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Honor Harrington flotaba sobre su espalda, con un dedo del pie enganchado en un escalón de la escalerilla de la piscina para evitar alejarse, y conseguir así sumirse en una completa relajación.

Las últimas cinco semanas habían sido frenéticas. Nunca había servido como capitán de buque insignia con anterioridad, pero sí había dirigido un escuadrón, y pensaba que sabía lo que se iba a encontrar.

Pero se equivocaba. Por supuesto que su «escuadrón» había sido construido más o menos «ad hoc» por el Almirantazgo para una única operación, mientras que el Quinto Escuadrón de Cruceros de Batalla era una formación permanente. También empequeñecía cualquiera de las otras fuerzas que había comandado, y el empeño del almirante Sarnow por corregir sus defectos también influía en su cansancio.

El hecho es que tener que adaptarse a su nuevo papel no había facilitado las cosas, y al principio había sido reacia a entrometerse en la labor de la capitana Corell. La relación entre cualquier jefe del Estado Mayor y el capitán del buque insignia era vital, pero la Real Armada Manticoriana trazaba una clara distinción entre las responsabilidades del personal de apoyo y las de los soldados. El trabajo de Corell era planear, organizar y aconsejar —incluso tomar decisiones políticas en ausencia de Sarnow—, pero el de Honor, como capitán de buque insignia, consistía en servir como el delegado táctica y ejecutivo del almirante.

También dependía de ella elegir qué decisiones debía tomar y cuáles pasar al almirante y su personal, y en cierta forma, casi se alegraba de que el Nike estuviera en el astillero. Cuando las unidades operativas del escuadrón no estaban enzarzadas en maniobras, pasaban cuatro horas al día, como mínimo, conectadas mediante sus ordenadores y llevando a cabo practicas virtuales. Honor comprendía que era lo mejor. Sin embargo, le habría gustado tener la oportunidad de descubrir con exactitud lo que Sarnow esperaba de ella, puesto que sabía que vigilaba cada movimiento aunque sin la tensión añadida de dirigir siete cruceros de batalla (ahora que el Desafíante se había unido a ellos).

Por otro lado, estaba muy contenta con su nueva posición. Aparte de Houseman, no había tenido problemas con ninguno de los subordinados del almirante, a pesar de la ocasional necesidad de actuar como su mujer de confianza cuando el caos reinaba. Y el propio Sarnow era un compañero excepcional. Servir bajo su mando podría llegar a ser extenuante, porque se asemejaba a una planta de fusión —repleto de energía y bullendo siempre con nuevas ideas— y esperaba que sus oficiales estuvieran a su altura. Algunos de sus capitanes encontraban esto irritante, al menos al principio, pero no era el caso de Honor, que valoraba a los oficiales de grado superior en función de los altos estándares que Raoul Courvosier había inculcado en ella.

Mark Sarnow cumplía con ellos. Era uno de los mejores estrategas que jamás había conocido, y se había relacionado con no pocos. Muchos de ellos nunca habían aprendido la que tal vez era la lección más dura de asimilar: cuándo quitarse de en medio.

Honor ya había comprobado lo que podía ocurrir cuando un almirante no tenía clara esta lección. La NSM Mantícora había sido el buque insignia de la Flota natal cuando estuvo a bordo, y su capitán, uno de los mejores con los que Honor había servido, se había visto obligado a solicitar el traslado de la prestigiosa base por culpa de un almirante que insistía en controlar cada detalle, hasta el punto de relegarlo a poco más que un pasajero en su propia nave. Pero una vez que Mark Sarnow daba una orden, dejaba que Honor fuera quien la ejecutara. Solo habían trabajado juntos en los sims, pero ya había dejado claro cuál era su estilo, y confiaba en que fuera ella la compañera que lo liberara de consideraciones tácticas futuras al llevar a cabo las órdenes junto a los demás capitanes.

También era un administrador nato, siempre informado a la perfección y aun así capaz de delegar con una facilidad y confianza que Honor solo podía envidiar. Había aprendido más sobre el mando de un escuadrón en cinco semanas que en toda su carrera, y lo sabía.

Por supuesto, tenía su parte negativa. Honor sonrió con amargura y se estiró en el agua. El almirante irradiaba carisma, pero no querría ser ella quien no cumpliera con sus expectativas. Ni vociferaba ni rabiaba, solo, miraba al infractor con mirada abatida y hablaba despacio, casi gentilmente, como si fuese un mero cadete de quien no cabría esperar que hiciese lo correcto. Ni siquiera se comportaba de modo sarcástico, pero nunca había visto a nadie que cometiera el mismo error dos veces.

Algo cayó en el agua cerca de ella y frunció el ceño. Hubo otro chapoteo más cercano y abrió los ojos… para ver cómo la tercera pelota de tenis la golpeaba de lleno en el diafragma.

Honor perdió el resuello y su dedo se soltó. Se sumergió bajo el agua antes de poder girar sobre sí misma y tragó agua, mientras un chirrido de placer retumbaba en el gimnasio. Se dio la vuelta, indignada, para ver de quién se trataba, y allí estaba Nimitz saltando adelante y atrás sobre sus manos zarpa y sus pies auténticos al final del trampolín. Le lanzó una cuarta esfera rugosa.

La bola hizo salpicar el agua en frente de su nariz, y Honor agitó el puño en su dirección mientras el bombardero peludo cogía otra.

—¡Lánzala y haré unas zapatillas de felpa contigo! —le dijo. Él solo respondió con un ruidito e impactó con otra bola sobre su coronilla. Honor se volvió a sumergir para intentar atrapar el proyectil rebotado. Consiguió hacerse con él y lo devolvió a la superficie. Esta vez fue el turno de Nimitz de quedarse sin respiración, cuando le dio de lleno con un disparo rápido y preciso. La pelota le hizo perder el equilibrio y el animal emitió un chillido al precipitarse por el borde y golpear el agua en una zambullida incontrolada.

Subió a la superficie como una nutria de la Vieja Tierra, aunque los ramafelinos eran arbóreos. No les gustaba nadar, pero lo hacían bien cuando no les quedaba otro remedio; la expresión disgustada de Nimitz hizo que Honor se echara a reír. Él se limitó a ignorarla y nadó con rapidez hacia el borde de la piscina. Luego salió fuera del agua y se sacudió la empapada cola, normalmente plumosa. Ahora estaba chorreando y se asemejaba más a la de una rata; se sentó con un bufido de desdén como respuesta a las irritantes sonrisitas burlonas de ella. Luego se sujetó la cola entre las manos auténticas y las manos zarpa, para después empezar a secarla.

—Te está bien empleado —rio Honor nadando hacia el borde con enérgicas brazadas, y le dedicó una mirada maliciosa mientras salía de la piscina—. ¡Oh, no te preocupes! No te ahogarás. Ven aquí.

Se sentó sobre el extremo elevado de la piscina y recogió su toalla. Él captó la indirecta y saltó sobre su regazo, sustituidos sus ruiditos de disgusto por ronroneos mientras lo secaba.

—Eso es, Apestoso. ¿Mejor ahora?

Él la miró, reflexivo. A continuación irguió sus orejas en respuesta afirmativa y palmeó su muslo con una mano auténtica. Ella se rio de nuevo, con más suavidad, a la par que levantaba al gato de cuatro brazos aún mojado y lo abrazaba.

—¿Interrumpo? —preguntó una voz, y Honor alzó la vista con rapidez. Paul Tankersley apareció a través de la escotilla del gimnasio, con una media sonrisa.

—No, por supuesto que no. —Frotó por última vez a Nimitz con la toalla, lo retiró a un lado para poderse levantar.

—¿Se ha caído?

—No exactamente. —Honor le dedicó otra sonrisa ahogada mientras él movía la cola en franco desprecio y se dirigía hacia su rincón bajo las paralelas—. Decidió realizar prácticas de tiro con pelotas de tenis, y el fuego de respuesta del enemigo lo ha abatido —apuntó a las pelotas que aún flotaban en la piscina, y Tankersley siguió el dedo aún confundido, para acto seguido romper a reír.

—Nunca hubiera imaginado que los ramafelinos fueran tan traviesos.

—No hay límite para las travesuras que pueden ingeniar —agarró una toalla limpia para acabar de secarse el pelo—. Deberías verlo con un disco —continuó, cubriéndose con la toalla—. Aquí no puede demostrar su verdadera valía, pero únase a nosotros en el gimnasio principal algún día cuando se encuentre en mejores condiciones. Eso sí, no olvide traer su casco.

—Me encantaría. Mike me ha comentado que aún no puede creer las cosas que es capaz de hacer con uno de ellos.

—Ni yo tampoco —dijo Honor con un toque ligeramente siniestro. Terminó de secarse el pelo, enrolló la toalla en torno a su cuello y cambió de conversación—. ¿Cómo va Fusión Tres? Acabo de volver del último ejercicio del almirante, y aún no he hablado con Mike de ello.

—Lo estamos haciendo mejor de lo que esperaba —le aseguró él con aire satisfecho—. La sugerencia del comandante Ravicz de que entrásemos desde abajo hacia arriba va a reducir en un par de semanas mi estimación. Hemos de cortar unas cubiertas más, y reparar todos los circuitos. Los corredores de servicio que estamos desmantelando van a ser en una pesadilla, pero al evitar hacer lo mismo con el blindaje, ganaremos mucho tiempo. —Sacudió la cabeza—. Sé que el manual insiste en acceder desde los laterales para no afectar a los corredores de control, pero esa parte fue escrita antes que se introdujesen las nuevas aleaciones. Imagino que veremos cambios de procedimiento una vez que el DepNav digiera nuestros informes, porque esto no es solo más rápido sino que reensamblaremos todo en mucho menos tiempo, incluso contará con la implantación de la nueva instalación eléctrica.

Honor asintió. El último blindaje de Investigación y Desarrollo (una nueva aleación de cerámica y metal increíblemente ligera para su volumen y resistencia) formaba parte de la matriz básica del casco, no se añade después. Eso mejoraba en gran medida su resistencia contra el daño, pero tampoco había secciones que retirar en caso de reparaciones. Por otro lado, el blindaje, aunque ligero, todavía requería de cierta masa. Ninguna nave de guerra podía desperdiciarla, y puesto que la cuña de impulsión protegía contra el fuego proveniente desde arriba o desde abajo, los diseñadores del DepNav habían blindado las zonas interiores de la parte superior e inferior de forma muy leve, o incluso con nada en absoluto, para así maximizar la protección en el resto.

El Nike no tenía nada que ver con una nave de guerra común y corriente, así que dejar su parte superior e inferior sin blindaje permitía que sus flancos contaran con doce centímetros extra en las zonas críticas y hasta con un metro en las vitales, como sus salas de fusión.

Tanto acero de batalla era capaz de soportar un misil nuclear de casi un megatón, y burlarse de los esfuerzos de un cortador láser estándar. De hecho, abrirse paso a través de él sería una pesadilla incluso para un dispositivo de canalización química.

Todo esto explicaba por qué había quedado impresionada con la sugerencia de Ravicz, e igualmente satisfecha, aunque de forma más íntima, con la reacción de Tankersley. Los perros de astillero no se caracterizaban por su seguimiento de las recomendaciones de los oficiales espaciales. Lo habitual es que estuvieran demasiado ocupados evitando que los sabihondos interfirieran en su trabajo mientras realizaban sus tareas, como para encima tener que valorar cada sugerencia; aunque Tankersley había recibido la idea con mucho entusiasmo. Había alabado mucho a Ravicz en sus informes, lo que seguro ayudaba al ingeniero en sus oportunidades de promoción.

—¿Cómo ha ido el ejercicio hoy? —inquirió Tankersley tras un momento.

—Bastante bien, de hecho. —Honor frunció el ceño, pensativa—. Estamos limando asperezas, aunque no creo que el capitán Dournet estuviera demasiado contento cuando el almirante Sarnow anunció su intención de unir el Agamenón con el Nike en la primera división.

—¿Junto con el insignia? —Tankersley rio entre dientes; Honor frunció el ceño y sacudió la cabeza.

—No. Creo que le preocupa más el hecho de que el Nike se haya perdido todas las prácticas de tiro sobre el terreno. Lo hacemos bien con los sims, pero teme que vayamos a oxidarnos y hacerle quedar mal cuando nos unamos al resto del escuadrón.

—¡Eso no va a pasar con usted y Mike dirigiéndolo todo! —soltó Tankersley.

Su tono fue tan tajante que Honor lo miró sorprendida. Había decidido hacía varias semanas que no sería justo mantener su recelo con respecto a Paul Tankersley solo porque una vez había sido el segundo de Pavel Young, aunque aún era un operario de astillero. Para la gente del astillero, una nave era solo trabajo, no una entidad viviente. Muy pocos de ellos identificarían las naves en las que habían trabajado, pero la verdad es que parecía casi enfadado ante el pensamiento de que Dournet albergara ciertas reservas sobre el Nike.

¿O tal vez era porque Dournet tenía reservas acerca de su capitana?

Su rostro se sonrojó solo de pensarlo, y levantó la toalla para acicalar su pelo casi seco. Ella y Tankersley llevaban ya cinco semanas sirviendo como sparring el uno para el otro, y Honor lo había comenzado a considerar como un amigo, también. No le molestaba que, de manera sorprendente, estuvieran tan bien compenetrados. Ella le ganaba en alcance y velocidad de reacción, pero el cuerpo rechoncho de él era especialmente poderoso, sobre todo para manticoriano nativo. La gravedad del mundo capital apenas era tres cuartas, partes de la de Esfinge, y Honor estaba acostumbrada a la ventaja que casi siempre tenía contra sus ciudadanos, por lo que la primera vez que se había relajado con Tankersley, este la había tirado sobre la tarima.

Se había quedado tumbada sobre su espalda, y lo había mirado con tal estupefacción que él se había echado a reír. Poco después Honor se unió a carcajadas…, para ponerse en pie de inmediato y enseñarle un truco que había aprendido durante su último destino, de manos de un sargento mayor con más experiencia en el coup que la que ella y Tankersley tenían entre ambos. Este boqueó sorprendido, y luego se quedó sin aliento cuando aterrizó sobre la tarima con el estómago por delante, con la rodilla de ella en su espalda y la percepción definitiva de que su relación había cambiado.

Pero ella no se había dado cuenta de hacia dónde podía derivar, y analizó sus propios sentimientos con cuidado y también con no poca sorpresa.

—Bien, tendremos que enseñarle al capitán Dournet lo equivocado que está, ¿no es verdad? —dijo finalmente ella de manera amistosa. Luego bajó la toalla al notar que su rubor se desvanecía. Le sonrió—. Lo que, por supuesto, está descartado hasta que tus operarios de astillero no nos dejen.

—¡Ay! —Tankersley alzó la mano como un esgrimista que reconoce un impacto—. Lo hacemos lo mejor que podemos, señora. Honestamente. Se lo juro.

—Bien, teniendo en cuenta que se trata de un puñado de holgazanes de astillero, no lo hacéis del todo mal.

—¡Ay, gracias! A propósito, ¿no tendrá tiempo para un pequeño combate de entrenamiento con un holgazán? —Sonrió de modo amenazador, pero ella negó con la cabeza.

—Lo siento. Ni siquiera me he reunido con Mike tras mi regreso. He venido; hasta aquí, sin detenerme a hacer nada más, para sudar un poco, y ahora qué ya lo he conseguido tengo unos tres megas de papeleo esperándome en el ordenador de mi despacho.

—Gallina.

—Solo estoy ocupada —le aseguró. Le dedicó un ademán de desdén y se giro para salir, pero él la alcanzó y la cogió por el hombro.

—Si no tiene tiempo para entrenar —dijo, su voz temblando por la tensión—, ¿le gustaría cenar conmigo esta noche?

Los ojos de Honor se abrieron de par en par. Era algo inapreciable, sin importancia, pero Nimitz se sentó de golpe bajo las barras paralelas y erizó las orejas.

—Bueno, no sé si… —repuso ella de manera casi instintiva, aunque se detuvo enseguida. Se quedó petrificada, sintiéndose desprotegida e insegura, y estudió su cara con atención. Tendría que aplicarse para que Nimitz no la enlazara con las emociones de los demás sin previo aviso, pero esta vez agradeció la habilidad del felino para leer los sentimientos que se ocultaban bajo la expresión de Tankersley. Deseaba comprender los suyos propios, ya que su frialdad habitual parecía que comenzaba a derretirse. Siempre había evitado cualquier cosa que se pareciera remotamente a una relación íntima con un oficial compañero, en parte porque suponía una complicación profesional de la que podía prescindir, pero principalmente porque sus experiencias anteriores habían sido, en general, poco halagüeñas; aunque había algo en sus ojos y en el matiz de su boca…

—Me encantaría —se oyó decir, y se sintió sorprendida cuando se dio cuenta de lo que significaba.

—¡Estupendo! —La sonrisa iluminó los ojos de Tankersley con lágrimas de alegría, y Honor sintió un burbujeo de risas, extraño a la par que satisfecho, en su interior—. ¿La espero a las dieciocho horas, entonces, lady Harrington?

—Claro, capitán Tankersley. —Le regaló otra sonrisa y luego se acercó a las barras paralelas, cogió a Nimitz y se dirigió a sus aposentos.