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El sentido de la urgencia de Honor la apremiaba mientras se zambullía en el ajetreo nocturno de la NSM Grifo. El trabajo a bordo de una nave de guerra nunca terminaba, pero incluso aquellos que vivían casi todo el tiempo en el espacio tendían a realizar cierta distinción entre el «día» y la «noche», de acuerdo con lo que indicaban sus relojes. No resultaba muy difícil para los que contaban con uno de estos ingenios mecánicos, pero era muy fácil que los humanos perdieran el sentido del tiempo si carecían de una referencia en la que apoyarse. Y, como norma general, el «día» en un buque insignia se definía como «el almirante está despierto». Cuando se retiraba, también lo hacía su personal y multitud de agregados, y el tempo de la nave parecía calmarse con un apreciable suspiro de gratitud.

Pero nadie estaba relajado esa noche. Los muelles del Grifo resplandecían con la luz y el bullicio de los grupos de recibimiento, a medida que los oficiales de mayor graduación iban llegando uno tras otro. Honor no envidiaba precisamente al oficial de control del muelle: ocuparse de tantas naves pequeñas constituía una tarea hercúlea, incluso para la capacidad de los muelles de un superacorazado.

Abrió el camino de la capitana Corell hasta la escotilla de la pinaza del Nike, tras Sarnow, y ocultó una sonrisa, a pesar de estar aún en tensión, cuando el teniente encargado de recibirlos, se cuadró de inmediato. El grupo que lo acompañaba siguió su ejemplo, sonó la gaita del contramaestre, los marines saludaron… Nada podía ser más formalista, pero la expresión desazonada del teniente sugería que otra pinaza estaba a punto de llegar tan pronto como la suya hubiera despejado la zona.

—Bienvenido a bordo, almirante Sarnow. Lady Harrington. Capitana Corell. Soy el teniente Eisenbrei. El almirante Parks les presenta sus respetos y les pide que me sigan hasta la sala de reuniones, por favor.

—Gracias, teniente. —Sarnow hizo un ademán para que ella dirigiera el grupo, y Honor casi pudo oír el suspiro de alivio de Eisenbrei cuando se alejaron de la galería de muelles. Otro teniente trató de acuciar a la comitiva de Honor, intentando no resultar demasiado evidente. Eisenbrei asintió a su colega y efectuó un gesto que invitaba a abandonar la galería, aunque la pinaza del Nike aún no había despegado. Eisenbrei volvió a centrarse en su encomienda y Honor logró (casi del todo) no reírse cuando Corell miró en su dirección y entornó los ojos.

* * *

La sala de reuniones principal del Grifo estaba abarrotada, a pesar de su tamaño, y las cabezas de los presentes se volvieron hacia los recién llegados cuando Honor y Corell siguieron a Sarnow a través de la escotilla. Había decenas de almirantes, comodoros y capitanes, todos repletos de brillantes galones, y Honor dedicó un silencioso pero sincero agradecimiento a Henke y MacGuiness mientras se adentraba en aquel mar de uniformes que la aguardaba.

Activó el zoom (aunque muy poco) de su ojo cibernético y estudió la asamblea a medida que la recorría, y vio, en la mayoría de rostros, curiosidad y desconcierto. En la mayoría, pero no en todos. Y aquellos que no parecían intrigados tenían expresiones temerosas como de ansiedad o incluso de miedo.

El almirante Parks estaba inclinado sobre una pantalla holográfica junto a un comodoro (lo más probable es que fuera el comodoro Capra, el jefe del Estado Mayor, pensó, tras advertir el cordón terminado en una pieza de metal que colgaba de su hombro izquierdo), pero él también giró la vista hacia ella cuando entró. La miró y alzó la mano, interrumpiendo a Capra en mitad de la frase.

Sus ojos se entrecerraron al erguirse. La distancia era demasiada como para que nadie que no contase con la visión mejorada de Honor se diese cuenta, pero aquellos ojos azules y fríos se clavaron en ella por un momento, y los labios se estrecharon. Entonces Parks dirigió la vista hacia Sarnow y los apretó aún más, antes de concederse un respiro.

Honor pasó a visión normal y recubrió su rostro con una pátina inexpresiva, pero las señales mentales de advertencia zumbaron y Nimitz se revolvió inquieto. Esa no era la forma en que un almirante miraba a alguien con quien se alegraba de encontrarse, y su memoria le trajo a la mente la conversación con Henke durante la cena de hacía una semana. Parks no parecía muy contento de tener allí al almirante Sarnow, pero había mirado a Honor primero. ¿Significaba eso que era la razón de su incomodidad con el almirante?

Sarnow, al menos, no daba la impresión de estar desanimado por ninguna hostilidad potencial. Condujo a Honor y Corell por toda la cubierta hasta Parks, y su voz fue respetuosa, aunque relajada, al hablar.

—Almirante Parks.

—Almirante Sarnow. —Parks devolvió el saludo con un tono que sonó demasiado normal en medio de una reunión de emergencia de la flota. Extendió su mano sin más, y Sarnow la estrechó; luego asintió en dirección a sus subordinados.

—Permítame presentarle a la capitana Harrington, señor. Creo que ya conoce a la capitana Corell.

—Sí, ya nos conocíamos —replicó Parks, asintiendo a Corell, aunque sus ojos se fijaron en Honor, y sintió una tímida duda antes de que alargara la mano hacia ella—. Bienvenida a bordo del Grifo, lady Harrington.

—Gracias, señor.

—Por favor, ocupen sus asientos —continuó Parks, volviendo su atención a Sarnow—. Los almirantes Konstanzakis y Miazawa no tardarán en llegar, y me gustaría empezar tan pronto como aparezcan.

—Por supuesto, señor —asintió Sarnow, pero indicó a sus subordinados que se dirigieran hacia la mesa de reuniones mientras él intercambiaba unas palabras con un almirante al que Honor no reconoció. Ella y Corell encontraron las sillas marcadas con sus nombres, y Honor echó un vistazo alrededor para confirmar que no había nadie cerca.

—¿De qué va todo esto, Ernie? —murmuró de forma apenas audible, y Corell, que comprobó por sí misma si había alguien capaz de escucharlos, se encogió de hombros.

—No lo sé —replicó. Honor levantó una ceja y la otra capitana se encogió de hombros otra vez—. Es cierto, Honor, no tengo ni idea. Todo lo que sé es que el almirante estaba molesto con el almirante Parks…

Se calló cuando otro oficial se dirigió hacia la silla que estaba a su lado, y rogó con los ojos a Honor, en una súplica muda, que no la presionara.

Honor asintió. No era el momento ni el lugar. Si había un problema, averiguaría cuál era. Y pronto.

En ese instante, la almirante Konstanzakis atravesó casi a la carrera la escotilla junto al almirante Miazawa. Konstanzakis era un poco más pequeña que Honor, y mucho más recia. Probablemente pesaría el doble que ella, mientras que Miazawa, que a duras penas llegaba al metro sesenta, no pasaría de los cincuenta kilos. Parecían un mastín y una pequinesa, pero el súbito incremento de la tensión en la escena, ahora que todo el mundo se dio cuenta de que no faltaba nadie más, impidió que se hiciera broma alguna.

El almirante Parks se sentó en su silla y contempló a los recién llegados ocupar sus asientos, después golpeteó ligeramente la mesa, casi sin tocarla, y se aclaró la garganta.

—Gracias por acudir tan pronto, damas y caballeros. Discúlpenme por tanta premura. Como sin duda se imaginarán, no lo habría hecho si no tuviera una razón de peso. ¿Vincent?

Asintió al comodoro Capra, y el jefe del Estado Mayor se levantó.

—Damas y caballeros, acabamos de recibir un despacho urgente del Almirantazgo. —La tensión subió unos enteros más, y tecleó en el memobloc hasta encontrar lo que quería para después comenzar a leer.

«Al comandante de la estación Hancock. Mensaje enviado a todas las estaciones y comandantes de destacamento. Del almirante sir Thomas Caparelli, primer lord del Espacio. Se han recibido informes acerca de incidentes generalizados, y en apariencia orquestados, por todo el arco exterior de los sistemas fronterizos de la Alianza. Aunque la implicación de la República Popular de Haven aún no ha sido confirmada, unidades de la Armada popular han sido identificadas positivamente (repito, positivamente) en tres incursiones en espacio de la Alianza, en Candor, la estación de Klein y Zuckerman».

Un murmullo recorrió la mesa, una inhalación colectiva, pero Capra continuó leyendo sin alterar el tono de voz.

—«Aún no contamos con informes confirmados de intercambio de fuego entre unidades de la RAM y la Armada popular, pero la fuerza de la Armada popular que violó el límite territorial de Zuckerman ha dañado seriamente una plataforma de sensores en uno de los cuadrantes exteriores antes de retirarse. Además, miembros de los sistemas de la Alianza han sufrido pérdidas materiales y personales en incidentes que no pueden ser atribuidos a ninguna fuerza identificada. Hasta ahora, las pérdidas confirmadas de la RAM a manos de grupos desconocidos incluyen los destructores Turbulento y Estrago, así como la eliminación completa del convoy Mike-Golf-Diecinueve».

Esta vez el sonido no fue el de una inhalación. Fue un gruñido hosco y profundo, y la cara del almirante Parks se contrajo cuando lo escuchó.

—«En este momento, la OIN es incapaz de sugerir motivo alguno que pudiera llevar a la República Popular a buscar una confrontación deliberada —continuó Capra—. No obstante, a la luz de la identificación positiva de la implicación de la Armada popular en Candor, Klein y Zuckerman, no vemos otra alternativa que no sea la de asumir al menos la posibilidad (repito, la posibilidad) de la responsabilidad de la República Popular de Haven en tales incidentes. De acuerdo con esto, se le ordena que tome todas las precauciones razonables y prudentes dentro de su ámbito de competencia. Se le aconseja evitar cualquier acción que pueda exacerbar o perjudicar la situación, pero su preocupación principal ha de ser la seguridad de su zona y la protección de nuestros aliados».

El comodoro se paró solo un momento, y luego continuó con voz más grave.

—«Se considera que este despacho es una advertencia de guerra. Está autorizado a pasar a estado de alerta alfa dos de acuerdo con el protocolo de batalla Baker. Dios los bendiga a todos. Firmado, almirante sir Thomas Caparelli, primer lord del Espacio, Real Armada Manticoriana, por su majestad la reina».

Capra apagó el memobloc y lo depositó con cuidado sobre la mesa de reuniones mientras se hundía en su silla, en medio de un absoluto silencio. Alfa dos estaba solo a un paso de la guerra, y el PBB[20] autorizaba a cualquier comandante de escuadrón a abrir fuego, incluso con carácter preventivo si creía que su destacamento estaba amenazado. Al enviar estas órdenes a cada comandante de estación, el almirante Caparelli ponía en manos de algún capitán recién ascendido que dirigiera una flotilla de cruceros ligeros e algún sistema estelar anónimo, lejos de todo el mundo, la posibilidad de iniciar la guerra que todo oficial de la RAM había temido desde siempre. Un escalofrío recorrió la columna vertebral de Honor.

Tragó saliva y sintió el frío y profundo miedo acurrucado en su seno, a diferencia de la mayoría de los oficiales sentados a la mesa, había sido testigo no hacía mucho, de combates brutales. Comprendía a la perfección lo que el mensaje venía a decir; ellos no. No en su totalidad. No podrían sin su experiencia.

—Dadas las circunstancias —la voz del almirante Parks quebró el silencio—, se ha puesto en marcha una reconsideración de nuestra posición y las responsabilidades de cada uno de nosotros. Sobre todo si tenemos en cuenta que algunas de las incursiones llevadas a cabo por «fuerzas desconocidas» explican, casi a ciencia cierta, las pérdidas de la armada del califato en Zanzíbar. —Miró a la mesa, y luego se retrepó en la silla y cruzó los brazos con calma intencionada.

»Junto al mensaje que el comodoro Capra acaba de leer, hemos recibido un despacho que detalla las fuerzas adicionales que el almirante Caparelli está desplegando en Hancock. Además de cruceros ligeros y pesados suficientes para servir de pantalla a nuestros escuadrones y flotillas, el Almirantazgo nos envía también el Decimoctavo Escuadrón de Batalla, al mando del cual se encuentra el almirante Danislav. —Una o dos caras adquirieron un matiz de alivio, y Parks sonrió levemente.

»La parte mala es que se requerirá de algo de tiempo para concentrar los acorazados del almirante Danislav. El almirante Caparelli estima que su llegada no se producirá hasta dentro de unas tres semanas.

»Por otro lado —prosiguió el almirante, ignorando los gestos de consternación entre los presentes—, nuestros cruceros ligeros han continuado vigilando las aproximaciones de Seaford Nueve. Aunque nuestras patrullas han informado de la reciente llegada de un tercer escuadrón de superacorazados, aun no han dicho nada acerca de ningún cambio de importancia en los patrones operacionales de la Armada popular. Puesto que los únicos incidentes de los que se tiene constancia en esta región son los ataques sobre las unidades navales zanzibarianas, en la que los repos (si, de hecho, son los responsables) han ocultado muy bien cualquier señal de complicidad, la falta de actividad en la zona del almirante Rollins puede indicar que aún no están preparados para tomar la iniciativa. O podía indicar… —Dejó ver sus dientes en una sonrisa cáustica— que planean lanzar el ataque principal en nuestra área y que tratan de ocultar por todos los medios que nos enteremos.

Alguien hizo un ruido que pareció más que un suspiro, pero sin llegar al gruñido, y la sonrisa de Parles cobró un toque de diversión.

—¡Vamos, damas y caballeros! Si la respuesta fuera fácil de averiguar, todo el mundo podría jugar. —Eso logró arrancar algunas débiles risas, y él descruzó los brazos para apoyar un codo sobre la mesa.

»Mejor así. Somos conscientes de lo crucial de nuestra posición. Estoy seguro de que el Almirantazgo también lo sabe. Por desgracia, estamos aquí, y nuestras señorías no. Más aún, se tienen que encargar de otras zonas igual de «cruciales», así pues creo que debemos asumir que con lo que contamos ahora, más el Decimoctavo Escuadrón de Cruceros de Batalla, es todo lo que tendremos en caso de que los misiles comiencen a volar sobre nuestras cabezas. Suponiendo todo esto, ¿cuáles son nuestras opciones?

Alzó las cejas y estudió a sus oficiales. Hubo otro momento de silencio, y luego Mark Sarnow levantó el dedo índice para llamar la atención. La boca de Parks pareció apretarse una pizca, pero asintió.

—Me gustaría insistir sobre mi sugerencia de un despliegue avanzado hacia Seaford, sir Yancey. —Sarnow eligió sus palabras y su tono con cuidado—. Aunque es cierto que nuestras patrullas de cruceros deberían ser capaces de detectar cualquier movimiento de sus fuerzas fuera del sistema, también tendrán que advertirnos de su presencia para que podamos actuar. Eso no importará si los repos actúan contra Hancock, ya que nuestros cruceros llegarían antes y nos alertarían. Pero si deciden atacar a uno de nuestros aliados en la región, nuestra oportunidad de intercepción se reducirá de manera drástica. De hecho, si se dirigen a Yorik, no seremos capaces de darles alcance fuera del sistema.

Parks inició su réplica, pero la almirante Konstanzakis habló antes.

—Con el debido respeto, sir Yancey, sigo pensando que es un movimiento equivocado —dijo sin ambages—. El almirante Caparelli nos ha ordenado evitar cualquier recrudecimiento unilateral de la situación. ¡No entiendo cómo lo conseguiríamos si movemos todo el destacamento hasta el borde del límite territorial de Seaford!

—El despacho del almirante Caparelli ha tardado una semana en llegar aquí, dama Christa, y la información sobre la que se basa ya es antigua. —Sarnow giró la cabeza hasta encontrarse con los ojos marrones de la almirante—. Es muy posible, incluso probable, que la situación haya empeorado en ese tiempo.

»Dadas las circunstancias, creo que la necesidad de adoptar medidas «razonables y prudentes» para asegurarnos de que el almirante Rollins y sus naves no puedan abandonar Seaford sin que seamos capaces de interceptarlos, tiene más importancia que la posibilidad de que nuestras acciones sean considerada como provocadoras, en especial sabiendo quién parece haber generado esta crisis en primer lugar.

—Pero está sugiriendo bloquear Seaford —protestó el almirante Miazawa—. No es una provocación; es un evidente acto de guerra.

—No estoy hablando de un bloqueo. —Sarnow mantuvo su tono de tenor neutral, pero comenzaba a apreciársele cierto énfasis—. Lo que estoy sugiriendo, señor, es que concentremos nuestra fuerza junto con las patrullas que ya vigilan el sistema; no que interfiramos con sus movimientos en ningún sentido. Pero el hecho evidente es que una vez que una flota salte al hiperespacio no podremos hacer otra cosa que no sea intuir por dónde volverá a salir de nuevo. En mi opinión, la única forma de desplegar nuestro muro de batalla concentrado y listo para actuar en cualquier momento, es mantenernos tan cerca de su frente que no tengan la posibilidad de eludirnos.

—Calma, damas y caballeros. —El almirante Parks sostuvo la mirada de Sarnow durante un momento y luego continuó—. El almirante Sarnow ha hecho una observación astuta. Aunque los almirantes Konstanzakis y Miazawa también, lo que ilustra la imposibilidad de formar planes detallados cuando no se cuenta con información concreta. No obstante, de la misma manera, nuestras plataformas de sensores situadas fuera del sistema no han detectado ninguna señal de que los repos hayan estado vigilando Hancock, así que el almirante Rollins no tiene tal información sobre nosotros. Y el hecho de que no puedan ver a nuestra fuerza principal a su lado hace que Rollins siga sin saber nada de nuestras intenciones. En cualquier caso, es probable que esté jugando al mismo juego de hipótesis que yo. —Sonrió fríamente y Konstanzakis resopló en un agrio asentimiento.

—Si nos desplegamos de la forma que sugiere, almirante Sarnow, tendremos la ventaja de saber con exactitud lo que su fuerza en Seaford Nueve puede hacer, y estar en posición de combatir contra ella cuando así lo decidamos. Es una ventaja considerable. Por otro lado, la almirante Konstanzakis tiene razón al asumir la potencial escalada de violencia que esto supondría. Tal vez sea más importante aún el hecho de que concentrarnos para vigilar a la fuerza cuya composición ya conocemos no dejaría a nadie aquí para proteger ni a Hancock ni a ninguno de nuestros aliados en la zona, así que los repos podrían utilizar una segunda fuerza para atacarnos. Si todas nuestras naves del muro están junto a Seaford Nueve, podrían asaltar a uno o a todos nuestros aliados con fuerzas relativamente ligeras, en cuyo caso Seaford habrá servido de imán para atraernos lejos de nuestra posición en un momento crítico. ¿Cierto?

—Es cierto que esa posibilidad existe, señor —concedió Sarnow—, pero si los repos reúnen fuerzas de no mucha potencia para tal operación, también afrontan la posibilidad de ser destruidas en caso de resultar interceptadas. Si tienen en consideración la ley de Murphy, como espero de alguien con su experiencia, dudo mucho que trataran de afrontar una coordinación así de delicada con tantos años luz de distancia.

—Así que cree que si se mueven en esta zona, lo harán con la fuerza de Seaford.

—Más o menos, señor. No voy a negarle que pueden hacer otra cosa, pero en ese caso pienso que reunirán una fuerza, que, en su opinión, sea lo suficientemente poderosa como para ocuparse de nosotros por sí sola. Teniendo en cuenta lo ocurrido, opino que sería mejor proteger a nuestros aliados con fuerzas pequeñas mientras nosotros nos concentramos cerca de Seaford. Si se inicia un ataque, podremos aplastar la fuerza de Seaford antes de responder a cualquier otra amenaza. A largo plazo, el objetivo principal debe ser eliminar o reducir su ventaja global de tonelaje, obligándolos a entrar en acción en términos lo más ventajosos posibles para nosotros, y de forma tan rápida y decisiva como sea posible.

—¡Parece que ya está en guerra, almirante! —gritó Miazawa.

—En lo que a nosotros respecta, señor, por ahora lo estamos —replicó Sarnow, y las fosas nasales de Miazawa temblaron.

—Se acabó, caballeros —dijo Parks con voz queda. Miró a ambos hombres durante algunos segundos, luego suspiró y se frotó la frente—. Por muchas razones, almirante Sarnow, preferiría adoptar su propuesta —sonó como si la admisión de aquello lo sorprendiera, pero luego sacudió la cabeza—. Aunque lo cierto es que creo que la intención de evitar un empeoramiento de la situación también tiene su mérito. Y a diferencia de usted, no puedo hacer caso omiso de la sospecha de que, con o sin ley de Murphy, podamos ser atraídos fuera de nuestra posición para resultar atacados con fuerzas ligeras en nuestra retaguardia. Más aún, mi primera y más apremiante responsabilidad es la de proteger a las poblaciones civiles y la integridad territorial de nuestros aliados. Por todos estos motivos, me temo que la idea de un despliegue adelantado está fuera de cuestión.

La boca de Sarnow se apretó de modo apenas visible, pero luego asintió y se echó atrás en la silla. El almirante Parks lo contempló durante un largo momento, y luego dejó que sus ojos buscaran el rostro de Honor antes de continuar.

—Por el momento, y salvo el supuesto de posibles refuerzos de Seaford Nueve, nos hallamos en igualdad de fuerzas con el enemigo. Sin embargo, como el almirante Sarnow ha señalado, una súbita arremetida contra Yorik nos dejaría sin la posibilidad de interceptarlos, con lo que nuestro margen de superioridad sería irrelevante. Un ataque contra Alizon o Zanzíbar, por otra parte, debería pasar muy cerca de nuestra posición, lo que nos otorgaría u oportunidad excelente para interceptarlo antes de que llegase a su objetivo.

—Por tanto —inhaló con fuerza y se obligó a seguir—, pretendo enviar a lo escuadrones de superacorazados de la almirante Konstanzakis y del almirante Miazawa, y los acorazados de Tolliver, a Yorik. Eso colocará veinticuatro nave en un muro que cubra una de nuestras responsabilidades más vulnerables en el caso de que nos sobrepasen, y también protegerán a Yorik de un supuesto ataque con fuerzas ligeras.

»Almirante Kostmeyer —se dirigió al oficial al mando del Noveno Escuadrón de Batalla—, conducirá sus acorazados hasta Zanzíbar. Me inquietan las pérdidas del califato, y dado que gran parte de nuestras fuerzas se desplazarán a Yorik, este se convertirá en el siguiente objetivo más expuesto.

Kostmeyer asintió, aunque no muy contento, y Parks esbozó una media sonrisa.

—No lo abandonaré a su suerte, almirante. Intento reunir los cruceros de batalla del almirante Tyrel y enviarlos hacia esa zona para que se unan a usted allí tan pronto como les sea posible. Despliegue sus plataformas de sensores y use esos cruceros de batalla para patrullar de manera tan agresiva como desee. Si le sobreviene un ataque con una fuerza abrumadora, entregue el sistema, pero permanezca concentrado y en contacto con ellos si es posible, hasta que el resto del destacamento acuda en su ayuda.

—¿Entregar el sistema, señor? —Kostmeyer no pudo ocultar la sorpresa de su voz, y Parks le sonrió sin un ápice de humor.

—Es nuestra responsabilidad proteger Zanzíbar, almirante, y lo haremos. Pero, como el almirante Sarnow ha dicho, debemos enfrentarnos a ellos sin fisuras, y replegarnos para luego recuperar el sistema con toda nuestra fuerza resultaría menos dañino para su gente y su infraestructura que una desesperada pero inútil defensa.

Honor se mordió el labio y levantó la mano para acariciar las orejas de Nimitz. No podía sino respetar el coraje moral que llevaba a cualquier comandante a ordenar a uno de sus almirantes que entregase, de manera voluntaria, un sistema estelar aliado al enemigo. Incluso si Parks estaba en lo correcto y sus fuerzas concentradas eran suficientes como para recuperarlo de nuevo, sus acciones podían provocar la ira del enemigo, y las consecuencias para su carrera podían ser catastróficas. Pero, con resolución o sin ella, la idea de dividir sus efectivos justo antes de un potencial ataque la disgustaba. Todos sus instintos le decían que Sarnow estaba en lo cierto, y que Parks estaba equivocado acerca de cómo obligar al enemigo a entrar en combate, pero tal vez lo que más miedo le daba era la intención de retirar del muro a treinta y dos naves de la estación de Hancock. De hecho, se prescindía de todo…, a excepción del Quinto Escuadrón de Cruceros de Batalla.

—Mientras tanto —prosiguió Parks sin detenerse, como si hubiera leído sus pensamientos—, usted, almirante Sarnow, permanecerá aquí en Hancock con su escuadrón, como núcleo de una fuerza ligera. Su función será proteger a esta base de cualquier ataque, pero lo que es más importante, Hancock continuará funcionando como enclave crítico de nuestro despliegue. Dejaré órdenes detalladas al almirante Danislav, aunque para que se haga a la idea, pretendo que su escuadrón de batalla se quede aquí también. Ambos servirán como nuestro enlace central de información y protegerán a Alizon de un posible ataque directo. También enviaré una flotilla de cruceros ligeros para que refuerce las patrullas de Seaford. Eso debería permitirles dos cosas: conservar suficiente fuerza para intimidar al enemigo, como precaución ante cambios de rumbo, y darles tiempo para reforzar la posición de la almirante Kostmeyer si los havenitas atacan Zanzíbar. Soy consciente de la delicada situación en que se halla la almirante Kostmeyer en caso de que requiramos su ayuda, pero hasta que el almirante Rollins no sepa que hemos retirado nuestra principal fuerza de Hancock, tendrá que explorar el sistema antes de atacarlo, y eso debería alertarnos a tiempo para regresar a Hancock con uno o dos escuadrones.

Se detuvo y escrutó la cara de Sarnow. Luego siguió despacio.

—También soy consciente de que lo dejo expuesto aquí, almirante. Incluso después de la llegada del almirante Danislav, se vería superado en número de manera incontestable si las unidades del almirante Rollins nos superan antes de poder desplegarnos para cubrirlo a usted, así que preferiría no tener que hacerlo. Pero no creo que pueda evitar asumir ese riesgo. La función de la base es proteger a nuestros aliados y mantener el control de esta zona. Si perdemos Zanzíbar, Alizon y Yorik, Hancock se verá aislada y privada de apoyo, en cuyo caso perderemos tanto su valor como su funcionalidad.

—Comprendo, señor. —La voz recortada de Sarnow carecía de cualquier brizna de rencor, aunque Honor advirtió que no había dicho que estuviera de acuerdo con Parks.

—Muy bien, entonces. —Parks apretó el puente de su nariz y miró hacia su oficial de operaciones—. De acuerdo, Mark, hablemos de lo fundamental.

—Sí, señor. En primer lugar, almirante, creo que tenemos que considerar cuál sería la mejor forma de distribuir nuestras unidades de protección disponibles, entre el almirante Kostmeyer y el resto de nuestro frente. Después…

El capitán Hurtson siguió hablando con tono profesional y rápido, pero Honor apenas lo escuchaba. Se echó hacia atrás en la silla, mientras oía los detalles y los registraba para futuras consultas, pero en realidad no los escuchaba, y sintió la misma rigidez en la capitana Corell, sentada tras ella.

Parks estaba cometiendo un error. Por la mejor de las razones, y no sin el apoyo de la lógica, pero un error al fin y al cabo. Lo presentía, de igual forma que había sentido el súbito cambio de un complicado problema táctico en un todo coherente y sencillo.

Podía estar equivocada. De hecho, esperaba, rezaba para que lo estuviera. Pero no lo creía. Y se preguntó en qué grado la decisión del almirante Parks estaba basada en la lógica y en qué medida infundida por el deseo, consciente o inconsciente, de relegar al almirante Mark Sarnow y a su latosa capitana a un segundo plano, donde no pudieran perturbar su existencia.