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El almirante de los verdes, sir Thomas Caparelli, primer lord del Espacio de la Real Almirantazgo Manticoriano, era un hombre de complexión fornida, un torso propio de un levantador de pesas sobre unas piernas de corredor. Aunque había engordado un poco, el atleta cuyo estilo bronco y tosco había vapuleado al equipo de fútbol de Hamish Alexander en el barro del campo Hopewell (en multitud de ocasiones) aún era reconocible. A pesar de todo, su cara se mostraba tensa (la arrogancia desenfadada que lo había caracterizado como capitán y oficial de rango superior había desaparecido) porque el primer lord del Espacio era un hombre preocupado.

Él y sus compañeros oficiales se levantaron cuando Alien Summervale, duque de Cromarty, líder del Partido Centrista y primer ministro de su majestad, la reina Elizabeth III, entró en la sala de conferencias. El primer ministro era alto y delgado, como todos los Summervale, y, aunque largo, su cabello era del color de la plata y su agraciado rostro estaba cubierto de arrugas. Cromarty había pasado unos cincuenta años-T en la política. Había dirigido el Gobierno de Mantícora quince de los últimos veintidós años, y cada uno de esos años le había pasado factura.

El primer ministro hizo un gesto a sus subordinados uniformados para que ocuparan sus asientos de nuevo, y la mandíbula de Caparelli se tensó cuando vio quién venía tras Cromarty. Lady Francine Maurier, la baronesa Morncreek, tenía todo el derecho para estar allí, como primera lady del Almirantazgo civil, El otro era el canciller del Tesoro Público, lord William Alexander, el segundo del Gobierno. Pero el hermano mayor de Alexander no pintaba nada allí (desde un punto de vista oficial, al menos), y el primer lord del Espacio trató de no echar chispas por los ojos cuando el conde Haven Albo se acomodó en una de las sillas.

—Antes de empezar, sir Thomas, me gustaría mencionar que el conde Haven Albo está aquí a petición mía, y no por decisión propia. —La voz de barítono de Cromarty, expresiva y suave, había constituido siempre una potente arma política, y su educado anuncio atrajo la mirada de Caparelli hacia.

—Como saben, acaba de completar una inspección del estado de nuestras estaciones fronterizas para el almirante Webster. Dadas las circunstancias, creo que este dato puede ser de ayuda.

—Por supuesto, su gracia. —Caparelli sabía que su voz había sonado igual que un refunfuño. No es que le disgustara el conde, se dijo. Más bien, deportes aparte, Alexander (o Haven Albo, como se llamaba ahora) siempre había poseído la habilidad de hacerle sentir que competían como en clase, y los títulos heredados por el conde merced a su padre, junto con el prestigio de la conquista del sistema Endicott, no hacían más que empeorarlo.

—Gracias por su comprensión. —La sonrisa de Cromarty fue tan cálida que Caparelli comprobó cómo gran parte de su resentimiento se había desvanecido—. Y ahora, sir Thomas, ¿puedo oír sus conclusiones?

—Sí, señor. —Caparelli le hizo un gesto a la segunda lady del Espacio, Patricia Givens, líder del departamento de Planificación, bajo cuyo control se hallaba la Oficina de Inteligencia Naval—. Con su permiso, su gracia, la almirante Givens nos informará acerca de los puntos relevantes.

—Por supuesto. —Cromarty asintió y tornó su atención hacia la almirante Givens, que se levantaba y activaba la holopared tras ella, donde apareció un enorme mapa estelar de la frontera entre la Alianza Manticoriana y la República Popular de Haven. Dio la espalda a la pantalla y encaró a la gente sentada alrededor de la mesa, para luego extraer un puntero láser de su bolsillo.

—Su gracia, lady Morncreek, lord Alexander —asintió de modo cortés a cada uno de los civiles y sonrió brevemente a Haven Albo, pero no se dirigió a él por su nombre. Eran viejos amigos y colegas, pero Patricia Givens hacía gala de un fuerte sentido de la formalidad. Ahora formaba parte del equipo de Caparelli, y, a pesar de la explicación del primer ministro, aquel día el conde no era más que un intruso.

—Como ya saben, hemos recibido informes que hablan de incidentes por toda la frontera. —Presionó el mando a distancia incluido en su puntero láser y un estallido de luz rojo sangre (un línea de rubíes irregular y peligrosa que componía un arco alrededor de Mantícora, en forma de semicírculo) brilló en la pantalla tras de sí.

»El primer incidente del que se tiene constancia —continuó Givens, girándose y utilizando su puntero láser para señalar una estrella roja— fue la destrucción del convoy Mike-Golf-Diecinueve, aquí en Yeltsin. Sin embargo, no fue el primero en ocurrir. Supimos de él en primer lugar porque el tiempo de tránsito entre Yeltsin y Mantícora es más corto que el resto. La primera incursión conocida en el territorio de la Alianza ocurrió en realidad aquí…, en Candor. Hace diecinueve días, un escuadrón de cruceros ligeros, identificado de manera positiva por nuestros sensores como havenita aunque rehusó responder a nuestras consultas, violó el límite territorial del sistema Candor. Nuestras fuerzas móviles de la zona fueron incapaces de generar un vector de intercepción y los repos cruzaron el sistema exterior, entrando en el alcance de misiles de uno de nuestros centros de comunicación del perímetro, sin disparar ni una vez; luego partió, sin más.

Se aclaró la garganta y movió de nuevo el puntero, primero hacia el norte y luego de vuelta al suroeste de Yeltsin.

—Se siguió el mismo patrón aquí, en la estación Klein, y de nuevo aquí, en el sistema Zuckerman. —El puntero tocó cada estrella al ser nombrada—. Las únicas diferencias reseñables entre ambas incursiones fueron: que la fuerza empleada en Zuckerman era mayor que las demás, y que destruyó plataformas de sensores remotas por valor de noventa millones de dólares. Después de lo cual, al igual que el resto, se retiró sin decir una palabra.

»También han tenido lugar incidentes más serios, con el mismo patrón de ataque que al Mike-Golf-Diecinueve —continuó entre el denso silencio—, pero en estos casos no podemos asegurar, de forma taxativa, que los repos sean los responsables. En el caso de Yeltsin, por ejemplo, el crucero graysonita Alvarez recibió datos sobre los invasores. Lo hicieron bien, si tenemos en cuenta el limitado tiempo de rastreo del Alvarez. Nuestros analistas los han estudiado con atención.

Se detuvo y encogió brevemente los hombros, a modo de disculpa.

—Desafortunadamente, no tenemos nada desde el punto de vista legal. Las signaturas de las cuñas de impulsión eran de un crucero ligero y dos destructores, y los patrones gravitacionales de su impulsor cuadraban con los de las unidades havenitas, pero sus otras emisiones no equivalían a las de la Armada popular. Según creo yo, y una gran mayoría de los analistas de la OIN, es que eran, de hecho, repos que habían disfrazado sus signaturas, pero no hay forma de demostrarlo, y los repos han «vendido» suficientes naves a diversos «aliados» como para no poder concretar los sospechosos potenciales.

Givens se volvió a detener. Sus ojos de color almendra adquirieron una expresión pétrea y luego inclinó la cabeza.

»Lo mismo sucede en los incidentes de Ramón, Clearaway y Quentin. En cada uno de estos casos, nosotros (o nuestros aliados) hemos perdido naves y vidas a causa de los «invasores» sin conseguir acercarnos lo suficiente como para identificar al grupo responsable. El momento en el que se llevaron a cabo las incursiones, junto con el trabajo de investigación que han tenido que realizar para planearlas y ejecutarlas de manera tan sutil sin que podamos interceptarlos, sugiere la intervención de los havenitas, pero de nuevo, no podemos probarlo. Tampoco somos capaces de demostrar que las recientes y graves pérdidas sufridas por el puesto avanzado del Califato de Zanzíbar y las naves de patrulla no son obra del FLZ. Por este motivo, no podemos probar tampoco que exista alguna conexión entre todos estos episodios…; excepto, por supuesto, que tenemos confirmación de la implicación havenita en Candor, la estación Klein y Zuckerman.

»De una u otra forma, su gracia —dijo, mirando en dirección a Cromarty— es opinión de la OIN que nos hallamos ante un conjunto de provocaciones orquestadas y deliberadamente diseñadas. Se realizaron casi al mismo tiempo y abarcando un terreno considerable, de modo que no podemos considerarlas una simple menudencia. Además, las diferencias existentes entre las mismas tienen un punto en común: cada una ha causado daño o amenazado a un sistema estelar que ha sido el escenario de al menos una confrontación entré el reino y la República Popular en los últimos cuatro o cinco años. Si damos por supuesto que la misma gente los planeó y ejecutó, y creo que así debemos hacerlo, entonces el único sospechoso posible es la República Popular de Haven. Solo los repos tienen recursos suficientes para conseguir algo parecido a esto, y un motivo para provocarnos de esta manera.

La almirante, de pelo color castaño, apagó su puntero de luz y volvió a su asiento mientras la holopared brillaba tras ella. Cromarty la estudió con ojos apagados y el silencio se prolongó durante unos pocos segundos, antes de que el primer ministro se tirara del lóbulo de la oreja y suspirara.

—Gracias, almirante Givens. —Inclinó la cabeza ante Caparelli—. ¿Como de seria es la amenaza que encierran estos incidentes, almirante?

—No demasiado, su gracia. Las pérdidas de vidas son algo que lamentar, pero nuestras bajas podrían haber sido mayores, y nuestra posición estratégica sigue siendo la misma. Por otro lado, ninguna de las fuerzas avistadas ha sido lo suficientemente poderosa como para constituir una amenaza seria. Lo cierto es que podían haber destruido Zuckerman si lo hubieran decidido, pero sería costoso incluso para la mayor fuerza con la que contaban.

—¿Entonces qué es lo que pretenden? —inquirió la baronesa Morncreek—. ¿Qué sentido tiene todo esto?

—Nos están presionando, señora —dijo Caparelli sin andarse con rodeos—. Han puesto la pelota en nuestro tejado.

—Entonces están jugando con fuego —observó William Alexander.

—Exacto, lord Alexander —dijo Givens—. Ambos bandos hemos adoptado las que sabemos han de ser nuestras posiciones previas al inicio del conflicto. Hemos desarrollado mentalidades de búnker a ambos lados de la línea, y dada la tensión y la sospecha que ha provocado esa actitud, «jugar con fuego» es, exactamente, lo que están haciendo.

—Pero ¿por qué? —preguntó Cromarty—. ¿Qué es lo que ganan con ello?

—¿Almirante Givens? —invitó Caparelli, y Givens suspiró.

—Me temo, su gracia, que sus actividades actuales indican que las afirmaciones de la OIN acerca de las intenciones de los líderes políticos repos son erróneas. Mis analistas, y yo misma, opinábamos que tenían demasiados problemas internos como para buscarlos en el exterior. Estábamos equivocados, y el comandante Hale, nuestro cónsul en Haven, estaba en lo cierto. Buscan una confrontación, y lo más seguro es que lo hagan con la intención de distraer la atención de los pensionistas acerca de las preocupaciones internas y concentrarla en el enemigo externo.

—Entonces, ¿por qué ocultar la naturaleza de la mayoría de los incidentes? —preguntó Alexander.

—Podría ser una especie de doble juego, señor. Sabemos que son ellos, pero si nos exigen que lo probemos, no podremos hacerlo. Quieren que los acusemos de ser responsables mientras ellos sostienen su inocencia, y así dar uso a su propaganda. De esa manera consiguen justo lo que se proponían: surge un incidente, y al mismo tiempo nosotros pareceremos los iniciadores del mismo.

—¿Cree que eso es todo? —preguntó Cromarty.

—No tenemos muchas más pruebas para estar seguros, señor —dijo Givens sin andarse por las ramas—. Lo único que podemos hacer es suponer, y la suposición sobre las intenciones de un enemigo es una excelente forma de zambullirse en una confrontación de la que nos costará mucho salir a ambos bandos.

—Entonces, ¿qué nos recomienda que hagamos, almirante Caparelli?

—Tenemos tres opciones principales, su gracia. —Caparelli cuadró los hombros y miró a los ojos al primer ministro—. La primera es no caer en su juego…, sea cual sea. Dado que han derribado nuestra nave mercantil y dos de nuestras naves de guerra, más el daño causado a nuestros aliados, no creo que haya otra posibilidad que no sea la de incrementar la protección de los convoys y de las patrullas. Esa debería ser nuestra única reacción. Si quieren un conflicto nadie lo podrá evitar, pero sí podemos obligarlos a que lo hagan de forma abierta. Aunque si tomamos esta decisión, perderemos la iniciativa. Si están dispuestos a entrar en guerra, nuestras fuerzas fronterizas serán muy pocas para detenerlos, y nos castigarán con dureza donde sea que comiencen las hostilidades.

»La segunda opción es darles el incidente que buscan, acusándolos formalmente de ser ellos los responsables y advirtiéndoles de que se tendrá en cuenta para cualquier futura agresión. Si seguimos este curso, entonces mi personal y yo reforzaremos las fuerzas de protección de nuestras bases y aliados más importantes o expuestos. Tal redistribución de tropas remarca el hecho de que vamos en serio y, al mismo tiempo, constituye un ajuste prudente de nuestra posición para protegernos contra futuras violaciones territoriales.

»En tercer lugar, no hacer nada salvo reforzar nuestras posiciones. Eso les dejaría a ellos la iniciativa. Aún tienen su confrontación, pero estaremos en posición para darles duro cuando ataquen. Además, por supuesto, esto servirá para proteger a nuestros súbditos y aliados, y cualquier incidente que tenga lugar ocurrirá en espacio de la Alianza, así que será complicado que puedan reclamar que fuimos nosotros quienes les atacamos.

—Ya veo. —Cromarty volvió a mirar a la holopared durante un largo momento—. ¿Y cuál es la mejor opción en su opinión, almirante? —preguntó finalmente.

—La tercera, su gracia. —Caparelli no dudó—. Como ya he dicho, no podemos evitar que nos ataquen si es lo que quieren, pero no veo razón alguna para ayudarlos. Si reforzamos lo suficiente nuestras fronteras tendrán que reunir fuerzas de envergadura, y es posible que esto desemboque en una guerra a gran escala si deciden continuar con sus planes. Quizá esto sirva para que se echen atrás, si lo único que desean es alejar la atención de los pensionistas acerca de los problemas internos. Incluso si no surte efecto, daremos a nuestros comandantes emplazados en la zona la fuerza necesaria para defenderse en caso de que opten por dar el paso final.

—Comprendo —replicó el primer ministro, y luego recorrió con la vista la mesa de conferencias, hasta el almirante Haven Albo. El conde no había dicho nada aún, y sus ojos azules estudiaron a cada ponente durante su intervención, parecía no mostrar disposición alguna para hablar, y Cromarty sabía de sobra la desagradable situación en que lo había colocado. Pero no lo había traído para que se mantuviera en silencio, así que se aclaró la garganta.

—¿Qué es lo que piensa de todo esto, conde Haven Albo?

Los ojos de Caparelli relumbraron y tensó los nudillos de la mano bajo la mesa, aunque no dijo nada. Se giró para encarar a Haven Albo.

—Creo —dijo despacio el conde— que antes de inclinarme por ninguna deberíamos preguntarnos a nosotros mismos por qué la República Popular de Haven ha llevado a cabo este patrón de provocaciones en particular.

—¿Qué quiere decir? —interrumpió Cromarty.

—Quiero decir que hubieran conseguido el mismo grado de tensión sin esparcir sus fuerzas por toda la frontera —replicó Haven Albo con la misma voz calmada—. Nos han atacado, o aguijoneado, como poco, desde Minorca a Grindelsbane; pero aparte de Yeltsin, no han ido a por las estaciones principales como Hancock, Reevesport o Talbor. Cualquiera de estas es más importante que lugares como Zuckermán o Quentin, y a pesar de esto se han mantenido alejados de ellas, de nuevo con la excepción de Yeltsin, aunque saben con seguridad que nos preocuparíamos mucho más si estos emplazamiento fuesen amenazados. ¿Por qué?

—Porque son nuestras posiciones principales. —La voz de Caparelli sonó algo brusca, pero se obligó a recuperar la normalidad—. Nuestras fuerzas móviles son mucho más fuertes en estos sistemas. Esa es la razón por la que entraron y salieron tan rápido de Yeltsin. Sabían que si nos tocaban las narices demasiado, como han hecho en Zuckerman o Candor, los hubiéramos reducido a cenizas.

—Por supuesto —asintió Haven Albo—. Pero ¿y si lo hicieron por otra razón? Un propósito específico, no solo para minimizar el riesgo.

—¿Un gambito? ¿Algo que quieren que hagamos en respuesta? —murmuró Givens, con expresión pensativa mientras giraba la silla para contemplar la holopared. Haven Albo asintió de nuevo.

—Exacto. Como dice el almirante Caparelli, no nos han dejado otra opción que reforzar la frontera. Cierto que han de saber que esto incrementa el riesgo de cualquier futuro incidente…, pero también que estos refuerzos deben venir de algún lado.

Caparelli gruñó disgustado, con los ojos pegados en la pantalla, y sintió una quemazón interna cuando se dio cuenta de que Haven Albo había puntuado… otra vez.

—Está sugiriendo que tratan de hacer que nos dispersemos desde el punto de vista estratégico —dijo de manera categórica.

—Estoy diciendo que tal vez sea lo que pretenden. Saben que no reduciremos las fuerzas de nuestros centros neurálgicos. Eso quiere decir que cualquier refuerzo de importancia tiene que provenir de la flota territorial, y sea lo que sea que enviemos, digamos, desde Grendelsbane o Minorca, se hallará demasiado lejos para apoyar a Mantícora. Si alguien da el primer paso, les llevará casi tanto tiempo volver al sistema natal como a un grupo de repos hacer el mismo viaje…, y ni siquiera comenzarían a moverse hasta que les enviáramos un correo con órdenes de regresar.

—Almirante Givens. —Cromarty rompió el silencio— ¿hay algún informe de los servicios de Inteligencia que apoye la posibilidad que han sugerido Haven Albo y sir Thomas?

—No, su gracia. Pero me temo que tampoco hay ningún motivo para rechazarla. Tal vez exista alguna que otra pista enterrada entre la masa de datos con que contamos, y dé por hecho que trataré de encontrarlos si están ahí pero, si los repos están dispuestos a atacar, ninguna de nuestras fuentes en la República Popular de Haven nos ha puesto sobre aviso. Eso no quiere decir que lo vayan a hacer, su Gobierno tiene una considerable experiencia en temas de seguridad y comprende la ventaja de la sorpresa después de medio siglo de conquistas, pero no hay forma de leer su mente y saber lo que piensan.

La segunda lady del Espacio estudió el mapa durante un momento, y luego giró sobre sí para mirar al primer ministro.

—Habiendo dicho esto, sin embargo, no creo que sea una posibilidad que nos podamos permitir ignorar, señor —dijo despacio—. El primer principio del analista militar es imaginar de qué forma tu enemigo puede hacerte más daño con las opciones que están a su alcance, y luego trazar un plan para detenerlo, no confiar en que no lo intente.

—¿Qué significa eso en términos de despliegue? —preguntó la baronesa Morncreek.

—No estoy seguro, señora —admitió Caparelli. Miró a Haven Albo de forma inexpresiva—. No creo que necesite mucha discusión: sea lo que sea que tramen, al menos se necesita una mínima redistribución de nuestras fuerzas para así reforzar la frontera —concluyó con voz neutra, y sus hombros se relajaron durante un momento cuando Haven Albo asintió con la cabeza de forma inequívoca.

»Incluso aunque no deseen más que una breve confrontación —continuó el primer lord del Espacio, de modo menos artificioso— no tenemos otra elección que incrementar las fuerzas que podrían responder a su ataque. Al mismo tiempo, cualquier dispersión de nuestro frente constituiría un riesgo inaceptable. —Se detuvo y pellizcó su mejilla derecha durante un par de segundos. Luego se encogió de hombros.

»Me gustaría hacer algunos análisis cuidadosos antes de formular mis recomendaciones finales, su gracia —le dijo al primer ministro—. A pesar de nuestro desarrollo, no podemos descuidarnos. Su frente tiene una ventaja de casi el cincuenta por ciento en cuanto a naves, que se ve incrementada desde el punto de vista del tonelaje, pues nuestra flota tiene un porcentaje mucho mayor de acorazados.

»La mayoría de nuestras naves es mayor y más poderosa que las suyas, al menos en teoría, pero la ventaja que les otorgan sus superacorazados implica no solo que tenemos menos efectivos, sino que las naves de nuestra muralla son más pequeñas en la media. Lo que quiere decir que cada escuadrón que retiremos de la flota territorial, nos debilitará más a nosotros que a ellos, tanto en términos absolutos como relativos.

Sacudió la cabeza, a la vez que encorvaba los hombros mientras hacía cálculos; luego suspiró.

»Con su permiso, su gracia. Me gustaría pedirle al almirante Haven Albo que se una a mí y a la almirante Givens en el centro del Almirantazgo. —Hizo la petición de tal forma que dejara traslucir solo una fracción de su resentimiento, mientras su mente luchaba con el problema—. Nosotros tres estudiaremos a conciencia la cuestión, y trataré de tener una recomendación mañana temprano.

—Eso sería estupendo, sir Thomas —contestó Cromarty.

—Mientras tanto —apuntó Haven Albo con voz tranquila—, creo que se una buena idea enviar una advertencia acerca de la posibilidad del inicio de un conflicto, y las razones del mismo, a todos nuestros comandantes.

La tensión se volvió a extender por toda la habitación como respuesta ante tal sugerencia, pero Caparelli asintió con otro suspiro.

—No veo otra salida —convino—. No me gusta incrementar la tensión existente. Es más posible que un oficial nervioso cometa un error del que todos tengamos que arrepentimos, pero merecen nuestra confianza… y la advertencia. El retraso en la comunicación significa que hemos de confiar en que actúen por propia iniciativa, y no pueden hacerlo de forma inteligente sin información, información tan completa como podamos ofrecerles. Les indicaré que han de estar alerta sobre posibles provocaciones, y que hagan lo que esté a su alcance para que cualquier confrontación no pase a mayores, siempre dentro de lo posible. Pero tenemos que advertirles.

—De acuerdo…, y que Dios esté con nosotros —dijo el primer ministro casi en un hilo de voz.