13
Tres de los guardaespaldas del presidente Harris se alejaron del ascensor para escrutar el pasillo que se extendía ante ellos, mientras él aguardaba con la paciencia que solo confiere una larga práctica. Nacer legislaturista (y en especial, en el seno de la familia Harris) implicaba estar rodeado por agentes de seguridad incluso desde antes de saber andar. Nunca había vivido de otra forma, y los únicos cambios que se produjeron cuando heredó la presidencia habían sido la intensidad de la protección y quiénes la llevaban a cabo, puesto que el bienestar de los presidentes de la República Popular era demasiado importante para confiarla a los ciudadanos de la República.
El personal del equipo de seguridad presidencial estaba constituido por mercenarios, procedentes del planeta Nueva Ginebra, un mundo eminentemente militar. Los soldados de Nueva Ginebra eran profesionales, entrenados de forma soberbia y caracterizados por la lealtad hacia sus empleadores. Esa lealtad venía a ser su auténtica mercancía, la razón por la que los Gobiernos pagaban elevadísimas sumas en lugar de confiar en sus propios ciudadanos. Y el hecho de que fueran considerados extranjeros, tanto por ellos mismos como por los ciudadanos de la República Popular de Haven, eliminaba la posibilidad de que se produjera un cambio de lealtades que pudiera provocar que el ESP[19] se volviera contra el presidente al que había jurado proteger con su vida.
Desafortunadamente, también significaba que el ESP no era demasiado popular entre los militares de la República Popular de Haven, que creían (con toda razón) que la presencia de los de Nueva Ginebra era indicativo de la poca confianza que su Gobierno depositaba en ellos.
El jefe del destacamento personal de Harris estuvo atento a su receptor hasta que sus hombres le informaron de que el pasillo era seguro, y luego asintió hacia delante; un brigadier marine saludó mientras Harris salía del ascensor. La expresión del brigadier fue cortés, pero Harris advirtió el disgusto subyacente por los hombres del ESP que habían invadido su territorio. Y, supuso el brigadier tenía razón. La espiral negra del Octágono, el centro neurálgico de las operaciones militares de la República Popular de Haven, parecía un lugar poco propicio para que se apostaran asesinos. Por otro lado, Harris podía soportar cosas peores que el resentimiento de un marine, y, sobre todo desde asesinato de Frankei, el ESP contemplaba cualquier posibilidad. Pero no tenía por qué irritar al hombre; lo recompensó con un fuerte apretón de manos, cuando el brigadier ofreció la suya.
—Bienvenido, señor presidente —dijo el marine de modo casi rígido.
—Gracias, brigadier… Simpkins, ¿no?
—Sí, señor. —El brigadier Simpkins sonrió, complacido al ser recordado por su jefe de Estado, y Harris hizo lo mismo. ¡Cómo si el ESP le dejara encontrar con alguien que no hubiera sido investigado a fondo! Pero el gesto suavizó el resentimiento de Simpkins, y su invitación para que Harris lo acompañara dio la impresión de ser mucho más natural—. El almirante Parnell lo aguarda, señor. ¿Me acompaña, por favor?
—Por supuesto, brigadier. Lo sigo.
Fue un viaje breve, y la puerta al final del pasillo no parecía muy importan te…, excepto por los dos guardas armados que la custodiaban. Uno de ellos le abrió la puerta al presidente, y las personas que ya se habían congregado en la pequeña sala de reuniones se pusieron de pie cuando entró.
Detuvo a su personal de seguridad en el umbral con un leve ademán lo miraron como siempre hacían cuando iba a cualquier sitio sin ellos, pero obedecieron su orden silenciosa con la resignación de la experiencia. El presidente Harris era de la opinión de que cualquier secreto conocido por más de una persona terminaba por filtrarse, sin importar si el enemigo lo hubiera descubierto o no, por lo que trataba de evitar esto en la medida de lo posible Esa era la razón por la que solo había tres personas en la habitación. El resto del gabinete se enfadaría sobremanera cuando descubriera que había sido excluido, pero eso era algo con lo que podría convivir.
—Señor presidente —lo saludó el almirante Parnell.
—Amos. —Harris dio la mano al JON, y luego dirigió la mirada a le ministros de Guerra y Asuntos Exteriores—. Elaine. Ron. Encantado de volver a verlos. —Sus colegas civiles le devolvieron el saludo, miro de nuevo a Parnell—. Tengo poco tiempo, Amos. Mi secretaria ha jugado un poco con mi agenda para demostrar que estoy en algún otro sitio si alguien pregunta, pero tengo que volver pronto para que se lo traguen, así que vayamos al grano.
—Por supuesto, señor. —El almirante indicó a sus invitados que tomaran asiento, y luego se dirigió hacia el extremo de la mesa de reuniones para encararlos.
—En realidad, señor presidente, no nos llevará mucho tiempo, ya que tan solo puedo hablar en términos generales. Las distancias hacen que la demora entre entrega y recepción de los despachos me impida efectuar una adecuada coordinación desde aquí. Por eso es por lo que necesito volver a Barnett.
Harris asintió. Haven estaba situado a casi trescientos años luz de Mantícora… y a unos ciento cincuenta de su frontera occidental. Incluso las naves correo, que navegaban habitualmente por el peligroso borde superior del espectro theta del hiperespacio, tardaban dieciséis días en llevar un mensaje desde Haven hasta la base de la flota en Barnett, tiempo necesario para recorrer los ciento veintisiete años luz que separan ambas localizaciones.
—Supongo que solo quería reunirse conmigo antes de partir —dijo.
—Por supuesto, señor. —Parnell tocó un panel de control, y un enorme holomapa apareció sobre la mesa. Estaba compuesto por las diminutas chispas de las estrellas, codificadas por colores y otros iconos, pero lo que llamaba la atención eran los puntos de rojo brillante que se extendían por toda la frontera entre la República Popular de Haven y la Alianza Manticoriana.
»Los códigos de datos en rojo indican los lugares donde hemos efectuado las provocaciones, señor presidente. —Pulsó otro botón y unos pocos círculos rojos se vieron rodeados por bandas verdes—. Estos son los sistemas en los que tenemos la confirmación de que las operaciones iniciales se han llevado a buen término. Hemos programado multitud de incursiones para la segunda etapa, así que el éxito inicial no garantiza que todo se desarrolle como esperamos, aunque en principio todo parece ir bien. El tiempo y dinero que hemos invertido en la red Argus han merecido la pena, pues se han traducido en los datos que nuestros analistas han utilizado desde el principio para plantear nuestra estrategia. Por el momento, parece que todo va según lo previsto, y no hemos sufrido ninguna baja. Al mismo tiempo, señor presidente, es importante recordar que acabaremos por sufrirlas, a pesar de nuestra buena planificación e inteligencia militar. Es inevitable, dada la escala y perspectivas de nuestras operaciones.
—Comprendo, Amos. —Harris estudió el holomapa, saboreando la amplia dispersión de incidentes; luego miró hacia Ron Bergren—. ¿Tenemos algo que indique que han mordido el anzuelo, Ron?
—No, Sid. —Bergren se encogió de hombros y jugueteó con su mostacho—. Los medios de transmisión de nuestro servicio de inteligencia tienen una velocidad inferior a la de los despachos de la Armada, sin mencionar el hecho de que es más difícil para nuestros espías obtener la información que necesitamos que para un almirante informar a sus oficiales al mando. Me temo que tanto Inteligencia Naval como mi gente dieron en el clavo al señalar que no podríamos contar con una confirmación independiente, aunque parece que la prensa manticoriana ha comenzando a darse cuenta de que algo está pasando. No saben con seguridad de qué se trata, lo cual indica censura directa del Gobierno, teniendo en cuenta su tradición de libertad de prensa. Entre esto y mi propia lectura de Cromarty y su Gobierno, diría que estamos en una posición de superioridad. Aun así, todo depende de las decisiones militares que tomen.
El ministro de Asuntos Exteriores enarcó una ceja mientras miraba a Elaine Dumarest, y fue el turno de la ministra de Guerra para encogerse de hombros.
—Solo puedo repetir lo que IntNav dijo al principio. Sustituir a Webster por Caparelli, como primer lord del Espacio es un signo esperanzado. Estudiando su expediente, resulta evidente que es mucho más temerario que Webster. Está bien considerado entre sus colegas en cuanto a su faceta táctica pero es menos dado a delegar que Webster, y peor en cuanto a la capacidad de análisis. Eso hace que pida consejo en muy pocas ocasiones, tiende a decantarse por decisiones rápidas y directas; lo que sugiere, en conjunto, que hará lo que esperamos.
»Me temo que esto es todo lo que podemos decir hasta ahora, señor presidente —agregó Parnell respetuoso ante su superior—. Le hemos mostrado un cebo que esperamos que se trague, aunque no hay garantía alguna de que lo vaya a hacer. Si de él dependiera tengo bastante claro cómo reaccionaría, pero no trabaja solo. Siempre cabe la posibilidad de que alguien, como la almirante Gívens, de quien, desafortunadamente, se deduce de todos los informes que es bastante buena en su trabajo, vea algo que él no haya visto y le abra los ojos. Asimismo, están obligados a hacer parte de lo que queremos que hagan, independientemente de cuál sea el bando que lo inicie todo.
—Ya me temía que se iban a basar en demasiadas suposiciones. —La sonrisa torcida de Harris quitó algo de acidez a sus palabras; luego suspiró—. Es por eso que odio mi trabajo. ¡Las cosas serían mucho más fáciles si el resto de la gente fuera siempre así de predecible!
Sus subordinados sonrieron formalmente, y miró su crono.
»De acuerdo, tengo que terminar con esto cuanto antes. Amos —se dirigió sin ambages al JON—, confiamos en usted para que prosiga según lo planeado desde Barnett. Síganos informando para que podamos cumplir con lo dispuesto, aunque soy consciente de que puede no haya tiempo para que se ponga en contacto con nosotros. Por eso le autorizo a que active la fase final cuando crea que la situación es la indicada. No nos falle.
—Pondré todo mí empeño en ello, señor presidente —prometió Parnell—. Sé que lo hará, Amos. —Harris miró a Bergren—. Ron, compruebe todo, dos veces. Una vez comience el tiroteo, nuestras relaciones con las naciones neutrales, en especial la Liga Solariana, pueden resultar críticas. No nos podemos arriesgar a revelar nuestra jugada, pero debe realizar todos los preparativos previos que sean posibles; y una vez que todo dé comienzo de verdad utilice a nuestros embajadores y cónsules para asegurarse de que nuestra versión de lo que sucede es la que llega a los medios de comunicación neutrales, de cualquiera de sus malditos corresponsales se traslade a la zona para dar uno se sus informes «independientes». Pondré a trabajar a Jessup la próxima semana para que su gente en Información pueda empezar a apoyar al personal diplomático.
Bergren asintió, y el presidente se giró hacia Dumarest.
—Dijo que aún estaba dudando sobre si debería acompañar o no a Amos hasta Barnett, Elaine. ¿Ha decidido ya?
—Sí. —Dumarest se mordió el labio inferior y frunció el ceño—. Mi corazón me dice que vaya, pero lo cierto es que no me necesita a su lado. Y si ambos desaparecemos, es muy probable que alguien se pregunte dónde estamos y sume dos y dos. Dadas las circunstancias pienso que es mejor que me quede en casa.
—Estaba pensando justo lo mismo —convino Harris—. Y usted será de gran ayuda aquí. Siéntese con Jessup y Ron para ayudarles a matizar de manera adecuada nuestras noticias. Quiero que esto no salga del gabinete hasta que iniciemos las operaciones reales, así que la preparación ha de terminarse lo antes posible. Cuantos más datos y directrices oficiales podamos entregar a los periodistas, tanto mejor.
—Por supuesto, señor presidente.
—Entonces creo que eso es todo. Excepto… —se giró hacia Parnell— un último detalle.
—¿Alguna otra cuestión, señor presidente? —Parnell no pudo evitar su sorpresa, y Harris rio sin demasiado humor.
—No se trata de las operaciones actuales, Amos. Es sobre Rob Pierre.
—¿Sobre el señor Pierre? —Parnell no consiguió apartar cierto matiz de contrariedad en su voz, y Harris rio de nuevo, de manera algo más natural.
—Puede llegar a convertirse en un auténtico grano en el culo ¿verdad? Desafortunadamente, posee demasiada influencia en el Quorum como para ignorarle, y, siento decirlo, pero es muy consciente de ello. Por el momento, no deja de incordiarme porque SegNav le devuelve todas las cartas que envía a su hijo.
Parnell y Dumarest intercambiaron unas miradas que hablaban por sí solas, pero había un rastro de simpatía reacia en los ojos del almirante. Desde siempre en la República Popular, la gente, incluso la de cierta posición, desaparecía de cuando en cuando, haciendo que los parientes comenzasen a sudar en cuanto escuchaban la palabra «seguridad». La seguridad naval tenía mejor reputación que el resto de los cuerpos de seguridad de la República Popular de Haven (la policía de Higiene Mental ostentaba, sin duda, la peor), aunque al fin y al cabo eran seguridad. Y por mucho que Parnell detestara a Rob Pierre y a su hijo Edward, el amor que Pierre sentía por su único hijo era tan intenso como bien conocido.
Sin importar la simpatía que pudiera despertar en Parnell, aún seguía siendo el jefe de las operaciones navales, y Pierre el Joven todavía era un oficial, en teoría igual que el resto, bajo su mando.
—No había sido informado de eso, señor presidente —confesó tras un momento—, pero el escuadrón del almirante Pierre participa en las operaciones que estamos llevando a cabo, y hemos cerrado algunos canales de comunicación para mantener la seguridad operacional.
—Supongo que no podría hacer una excepción en este caso —insinuó Harris, pero su tono dejaba bien claro que no pretendía insistir si Parnell se negaba, y el almirante sacudió la cabeza de forma tajante.
—Preferiría no hacerlo, señor. En primer lugar, porque el secreto en esta operación es fundamental; pero además, para serle honesto, ya existe cierto resentimiento hacia el almirante Pierre por la influencia que ejerce su padre a la hora de impulsar su carrera. Y aunque personalmente detesto al almirante Pierre, en realidad es un oficial muy competente, a pesar de su ligero toque de arrogancia y temeridad. Y, por otro lado, si hago una excepción en este caso causará rencor entre los demás oficiales.
Harris asintió. Los legislaturistas podían usar su influencia para promocionar la carrera de sus hijos, pero se mostraban recelosos con respecto a tal prerrogativa. El presidente formaba parte del sistema hasta tal punto que no tendría sentido que lo criticara (después de todo, solo había que ver lo que la influencia familiar había hecho por él), pero consideraba una auténtica pena que funcionara incluso contra los extranjeros más competentes. De todas formas, no derramaría una sola lágrima, ni siquiera de cocodrilo, por Rol Pierre. Ese hombre respondía con exactitud a la descripción que había hecho de él hacía un momento: un enorme grano en el culo. Peor aún, los agentes dobles de Palmer-Levy en la UDC estaban informando, cada vez con mayor insistencia, acerca de su congraciamiento con los líderes de la UDC. Intentaba ser cuidadoso, limitándose a contactar únicamente con el brazo «legítimo» del GDC en el Quorum del pueblo, pero el presidente prefirió adelantarse a los acontecimientos e informarle con pesar de que la «satisfacción de la seguridad operacional» hacía imposible atender sus peticiones.
—De acuerdo, le diré que no hay ninguna posibilidad. —Harris se levantó y extendió la mano una vez más—. Y, con esto, me marcho. Buena suerte, Amos. Dependemos de usted.
—Sí, señor presidente. —Parnell estrechó la mano que le ofrecían—. Gracias por todo…, tanto por la confianza depositada en mí como por sus buenos deseos.
Harris dedicó un gesto a los ministros del gabinete y se volvió en dirección a la puerta donde aguardaba su personal de seguridad.