21
Robert Stanton Pierre hizo que el pequeño y poco llamativo coche aéreo abandonase la corriente de tráfico principal, y modificó su navegador de vuelo para dirigirse al control de acceso de la torre Hoskins. Se recostó en su asiento, mientras contemplaba el ir y venir de los océanos y montañas de luz que conformaban Nuevo París, la capital de la República Popular. Su rostro adquirió una expresión sombría y ceñuda que no hubiese dejado traslucir si no fuera noche cerrada.
No había mucho tráfico a esas horas. En cierta medida hubiera deseado que estuvieran allí; podía haberse servido del discurrir de los demás vehículos para ocultar el suyo. Pero su agenda era demasiado apretada como para escabullirse durante el día, en especial con los pistoleros a sueldo de la seguridad de Palmer-Levy siguiéndole la pista como halcones.
Como halcones no muy astutos, la verdad. Sus labios se retorcieron con sorna, a pesar del dolor que lo atenazaba en su interior. Si les mostraba lo que esperaban ver podía dar por hecho que lo verían…, y que dejarían de miraren cualquier otra dirección. Esa fue la razón por la que se aseguró de que supieran de sus reuniones con el GDC. La Unión de derechos del ciudadano había sido parte del sistema durante tanto tiempo que su jefatura, con unas pocas excepciones, no sería capaz de encontrarse el culo con las dos manos, una incapacidad que la reducía a poco más que a hombre de paja, ciego ante sus verdaderas actividades. No es que el GDC no pudiese mostrarse útil si (o cuando) se diera el caso. Solo que no sería el GDC que Palmer-Levy o la mayoría de los líderes del GDC conocían.
El control de aproximación lo detectó cuando su coche se acercó al pináculo de la torre, y entonces volcó toda su atención en él.
La torre Hoskins contaba con cuatrocientas plantas y un kilómetro de diámetro. Era un enorme hexágono hueco de acero y ceramigón dotado con puntos de acceso para el tráfico aéreo, y que se elevaba muy por encima de la vegetación del suelo. Hubo un tiempo en el que las torres de Nuevo París, en la práctica pequeñas ciudades, fueron su orgullo, pero el ceramigón (en principio indestructible) de la torre de Hoskins ya comenzaba a resquebrajarse y escamarse apenas transcurridos treinta años. Vista de cerca, la piel de la torre parecía atacada por la lepra, llena de parches y reparaciones, y aunque no resultaba evidente desde fuera, Pierre sabía que las últimas veintitrés plantas habían sido cerradas y abandonadas hacía ya cinco años-T por fallos masivos en la instalación sanitaria. Hoskins aún estaba en la lista de espera de los equipos de reparación que, con toda probabilidad, terminarían por ocuparse de ello algún día. Siempre y cuando, por supuesto, los burócratas no los destinaran a alguna «emergencia» más urgente (como reparar la piscina del presidente Harris)… o decidieran inclinarse por la vida fácil que les proporcionaba el subsidio y simplemente dejaran de trabajar.
A Pierre no le gustaba la torre Hoskins. Le recordaba muchas cosas de su propio pasado, y el hecho de que ni siquiera un administrador de pensiones con su influencia fuera capaz de hacer que arreglaran su sistema sanitario lo enfurecía. Pero este era «su» distrito de la capital. Controlaba los votos de la gente que vivía en Hoskins, y era a él a quien buscaban cuando los sistemas que procuraban su bienestar se estropeaban. Eso lo convertía en un hombre muy importante para ellos…, además de conferirle una pantalla de seguridad que ni siquiera Palmer-Levy podía equiparar o superar.
Los labios de Pierre se fruncieron cuando el control de aproximación lo guio hasta la cima de la torre y su coche aéreo comenzó a descender hacia el luminoso, aunque ruinoso, hueco interior. A pesar de la juventud física prolongada de la que disfrutaba, contaba con noventa y nueve años-T, y recordó otros días. Días en los que se abría paso a través de la pensión, mucho antes que la podredumbre se hubiera enraizado. Hubo un tiempo en que el sistema sanitario de la torre Hoskins se hubiera reparado en días, cuando se descubrió que los burócratas al cargo de la construcción habían usado materiales de pésima calidad y transgredido las normas de edificación en la gigantesca estructura para así conseguir enormes beneficios, lo que provocó su procesamiento y encarcelamiento. A nadie le importaba eso ahora.
Presionó un botón apenas distinguible, y el coche aéreo se liberó del abrazo del control de aproximación. Era ilegal (y supuestamente imposible) hacer tal cosa, pero como todo lo demás en la República Popular, había caminos alternativos para quienes tenían el dinero suficiente para descubrirlos y la voluntad para emprenderlos.
Deslizó el coche lateralmente hasta acercarse, de manera furtiva, a un apartamento abandonado en la planta trescientos noventa y nueve, y se situó en la terraza. Esta no había sido diseñada para aterrizar sobre ella, pero por eso el coche era tan pequeño y ligero.
Era hora, pensó Fierre mientras apagaba los sistemas, de que alguien arreglara la torre Hoskins. Entre otras cosas.
* * *
Wallace Canning levantó la cabeza con un movimiento rápido y nervioso. Unos tacones resonaban sobre el suelo desnudo, reverberando por el pasillo vado y hueco, hasta que pareció que toda una legión invisible lo cruzaba. Aunque había asistido a multitud de reuniones como aquella durante los últimos tres años, nunca lo había hecho en circunstancias tan extrañas. No era propenso al pánico y su pulso volvió a la normalidad cuando sus oídos identificaron el par de pies que eran el origen de los ecos; entonces surgió un parche de luz.
Se pegó a la pared y contempló cómo la luz se convertía en un haz que iba de lado a lado mientras el caminante descendía los escalones que llevaban de un piso a otro. A mitad de camino, el rayo parpadeó y dibujó la sombra de Canning sobre la pared mientras él tenía que cerrar los ojos ante su intensidad. Lo iluminó durante un breve momento para luego volver a centrarse en los restos de la escalera derruida. Por fin alcanzó la parte inferior y se acercó a Canning. Entonces Rob Pierre se cambió la linterna a la mano izquierda, y ofreció la derecha.
—Encantado de volver a verte, Wallace —dijo Pierre, y Canning asintió con una sonrisa genuina.
—Lo mismo digo, señor —respondió. Hubo un tiempo en que decir «señor» a un prole, incluso a uno que era también un administrador de pensiones, le hubiera chocado. Pero esos días acabaron, pues Wallace Canning había caído en desgracia. Su carrera diplomática terminó envuelta en el fracaso y la humillación, y ni siquiera su familia legislaturista había sido capaz de salvarlo de las consecuencias. Peor aún, ni siquiera lo había intentado.
Canning se había convertido en un modelo que convenía evitar, una advertencia para los que fallaban. Lo habían defenestrado, desterrado a un hogar prole como la torre Hoskins y las colas mensuales que se formaban para aguardar sus cheques del subsidio básico de manutención. Lo habían transformado en un pensionista, pero él no era como cualquier otro pensionista. Su acento y forma de hablar, hasta la forma de hablar o mirar a los otros, todo lo señalaba como «diferente» a los ojos de sus nuevos camaradas. Rechazado por todos a los que había conocido, se encontró eludido por sus iguales. Lo único que parecía quedarle era el odio y la autocompasión.
—¿Ha llegado el resto? —quiso saber Pierre.
—Sí, señor. Después de inspeccionar el lugar, decidí utilizar la pista de tenis en lugar del bulevar principal, ya que la pista no cuenta con claraboyas y solo tuve que cegar dos secciones de ventanas.
—Bien hecho, Wallace. —Pierre asintió y palmeó el hombro del otro. Un buen número de los denominados «líderes» con los que Pierre iba a reunirse aquella noche hubiera titubeado durante horas ante la simple perspectiva de elegir un sitio para la reunión cuando ambos lugares estaban separados por apenas cuarenta o cincuenta metros. Canning no, lo había hecho sin dudar. Tal vez fuera un detalle sin importancia, pero el liderazgo y la iniciativa se componían de pequeños detalles.
Canning se giró para guiar a ambos, pero una mano en su hombro lo detuvo. Se volvió hacia Pierre, y ni siquiera las sombras extrañas que cubrían el rostro del otro hombre, iluminado desde abajo, lograron ocultar su preocupación.
—¿Está seguro de estar preparado para esto, Wallace? —Su voz sonaba suave, casi gentil, pero también había algo de urgencia en ella—. No le puedo garantizar que toda esa gente sea, con exactitud, lo que parece.
—Confío en su juicio, señor. —Era difícil para Canning decir algo así; pero era cierto y había que decirlo. Aún había muchos aspectos en los que difería con aquel hombre, pero confiaba en él de forma implícita, y eso le hizo sonreír—. Después de todo, sé que cogió al menos a uno en la planta Seglnt. Me gustaría pensar que eso significa que atrapó a los demás.
—Me temo que solo hay un modo de averiguarlo. —Pierre suspiró y pasó el brazo sobre los hombros del exlegislaturista—. ¡Bien, adelante!
Canning asintió y apartó la sábana gruesa que colgaba de un arco enorme. El arco daba acceso a un pasillo corto y amplio, entre tornos y ventanillas, y Pierre siguió a su guía en su descenso hasta la barrera de tela que pendía al final del corredor.
Canning la descorrió, y el político apagó la linterna al adentrarse en una zona algo más iluminada. Sus pies resonaban con fuerza sobre el suelo desprovisto de mobiliario, y el aire hedía a abandono y desuso. Era como si el edificio fuera el cadáver de un árbol milenario que se hubiera podrido desde dentro, pero el macilento brillo de los fluorescentes sirvió para conducirlos, tras atravesar la parte trasera del reverberante bulevar y pasar al lado de la pista de baloncesto y las piscinas cubiertas de polvo, hasta el elemento central del complejo de deportes abandonado hacía mucho tiempo.
Canning cruzó otra cortina y Pierre parpadeó. Canning había conseguido reemplazar la mayoría de las luces del techo, que habían sido saqueadas por los havéanos desde que la pista dejó de utilizarse, y el resultado de su labor superaba las expectativas de Pierre. Las ventanas cegadas confinaban la luz, evitando que se advirtiera desde el exterior, y al mismo tiempo transformaban la espaciosa pista en una zona perfectamente iluminada. No se podía negar que encontrarse en ese decadente monumento de corrupción y desgobierno encerraba un profundo simbolismo, pero el trabajo de Canning había creado un receptáculo de claridad y orden en su interior. Incluso habían barrido y encerado, limpiado los asientos de los espectadores y quitado las telarañas; allí también había un simbolismo igual de intenso. A pesar del riesgo que corrían todas las personas en aquella cámara, no había ninguna aureola de clandestinidad, ni tampoco se respiraba esa cautela paranoica que inundaba al resto de las reuniones de grupos encubiertos.
Sin duda, reflexionó mientras caminaba por uno de los pasillos que descendían entre asientos hasta la pista, la paranoia y la cautela tenían su lugar, en especial en una operación como aquella, pero los momentos decisivos requerían psicología. Si lograba sacar aquella noche adelante, habrían valido la pena todos los riesgos que Canning y él habían corrido para confeccionar el escenario y ambiente que la habían hecho posible.
Y si no lo lograba, por supuesto, Canning y él no tardarían en «desaparecer». Alcanzó la pista y la cruzó en dirección a la pequeña mesa que Canning había dispuesto en su centro. Setenta y pico personas, tanto hombres como mujeres, le devolvieron la mirada desde las filas de asientos delante de él, y cada cara mostraba su propia mezcla de excitación y ansiedad. Las doce personas de la primera fila parecían muy tensas, pues se trataba de los únicos miembros entre los ochenta miembros del comité central del GDC en los que había confiado lo suficiente como para invitarlos a asistir.
Pierre se acomodó en la silla que lo aguardaba, con Canning a su espalda, y cruzó las manos sobre la mesa. Se sentó en silencio y dejó que sus ojos recorrieran, despacio, todas aquellas caras, deteniéndose brevemente en cada una hasta que llegó al final. Luego se aclaró la garganta.
—Gracias por venir. —Su voz retumbaba en la cámara enorme, y medio sonrió—. Ya sé que este no es el lugar más conveniente, y también que corremos un riesgo inherente al reunimos todos en un mismo emplazamiento, pero aun así creo que era necesario. Algunos de ustedes nunca se han reunido antes, pero les aseguro que yo sí lo he hecho con cada una de esas personas que no conocen. Si yo no confiara en ellos, no estarían aquí. Aunque, por supuesto, mi juicio es falible…
Se encogió de hombros y uno o dos miembros de su audiencia consiguieron sonreír se echó hacia delante y toda tentación de frivolizar se desvaneció cuando su cara se endureció.
—La razón por la que los he invitado aquí esta noche es simple: ha llegado el momento de dejar de hablar acerca del cambio y comenzar a actuar para llevado a cabo.
La única respuesta fue un coro de inhalaciones profundas, y él asintió despacio.
—Cada uno de nosotros tiene sus propias razones para estar aquí. Les advierto que no todos los presentes se ven impelidos por el altruismo o por metas elevadas. Para ser francos, tales cualidades no suelen darse en los buenos revolucionarios. —Uno o dos de los presentes se sobresaltaron al escuchar tal nombre, y él esbozó una fría sonrisa—. Para tener éxito en algo como esto se requiere un fuerte compromiso personal. Los principios están muy bien, pero se necesita algo más, y los he seleccionado a ustedes porque cuentan con ese algo. Ya sea rabia, enfado por alguna afrenta a ustedes o a sus familias, o simple ambición; no importa tanto el motivo como el hecho de que poseen la fuerza que les otorga dicha motivación y la astucia para hacerla efectiva. En mi opinión, todos ustedes la tienen.
Se acomodó, las manos aún en la mesa, y dejó que el silencio cayera sobre ellos durante un momento. Cuando habló de nuevo, su voz sonó fría y seca.
—Apropósito, damas y caballeros, no pretendía ser noble o altruista cuando comencé a contactar con el GDC y la UDC. Todo lo contrario, buscaba proteger la propia base de poder, ¿y qué me lo impedía? He pasado sesenta años asegurando mi posición en el Quorum. Es algo natural en mí el proteger mis flancos, y es lo que hice.
»Pero esa no fue mi única motivación. Cualquiera con dos dedos de frente sabe que la República Popular de Haven tiene problemas. Nuestra economía es solo una ilusión, nuestra productividad no hace más que descender desde hace ya dos siglos-T… Somos un parásito que obtiene su sustento de los sistemas estelares que nuestro «Gobierno» conquista para rellenar la tesorería. Cuanto más grandes nos hacemos, más frágiles somos. Los legislaturistas están divididos en facciones, y cada una de ellas busca su propia porción del pastel. La Armada está igual de politizada. Nuestros «líderes» luchan por el poder mientras que la infraestructura de la república se pudre bajo ellos, como la torre que nos rodea, y a nadie parece importarle. O, al menos, da la impresión de que nadie sabe cómo parar el proceso.
Guardó silencio y dejó que reflexionaran sobre sus palabras, luego continuó con un tono de voz más tranquilo, pero también más tajante.
»Soy más viejo que la mayoría de ustedes. Recuerdo un tiempo en el que el Gobierno funcionaba, o al menos lo hacía el Quórum popular. Ahora ya no. Me consideran un poder dentro del Quórum, y les aseguro que este se ha convertido en un pelele. Hacemos lo que se nos dice, cuando se nos dice. A cambio nos dan nuestra parte del pastel, y gracias a eso dejamos que los legislaturistas hagan planes y formulen políticas que satisfagan sus intereses, no los nuestros. Planes que conducen la república, en su conjunto, directamente hacia el desastre.
—¿Desastre, señor Pierre?
Alzó la vista ante la pregunta. La había formulado una mujer pequeña de pelo dorado, situada en la primera fila de asientos. Vestía la ropa llamativa de una pensionista, pero su corte era algo menos barroco y su cara no estaba adornada con los colores chillones tan de moda en la actualidad.
—Desastre, señora Ransom —repitió lentamente Pierre—. Mire a alrededor. Mientras el Gobierno mantenga el SBM por encima de la inflación, la gente será feliz, pero fíjese en la estructura subyacente. Los edificios derrumban, los servicios públicos son menos fiables con cada día que pasa, nuestro sistema de educación es un despropósito, la violencia provocada por las bandas es un hecho cotidiano para la gente que vive en las torres de los proles, y aun así, el dinero se destina al SBM, los entretenimientos públicos… y la seguridad interna. Su objetivo es mantenernos a nosotros felices y satisfechos y a los legislaturistas en el poder. Se han olvidado por completo de las inversiones y reparaciones.
—Pero incluso si no nos referimos a la economía civil, considere el aspecto militar. La Marina absorbe un enorme porcentaje de nuestro presupuesto, y los almirantes son tan corruptos y ambiciosos como nuestros políticos. Peor aún, son unos incompetentes.
Pronunció la última frase de forma brusca e irritada, por lo que varias personas se miraron entre sí mientras sus manos se crispaban. Pero Ransom no había acabado.
—¿Sugiere que la solución es desmantelar todo el sistema? —preguntó ella, y él resopló.
—No podemos —respondió, y sintió el alivio de su audiencia—. Nadie puede. Le llevó dos siglos evolucionar. Incluso si quisiéramos, no podríamos deshacernos de él de la noche a la mañana. El SBM se ha convertido en una institución; por ahora es imposible prescindir de él. La necesidad de saquear otros planetas, y seamos honestos, eso es precisamente lo que hacemos, de conservar algo en la tesorería, nos acompañará durante décadas, con independencia de los cambios que realicemos en nuestra economía. Si tratamos de retirar demasiados ladrillos en poco tiempo, la estructura se derrumbará sobre nosotros. ¡Este planeta ni siquiera subsistiría si no fuera por los alimentos que provienen de fuera! ¿Qué creen que ocurriría si de repente nos encontráramos sin la posibilidad de obtener esa comida?
El silencio fue la respuesta, y asintió torvamente.
—Exacto. Aquellos de nosotros que desean una reforma radical saben muy bien que conseguirla será una tarea difícil y extenuante. Y aquellos de nosotros que están menos interesados en la reforma y más en el poder…, y hay gente así en esta habitación —añadió con una débil sonrisa—, también saben que sin una mínima reforma no habrá nada sobre lo que ejercer el poder dentro de diez años. Los reformistas necesitan poder para actuar; los ambiciosos necesitan la forma para sobrevivir. Recuerden eso. Las luchas en torno a las decisiones políticas tendrán lugar después de derrocar a los legislaturistas, no antes.
»¿Comprendido?
Les dedicó una mirada helada, y los murmullos de asentimiento resonaron la estancia.
—Muy bien. —Se pellizcó el puente de la nariz y luego continuó hablando, tras levantar la mano—. No dudo de que todos se preguntan por qué los he reunido aquí justo ahora. Bien —dijo, y bajó la mano al tiempo que sus ojos adquirieron un matiz pétreo—, hay una razón. Estoy seguro de que todos han escuchado los informes acerca de incidentes entre nuestras tropas y los manticorianos. —Las cabezas bajaron una vez más, y él resopló con amargura—. Por supuesto que lo han hecho. Información Pública se sirve de ellos para provocar un sentimiento de crisis que apacigüe a las masas. Pero lo que Información no les cuenta es que los manticorianos no son los responsables. Nosotros orquestamos estos incidentes como medida preliminar a un ataque sobre la Alianza Manticoriana.
Alguien jadeó ruidosamente, y Pierre volvió a asentir.
—Así es, al final se han decidido a hacerlo… después de dejar que los manticorianos se hicieran más y más fuertes, que se asentaran a sus anchas. Esta no va a ser una más de nuestras «guerras». Los manticorianos son demasiado fuertes, y, siendo francos, nuestros almirantes destacan por su incompetencia y falta de arrojo. —El dolor desfiguró su expresión, pero no tardó en recuperar la compostura y luego se inclinó sobre la mesa.
»Los idiotas del Octágono han ideado una «campaña» y se la han vendido al gabinete. No conozco todos los detalles, pero aunque se tratara del mejor plan jamás orquestado, no confiaría mucho en que nuestra Armada lo llevara a cabo. No contra un enemigo como es la nación manticoriana. Y sé que ya se han producido diversos desastres en las primeras fases…, desastres que ocultan incluso al Quorum.
Echó un vistazo a su audiencia y su voz aumentó de brusquedad cuando siguió hablando. El odio lo enfangaba, y sus ojos destellaban.
—Entre tales desastres hay uno que me concierne personalmente. Mi hijo y medio escuadrón suyo resultaron destruidos, aniquilados mientras ejecutan una de esas «provocaciones menores». ¡Fueron desintegrados, evaporados, y esos bastardos se niegan a reconocer que les ha ocurrido algo! Si no contara con mis propias fuentes dentro del Ejército…
Se movió en la silla y clavó la vista en los puños crispados sobre la mesa; la habitación se sumió en un silencio sepulcral.
—Así que esta es mi motivación, damas y caballeros —dijo por último, su Acompañada de un eco frío y calmado—. Es la gota que ha colmado el vaso, sin importar lo personales que sean mis razones, no invalidan nada de lo que he dicho ni me impiden lanzarme a una aventura temeraria y arriesgada. Quiero que los bastardos que hicieron que mi hijo tuviera una muerte sin sentido paguen por ello, y para que eso ocurra he de tener éxito. Lo que significa que todos hemos de tener éxito. ¿Están interesados?
Levantó los ojos en dirección a su audiencia, y estudió sus expresiones ante el desafío que acababa de lanzar. Vio su miedo y su ansiedad, la tentación que bullía en ellos, y supo que se los había ganado.
—Muy bien —dijo con suavidad, deshaciéndose del dolor que despedía su voz—. Entre nosotros y mis contactos, incluyendo a quienes he mencionado poseemos la capacidad para conseguirlo. No de modo inmediato. Necesitamos que se den las condiciones adecuadas, la correcta secuencia de eventos, pero ya están tomando forma. Lo presiento. Y cuando ocurra, tendremos un as en la manga.
—¿Un as en la manga? —replicó alguien, y Pierre rio con un resoplido.
—Varios ases en la manga, pero tengo en mente uno muy concreto. —Asintió en dirección a Canning, que aún no se había despegado de su lado—. Aquellos de ustedes que no conocían al señor Canning hasta esta noche, acaban de hacerlo. Lo que no saben sobre él, y lo que él ha accedido a compartir con ustedes, es que trabaja para Constance Palmer-Levy como espía de Seguridad Interna.
Una decena de personas se puso de pie como sacudidos por un rayo, en un súbito coro de murmullos. Dos de ellos marcharon hacia la salida, pero la voz de Pierre gritó sobre la confusión como un látigo.
—¡Siéntense! —Su fría autoridad los paralizó en el sitio; los miró enfurecido durante el silencio que sobrevino después—. ¿Creen que Wallace hubiera consentido en dejarme decir lo que he dicho si fuera a traicionarnos? ¿No habría estado entonces aquí Seglnt esperándolos a su llegada? Por amor de Dios, ¡él lo ha preparado todo esta noche!
Los retuvo en el sitio con el desprecio que emanaba hacia los que albergaban tales dudas, sin mencionar que dejar que Canning dispusiera el encuentro nocturno había supuesto la prueba final de la fidelidad dé la legislaturista.
La gente que se había levantado volvió a sentarse, y los dos que se dirigían a la salida regresaron también mansamente. Pierre aguardó hasta que se volvieron a acomodar; luego asintió.
—Mejor. Por supuesto que era un topo en el GDC. ¿Lo pueden culpar por ello? Lo despojaron de todo, lo rechazaron y humillaron, y luego le ofrecieron el medio de volver a recuperar lo perdido. ¿Por qué debería sentir lealtad hacia ustedes? ¿Son el enemigo, no? ¿Traidores y alborotadores que buscan destruir el mundo que lo vio nacer?
»Pero no contaban con lo que podía ocurrir una vez asumiera su papel. —Miró hacia Canning y advirtió la tensión que lo atenazaba: apretaba con fuerza los dientes—. Sabía que había sido manipulado, y además tampoco le dieron ninguna razón para que les fuese leal.
»Así que escuchó e informó como un buen espía, aunque al hacerlo también pensaba en lo que estaba contando… y en el destinatario de esta información. Ninguna de esas personas a las que ayudaba había levantado un dedo por él. ¿Cómo creen que le hizo sentir eso con respecto al sistema?
Todo el mundo contemplaba a Canning y el exdiplomático alzó la barbilla, devolviendo la mirada con ojos feroces.
—Y entonces, una noche, me vio reunirme con dos líderes de células de la UDC y no informó de ello. Sé que no lo hizo porque vi su informe. —Sonrió cuando una o dos personas lo miraron sorprendido—. ¡Oh sí! Wallace no es mi único contacto en Seglnt. Así que cuando decidió decirme quién y qué era, sabía que me contaba la verdad, al menos en lo que se refería a su relación con Seglnt.
»Eso fue hace tres años-T, damas y caballeros. En todo ese tiempo nunca he sabido de ninguna mentira o engaño por su parte. Por supuesto que sabía que estaba siendo puesto a prueba. No hay duda de que, si hubiera tenido un plan, habría hecho todo lo posible para mantener su coartada ante mí, pero jamás lo hubiera conseguido durante tanto tiempo. No con las recompensas que le he ofrecido estos años, tentándolo para que me traicionara. Como todos nosotros, tiene sus propias motivaciones, pero confío plenamente en él y es una parte vital a la hora de hacer que esto funcione.
—¿Cómo? —preguntó alguien, y Pierre se encogió de hombros.
—Está más cerca de mí y de mis contactos con el GDC que ningún otro espía que Palmer-Levy haya infiltrado nunca. El mes pasado entró a formar parte de mis colaboradores más próximos. Saben que conoce a la perfección mis acciones, y nos hemos ocupado a conciencia para que todo aquello de lo que informe sea preciso. Por supuesto —añadió y la medio sonrisa brilló de nuevo en su cara—, no se dan cuenta de lo mucho sobre lo que no informa.
Alguien se rio ante la consecuencia implícita en aquellas palabras, y Pierre asintió.
—Precisamente. Tienen tanta fe en él que lo han convertido en su fuente de información principal sobre mí, y él les dice justo lo que yo quiero que escuchen. No todo el mundo que trabaja en Seglnt es idiota, y mantener nuestro secreto será muy importante. Pero disponemos de un recurso que no tiene precio, uno que además cuenta con importantes conocimientos sobre el funcionamiento interno de nuestro «Gobierno». ¿Entienden ahora por qué lo considero un as en la manga?
Un débil murmullo de asentimiento le respondió. Dejó que cesara por sí mismo, y luego se inclinó una vez más sobre la mesa y su voz se suavizó.
—De acuerdo, es hora de pasar a la acción. La guerra con Mantícora es inminente. No hay forma de pararla aunque quisiéramos, pero si la Armada, continúa pifiándola como hasta ahora, acabará en una calamidad. Y las calamidades, damas y caballeros, son las oportunidades de los revolucionaria. Pero si pensamos aprovechar la situación, hemos de movilizarnos y hacer los planes ahora. Con ustedes y mis contactos en el Ejército y en Seglnt, contamos con los elementos necesarios para tener éxito… si se comprometen a trabajar conmigo desde este mismo instante.
Introdujo la mano en la chaqueta y sacó una hoja de papel. La desdobló y la miró con ojos fríos y desafiantes.
—Esto es un juramento para obligarse a ello, damas y caballeros, —y sostuvo, permitiéndoles ver las líneas impresas, y las dos firmas bajo ellas, y sonrió.
»Wallace y yo ya hemos firmado —dijo despacio—. Si Seglnt le echa el guante a esto nosotros dos somos hombres muertos, pero prueba nuestro compromiso. Ahora es el momento de poner a prueba el suyo. —Depositó la hoja sobre la mesa y destapó un bolígrafo—. Una vez firmen esto, no hay vuelta atrás. Es evidente que tengo motivos para mantener oculto éste documento, y les aseguro que lo haré. Pero si uno de nosotros traiciona al resto, si uno de nosotros comete un fiasco y conduce a Seglnt hasta nosotros, saldrá a la luz. De la misma manera, cada uno de nosotros sabrá que todos lo sabemos. Que estamos comprometidos a llegar hasta el final.
Colocó el bolígrafo al lado del documento y se acomodó, mientras los miraba en silencio. El sudor recubrió más de una cara pálida. El silencio pesaba sobre ellos de forma amenazante, pero entonces una silla arañó el suelo desnudo.
Cordelia Ransom fue la primera en caminar hasta la mesa y firmar.