó los dientes, luego suspiró y detuvo su marcha. Reconocía una orden, aunque fuera hecha a disgusto, cuando la oía.
—De acuerdo, Allen. —Se hundió en la silla enfrente del terminal y pensó durante unos minutos; después se encogió de hombros—. Creo que tiene razón —concedió, y sonrió ladinamente ante la obvia sorpresa de Cromarty.
—¿Te importaría explicarte? —preguntó el duque tras un momento—. O dilo de otra forma: ¿por qué respaldo a un hombre que no me cae bien? —La sonrisa de Haven Albo se ensanchó, y alzó una mano—. Si ha funcionado hará de la forma en que Caparelli ha dicho: dejemos que lancen el primer ataque y luego golpeémoslos con una fuerza mucho mayor de la que esperan. También está en lo cierto cuando asegura que irán a por Yeltsin de todas formas, y este plan es nuestra mejor oportunidad de mantener el sistema. En todo caso, abriríamos una buena brecha en su fuerza de ataque, y ese es justo el tipo de batalla que necesitamos. Uno que nos otorgue una excelente ocasión pan alcanzar una victoria categórica, lo que tendría un importantísimo efecto psicológico en los prolegómenos de la guerra, y que inflija bajas en el enemigo aunque perdamos. En cuanto a los graysonitas, son gente dura, Allen. Saben que se convirtieron en objetivos desde el día en que firmaron el tratado con nosotros, y aún piensan que valió la pena.
—Pero hacerlo sin avisarles… —La voz de Cromarty se convirtió en un hilo, pero su infelicidad era patente.
—Lo sé —murmuró Haven Albo, y luego se detuvo.
»¿Sabes? —continuó tras un momento—, se me acaban de ocurrir un par de ideas. Primero, podrías sugerirle a Caparelli que hay una forma de hacer aún más efectiva su estrategia. —Cromarty lo miró inquisitivo y el almirante se encogió de hombros—. Sé que me he opuesto a dispersar la flota natal, pero supongo que al mismo tiempo que filtramos nuestra desprotección de la Estrella de Yeltsin, podríamos destacar tres o cuatro escuadrones de la flota natal y enviarlos para reforzar a D’Orville. Si los repos creen que enviamos, digamos, cuatro escuadrones fuera de Yeltsin cuando lo que vamos a hacer es justamente lo contrario, su estimación de fuerzas enemigas va a redundar en su perjuicio.
—¿Y si vigilan a la flota natal? No soy almirante, pero incluso yo sé que no muy complicado, ni siquiera para los mercantes, el rastrear motores de impulsión con una potencia de tal magnitud. Y es cierto que parte de nuestro tráfico «neutral» de mercantes sirve de espía para los havenitas.
—Sí, pero podemos encubrirlo como si se tratase de un ejercicio de entrenamiento de, pongamos, dos escuadrones; interrumpir las otras dos órdenes oficiales para Grendelsbane y luego hacer la misma clase de truco que ha sugerido Caparelli con D’Orville. Ni siquiera los almirantes implicados habrán hacia dónde se dirigen hasta que abran sus órdenes selladas después de saltar al hiperespacio, y cualesquiera informantes que tengan los repos deberían comunicar las direcciones indicadas en las órdenes oficiales. Hasta podrías pedirle a Pat Givens que incluyese, si cree que es posible, una referencia a estos movimientos en la filtración sin que el cebo resultase demasiado obvio.
—Hum. —Cromarty frunció el ceño al otro lado de la pantalla, con mirada pensativa. La idea de reforzar Yeltsin le resultaba atractiva, y reflexionó varios segundos para después asentir—. De acuerdo, creo que se lo propondré. Pero dijiste «un par de ideas». ¿Cuál es la otra?
—A menos que me equivoque, Michael Mayhew está aquí en Mantícora. Sé que estaba cursando la licenciatura en la Universidad Real. ¿La ha dejado a causa de la crisis?
El primer ministro se puso rígido y luego sacudió la cabeza. Haven Albo se encogió de hombros.
—En tal caso, puedes ponerte en contacto con el heredero del protector Benjamín, el príncipe heredero de la corona de Grayson. No será lo mismo que hablar con el jefe de Estado, pero lo cierto es que es nuestra mejor opción.
* * *
—… Así que estoy seguro de que entenderá por qué le he solicitado que me visite, lord Mayhew —dijo el duque de Cromarty—. Mi Estado Mayor está de acuerdo en que supone nuestra opción estratégica más acertada, pero supone exponer su mundo natal a un gran riesgo. Y debido al poco tiempo del que disponemos, no podemos discutirlo con el protector Benjamín.
Michael Mayhew asintió. Parecía (y era) irrisoriamente joven para tratarse de un estudiante universitario, incluso en Mantícora. De hecho, lo era tanto que su cuerpo aún aceptaba los tratamientos de prolongación de primera generación, los originales, algo no disponible para los graysonitas hasta que se unieron a la Alianza. Ahora Cromarty contemplaba su rostro juvenil fruncirse mientras reflexionaba, y se preguntó si Grayson estaba listo para la longevidad que sus hijos estaban a punto de heredar.
—Entiendo el problema, señor —dijo al fin Mayhew. Intercambió miradas con el embajador de Grayson y se encogió de hombros—. Y no veo que tengamos muchas más opciones, Andrew.
—Me gustaría poder hablarlo directamente con el protector —aseveró afligido el embajador, y Mayhew se encogió de hombros de nuevo.
—Yo también, pero creo que sé lo que diría. —Se giró hacia Cromarty y levantó la mirada—. Su gracia, mi hermano sabía en lo que se estaba metiendo al elegir aliarse con Mantícora en lugar de ser incorporado a Haven, o, peor aún por Masada. Siempre hemos sabido que cuando llegase el momento decisivo nos veríamos atrapados en el ojo del huracán, así que si vamos a ser atacados de todas formas, cualquier cosa que mejore nuestras posibilidades de ganar ha de intentarse. Además —terminó con un destello de auténtica calidez que iluminó esos ojos de mirada firme—, se lo debemos.
—¿Así que piensa que deberíamos seguir adelante?
—Sí. De hecho, como valido de Mayhew y heredero del Protectorado, le pido formalmente que lo haga, señor primer ministro.
* * *
—No me lo puedo creer —murmuró el caballero Thomas Caparelli. Dobló la pequeña y concisa directiva escrita a mano, y la deslizó de vuelta al sobre que luda el amarillo y negro propios de su nivel de seguridad. Luego dejó caer ambos en su destructor de documentos y miró a Patricia Givens—. Menos de cinco horas, y ya hemos recibido el visto bueno.
—¿Y eso? —Incluso Givens pareció sorprendida, y Caparelli rio con un resoplido.
—Más que eso, está decidido a subir las apuestas. —Deslizó el bosquejo de una orden de despliegue sobre la mesa e inclinó la silla hacia atrás mientras la estudiaba.
—¿Cuatro escuadrones? —murmuró Givens, a la par que retorcía un rizo de cabello marrón con el dedo índice, de forma ausente—. Eso está muy bien.
—Por no hablar de todos los superacorazados. —Caparelli sonrió de manera un tanto agria—. Eso supone el veintiséis por ciento de los superacorazados de la flota natal. Si atacan la zona mientras están fuera… —Se detuvo y levantó ambas manos en un gesto de desprecio; Givens se mordió los labios.
—Tal vez, señor. O tal vez no. No nos dejan desprotegidos del todo, y si los repos toman nuestros despliegues falsos como ciertos, se encontrarán de bruces con sesenta superacorazados que pensaban que estaban en otro lugar.
—Lo sé. —Caparelli frunció el ceño durante un momento, y luego inclinó la cabeza—. De acuerdo, sigamos adelante. Y supongo que lo mejor será enviar junto con las órdenes a un oficial de rango adecuado para la entidad de los refuerzos.
—¿A quién tiene en mente, señor?
—¿A quién cree? —La agria sonrisa de Caparelli volvió a aparecer en su rostro—. No hay otro más adecuado que Haven Albo.
—¿Haven Albo? —Givens apenas pudo ocultar su sorpresa. No solo sabía que Caparelli y Haven Albo no se llevaban bien, sino que además Haven Albo será el segundo al mando de la flota natal.
—Haven Albo —repitió Caparelli—. Sé que supone un vacío en la cadena de mando de Webster, pero también los escuadrones que le retiramos. Y Haven Albo no solo posee el rango y la experiencia necesarios para comandarlos, sino que también es nuestro oficial más popular, después de Harrington, a los ojos de Grayson.
—Cierto, señor. Pero también es de mayor graduación que el almirante D’Orville. Eso significa que lo sustituirá cuando llegue. ¿No causará eso problemas?
—No lo creo. —Caparelli pensó un instante, y luego sacudió la cabeza—. No, estoy seguro de que no será así. Él y D’Orville son amigos desde hace mucho, y ambos conocen lo crítico de la situación. Además… —dijo el primer lord del Espacio mostrando sus dientes en una sonrisa sin alegría—, va a lloverles mucha mierda a los dos, incluso si esto funciona.