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—Gracias, Mac. Estaba delicioso, como siempre —dijo Honor mientras el segundo servía el vino. La comandante Henke dejó escapar, desde el otro lado de la mesa, un sonido que expresaba cuánto estaba de acuerdo con Honor, y MacGuiness se encogió de hombros con una sonrisa.

—¿Necesita algo más, señora?

—No, nada más. —El asistente comenzó a recoger los platos del postre, pero ella levantó la mano—. Déjalo por ahora, Mac. Ya te avisaré.

—Por supuesto, señora. —MacGuiness efectuó una medio reverencia y desapareció. Honor se acomodó con un suspiro.

—Si te cuida igual de bien esta noche que el resto, vas a comenzar a parecerte a uno de esos dirigibles antiguos —la advirtió Henke, y Honor soltó una risita.

—Tal vez Nimitz. —Sonrió al ramafelino. Yacía sobre la barriga, estirado cuan largo era sobre el escritorio, con sus seis miembros balanceándose. Sus suaves y ronroneantes ronquidos eran los del típico gato en paz con el universo.

»Pero ¿yo, ponerme gorda? —continuó con una sacudida de cabeza—. ¡Imposible con Paul persiguiéndome a todas horas! ¡Ni con el almirante obligándome a hacer prácticas constantemente!

—Amén a eso —acordó Henke de forma categórica. A cada día que pasaba, todos tenían más trabajo que hacer, y con Honor tan inmersa en las actividades del escuadrón, un siempre creciente montón de papeleo había inundado a la segundo. Comenzó a decir algo más, luego se detuvo, esbozó una mueca y echó hacia atrás la silla mientras jugueteaba con el pie de la copa.

—Aun así, estamos haciendo progresos —señaló Honor—, y el astillero terminará con el Nike en una semana más o menos. Creo que una vez formemos el escuadrón al completo en el espacio, y con la adecuada organización, no tardaremos mucho en mejorar nuestro nivel.

—Hum… —Henke asintió, ausente, aún con la mirada fija en su vino, luego alzó la cabeza y enarcó una ceja—. ¿Y el almirante Parks?

—¿Qué pasa con él? —El tono de Honor era cauto, y Henke resopló.

—Creo que eres la única capitana de grado superior en este destacamento que nunca ha sido invitada a una conferencia a bordo del Grifo ¿Por qué pienso que no es solo una coincidencia?

—No ha habido razón alguna para que me haga llamar —dijo Honor algo molesta, y el bufido de Henke fue mucho mayor esta vez.

—Es suficientemente extraño que un almirante ni siquiera invite aun recién llegado capitán de crucero de batalla a bordo para una reunión de cortesía Honor. Cuando ese capitán es también el capitán del buque insignia de su principal formación de defensa, y no ha sido invitado a una sola conferencia, es algo más que extraño.

—Quizá. —Honor apuró su copa, luego suspiró y la dejó a un lado—. No «quizá» no —admitió—. Al principio pensé que era como castigo por lo de fusión tres, pero eso dejó de tener sentido hace ya varias semanas.

—Exacto. No sé cuál es el problema, pero es obvio que hay uno. Y nuestra gente comienza a darse cuenta. No están contentos con que su capitana, al parecer, sea discriminada por su almirante.

—¡No les afecta! —exclamó Honor.

—No es eso lo que les preocupa —replicó Henke despacio y Honor se removió, incómoda.

—Bien, no hay mucho que pueda hacer al respecto. Me supera en rango en unos cuantos meses luz.

—¿Has hablado con el almirante Sarnow sobre ello?

—No…, ¡y tampoco lo pienso hacer! Si el almirante Parks tiene algún problema conmigo, es solo mío, no del almirante.

Henke asintió. No estaba de acuerdo, pero ya sabía lo que Honor iba a decirle.

—En ese caso ¿cuál es el programa para mañana?

—Más sims —replicó Honor, aceptando el cambio de conversación con una pequeña y agradecida sonrisa—. Un ejercicio de convoy. En primer lugar lo defenderemos de un «número indeterminado de invasores» y luego tendremos que tomar la iniciativa y atacar… a la escolta de una división de acorazados.

—¡Ay! Espero que ese «convoy» transporte algo que valga la pena.

—El nuestro no tiene por qué —dijo Honor con solemnidad, y Henke se rio ahogadamente.

—Bien, si mañana mismo vamos a ser invitados a realizar el supremo sacrificio en nombre de la reina y el reino, sería mejor emular a Nimitz y echar un sueñecito. —Comenzó a incorporarse, pero la mano levantada de Honor le detuvo—. ¿Algo más? —preguntó sorprendida.

—A decir verdad… —comenzó Honor, pero entonces su voz se quebró. Bajó los ojos hasta el mantel y movió, nerviosa, un tenedor. Henke se echó hacia atrás en su silla mientras la cara de su comandante adquiría una tonalidad de rojo casi brillante.

—¿Recuerdas cuando necesitaba que me aconsejaran en la isla Saganami? —dijo Honor tras un momento.

—¿Qué clase de consejo? ¿Matemáticas multidimensionales?

—No. —El sonrojo de Honor se ensombreció—. Un consejo personal.

Henke consiguió evitar que se le abrieran mucho los ojos, y asintió solo tras mi breve momento de duda. Honor se encogió de hombros.

—Bueno, necesito algo más. Hay algo… que nunca aprendí, y ahora desearía saberlo.

—¿Qué tipo de cosas? —inquirió Henke con cautela.

—¡De todo! —Honor la sorprendió de nuevo con una pequeña carcajada, y dejó caer el tenedor para palmear las manos contra los muslos. Su cara no había perdido el sonrojo, pero fue como si la carcajada hubiese demolido alguna barrera interna, y sonrió—. Necesito algo de ayuda con el maquillaje, Mike.

—¿Maquillaje? —Comenzó a pronunciar la palabra con sorpresa, pero logró aparcar la incredulidad de su voz justo a tiempo. Y dio gracias por ello cuando vio chispas en los oscuros ojos de Honor.

—Podría haberle preguntado a mi madre, y hubiera estado encantada de enseñarme. Tal vez eso sea parte del problema. Igual hubiera pensado que la «dama de hielo» había acabado por derretirse, ¡y solo Dios sabe qué es lo que hubiera pasado entonces! —Honor se echó a reír—. ¿Te he dicho alguna vez lo que quería darme como regalo de graduación?

—No, creo que no lo hiciste —dijo Henke, y en el interior sintió algo de curiosidad. A pesar de lo íntimo de su relación, siempre había habido un núcleo íntimo (uno que Henke sospechaba que solo Nimitz había conseguido romper), y esta Honor, de ojos brillantes y casi sin resuello, le resultaba extraña.

—Quería pagarme una tarde con uno de los hombres que hacían de «escolta» en Landing. —Honor sacudió la cabeza y rio entre dientes ante la expresión de Henke—. ¿Te lo imaginas? Una enorme e imponente boba, una alférez con pelusa en lugar de pelo, por la ciudad con algún tío bueno. ¡Dios, me hubiera muerto! ¡Piensa lo que habrían dicho los vecinos si hubiese llegado a sus oídos!

Henke comenzó a reírse entre dientes mientras se lo imaginaba, ya que Esfinge era de lejos el más conservador de los planetas del reino. Los cortesanos profesionales eran algo habitual en Mantícora. No se consideraba adecuado buscar sus servicios, pero todo el mundo conocía a «alguien» que lo hacía, no era difícil encontrarlos en Grifo, pero, desde luego, sí que lo era en Esfinge. A pesar de eso, no le pareció nada extraño que Allison Harrington lo hubiera hecho justo así. La madre de Honor era una inmigrante de Beowulf situada en el sistema Sigma Draconis, y las costumbres sexuales típicas de allí habrían puesto los pelos de punta a un nativo de Mantícora, ¡cuánto más a un esfingino!

Las dos mujeres se miraron a la cara, y sus risas se convirtieron en carcajadas mandíbula batiente cuando vieron el regocijo malicioso en la cara de la otra pero entonces la risa de Honor se apagó, y se echó atrás una vez más con un suspiro.

—A veces desearía haberle dejado que lo hiciera —dijo con cierta melancolía—. Estoy segura de que hubiera elegido el mejor para mí, y quizá entonces… —Se le fue la voz y alzó la mano, y Henke asintió. Conocía a Honor desde hacía casi treinta años-T, y en todo ese tiempo nunca había habido un hombre en su vida. Ni siquiera una relación, lo que parecía aun más extraño dada su facilidad para entablar amistad con los oficiales masculinos.

E incluso así, tal vez no fuera tan extraño. Honor no parecía tener ningún problema en considerarse como «uno más de los chicos», aunque resultaba obvio que aún se tenía por la «enorme e imponente boba», el «caballo con cara de pan» de su infancia. Estaba equivocada, por supuesto, pero Henke entendía lo poco que importaba lo correcto o lo incorrecto cuando lo que se valora es la imagen propia. Luego vino Pavel Young, el único hombre de isla Saganami que expresó interés por la señora Harrington, guardiamarina…, y el hombre que había tratado de violarla al no ser correspondido. Honor había mantenido ese episodio para sí misma, pero solo Dios sabía lo que le había afectado a una chica que pensaba que era fea.

Henke sospechaba que había otra razón, una de la que Honor no era consciente, y esa razón era Nimitz. Mike Henke recordaba a la desesperada y solitaria chica que había sido asignada como su compañera de habitación en la isla Saganami, pero esa soledad solo se había extendido al resto de las personas sin importar lo que le ocurriera, Honor siempre tuvo la seguridad —no solo la creencia, sino la constancia— de que una criatura la amaba…, y esa criatura era empática. Henke había conocido a varias personas adoptadas por ramafelinos y todas ellas parecían exigir mucho a las relaciones personales. Exigían confianza. Confianza total y absoluta, y muy pocos seres humanos estaban preparados para hacer lo mismo con cualquiera. Henke siempre lo había sabido. Esa era la razón de que estuviera tan halagada por contar con la amistad de Honor, pero sentía, aunque muy tenuemente, cómo esa necesidad de confianza podía dar al traste con cualquier relación que traspasase los límites de una mera amistad, ya que el compañero ramafelino sabía cuándo confianza de otro —y su habilidad— no eran tan sinceras como aparentaban En cierta medida, el precio que pagaban por los vínculos con sus gatos era cierta frialdad, un distanciamiento del resto de los humanos. En especial con amantes, debido a su capacidad infinita para herirlos.

Lo que hacían algunos de ellos era limitarse a relaciones superficiales, evitar que atravesasen sus defensas, pero Honor no podía. Y lo que era más importante, no lo haría nunca. A pesar de su madre, había demasiado de esfingina en ella…, y demasiada firmeza moral.

—Bueno, el pasado es el pasado —suspiró Honor, y rompió el hilo de los pensamientos de la comandante—. No puedo volver atrás ni arreglarlo, así que me temo que me ha dejado sin algunas de las habilidades sociales de las que los demás hacen gala. —Se tocó el rostro, el lado izquierdo de su cara, advirtió Henke; y sonrió de forma torcida—. Como el maquillaje.

—En realidad no lo necesitas —dijo Henke con cortesía, y era cierto. Nunca había visto a Honor llevar siquiera lápiz de labios, pero eso no restaba nada a su atractivo limpio y de cortes clásicos.

—Señora —Honor disintió con una vehemencia mezclada con algo de vergüenza y alegría a la vez—, ¡esta cara necesita toda la ayuda que pueda conseguir!

—Estás equivocada, pero no discutiré contigo acerca de eso. —Henke inclinó la cabeza y luego sonrió levemente—. ¿Lo que me estás pidiendo es que, hum, repare las deficiencias de tu educación? —Honor asintió y los ojos de Henke brillaron en una burla afectuosa—. ¿O tal vez deba decir, las deficiencias de tu arsenal? —bromeó, y rio entre dientes cuando a Honor se le volvieron a encender las mejillas.

—Lo que sea —dijo con toda la dignidad que pudo reunir.

—Bien… —Henke frunció los labios, pensativa, y luego se encogió de hombros—. Nuestra pigmentación es algo diferente.

—¿Acaso importa eso?

—¡Oh, Dios mío! —se quejó Henke, mientras giraba los ojos hacia el rielo ante la inocencia (y la ignorancia supina) que revelaba la cuestión. Honor miró sorprendida, y Henke sacudió la cabeza.

—Confía en mí, claro que importa. Por otro lado, mamá siempre insistió en que todas sus hijas estuvieran bien instruidas en las cuestiones fundamentales. Creo que conseguiría algo positivo contigo, pero primero tendremos que rapiñar las tiendas de la nave. Nada de lo que uso yo te serviría de mucho. —Compuso mentalmente una lista de todo lo necesario, porque una cosa estaba clara: no había productos cosméticos en el botiquín de Honor.

—¿Cuánto tardarás en conseguir los resultados deseados? —preguntó—. ¿En una semana o así? —Honor sugirió casi sin dudarlo, y Henke, para no desanimarla, trató de no sonreír.

—Creo que podemos lograrlo. Hoy es jueves… ¿Qué tal si quedamos antes de la cena el próximo miércoles y te doy un cursillo básico de «caída de ojos mortal»?

—¿El miércoles? —Honor se volvió a sonrojar. Miró en derredor y estudió la pintura de la reina en la mampara. Henke tuvo que contener la risa, puesto que Honor había estado cenando fuera las noches de los miércoles durante la últimas seis semanas—. El miércoles irá bien —convino tras un momento Henke asintió.

—Hecho. Mientras tanto… —apuntó—, necesito practicar un poco para mañana. ¿Quedamos para discutir sobre la simulación a las cero seis treinta?

—De acuerdo. —Honor sonó aliviada tras volver a temas profesionales pero contempló de nuevo el retrato de la reina Elizabeth y sonrió—, gracias, Mike. Muchas gracias.

—¡Eh! ¿Para qué están los amigos? —Henke se echó a reír, luego lo enderezó y chasqueó los dedos cuando le vino a la cabeza una última cosa—. Y a propósito: buenas noches, señora.

—Buenas noches, Mike —dijo Honor, y su sonrisa acompañó a la comandante hasta la escotilla.

* * *

—… Y creo que eso es todo, damas y caballeros —dijo sir Yancey Parks—. Gracias y buenas noches.

Los comandantes del escuadrón reunido se levantaron tras su despedida y partieron con asentimientos corteses. Todos salvo uno de ellos, y las cejas de Parks se elevaron cuando el contralmirante Mark Sarnow siguió sentado.

—¿Ocurre algo, almirante? —preguntó.

—Sí, señor, me temo que sí —dijo Sarnow con calma—. Me preguntaba si tendría tiempo para hablar conmigo. —Sus ojos giraron hacia el comodoro Capra y el capitán Hurston, para luego volver a Parks—. En privado, señor.

Parks inhaló y advirtió la sorpresa de Capra y Hurston. El tono de Sarnow sonaba respetuoso y tranquilo aunque firme, y sus ojos verdes eran inexpresivos. Capra comenzó a decir algo, pero el almirante levantó una mano y lo detuvo.

—¿Vincent? ¿Mark? ¿Nos excusan un momento? Me uniré a ustedes en mi cuarto de derrota para terminar de reexaminar esos cambios en el despliegue, una vez que el almirante Sarnow y yo hayamos terminado.

—Por supuesto, señor. —Capra se levantó. Indicó con los ojos al oficial de operaciones que lo acompañara, y después ambos salieron. La escotilla se cerró tras ellos, Parks se retrepó en la silla y alzó la mano, con la palma hacia arriba a modo de invitación, hacia Sarnow.

—¿De qué deseaba hablar conmigo, almirante?

—De la capitana Harrington, señor —replicó Sarnow, y los ojos de Park se estrecharon.

—¿Qué pasa con la capitana Harrington? ¿Algún problema?

—No con ella, señor. Estoy encantado con ella. De hecho, esa es la razón por la que quería hablar con usted.

—¡Oh…!

—Sí, señor. —Sarnow cruzó la mirada con la de su oficial al mando, con un cierto desafío—. ¿Le puedo preguntar, señor, por qué la capitana Harrington es la única capitana de rango superior que nunca ha sido invitada a una conferencia a bordo del Grifo?

Parks se echó aún más atrás, con rostro inexpresivo, mientras sus dedos tamborileaban sobre el brazo de la silla.

—La capitana Harrington —dijo tras un momento— está muy ocupada con la reparación de su nave y aprendiendo sus responsabilidades como capitán de buque insignia, almirante. No veo razón alguna para apartarla de esas responsabilidades y abrumarla con conferencias rutinarias.

—Con el debido respeto, sir Yancey, no creo que eso sea cierto —dijo Sarnow, y Parks se sonrojó.

—¿Está llamándome mentiroso, almirante Sarnow? —preguntó muy despacio. El hombre más joven sacudió la cabeza, pero sus ojos no parpadearon.

—No, señor. Tal vez debería haber dicho que no creo que su apretado horario sea la única razón por la que la haya excluido de las reuniones.

El aire silbó entre los dientes de Parks mientras respiraba, y sus ojos le dedicaron una mirada tan fría como su voz.

—Incluso si asumimos que sea cierto, no entiendo por qué mi relación con la capitana Harrington lo preocupa, almirante.

—Es la capitana de mi buque insignia, señor, y una muy buena, maldita sea —replicó Sarnow en tono igualmente neutro—. En las últimas once semanas no solo se ha ocupado de los deberes de su escuadrón de forma totalmente satisfactoria, sino que lo ha hecho mientras supervisaba las reparaciones de su nave. Ha demostrado una impresionante habilidad para las evoluciones tácticas, ganado el respeto del resto de mis capitanes y cargado sobre sus propios hombros con una considerable porción de los dolores de cabeza de la capitana Corell, Más que eso, es una oficial excepcional, con unos registros y experiencia que cualquier capitán estaría orgulloso de poseer y que pocos pueden igualar, pero su exclusión deliberada de las reuniones solo puede ser entendido como una indicación de que carece de su confianza.

—Nunca he dicho, ni siquiera insinuado, que no confió en la capitana Harrington —afirmó Parks con frialdad.

—Tal vez nunca lo haya dicho, señor, pero lo ha dejado claro, intencionadamente o no —la silla de Parks volvió a su posición vertical con un chasquido, y su rostro se endureció. Estaba furioso, aunque había algo más que furia en sus ojos cuando se inclinó hacia Sarnow.

—Déjeme aclararle una cosa, almirante. No toleraré insubordinaciones. ¿Entendido?

—No es mi intención insubordinarme, sir Yancey. —La voz de Sarnow, por norma general melodiosa, sonó casi dolorosamente neutra pero no vaciló—. Como comandante de un escuadrón de cruceros de batalla asignado a su mando, sin embargo, es mi deber apoyar a mis oficiales. Y si creo que uno de ellos está siendo tratado de manera injusta o inmerecida es mi responsabilidad buscar una explicación de las razones de tal tratamiento.

—Comprendo. —Parks recuperó su antigua posición en la silla y se esforzó por serenarse—. En ese caso, almirante, seré franco. No me alegré cuando la capitana Harrington fue asignada a este destacamento. Tengo menos fe en su juicio, como ve.

—No, señor, de nuevo con el debido respeto. No entiendo cómo podría formarse una opinión de su juicio sin haberla conocido.

La mano derecha de Parks agarró con fuerza la mesa de reuniones, y sus ojos se tornaron amenazadores.

—Sus registros demuestran que es una loca impulsiva —dijo de forma distante—. Se enfrentó con Klaus Hauptman, y no hace falta que le diga lo poderoso que es el cártel Hauptman, o cuán intensa ha sido la relación de Hauptman con la Flota desde hace años. Dada la tensión con la República Popular de Haven, enemistarlo, algo más que enemistarlo, debería decir, con la Armada de su majestad fue una estupidez. Después está su insubordinación bajo el mando del almirante Hemphill cuando fue destinada al departamento de Desarrollo Armamentístico tras Basilisco. Ella dijo lo que había que decir, se lo aseguro, pero debería haberlo hecho en privado y, al menos, con un mínimo de respeto militar. ¡Lo cierto es que demostró un error de juicio al usar un servicio vital a bordo para poner públicamente en entredicho a un oficial de grado superior al servicio de la reina!

»No contenta con eso, asaltó a un enviado diplomático del Gobierno de su majestad en Yeltsin, y después dio un ultimátum a un jefe de Estado aliado. ¡Y aunque no se le imputó cargo alguno, todo el mundo sabe que tuvo que ser detenida para evitar que asesinara a un PDG[17] cuando estaba bajo su custodia tras la batalla de Pájaro Negro! A pesar de lo espléndido de su registro de combate, esa conducta indica un claro patrón de inestabilidad. Esa mujer es una bomba a punto de explotar, almirante, ¡y no la quiero bajo mi mando!

Parks aflojó las manos y se echó atrás, mientras respiraba pesadamente, pero Sarnow no pensaba ceder.

—No estoy de acuerdo, señor —dijo con suavidad—. Klaus Hauptman fue hasta Basilisco para intimidarla y obligarla a abandonar sus deberes como oficial de la reina. Se negó, y sus acciones posteriores, por las que recibió la segunda condecoración más alta al valor, son las únicas razones por las que Basilisco no pertenece en la actualidad a la República Popular. En cuanto a su presencia ante el CDA[18], se dirigió allí solo para resolver las cuestiones por las que el departamento la había invitado, y lo hizo de forma racional y respetuosa. Si las conclusiones del departamento avergonzaron a su presidenta, no fue su culpa.

»En Yeltsin —continuó Sarnow con una voz calmada que no engañaba a ninguno de los hombres— se encontró, como oficial de grado superior al servicio de su majestad, en una posición comprometida. Nadie la podría haber culpado por obedecer las órdenes ilegales del señor Houseman y abandonar Grayson a los masadianos… y a Haven. Pero en lugar de eso, decidió luchar a pesar de todos los inconvenientes. No excuso su ataque sobre él, pero lo cierto es que lo comprendo. Y en cuanto a los «prisioneros de guerra» que presuntamente intentó asesinar, le recuerdo que el PDG en cuestión era el oficial al mando de la base Pájaro Negro, quien no solo permitió, sino que ordenó, el asesinato masivo y la violación de prisioneros manticorianos. Dadas las circunstancias, yo hubiera disparado a ese bastardo…, a diferencia de la capitana Harrington, que permitió que sus aliados la disuadieran de ello, y así pudiera ser procesado legalmente y condenado a muerte. Lo que es más, el juicio del Gobierno de su majestad por sus acciones en Yeltsin será un mero trámite. ¿Y le puedo recordar que la capitana Harrington, además de ser ordenada dama y nombrada condesa, ha sido la única persona no nativa de Grayson que ha recibido la Estrella de Grayson por su heroísmo?

—¡Condesa! —bufó Parks—. ¡Eso no fue más que un gesto político para complacer a los graysonitas! ¡Para dar así valor a todas esas condecoraciones que habían apilado sobre ella!

—Con todo el respeto, señor, fue más que un gesto político, aunque no niego que también tuvo como objetivo complacer a los graysonitas. Sin embargo, si se le hubiese concedido el título correspondiente aun gobernador de Grayson, o en proporción con el tamaño de sus propiedades en Grayson o sus rentas, no habría sido nombrada condesa. Sería la duquesa Harrington.

Parks lo miró sin decir palabra, pues Sarnow estaba en lo cierto y lo sabía. El joven almirante aguardó un momento, y luego prosiguió.

»Por último, señor, no hay prueba alguna que diga que alguna vez haya actuado con falta de profesionalidad o de cortesía ante cualquier individuo, siempre y cuando no hubiera mediado provocación previa e irreparable. Ni tampoco que no cumpliera con sus deberes a rajatabla.

»Y en cuanto a sus reticencias a tenerla bajo su mando, solo puedo decir que yo estoy encantado de que esté bajo el mío. Y si continúa como mi capitán de mi nave insignia, entonces su posición y su expediente requieren que sea tratada con el respeto que merece.

El silencio se extendió como una balsa de aceite entre ambos, y Parks sintió como la ira le devoraba las entrañas lentamente, como si de lava se tratase, cuando reconoció el ultimátum en los ojos de Sarnow. La única forma de librarse de Harrington era librarse primero de Sarnow, y no podía. Lo sabía desde el principio, toda vez que el Almirantazgo había decidido destinarlos juntos… y destinar a Harrington al Nike. Aún peor, Sarnow era capaz de firmar una propuesta formal si seguía marginando a Harrington, y excepto por evidente incapacidad o imposibilidad para refrenar su temperamento, no tenía justificación alguna para hacerlo, en especial cuando Sarnow estaba tan predispuesto a escribir un informe tan positivo sobre ella a cualquier corte de investigación.

Le encantaría echarse al cuello del contralmirante, relevarlo por su insubordinación y empaquetarlos a ambos, pero no podía. Y en su interior sabía que en parte se debía a su propio temperamento, a su propia rabia y frustración por tener que soportar a Harrington, sino por haberse colocado en una posición en la que había permitido que aquel joven arrogante le diese lecciones sobre corrección militar. ¡Y estaba en lo cierto, maldita sea!

—De acuerdo, almirante Sarnow —concedió tras incontables minutos de silencio fulminante—, ¿qué es lo que quiere que haga?

—Lo que le pido, señor, es que conceda a la capitana Harrington el mismo respeto y oportunidades de participar en las operaciones del destacamento que concede al resto de los capitanes bajo su mando.

—Comprendo. —Parks destensó los músculos y dedicó al contralmirante un gesto de profundo desagrado, luego respiró profundamente—. Muy bien almirante. Le daré a la capitana Harrington la oportunidad de demostrarme lo equivocado que estaba con ella. Y por el bien de ambos, espero que lo consiga.