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Las caras en la sala de reuniones del Nike no parecían muy felices, y Honor se recostó en su silla mientras el comandante Houseman se desahogaba.

—¡…Den cuenta de la gravedad de la situación, almirante Sarnow, pero seguro que sir Yancey sabe que no podremos mantener este sistema frente aun ataque en masa! ¡No tenemos la suficiente potencia de fuego, y…!

—Suficiente, comandante. —No había expresión alguna en la voz de Mark Sarnow, pero Houseman cerró la boca de inmediato y el almirante ofreció una sonrisa invernal a los comodoros, capitanes y oficiales de personal reunidos, que iban a convertirse en el destacamento Hancock 001.

»Les he pedido su opinión franca, damas y caballeros, y es eso lo que quiero. Pero ciñámonos a lo relevante, si les parece. Si nuestras órdenes son o no las mejores posibles no es el tema a tratar. Nuestra preocupación ha de ser cumplirlas con propiedad ¿correcto?

—Por supuesto, señor. —El comodoro Van Slyke miró a su jefe del Estado Mayor con ojos reprobadores y asintió con vehemencia.

—Bien. —Sarnow ignoró el acaloramiento de Houseman y miró a la comodoro Banton, su comandante de división de mayor experiencia—. ¿Han completado usted y el comandante Turner ese estudio que Ernie y yo discutimos con ustedes el lunes, Isabella?

—Acabamos de hacerlo, señor, y parece que la capitana Corell y la dama Honor están en lo cierto. Los sims nos dicen que funcionaría, pero tenemos que terminar de ajustar las modificaciones del control de fuego necesarias, y dada la amplia gama de posibilidades, aún está en el aire. Me temo que el Grifo tiene otras cosas de las que ocuparse ahora mismo que nuestras solicitudes de datos. —Banton se permitió una sonrisa que se equiparaba a la de su almirante, y una o dos personas rieron entre dientes.

»Por el momento, señor, tengo que decir que, a menos que el almirante Parks cambie de idea y las lleve consigo, debería haber suficientes cápsulas para tener éxito. Le entregué a la capitana Corell nuestras últimas cifras cuando subimos a bordo esta tarde, y el comandante Turner está trabajando en los cambios de software justo ahora.

Sarnow miró en dirección a Corell, que asintió en respuesta. Unas pocas personas (en especial el comandante Houseman) parecían escépticas, pero Honor sintió una pequeña descarga de satisfacción. El concepto táctico podía parecer antiguo, pero justo por ese motivo los repos no se lo esperarían.

Una cápsula parásita no era más que un zángano vinculado al control de fuego de la nave que lo remolcaba a través de un tractor en popa. Cada cápsula contaba con varios lanzamisiles de un único disparo, habitualmente unos seis similares a los que usaba una NLA. La idea era sencilla: vincular la cápsula con los conductos internos de la nave y lanzar un gran número de proyectiles en una sola salva para así saturar las defensas del enemigo; aunque no había sido usado en combate real desde hacía unos ochenta años-T, ya que los avances en los sistemas de defensa antimisiles los habían vuelto ineficaces.

Los viejos lanzadores de las cápsulas carecían de los poderosos aceleradores que otorgaban a los misiles de las naves de guerra su ímpetu inicial. Eso hacía que tuvieran una menor velocidad inicial, y debido a que estaban equipadas con los mismos propulsores que el resto de los misiles, no podían compensar el diferencial de velocidad a menos que los ajustes en los proyectiles disparados por la nave fueran poco adecuados. Si no se igualaba la velocidad de todos los misiles disparados se perdía gran parte del efecto de saturación, debido a que esa diferencia dividía, de hecho, la salva propia en dos distintas. Además, aunque se redujera, la velocidad más lenta del lanzamiento no solo daba al enemigo más tiempo para evadir el ataque y ajustar sus CME, sino que también concedía a sus defensas activas tiempo para el rastreo y la neutralización.

El tiempo de rastreo era lo más preocupante, ya que la defensa puntual había mejorado mucho en el último siglo. Ni las NLA ni las antiguas cápsulas eran capaces de superar la ventaja que otorgaba (de ahí que el Almirantazgo hubiese abandonado la construcción de nuevas NLA hacía ya veinte años). Más aún, los datos de la RAM acerca de la defensa puntual de la Armada popular, disponibles prácticamente gracias a la capitana dama Honor Harrington, indicaban que las defensas contra misiles de los repos, aunque peores que las de los manticorianos, seguían siendo más que suficientes para engullir las salvas de las antiguas cápsulas como un simple desayuno.

Pero la comisión de Desarrollo de Armas, no sin la oposición de su entonces líder, lady Sonja Hemphill, había resucitado las cápsulas y las había dotado de un poder de perforación mayor. Hemphill consideraba el concepto «retrógrado», pero su sucesor en la CDA había impulsado el proyecto todo lo posible, aunque Honor seguía sin ver la lógica tras el rechazo de Hemphill. Sabiendo de su defensa de las tácticas basadas en el equipo disponible, Honor había esperado que abrazara las cápsulas con entusiasmo…, a menos que fuera solo porque algo dentro de la almirante equiparara los sistemas de armas «antiguos» con los «inherentemente inferiores».

Con respecto a Honor, una idea antigua no tenía por qué ser inútil; sobre todo con las nuevas lanzaderas, cuyo desarrollo había sido supervisado por la propia Hemphill. Por supuesto, Hemphill no pretendía usarlas con algo tan antiguo como las cápsulas. Buscaba una forma de devolver su efectividad a las NLA una vez más, como parte de una estrategia que sus críticos denominaban el «enjambre Sonja». Las nuevas lanzaderas costaban mucho más que las tradicionales, argumento fundamental sostenido por Hemphill para que no se «desperdiciaran» en cápsulas, aunque el coste no había sido ningún problema en lo que se refería a las NLA. Construir una con las nuevas lanzaderas catapultaba su precio hasta la cuarta parte de un destructor, sobre todo con las mejoras de control del fuego que aprovechaban las capacidades de las lanzaderas, aunque Hemphill había ejercido toda su influencia para reanudar la construcción de NLA, y había tenido éxito.

Como el resto de sus compañeros «jeune école», aún consideraba a las NLA dispositivos prescindibles de un solo disparo (lo que no hacía que fuese muy querida por sus tripulaciones), pero al menos había comprendido la ventaja de incrementar su efectividad mientras perduraran. El hecho de que también les ofreciera una mayor posibilidad de supervivencia era irrelevante a su modo de ver, pero valdría para Honor. No le preocupaba por qué Horrible Hemphill hacía algo, en las raras ocasiones en que hacía lo correcto. Y a pesar de lo mucho que los analistas se quejaran acerca de la efectividad, Honor conocía bien cómo se sentían los capitanes de NLA ante un posible combate.

Pero la cuestión era que las mismas mejoras aplicables a las cápsulas parásitas, e incluso a las nuevas cápsulas (de diez tubos, no de seis), habían sido diseñadas para naves de línea, que contaban con gran cantidad de sistemas redundantes de control de fuego para dirigirlos, no para cruceros de batalla. Aunque parecía que Turner había encontrado la solución, y que sus misiles eran más potentes que los típicos nave-nave. Con los nuevos impulsores que el DepNav había perfeccionado, su efectividad equivaldría o llegaría a superar las de los misiles normales, gradas a sus cabezas explosivas más destructivas. Las cápsulas, eran poco maniobrables, de acuerdo, y remolcarlas perjudicaba al campo del compensador inercial de una nave de guerra, lo que reducía su aceleración máxima en un veinticinco por ciento. También resultaban vulnerables a corta distancia, ya que no contaban con pantallas ni protección antirradiación, pero si conseguían soltar su carga antes de ser destruidos, poco importaría.

—Bien, Isabella. —La voz de Sarnow sacó a Honor de su ensimismamiento—. Si lo convencemos de que las deje aquí, podremos equipar al menos cinco a remolque de cada uno de nuestros cruceros de batalla; seis para las naves más modernas. Incluso dos o tres en los cruceros pesados. —Sonrió a medias—. No ayudará mucho en un enfrentamiento largo, ¡pero nuestras salvas iniciales deberían hacer que cualquiera en el otro bando se preguntase si realmente se están enfrentando con acorazados en lugar de con cruceros de batalla!

Brotaron sonrisas desapacibles por toda la mesa, pero Houseman aún no había acabado, a pesar de que usó un tono cuidadoso cuando habló de nuevo.

—No dudo de que esté en lo cierto, almirante, pero la idea de un combate prolongado me preocupa. Si tenemos que proteger la base de reparaciones, no seremos capaces de disponer de una defensa móvil. Nos pueden atrapar en fuego cruzado si se dirigen a la base, y una vez que las cápsulas estén varías nuestros cruceros de batalla van a encontrarse en una situación complicada al tener que vérselas con naves de línea, señor.

Los ojos de Honor se estrecharon mientras examinaba el rostro de Houseman. Requería valor el que un comandante siguiera discutiendo después de que dos oficiales de mayor rango, uno de ellos su inmediato superior, le hubieran dicho, más o menos, que se callara. Lo que la molestaba era de dónde sacaba Houseman ese valor. ¿Provenía el coraje de sus convicciones o solo se trataba de arrogancia? Su odio hacia aquel hombre le impedía ser objetiva, y se recomendó que le otorgara el beneficio de la duda. Sarnow pareció menos caritativo.

—Me he dado cuenta de eso, señor Houseman —replicó—. Pero aun a riesgo de aburrirlo, permítame repetirle que el propósito de esta reunión es solventar nuestros problemas, no solo recapitularlos.

Houseman dio la impresión de encogerse y hundirse en la silla con un rostro totalmente inexpresivo, a la par que Van Slyke le dedicaba una mirada todavía más fría. Alguien se aclaró la garganta.

—¿Almirante Sarnow?

—¿Sí, comodoro Prentis?

—Tenemos otra ventaja, señor —señaló el comandante de la 53.a División de Cruceros de Batalla—. Todas nuestras plataformas de sensores disponen de los nuevos sistemas hiperluz, y con el Nike y el Aquiles coordinando…

El comodoro se encogió de hombros y Sarnow asintió con aspereza. El Nike era una de las primeras naves que incorporaban la nueva tecnología de pulsos gravitatorios desde fábrica, aunque el Aquiles había sido equipado con el mismo sistema en su última puesta a punto, y sus transmisores de pulsos dotaban a ambos cruceros de batalla con la capacidad de enviar mensajes hiperluz a cualquier nave con sensores gravitacionales. Tenían que apagar sus cuñas el tiempo suficiente como para completar la transmisión, ya que ningún sensor captaría los pulsos del mensaje con tanto «ruido» de fondo (la signatura de la nave de guerra), pero le otorgaría a Sarnow un alcance operativo que los repos no podían ni soñar con igualar.

—Jack ha hecho un excelente apunte, almirante, si me perdona el comentario. —Esta vez Van Slyke ni siquiera miró a Houseman mientras hablaba…, lo que sugería que habría una fuerte discusión a la vuelta en la nave de Van Slyke—. Si no somos capaces de igualarlos a corta distancia, tendremos que usar nuestra capacidad de maniobra para compensar la diferencia.

—Cierto. —Sarnow se retrepó y se atusó el mostacho—. ¿Alguna otra ventaja a nuestro favor con la que contemos… o que podamos crear?

Honor se aclaró la garganta, y Sarnow alzó una ceja.

—¿Sí, dama Honor?

—Se me ha ocurrido una cosa, señor: los portaminas clase Erebo. ¿Sabe lo que el almirante Parks pretende hacer con ellos?

—¿Ernie? —Sarnow pasó la cuestión a su jefa del Estado Mayor, y la capitana Corell pasó una de sus delicadas manos a través de su cabello mientras estudiaba los datos de su memobloc. Al final encontró lo que buscaba y alzó la vista con una negación de cabeza.

—No hay nada en la descarga actual, señor. Por supuesto, es probable que no la hayan terminado aún. Aún planean qué hacer, igual que nosotros.

—Podría ser una buena idea preguntárselo, señor —sugirió Honor, y Sarnow asintió. Los portaminas no habían sido asignados de forma oficial a Hancock: solo pasaban por la estación en su ruta a Reevesport cuando Parks recibió el despacho del almirante Caparelli y los retuvo. Fue una reacción instintiva, pero si lograra convencerlo para que se quedasen allí definitivamente…

—Suponiendo que consigamos que el almirante Parks los robe para nosotros ¿cómo piensa hacer uso de ellos, capitana? —preguntó la comodoro Banton—. Supongo que podríamos minar los aledaños de la base, pero ¿sería efectivo? Seguro que los repos están atentos a las minas cuando estén tan cerca de su objetivo.

La objeción tenía sentido, pues las minas no eran más que anticuados láseres detonados por bombas. Eran baratos, pero útiles a pesar de su único disparo, y su precisión no iba muy allá, así que su efectividad residía en su utilización masiva contra naves que se movían a bajas velocidades. Por ello, se solían usar para dar cobertura a objetivos relativamente inmóviles, como confluencias de agujero de gusano, planetas o bases orbitales, donde, como Banton había puesto de relieve, los repos esperarían encontrarse con ellas. Pero colocarlas donde los repos esperaban no tenía nada que ver con el plan de Honor.

—Lo cierto, señora, es que he estado consultando las especificaciones de los propulsores en los portaminas, y creo que podremos utilizarlos de un modo más útil.

—¡Oh…! —Banton enarcó la ceja de modo reflexivo, no desafiante, y Honor asintió.

—Sí, señora. Las naves clase Erebo son rápidas, casi tanto como un crucero de batalla, y están diseñadas para la colocación masiva y rápida de minas. Sí pudiéramos hacer creer a los repos que son cruceros de batalla uniéndolos al resto de nuestra fuerza, podríamos poner las minas en medio del camino de los repos…

Dejó la frase sin terminar y Banton lanzó de improviso una potente carcajada.

—¡Me gusta, almirante! —le dijo a Sarnow—. Es rastrero como el infierno y tal vez funcione.

—Dando por supuesto que los repos no les van a disparar, lo que daría al traste con la función —observó el comodoro Prentis—. Los portaminas no disponen de suficiente defensa puntual, y sus pantallas no son nada del otro mundo. Les está pidiendo a sus capitanes que asuman un riesgo considerable dama Honor.

—No nos será muy complicado cubrirlos del ataque de misiles si los incluimos en nuestras redes tácticas de división, señor —contraatacó Honor—. Solo hay cinco. Podríamos incluir uno en cada división, y el que sobra con el Nike y el Agamenón. Los repos no sabrán decir de dónde proviene nuestro fuego defensivo, así que tampoco serán capaces de identificarlos a una distancia tan lejana. Y para que las minas funcionen, deberíamos usarlas antes de que nos hallemos a alcance de haz.

—¿Y si descubren las minas? —Prentis estaba pensando en alto, no argumentando, y Honor se encogió de hombros.

—Su control de fuego es pasivo cien por cien, señor. No emiten señales activas, y son unos objetivos demasiado pequeños para aparecer en los radares. Dudo que los repos las adviertan a más de un millón de kilómetros, en especial si están ocupados persiguiéndonos.

Prentis asintió con entusiasmo creciente, y Sarnow realizó un gesto hacia Corell.

—Tome nota de la sugerencia de la dama Honor, Ernie. Dejaré caer la idea cuando hable con sir Yancey; póngase en contacto con el comodoro Capra. Incórdiele todo lo que sea necesario, pero quiero la autorización para usar esas naves en caso de un ataque a Hancock.

—Sí, señor. —Corell tableteó sobre su memobloc, y el almirante inclinó el respaldo de la silla y comenzó a mecerse adelante y atrás.

—De acuerdo. Imaginemos que disponemos de los portaminas de Reevesport y que convenzo al almirante Parks para que nos deje las suficientes cápsulas parasitas, de forma que podamos equipar, al menos, a las naves que constituyen la línea exterior. No veo otra opción posible que la de concentrar nuestra fuerza principal en el centro, justo aquí, en la base, probablemente, para así poder responder a cualquier amenaza, venga de donde venga. Al mismo tiempo, me gustaría continuar ocultando la existencia de nuestra tecnología de transmisión de pulsos. De todas maneras, estoy seguro —dijo, y se permitió una media sonrisa— de que sus señores espaciales se darán cuenta de que tenemos algo que nos da cierta ventaja. Por eso tendremos que situar algo a la vista de los repos que explique por qué sabemos dónde están. No vamos a disponer de tantas unidades ligeras como nos gustaría, así que pienso que tendremos que dividirlas. —Todos asintieron, y él dejó que la silla volviera a su sitio con un chasquido.

—Comodoro Van Slyke, su escuadrón es nuestra siguiente unidad táctica más pesada, así que tendremos que mantenerlo junto con los cruceros de batalla.

»Ernie —se volvió hacia su jefa del Estado Mayor una vez más—, quiero que usted y Joe encuentren la forma más económica de usar los cruceros ligeros y los destructores para cubrir el perímetro.

—Sí, señor. Lo haremos lo mejor posible, pero no hay forma de cubrir una esfera de ese tamaño al completo con tan pocas unidades.

—Lo sé. Nos concentraremos en los vectores de aproximación más probables desde Seaford. Incluso si no tenemos a nadie en posición para detectarlos en cuanto lleguen, seremos capaces de llevar a alguien hasta allí gracias a los transmisores de pulso.

Corell asintió y tomó más notas en su bloc; el almirante sonrió a sus subordinados.

—Comienzo a ser optimista con todo esto —anunció—. No mucho, como es lógico, pero sí algo. Ahora quiero que me hagan sentir aún mejor sugiriéndome la mejor forma de usar los recursos tácticos con los que contamos. Vía libre, damas y caballeros.

* * *

El silencio inundaba la cubierta del Nike. Veintiséis horas de conferencias frenéticas y trabajo burocrático habían cristalizado todos los planes, y ahora las fuerzas del vicealmirante sir Yancey Parks se movilizaban para poner en práctica sus órdenes.

Nadie parecía tener ganas de charlar cuando el almirante Sarnow y su personal contemplaron como los enormes acorazados y superacorazados adoptaban sus formaciones de batalla, cada nave alejada de las cuñas de impulsión del resto. La esfera holográfica de cubierta destellaba con el resplandor de los códigos de luz reptando por su superficie, a medida que los distintos propulsores se activaban. Las lejanas orlas de los cruceros ligeros y destructores brillaban en vanguardia y en los flancos, con sus sensores escrutando la oscuridad infinita mientras protegían el enorme convoy. Las fuertes signaturas de los cruceros pesados, que aun así eran infinitamente más tenues que las de las naves de línea, estaban desplegadas en formación cerrada en torno a cada escuadrón. Y entonces todo ese enorme conglomerado comenzó a desplazar como una constelación recién nacida que gatease por la esfera.

Era impresionante, pensó Honor de pie junto a Sarnow, y contempló el despliegue a su lado. Muy impresionante. Pero toda aquella potencia de fuego se alejaba de ellos, y el esquelético racimo de señales del Quinto Escuadrón de Cruceros de Batalla parecía patético y diminuto conforme era abandonado para que defendiera la base en solitario. La recorrió un escalofrío cuando un sentimiento de desesperación invadió su corazón, aunque se obligó a desterrarlo.

—Bien, ahí se van —dijo la capitana Corell entre dientes, y el comandante Cartwright gruñó un asentimiento detrás de ella.

—Al menos nos han dejado las cápsulas y los portaminas —remarcó el oficial de operaciones tras un momento, y ahora fue Sarnow quien gruñó. El almirante siguió absorto contemplando el cielo durante un momento largo y silencioso, y luego suspiró.

—Sí, nos los han dejado, Joe, pero no sé hasta qué punto nos servirán. —Dio la espalda a la pantalla, con un gesto intenso y casi desafiante, y miró a Honor. Su mostacho se crispó mientras sonreía, pero su cara parecía cansada y mucho más consumida de lo que jamás había visto.

»No estoy criticando sus ideas, Honor —negó en voz baja, y ella asintió. No omitía el «dama» honorífico a menudo. Cuando lo hacía, ella escuchaba con mucha atención, pues había aprendido que quería decir que estaba hablando con su álter ego táctico, no solo con su capitán de buque insignia.

»Lo de los portaminas fue una idea excelente —continuó—, y usted y Ernie estaban en lo cierto cuando sugirieron que seríamos capaces de modificar nuestro control de fuego para manejar las cápsulas. Pero incluso aunque Houseman pueda parecer un estúpido, demonios, aunque es un estúpido, no se equivocaba. Podemos encandilarlos con nuestros fuegos artificiales un rato, incluso pincharlos un poco con estratagemas que no se esperan. Pero si traen consigo las suficientes naves de línea, estamos muertos.

—Siempre podríamos abandonar el sistema, señor —sugirió Cartwright sin muchas ganas—. Después de todo, si el almirante Parks está dispuesto a entregar Zanzíbar, no debería quejarse mucho si llevamos a cabo una, hum, retirada estratégica de Hancock.

—Esas serían ideas sediciosas si las hubiera llegado a oír, Joe. —Sarnow sonrió de nuevo, cansado, y sacudió la cabeza—. Y me temo que no es así. El almirante pasó por alto un par de detalles. Como por ejemplo, la forma de evacuar al personal de la base si nos retiramos.

Un profundo escalofrío corroyó el corazón de Honor; era una idea que había tratado por todos los medios de apartar de su cabeza. La expansión creciente de las instalaciones de Hancock había incrementado el personal de la base de manera considerable, y la base de reparaciones se había convertido en el hogar de casi once mil hombres y mujeres. El escuadrón y sus unidades de defensa podrían dar cobijo a bordo al sesenta o setenta por ciento de ellos (eso suponiendo que no se perdiera ninguna de las naves o que no resultaran gravemente dañadas durante el combate), pero solo a expensas de sobrecargar sus sistemas de soporte vital. E, incluso si lo hicieran, el treinta o cuarenta por ciento de los operarios de astillero se quedaría atrás. Y ella conocía al menos a un oficial que insistiría en que era su deber quedarse allí si alguno de sus hombres tenía que hacerlo también.

—Se le pasó por alto ese pequeño detalle, ¿no es verdad? —murmuró la capitana Corell, y esta vez Sarnow rio entre dientes. No fue un sonido muy complaciente, pero había una pequeña semilla de auténtico humor en la risa, y Honor se sintió conmovida después de la confianza que había mostrado durante las reuniones del escuadrón.

—Ya lo noté —convino, y estiró los brazos en un enorme bostezo—. Por otro lado, él tenía razón acerca del valor relativo de Hancock. Si perdemos todos nuestros aliados en la zona, la base no servirá de mucho. Lo que es más, no hay manera de poder conservarla si nos bloquean para cortarnos la retirada y luego vienen a por nosotros con todos sus efectivos. Además, tenía que elegir entre la posible pérdida de treinta o cuarenta mil manticorianos en Hancock, o que mueran miles de millones de civiles en los sistemas habitados que intentamos defender. —Sacudió la cabeza—. No, no puedo criticar esa parte de su razonamiento. Es un tanto frío, pero a veces un almirante ha de ser frío.

—Pero debería haberlo evitado, señor. —Una cierta obstinación deferente acompañó la voz de Corell, y Sarnow la miró.

—¡Ay, Ernie! Soy su almirante más joven. Es fácil para alguien de baja graduación promover una respuesta agresiva; después de todo, no es su cabeza la que rodará si su oficial al mando pone en marcha su plan y yerra. Y la dama Christa tenía razón acerca del potencial implícito de una confrontación que nadie desea.

—Tal vez. ¿Pero qué hubiera hecho usted en su lugar? —lo desafió Cartwright.

—No sería justo. No estoy en su lugar. Me gustaría pensar que seguiría mis propios criterios si lo estuviera, pero no estoy seguro. Mucho ha de sopesar la cabeza que luce la gorra del vicealmirante, Joe.

—Bonita acción evasiva, señor —dijo Cartwright de modo agrio, y Sarnow se encogió de hombros.

—Es parte del trabajo, Joe. Parte del trabajo. —Bostezó de nuevo y alzó la mano hacia Corell—. Necesito echar un sueñecito, Ernie. Usted y la dama Honor se ocuparán de todo durante unas pocas horas, ¿de acuerdo? Haré que mi asistente me despierte a tiempo para esa reunión sobre los ejerció defensivos.

—De acuerdo, señor —confirmó Corell, y Honor la secundó con un asentimiento.

El almirante caminó por la cubierta sin la usual energía que Honor le asociaba, y sus tres subordinados intercambiaron miradas.

—Allí —dijo suavemente la honorable capitana Ernestina Corell— va un hombre ninguneado por su superior.

* * *

El vicealmirante Parks contemplaba su monitor y veía como los vectores de los destacamentos comenzaban a divergir, lo que provocó una mueca en su rostro. No le gustaba lo que había hecho. Si los repos atacaban a Sarnow antes de que llegara Danislav…

Apartó de sí el pensamiento con un estremecimiento. La inquietante posibilidad de que Sarnow estuviera en lo cierto, de que hubiera tomado la decisión equivocada, lo atormentaba, pero había demasiados imponderables, demasiadas variables. Y Sarnow era muy agresivo. Parks se permitió un pequeño resoplido. ¡No le sorprendía en absoluto que se llevara tan bien con Harrington! Bien, si tenía que delegar en uno de sus escuadrones para una posible lucha hasta la muerte, escogería aquel cuyo mando fuera más adecuado a la tarea.

Aunque eso no lo ayudaría a dormir mejor si resultaba estar equivocado.

—La almirante Kostmeyer alcanzará el límite hiperespacial en su vector en solo veinte minutos, señor. Nosotros lo haremos setenta y tres minutos más tarde.

Parks levantó la vista ante el informe de su jefe del Estado Mayor. Capra parecía incluso más exhausto que el almirante después de tener que lidiar con la ardua tarea que suponían los detalles de última hora. Sus ojos oscuros estaban rodeados por un borde rojo, pero se acaba de afeitar y parecía que hubiese estrenado su uniforme hacía tan solo diez minutos.

—Dígame —dijo Parks con suavidad—. ¿Cree que he tomado la decisión adecuada?

—¿Con sinceridad, señor?

—Como siempre, Vincent.

—En ese caso, señor, tengo que decir que… no lo sé. No lo sé. —La propia fatiga del comodoro se mostraba en su movimiento de cabeza—. Si los repos sitúan sus fuerzas tras Hancock para asaltar Yeltsin, Zanzíbar y Alizon, lo tendremos muy difícil para hacerlos retroceder con Seaford amenazando nuestra retaguardia. Pero de todas formas, hemos perdido la iniciativa. Estamos reaccionando, nada más —se encogió de hombros—. Tal vez si nuestra información fuese más amplia estaríamos en una mejor posición para emitir un juicio, pero tengo que decirle, señor, que no me siento tranquilo dejando Hancock tan desguarnecida.

—Ni yo tampoco. —Parks se alejó de la pantalla y se hundió en la silla de mando con un suspiro—. Pero en el peor de los casos, Rollins asumirá que estamos concentrados aquí hasta que envíe exploradores a Hancock y confirme que no es así, lo que puede llevar meses. No moverá su fuerza principal para apoyar a sus unidades de exploración sin que nuestras patrullas lo detecten, y si las envía sin apoyo, Sarnow las destruirá antes de que puedan acercarse lo suficiente como para confirmar que no estamos allí. Incluso si no puede, pasarán tres días-T antes de que recorran todo el trayecto de vuelta e informen, y luego otros tres o cuatro hasta que Rollins se mueva. Tardaremos en llegar a Yorik entre tres y siete días a partir del momento en que una de nuestras patrullas salte al hiperespacio desde Seaford y nos avise de que la flota inicia sus maniobras.

—Ocho, señor —corrigió Capra—. Tendrán que seguirle lo suficiente para confirmar que no se dirige hacia Yorik, antes de que podamos movernos.

—De acuerdo, ocho. —Parks sacudió la cabeza con cansancio—. Si Sarnow consigue mantenerlos ocupados al menos cuatro días…

Su voz se quebró, y la mirada de su jefe del Estado Mayor adquirió una expresión casi implorante. Cuatro días. No parecía mucho…, a menos que fueras un escuadrón de cruceros de batalla contra cuatro escuadrones de naves de línea.

»Es mi decisión —dijo Parks al final—. Tal vez sea la equivocada. Espero que no, pero sea o no la adecuada, tengo que vivir con ella. Y al menos los repos no saben lo que tramamos por ahora. Si Danislav se da prisa y llega allí antes de lo previsto, él y Sarnow tendrán una oportunidad.

—En cualquier caso, cabe la posibilidad de que sean capaces de evacuar a los trabajadores de la estación antes de huir —dijo Capra con la misma voz calmada.

—Y evacuar a los trabajadores si han de huir —convino Park, y cerró los ojos con un suspiro.

Los multitudinarios escuadrones se desvanecieron en el hiperespacio sin dejar rastro, y en su estela, un insignificante puñado de cruceros de batalla se hacía cargo de la tarea que ellos abandonaban.