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Honor yacía bocabajo y suspiraba sobre la almohada cada vez que los dedos, fuertes y habilidosos, amasaban sus hombros y trabajaban la cavidad de su columna. Había disfrutado de todo tipo de masajes con el paso de los años, pero Paul era uno de los mejores masajistas con los que se había topado nunca…, aunque su toque fuera poco profesional.

Río tontamente ante el pensamiento, y luego se curvó con un ronroneo suave mientras aquellos deliciosos dedos se zambullían debajo de ella para acariciar sus senos. Muy poco profesional, pensó divertida y excitada ante su contacto, y entonces advirtió su respiración en la nuca momentos antes de posar sus labios sobre ella.

—¿Nos sentimos algo mejor, no? —murmuró Paul, a la vez que le hundía los pulgares en la espalda mientras sus dedos recorrían y masajeaban la cintura.

—Hum, mucho mejor —suspiró Honor, y luego rio entrecortadamente—. Eres una persona horrorosa, Paul Tankersley.

—¿Horrorosa? —repitió él con tono ofendido, y ella asintió.

—Horrorosa. Me distraes de mis deberes.

—¡Ah, sí! —susurró, y deslizó las manos por sus caderas, para luego inclinarse y recorrer con besos su columna—. Una dulce distracción que remienda tu deshilachado corazón.

—No creo que estés en lo cierto —dijo ella, volviéndose y ofreciéndole los brazos—. De todas formas, ¿a quién le importa?

* * *

—Bien. —Paul sirvió vino fresco y le alcanzó una copa, para luego arrellanarse contra su espalda. Ella se inclinó hacia delante para que pudiera rodearla con su brazo, y luego se acomodó, entregándose al abrazo. Paul era más pequeño que ella (aunque su altura residía, en gran parte, en sus largas piernas), aunque en momentos como aquel la altura importaba más bien poco.

—Bien, ¿qué? —preguntó.

—Bien, ¿hablamos de cierto grano en el culo, capitana?

Honor volvió la cabeza con los ojos ensombrecidos, pero la sonrisa comprensiva de él suavizó la repentina puñalada de tensión. Comenzó a abrir la boca pero luego se paró cuando Nimitz brincó a los pies de la cama.

»Creo que alguien más quiere añadir su valiosa opinión —dijo Paul con cierta amargura. No había vuelto a echar a Nimitz desde la primera noche. Honor a menudo se preguntaba si entonces lo había hecho más por ella que por él. Cualquiera que fuera la razón, había aceptado al felino más rápido que lo que lo había hecho la mayoría de la gente. Ahora simplemente asintió al recién llegado, y luego sonrió cuando Nimitz anduvo majestuosamente por encima del cuerpo de Honor, cubierto por las sábanas, y luego se repantigó sobre ambos regazos.

—¡Hedonista! —lo acusó, y rio entre dientes cuando el gato soltó un «blik» expresando su despreocupada conformidad al respecto. Entonces su sonrisa se desvaneció y volvió a mirar a Honor—. Como te decía antes de que me interrumpieran, ¿estás lista para hablar de ello?

—¿Hablar sobre qué? —Honor bajó la vista hasta sus dedos y acarició la punta de la sábana—. Está aquí. Estoy aquí. He de vivir con ello. —Se encogió de hombros—. Y si tengo que hacerlo, lo haré.

—¡Qué mujer tan dura! —le espetó él, y la miró una vez más con una sonrisa desvaída.

—No tanto. Pero… —Se volvió a encoger de hombros y Paul frunció el ceño.

—Honor, ¿aún te asusta? —preguntó con tono gentil. Ella se ruborizó, pero no apartó la mirada, y el ronroneo de apoyo de Nimitz vibró sobre su regazo.

—No lo sé… —empezó, y luego suspiró—. Sí, supongo que sí —admitió, aún sin soltar la sábana—. No de lo que podría intentar hacer esta vez, sino de lo que me hace recordar, supongo. He tenido pesadillas con él durante años, cada vez que pienso en él es como si todo volviera a empezar. Además —añadió bajando los ojos—, me asusta saber lo mucho que lo odio.

—Es más o menos lo que pensaba. —Paul apretó el brazo y dejó que ella colocara la cabeza sobre el hombro; su voz le retumbaba contra el oído—. Por otro lado, quizá quieras saber cómo se siente.

—¡No me preocupan sus sentimientos! —dijo Honor con aspereza, y él rio.

—¡Oh, pero deberías! Honor, Pavel Young debe ser uno de los oficiales más miserables de la Flota… y es por tu culpa.

Ella se levantó de inmediato, y la sábana cayó sobre Nimitz. Después se giro para contemplarlo sorprendida.

—Es cierto, Honor. Piénsalo. Su carrera se ha detenido desde lo de Basilisco mientras que la tuya despegó como un misil. Se ha dedicado a escoltar mercantes en el quinto pino o a actualizar cartas estelares, pero tú has estado en el centro de la acción. Peor aún, todo el mundo en la Flota sabe lo que trató de hacerte… y cómo acabó tras no conseguirlo. ¿Y ahora dónde está? ¡Asignado a un destacamento del que eres capitana! —Sacudió la cabeza—. No puedo pensar en nada más humillante.

—Bien, sí, pero…

—No hay peros que valgan. —Cubrió la boca de ella con sus dedos—. Aparte hay algo más que considerar. ¿No te das cuenta de lo cobarde que es?

—¿Cobarde?

—Por supuesto. Honor, fui su segundo durante casi dos años-T. Conoces bien a alguien en tanto tiempo, y Pavel Young es un mezquino. Disfruta de todos los beneficios de su rango, pero ni en un millón de años arriesgaría su carrera como hiciste tú en Basilisco. Y si él hubiera estado en Yeltsin, habría establecido un nuevo récord de velocidad de entrada en el hiperespacio. En pocas palabras, cariño, tiene el coraje moral y físico de un escarabajo, y le pateaste el culo cuando tenías solo diecinueve años-T. ¡Créeme, su peor pesadilla es encontrarse a tu lado!

Honor se dio cuenta de que su boca estaba abierta de par en par y la cerró de golpe, él volvió a reírse al ver su expresión. Honor lo miró a los ojos en un esfuerzo por ver cuánto de lo que había dicho era totalmente cierto, o si solo lo había dicho para tratar de animarla, y en ese momento se dio cuenta de que todo era verdad. Podía estar equivocado, pero no lo decía solo para hacerla sentir mejor.

Se acurrucó junto a él mientras luchaba contra una imagen de Pavel Young que a duras penas lograba soportar. Rememoró aquel horrible recuerdo de esa noche en las duchas desde una perspectiva diferente, y en esta ocasión vio el miedo (el terror) enterrado bajo su odio cuando lo tiró al suelo. Y recordó a Pavel Young en su intento por evitar los deportes de contacto, la forma en que retrocedía en las raras ocasiones en que uno de sus iguales desafiaba sus insignificantes crueldades…

Nunca se le había ocurrido pensar que Young tuviese miedo de ella. Nunca más la atemorizó desde entonces. No en un sentido físico. Pero si él…

—Puedes estar en lo cierto —dijo asombrada.

—Claro que sí. Siempre lo estoy —dijo Paul con pomposidad calculada; después suspiró y tableteó con los dedos sobre sus costillas—. ¡Tal vez yo debería estar asustado de ti, eres una mujer peligrosa! —jadeó a la par que frotaba la zona dolorida y sonreía mientras ella reía—. Eso está mejor. Recuérdalo: cada vez que tenga que mirarte o recibir una orden de sus mandos, le vendrá a la mente lo que le hiciste…, y lo que le ocurrió cuando trató de hacértelo pagar. Alguien dijo una vez que la mejor venganza es disfrutar de la vida, así que sigue haciendo eso mismo.

—Lo intentaré —aseguró Honor sin traza alguna de sorna en su voz; luego suspiró—. Pero la verdad es que saber que él ha sido infeliz no hace que se sienta mucho más contenta de tenerlo tan cerca de mí.

—Lo extraño sería que lo hicieras —replicó él con igual seriedad, y agito sus caderas para tirar a Nimitz fuera de la cama. El felino hizo una pirueta en el aire y aterrizó en el suelo sobre las seis patas con un golpe sonoro; los ojos de Paul encerraban una sonrisa cuando miró a Honor—. Mientras tanto, si buscas algo para animarte, estoy dispuesto a ayudarte… si lo deseas —ronroneó.

* * *

—Creo que ya estamos todos, así que empecemos. —Mark Sarnow asintió a través de la pantalla a los capitanes y oficiales reunidos. El terminal del habitación de Paul era demasiado pequeño para reproducir a los demás a tamaño respetable, pero bastaba para que Honor supiera quién era quién. La pantalla del almirante, por supuesto, sí que permitía apreciar todos los detalles, por lo que se alegró de que su uniforme no se hubiera arrugado durante la pasada noche.

»El primer asunto en el orden del día, por supuesto, es la crítica del ejercicio de ayer —continuó Sarnow—. Un ejercicio que, según pude observar, pareció ir mejor para unos que para otros. —Su tono alegre restó parte de la acidez de sus palabras, y la comodoro Banton medio sonrió.

—Lo que quiere decir, señor, es que algunos de nosotros no estuvimos a la altura de las circunstancias —replicó ella. Sus ojos se fijaron en Honor y sacudió la cabeza—. Realizó unas maniobras de primera clase, dama Honor. Me engañó por completo.

—Tuve suerte, señora.

—¡Suerte! —bufó Banton, y luego se encogió de hombros—. Bueno supongo que algo, pero hay quien se trabaja su propia suerte. Tenga en cuenta que la próxima vez no le será tan fácil, así que no me subestime. —Dos o tres voces murmuraron, conformes, y Honor se ruborizó.

—Estoy de acuerdo con la comodoro Banton —sentenció Sarnow—, lo que lleva a uno de los puntos a tratar. Ya hemos planeado usar las cápsulas para así para perfeccionar nuestras salvas de misiles. ¿Y si utilizamos los zánganos de la misma forma que hizo la dama Honor?

—¿Quiere decir infiltrarse hasta el alcance de los misiles mientras miran hacia otro lado? —preguntó el comodoro Prentis, pensativo, con el ceño fruncido—. Un poco peligroso para probarlo en una batalla de verdad, ¿o no señor? Sí nos descubren antes de que podamos escapar…

—Un momento, Jack —interrumpió Banton—. El almirante puede estar en lo cierto. Aunque nos detecten a una distancia óptima para el uso de los misiles, dispondremos de dos o tres minutos para activar nuestros impulsores. Y, a máxima potencia, nos desharíamos de ellos en noventa segundos. Con las pantallas activas también… Y aun con todo, habríamos lanzado nuestra andanada.

—Tiene razón —dijo el capitán Rubenstein—, pero aun así…

El debate prosiguió y Honor se sentó de nuevo, satisfecha con limitarse a escuchar al resto. Personalmente le gustaba la idea, al menos como opción posible, dependía demasiado de la situación táctica real como para planearla de forma detallada, pero lo que sí aprobaba era el modo en que Sarnow involucraba a sus oficiales en las sesiones. Si sus capitanes sabían qué hacer con antelación, era más factible que reaccionaran con más rapidez que si esperaban órdenes precisas.

La discusión derivó hacia los detalles de las maniobras y finalizó con un informe de Ernestina Corell y el comandante Turner acerca de las modificaciones del control del fuego para las cápsulas parásitas. El ambiente parecía haber mejorado, decidió Honor. Aún había cierta ansiedad subyacente, pues el destacamento era bien consciente de lo indefenso que estaría ahí afuera, aunque los patrones de los cruceros de batalla de Sarnow comenzaban a trazar los planes necesarios para mejorar la situación.

—… Y creo que con eso está todo —concluyó—. La capitana Corell tendrá sus nuevos patrones de puntería a la hora del almuerzo, y me gustaría hablar sobre los códigos de disparo de los parásitos con usted y con el comandante Turner, Isabella. ¿Me los puede pasar a, digamos, las trece horas?

—De acuerdo, señor.

—En ese caso, damas y caballeros, buenos días. Vayan a desayunar. —Todos sonrieron mientras cerraban la comunicación, pero Honor se paró, con el dedo aún sobre la tecla, cuando él la miró.

—Un momento, dama Honor —rogó, y se sentó de nuevo, con mirada curiosa, mientras el resto de los rostros desaparecía. Después se quedaron solos, y Honor alzó una ceja.

—¿Ocurre algo en especial, señor?

—Sí, Honor, así es. —Se retrepó en el asiento y se frotó el mostacho con un dedo, para luego suspirar—. Pensé que debería saber que ha habido un cambio en la cadena de mando del comodoro Van Slyke.

—¿De veras, señor? —Consiguió mantener neutral su tono de voz.

—Sí. El capitán Young es de categoría superior a cualquiera de sus otros.

Eso deja a Van Slyke como segundo al mando.

—Comprendo —dijo Honor despacio.

—Pensé que debería saberlo. —Sarnow frunció el ceño durante un momento y luego se encogió de hombros—. No me hace mucha gracia, pero no hay manera de evitarlo. Sin embargo, me temo que Van Slyke nos va a involucrar en todo este asunto, y quería que lo supiera por mí.

—Gracias, señor. Se lo agradezco.

—Sí. —Sarnow volvió a encogerse de hombros y luego se enderezó—. Bien el tiempo para las noticias desagradables ha terminado. ¿Me acompañará en la comida? Traiga a la comandante Henke con usted, y disfrutaremos de una cena de trabajo.

—Por supuesto, señor. Allí estaremos.

—Bien. —Sarnow asintió y cortó la comunicación, luego Honor se echada atrás y colocó a Nimitz entre sus brazos.

—¿Tienes tiempo para desayunar antes de irte? —gritó Paul desde el comedor, y ella se removió inquieta.

—Claro —le dijo—, y espero que tengas algo de apio para cierto rufián peludo.

* * *

Pavel Young cruzó el tubo que conectaba su pinaza con la crujía de la NSM Cruzado. El Cruzado era más viejo y pequeño que su Brujo, pero ni siquiera Young pudo encontrar algún defecto o falta en el grupo de recibimiento, y asintió, aprobador, ya que una nave limpia era una nave eficiente.

—Bienvenido a bordo, lord Young. Soy la comandante Lovat, la segundo. El comodoro me pidió que lo escoltara hasta su sala de reuniones.

—Por supuesto, comandante —convino Young, dedicando una amable sonrisa a la espigada comandante de pelo castaño y ensortijado, y figura atractiva. No le importaría tenerla como su propia segundo, y dejó que sus ojos recorrieran sus caderas y los bien rellenos pantalones mientras la seguía hasta el ascensor.

Lovat lo condujo hasta la sala de reuniones sin decir una palabra, y presionó la tecla de entrada.

—Ya hemos llegado, señor. —Su voz era educada pero fría, y Young le ofreció una sonrisa aún más esplendida que la de antes mientras la escotillas abría.

—Gracias, comandante. Espero que nos encontremos de nuevo. —Se frotó contra ella cuando pasó a su lado en su camino hacia la sala de reuniones. Después se detuvo al ver no al comodoro, sino a otro comandante con el águila de un oficial del Estado Mayor.

—Buenos días, lord Young —dijo el comandante—. Soy Arthur Housenun, el jefe del Estado Mayor del comodoro Van Slyke. Me temo que el comodoro ha tenido que atender algunos asuntos de última hora que han surgído mientras usted ya estaba de camino. Me ha pedido que le asegure que están aquí tan pronto como pueda, y que le dé la bienvenida en su nombre.

—Comprendo. —Young avanzó por el compartimiento y cogió una de las sillas junto a la mesa; apenas logró reprimir una mueca de desagrado. Siempre le irritaban estos «arreglos» con oficiales de baja graduación, pero Houseman tampoco tenía la culpa—. Por favor, comandante, tome asiento —le dijo, indicando otra silla, y Houseman se sentó.

Young se echó hacia atrás y estudió al oficial con ojos entrecerrados. Houseman. Uno de los Waldsheim Houseman de Nueva Baviera, sin duda; tenía toda la pinta. Young hizo una mueca de desprecio en su fuero interno. Los Houseman eran conocidos por sus políticas demasiado liberales; siempre hablaban del «hombre de clase media» y la «responsabilidad social». Aunque Young había advertido que eso no les impedía disfrutar de las ventajas que les otorgaban su riqueza o la alta cuna en que habían nacido. Solo servía para que sintieran una orgullosa complacencia cuando se dignaban mirar por debajo de ellos a otros que hacían lo mismo, pero sin necesitar de tópicos santurrones y proclamar su propia valía.

—Imagino que no le dieron demasiada información cuando lo enviaron aquí, señor —dijo Houseman con el tono que se utiliza para entablar una conversación educada.

—No, no mucha. —Young se encogió de hombros—. Pero cuando el Almirantazgo te envía órdenes urgentes, no te quejas. Solo obedeces.

—Entiendo. Pero al menos su llegada le ha ahorrado lo que tuvimos que soportar ayer, señor.

—¿Ayer? —Young levantó la cabeza y Houseman sonrió sin humor alguno.

—Fuimos parte de la pantalla de la comodoro Banton —explicó. Young seguía sin comprender, y la sonrisa del comandante se hizo más agria—. El acorazado fue destruido junto con sus cruceros de batalla cuando nuestra capitana desveló su pequeña sorpresa, señor.

Young se quedó muy quieto; su mente oscilaba ante el tono ácido de Houseman. Se preguntó si el comandante se daba cuenta de lo transparente que estaba resultando, mientras otra parte de su cerebro trataba de averiguar la razón de que Houseman odiara a Harrington.

Y entonces le llegó la iluminación: Houseman.

—No. —Se echó hacia atrás de modo informal, cruzando las piernas—. Me perdí el ejercicio. Aunque conozco desde hace mucho a la capitana Harrington. De la academia, de hecho.

—¿Si señor? —La falta de sorpresa en la voz de Houseman sugería que su revelación anterior había sido intencionada, y sus siguientes palabras lo confirmaron—. Yo solo la conozco desde hace unos meses. Pero he oído hablar sobre ella. Cosas de todo tipo, señor. Ya sabe.

—Claro. —Young mostró sus dientes en algo parecido a una sonrisa—. Se ha labrado un nombre en los últimos años. —Se encogió de hombros—. Siempre fue… determinada, podríamos decir. Tal vez un poco alocada, pero no creo que eso sea una desventaja en el combate. No, siempre y cuando no pierda la cabeza.

—Estoy de acuerdo, señor. Por otro lado, no creo que «alocada» sea la palabra con la que describiría a la capitana. Es demasiado…, demasiado blanda, si entiende lo que quiero decir.

—Quizá. —Young apretó los dientes una vez más. No solía estar muy bien considerado el alentar a un oficial a que criticara a uno de sus superiores, pero Houseman no era cualquier oficial. Se trataba del jefe del Estado Mayor del comodoro, con quien Harrington tendría que codearse casi a diario, y Van Slyke tendría que ser un superhombre para no dejarse influir por la opinión de su jefe del Estado Mayor sobre la capitana.

—De hecho, creo que tiene razón, comandante —dijo, acomodándose para una larga (y rentable) conversación—. Recuerdo que en isla Saganami solía presionar a los demás. Siempre dentro del marco de los reglamentos, claro está, pero mi opinión fue siempre la misma…